EL HÁBITO DE ASISTIR A LA IGLESIA CADA DOMINGO POR LA MAÑANA COMO ACTO DE ADORACIÓN A DIOS. ULTIMA entrega Este Manual tiene dos convicciones profundas: 1. Deben ser asunto de conciencia de todo cristiano la lectura regular de la Biblia y la asistencia regular a la iglesia. 2. Los servicios regulares de la iglesia deben consistir principalmente de la enseñanza de la Biblia y el canto congregacional.
UNA RESOLUCIÓN Sugerimos que cada uno haga en su propio corazón.
CREYENDO QUE Cristo fundó la Iglesia: que la Iglesia existe para propagar la influencia Cristo; Que el método de la Iglesia para hacerlo es reunirse frecuentemente en el nombre de Cristo; Que Dios mismo propuso que esto se hiciera cada semana, y nos dio un día para ello, el domingo, Día del Señor, Y por cuanto el uso común reconoce la mañana del domingo como tiempo de la Iglesia.
ME COMPROMETO A QUE MIENTRAS VIVA , DONDEQUIERA QUE ESTÉ , A NO SER QUE ME LO IMPIDA ALGUNA
ENFERMEDAD O NECESIDAD. ASISTIRÉ A LA IGLESIA CADA DOMINGO POR LA MAÑANA TRATANDO DE HACERLO CON UN SOLO MOTIVO : POR CRISTO . TRATARÉ SE SER PUNTUAL, SERÉ REVERENTE EN LA IGLESIA Y TODA MI VIDA SERÉ UN LECTOR DE LA PALABRA DE DIOS
El servicio de la mañana del domingo generalmente se reconoce como la principal auto-expresión de la iglesia a su comunidad. Con la asistencia fiel y la dirección debida, debiera ser un medio bien eficaz y suficiente para llevar a cabo la mayor parte de aquello para cuya consecución la Iglesia existe. Un buen servicio de la iglesia en la mañana de cada domingo es sin duda la mayor bendición que una comunidad puede tener. No es posible exagerar su importancia. Asistimos a él como acto de adoración a Dios. Sin embargo, incumbe a quienes lo dirigen, hacer que sea todo lo provechoso, interesante y útil que pueda ser. Sus dos aspectos más importantes son el canto de la congregación y la instrucción en la Palabra de Dios. La lectura bíblica, tal como generalmente se hace, ocupa un lugar muy secundario, mientras que el servicio entero gira alrededor del sermón. ¡Qué error! ¡El sermón lo más importante! ¡La lectura de la Escritura algo insignificante! Generalmente apenas unos pocos versículos, leídos como una especie de fórmula muerta, a comienzos del servicio, y luego el eterno estribillo de, “El Señor añada Su bendición a la lectura de Su Palabra”. ¡Qué descaro! ¡Pedirle al Señor que bendiga aquello que el predicador mismo trata como de tan poca importancia! A menudo uno se siente tentado a pensar de la iglesia no como casa de Dios sino como casa del predicador. Sería mucho mejor que en lugar de ser un rito breve y aislado en la parte primera del servicio, la lectura de la escritura se combinara con el sermón y formara la base, el marco, la estructura y el corazón del mismo, colocándose así a la Palabra de Dios en primer término, y al predicador mismo más o menos en el fondo. Una lectura antifonal no es un sustituto adecuado para la lectura bíblica. Ni aun es de gran valor, salvo como medio de participar la congregación en el servicio. La misma Escritura podría leerla el ministro de manera mucho más efectiva. En
cuanto a la participación de la congregación en el servicio, la mejor forma de todas es por medio del canto congregacional. La Oración. El servicio matutino dominical es para la adoración, la oración, el hacimiento de gracias y la alabanza a Dios. Debiéramos tener esto presente y asistir en espíritu de oración, y durante el servicio, procurar mantenernos en el mismo espíritu. Las oraciones largas no son necesarias. Tienden a quitarle a la congregación el espíritu de oración. Es mejor usar varias oraciones cortas, intercaladas entre otras partes del servicio. Muchos himnos son oraciones, y oraciones muy efectivas. La melodía suave de himnos de oración, al órgano, puede también considerarse como expresión de oración de la congregación. La oración del predicador jamás debe ser una paráfrasis del himno anterior; parece como si se le hubieran agotado las ideas originales. Tampoco debe sermonear al público simulando dirigirse a Dios. La oración debe hacerse en un espíritu humilde de petición. Hemos escuchado oraciones de ciertos individuos pomposos, no en el espíritu de humildad sino en un tono de mando que más que oración parecen órdenes militares de soberbio desprecio a Dios. Que la oración se lea o se improvise no es de gran importancia. Ciertamente, una