Sermones 2016

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Š Leopoldo Cervantes-Ortiz, 2017

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Contenido Enero “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (): nuestra fortaleza está sólo en Dios 1. 2. 3. 4. 5.

“Lo débil de Dios es más fuerte que lo humano” Debilidad y fortaleza en la iglesia de Cristo “Gloriarse en la debilidad” por amor al Señor “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” El poder de la debilidad en Cristo

Febrero “El gozo del Señor es nuestra fortaleza” (Neh 8.10): individuos, familia y comunidad 1. Los individuos fortalecen su fe en el Señor 2. Las familias acuden a la fuente de la fortaleza 3. Ser fortalecidos en comunidad Marzo “Él mismo los perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá” (I P 5.10): Dios salva de manera integral 1. “Él mismo los perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá” 2. Fortaleza y santificación en el camino de la salvación Amor sufriente en acción: la salvación según la primera carta de Juan 1. 2. 3. 4.

La Palabra salvadora en el mundo El gesto profético de Jesús y la alabanza infantil Jesús borró nuestros pecados Jesús aniquiló la obra del diablo en la cruz

Abril “El Señor fortalece a los que le son fieles” (II Cr 16.19a)): Dios reafirma su fidelidad 1. “El Señor fortalece a los que le son fieles” 2. La fortaleza de Dios guía nuestro camino 3. El desafío para la iglesia: ser fiel y confiar en la fortaleza divina Mayo “Mi familia y yo hemos decidido servir a Dios” (Jos 24.15): fortalecer las familias: un desafío urgente 1. Fortalecer la familia: un desafío urgente 2. Familias con una misión permanente 3. Conflictos entre familias Junio “Manténganse alertas… y sean modelo de fortaleza” (I Co 16.13): identidad de la iglesia, presente y futuro 1. Identidad y misión de la iglesia, hoy 2. Presente y futuro de la iglesia en el mundo 3. Presente y futuro de la iglesia ante las promesas de Dios

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Julio “¡Ha sonado la hora…!” (Ap 14.12): el testimonio del pueblo de Dios en la historia 1. “¡Ha sonado la hora…!” 2. Un testimonio cristiano consistente para un mundo en crisis 3. La fidelidad y el testimonio se prueban en la historia Agosto La fidelidad a la Palabra (I Jn 2.14): exigencia radical para la fe evangélica 1. La fidelidad a la Palabra: exigencia radical para la fe evangélica 2. Fieles a la Palabra en cualquier circunstancia 3. Una Palabra que persiste en el mundo Septiembre “El que comenzó la obra… la perfeccionará” (Fil 1.6): la fidelidad eterna de Dios a su pacto 1. El pacto prevalece por encima de la desobediencia humana 2. La fidelidad de Dios hacia su pacto sobrepasa las edades Octubre “Fieles al mensaje evangélico” (Fil 1.27): la iglesia reformada se reforma continuamente 1. 2. 3. 4.

“Fieles al mensaje evangélico…”: la iglesia reformada se reforma continuamente La fidelidad al mensaje demanda disciplina Atentos a la acción del Espíritu La iglesia reformada, siempre sujeta a la reforma del Espíritu

Noviembre “Fieles al don recibido de Dios” (Hch 13.43b): el desafío para la iglesia de hoy 1. “Fieles al don recibido de Dios” 2. Ser fieles en lo grande y en lo pequeño 3. La fidelidad al Señor a prueba todo el tiempo Diciembre “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (I Tim 1.15): encarnación y mundo en crisis 1. “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” 2. El Hijo de Dios vino a un mundo devastado 3. Encarnación divina y salvación integral para un mundo en crisis 31 de diciembre de 2016 La fidelidad del Señor en todas las épocas

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Enero “LEVANTÉMONOS Y EDIFIQUEMOS…” 1. “LO DÉBIL DE DIOS ES MÁS FUERTE QUE LO HUMANO” …pues lo que en Dios parece absurdo [morón] es mucho más sabio que lo humano, y lo que en Dios parece débil [asthenós] es más fuerte [isjyrós] que lo humano. I CORINTIOS 1.25, La Palabra (Hispanoamérica)

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as dos epístolas a los Corintios del apóstol Pablo contienen uno de los abordajes más sólidos a la realidad del par fortaleza-debilidad, pues en la búsqueda de reforzar la primera en la conciencia de los creyentes que formaban esa comunidad cristiana, su referencia a la debilidad es paradójica y dialéctica, a la vez. Eso manifiesta una reflexión muy profunda acerca del significado de lo que ambas situaciones y condiciones representaban al interior de la misma, pues en varias ocasiones la fortaleza tiene el sentido de riqueza económica o social, y en otras más se proyecta hacia la práctica y vivencia de una espiritualidad firme y, sobre todo, madura. Al afrontar pastoralmente el problema, Pablo muestra su capacidad espiritual y teológica, pues como señala Irene Foulkes: “No basta comprender por qué surge un determinado problema en una iglesia; hay que descubrir además los criterios teológicos que nos permitan analizarlo y enfrentarlo”.1 Como un “laboratorio eclesiológico” extraordinario y, en cierta medida, modelo de comunidad cristiana para diversas épocas, la de Corinto representó un espacio de convivencia sumamente diverso y contradictorio en el que encontraron lugar los grupos de los llamados “débiles” y “fuertes”, cuya existencia vino a reforzar las observaciones sobre ese par que el apóstol lleva a cabo en la carta a los Romanos, en la que se refiere a la “debilidad de la carne”, a la caducidad de lo creado y a la impotencia legal y la incapacidad humana frente a Dios. En otro nivel coloca a los fuertes y a los débiles “en la fe” (14.1, 15.1) para designar grupos de creyentes con actitudes diferentes ante las exigencias rituales, litúrgicas y morales. En Corintios, específicamente, los primeros saben ya que no existe nada impuro, y los segundos aún tienen “la conciencia débil” (I Co 8.7) ante esas y otras exigencias, pues todavía no alcanzan el conocimiento pleno de la fe (I Co 8.11). La fuerza o fortaleza es una posición bien definida y con suficiente criterio ante los asuntos de la fe, pero también puede ser una actitud arrogante basada en elementos materiales que busca imponerse por encima de cualquier discusión o acuerdo equitativo. “Debilidad es el concepto contrario a fuerza y abarca las dimensiones de la incapacidad física, psíquica, social, económica y finalmente espiritual”.2 “Pablo, por una parte, presentó la asthéneia como el dominio propio de la caducidad de lo creado, de la impotencia legal y de la incapacidad humana frente a Dios, mientras que, por otra, en un segundo momento, la entiende como el lugar propicio para que se patentice el poder de Dios”.3 La presencia de ambas posturas generaba una tensión comunitaria, ideológica y teológica que debía resolverse, dado que lo que estaba en juego no era solamente la sobrevivencia física de la comunidad sino, sobre todo, el peso específico de su testimonio en la ciudad que pudiera garantizar la adecuada transmisión del Evangelio de Jesucristo.

I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1996, p. 72. 2 H.G. Link, “Debilidad”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Vol. II. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 9. 3 Ibíd., p. 10. 1

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La argumentación de Pablo en Corintios sobre el par fuerza-debilidad es consistente y enérgica pues coloca a cada una en su justa dimensión dentro del escenario de la salvación:

Defendiéndose contra los adversarios de Corinto, que están orgullosos de su fuerza y de la riqueza de sus dones (1 Cor 4.10 [“Así que nosotros somos unos locos a causa de Cristo; ustedes, en cambio, un modelo de sensatez cristiana; nosotros somos débiles, ustedes fuertes; ustedes se llevan la estima, nosotros el desprecio”, LPH]), contrapone Pablo a la fuerza, la debilidad y la impotencia. Los hombres están ellos mismos sometidos a la debilidad de Dios, de tal manera que Dios abochorna a la fuerza, en cuanto que elige la debilidad (1 Cor 1.25). Los hombres no son más fuertes que Dios (1 Cor 10.22). Pablo mismo ha de oírse el reproche de que sus cartas son duras y fuertes, pero que él es débil (2 Cor 10.10). Sin embargo, el apóstol no ve como una desventaja el no ser fuerte.4

Las palabras finales del primer capítulo traslucen la gran preocupación paulina para situar el conflicto entre fuertes y débiles y no teme tomar partido por los segundos, aunque, evidentemente, pertenece al primer grupo. Su énfasis pastoral es directo y sin concesiones, de modo que su argumentación, centrada en la “locura de la cruz”, preside todas sus aseveraciones: “Pablo insiste ante los corintios que no pueden prescindir del elemento medular, la cruz, que fundamenta su fe y dicta su estilo de vida. Sin ella el grupo cristiano, entregado a una exaltación carismática, no sea otra cosa que una variante más de las tantas religiones mistéricas de Corinto”.5 Al mismo tiempo, marcó una clara distancia de los “fuertes ricos” a fin de que con toda libertad pudiera “reclamarles sus actuaciones antievangélicas”,6 un compromiso que a veces seduce y atrapa a algunos. Si Dios optó en Cristo por la cruz, no existe otra muestra más clara de su elección de la debilidad para asociarse de manera inmediata e intrínseca a la salvación humana. “El lenguaje de la cruz” (1.18) es un absurdo, una irracionalidad total, el escándalo mayúsculo, pero es el “formato” que Dios le ha dado a la salvación y no hay manera de eludirlo y ninguna forma de conocimiento humano puede quedar en pie ante semejante manifestación (vv. 19-21): “Dios salva a los que confían no en despliegues de poder o de conocimiento (1.21-22) sino en un Dios que se ha identificado con la debilidad de los seres humanos”.7 Todo ello sin hacer distinciones raciales o culturales (vv. 22-24). Por eso es que lo débil de Dios es más fuerte que lo humano (1.25). El Dios que salva es aquel que se introduce en la historia humana como nunca esperó ser conocido: mediante una debilidad asumida conscientemente, de tal forma que de allí en adelante ese acto pueda ser aceptado como la suprema demostración de amor, que ahora deberá reproducirse en la comunidad, precisamente donde conviven esas dos tendencias. La fortaleza de una comunidad cristiana no radica en su propia fuerza (orgullo, más bien) sino en la manera en que procesa la debilidad de Dios tal como ha sido revelada en Cristo. “Por encima del diverso conocimiento de los fuertes y de los débiles sitúa Pablo el amor que une a ambos grupos”.8

G. Braumann, “Fuerza”, en L. Coenen, op. cit., pp. 222-223. Énfasis agregado. I. Foulkes, op. cit., p. 77. 6 Ibíd., p. 88. 7 Ibíd., pp. 79-80. 8 G. Braumann, op. cit., p. 11. 4 5

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2. DEBILIDAD Y FORTALEZA EN LA IGLESIA DE CRISTO

Así que nosotros somos unos locos [morói] a causa de Cristo; ustedes, en cambio, un modelo de sensatez [frónimoi] cristiana; nosotros somos débiles [astheneis], ustedes fuertes [isjyroi]; ustedes se llevan la estima [endoxoi], nosotros el desprecio [atimoi]. I CORINTIOS 4.10, La Palabra (Hispanoamérica)

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an Pablo es ampliamente reconocido como fundador y notable expositor de la llamada “teología de la cruz”, es decir, aquella que, partiendo del escandaloso e ignominioso episodio de la muerte violenta de Jesús en la cruz, no vacila en ir hasta sus últimas consecuencias para aplicar semejante crisis divina y humana a la realidad de la salvación y la espiritualidad. La teología de la cruz surge de la debilidad auto-asumida por el Dios todopoderoso. Esa manera de pensar y de actuar se opone radicalmente a la “teología de la gloria”, que consiste básicamente en dar por hecho el escándalo de la cruz para negociar con los poderes de turno y conseguir, así, beneficios para la iglesia y su acomodo en el mundo, además de alardear de que cumple adecuadamente con los propósitos divinos. Siglos más tarde, en los inicios de la Reforma Protestante, Martín Lutero optaría decididamente por la primera a fin de establecerla como modelo y razón de ser de la presencia de las comunidades cristianas en medio de circunstancias siempre exigentes en términos de la fidelidad al evangelio de la cruz de Jesucristo. Así lo expresó en su momento (Disputa de Heidelberg, 1518):

…no basta ni aprovecha a nadie el conocimiento de Dios en su gloria y en su majestad, si no se le conoce también en la humildad y en la ignominia de la cruz. […] 21. El teólogo de la gloria llama al mal bien y al bien mal: el teólogo de la cruz llama a las cosas como son en realidad. Es evidente, porque al ignorar a Cristo, ignora al Dios que está escondido en sus sufrimientos. Prefiere así las obras a los sufrimientos, la gloria a la cruz, la sabiduría a la locura y en general, el bien al mal. Son aquellos a quienes el apóstol llama “la cruz de Cristo” (Fil 3.18), porque aborrecen la cruz y los sufrimientos y aman las obras y su gloria. De esta forma vienen a decir que el bien de la cruz es un mal y el mal de la obra es un bien, y ya hemos dicho que no se puede encontrar a Dios sino en el sufrimiento y en la cruz. Por el contrario, los amigos de la cruz afirman que la cruz es buena y las obras malas, porque por medio de la cruz se destruyen las obras y es crucificado Adán, que se erige sobre las obras. Es imposible, en efecto, que no se pavonee de sus obras quien antes no haya sido destruido y aniquilado por los sufrimientos y los males y mientras no se convenza de que él no es nada y que las obras no son precisamente suyas sino de Dios.9

Como se ve, y Lutero lo explica suficientemente, la teología de la gloria representa una enorme tentación para la fe y para la iglesia pues propicia el triunfalismo en sus diversas variantes, desde el voluntarismo religioso individual hasta la actitud arrogante con que la iglesia se presenta, en ocasiones, ante el mundo, muy segura de sí misma y como poseedora absoluta de toda la verdad. Desde el inicio de la primera carta a los Corintios, el apóstol resume su visión sobre cómo debe predominar en la conciencia cristiana esta perspectiva al afirmar que no trabajó con ellos con el poder de la argumentación o la sabiduría sino desde el horizonte del Dios crucificado en Cristo: “El lenguaje de la cruz es, ciertamente, un absurdo para los que van por sendas de perdición; mas para nosotros, los 9

