DIOS E HISTO RIA (2009) Jorge Pixley (Estado s Unidos, 19 37)
V
AMOS A PROCURAR MOSTRAR CÓMO EN DIVERSOS TEXTOS
bíblicos el Dios de Israel es presentado como una divinidad que responde a la historia e incide en ella. Y esto significa un Dios que crece con cada nuevo suceso histórico. Por tanto, un Dios que no es incambiable, porque un Dios incambiable no podría conocer una historia que está en constante flujo. Para ello recurriremos a la filosofía de organismo o procesual, de una manera que, pienso yo, ilumina lo que dice la Biblia. Comencemos con un texto que es fundante para la fe de la Biblia, Exodo 3.7: “Bien vista tengo la aflición de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos”. Aquí tenemos, en la base de la fe de Israel, una afirmación que Dios “percibe”, es influenciado por, los eventos que suceden en la historia. Esto, que para el creyente parece natural, no lo es para la tradición filosófica. Aristóteles, el primero en sistematizar el pensamiento sobre Dios, argumenta en el Libro X de su Física, que Dios no conoce al mundo. Cualquier conocimiento implicaría un cambio en la divinidad, que pasaría de ignorancia a conocimiento del suceso en cuestión. Por lo tanto, Dios, ni conoce ni responde a los sucesos en esta esfera inferior que es la Tierra. Esta doctrina de la inmutabilidad de Dios pasó a ser parte de la teología natural cristiana, aunque los grandes teólogos como Tomás de Aquino encontraron modos de acomodarla a las historias bíblicas donde Dios evidentemente responde a los sucesos de la historia terrenal. Estos cambios exigieron que se forzara el esquema de la inmutabilidad de Dios. Tomemos algunos ejemplos más del conocimiento divino y la respuesta de Dios a los eventos terrenales: “Bajó Yahveh Dios a ver la ciudad y la torre que habían construido los humanos, y dijo Yahveh: He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y éste es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundiremos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo” (Gn 11,5-7). Alguien puede objetar: “Pero esto es un mito; en un mito no se aplican las reglas convencionales”. Y,
efectivamente, es un mito. También los griegos, cuya filosofía creía demostrar que la divinidad no conoce cuanto sucede en la tierra, en sus mitos narran las reacciones de los dioses a los sucesos terrenales. Pero sigamos: “Dijo, pues, Yahveh, El clamor de Sodoma y Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo” (Gn 18,20-21). “Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: ¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Bien pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito. ... Y dijo Yahveh a Moisés: Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz” (Ex 32,7.9). […] Cualquier lector de la Biblia sabe que estos ejemplos pueden multiplicarse con facilidad. El Dios de la Biblia es, como decimos, un Dios de la historia. Y esto significa que sabe lo que sucede y responde a los gritos de los oprimidos y las plegarias de los enfermos o presos. Esto es evidente para los/las creyentes, pero no siempre hemos sacado las conclusiones teóricas que son evidentes. Aquí podemos recurrir a Charles Hartshorne (18992002), discípulo de Whitehead y gran filósofo del siglo XX. Hartshorne enseña que Dios es absolutamente relativo, es decir, conoce todo cuanto sucede en el universo y responde a él. Esto es lo que llama el lado concreto de Dios, que está sujeto a constantes cambios. Esto requiere un poco de explicación. En la teología clásica, cuyo máximo representante es Tomás de Aquino, Dios es inmutable. No es relativo a su creación, aunque la creación es relativa a Dios. Esto, como bien señala Hartshorne, es un grave error de lógica. Siempre, quien conoce es relativo a lo conocido, aunque lo conocido no tiene que ser relativo al que conoce. Así, a mí me puede conmover una sinfonía de Mozart cuando la escucho, pero la sinfonía y Mozart en nada son afectados por mi emoción. Yo puedo admirar un hermoso paisaje; es decir, el paisaje deja en mí un efecto, y no soy igual a