ADVIENTO La temporada inicia del 28 de Noviembre al 24 de Diciembre
Promesas y Paciencia Tendemos a poner nuestra esperanza en nuestras posesiones, en las personas a nuestro alrededor y en nuestros ideales –siempre estamos a la expectativa de cosas más ‘extraordinarias’ de las que ya tenemos. Naturalmente buscamos nuestra realización personal en las relaciones, una profesión o en un pasatiempo; al grado que los volvemos parámetros de éxito y felicidad. La voz de nuestro niño interior quizá se haya transformado y agravado con el paso de los años, pero en cada fracaso su quejido es el mismo “Pero tú lo prometiste…” Quizá no lo veamos así, pero nuestra seguridad tambalea cuando el objeto de nuestro deseo se nos escapa de las manos. La impaciencia reemplaza la espera. La intranquilidad y el descontento que se genera, nos abaten; nos dificultan entonces, entender que nuestra verdadera necesidad es mucho más simple– es cuestión de perspectiva. A lo largo de todo el Antiguo Testamento vemos a Dios hacer promesas a Su pueblo. Un arcoíris es dado como señal del pacto, de que nunca más un diluvio destruirá la tierra. Dios promete liberar y emancipar a una generación entera de Israel por medio de la Pascua, y permite a cada padre la alegría de conservar a su primogénito. David se refugia en cuevas, buscado por Saúl y Dios lo libera. El Señor es un Dios que hace promesas y más importante, un Dios que cumple sus promesas. También vemos quiénes esperaron con ansias la realización de las promesas hechas a ellos, pero sin poder ellos mismos, verlas cumplidas. Por días, semanas, meses y años, estas personas esperaron. Génesis nos habla de Abraham y Sara, quién con un Abraham de ochenta años, no tenía hijos. Sus deseos y su esperanza estaba puesto en lo mismo, que en lo que cualquier futuro papá, está: un legado, la ilusión del futuro y la alegría de ser padre; pero en su caso, sin descendiente alguno. Así como Abraham y Sara, el pueblo de Israel conoció y experimentó una larga espera. Dios prometió un Mesías, al Ungido de Israel, al Rey Vencedor. Los días se volvieron meses y las estaciones, años. El pueblo de Dios esperó confiada, paciente y esperanzadamente. Normalmente creamos nuestras propias expectativas. Y cuando lo que queremos o creemos merecer, no llega, nos causa decepción, desesperanza y en ocasiones, hasta resentimiento. Estos sentimientos existen en lugares profundos y poderosos dentro de nuestra alma y pueden empezar a definirnos. En Génesis 18, Dios habla con Abraham, le da la noticia que va a ser papá y que su descendencia se multiplicará hasta ser incontable, como las estrellas del cielo y la arena a la orilla del mar. Podemos asumir que Sara también escuchó las noticias. Ansiosa e impaciente, convenció a Abraham de tener un hijo con su criada, y así nació Ismael. Esto no trajo calma al corazón de Sara, ni fue bálsamo para sus heridas, solamente una profunda decepción pues Ismael no era su hijo. Trece inviernos pasaron, y Dios habló de nuevo con Abraham. Abraham creyó imposible lo que escuchó y respondió entre risas y nervios. Él, de 100, Sara, 90 - ¿Era eso posible? ¿Un hijo entre ellos? Las palabras de Sara eran contradictorias a su perenne esperanza, «¿Cómo podría una mujer acabada como yo disfrutar semejante placer, sobre todo cuando mi señor —mi esposo— también es muy viejo?» Un año después, las esperanzas moribundas y agonizantes, fueron revividas cuando sostuvieron a Isaac en sus brazos.