M. Lutero, Disputación de Heidelberg, en www.iglesiareformada.com/Lutero_La_Disputacion_de_Heidelberg.doc. 7


que estamos en camino de salvación, es poder de Dios” (I Co 1.18, LPH). Ese poder, surgido desde la debilidad elegida por el propio Dios es más efectivo que el alarde de fuerza que cualquier poderoso pudiera hacer ante los ojos del mundo, porque la teología de la cruz procede de las entrañas mismas del Creador, dado que “como el hombre lo ha trastocado todo por su abuso egoísta de los dones de Dios, Dios ha hecho por su parte de la Cruz el camino de la salvación”.10 A partir de esa enorme realidad espiritual fruto del esfuerzo divino por revelarse en el espacio de no-poder en Cristo, Pablo va a obtener conclusiones cada vez más prácticas en su trato pastoral a distancia con la comunidad. Una formulación desde Japón (Kazoh Kitamori, Teología del dolor de Dios, 1958) reelabora esta teología en fuertes términos: “Dios es amor, pero amor ‘envolvente’, en virtud del cual la realidad rota del hombre es restaurada por completo, su ser es redimido, su dolor desaparece, sus heridas quedan sanadas: ‘La voluntad de Dios de amar al objeto de su ira: eso es el dolor de Dios’” (M. Semeraro, “Theologia crucis”, en Vocabulario teológico, www.mercaba.org/VocTEO/T/theologia_crucis.htm). La teología de la cruz fue, pues, el arma con que trabajó al dirigirse a sus lectores/as y mediante la cual asentó la plataforma espiritual requerida para superar los conflictos que aquejaban a la comunidad cristiana. A la supuesta superioridad de los fuertes (en recursos materiales y espirituales), Pablo opuso la fortaleza de la debilidad, Así lo explica en I Co 2.1-5: “Yo mismo, hermanos, cuando llegué a la ciudad, no les anuncié el proyecto salvador de Dios con alardes de sabiduría o elocuencia. Decidí que entre ustedes debía ignorarlo todo, a excepción de Cristo crucificado; así que me presenté ante ustedes sin recursos y temblando de miedo. Mi predicación y mi mensaje no se apoyaban en una elocuencia inteligente y persuasiva; era el Espíritu con su poder quien los convencía, de modo que la fe de ustedes no es fruto de la sabiduría humana, sino del poder de Dios”. De ese modo, fundó la comunidad sobre la base más confiable. Con ello no renunció a la “sabiduría divina” (teología, 2.6-8) sino que se dejó llevar por “el modo de pensar de Cristo” (2.16). Nada menos. Este golpe mortal a los autonombrados gnósticos, maestros en una sabiduría espiritual de tipo “sofista” establece claramente la profundidad del pensamiento y la acción pastoral paulinos. En el cap. 3 califica como inmaduros a los creyentes de la ciudad-puerto griega y ubica el ministerio de los apóstoles y misioneros en el plano del proyecto divino por edificar a su iglesia (3.5-9) para luego señalar que la prueba de fuego del trabajo de cada uno será la persistencia de lo realizado al servicio de Dios. Además, denuncia la banalidad con que algunos lo asumen mediante palabras contundentes encaminadas a resaltar la dignidad y el potencial de los corintios: “Que nadie, pues, ande presumiendo de los que no pasan de ser seres humanos. Todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo es de ustedes. Pero ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios” (3.21-23). Y así llega al cap. en donde vuelve a clarificar el papel y la responsabilidad de los apóstoles, en el plan de salvación (vv. 1-5), especialmente el suyo y el de Apolos (v. 6), en una especie de “conferencia de cargos” sobre uno y otro (“para que nadie se apasione por uno en contra de otro”). A continuación, reprocha la altivez con que algunos se han comportado (v. 8), así como su papel ante el mundo (9b: “espectáculo”) y defiende su contribución a la formación cristiana de cada uno de ellos. Ése es el marco de las palabras del v. 10 en donde la locura “a causa de Cristo” fue el motor de su actuación apostólica, pero sobre todo el hecho de asumir ellos mismos la acción divina de debilitarse con tal de fortalecer a la iglesia. En función de eso aparecen todos los trabajos, pruebas, humillaciones y necesidades experimentados (vv. 11-13). El énfasis pastoral de esta reflexión (V. 14b: “Sólo quiero corregirlos como a hijos míos muy queridos”) lo conduce a recordar que él “los engendró en la fe” (15) y a pedirles que lo imiten, así como él imitaba a Cristo, además de introducir a su Hubertus Blaumeister, “Theologia crucis”, en Walter Kasper et al., dirs., Diccionario enciclopédico de la época de la Reforma. Barcelona, Herder, 2005, p. 551. 10

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enviado Timoteo, quien les recordaría su estilo de vida basado precisamente en esa teología de la debilidad autoasumida de Dios en el Cristo crucificado (17b). Luego de releer estas palabras, la pregunta acuciante que surge y golpea la conciencia es: ¿dónde se habrá extraviado ese horizonte en la historia de la iglesia posterior? Para responder, hay que sumergirse en ella y extraer conclusiones que nos ayuden en la coyuntura que estamos viviendo en los diferentes niveles eclesiales que nos correspondan.

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3. “GLORIARSE EN LA DEBILIDAD” POR AMOR AL SEÑOR

Aunque si hay que presumir, presumiré de mis debilidades. II CORINTIOS 11.30, La Palabra (Hispanoamérica)

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a segunda carta a los Corintios da testimonio de la experiencia apostólica, pastoral y misionera de San Pablo de una manera muy intensa. “Pablo fue a sembrar modestamente el evangelio. Y quiso apasionadamente a aquella comunidad turbulenta y frágil, a menudo decepcionante. Sus dos cartas —la segunda sobre todo— hacen vislumbrar sus relaciones tumultuosas, enérgicas y cariñosas a la vez, con aquella joven iglesia, ávida de carismas espectaculares”.11 El estilo mismo complica su lectura lineal: “Es posible explicar cada una de las transiciones difíciles mediante cambios de tono debidos al carácter apasionado de Pablo, mediante simples pausas en su dictado o por la relación que pueden guardar con sus viajes”.12 Las dificultades y certezas del ministerio apostólico son expuestas en 4.7 a 5.21, pues forman parte de su experiencia de fe y de trabajo entre ellos. Su expectativa hacia la comunidad es muy amplia y es ahí en donde surge la experiencia de la debilidad como auténtica marca de su apostolado, a diferencia de sus adversarios, fieles seguidores y practicantes de una “teología de la gloria”: Pablo espera una obediencia apostólica: tiene que arrastrarlos a una obediencia a Cristo, cuyo abajamiento les recuerda a todos lo que hizo por ellos. Pero Pablo no confunde estas dos obediencias: prefiere reservarse el término de debilidad y guardar para Cristo el de humildad. En efecto, lejos de ser un obstáculo desfavorable, la debilidad apostólica se convierte en un elemento esencial de la predicación y del comportamiento legítimo del apóstol. Cuanto más débil es Pablo, más se transparenta el evangelio y más fuertes se hacen los corintios que lo reciben. La debilidad apostólica no es ni distancia lejana ni tolerancia culpable: le permite a la autoridad de Cristo mostrarse siempre que es necesario.13

En el cap. 4 el apóstol describe con peculiar densidad lo que representó para él “llevar las marcas de Jesús en el cuerpo” (Gál 6.17) mediante una serie de afirmaciones que lo colocan como un portador del mensaje evangélico (el “tesoro” recibido) que asumió la debilidad del Señor de manera radical: “Pero este tesoro lo guardamos en vasijas de barro para que conste que su extraordinario valor procede de Dios y no de nosotros. Nos acosan por todas partes, pero no hasta el punto de abatirnos; estamos en apuros, pero sin llegar a ser presa de la desesperación; nos persiguen, pero no quedamos abandonados; nos derriban, pero no consiguen rematarnos. Por todas partes vamos reproduciendo en el cuerpo la muerte dolorosa de Jesús, para que también en nuestro cuerpo resplandezca la vida de Jesús” (vv. 7-10). A partir del cap. 5 expone las vicisitudes de la complicada tarea apostólica (“ministerio de reconciliación”, v. 18) donde nuevamente hace un recuento de los problemas vividos: “Es mucho lo que hemos debido soportar: sufrimientos, dificultades, estrecheces, golpes, prisiones, tumultos, trabajos agotadores, noches sin dormir y días sin comer” (6.4b-5), pero siempre con una reacción edificante ante ellos. En el 10 retoma la controversia sobre su ministerio y establece, si dudar, la autoridad moral y espiritual que ello le otorga. “Soy, ciertamente, humano; pero no lucho por motivos humanos ni las armas con que peleo son humanas, sino divinas, con poder para destruir cualquier fortaleza. Soy capaz de poner en evidencia toda suerte de falacia o de altanería que se alce contra el Maurice Carrez, La segunda carta a los corintios. Estella, Verbo Divino, 1986 (Cuadernos bíblicos, 51), p. 3. Ibíd., p. 5. 13 Ibíd., p. 9. 11 12

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conocimiento de Dios” (vv- 3-5) y concluye diciendo que quien quiera jactarse o presumir, que lo haga “en el Señor” (v. 17). “…los corintios, como buenos griegos, espectadores de discursos y oyentes de acciones, no ven en esta demostración más que timidez y debilidad de carácter (10.11). Le reprochan que se muestre humilde cuando está delante y atrevido cuando está lejos (10.1)”.14 Así llega al cap. 11, donde denuncia la forma en que los “súper apóstoles” han podido fascinar a la comunidad con la elocuencia de que él carecía, aunque no le faltaba conocimiento (vv. 5-6), para luego entrar en detalles sobre el financiamiento de su estancia en Corinto (vv. 8-9) y subrayar la evidencia del comportamiento de esos “apóstoles falsos, obreros fraudulentos disfrazados de apóstoles de Cristo” (v.13). Su insensatez, su atrevimiento, agrega, será motivo de orgullo y él corre el riesgo de experimentarlo (vv. 17-18), dado que a los corintios les gustaban esas personas arrogantes (vv. 19-20). Él quizá debió tratarlos con menos miramientos (v. 21). Es entonces cuando repasa las “credenciales” de ellos y se compara a sí mismo: “¿Que son hebreos? También yo. ¿Que pertenecen a la nación israelita? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que están al servicio de Cristo? Pues, aunque sea una insensatez decirlo, más lo estoy yo. Los aventajo en fatigas, en encarcelamientos, en las muchas palizas recibidas, en tantas veces como he estado al borde de la muerte” (vv. 22-23). A partir de ahí, sus palabras adquieren un tono testimonial tan sobrecargado que no deja lugar a dudas sobre su autenticidad al volver a referir los sufrimientos por causa del Señor: a) “Cinco veces me dieron los judíos los treinta y nueve azotes de rigor” (v. 24, 26 en la espalda y 13 en el pecho; castigo basado en Dt 25.2-3: sanción contra alguien que hubiera comido con un pagano o por alimentos prohibidos); b) “tres veces me azotaron con varas” (la flagelación romana); c) “una vez me apedrearon” (en Listra, Hch 14.19); d) “naufragué tres veces” (Hch 27.14-44); e) “y pasé un día entero flotando a la deriva en alta mar” (v.25). f) “Continuos viajes con peligros de toda clase” (v. 26); g) Fatigas y agobios, innumerables noches sin dormir, hambre y sed, ayunos constantes, frío y desnudez” (v. 27). Pero la más importante de todas es la última, la preocupación eminentemente pastoral: “mi preocupación diaria por todas las iglesias” (v. 28). Porque también padecía corporalmente por ellos. ¿Acaso somatizaba los pecados de la comunidad?: “Pues ¿quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién es inducido a pecar sin que yo lo sienta como una quemadura?” (v. 29). De esas debilidades podía jactarse, presumir ante ellos y ante el mundo: “Aunque si hay que presumir, presumiré de mis debilidades” (v. 30). Y, finalmente, se atreve a poner a Dios mismo como testigo de todo eso (v. 31). ¡Vaya lección de asimilación de la debilidad de Cristo! Al destacar este rasgo fundamental, Pablo resalta más el poder de Cristo. Ya después se ocupará de “presumir” también su “carismatismo” y sus visiones (12.1-6), pero todo estará subordinado a la manera irónica en que insiste en gloriarse de las cosas que Dios en Cristo le dio para ponerlas al servicio de la comunidad. El poder de la debilidad del Señor fue la base de todo su esfuerzo para edificar el cuerpo de Cristo. Su conclusión es contundente: “Con gusto, pues, presumiré de mis flaquezas, para sentir dentro de mí la fuerza de Cristo. Por eso me satisface soportar por Cristo flaquezas, ultrajes, dificultades, persecuciones y angustias, ya que, cuando me siento débil, es cuando más fuerte soy” (12.9b-10). “Para Pablo, la debilidad es humana y la fuerza divina. Por tanto, no hay que comprender: ‘mi milagro se realiza en la enfermedad’, como pudiera pensarse; sino: ‘mi fuerza se realiza en la debilidad’. Esto quiere decir que la fuerza de Cristo descansa en él”.15

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Ibíd, p. 47. Ibíd., p. 54. 11


4. “CUANDO SOY DÉBIL, ENTONCES SOY FUERTE”

Por eso me satisface soportar por Cristo flaquezas, ultrajes, dificultades, persecuciones y angustias, ya que, cuando me siento débil, es cuando más fuerte soy. II CORINTIOS 12.10, La Palabra (Hispanoamérica)

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ado que a los corintios los entusiasmaban los sucesos relacionados con experiencias carismáticas (visiones y hablar en lenguas, sobre todo), pues con ello pretendían legitimar el mensaje, el apóstol Pablo sacó a relucir su vertiente “mística”. En I Co 14.18 afirma que habla en lenguas, pero que prefiere “decir cinco palabras inteligibles e instructivas, a pronunciar diez mil en un lenguaje ininteligible” (v. 19). Estaba consciente de que las visiones y revelaciones no llevaban el peso del ejercicio continuo del apostolado. No obstante, se refirió a algo sucedido 14 años antes de su llegada a la región de Acaya a fin de demostrar que no fue el ambiente de Corinto el que la propició. Esta observación es muy relevante porque el apóstol elimina cualquier posibilidad de imitación o “contagio” de las prácticas que tenían lugar allí. Las implicaciones sociológicas de esta salvedad son cruciales: el ambiente religioso y psicológico puede influir en la frecuencia y características de esas manifestaciones. Como la comunidad comparaba su capacidad con la de los adversarios, Pablo menciona varias visiones y revelaciones que el Señor le había concedido (II Co 12.1), aunque tiene muy claro que “la exaltación de las visiones y revelaciones no es el camino de la edificación”:16 “aunque me parezca totalmente inútil” (v. 1b). Para tal propósito, no recordó el episodio de su llegada a Damasco, acontecimiento fundador, pero que no debía ser repetitivo, sino que habla de sí mismo en tercera persona (“un creyente en Cristo”, v. 2a), igual que los relatos de ascensión de algunos videntes a los cielos. “A Pablo le interesa menos el ‘cómo’ que el resultado: ¿en su cuerpo?, ¿fuera de su cuerpo? Fue llevado al cielo más elevado, aquel en donde se encuentra la morada de Dios”.17 “Tercer cielo” (2b) y paraíso en este caso son sinónimos, pues en las creencias judías (tres, cinco o siete cielos), el cielo superior es donde Dios habita. Se trataba, nada menos, del contacto “con la plenitud del poder divino, y esto en el mismo momento en que sólo resulta visible la debilidad de Pablo. En un lenguaje similar al de las religiones de los misterios, él escucha palabras inefables, es decir, secretos divinos, realidades escatológicas”,18 más allá de los sucesos humanos presentes: “palabras misteriosas que a ningún humano le está permitido pronunciar” (4b). Él se preocupó de distinguir claramente entre su acción apostólica y sus experiencias místicas de tono apocalíptico, que relata sin referirse a él mismo ni a “nosotros”. Y sorpresivamente, agrega, como obligando a sus lectores a pasar al plano que verdaderamente le interesa: “De alguien así podría presumir; pero en lo que me atañe, sólo presumiré de mis flaquezas (astheneías)” (5b). Lo que está en juego verdaderamente es el apostolado, es decir, el encargo del Señor Jesucristo para una misión concreta en el mundo, algo que chocaba frontalmente con las experiencias místicas que podían apartar a cualquiera de la situación humana normal y que para sus enemigos sería la confirmación de su labor apostólica. Pero para Pablo no es así: únicamente la debilidad (de la cual ha dicho en 12.9 que permite “transparentar” el poder de Cristo, nada menos) “la que inserta en la condición humana, la que recuerda apostólicamente la pertenencia a Cristo en este mundo y la que constituye realmente la hazaña espiritual por

Maurice Carrez, La segunda carta a los corintios. Estella, Verbo Divino, 1986 (Cuadernos bíblicos, 51), p. 53. Ídem. 18 Ibíd., p. 154. 16 17

