VER Y RECONOCER AL R ESUCITA DO (Juan 20.19-23) Ofel ia Miria m Orte ga
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l Domingo de Resurrección es el comienzo de la Nueva Vida en Cristo Jesús. Tras el día en el sepulcro, despunta la aurora del primer día de la semana. Todo el relato en el capítulo 20 del evangelio de Juan tiene un orden cronológico. En la primera escena, Jesús se muestra a María Magdalena. Es la primera persona a la que se muestra Jesús. Es éste un encuentro de dos personas que se quieren. Jesús le dice con claridad que, a pesar de haber muerto, está presente. A través de ese mensaje la hace además Apóstol de los demás discípulos: tiene que ir y decirles que Jesús vive y que el acuerdo con Dios no ha sido roto. Es evidente que las mujeres ocuparon importantes posiciones en la comunidad juanina. Las mujeres están presentes en toda la narración juanina. La madre de Jesús (cap. 2), la samaritana (cap. 4), Marta (cap. 11), María (cap. 12), las mujeres al pie de la cruz (cap. 19) y María Magdalena (cap. 20). Así que, no tenemos que asombrarnos porque se le confiera a una mujer el papel de evangelista. María Magdalena es una de las protagonistas de esta incipiente comunidad pospascual. Ella sabe lo que ha sucedido en torno a la muerte de Jesús, porque ella estuvo allí todo el tiempo. Fue la primera en verle, así que pudo encontrarse con el Señor en su Gloria. Ella merecía recibir el encargo apostólico y decir a los demás discípulos, ¡que ella había visto al Señor! A la tarde del mismo día, cuando los discípulos están reunidos a puerta cerrada, se muestra Jesús nuevamente. Y después de ocho días se repite la misma escena, pero ahora en la presencia de Tomás. Son tres escenas en orden cronológico. El capítulo 20 se cierra con un comentario del autor donde expresa todo el propósito del libro: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. (Juan 20: 30-31).
Las puertas cerradas por miedo La segunda escena del relato que aparece en nuestro texto de hoy (Juan 20.19), tiene lugar en Jerusalén, en un lugar que no se precisa. Es una situación angustiosa. El exegeta Raymond Brown dice que las puertas estaban "atrancadas”. El texto bíblico nos revela que únicamente las puertas abiertas y la liberación de los temores nos permitirán ver y reconocer al Resucitado. Ver al Señor equivale a la expresión “el Señor se hizo ver”. No son visiones, son experiencias de un encuentro (14.19). Ésta es la primera experiencia pospascual que siempre tiene que alimentar nuestra vida eclesial. La Iglesia ha de ser comunidad de puertas abiertas, liberada de los temores. Hay muchas puertas cerradas en las congregaciones y denominaciones, aún el Domingo de Resurrección. Prejuicios, rechazos, desvalorización de las otras y los otros, la no aceptación de nuestras diferencias y el afirmar un denominacionalismo a ultranza que nos separa de todas las otras iglesias y creencias. Y, únicamente cuando sucede una apertura a la novedad de vida, suceden los acontecimientos sorprendentes.