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DE PADRE DE LOS HUÉRFANOS A HERMANO DE CHACALES Y COMPAÑERO DE AVESTRUCES. MEDITACIÓN SOBRE JOB Elsa Tamez
ara los latinoamericanos el libro de Job es un paradigma de protesta de quienes sufren injustamente. Asimismo es una fuente bíblica en la cual se puede percibir una manera diferente de hablar del Dios de la gracia desde el basurero. Los gritos de Job exigiendo justicia son tan fuertes que quienes sufren injustamente concentran toda su atención solo en la vida desgraciada y abandonada de Job. Poco se repara en su vida pasada —un hombre rico y venerado, piadoso y compasivo con los pobres—; poco se detiene uno en el happy end, y nada en las frases hirientes de Job contra los desarrapados: la “¡gente vil y desprestigiada, expulsada de su tierra a latigazos”! (30.1-10). En otras palabras, la fuerza de la lectura desde América Latina ha estado casi siempre en la identificación y solidaridad entre dos voces sufrientes por la pobreza injusta, la enfermedad y el abandono: los gritos de Job y de los excluidos de hoy. Estas voces, sin embargo, a ratos se unen y a ratos se separan. Si bien Job ha servido como un espejo para que se repare en la propia realidad de injusticia, también Job ha tenido que aprender de la larga experiencia de injusticia del pueblo pobre latinoamericano. […] En esta meditación vamos a analizar la sintonía de las voces y su distanciamiento a partir de esa carta y de nuevos elementos actuales. A Job se le llama hermano. No es más el padre de los pobres como antaño (29.16), aquel a quienes todos, ricos y pobres, le rendían pleitesía a su paso (29-1-11); es el Job hermano de avestruces, y amigo de chacales (29.29). […] Cuando el rico-piadoso Job deja de serlo y cae en desgracia, se introduce en el mundo de los miserables. Sus gritos aterradores por el dolor, y su protesta por la injusticia, hacen posible que la desconfianza de quienes sufren igual desaparezca. Acontece identificación y solidaridad. La escena de Job se convierte en espejo. A través de su vida mostrada como un espectáculo de espanto se mira la propia
situación y se interpela. Porque la vida del mundo miserable en nuestra situación no ha acontecido de la noche a la mañana, como le sucedió a Job. Viene desde hace 500 años, y la costumbre de vivirla de esa manera amenaza con creerla como natural y pura voluntad de Dios. Con sus protestas, Job ayuda a convertir a quienes han olvidado que la vida no fue dada para malvivirla. Job invita a protestar por el sufrimiento de los inocentes. […] Job en América Latina es admirado por su resistencia, por su valentía de no aceptar las cosas como son. Job-espejo hace ver con mayor crudeza la propia realidad, es un espectro que da asco. Pero como “es como nosotros”, una pregunta dolorosa, sumergida en el discurso, emerge de paso: “¿daremos asco nosotros?” Es una reflexión que sólo viene a la mente cuando se sabe qué es dar asco a través de quien da asco. Lo admirable está en que ese que da asco no levanta la mano lloriqueando, pidiendo justicia como un mendigo con la vista baja y la cola bajo el rabo. Protesta contra quienes tiene al frente: los sabios, Dios y hasta los jóvenes desarrapados (29,1). Protesta contra los amigos porque su teología no sirve, contra Dios porque no aparece para manifestarse a su favor y contra los desarrapados porque se burlan de él. Las protestas de Job reafirman al pueblo latinoamericano su derecho a la protesta contra las injusticias. Antes contra la conquista, después contra los gobiernos de dictadura y ahora contra la globalización económica. Frente la encrucijada que plantea el libro y que acorrala a Job en percibir a Dios desde un raciocinio muy estrecho (“si Job es inocente, Dios es culpable, si Dios es justo Job merece el castigo”), en América