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excelencia”. Él tenía bastantes razones para “presumir”: hablaba en lenguas, tenía visiones celestiales y hasta hizo milagros, pero no basó en ello la sustancia de su labor cristiana (vv. 6-7a). A continuación, desveló al “Pablo oscuro”, por decirlo así, al atormentado por un aguijón, “una espina en la carne”, un agente de Satanás que lo abofetea (7, las teorías sobran (¡son 167!): ¿dolores de cabeza, de gota o reumatismo, de ciática, dolor de muelas, cálculos con cólicos, lepra, enfermedad de la vista, epilepsia, fiebres palúdicas, enfermedad nerviosa, histeria, fiebre de Malta?), puesto por el propio Dios para someter su orgullo y egolatría. Allí es donde surge el motivo de la verdadera fortaleza. La triple oración de Pablo [8] recuerda la triple plegaria de Jesús en Getsemaní (Mc 14,32-42), cuyo resultado consistió en tener fuerzas para soportar la prueba”.19 La respuesta del Señor, que el apóstol se atreve a afirmar como directamente recibida de su parte, es todo un postulado teológico sobre la genuina experiencia de fe requerida para seguir adelante: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo débil” (9a). Mediante la construcción gramatical (tiempo perfecto) se subraya la validez permanente de esa afirmación en dos enunciados: la suficiencia de la gracia (tema tan ampliamente expuesto por el apóstol: 6.1, por ejemplo) y la fuerza del Señor realizada totalmente desde la debilidad y la enseñanza inmediata es diáfana: “La verdadera debilidad de Pablo consiste en reproducir la debilidad de Cristo y allí es donde está la gracia que le concede el Señor”. El apóstol no se ha apropiado de la frase ni a pedirle al Señor que sea su gracia suficiente. El vigor de la respuesta consiste precisamente en de quien viene, quien asume el lenguaje sobre la debilidad usado por Pablo en las dos cartas y en la de Romanos. El remate de la argumentación muestra cómo valora Pablo su propia debilidad humana y apostólica a la luz de la fortaleza que Cristo le daba con base en las palabras recibidas en tres ocasiones. “Con gusto”, afirma, “presumiría de sus flaquezas” para poder sentir entonces esa fortaleza (9b). La paradoja brilla nuevamente en toda su intensidad, pues si la fuerza de Cristo reposa sobre él, es la única garantía de su ministerio. La satisfacción es plena al soportar por Él cualquier clase de oprobios, ofensas, rechazos y angustias (10a), porque precisamente al vivirlas como una realidad continua, la fortaleza se activará y avivará (10b) para no solamente sobrevivir, con cierto patetismo o incluso resentimiento y amargura, sino para llevar una vida al servicio de Dios llena de compromiso, alegría y creatividad. Así es como contribuye positivamente a resolver el “problema pastoral” de la comunidad: “Pablo hace del conflicto el espacio creativo para profundizar su teología, y para sostener su militancia. No lo busca ni lo crea (por lo menos esa es su intención), pero tampoco lo evita: lo vive como una oportunidad de mostrar la obra del Espíritu en él y en la comunidad”.20

Ídem. Néstor O. Míguez, “Pablo, el compromiso de la fe. Para una “Vida de Pablo”, en RIBLA, núm. 20, 1995, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla#14-25. 19 20

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5. EL PODER DE LA DEBILIDAD EN CRISTO

Cristo, que no ha dado muestras de debilidad entre ustedes, sino que las ha dado de poder. Porque es cierto que se dejó crucificar manifestando así su debilidad [astheneías], pero ahora vive en virtud de la fuerza de Dios [dynámeos theou]. Igualmente nosotros, que compartimos su debilidad, compartiremos también su poderosa vitalidad divina si hemos de enfrentarnos con ustedes. II CORINTIOS 13.3b-4, La Palabra (Hispanoamérica)

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a correspondencia a los corintios, tal como se conservó en el Nuevo Testamento, concluye con una exhortación pastoral que no deja de incluir los postulados paulinos sobre la fortaleza de Dios manifestada en medio de la debilidad humana de los creyentes y apóstoles. Al inicio de II Co 13, Pablo anuncia un tercer viaje a la ciudad-puerto de Acaya (v. 1a): “…va por tercera vez hacia Corinto (como en 12.14). La primera fue para fundar la comunidad (Hch 18.1-18; I Cor 4.15; 9.1...). La segunda fue aquella vez en que Pablo se vio ‘entristecido’ por un adversario, quizás por un misionero que le hacía la competencia. La tercera se presenta bajo un aspecto jurídico”.21 Ante el asunto disciplinario que tratará de arreglar, el apóstol recurre a la cita de Dt 19.15 para que haya testigos entre ellos (1b) y anuncia a los dos grupos (12.20-21) que su actitud será estricta y “sin miramientos” (2). Ésa será la prueba, agrega, “de que Cristo habla por medio de mí. Cristo” y de “que no ha dado muestras de debilidad entre ustedes, sino que las ha dado de poder” (3). En cuanto a la disciplina, asunto no menor, con base en esas palabras será Cristo mismo quien la imparta (I Co 2.4; II Cor 12.12; I Co 6.11; Ro 8.37). Pero antes Pablo deberá explicar lo que entiende por “debilidad apostólica” a fin de poder mostrar la fuerza y el poder de Cristo. Sobre lo sucedido con el Señor, las palabras del v. 4a son audaces y puntuales: “Porque es cierto que se dejó crucificar manifestando así su debilidad, pero ahora vive en virtud de la fuerza de Dios”. “En la persona de Cristo, su muerte de crucificado revela su debilidad, mientras que su vida de resucitado pone de manifiesto su poder (cf. Fil 2.7-8 para la debilidad; I Cor 6.14 y Ro 6.4 para el poder)”.22 La cristología paulina, desde la llamada “teología de la cruz”, establece sólidamente las bases de una sana comprensión de lo realizado por Dios en el martirio de su Hijo, pues esa muerte, subraya, tuvo un carácter revelatorio de una debilidad auto-asumida que se vería compensada por la resurrección. Pablo afirma que, con sus compañeros, al compartir la debilidad del Señor, también compartían su poder para confrontar a la comunidad (4b). Así afirma, al mismo tiempo, “la comunión actual con Cristo, la plenitud de la vida con él (futuro), la intervención del poder de Dios y la aplicación de la acción de Dios, de Cristo y del apóstol a la vida de la comunidad de Corinto”. Los fuertes y los débiles de Corinto eran quienes debían someterse a examen puesto que los apóstoles ya la habían superado (vv. 5-7). Lo que estaba en juego, verdaderamente, era la verdad del Evangelio, nada menos (v. 8) y es ahí donde reaparecerá el conflicto entre la debilidad y la fortaleza, pues lo que más importaba era que la comunidad se fortaleciera efectivamente, pero sobre la base de asumir la debilidad “en” y “desde” Cristo, única condición que el apóstol veía como válida (9). Todo lo anterior se aprecia en la experiencia del propio Pablo, fundador y responsable de la comunidad ante Dios, en varios momentos: primero, “cuando la debilidad del apóstol es significativa del Cristo que él anuncia y que habla en él (13.3)”, y segundo, “cuando Pablo es débil ‘en Cristo’ (13.4), entonces es cuando mejor resalta el evangelio de Cristo y por ese mismo hecho se hacen más fuertes los corintios que lo reciben”. La conclusión es clara: “Cuanto menos entra en juego su persona, más efectivo es el poder de Cristo (10.4; 12.9; 13.3)”. Las 21 22

Maurice Carrez, La segunda carta a los corintios. Estella, Verbo Divino, 1986 (Cuadernos bíblicos, 51), p. 55. Ibíd., p. 56. 14


palabras del v. 9 evidencian el énfasis y la preocupación pastoral de Pablo y su equipo (Timoteo, Tito): “Lo que nos alegra es que ustedes se encuentren fuertes, aunque nosotros parezcamos débiles; lo que pedimos es que se corrijan”. La prioridad es que la comunidad corrija su rumbo sobre criterios sólidos y consistentes, no sobre una falsa idea de la superioridad y la fortaleza. De ahí surgió el dilema que enfrentó Pablo, quien no quiso imponer ante ellos su autoridad apostólica, ligada a una comprensión determinada del poder de Dios, sin antes dejar bien claro que el fundamento de todo fue la debilidad elegida por el propio Dios en Cristo, dado que lo más relevante y urgente para la comunidad era su edificación: “Por eso les escribo en estos términos estando ausente, para que, cuando esté presente, no me vea obligado a proceder con dureza, utilizando un poder que el Señor me ha confiado para construir y no para derribar” (10). La conclusión se orienta en ese mismo sentido: al marcar los límites de su autoridad apostólica y pastoral, Pablo cumple el propósito divino (y profético) de no dejar a la comunidad a expensas de los debates y los conflictos en la lucha por el poder: “Dios se ha revelado “débil” en Cristo, y así es como ha mostrado su poder. Cristo aceptó mostrarse débil en la persona del apóstol. La debilidad apostólica no es ni distancia lejana, ni tolerancia culpable: deja que la autoridad de Cristo se muestre cuando es preciso. Pero Pablo, como Jeremías, sabe que para edificar y plantar hay que destruir y arruinar a veces; se le ha dado, a través de la debilidad, la autoridad del Señor, tanto para lo uno como para lo otro”.23

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Ídem. 15


Febrero “SI JEHOVÁ NO EDIFICA LA CASA…”: LA IGLESIA COMO PROYECTO DIVINO 1. LOS INDIVIDUOS FORTALECEN SU FE EN EL SEÑOR Te quiero, Señor, eres mi fuerza. El Señor es mi bastión, mi baluarte, el que me salva; mi Dios es la fortaleza en que me resguardo; es mi escudo, mi refugio y mi defensa. SALMO 18.2-3, La Palabra (Hispanoamérica)

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. Nunca deberíamos olvidar que los salmos son, simultáneamente, poesía y oración. Y que lo son en la misma medida, por lo que su capacidad de evocación de la fe depende profundamente de sus características literarias. Precisamente la fuerza con que los salmos evocan los sentimientos que provoca el recuerdo de la acción de Dios en la vida de los seres humanos es una de las razones por las que han impactado tanto la memoria de los lectores de todas las épocas. Al momento de buscar fortaleza para sostenerse en medio de las situaciones difíciles de la vida, los poetas, salmistas y cantores recurrieron a figuras tan socorridas, que seguimos usamos hasta la fecha. En el caso del salmo 18, la imagen que preside todo el texto es la ideas de “tener el agua hasta el cuello”, es decir, que la persona se siente abrumada por lo que le sucede y siente, literalmente, que se ahoga y es arrastrada por las aguas dominantes y avasalladoras. Este salmo tiene una indicación muy clara sobre el contexto que lo produjo y gracias al cual podemos ver de cuerpo entero a su probable autor: “De David, siervo del Señor, que dirigió al Señor las palabras de este cántico el día que el Señor lo salvó de todos sus enemigos y de Saúl”. Seguramente retocado y con agregados que se sumaron con el paso del tiempo, el núcleo del poema expresa con singular intensidad, fuerte lirismo y rica imaginación la manera en que el creyente recibe la ayuda de Dios para ser, casi literalmente, rescatado de las aguas que lo tenían sometido a una condición de tragedia personal e individual en la que nadie más que Él podría rescatarlo. El texto reproduce, casi íntegramente, el cántico de II Samuel 22, muy cerca del final del reinado de David. Si este ungido para ser rey requirió la ayuda divina, su mensaje es que cualquier fiel la recibirá también en condiciones similares. La imagen de Dios descendiendo desde las alturas para llegar hasta donde se encuentra el fiel atribulado es el centro poético y espiritual del salmo. La primera sección (vv. 2-4) es una afirmación de fe sobre la seguridad que produce confiar en el Señor. Es una “triple invocación de Dios, como fenómeno frecuente, y ocho títulos en serie”.24 La segunda recoge las sensaciones experimentadas por el creyente al encontrarse en una situación crítica, sin ningún asomo de exageración: “Me rodeaban las cadenas de la muerte, / me aterraban torrentes devastadores,/ me envolvían las redes del abismo,/ me acosaban trampas mortales” (vv. 5-6). “Los torrentes son una fuerza cósmica que brota de las profundidades de la tierra, no para fecundar, sino para devastar. La actividad de los cazadores está dicha en cuatro verbos que describen el movimiento y expresan el efecto que producen: me cercaban, me aterraban, me envolvían, me alcanzaban. No hay escapatoria, por el poder definitivo del enemigo y porque está cerrado el cerco”.25 La reacción inmediata ante ello es implorar la ayuda del Señor (v. 7a).

Luis Alonso Schökel y Cecilia Carniti, trad., introducciones y comentario. Los salmos. I. Salmos 1-72. Estella, Verbo Divino, 1992, p. 317. 25 Ibíd., p. 318. 24

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Y Él escucha el clamor angustiado “desde su santuario” (7b), por lo que procede actuar a su estilo, estruendosamente, porque la tierra tiembla y se sacude en el momento en que comienza a hacerlo, pues ante su poder se conmueven “los cimientos del mundo” (8). La indignación que lo invade es visible hasta en su aspecto físico (9). A continuación, procede a “inclinar los cielos” y a descender progresivamente (10a), “caminando sobre la niebla” y montándose en un querubín (11a) para emprender el vuelo y elevarse “sobre las alas del viento” (11b). Pone así en marcha una operación de salvamento en la que únicamente él es protagonista. Nadie más, pues él se ocupa personalmente del problema. El resto de las imágenes describe ese descenso majestuoso como parte de una “teofanía tempestuosa” que trastorna todas las fuerzas naturales: las tinieblas, los aguaceros, las nubes (vv. 12-13). Materialmente se trata de una gran tempestad. “El poeta se siente fascinado por la conexión de agua y fuego, elementos que de ordinario se oponen y aquí actúan unidos, hasta el punto de juntarse granizo y ascuas. También se detiene a observar el juego de oscuridad y esplendor intensificados mutuamente. El paso de uno a otro hace que lo visual cobre movimiento. El espectáculo recreado es de un movimiento agitado, a pesar de los paralelismos regulares. Espectáculo grandioso por los volúmenes que abarca y mueve”.26 Al “tronar desde el cielo”, el Altísimo hace oír su voz y dispara sus flechas para dispersar a los enemigos de su ungido (vv. 14-15). En ese momento: “Emergieron los lechos de las aguas,/ se mostraron los cimientos del mundo”, causa del por el estruendo y la ira de Dios (16). Es el momento cumbre de la narración poética, cuando el Señor levanta con su mano al fiel y lo saca de las “aguas turbulentas” (v. 17): “toda la acción espectacular se ordena a la liberación de un individuo”.27 A partir de ahí, el ascenso de la persona hacia las alturas de su Señor abre una sucesión de afirmaciones de fe y confianza (18-20). Y la relación con su buena conducta es expuesta ampliamente como la razón de semejante manifestación de la fuerza divina, basada en su amor, en su respuesta inmediata a la petición urgente (vv. 21-27). En el v. 28, el lenguaje asume la colectividad de un “pueblo humillado” que es objeto de la salvación de Dios, como parte de su proyecto de abatir a los altivos. Y nuevamente se retoma la expresión personal para afirmar la certeza de que, al contar con un apoyo tan grande e inmediato, cualquier seguidor del Señor podrá recibirlo (29-30). Eso le dará la confianza plena para afrontar toda suerte de desafíos y pruebas. Pero todo eso se basa en la comprensión de la palabra divina como un escudo para quienes confían en él (31). La reflexión que continúa insiste en la presencia de Dios como fuente de la fortaleza absoluta, “quien ciñe de fuerza” (33), otorga ligereza “de gacela” (¿para escapar de los peligros?) y mantenerse firmes en las alturas (34). Luchar resultará más fácil (35), pero su mano derecha será el sostén más seguro (36), además de que aportará valor, velocidad, fiereza y una victoria segura (37-43). En el ámbito político y social, el rey podrá salir adelante en medio de las disputas de su pueblo y con las demás naciones (44-46). Todo lo cual hará que estalle en exclamaciones de júbilo que subrayan la intervención divina (47), pues el Señor auxilió a su ungido y lo reivindicó ante todos (48-49). “Ensalzarlo entre los pueblos”, anunciar su nombre públicamente, es la respuesta esperada ante semejantes acciones salvíficas (50). El énfasis final, sobre las victorias reales, cierra el canto recordando con intensidad agradecida las promesas de Dios para la dinastía davídica (51). La transposición cristiana consiste en asumirse todos los creyentes como ungidos del Señor y merecedores de una respuesta parecida en medio de las experiencias complejas para obtener la fortaleza espiritual y moral que les permita a los hijos e hijas de Dios experimentarla continuamente, a pesar de la oposición que los rodee y que amenace con destruirlos.