buena oración leída es preferible y aquella en que un ministro sin preparación parece estar pensando qué más puede decir. Una Hora. De vez en cuando algún servicio de naturaleza especial quizás requiera más tiempo. Pero para el servicio regular de la iglesia, al cual asisten las mismas personas semana tras semana y año tras año, una hora es suficiente; y con tanta mayor razón, por cuanto muchos de los mismo oyentes asisten también a otros servicios el mismo día. Veinte minutos para el canto congregacional; veinte minutos para el sermón; y veinte minutos para oraciones, ofrenda, anuncios, etc. Si cada detalle del servicio se prepara bien, se elimina toda pérdida de tiempo, toda palabrería innecesaria y todo cuanto no sea de valor, y se le da vía libre al canto y a la enseñanza de la Biblia, puede hacerse un servicio hermoso y provechoso, una hora preciosa en la vida de los oyentes. LA MÚSICA El canto congregacional, después de la Biblia, es el mejor rasgo distintivo de un servicio religioso, y la manera más efectiva de predicar el Evangelio. Una iglesia que canta siempre tiene buena asistencia. Al pueblo le gusta; una iglesia que canta, y un predicador que enseña. Moisés cantó, y dirigió al pueblo en el canto. María su hermana cantó. Débora y Barac cantaron. David cantó, y escribió los Salmos para que se cantaran. Jesús y los doce cantaron. Pablo y Silas cantaron. Los ángeles cantan. En el cielo todos cantarán.
El poder del canto popular. Fue el canto público de los himnos de Lutero lo que llevó sus prédicas por toda la Europa Central, y despertó al mundo a la Reforma. Fue el canto lo que trajo el gran avivamiento de Gales. ¿Hubo alguna vez un avivamiento sin canto? La mejor manera de rejuvenecer ahora a una iglesia muerta es volverla a la vida con el canto. Más canto congregacional. Es la falta más grande del servicio dominical común de las iglesias. Debiera cantarse diez veces más de lo que se hace. ¿Qué no hay tiempo para ello? Pues recórtese el sermón, omítase algo del exhibicionismo del coro, y hágase el tiempo para ello. No es ningún sustituto anunciar un servicio de canto a alguna otra hora cuando la mayoría no puede asistir. El canto de la congregación tiene su lugar propio en el servicio regular de la mañana del domingo, y no debe desplazarlo un coro pretencioso ni un predicador prolijo. Tiene derecho a un tercio o a la mitad del servicio entero. Un servicio continuo de canto es mejor que uno interrumpido a cada momento por los comentarios del que dirige, la lectura de una estrofa o alguna otra parte del servicio. Esto echa a perder el efecto. Que no se haga otra casa sino cantar, durante veinte o treinta minutos, para darle al canto la oportunidad de tomar efecto. Al pueblo le gusta mucho más el canto que las agudezas del que dirige. Lo que vale es el canto, no las sempiternas interrupciones del director de canto. Cántese a menudo los mismos himnos. Solamente cantándolos a menudo pueden las personas familiarizarse con ellos. Los himnos que amamos son aquellos que conocemos; y de aquellos que amamos, jamás nos cansamos. Cántense los himnos antiguos, una y otra vez. Una iglesia que haga esto no tendrá que rogar a las personas que vengan a los servicios. Le sería imposible impedirles que vengan. Apréndase de Memoria. Debe enseñarse a la congregación a que aprenda de memoria los himnos que canta a menudo; o cuando menos algunas estrofas de ellos. Cantará mejor, y sentirá más profundamente el espíritu y el poder de lo que canta. Esto dará mayor poder a la iglesia durante toda su vida. El Director de Canto. Muchas iglesias cantan tan poco, que no nombran a un director para solamente una o dos estrofas de uno o dos himnos. De aquí resulta que el canto congregacional, aquella parte del servicio que más ama el pueblo, aquello que forma la principal expresión de la adoración de la iglesia a Dios, es a menudo una mera farsa. Toda congregación debiera tener un director de canto; no uno de aquellos que imitan las bufonadas de cierto tipo de cantores evangelísticos de avivamiento, que parecen considerar al servicio principalmente como oportunidad para exhibir sus bufonadas y agudezas, y como fondo preliminar de sus propios solos; sino uno que realmente cree en el canto congregacional. Es posible ser director de canto y sin embargo retener algo de la dignidad y decoro propio del ministerio.