Latina se le invita a este personaje a caminar por otros senderos, pues la larga experiencia de injusticias ha hecho experta a nuestra gente en la búsqueda de salidas. Job no tiene esa experiencia. Por más justo que se haya comportado hacia los pobres, las viudas y los huérfanos, estaba muy lejos de conocer el mundo de los miserables. Le es difícil ver alternativas cuando es conocedor de sola una manera de experimentar a Dios a través de una relación cómoda y de bienestar, y de una teología estrecha, marcada por la doctrina de la retribución. Su experiencia del basurero le hace protestar, pero, como su vivencia en ese medio es repentina y advenediza, no es capaz de percibir una nueva forma de conocer a Dios y de hablar de Dios. Nuestro pueblo, que ya ha escuchado a Dios en el basurero desde hace varios siglos, le aconseja. Desde aquí también se interpela a Job. […] Nuestra gente sabe cómo escuchar a Dios, cómo sentirlo. Si no lo supiera y lo sintiera ya hubieran desaparecido las culturas de nuestros antepasados; nos hubiéramos extinguido por la falta de fe y la incapacidad de resistir tanta injusticia y mentira. Se espera en Dios de alguna forma y nunca se sabe cómo va responder, pero se tiene la certeza de que responderá. A veces –muchas veces–, para algunos se siente como si Dios se hubiera ido a un viaje largo y desapareciera por completo, pero en el fondo se sabe que está allí, siempre presente, o que volverá. Generalmente se ve Dios en las pequeñas cosas, pero que nunca se ven pequeñas: los gestos de solidaridad del vecino o las tunas de los nopales. “Maldice a Dios y muérete” (2.9) son también parte de esas voces que surgen de entre nuestra gente desde la profundidad del justo descontento, cuando se llega al límite del silencio de Dios. Pero no se catalogan como necias, como lo hace Job (2.10). Son voces rebeldes que en el fondo están pidiendo, además de la justicia, la ternura solidaria; quien dice odiar a Dios en realidad llora su ausencia y por eso sus maledicencias provocan no el rechazo, sino los abrazos de los sensibles por la gran necesidad de la satisfacción del cuerpo, la gran necesidad del Dios presente. Job necesitaba esa actitud en sus amigos Elifaz, Bildad y Zofar, no el rechazo por referirse a Dios como un adversario y renegar por la injusticia. Los consejos de la carta a Job son intentos de respuesta hacia sí mismos. Ayudan de alguna manera a justificar —frente a sí mismos— la ausencia de Dios, pero sobre todo a soportarla.
El nuevo lenguaje sobre Dios, aparte del de protesta de Job, aparece en los dos discursos de Dios, cuando éste dialoga con Job y lo interpela. […] Este lenguaje, llamado de contemplación por Gustavo Gutiérrez, es bastante familiar al de nuestra gente. Hay que reconocer que el discurso profético no es el lenguaje de todos, sino de aquellos que han alcanzado una concientización política y ayudan a despertar la conciencia de sus hermanos y hermanas. El lenguaje de nuestra gente humilde, basado más que todo en la naturaleza, en la observación de las cosas cotidianas, está cargado de sabiduría por la contemplación. Por eso puede escuchar la voz de Dios y dialogar a través de su creación y de los gestos interhumanos con mayor facilidad que Job. Job no puede, Dios tiene que intervenir directamente y enseñarle a ser adulto, independiente, para que deje de pleitear. Su vida pasada no se lo permite: un rico urbano, condicionado por los códigos de honor, de posición privilegiada en la ciudad, sin preocupaciones por el pan de cada día, abrazado a Dios, como un ser domesticado, esperando ser recompensado por algo que es su deber hacer por ser humano: ser justo y solidario con los pobres e indefensos. La carta del pueblo latinoamericano le enseña a Job cómo ir superando su estado deplorable, liberándose de los resabios que aún le quedan de su dependencia mercantilista de Dios, marcada por el intercambio de bienes: cosas por adoración. Los animales salvajes son fuertes y libres, Dios cuida de su libertad. Dios es libre, Job es libre, los pueblos no deben ser domesticados por las relaciones mercantiles ni con Dios ni entre los seres humanos. Job, llamado compañero ahora, tiene que levantarse del basurero y dejar de contender con el Todopoderoso porque gana poco con ello. La experiencia de nuestros pueblos lo sabe más que Job. Se entiende que es importante que proteste y se admira su valor, pero para nuestra gente el desafío de Dios va más allá de la identificación de culpables. El poder del mal desafía a todos, inclusive a Dios todopoderoso; Leviatán, Dios lo dice, es “el rey de todas las fieras” (41.26). Job debe levantarse para reordenar la creación con Dios, convertirse en su ayudante, compañero. Pero no matando a todos los malvados que encuentre a su paso para que brille la justicia (40.11-14); porque la misericordia de Dios es tan grande como lo son Behemot y Leviatán.