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Ibíd., p. 319. Ibíd., p. 320. 17


2. LAS FAMILIAS ACUDEN A LA FUENTE DE LA FORTALEZA

El resto del pueblo, los sacerdotes, levitas, porteros, cantores, donados, y todos los que se separaron de las gentes del lugar para seguir la ley de Dios, junto con sus mujeres, hijos, hijas y todos los capacitados para entender, se adhirieron a sus parientes y a sus jefes comprometiéndose con solemne juramento a caminar en la ley de Dios que fue dada a través de Moisés, siervo de Dios, y que mandaba guardar y cumplir todos los mandamientos del Señor, nuestro Dios, sus ordenanzas y estatutos. NEHEMÍAS 10.28-29, La Palabra (Hispanoamérica)

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a etapa del regreso del resto de los judíos después del exilio representó la puesta en marcha de un enorme esfuerzo de reconstrucción en diversos frentes. Unos 42 mil repatriados volvieron a Jerusalén, acogiéndose al edicto promulgado por Ciro (538 a.C.), lo que planteó la necesidad de restablecer un mínimo de estabilidad. Nehemías, quien ejerció funciones de gobernador, llegó a Jerusalén alrededor del 445 a.C., con una misión de Artajerjes I: debía reconstruir las murallas de la ciudad (Neh 2). “Durante su primera estadía […] realiza esta tarea (12.27-43) y repuebla a Jerusalén con gente que procede de las ciudades de Judá. Durante este reinado, Esdras realizó su labor en la capital de Judá. Fue complementaria a la de Nehemías y posiblemente se cruzó con ella, en el segundo período de la acción de Nehemías en Jerusalén”.28 Aunque con acentos diferentes: uno encaminado a la reorganización administrativa (Nehemías) y el otro a la religiosa (Esdras), ambos se colocaron en el mismo horizonte, sobre todo en la segunda parte de la misión de Nehemías, que fue cuando tuvo mayores coincidencias con Esdras (Esd 9-10; Neh 13.4-31). En ese momento coincidieron en la propuesta moralizadora y de regreso a la Ley como vía central para la reconstrucción (Neh 13.23-31). No hay que olvidar que Esd-Neh son un solo libro. Enfrentar la devastación y remontarse de en medio de ella para comenzar a forjar una nueva historia era la gran exigencia: “El capítulo 5 expresa una crisis económica generalizada. Los grupos familiares ya no producían lo necesario para su reproducción. Más que fruto de la división de las herencias o del empeoramiento de la tierra, la vicisitud se debía a un profundo conflicto económico-social, en donde unos pocos presionaban para aprovecharse del trabajo de las mayorías”.29 El texto retrata muy bien la crisis social y humanitaria: “Hemos tenido que pedir préstamos a causa del tributo real sobre nuestros campos y viñas. Somos de la misma raza que nuestros otros compatriotas y nuestros hijos son como los suyos; sin embargo, tenemos que someterlos a servidumbre. Algunas de nuestras hijas se han convertido en esclavas y no hemos podido impedirlo porque nuestros campos y viñas son de otros” (5.4b-5). Ante ello, Nehemías intervino y solicitó acciones acordes con la fe en Yahvé (5.9-11), en una especie de “plan jubilar emergente”. Precisamente el trabajo con las familias entrañó uno de los mayores retos para estos nuevos líderes políticos y espirituales, puesto que al proyecto medo-persa no le interesaba ese segundo aspecto del retorno de los emigrados sino su plan de mantenimiento de la hegemonía. “Después de la vuelta del destierro se entremezclaron varios proyectos de organización social. Más que planes formalmente colocados como tales eran formas de analizar la situación y, sobretodo, diversas posiciones acerca de lo que se debía hacer para

Neftalí Vélez Chaverra, “Reconstrucción e identidad. (La alternativa de Esdras)”, en RIBLA, núm. 9, 2001, pp. 30-31, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla. 29 Ibíd., p. 31. 28

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recomenzar el camino truncado por asirios y babilonios. El origen de estas alternativas era variado: sacerdotal, profético, popular”.30 A partir del cap. 8 se comenzó a instruir al pueblo en el contenido de la Ley y a recuperar el sentido original de las fiestas religiosas. En la primera parte del 10 se presenta la forma en que se renovó el pacto entre sectores para avanzar en la búsqueda por volver a aplicar las enseñanzas de la Ley. Fue un momento muy solemne en el que las familias representadas aceptaron “seguir la ley de Dios, junto con sus mujeres, hijos, hijas y todos los capacitados para entender” (28) y, además, “se adhirieron a sus parientes y a sus jefes comprometiéndose con solemne juramento a caminar en la ley de Dios que fue dada a través de Moisés, siervo de Dios, y que mandaba guardar y cumplir todos los mandamientos del Señor, nuestro Dios, sus ordenanzas y estatutos” (29). Sólo que el primer compromiso consistió en impedir el surgimiento de familias mestizas, como aquellas que se habían formado hasta ese momento (30). Incluso muchos ya no hablaban el mismo idioma (13.24). Reeducar familias: vaya exigencia tan urgente y compleja para la situación que enfrentaba el pueblo, puesto que el proyecto de Nehemías estaba subordinado al mantenimiento de la hegemonía persa y no proponía un destino independiente para el pueblo. Se trataba de ser una provincia estable del imperio lo más pacificada posible. A la escasez económica había que agregar la sumisión por un tiempo indeterminado. Muchas y vastas tareas ocuparían a estas familias en el marco más amplio de una reconstrucción nacional: reedificar las murallas de la ciudad, el templo de Yahvé, pero, sobre todo, la reconstitución de ellas mismas como portadoras de una esperanza que materialmente se achicaba y se reducía a establecerse como buenos súbditos del imperio persa. Afianzar a las comunidades básicas del pueblo, las familias, fue una tarea que implicó una ardua labor de convencimiento para que las “cabezas de familia” hicieran suya esa misma labor con cada integrante. El compromiso comunitario del cap. 10 fue también económico y en especie (vv. 31-34) para el sostenimiento del culto y, en relación con el trabajo agrícola, basado en la entrega de primicias de las cosechas y de los primogénitos (vv. 35-36). Finalmente, ese compromiso incluyó el restablecimiento de la institución del diezmo (37-39a) para normalizar el culto en el templo. El fortalecimiento de los lazos espirituales con la tierra, la ciudad y con la tradición ancestral fue parte del gran esfuerzo por reconstruir la fe de las familias que, acechadas por los proyectos imperiales, por una parte, y por su urgente necesidad de mantener la vida cotidiana, recibieron por parte de los líderes morales y espirituales del pueblo el desafío para encontrar en la ley antigua de Dios la base más profunda para su reconstrucción en todos los aspectos. La afirmación con que concluye esta sección es un auténtico manifiesto y una consigna: “¡No desatenderemos el Templo de nuestro Dios!” (39b). La fuente de la fortaleza familiar y colectiva no podía ser otra que la ley antigua, la cual debía ser leída, comentada e interpretada, en un ambiente de profunda ignorancia, para así lograr que penetrase en la conciencia popular, pero el desafío seguía siendo inmenso, igual que en la actualidad: “Esdras y los levitas no solamente leen la ley, sino que también la explican. No todos los que escuchaban comprendían, puesto que era una población compuesta por los que habían vivido en Jerusalén antes del destierro y todo los que habían nacido fuera de Judá. No toda la población había tenido acceso a enseñanzas sobre la ley”.31 De modo que el desafío sigue vigente para nosotros hoy.

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Ibíd., p. 33. Renata Furst, Rut, Esdras, Nehemías y Ester. Minneapolis, Augsburg Fortress, 2009, p. 83. 19


3. SOMOS FORTALECIDOS EN COMUNIDAD

El Señor es el baluarte de su pueblo, la fortaleza que salva a su ungido. Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad, sé su pastor y guíalos por siempre. SALMO 28.8-9, La Palabra (Hispanoamérica)

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n la historia del antiguo Israel siempre surgieron circunstancias en medio de las cuales el pueblo requirió experimentar la fortaleza que solamente le proporcionaba su fe en Yahvé. Muchas de esas experiencias están reflejadas en los salmos, en este caso el 28, es una súplica en la que la voz individual y colectiva se funden ante el acecho de los adversarios. El lenguaje reitera la confianza de ser escuchados por el señor, quien inevitablemente se mostrará como una ayuda continua para las necesidades de su pueblo. Ciertamente es difícil identificar una situación concreta en la experiencia descrita, pero eso no le resta impulso a la expresión con que el salmo describe la manera en que la comunidad recibe el apoyo irrestricto de su Dios. “En esta literatura la comunidad de fe ha oído, y continúa oyendo, el lenguaje soberano de Dios que se encuentra con la comunidad en sus profundidades de necesidad y en sus alturas de celebración. Los Salmos ponen toda nuestra vida bajo el gobierno de Dios, donde todo puede ser sometido al Dios del evangelio”.32 La primera parte es un clamor que insiste en ser escuchado, en no ser ignorado por su Creador, a quien le debe la vida y cuyo silencio sería como una afirmación de la muerte: “Señor, a ti te llamo;/ no me ignores, fortaleza mía,/ que si tú no me hablas/ seré como los muertos” (v. 1). El creyente alza la voz, literalmente, para invocar incluso en el santuario adonde se encuentra buscando la presencia de su Dios “Escucha mi grito de súplica/ cuando te invoco,/ cuando alzo mis manos/ hacia tu santuario” (v. 2). “El hombre puede despreocuparse; pero también puede sentir opresivamente el silencio de Dios. Sentirlo como carencia, como vacío, es ya relacionarse con Dios, o sea, tenerlo dentro; psicológicamente, escuchar el silencio puede ser una experiencia profunda. Así sucede que la ‘llamada y grito’ del orante rompen y atraviesan ese silencio insoportable”.33 Toparse con el silencio divino es una de las grandes puertas posibles para acceder a su contacto, a la posibilidad de escuchar su voz intempestivamente. Aquí, la supuesta inactividad de Dios conduciría al ser humano inevitablemente a la muerte: “La intervención de Dios es en este momento cuestión de vida o muerte: si se desentiende o ~e retrae, deja campo libre a las fuerzas de la destrucción, a esa fatal fuerza de gravedad que hace ‘bajar’ al hombre a la ‘fosa’”.34 Inmediatamente después el salmo deriva hacia la realidad del mal, de los enemigos que, si el Señor no responde, aprovecharán la oportunidad para “hacerse cargo de la situación”. Son personas violentas, de doble cara, por lo que convivir con ellas es un riesgo permanente: “No me arrojes con los malvados/ ni con los que Walter Brueggemann, El mensaje del libro de los Salmos. Un comentario teológico México, Universidad Iberoamericana, 1998, p. 17. 33 Luis Alonso Schökel y Cecilia Carniti, trad., introducciones y comentario. Los salmos. I. Salmos 1-72. Estella, Verbo Divino, 1992, p. 443. Cf. el poema “Hombre en la sinagoga”, de Santiago Kovadloff, judío argentino: “Un día estalló el último espejo/ y mi vida fue un peso sin forma/ y aquí volví en busca de Dios./ Dios calló como siempre/ y entonces descubrí la sinagoga:/ sus sólidas paredes,/ el gratísimo silencio./ la fresca paz de este recinto en el verano./ y ya no me fui más./ Afuera la inclemencia empuja a la fe/ y la fe al vacío.// Aquí dentro la ausencia de Dios importa poco” (La sombra oscilante. México, UNAM, 1988, Material de lectura, Poesía moderna, 138, p. 22). 34 Ídem. 32

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hacen el mal:/ hablan de paz con sus amigos, / pero en su corazón hay violencia” (v. 3). Ellos encarnan el mal y su actitud contrasta con la de quien habla: “Mientras toda la actividad del orante consiste en gritar y alzar los brazos, los malvados despliegan toda su actividad prescindiendo de Dios. Mentalmente ellos reducen al Señor al silencio o a la inacción”.35 Los que hacen el mal no descansan y, en su opinión, sus acciones son muestra de que Dios no reacciona ni observa lo que sucede. Pero el salmista piensa lo contrario y contrataca para suplicar que la intervención divina revierta los sucesos: “…trátalos según sus acciones/ y la maldad de sus actos;/ trátalos de acuerdo con sus obras, / ¡dales tú su merecido!”. No reconocer las acciones justas y benéficas del Señor es razón suficiente para que Él los derribe y no se puedan levantar (v. 5), pues haciendo eso manifestará que hace suya la causa de quien ora y clama. Por ello la parte final del salmo es una exclamación de reconocimiento por las formas en que Dios responde (v. 6). Del corazón brota la expresión máxima de gratitud y la celebración de quién es Dios para el creyente que antes estuvo tan afligido: “El Señor es mi fortaleza y mi escudo, / en él mi corazón confía” (7a). El Señor le ha de vuelto la alegría con lo que ha hecho a su favor: “Me ha socorrido y estoy alegre, / con mis cantos le doy gracias” 7b). El nivel comunitario reaparece y funciona como una comprobación de la manera en que Dios actúa para beneficiar a su pueblo: “El Señor es el baluarte de su pueblo, / la fortaleza que salva a su ungido” (8). La fortaleza viene del Dios que continuamente dará la cara por la comunidad, incluso en medio de los peores ambientes. La historia del pueblo es una demostración permanente de eso y varios salmos más lo corroboran. Siendo su posesión o territorio propio, el pueblo puede esperar siempre la ayuda de su pastor divino, pues no permitirá que sea ofendido o maltratado por nadie. El Señor garantiza la salvación de su pueblo y la conducción de sus caminos: “Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad, / sé su pastor y guíalos por siempre” (9). De ahí que las palabras de Brueggemann resuenen proféticamente al evaluar el sentido de la repetición de los salmos y su importancia para la espiritualidad cristiana, individual y colectiva:

Los salmos insisten regularmente en la equidad, fuerza y libertad suficientes para vivir humanamente la propia vida. Los salmos no pueden sacarse de ese contexto de preocupaciones comunitarias. Cuando repetimos estos salmos, en comunidad o en privado, estamos rodeados de una nube de testigos que cuentan con nuestras oraciones. Esos testigos incluyen ante todo a los judíos que gritaron contra el faraón y otros opresores. Pero la nube de testigos incluye a todos los que esperan la justicia y la liberación. Esto no nos aparta de la convicción de que Dios es un Espíritu poderoso. Eso no reduce los salmos a documentos políticos. Insiste más bien en que nuestra espiritualidad debe responder al Dios presente donde las cuestiones de justicia y orden, transformación y equilibrio son de suma importancia. No nos atrevemos a ser positivistas sobre nuestra espiritualidad como si viviéramos en un mundo en el que todos los temas están estructurados. La espiritualidad de los salmos supone que el mundo es cuestionado en esta conversación con Dios. Eso permite y requiere que nuestra conversación con Dios sea vigorosa, cándida y atrevida. Dios asume papeles diferentes en estas conversaciones. A veces Dios es el garante del equilibrio antiguo. Otras veces Dios es un precursor de la nueva justicia que debe establecerse. A veces también Dios está en desorientación, siendo soberano en modos que no nos llaman la atención como adecuados. Podríamos suspirar por un Dios lejos de tal dinámica, por una espiritualidad no tan inclinada al conflicto.36

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Ibíd., p. 444. W. Brueggemann, op. cit., p. 265. Énfasis agregado. 21


Marzo “AMPLÍA EL ESPACIO DE TU TIENDA…”: CRECER COMO IGLESIA EN TODOS LOS SENTIDOS 1. “ÉL MISMO… LOS PERFECCIONARÁ, AFIRMARÁ, FORTALECERÁ Y ESTABLECERÁ” Y Dios, fuente de todo bien, que los ha llamado a ustedes a compartir con Cristo su gloria eterna, después de estos breves padecimientos, los restablecerá, los confirmará, los fortalecerá [sthenósei] y los colocará sobre una base inconmovible. I PEDRO 5.10, La Palabra (Hispanoamérica)

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as comunidades que se establecieron alrededor de la figura apostólica de Pedro están bien ubicadas en el comienzo mismo de la primera carta que lleva su nombre: el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, todo ello en Asia menor, la actual Turquía, cuna y centro de culto a los emperadores romanos (un documento cuyo contenido es corroborado, en parte, por la Carta de Plinio el Joven a Trajano). “En estos territorios convivían, no siempre en buenos términos, distintos pueblos. Por un lado, estaban las culturas originarias, grupos nativos que conformaban mayormente los sectores rurales. Sus costumbres particulares nos son poco conocidas y su lengua se ha perdido”.37 Algunas de estas regiones son mencionadas en la lista de lugares de origen de los peregrinos de la diáspora que escucharon la predicación del primer Pentecostés en el libro de los Hechos (2.9). Al parecer, “los receptores de esta carta son personas que, a los efectos sociales y jurídicos, son residentes sin derechos de ciudadanía”,38 como lo prueba el término paroikoi (lo que está fuera del oikoi, “la casa”), usado en 1.17 y 2.11. Estamos, pues, ante comunidades de personas desarraigadas y sin derechos plenos para ejercer en el imperio de la época:

