Letra núm. 607, 10 de febrero de 2019

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GRACIA, MISTERIO, BELLEZA Y L IBERT AD: CUATRO AF IRM AC IONES DE LA TEOLOGÍA REFORMADA (IV) Cynthia Rigby Libertad en Cristo Las congregaciones que estudian la teología reformada tienen la oportunidad de repensar el carácter de la libertad humana al abrazar la soberanía o libertad de Dios. Muy a menudo, la idea de que Dios es soberano se asocia con la suposición de que, por lo tanto, los seres humanos no son tan libres; estamos obligados a obedecer, a someternos al gobierno de Dios y a comprender nuestra relativa insignificancia como participantes en la historia de la salvación. La teología reformada corrige la idea errónea de que honrar la libertad de Dios significa aceptar la libertad humana como algo insignificante, en términos relativos. La teología reformada enseña, en contraste con esto, que el Dios que es soberano ha elegido “amarnos [a nosotros] en libertad” (según Barth), incluyéndonos como participantes esenciales en la propia vida y obra de Dios. Esto sucede por medio de nuestro Salvador Jesucristo, por el poder del Espíritu Santo. A través de Cristo, Dios en la libertad divina ha entrado plenamente en la condición humana (incluso hasta la muerte en la cruz) y nos ha elevado (en la resurrección y la ascensión). La libertad de Dios, entonces, no implica la disminución de la libertad o la actuación humana. Más bien, Dios nos ha exaltado libremente de maneras

que nunca hubiéramos imaginado, reclamándo nos en Jesucristo como amigos y socios en el ministerio de reconciliación (Juan 15:15; 2 Corintios 5). Una de las implicaciones de entender nuestra libertad en relación con la soberanía de Dios es, según Barth, que no tenemos que vivir estresados todo el tiempo. La vida ansiosa es un lugar común en un mundo convencido de que debemos trabajar duro y continuamente para ser “ganadores”, creando espacios para nosotros en relación con nuestras carreras, nuestra dinámica familiar y en las redes sociales, por ejemplo. Recordar que Dios es soberano y que, en su soberanía nos ha incluido plenamente, es darnos cuenta de que no tenemos que competir por un espacio para crear y servir más de lo que necesitamos para demostrar nuestra valía, pues ya ha sido preparado un lugar para nosotros. Las congregaciones que estudian y creen esto podrían convertirse en comunidades en las que los miembros no sólo tengan la seguridad de ser aceptados y amados, sino que también son alentados a usar sus dones de forma libre e innovadora para servir a los demás. The Presbyterian Outlook, 7 de enero de 2019

R E C ON S T R U C CI Ó N D E L AL T A R Y OPO SI C I O N ES Ph il i pp e A bad ie y P ierr e de Mar tin d e V ivi è s DESDE EL V. 1, EL CAPÍTULO 3 DE ESDRAS DA LA IMAGEN DE UNA CIERTA UNANIMIDAD en la reconstrucción del altar: bajo la dirección del sumo sacerdote Josué y de Zorobabel, último heredero de la Casa de David, el pueblo se congrega al unísono para reconstruir el altar destruido durante el saqueo de Jerusalén en el 586 a.C. Esta presentación no está exenta de problemas. A la luz de Jer 41.4-5 y del libro de las Lamentaciones, puede dudarse que el culto hubiera cesado durante el exilio. Además, el oráculo más realista de Hag 1, que muestra a los judíos más preocupados de sus problemas inmediatos que del Templo en ruinas, invita a rechazar esa imagen. De nuevo encontramos aquí una transferencia de la temática central del libro, según la cual los repa-


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