Letra núm. 745, 28 de noviembre de 2021

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ADVIENTO La temporada inicia del 28 de Noviembre al 24 de Diciembre

Promesas y Paciencia Tendemos a poner nuestra esperanza en nuestras posesiones, en las personas a nuestro alrededor y en nuestros ideales –siempre estamos a la expectativa de cosas más ‘extraordinarias’ de las que ya tenemos. Naturalmente buscamos nuestra realización personal en las relaciones, una profesión o en un pasatiempo; al grado que los volvemos parámetros de éxito y felicidad. La voz de nuestro niño interior quizá se haya transformado y agravado con el paso de los años, pero en cada fracaso su quejido es el mismo “Pero tú lo prometiste…” Quizá no lo veamos así, pero nuestra seguridad tambalea cuando el objeto de nuestro deseo se nos escapa de las manos. La impaciencia reemplaza la espera. La intranquilidad y el descontento que se genera, nos abaten; nos dificultan entonces, entender que nuestra verdadera necesidad es mucho más simple– es cuestión de perspectiva. A lo largo de todo el Antiguo Testamento vemos a Dios hacer promesas a Su pueblo. Un arcoíris es dado como señal del pacto, de que nunca más un diluvio destruirá la tierra. Dios promete liberar y emancipar a una generación entera de Israel por medio de la Pascua, y permite a cada padre la alegría de conservar a su primogénito. David se refugia en cuevas, buscado por Saúl y Dios lo libera. El Señor es un Dios que hace promesas y más importante, un Dios que cumple sus promesas. También vemos quiénes esperaron con ansias la realización de las promesas hechas a ellos, pero sin poder ellos mismos, verlas cumplidas. Por días, semanas, meses y años, estas personas esperaron. Génesis nos habla de Abraham y Sara, quién con un Abraham de ochenta años, no tenía hijos. Sus deseos y su esperanza estaba puesto en lo mismo, que en lo que cualquier futuro papá, está: un legado, la ilusión del futuro y la alegría de ser padre; pero en su caso, sin descendiente alguno. Así como Abraham y Sara, el pueblo de Israel conoció y experimentó una larga espera. Dios prometió un Mesías, al Ungido de Israel, al Rey Vencedor. Los días se volvieron meses y las estaciones, años. El pueblo de Dios esperó confiada, paciente y esperanzadamente. Normalmente creamos nuestras propias expectativas. Y cuando lo que queremos o creemos merecer, no llega, nos causa decepción, desesperanza y en ocasiones, hasta resentimiento. Estos sentimientos existen en lugares profundos y poderosos dentro de nuestra alma y pueden empezar a definirnos. En Génesis 18, Dios habla con Abraham, le da la noticia que va a ser papá y que su descendencia se multiplicará hasta ser incontable, como las estrellas del cielo y la arena a la orilla del mar. Podemos asumir que Sara también escuchó las noticias. Ansiosa e impaciente, convenció a Abraham de tener un hijo con su criada, y así nació Ismael. Esto no trajo calma al corazón de Sara, ni fue bálsamo para sus heridas, solamente una profunda decepción pues Ismael no era su hijo. Trece inviernos pasaron, y Dios habló de nuevo con Abraham. Abraham creyó imposible lo que escuchó y respondió entre risas y nervios. Él, de 100, Sara, 90 - ¿Era eso posible? ¿Un hijo entre ellos? Las palabras de Sara eran contradictorias a su perenne esperanza, «¿Cómo podría una mujer acabada como yo disfrutar semejante placer, sobre todo cuando mi señor —mi esposo— también es muy viejo?» Un año después, las esperanzas moribundas y agonizantes, fueron revividas cuando sostuvieron a Isaac en sus brazos.


Años después de que Dios cumplió Su promesa, leemos acerca de Abraham e Isaac caminando juntos hacia el Monte Moriah a ofrecer al Señor, un sacrificio. En ese momento, el nudo en la garganta de Abraham podía comparase solamente con los nudos con que ataría toda una vida de espera, que lo veían ahora a través de unos ojos que confiaban en él. “¿Pero dónde está el cordero?” preguntó Isaac. “Dios proveerá un Cordero”, dijo Abraham. Cada promesa, cada sueño y cada noche sin dormir pasó frente a sus ojos, mientras preparaba el sacrificio de su tan amado, esperado y único hijo. Ninguno de nosotros se escapa de ese sufrimiento, ese miedo de que si amamos algo demasiado Dios nos lo va a quitar, como si Él fuese vengativo y estuviese jugando con Sus hijos. De nuevo, confiamos en el objeto de nuestros deseos, cuando esa esperanza y ese lugar debiese estar ocupado solo por Él. ¿De qué ´cosas buenas’ podría privarnos el Padre, si ya nos dio a Su único Hijo? ¿Qué otra cosa podría llenar tanto nuestros corazones, como el mismo Salvador y el saber que Él dio Su vida para rescatarnos? Décadas de espera, años de promesa, segundas oportunidades y desesperanza – no existe una mejor representación de la fe de Abraham que dónde leemos acerca del padre y el hijo bajando del monte juntos, dejando atrás el altar que sostiene el nombre, “El Señor proveerá.”