Su situación social los ubica entre los pobres, habitantes de segunda categoría. No son parte del demos, el pueblo institucionalmente organizado, sino que están fuera de los espacios de la decisión política. […] La designación también incluye a los pobres de las zonas rurales (mayormente nativos ajenos a la cultura griega) que dependen de un enclave urbano. Por eso nunca pueden llegar a tener el prestigio social que da el origen, tan apreciado en la política y cultura romanas.39

Como se aprecia, su situación es peculiarmente compleja, pues al no tener derecho de ciudadanía, no participan de la religiosidad dominante y sufren la desconfianza de sus vecinos y el acoso del Estado, tal como se evidencia en varios lugares de la carta. Es como si fueran “exiliados en su propio lugar”.40 En el cap. 1 los lectores reciben la exhortación a vivir una vida nueva y santa (vv. 13-25); en el segundo, se les recuerda que forman parte del pueblo de Dios como piedras vivas (vv. 4-8) y que constituyen un sacerdocio real (vv. 9-10); en el tercero, se aplican los valores del Evangelio de Jesucristo a las realidades cotidianas (vv. 1-7), además de que se les exhorta a tener una conciencia limpia (vv. 8-22), y en el cuarto, son llamados a ser buenos administradores de la gracia de Dios (vv. 1-11) y a padecer dignamente como cristianos que son (vv. 12-19). El cap. 5 describe Néstor O. Míguez, “Cristianismos originarios: Galacia, El Ponto y Bitinia”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 29, p. 86, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2#26-38. 38 Ibíd., p. 87. 39 Ibíd., pp. 87-88. 40 Ibíd., p. 88. 37

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una comunidad dirigida por ancianos (presbyterous) y centrada en las casas-iglesia, propias de los primeros tiempos de la misión cristiana. A los líderes de la comunidad se les exhorta a “apacentar el rebaño” sin otro interés que el de cuidar del mismo (v. 2), puesto que el “mayor de todos los pastores” (v. 4) otorgará la corona de la gloria a quienes cumplan adecuadamente esa labor. La metáfora de la casa en construcción es la gran imagen de que se vale el apóstol en toda la carta para referirse al crecimiento y fortalecimiento del pueblo de Dios:

Por un lado, la metáfora de la casa ofrece el valor de un lugar de refugio, de un espacio protegido. Es una nueva construcción, afirmada sobre “la piedra que los edificadores han desechado y que ahora resulta ser elegida por Dios” (2.4). Justamente esta casa es espiritual y los creyentes son piedras vivas usadas en esta construcción. Es una construcción que ocurre en este tiempo y en este mundo. No es una casa atemporal en el cielo, sino una residencia en la cual actualmente son construidos, para suplir la falta de casa a la que los condena la condición social, política y ahora religiosa en la que se encuentran.41

En los siguientes versículos (5-11) se despliega una serie de exhortaciones dirigida ahora a los más jóvenes, a diferencia de los códigos domésticos estoicos, que sólo se dirigían a los padres de familia. El respeto hacia los mayores (5a) se proyecta hacia la sumisión a un poder superior que es el de Dios (6a). Lo que se busca es “crear un espacio adecuado para el testimonio de la nueva fe”. Pedro planteaba que los creyentes debían construir “comunidades de fe como una casa propia, hospitalaria y fraterna en donde puedan encontrar refugio y alivio quienes cargan con dolores y persecución (1.22-23; 3.8-12). Una casa donde se ponga fin a las prácticas violentas”,42 además de exhibir una conducta que evite la persecución y resistir las acechanzas del maligno en cualquiera de sus formas (8-9), tal como lo experimentan los demás hermanos dispersos por el mundo, lo que constituye una señal del comienzo del juicio. “Frente a esto hay que fortalecer el vínculo interno. No hay que atraer la represión con bravuconadas, pero si se da, hay que mantenerse firme y aceptar que la contraparte de este sufrimiento es la victoria que se mostrará en el Cristo. Entre tanto, a ningún poder humano podemos confiarnos, sino sólo al Creador fiel”. El v. 10 puntualiza de cuatro maneras la acción divina para sostener a estas comunidades marginales: la “fuente de todo bien”, quien llamó a los fieles “a compartir con Cristo su gloria eterna”, luego de “estos breves padecimientos”, a) los restablecerá (katartísei), b) los confirmará (steridsei), c) los fortalecerá (sthenósei) y d) los colocará sobre una base inconmovible (themeliósei). Esta acumulación abarca todos los aspectos que pueden esperarse de la intervención divina en la vida individual y comunitaria de la iglesia. Cada una representa el esfuerzo del Señor por consolidar la vida y misión de su pueblo en el mundo. “Se dice en primer lugar que Dios Padre restablecerá a sus hijos. La misma palabra griega se usa para hablar de la reparación de las redes estropeadas (Mt 4,21). […] Además, los confirmará de modo que no puedan ya vacilar y flaquear. Lo que ahora es todavía el quehacer de Pedro, a saber, el de ‘confirmar’ a los hermanos en la fe (Lc 22,32), lo asumirá entonces el Padre […] También los robustecerá. Les conferirá fuerza y vigor juvenil […] Y finalmente ‘hará inconmovible’ esta ‘casa espiritual’ formada de ‘piedras vivas’”.43 Por todo ello, “dar razón de la esperanza” (3.15) equivalía a declarar, como una sólida confesión de fe para el momento: Ibíd., p. 94. Ibíd., p. 95. 43 www.mercaba.org/FICHAS/BIBLIA/Pedro%201/PEDRO_05.htm. 41 42

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Nosotros somos un pueblo de sacerdotes, una nación escogida, rescatada de la vana manera de vivir de la tradición patria, por el Cristo muerto por las autoridades judías y romanas y resucitado por Dios, al único al que le rendimos culto porque es el único al que reconocemos Señor, y que pronto vendrá para juzgar a todos según su justicia. Todos los demás son dioses falsos, y el Emperador un ser humano respetable porque tiene poder, pero no hemos de reconocerlo como deidad. Todas las dominaciones y potestades están sometidas a este Cristo.44

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Ibíd., p. 98. 24


2. FORTALEZA Y SANTIFICACIÓN EN EL CAMINO DE LA SALVACIÓN Que el Dios de paz los mantenga completamente dedicados a su servicio. Que los conserve sin pecado hasta que vuelva nuestro Señor Jesucristo, para que ni el espíritu ni el alma, ni el cuerpo de ustedes sean hallados culpables delante de Dios. Él los eligió para ser parte de su pueblo, y hará todo esto porque siempre cumple lo que promete. I TESALONICENSES 5.23-24, Traducción en Lenguaje Actual

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a continuidad en la vida de fe de quienes alguna vez se han incorporado a la iglesia es vista por la primera carta a los Tesalonicenses como un esfuerzo sostenido por parte del Salvador y Señor para sostener y fortalecerlos. Surgido ante la necesidad urgente de responder a exigencias muy puntuales que planteaba la comunidad, esta epístola alecciona a los seguidores de Jesucristo para que, al superar sus dudas, su existencia y su testimonio se coloquen en la línea de una historia de salvación que viene desde la antigüedad y, al mismo tiempo, se encaminen hacia un futuro pletórico de bendiciones. Es el arranque mismo de la tarea escritural paulina (y del Nuevo Testamento), en el verano del año 50, a lo que le siguió Gálatas (verano del 52), Corintios (otoño del 52 al verano del 54), Filipenses (53-54), Filemón (inicios del 54), Efesios (comienzos del 55) y Romanos (primavera del 55). “Un aspecto muy significativo […] es la viveza de la esperanza en la salvación definitiva, que iba a efectuarse muy pronto con la manifestación gloriosa del soberano mesiánico, entronizado ya en el ámbito celeste”.45 Así, la carta inicia con un planteamiento notable: la comunidad de Tesalónica (capital de la provincia romana de Macedonia, Hch 17.1) es presentada como un modelo o ejemplo para otros grupos cristianos del primer siglo (1.7), lo que la comprometía sobremanera para seguir como tal en medio de la problemática del momento. Lo segundo que se destaca en esta comunidad es su capacidad de recepción del mensaje cristiano por parte del apóstol Pablo y sus colaboradores (2.13), lo que los colocó en una situación complicada ante el resto de los habitantes de la ciudad (2.14). No obstante, se subraya el reconocimiento de que el trabajo misionero había sido un éxito entre ellos (2.20). Los propagadores del mensaje sentían genuino orgullo por su labor. La sección que va del 2.17 al 3.10 resume muy bien la relación entre ambas partes. Inmediatamente después se afirma que Timoteo, enviado del apóstol para “supervisar” a la iglesia ha enviado magníficas noticias sobre ellos a pesar de los sufrimientos experimentados (3.6-7). A continuación, se exhorta a los tesalonicenses a vivir “como a Dios le agrada” (4.1) y así establecer una base moral y ética que les permitiese superar las dificultades del ambiente en que se encuentran, hostil hacia su nueva condición espiritual y complejo en sus relaciones humanas. Para superar las exigencias del entorno deberían amarse mutuamente (la actitud típicamente cristiana) y trabajar intensamente (la ocupación del tiempo y de la mente), para así acallar cualquier rumor (4.10-12). Todo ello en el horizonte de la expectativa de la segunda venida del Señor (parusía), que aunque en apariencia se ha pospuesto, eso no debe restar ni un ápice la esperanza de los creyentes (a diferencia de los tesalonicenses no cristianos, que no tienen ninguna), algunos de los cuales ya se han reunido con él (4.15-18). La espera del regreso del Señor debería presidir con claridad todo lo que la iglesia hace porque representa el aliciente máximo que solidificaría aún más la esperanza en el testimonio de fe y de acción de la comunidad: “Pero nosotros no vivimos en la oscuridad, sino en la luz. Por eso debemos mantenernos alerta, y

Senén Vidal, El primer escrito cristiano. Texto bilingüe de 1 Tesalonicenses con introducción y comentario. Salamanca, Sígueme, 2006 (Biblioteca de estudios bíblicos, minor, 9), p. 17. 45

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confiar en Dios y amar a toda persona. ¡Nuestra confianza y nuestro amor nos pueden proteger del pecado como una armadura! Y si no dudamos nunca de nuestra salvación, esa seguridad nos protegerá como un casco” (5.8). Con todo esto como antecedente, el final de la carta se orienta a consolidar y fortalecer a la comunidad en el camino de la santificación propia del camino de la salvación en el que se halla inmerso cada miembro de la misma. De ahí que primeramente se ofrecen pautas para la vida eclesial: primero, un sano respeto hacia los liderazgos genuinos para vivir en paz unos con otros (5.12-13). En segundo lugar, la reprensión mutua hacia quienes asumen la “pasividad apocalíptica” como forma de vida con el pretexto de que el fin estaba cerca (14). En tercero, reforzar la capacidad de respuesta en amor de cada fiel al ser agredido o violentado por causa de su fe: la premisa absoluta era que debían “esforzarse por hacer el bien entre ustedes mismos y con todos los demás” (15). Y sobre todo, agregar a todo ello, como parte de la espera escatológica, actitudes y prácticas espirituales positivas: alegría constante en las celebraciones litúrgicas (16), oración incansable (17) y gratitud permanente (18). Ésas, subraya el apóstol, son las marcas de la fe cristiana auténtica (18b), además de una excelente comprensión de las acciones del Espíritu Santo en su vida (19), junto con una práctica responsable de los dones recibidos de él, especialmente el de la profecía (20). La recomendación inmediata es “poner todo a prueba” (discernimiento ético) para obtener lo mejor de ello (21) y así complementar los recursos recibidos de Dios para que la suma de todas estas percepciones les permitiera experimentar una completa dedicación al servicio que es lo que Dios quiere (23), idea con que da inicio la “invocación conclusiva” de la carta (muy similar a la de 3.11-13) y en la que la terminología bautismal afirma los deseos apostólicos para esta comunidad. Los elementos de la misma son esenciales para configurar el plan de salvación que debían experimentar esos creyentes: a) la presencia y cercanía del Dios del Shalom (bienestar humano pleno); b) la santificación íntegra (dedicación total al Señor) como superación efectiva del pecado como forma de vida (23b, en el mismo sentido que 4.3-8); c) que el ser completo sea irreprochable (23c); y d) una frase final que expresa dos aspectos fundamentales de dicho plan: la elección de que los tesalonicenses fueron objeto y, sobre todo, la garantía de que tal elección salvífica se cumplirá en todos sus aspectos: “¡Fiel es quien los llama! Él lo hará” (24). El espíritu de la exhortación con que culmina la carta consiste en plantear que la comunidad cristiana de Tesalónica debería mantenerse hasta la segunda venida del Señor, de ser posible, pero en el marco de un comportamiento comunitario acorde con las exigencias del Reino de Dios. La santificación es parte del proceso de amoldamiento al ideal de asumir la voluntad divina como el centro de la existencia transformadora del Evangelio, pues la comunidad mesiánica tenía que “mostrarse como tal en sus nuevas prácticas sociales, diferentes de las que configuraban el entramado social de su entorno […], [lo] que implica la transformación de la estructura social del mundo viejo y de sus prácticas”.46 Así serían fortalecidos para alcanzar la plenitud de la salvación tan esperada.

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Ibíd., p. 41. Énfasis original. 26


AMOR SUFRIENTE EN ACCIÓN: LA SALVACIÓN SEGÚN LA PRIMERA CARTA DE JUAN LA PALABRA SALVADORA EN EL MUNDO La mirada teológica supratemporal sobre el Logos divino

A semejanza del gran poema teológico de Juan 1.1-5, que afirma la preexistencia de Jesucristo como Palabra (Logos) de Dios, en continuidad, a su vez, con Proverbios 8.22-30 (mediante un ejercicio sublime de intertextualidad) en donde se destaca la presencia de la sabiduría (Sophia) como compañera y co-creadora con Dios, la primera Carta de Juan comienza su mensaje con un nuevo poema que retoma y relee esos antecedentes, en un grandioso ejercicio de reconstrucción de la presencia de esa Palabra de vida en el mundo que se corresponde con su también magnífico cierre (5.20). Su horizonte es cósmico e histórico, a la vez, su perspectiva es solemne e invita al reconocimiento del gran acontecimiento salvador:

Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante a la Palabra [logos] de vida 2 (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y les anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); 3 lo que hemos visto y oído, eso les anunciamos, para que también ustedes tengan comunión con nosotros; y nuestra comunión [koinonían] verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. 4 Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido. 1

Cada sección es un golpe de fe redentora, liberadora, genuinamente cristo-céntrica: el pasaje es abrumador, pero convincente, de altas dimensiones, pero aterriza en la realidad del mundo y de las comunidades: la Palabra salvadora, Palabra eterna, preexistente, anterior a todo lo creado, razón de ser de todas las cosas, Palabra de vida, el logos de Dios, vino a este mundo, se afianzó en la tierra, en la historia.

