EL DIOS DE JOB (IV): LA VOZ DE JOB David J.A. Clin es
J
ob, en su calidad de hombre que temía a Dios y evitaba el mal (1.1) –la misma fórmula que recomienda 28.28 para alcanzar una vida buena–, había aceptado durante mucho tiempo la teología de los tres amigos. Su piedad escrupulosa, por no decir aprensiva, que lo despertaba cada mañana para ofrecer sacrificios por sus hijos por si acaso habían ofendido a Dios (1.5), es una indicación narrativa de una teología centrada en la retribución. Pero en este momento ha experimentado en su propia carne una refutación de dicha teología, por cuanto él, que se sabe justo, está siendo tratado como un abyecto pecador. Toda su visión de la justicia de Dios se ve puesta en tela de juicio, y Job se embarca en un replanteamiento de la teología israelita, el más radical que se pueda encontrar en las páginas de la Biblia hebrea. […] Job no tiene dudas de que hay un dios, pues es él quien le ataca injustamente; pero niega su bondad. La primera reacción de Job, formado como estaba en la piedad de su tiempo, fue responder a la injusticia del ataque perpetrado contra él desde el cielo diciendo: “Yahvé me lo dio, Yahvé me lo quitó; bendito sea el nombre de Yahvé” (1,21). Esta observación tristemente fatalista, que desvirtúa todo don al hacerlo revocable, no dura mucho tiempo en labios de Job, pues éste pronto pasa a reprocharle a Dios la desproporción de su ira contra él: ¿Soy yo Mar, soy el monstruo Tannin, para que me pongas bajo vigilancia? (7.12). ¿Qué es el género humano para que le des tanta importancia, poniendo en él tu atención, inspeccionándolo cada mañana, poniéndolo a prueba a cada momento? ¿No apartarás nunca de mí tu mirada, ni me darás tregua siquiera para tragar saliva? (7.17-19).
¿Qué es Dios? Si queremos hablar de teología, no pasemos por alto el testimonio que Job, un hombre justo de la tradición hebrea, da acerca de la realidad de lo divino. […] Ningún sistema teológico que se precie puede permitirse minimizar este testimonio sobre lo divino, ¡particularmente siendo éste el testimonio de un hombre que no es ningún enemigo de la religión, sino orgullo de Dios, a decir de todos, y que será aclamado por la boca misma de Dios por haber hablado correctamente de él (42.7)! Pero la acusación de Job contra Dios va más lejos. Especialmente en los caps. 23-24, su pensamiento se extiende, de la injusticia de su lamentable caso personal, al gobierno del mundo como tal. En este punto, la esencia de su argumentación es que Dios no hace nada para castigar a los malvados, y por tanto ha abandonado su responsabilidad moral por el mundo. Los malvados pueden despojar impunemente a otros de sus medios de vida; ni hay castigo para ellos, ni hay justicia para los desposeídos, igual que no la hay para Job: ¿Por qué el Poderoso no tiene días de sesión de tribunal? ¿Por qué quienes lo conocen no ven sus días de juicio? Los malvados desplazan los mojones, arrebatan rebaños y los apacientan como propios. Se llevan el asno de los huérfanos, y toman el toro de la viuda como prenda. Fuerzan a los indigentes a salirse del camino, y los pobres del país tienen que esconderse. Gimen en la ciudad los moribundos, y las almas de los heridos gritan pidiendo ayuda. Pero Dios no acusa a nadie de mal alguno (24.1-4.12).
El último verso es la esencia de la queja de Job. No sólo se niega la justicia a los rectos y a los pobres que la merecen, sino que los malvados quedan completamente libres. No hay retribución. Resulta innegable –en la medida en que se suscribe el