No hay esperanza más segura que esperar en las promesas de Dios, quién ya proveyó al Cordero, y el Cordero es el Rey venidero.

PREGUNTAS PARA REFLEXIÓN PERSONAL

1. ¿Qué hiciste durante el transcurso de la semana pasada para distraer tu mente del día a día? ¿Cuál fue el resultado de eso? 2. Piensa en qué has puesto tu esperanza y cómo esto te afecta cuándo las cosas no salen cómo esperabas. ¿Eres paciente o te irritas? 3. Si ponemos nuestra esperanza en cosas temporales, nuestros ideales nunca van a estar satisfechos, pues pareciese que siempre estamos deseando más y más. ¿En qué has confiado que pudiese llenar tu corazón en lugar de Jesús, Quien es capaz de saciar cada necesidad? 4. La fidelidad de Dios está más que comprobada, ya que cada una de Sus promesas siguen cumpliéndose al pie de la letra. ¿Qué te causa olvidar o desconfiar de la fidelidad de Dios hacia ti?

DEVOCIONAL FAMILIAR Como familia, pasen tiempo con Dios y en Su Palabra. Juntos, hablen acerca de lo que quizá ya conocían acerca de Abraham, y las promesas que Dios le hizo. Que cada persona abra Génesis 22: 1-14 y pide a una persona que lo lea en voz alta. Abraham esperó años para tener a Isaac, y el niño vino directamente del resultado de la promesa de Dios. Isaac fue el orgullo y la alegría de Abraham, su único hijo. Cuando Dios mandó a Abraham para sacrificar a Isaac, Él estaba mandando a Abraham a confiar en Él hasta con lo más importante de su

vida. Abraham temía y amaba a Dios, y Dios lo sabía, pero el llamado a sacrificar a Isaac lo hizo notorio para Abraham, también. Dios era el fin último de Abraham, por sobre todas las bendiciones en su vida. Isaac vivió, y leemos más de su historia a lo largo del Antiguo Testamento. Abraham creyó en la palabra de Dios tenía certeza en que las promesas de Dios se harían realidad, así que fue paciente y confió en la sabiduría de Dios. Hay momentos en los que realmente anhelamos algo, que no podemos pensar en otra cosa. Sea lo que sea, tenemos que tenerlo, o seguramente nos vamos a sentir miserables si no lo tenemos. La vida sería mejor si lo tuviésemos. Seríamos felices. Honestamente, no funciona así. Salomón escribe Eclesiastés 3:11 que Dios sembró la eternidad en el corazón humano, pero aun así el ser humano no puede comprender todo el alcance de lo que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin. Tú y yo estamos aquí por un tiempo corto cuando lo comparamos con la historia del mundo, y nacimos en una época en la cual todos los hombres y mujeres deseamos ser reinventados. Y hemos tratado todo cuánto existe debajo del sol, para lograrlo. Cada día existen más opciones dónde poner nuestra esperanza, ya sea algo que podamos hacer o comprar, o en las manos del Único Quién es la respuesta a todo lo que nuestro corazón anhela – el Cordero de Dios. A lo largo del Antiguo Testamento, el Señor prometió que Él hará un pueblo para Sí mismo al que liberará de sus malvados corazones. ¿Confías en que Dios te liberará de ti mismo y de los deseos de tu corazón? Permitámonos poner nuestra esperanza en Él.

PREGUNTAS DE REFLEXIÓN EN FAMILIA 1. ¿Hubo algo sorprendente o confuso en el pasaje de la Biblia que leímos? 2. ¿Qué nos revela acerca de la naturaleza y del carácter de Dios, el que Él haya proveído un cordero en lugar de Isaac? ¿Cómo apunta esto a Jesús? 3. Vimos cómo Abraham confió tanto en Dios, que estuvo dispuesto a obedecerle sin importar el costo. Dios era el mayor tesoro de Abraham. ¿Es así para ti también? ¿O hay algo que hayas descubierto, que anhelas más que a Jesús? 4. ¿Por qué nos es tan difícil ser paciente con las promesas de Dios? ¿Cómo podemos luchar contra nuestra impaciencia? Mientras pasan tiempo en familia, podrías considerar mencionar la palabra o la idea de Adviento si no todos están familiarizados con ese término. Explica que, durante las próximas semanas, van a dedicar tiempo a aprender y analizar por qué el nacimiento y el regreso de Jesús son tan importantes. Terminen el devocional orando como familia. Padres, pregunten a sus hijos cómo pueden orar por ellos. Hijos, hagan con sus papás lo mismo.

Continuara…. Guía de Adviento adaptada del material de TVC ©


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