La fuerza del testimonio apostólico

Oír, ver, contemplar, palpar: verbos que transmiten epidérmica cercanía con la Palabra de vida. Estamos ante un “compendio de la historia de la salvación” que se despliega en ellos para mostrar la cercanía física y efectiva de la Palabra-de-vida-en-el-mundo mediante un recurso gramatical perfectamente pensado para ese propósito:

a) Comienza con la situación de la Vida antes de su manifestación, con verbos en imperfecto: “era desde el principio” y “estaba vuelta hacia el Padre” [1a]; b) luego los verbos en aoristo [pasado] que expresan el hecho histórico puntual de la manifestación y su constatación práctica: ver y tocar [1b]. c) Se continúa esta historia con los verbos en perfecto “escuchar” (dos veces) y “ver” (tres veces) [2-3], que expresan no solamente la constatación del hecho histórico sino también el efecto de la acción en el presente, esto es, la 27


capacitación para la realización del anuncio; y esta continuidad en el presente que completa la capacitación se expresa en la comunión con el Padre y con el Hijo. d) Finalmente desemboca en los verbos en presente indicativo, que desarrollan el proyecto de anuncio que se concreta en un proyecto escriturístico [4a], e) y los verbos en presente subjuntivo que expresan la respuesta esperada: tener comunión y alegría plena [4b].47

La manera en que se destaca la manifestación histórica y su percepción táctil (palpar, tocar) adelanta el énfasis que recibe la encarnación del Hijo de Dios en este documento. Sobre ello hay que recordar la advertencia de 5.21 (final de la Carta): era necesario cuidarse de los ídolos-imágenes, pues eran falsas presentaciones de un Cristo inmaterial, difuso, contra lo cual lucha denodadamente toda la literatura juanina. La aceptación de la encarnación de Jesús era el factor que definía la posibilidad de entablar relaciones de fraternidad con las comunidades ligadas a esa tradición doctrinal.

La respuesta de las comunidades ante semejante realidad de fe

“Así pues, el acontecimiento histórico de la revelación de la Palabra es a la vez memoria y anuncio. El texto no describirá el hecho histórico, sino que anunciará el mensaje a una situación nueva y reclamará una respuesta en la perspectiva del anuncio realizado”.48 Eso fortalecerá la unión de las comunidades, una unión que las dirige, nada menos, a mantener la cercanía con el Salvador y con el Padre. La Palabra de vida recibida y aplicada en la vida de los creyentes es el factor máximo para la realización de la koinonía cristiana (3b). Es preciso, además, que los seguidores/as de Jesús se alegren por ello (4b). El gozo es también uno de los temas predilectos del Cuarto Evangelio.

La entrada en Jerusalén en el recuerdo del “discípulo amado”

Una de los sucesos de los que fue testigo el llamado “discípulo amado” es precisamente cuando Jesús entra en la capital de la nación. Juan 12.12-19 da fe de lo sucedido y muestra su particular percepción: primero, al referirse a la reacción de los fariseos cuya reacción ante el acontecimiento es típicamente juanina (y universal): “No vamos a poder hacer nada. Miren, ¡el mundo se va tras él” (v. 19b), y después, apenas transcurridos los instantes culminantes de dicha entrada, a “unos griegos” (v. 20) que formaban parte del grupo que había ido “a adorar durante la fiesta”, y que querían “ver a Jesús”, como muestra de la apertura que la comunidad mostró, en la segunda etapa de su desarrollo (entre los años 50 y 70 d.C.), “en fidelidad radical a la memoria de Jesús”, con una actitud profética, muy crítica de la Ley y del Templo y, al mismo tiempo, con la integración de creyentes samaritanos y griegos.49 Lo que en los demás evangelios se situó en el marco de un anticipo visible del Reino de Dios, en esta tradición, además de ello, representó un paso adelante en la consolidación de un grupo de comunidades que asumieron su elección a partir del compromiso con el esfuerzo redentor de su Señor y Maestro quien, al entrar a Jerusalén, dio el más firme paso hacia adelante en el camino del amor sufriente en acción en la línea marcada por la conciencia que tuvo acerca de eso y de la cual da fiel testimonio ese evangelio: “En este momento estoy sufriendo mucho, y me encuentro confundido. Quisiera decirle a mi Padre que no me deje sufrir así. Pero no lo haré, porque yo vine al mundo precisamente para hacer lo que él me mandó. Más bien diré: ‘Padre, muéstrale al mundo tu poder’. Al momento, desde el cielo se oyó una voz que decía: ‘Ya he mostrado mi poder, y volveré a mostrarlo’” (12.27-28).

James Wheeler, “Amor que genera compromiso. Estudio de la estructura manifiesta de 1 Juan”, en RIBLA. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 17, p. 101, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla#14-25. 48 Ídem. 49 Pablo Richard, “Claves para una re-lectura histórica y liberadora (Cuarto Evangelio y Cartas)”, en RIBLA, núm. 17, p. 31. 47

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EL GESTO PROFÉTICO DE JESÚS Y LA ALABANZA INFANTIL La entrada a Jerusalén: gesto profético provocador Mateo 21.1-11 y Juan 12.12-19 narran el mismo suceso: la entrada de Jesús a Jerusalén, un episodio considerado como obligatorio en el ministerio redentor del Señor. Cada uno, a su manera, presenta el gesto profético de “asaltar” la urbe con la compañía, el apoyo y la manifestación de sus seguidores a su favor. La intensidad con que es descrito el entusiasmo provocado por su mesianismo se muestra en las expresiones de júbilo que alteraron el orden de la ciudad y pusieron en guardia a los adversarios de Jesús. Para Mateo, este suceso era un cumplimiento de las Escrituras (21.5) que cita al profeta Zacarías, mientras que para Juan representó, además de eso, la posibilidad de que “el mundo entero se fuera tras él” como subrayan los propios fariseos al final del relato (12.19b). No obstante sus diferencias, ambos destacan el impacto con que Jesús llegó a la ciudad para “recuperarla”, es decir, para encarnar la continuidad mesiánica con el rey David, una figura que estaba instalada en la memoria y en la conciencia del pueblo como modelo de gobierno justo. Y precisamente en eso estriba el núcleo del gesto profético: en subrayar que el verdadero gobernante del mundo había enviado a su representante al mundo para establecer su reinado, un ambiente de paz, justicia y equidad abierto para todos/as.

Alabanza infantil y Reino de Dios Mientras Juan insiste, posteriormente al suceso (12.20-27) en colocarlo como parte del “programa” de Jesús de afrontar el sufrimiento como ruta crítica para obtener la salvación de su pueblo, Mateo introduce el conflicto (que la tradición ha traslado al “lunes de autoridad”), también profético, de la expulsión de los vendedores del templo y la alabanza infantil de que es objeto, algo que incomodó profundamente a los sacerdotes que estaban de guardia (21.15), al grado de que le reclamaron a Jesús, quien respondió, citando una vez más las Escrituras: ““Los niños pequeños,/ los que aún son bebés,/ te cantarán alabanzas” (21.16b). Nuevamente, las diferencias entre ambos narradores saltan a la vista para fundamentar las dos realidades presentes en esos momentos que comenzaban a ser culminantes en el proyecto de salvación de Dios para su pueblo, pues, por un lado, reflejan el profundo compromiso de Jesús con la obra encomendada por el Padre, el cual debía llevar a cabo con la cuota de dolor y sufrimiento que las circunstancias obligaban. Por el otro, se subraya el simbolismo de la afirmación mesiánica por parte de los niños, uno de los sectores más acallados de la sociedad judía en general, que ahora concentraba en sus cantos y exclamaciones el sentir de una nación sometida. De ahí que vincular ambas perspectivas sea muy necesario al momento de recordar el trascendental suceso y el énfasis político-espiritual que tuvo en la conciencia de los seguidores/as de Jesús, en la construcción histórica del plan comunitario de Dios a realizarse en el mundo. Mateo y Juan coinciden en afirmar que la presencia de Jesús en Jerusalén era un signo de contradicción para los poderosos, pero una fuente de enorme esperanza para el pueblo empobrecido y sin más aspiraciones que la sobrevivencia de cada día, gracias al sometimiento de que era objeto por parte del imperio romano y de sus líderes. Es por ello que celebrar la entrada de Jesús a Jerusalén debe resonarnos hoy también con ese significado e importancia.

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JESÚS BORRÓ NUESTROS PECADOS Jesús en manos de los poderes (Lc 22)

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a con Jesús en Jerusalén, los poderes político y religioso afilaron sus garras para asumir el control sobre su vida y no “alterar” la Fiesta de la Pascua, aunque para ellos resultase inevitable confrontarse con el clamor popular expresado en la llamada “entrada triunfal”: “Faltaban pocos días para que los judíos celebraran la fiesta de los panes sin levadura. A esta fiesta también se le llamaba Pascua. En esos días, los sacerdotes principales y los maestros de la Ley buscaban la manera de matar a Jesús en secreto, porque le tenían miedo a la gente.” (Lc 22.1-2). Pero al entusiasmo le seguiría el enfriamiento de la multitud hasta llegar al rechazo total. Incluso en su círculo más cercano creció el temor ante las pésimas expectativas que se avizoraban. Los prolijos relatos muestran la forma en que Jesús poco a poco se quedaría solo para enfrentar al aparato represor que lo llevaría al martirio. Lucas refiere cómo, dentro del grupo de discípulos, surgió la traición (22.3-5) para entregarlo a las autoridades. La cena fue más bien un paréntesis en el proceso de Jesús, quien lo tenía muy claro todo: “He deseado muchísimo comer con ustedes en esta Pascua, antes de que yo sufra y muera” (22.15). A continuación, hubo una discusión sobre quién sería el superior (24-30), e inmediatamente después, Jesús informó a Pedro que habían sido solicitados por el maligno para ser “zarandeados como trigo” (31). En ese diálogo se confirmó la pronta ruptura y deserción del grupo, aunque el Señor les advirtió sobre la manera en que sería considerado: un criminal digno de muerte (37). Su realismo debió ser elocuente, pero ellos demostraron su incomprensión al ofrecer un par de espadas como instrumentos para la imposible defensa de su causa (38), lo que a él no le agradó pues su renuncia a responder a la violencia con más violencia fue absoluta (49-51). Así llegó el “momento místico” extremo del Señor, su noche oscura, la soledad absoluta al orar en el Monte de los Olivos (39-46), en donde profundizó su diálogo con el Padre, al mismo tiempo que sus discípulos manifestaron su flaqueza y cansancio. Su humanidad estalló y le hizo decirle a Él lo más comprensible del momento: la posibilidad remota de evadir el sufrimiento y la crueldad (42), al grado de que recibió el apoyo de un ángel (43). El énfasis lucano característico expone a un Jesús en agonía, en una lucha espiritual intensísima, al grado de sudar gotas de sangre (44, aunque los manuscritos más antiguos no incluyen estos dos versículos), incluso antes de ser tocado por sus captores. La clave de la “tentación” fue, para él, la explicación de cómo interactuaban las fuerzas históricas violentas y asesinas con el propósito divino de redención. Jesús es una víctima inocente exigida por el sistema sacrificial para que las cosas marchasen como deberían, tal como lo dijo el sumo sacerdote Caifás: “¿No se dan cuenta? Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo, y no que sea destruida toda la nación” (Jn 11.50).

Caifás es el sacrificador por excelencia, el que hace morir unas víctimas para salvar a los vivos. Al recordárnoslo, Juan subraya que cualquier decisión verdadera en la cultura tiene un efecto sacrificial (decidere, lo repito, es degollar a la víctima) y por consiguiente se remonta a un efecto de chivo expiatorio no desvelado, a una representación persecutoria de tipo sagrado. […] Lo que se enuncia en la decisión del sumo pontífice es la revelación definitiva del sacrificio y de su origen. Se enuncia sin que lo sepan el que habla y los que le escuchan. No sólo Caifás y sus oyentes no saben lo que hacen, sino que no saben lo que dicen.50

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René Girard, “Que muera un hombre…”, en El chivo expiatorio. Barcelona, Anagrama, 1986 (Argumentos, 81), p. 152. 30


A partir de ese momento, la espiral violenta se desencadenó y fue irreversible: es aprehendido gracias a la señal de Judas (47-53), es negado por Pedro (54-62) y torturado (63-65), para finalmente ser llevado ante el concilio (66-71) y así consumar la farsa de juicio al que fue sometido.

El Hijo borra los pecados humanos (I Jn 3.1-10) Las cartas de Juan son, por así decirlo, un eco de muchas expresiones de Jesús en el Cuarto Evangelio. Acaso el cap. 17 sea el que mayores resonancias tiene, especialmente en la primera epístola, en donde se van desgranando las consecuencias de lo anunciado por el Señor en ese discurso extraordinario: la filiación divina de sus seguidores (3.1-2); la mímesis con su Salvador (2b) y la búsqueda de ser como él (3); el pecado es desobedecer la ley (4), pero se afirma tajantemente, mediante un filtro teológico que ha colocado a Jesucristo en el lugar más preciso de la historia de la salvación: “Como ustedes saben, Jesucristo vino al mundo para quitar [borrar] los pecados del mundo” (5a). Esa acción, “borrar”, “quitar”, “eliminar”, es radical y definitiva: “Jesús, venido para comunicar la vida, excluye de él y de los que creen en él la realidad del pecado. Quien pretendiera verle o conocerle, permaneciendo en el pecado, se hace ilusiones. Su contacto lleva a cabo en el creyente una purificación que recupera el ser de arriba abajo”.51 Aquel que es la vida y la luz instala definitivamente esas realidades en la vida de quienes reivindican su nombre. Por contraste, en el lenguaje paulino se afirma que Jesús “anuló el acta de los pecados que había en contra nuestra” (Col 2.14). La gran afirmación evangélica, condición sine qua non para garantizar la salvación, es la impecabilidad absoluta de Jesús (5b), quien al situarse ante la ley y ser el único que podía cumplirla en su totalidad, podría ser capaz de replantear su relación con la fe, en función de lo que hizo en la cruz. La amistad con Jesús, otro gran tema juanino (Jn 15.14-15) aparece con toda su fuerza (v. 6). Mantenerse unido a él es lo que posibilita la superación del pecado. Las sentencias son precisas: “El que peca, no conoce a Jesucristo ni lo entiende” (6b); “Todo el que obedece a Dios es tan justo como lo es Jesús” (7b); “Por esta razón vino el Hijo de Dios al mundo: para destruir todo lo que hace el diablo” (8b); “Ningún hijo de Dios sigue pecando, porque los hijos de Dios viven como Dios vive” (9a); “Podemos saber quién es hijo de Dios, y quién es hijo del diablo: los hijos del diablo son los que no quieren hacer lo bueno ni se aman unos a otros” (10). La novedad de vida, posibilitada por el esfuerzo de Jesús, se avistaba en su horizonte al momento de invitar a sus seguidores a la comunión y al compromiso para experimentar la nueva praxis de justicia y amor, realidades absolutas que se hallan en el centro mismo del Evangelio del Reino de Dios. En el contexto tan conflictivo que vivieron las comunidades juaninas, hacia dentro y hacia fuera, el recuerdo de esa noche aciaga se transfiguró en un gran anuncio de salvación plena para toda la humanidad.