El Coro. Lo que puede significar un buen coro, es algo incalculable. Pero depende de lo que cante. ¡Cuán a menudo hemos oído programas corales que absolutamente nada añadían al valor religioso del servicio! Pero aun con el mejor de los coros, es mejor que la congregación cante, y no que solamente oiga cantar. ¿Por qué no hacer de la congregación entera un gran coro? Bajo la dirección debida podría hacerse que los himnos de una vasta congregación se levanten como las olas majestuosas de un océano, hasta que los mismos ángeles del cielo se inclinen para oírlos. LA PREDICACIÓN La predicación es el ministerio más importante de la Iglesia. Jamás será desplazada la palabra hablada de su lugar como medio principal para el extendimiento del Evangelio de Cristo. Pero la predicación debe ser enseñanza y no rimbombancia. El púlpito es el medio de enseñar de la Iglesia. En el lenguaje popular, hoy día se predica mucho y se enseña poco. Sermones Textuales. Esto a menudo significa alegorizar, metaforizar, inventar para un versículo o frase de la Escritura algún tema caprichoso, repetirlo una y otra vez, juguetear con él, inventar variaciones y en general, usarlo como pretexto para dar alguna apariencia de autoridad bíblica a la presentación de las ideas del predicador mismo acerca de la verdad cristiana. Tal es el tipo de predicación demasiado prevaleciente en nuestras iglesias. Hay quienes escuchan toda su vida esta clase de predicación, y permanecen en ignorancia abismal de la Biblia. A veces nos preguntamos si los predicadores suponen a sus audiencias totalmente desprovistas de inteligencia. Sermones Expositivos. Como método o técnica de proclamar la verdad de la Palabra de Dios, este es muy superior a la técnica del sermón textual. Un sermón expositivo tiene como tema, por lo general, alguna porción de la Escritura que vale la pena: un capítulo, parte de un capítulo, un grupo de capítulos, o un libro o parte de un libro, y expone los hechos y las lecciones salientes de la porción escogida. Esta es verdadera predicación. Cuando menos tiene apariencia de darle a la Palabra de Dios el sitio de autoridad. Nos dijo una vez cierto ministro que había escuchado a Spurgeon, Felipe Brooks, José Parker y todos los grandes predicadores de la generación pasada, que el sermón más poderoso que había escuchado en toda su vida fue predicado por Alejandro Whyte, el gran predicador escocés, quien como sermón simplemente leyó la Epístola a los Filipenses, con uno que otro comentario. ¡Qué lección para quienes ocupan el púlpito en nuestros días! Pero que cualquier predicador que hoy día se atreva a intentar tal cosa, esté muy seguro de dedicar mucho tiempo a la preparación. Uno de los mejores sermones que hemos oído nosotros mismos fue sobre un capítulo de la Epístola a los Efesios. El ministro que lo predicó nos dijo después, que en la preparación de aquel sermón había leído el capítulo más de
cien veces, estudiando sus grandes pensamientos, anotándolos, ordenando, reordenando, condensando y escribiendo de nuevo, hasta tenerlo en forma definitiva para su presentación. No es extraño que deleitara a sus oyentes. El servicio matutino dominical como una magna clase bíblica. ¿Por qué no? ¿Qué cosa mejor podría ser? Si un pastor tuviera una congregación de lectores bíblicos tal como se sugiere, y si la congregación tuviera a un pastor que cooperara con ellos en sus sermones, en amante instrucción en la Palabra de Dios conforme avanzaban, ¿cuán bienaventurada cosa sería! Veinte Minutos. Hay de tiempo en tiempo ocasiones especiales en las cuales se justifica un sermón más extenso. Pero en los servicios regulares de la iglesia, en los cuales suelen reunirse los mismos oyentes para escuchar al mismo predicador, semana tras semana, mes tras mes y año tras año, veinte minutos bastan para el sermón. Demasiado Ejercicio en el Púlpito. Hay muchos sermones mal preparados, y que se presentan con un esfuerzo de énfasis excesivo, de gritos, golpes, saltos, vociferación, agitación de los brazos y manoteos al aire como si fuese un encuentro de boxeo. Esto no es de ninguna manera necesario. Un espíritu de sencilla humildad es mucho más propio de un predicador, que uno de fogosa invectiva. Ninguna cantidad de gestos puede suplir una carencia de ideas. El Sermón Escrito. Si un ministro no puede acostumbrarse a hablar sin detenerse, titubear y repetir a cada momento, sería mucho mejor que escribiera sus sermones y los leyera. Un sermón bien escrito y bien leído puede presentarse tan poderosamente como si se hablara improvisadamente. Es sorprendente cuánto puede condensarse en poco espacio cuando el tema se repasa una y otra vez y se escribe, se reescribe y se escribe de nuevo una, otra y otra vez.
Agradecemos la colaboración del ministerio de Crecimiento Espiritual de nuestra Iglesia por la presentación de esta temática.