Letra núm. 734, 12 de septiembre de 2021

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EL HÁBITO DE LA LECTURA

BÍBLICA

COMPENDIO MANUAL DE LA BIBLIA.Henry H. Halley.- Editorial Moody Traducción de C. P. Denyer Moody. Buenos Aires. 1955.

Primera parte debieran Amar la Biblia. Todos debieran T odos leer la Biblia. Es la Palabra de Dios. Contiene la solución de la vida. Cuenta del mejor amigo que el hombre jamás haya tenido: el hombre más noble, más bondadoso y más verdadero que jamás haya pisado esta tierra. Es la historia más hermosa que jamás se haya conocido. Da a la vida un significado, un fulgor, un gozo, una victoria, un destino y una gloria que en ninguna otra parte se conoce. Nada hay en la historia ni en la literatura, que en manera alguna pueda compararse con los sencillos anales del Hombre de Galilea. Quien pasó sus días y sus noches ministrando a los dolientes y enseñando la bondad humana; que murió por el pecado humano y resucitó a una vida que jamás terminará, y quien promete seguridad y felicidad eternas a todos cuantos vengan a Él. Muchas personas, en sus momentos serios, quizás tengan en sus mentes algún interrogante acerca de cómo será todo cuando venga el fin. Por más que nos desahoguemos del pensamiento riéndonos de él o lo echemos a un lado, aquel

día vendrá: y entonces, ¿qué? Bueno, la Biblia es la que contiene la contestación, y es una contestación inequívoca. Hay un Dios. Hay un cielo. Hay un infierno. Hay un Salvador. Habrá un día de juicio. Feliz el hombre que en los días de su carne hace las paces con el Cristo de la Biblia y se prepara para aquel día final. ¿Cómo alguna persona sensata puede hacer que su corazón no se enfervorice para con Cristo y el Libro que habla de Él? Todos debieran amar la Biblia; todos y cada uno. No obstante, el notorio descuido de la Biblia de parte de las iglesias es sencillamente aterrador. Sí, hablamos de la Biblia, la defendemos, la alabamos y la enaltecemos. ¡Sí, es verdad! Pero ¿cuántos miembros de alguna iglesia rara vez hojean una Biblia –y aun se avergonzarían de que se les viera leyéndola? Y los dirigentes de las iglesias no parecen estar haciendo ningún esfuerzo serio para lograr que su membresía sea lectora de la Biblia. Al protestantismo moderno parece importarle bien poco el Libro que tanto pregona. Y el catolicismo romano abiertamente estima a sus propios decretos más que a la Biblia. Somos racionales acerca de todo lo demás en el mundo. ¿Por qué no ser racionales respecto de nuestra religión? Leemos periódicos, novelas y toda clase de libros, y escuchamos la radio horas enteras. Sin embargo, la mayor parte de nosotros ni aun sabemos los nombres de los libros de la Biblia. ¡Vergüenza debiera darnos! Y aun es peor, en el púlpito en donde fácilmente podría remediarse la situación, pareciera que con pocas excepciones, a nadie le importa. El contacto directo individual con la Palabra de Dios es el principal medio del crecimiento cristiano. Todos los caudillos de poder espiritual en la historia cristiana han sido devotos lectores de la Biblia. La Biblia es el Libro conforme al cual vivimos. La lectura de la Biblia es el medio por el cual aprendemos, y retenemos frescas en nuestra


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