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Jean Laplace, Discernimiento para tiempos de crisis. Madrid, Ediciones Encuentro, 2005, pp. 108-109. 31


JESÚS ANIQUILÓ EN LA CRUZ LA OBRA DEL DIABLO Para José Luis Aguilar, Nelly Arroyo y toda su familia El camino del Jesús histórico es camino a la cruz. En un primer nivel, por consiguiente, habrá que entender la cruz de Jesús como aquella realidad que, con toda lógica histórica, resulta de su actuación y de su pretensión de poder ofrecer la misericordia compasiva y la salvación de Dios. Cuando alguien se presenta con la autoridad y con el poder con los que se presentó Jesús, contradiciendo con su pretensión a todas las convenciones cualesquiera que fuesen, como lo hizo Jesús, necesariamente provoca un conflicto en el que finalmente será vencido. Jesús anuncia como su Padre a un Dios en el que sus coetáneos no pueden reconocer a su propio Dios.52 BÁRBARA ANDRADE (Alemania-México, 1934-2014)

El largo camino hacia la cruz: Juan 18-19.30

S

egún el relato juanino, los dirigentes religiosos judíos, en contubernio con los representantes del invasor romano, actuando como “propietarios” de la vida del profeta de Nazaret, a quien han secuestrado ilegalmente (18.1-11), lo llevaron primero delante de Anás, suegro del sumo sacerdote Caifás (18.12-14), el mismo que había anunciado la conveniencia de su muerte en vez de todo el pueblo, bajo la mirada soterrada y distante de dos de los discípulos más “aventajados”, Pedro y, muy posiblemente el propio Juan (18.15-18). El primero, tal como se le había anunciado, comenzó a negar a su maestro, mientras éste es interrogado por Anás (18.19-24), quien al recibir sus respuestas contundentes, lo envió atado a Caifás, con quien no tiene ningún encuentro, que hubiera resultado paradigmático. Pedro terminó sus negaciones (18.25-27) y Jesús es llevado ante Pilato (18.28), quien a su vez, se negó a juzgarlo e insistió en que, si se trataba de un asunto religioso, debían juzgarlo ellos (18.29-31a). Ante la expectativa de una condena a muerte inevitable, los dirigentes cedieron ese “derecho” a los romanos (31b), por lo que Pilato procedió a interrogar a Jesús de manera sumamente indolente (18.33-38) sin encontrar en él ningún delito. Ése fue el verdadero diálogo paradigmático, en el que Jesús respondió las cinco preguntas con un estilo críptico, pero consecuente: sin negar que es el “rey de los judíos” (título totalmente fuera de lugar para el momento, 18.33-34), afirmó la supremacía de su reino sobre los reinos de este mundo (18.36). Ante la insistencia sobre su carácter real, estableció claramente su visión en relación con la verdad que había traído a este mundo: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (18.37). En ese punto fue donde finalmente ganó la atención del gobernador romano,53 quien hizo la pregunta más valiosa, de tono filosófico: “¿Qué es la verdad?” (18.38), pero esta vez sin recibir respuesta, como si los lectores fueran obligados a recurrir a lo que el propio evangelio ha dicho al respecto varias páginas atrás (14.6). Sin encontrar delito alguno, según el concentrado relato que el evangelio apresura con cierta impaciencia, Pilato solicitó que escogieran entre Barrabás, el ladrón, y Jesús (38b-40), con la elección consabida y profundamente injusta. Entonces se radicaliza la situación cuando el representante de Roma ordenó azotarlo y los soldados acentuaron sus burlas (19.1-3). El poder político-militar se quita así la máscara y aplica el rigor de la violencia gratuita sobre el cuerpo inerme del profeta galileo, visto ya como enemigo público número uno: ha hecho de él una caricatura de rey y así lo presentó ofensivamente ante sus supuestos “súbditos” (19.1-5) con las clásicas palabras: “¡Aquí está el hombre!” (Ecce homo), además de que les exigió que ellos lo mataran. La B. Andrade, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerygmática. Salamanca, Secretariado Trinitario, 1999, p. 205. 53 Cf. M. Arrizabalaga, “¿Quién fue Poncio Pilato?”, en ABC, Madrid, 19 de abril de 2014, www.abc.es/sociedad/20140418/abci-quien-poncio-pilato-201404071415.html. 52

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reacción de los judíos fue despiadada al solicitar el martirio (19.6-7), pero lo más llamativo es la actitud de Pilato: tuvo “más miedo” (19.8). Al retornar para unas nuevas preguntas, la confrontación ideológico-teológica entre él y Jesús sube de tono y alcanza su clímax, pues al alarde de poder de que hizo gala el romano (19.9-10), Jesús vuelve a responder con el orgullo judío y la convicción mesiánica de que uno más grande que Pilato está detrás del escenario y de la situación “No tendrías ningún poder sobre mí, si Dios no te lo hubiera dado. El hombre que me entregó es más culpable de pecado que tú” (19.11). La suerte estaba echada definitivamente y ya nada detendría el asesinato a mansalva: con el poder religioso delegando en el “brazo secular” e imperialista su “derecho”, todo se precipitaría irremediablemente, y aunque Pilato trató de librarlo de la muerte, según insiste la narración (19.12), se vio orillado a entregarlo para la crucifixión después de un esfuerzo teatral que azuzó mayormente a la multitud de fanáticos (19.13-16). Dos aspectos destacan en el dramático momento: primero, el momento “litúrgico” del suceso (“Faltaba un día para la fiesta de la Pascua, y eran como las doce del día”, 14a, nuevo ejemplo de precisión juanina) y después, la confesión de lealtad y pertenencia al imperio por parte de los judíos, tal como los romanos deseaban escuchar: “No tenemos más rey que César” (15.b). De allí en adelante, lo que estaba por acontecer no es más que un añadido previsible en el relato al ser entregado para subirlo a la cruz (19.16). El viacrucis estuvo lleno de simbolismo y alusiones a la tradición: Jesús mismo carga la cruz (17a), el nombre del lugar (17b), la compañía de los otros crucificados (18b). El laconismo del evangelio es brutal: “Allí clavaron a Jesús en la cruz” (18a). Y el letrero ordenado por Pilato fue una información (20), una advertencia y una auténtica parodia para el judaísmo servil y sometido, de ahí la protesta de los dirigentes judíos (21-22). Cada momento seguía siendo simbólico e incluso las características y el destino de la ropa del crucificado principal fue un motivo para citar las Escrituras (23-24; Éx 28.32; Sal 22.18). La presencia de María, otras tres mujeres y el “discípulo amado” (25-27) dio pie para el encargo de que éste fue objeto en palabras del Señor. La salvedad teológica que introduce el texto explica que “Jesús sabía que ya había hecho todo lo que Dios le había ordenado. Por eso, y para que se cumpliera lo que dice la Biblia, dijo: ‘Tengo sed’” (28). Y agregó otra expresión luego de probar el vinagre ofrecido “compasivamente” para potenciar el sabor del momento: “Consumado es” (30), las tres únicas que aparecen en esta versión de la Pasión. Finalmente, otra prueba del laconismo juanino es el cierre del instante trágico: “Luego, inclinó su cabeza y murió” (30b). Ni siquiera en ese punto tan álgido y crucial, el Cuarto Evangelio olvida su clarividencia litúrgica al recordar el día que era y la ubicación cronológica en el marco de la fiesta (31a), por lo que los cuerpos no podían seguir allí, de modo que los meticulosos jefes judíos solicitaron que se les quebrasen las piernas a los tres hombres para que murieran más rápido y retirarlos del lugar (31b), lo que se cumplió al momento por manos romanas, inmundas (32), excepto a Jesús que ya había muerto (33), pero sin faltar el golpe de violencia de un soldado al atravesarlo con una lanza (34) e incluso allí, subraya el texto, se cumplió la Escritura (35-37; Ex 12.46, Zac 12.10). El narrador da fe, finalmente, de que todo es verdadero y “firma” su relato (37b).

Jesús deshizo las obras del diablo en la cruz (I Juan 3.8-16) Más allá de cualquier forma de pasividad que el relato evangélico presenta mediante el inconfundible recurso del realismo, pues al ser el cuerpo de Jesús “propiedad”, fácticamente, de sus secuestradores, torturadores y asesinos, la tradición juanina se remontó en el tiempo y al revisar con un fuerte sentido teológico y cristológico lo sucedido encontró que los hechos visibles escondieron una realidad que muy pocos percibieron. A la constatación de que el mal diabólico procede de una praxis persistente de pecado y desobediencia (3.8a: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio”) le sigue una de sus mayores 33


afirmaciones soteriológicas: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (3.8b). De manera similar a san Pablo, quien con los ojos de la fe advirtió que Jesús en la cruz evidenció y ridiculizó a todos los poderes humanos y terrenales (Col 2.15), I Juan 3 observa a Jesús realizando una acción trascendental en el marco del proceso encaminado a obtener la salvación mediante el sangriento sacrificio operado en la cruz, pero sin ni siquiera moverse, siendo objeto de maledicencia, abandono y un rechazo absoluto. A la negatividad de la muerte prematura instalada como su destino histórico, la visión superior de un Cristo triunfante por el sufrimiento auto-asumido permite al apóstol alcanzar la perspectiva divina de todo lo que hizo Jesús en las alturas infamantes de la cruz. Al anular las obras del máximo enemigo, aquel que estaba detrás de todos los opositores al Evangelio del Reino, el maestro, mesías y salvador consiguió instalar un nuevo principio de vida entre sus seguidores, hombres y mujeres sinceros que anhelaban participar del mismo y experimentarlo en todas las áreas de su vida presente con la certeza de haber sido incorporados a la eternidad divina, pletórica de gracia, paz, justicia y verdad. Ha escrito Carlos Osma: “Mientras Jesús se comportó como un predicador itinerante más o menos provocador en Galilea, su vida no corrió peligro, pero cuando se atrevió a enfrentarse en Jerusalén con los poderes de su tiempo, el religioso y el político, acabó muriendo como muchas otras personas incómodas han acabado a lo largo de la historia. Los discursos liberadores tienen el recorrido que tienen, y son eliminados cuando el poder los considera demasiado peligrosos para su supervivencia”.54 Pero como Jesús dio el “salto de calidad” al abandonar radicalmente su espacio de seguridad, hizo que su sangre tuviera un precio pagado por quienes convencieron a uno de sus discípulos de entregarlo, pero que más tarde al devolverse compraría un “campo de sangre” (o Hacéldama, Hch 1.18-19). La violencia sacrificial aplicada sistemáticamente contra el cuerpo, la physis de Jesús, representó una etapa crucial en la ruta de la superación de todas las violencias humanas en la historia. Su forma, sentido y proyección nos ilumina hoy para acceder a una nueva conciencia de lo que significa en este tiempo persistir en la necesidad de nuevos e inútiles sacrificios en nombre de falsas divinidades, pues tal como ha escrito y predicado Raniero Cantalamessa: …el sacrificio de Cristo contiene un mensaje formidable para el mundo de hoy. Grita al mundo que la violencia es un residuo arcaico, una regresión a estadios primitivos y superados de la historia humana y —si se trata de creyentes— de un enorme retraso culpable y escandaloso en la toma de conciencia del salto de calidad realizado por Cristo. Recuerda también que la violencia es perdedora. En casi todos los mitos antiguos la víctima es el vencido y el verdugo el vencedor. Jesús cambió el signo de la victoria. Ha inaugurado un nuevo tipo de victoria que no consiste en hacer víctimas sino en hacerse víctima. Victor quia victima, vencedor porque víctima, así define Agustín al Jesús de la cruz (Confesiones 10, 43). El valor moderno de la defensa de las víctimas, de los débiles y de la vida amenazada nació sobre el terreno del cristianismo, es un fruto tardío de la revolución llevada a cabo por Cristo. Tenemos la prueba contraria. Apenas se abandona (como hizo Nietzsche) la visión cristiana para devolver a la vida la pagana, se pierde esta conquista y se vuelve a “exaltar al fuerte, al poderoso, hasta su punto más excelso, el superhombre”, y se define a la cristiana “una moral de esclavos”, fruto del resentimiento impotente de los débiles contra los fuertes. 55

O en las palabras de René Girard, quien trabajó el texto de Juan 11.50 en una clave antropológica sumamente iluminadora para estos fines a fin de demostrar la postura evangélica ante la imposición de la violencia sacrificial como única opción:

C. Osma, “Vía crucis en directo”, en ALC Noticias, 22 de marzo de 2016, http://alc-noticias.net/es/2016/03/22/via-crucis-endirecto/ 55 R. Cantalamessa, Homilía de Viernes Santo, 2 de abril de 2010, www.vatican.va/liturgical_year/holyweek/2010/documents/holy-week_homily-fr-cantalamessa_20100402_sp.html. 54

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Lo esencial de la revelación bajo el punto de vista antropológico es la crisis de cualquier representación persecutoria provocada por ella. En la propia Pasión no hay nada de excepcional desde la perspectiva de la persecución. No hay nada de excepcional en la coalición de todos los poderes de este mundo. Esta misma coalición se halla en el origen de todos los mitos. Lo asombroso es que los Evangelios subrayen su unanimidad no para inclinarse delante de ella, para someterse a su veredicto, como harían los textos mitológicos, todos los textos políticos, e incluso los textos filosóficos, sino para denunciarla como un error absoluto, la no-verdad por excelencia.56

Y agrega, mediante un sondeo más específico fruto de la revisión de diversos textos bíblicos:

Cierto que la expresión chivo expiatorio no aparece ahí, pero los Evangelios tienen otra que la sustituye ventajosamente, y es la de Cordero de Dios. Al igual que chivo expiatorio, explica la sustitución de una víctima por todas las demás, pero reemplazando las connotaciones repugnantes y malolientes del macho cabrío por las del cordero, enteramente positivas, que expresan mejor la inocencia de esta víctima, la injusticia de su condena, la falta de causa del aborrecimiento de que es objeto. Así que todo queda perfectamente explícito. Jesús es constantemente comparado, y se compara él mismo, con todos los chivos expiatorios del Antiguo Testamento, con todos los profetas asesinados o perseguidos por sus comunidades, Abel, José, Moisés, el Servidor de Jehová, etc. 57

Pero I Juan 3 canaliza los logros de esa muerte en el perfil propositivo de vidas nuevas, nacidas de Dios (v. 9) que les permitirán tratar de otro modo con el pecado, “porque la semilla de Dios” está en ellos y fructificará para diferenciarlos de “los hijos del diablo” mediante una praxis de justicia (v. 10) donde el primado del amor es la gran realidad (11). La violencia fratricida (12: Caín y Abel) es excluida totalmente y llevada al plano de lo arcaico, aunque lamentablemente, no nos abandona aún. El mundo seguirá rechazando y renegando de esta vía (13), pero la superación de la muerte es una gran verdad en Cristo al experimentar auténticamente el amor por lo demás (14): seguir siendo incapaces de amar es estar muertos en vida. El homicidio virtual del que habló el Señor en el Sermón del Monte reaparece aquí en la clave juanina firmemente colocada como criterio para evaluar la presencia de la vida eterna (15) porque el mayor acto de amor reconocido fue el que Jesucristo llevó a cabo al anunciar que nadie le quitaría la vida externamente (Jn 10.18), a contracorriente de todo lo sucedido históricamente y, sobre todo, como rememora bien el texto, al poner su vida por nosotros, los beneficiarios conscientes de esa entrega absoluta, modelo para todas las demás entregas de vida que deben realizarse en este mundo (16), no en la forma de sacrificios cruentos y ni siquiera simbólicos, pues Dios ya no demanda la sangre ni la muerte de nadie, sino al contrario esa entrega continua es un acto de vida, y de vida plena (Jn 10.10).

56 57

René Girard, “Que muera un hombre…”, en El chivo expiatorio. Barcelona, Anagrama, 1986 (Argumentos, 81), p. 153. Ibíd., p. 156. 35


Abril “EL SEÑOR FORTALECE A LOS QUE LE SON FIELES”: DIOS REAFIRMA SU FIDELIDAD 1. “EL SEÑOR FORTALECE A QUIENES LE SON FIELES” (II Crónicas 16.1-10) Nuestro Dios vigila todo el mundo, y siempre está dispuesto a ayudar a quienes lo obedecen y confían en él II CRÓNICAS 16.9a

Un pueblo dividido por la guerra civil Lo primero que salta a la vista es que, debido a la división del reino de Israel, aconteció una guerra fratricida narrada con dolor por los cronistas que no podían esconder tan fácilmente su predilección por Judá, el reino del sur debido a la venerada figura de David. La perspectiva de los libros de las Crónicas “constituye una reflexión teológica sobre la historia de Israel, entre su primera instalación (las genealogías) y la vuelta del destierro (el edicto de Ciro). La historia se convierte en pretexto para reflexionar en torno a las figuras modelos y contramodelos. En el centro, el modelo David-Salomón, repetido en el modelo Ezequías-Josías, es la figura típica de un Israel fiel en torno a la institución del templo y de su culto. En oposición, las figuras de Saúl, Roboam o Ajaz son contra-modelos, infieles tanto a las instituciones cultuales como a su pueblo, lo cual se traduce por la muerte o el cisma”.58 Esta visión histórica y religiosa orientó decididamente la comprensión de la voluntad de Dios para el pueblo hacia un rumbo diferente al de los libros de Samuel y Reyes, pues con la desaparición de las dos monarquías los elementos de análisis del pasado cambiaron y todo se centró en la experiencia litúrgica, sobre todo al destacar la construcción del templo por parte de Salomón y disminuir la importancia de la historia del éxodo. El proceso ideológico y religioso fue muy claro: “El criterio de juicio es ante todo teologal: se trata de la relación con el Dios de Israel vivida en el culto. Detrás de la figura de David se perfila otra gran figura, la de Moisés; del mismo modo Josué constituye el modelo de Salomón. La entrada en la tierra prometida (modelo del éxodo) y la erección del templo (modelo davídico) se convierten en los dos grandes paradigmas de la fidelidad de Israel, al volver del destierro”.59 Es importante resaltar, para la adecuada interpretación de cada caso expuesto en el libro, debe revisarse la coyuntura específica. En II Crónicas 14-15, el texto presenta con una amplia simpatía la labor de Asá, rey de Judá, a quien se atribuye una serie de reformas contrarias a la idolatría (15.3-5), signo de la búsqueda de Yahvé, un proyecto que rebasó el reino del Sur y abarcó a todo Israel (15.9) y que fue posible gracias a un periodo de paz de 10 años (14.1-2). El logro mayor fue un pacto de fidelidad a Dios (15.12-15). Pero en el cap. 16, para reaccionar a los ataques de Baasá, rey de Israel, Asá hizo un pacto con el rey de Siria, en el que comprometió los tesoros del templo y del palacio (16.2-3), lo que fue visto como una falta de confianza en el apoyo de Yahvé para sus empresas militares: el profeta Hananí lo reprendió duramente (16.7-9).

