Letra núm. 655, 26 de enero de 2020

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mento de las elecciones de julio de 2018. Paradójicamente, y para alivio de muchos críticos, el PES perdió su registro electoral, aun cuando obtuvo un buen número de diputados y senadores. Este hecho soporta el argumento de que el voto arrollador por López Obrador no obedeció tanto a la filiación religiosa como al hartazgo hacia el régimen anterior expresado en las urnas, el cual estuvo presente en todas las confesiones e incluso en los sectores irreligiosos. Lo anterior puso en tela de juicio la efectividad del liderazgo del PES y la amplia pluralidad que permitió que AMLO accediera al poder, quien como candidato comenzó a multiplicar las alusiones religiosas y bíblicas de un modo desmedido: “El candidato parecía en ocasiones un pastor misionero, cuya prédica era un relato simple y contundente: canalizar el hartazgo del pueblo. Por ello, su discurso consistía en prometer moralizar la vida pública del

país recurriendo al poder de Estado con la sapiencia religiosa contenida en los libros sagrados” (p. 114, énfasis agregado). Ésa es la razón por la que AMLO se pareció a Bolsonaro en Brasil, al costarricense F. Alvarado y hasta al guatemalteco Jimmy Morales: un “candidato de Dios” presentándose a sí mismo “al clásico estilo evangélico” (Ídem). Detrás de la alianza política estaba, como en esos países, el eventual avance de las agendas derechistas encarnadas en el discurso conservador del PES, que trató muy mal de disimular Hugo Éric Flores, su dirigente más visible, aun cuando la alianza ideológica no fue tan evidente antes de los comicios. La irrupción política de los evangélicos no podía significar otra cosa que el ascenso de agendas religiosas intransigentes y una nueva forma de

“reconfesionalización de la clase política” (p. 115). Al pretender sumar a las iglesias a la moralización del país, AMLO se ha acercado al riesgo de reconfigurar la laicidad del Estado mexicano, esté consciente o no de los alcances que esto podría tener. En “¿AMLO: homo religiosus o animal político?”, Barranco se acerca a una innegable realidad: “Las creencias religiosas del presidente se han vuelto una cuestión de Estado” (p. 119), es decir, algo que en los sexenios recientes no era un asunto tan relevante para la marcha del país. Ahora, con la forma tan aguerrida en que el presidente ha optado por darle tan amplio lugar a la religión, se discute (hasta frívolamente) si es evangélico o católico, un tema que debería estar en un plano muchísimo menor, especialmente ante la abierta ambigüedad con que se ha comportado al respecto, mandando señales en uno u otro sentido. Sus frecuentes citas de la Biblia y la recurrente incorporación de símbolos religiosos en su discurso producen mucha desazón. De ahí que se haya tenido que servir de una especie de “vocero religioso” (o “capellán”, como lo han llamado algunos) para atemperar y clarificar, si fuera posible, ese caudal irrefrenable que lo llevó a una forma de “sacralización” de su candidatura (p. 122), mediante la cual quiso imponer algo así como un fetichismo alrededor de su persona. Ese mesianismo de naturaleza mística no ha dejado de percibirse negativamente y ha servido para explicar muchas de sus expresiones relacionadas, por ejemplo, con el “bienestar del alma” o la necesidad de que este régimen garantice la “felicidad” de la población. […] Protestante Digital, 24 de enero de 2019

EL AYU NO QUE AG RAD A A DIOS Horacio Simian Yofre EL PROFETA PROCLAMA UNA PALABRA del Señor contra el pueblo a propósito del ayuno. El texto se divide en tres secciones. Is 58,1 es una orden del Señor para que el profeta denuncie ciertos pecados y rebeldías del pueblo, y en particular la práctica de algunas formas de piedad sin tener en cuenta sus exigencias profundas (Is 58,2-5). Hay dos actitudes que están estrechamente unidas en la mente y en la práctica del pueblo: la búsqueda de la voluntad del Señor y el ayuno. Pero es probable que el pueblo espere del Señor sólo las sentencias y decisiones que le convienen (véase Is 30.10-11). Cuando el Señor responde de un modo diferente al previsto, el pueblo se queja de no ser escuchado. Esta búsqueda de la voluntad del Señor está enturbiada por comportamientos injustos (explotación, violencia e hipocresía: Is 58.3-5) que acompañan la práctica del ayuno. En contraposición a esta manera formalista y meramente ritual de practicar el ayuno, el Señor describe cuál es el auténtico ayuno que él espera: liberación de la opresión y la tiranía, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y evitar la calumnia (Is 58.6-7, 9-10). En tales condiciones el Señor se hace presente y acompaña el camino de su pueblo. Como en el desierto, lo precede y lo sigue, se convierte para él en luz en medio de la noche, lo guía y lo alimenta. La mención del desierto (Is 58,11) desemboca en una afirmación de sabor sapiencial: el pueblo mismo se convierte en huerto y en fuente de aguas (véase Is 41.17-20; Sal 1.3).


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