Sólo siendo fieles a Dios se puede obtener fortaleza Es allí donde aparece la conexión con lo que expresa la primera parte del planteamiento profético de Hananí con lo que empieza una valoración negativa de la actuación real. Esta segunda intervención profética es la antítesis

58 59

Philippe Abadie, El libro de las Crónicas. Estella, Verbo Divino, 1995 (Cuadernos bíblicos, 85), p. 9. Ibíd., p. 10. 36


de la primera, la de Azarías (15.1-7): mientras que allá se estimuló su labor reformadora, aquí se reprocha al rey “haber confiado en el rey de Siria y no en el Señor” (16.7). Ambos son “sermones levíticos” que incluyen tres aspectos: a) doctrina (buscar o confiar en Yahvé, 15.2 y 16.7); b) aplicación histórica (15.3-6: “Si ustedes le son fieles, él estará siempre con ustedes; cuando lo necesiten, podrán encontrarlo; pero si ustedes lo abandonan, él también los abandonará”; 16.8: “Acuérdate de que, gracias a tu confianza en Dios, pudiste derrotar a los etíopes y a los libios, a pesar de que ellos tenían un ejército mucho más poderoso que el tuyo”.); y c) exhortación (15.7; 16.9).60 Al pacto con Yahvé (15.11), se opone la alianza contraída con Benadad, soberano extranjero (16.3). El reproche profético tiene una justificación histórica, pues sin llegar al extremo de acusar al rey de alta traición, la acción de entregar al rey sirio los tesoros nacionales puso en entredicho no solamente su fe sino su capacidad de negociación con el propósito de llevar adelante sus intereses políticos del momento. Eso es lo cuestionable en la decisión evidenciada por el profeta, puesto que lo que estaba en juego era demostrar al pueblo el grado de confianza que se tenía en Yahvé, lo cual salió bastante lastimado. La fidelidad a Yahvé era algo definitivamente innegociable, por lo que la exhortación conduce a un anuncio terrible, luego de varios años de paz: “Sin embargo, ahora pusiste tu confianza en el rey de Siria y no en tu Dios; por eso, nunca podrás vencer al ejército sirio. Fuiste muy tonto, y ahora vivirás en guerra toda tu vida”. Las consecuencias de la infidelidad, en el esquema de la “teología de la retribución”, son prácticamente inmediatas, pues incluso en su vida personal el rey tampoco confiaba suficientemente en Yahvé (16.12). Lamentablemente, Asá no reaccionó adecuadamente y, por el contrario, la emprendió contra el mensajero al encarcelarlo y reprimir a otras personas más (16.10). Con ello, canceló la vía de la obediencia y allanó el camino hacia su fin (16.12-14). La enseñanza es clara: sólo la fidelidad al Señor podía obtener de Él apoyo y la fortaleza para alcanzar los propósitos suyos. De otra manera, la espiral de desobediencia y desconfianza tendría como consecuencia una desorientación vital para el rey y para su pueblo. Los múltiples casos presentados por las Crónicas, analizados por separado, manifiestan una y otra vez la necesidad de confiar efectivamente en el poder y en la intervención divina para conducir la vida según sus designios eternos.

60

Ibíd., p. 44. 37


2. LA FORTALEZA DE DIOS GUÍA NUESTRO CAMINO

Yo pongo en ti mi confianza, pues tú eres mi fortaleza. ¡Tú, Dios mío, eres mi protector! ¡Tú, Dios mío, me amas, y saldrás a mi encuentro! SALMO 59.9-10a

Un hombre perseguido por sus enemigos

“E

l orante del salmo es perseguido por enemigos. El arma peligrosa de esos adversarios es la espada de las palabras. Evidentemente, el salmista perseguido, que en los v. 4.5 encarece su inocencia, es calumniado y acusado falsamente de un delito que él no ha cometido”.61 La tradición dice que se trató de David al momento de ser perseguido por Saúl (I Sam 19.9-11). Por el voto de acción de gracias, en el v. 17, podemos saber que el salmista “en la mañana” quiere dar gracias a Yahvé y tocar instrumentos en su honor por la redención experimentada.62 Por tanto, ha buscado refugio en el santuario (v. 17) y aguarda durante una noche larga y decisiva la intervención de Dios “en la mañana” (cf. Sal 57.9). El contenido no hace referencia como tal a que el autor haya sido un rey (en contra de lo que piensa A. Bentzen). El salmo pudiera haberse compuesto en los tiempos anteriores al destierro. Guarda estrecha afinidad con las “oraciones de los acusados”. Pero habrá que declarar que toda posibilidad de redescubrir o reconstruir vestigios de la institución del juicio divino, queda obstaculizada por la exuberancia de enunciados acerca de los enemigos. Aquí reside sin duda alguna la problemática del salmo, que se extiende hasta su mismo contenido. La estructura del canto incluye una invocación a Yahvé (1-2), descripción de la angustia y encarecimiento de la propia inocencia (3-4a); apelación a la intervención judicial de Dios (4b-5), lamentación por las maquinaciones de los enemigos (6-7), expresiones de confianza (8-10), el orante desea vivamente recibir un veredicto (11-13); variante del v. 6 y ampliación de la descripción de la angustia (14-15), voto de acción de gracias (16), que en el v. 17 es referido al v. 10 con una expresión de confianza. En la primera parte, la súplica de salvación y protección, expresada en los vv. 2-3, hace referencia a la función del santuario de ofrecer asilo. En el santuario, el salmista oprimido y perseguido espera que Yahvé sea un bastión (v. 10.17) para él. Los enemigos son muchos y el ánimo del perseguido decae ante su beligerancia y agresividad: “Dios mío,/ ¡mira a esa gente cruel,/ que se ha puesto en mi contra!/ Aunque no he hecho nada malo,/ sólo esperan el momento de matarme;/ aunque no he hecho nada malo,/ se apresuran a atacarme” (vv. 34). La visión de los perseguidores es terrible en el momento de la angustia: “Cuando llega la noche,/ regresan gruñendo como perros/ y dan vueltas por la ciudad./ Hablan sólo por hablar,/ y hieren con sus palabras,/ creyendo que nadie los oye” (vv. 6-7).

Confianza en la fortaleza divina A partir de los vv. 4b-5 y en los vv. 8, 11 y 13, se despliega una imagen de Dios que le permite al hablante esperar en su respuesta, confiado en su acción sobre todo el cosmos y apelando a su respuesta inmediata 61 62

Hans-Joachim Kraus, Los salmos. I. Salmos 1-59. Salamanca, Sígueme, 1993 (Biblioteca de estudios bíblicos, ), p. 771. Idem. 38


mediante un lenguaje atrevido: “¡Despiértate ya!/ ¡Ven a ayudarme!/ ¡Mira cómo me encuentro!/ Tú eres el Dios del universo,/ ¡eres el Dios de Israel!/ ¡Despiértate ya!/ ¡Castiga a todas las naciones!/ ¡No les tengas lástima/ a esos malvados traidores!” (4b-5). No deja de aparecer el tono imprecatorio, propio de la exigencia de venganza y de justicia en contra de los enemigos. Lenguaje exigente y universalidad: una mezcla formidable en los labios del salmista. La apelación a Yahvé como juez es importante (5b-6) pues allí también se plantea la universalidad del Dios de Israel. Esta idea que destaca aquí (y también en 9b) no es específicamente de la época posterior al destierro, pues procede de la orientación amplia del santuario de Jerusalén. La descripción de los enemigos como perros salvajes es vívida y plástica pues describe una “actividad repulsiva, egoísta y odiosa”. “La variante del v. 14 tiene en el v. 15 una ampliación de la imagen: los perros salvajes buscan ansiosamente algo que devorar, y si no lo encuentran, se quedan toda la noche por las zonas pobladas de la ciudad”.63 En las expresiones de confianza, el salmista contempla cómo Yahvé se ríe y burla de los ataques de todas las naciones que se alzan contra él. “El marcado antropomorfismo que aparece en esta imagen ilustra intuitivamente el dominio de Yahvé sobre el universo y la reacción soberana de Dios”. El creyente confía en Yahvé para sobreponerse contra los “hombres fuertes” (4). Yahvé es para él un “refugio” y un “alcázar” (10). “Gracias a la compasión de Yahvé, el orante ha llegado finalmente a sentirse justificado y victorioso y a poder mirar de arriba abajo a sus enemigos”.64 En el v. 13 todas estas expresiones de confianza se traducen a un deseo, sumamente concreto, de juicio sobre sus enemigos. “Al enemigo no se le debe dar muerte en seguida. El final rápido de los adversarios podría olvidarse o no comprenderse bien en el sentido que tiene como signo de la justificación de la persona perseguida y calumniada. […] Si al enemigo se le ‘dispersa’ y se le humilla y luego se le aniquila por la cólera divina, entonces todo el mundo llegará a conocer que ha habido una intervención de Dios en favor de la justicia”. El resumen del salmo es útil para apreciar sus alcances: desde lo más profundo de la calumnia y la persecución, alguien acusado falsamente acude a Yahvé para pedir ayuda; sus enemigos intentan matarlo y alejarlo de Yahvé, la apelación pide a Dios que intervenga como un Dios viviente; la imagen de los adversarios es tenebrosa y abominable, pues representan poderes abismales, pero en lo más hondo de una persecución sin salida brota de nuevo la confianza en el poder de Yahvé, un poder superior al mundo y a todos los enemigos, porque Dios actúa como el juez de las naciones, refugio y fortaleza de quien lo busca sinceramente. Esa experiencia aconteció en diversas ocasiones en el antiguo Israel y representa la posibilidad efectiva de volver a gozar de la respuesta divina como parte de un plan mayor: “En el antiguo testamento la salvación de Dios es eficaz en la historia; con manifestaciones que tienen valor de signo, esa salvación hace su entrada en este mundo y pronuncia y ejecuta el veredicto justificador. […] No es un cruel deseo de venganza el que dicta las peticiones y demandas, sino el anhelo de que no pase inadvertido ni llegue a olvidarse en Israel […] el reinado de Dios que se hace patente en el juicio divino, sino que se conozca y se divulgue en el mundo entero”.65

Ibíd., p. 773. Ibíd., pp. 773-774. 65 Ibíd., p. 776. 63 64

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3. EL DESAFÍO PARA LA IGLESIA: SER FIEL Y CONFIAR EN LA FORTALEZA DIVINA

Yo, por mi parte, pondré mi confianza en Dios. Él es mi salvador, y sé que habrá de escucharme. MIQUEAS 7.7, TLA

L

a afirmación de la confianza en la fortaleza proveniente de Dios atraviesa la Biblia en todos sus matices, formas y manifestaciones. La certeza de que el Dios de la alianza acompañaba a su pueblo para dotarlo de fuerza se expresó de múltiples maneras para transmitir a las generaciones futuras esa confianza en medio de condiciones adversas y críticas. La variedad de expresiones se manifiesta en que cada creyente, al persistir en esa confianza, acude a las enseñanzas de un pasado cierto y preciso en el que Dios nunca ha dejado de sostener a su pueblo, a pesar de que los signos de los tiempos sean tan ominosos, como lo percibió tan intensamente Miqueas en el siglo VIII antes de Cristo, y señaló arduamente las características del momento. El profeta rural, defensor de los campesinos de Israel, mira a su alrededor y encuentra un ambiente viciado en todas las relaciones humanas. A partir de ello, hace un recuento minucioso y desencantado, pues su propia situación es complicada: “Yo, Miqueas, soy un miserable,/ y quisiera calmar mi apetito./ Ando en busca de uvas o higos,/ pero no encuentro nada que comer;/ ya todo lo han cosechado” (7-1). Casi un pepenador, el siervo de Yahvé vive en carne propia la miseria que golpea a buena parte del pueblo. El contexto es éticamente cuestionable, como en los tiempos de Abraham, la piedad brilla por su ausencia y cada cual planea dañar a los demás: “Ya no hay en este mundo/ gente buena y que ame a Dios;/ unos a otros se hacen daño./ Sólo esperan el momento/ de matarse unos a otros” (7.2). De los gobernantes e impartidores de justicia no se puede esperar gran cosa, pues también se han corrompido: “Los gobernantes y los jueces/ exigen dinero para favorecer a los ricos./ Los poderosos dicen lo que quieren/ y siempre actúan con falsedad./ ¡Son unos maestros para hacer lo malo! (7.3). La maldad y la hipocresía han llegado a grados extremos: “¡El más bueno y honrado de ellos/ es peor que una mata de espinos!” (7.4a). Pero en medio de todo, el profeta abriga una esperanza y vislumbra la salida puesto que Dios lo ha anunciado: “Pero ya está cerca el día/ en que Dios los castigará,/ tal como lo anunciaron los profetas./ ¡Ese día no sabrán qué hacer!” (7.4b). ¡El mundo que habita Miqueas está devastado por sus gobernantes! Ya antes lo había señalado sin medias tintas en 3.3: “Maltratan mucho a mi pueblo; se lo están comiendo vivo”: “El autor es pesimista, pero no tonto. Afirma que el caos social es provocado especialmente por los que tienen el dinero y el poder. Los únicos responsables que menciona expresamente son los oficiales reales (śar) y los jueces (šopet), acusándolos de codicia y corrupción. Junto a ellos, los poderosos (gadôl) muestran sus ambiciones”.66 Estas observaciones y quejas, como tales, no resuelven nada por sí solas, pero tampoco son expuestas para eso; funcionan, más bien, como parte del proyecto profético doble y permanente: denunciar la justicia, anunciar la esperanza y ofrecer alternativas de resistencia. Pero el dilema actual está claro: “Lo importante es pensar si, cuando nos lamentamos por el caos social (cosa que hacen tantos en nuestra época), seguimos el criterio de la nobleza egipcia o el de los profetas de Israel”.67 La advertencia inicial se centra en no confiar en las palabras interesadas de nadie, en desconfiar crítica y responsablemente de un discurso que persista en seguirlos engañando con falsas promesas, nunca ausentes de procesos similares: “Por eso, no confíen en nadie/ ni crean 66 67

José Luis Sicre, “Con los pobres de la tierra”. La justicia social en los profetas de Israel. Madrid, Cristiandad, 1984, p. 307. Ídem. 40


en lo que otros les digan” (7.5). Es un tiempo muy propicio para los falsos profetas que extravían al pueblo (3.5-7) y que resisten al verdadero mensajero divino que de cualquier manera se hace presente (3.8). Hasta deberían tener cuidado al hablar, pues incluso el ambiente familiar refleja la situación social tan crítica y urgente como parte de la descomposición a que se ha llegado: “Tengan cuidado de lo que hablan,/ porque los hijos y las hijas/ no respetan a sus padres,/ las nueras desprecian a sus suegras,/ y nuestros peores enemigos/ los tenemos en la familia./ ¡Por eso no confíen en nadie,/ ni en su propia esposa!” (7.5b-6).

El oráculo precedente dejó claro que no hay derecho ni justicia. Éste confirma que no hay lealtad entre los hombres. Y lo hace con profunda amargura, detectándolo en todos los niveles y extendiéndolo a todas las personas. Ya estamos acostumbrados a oír hablar de asesinatos, extorsiones, corrupción de la justicia, fraudes. Pero es la primera vez que nos dicen que la mentira llega a los reductor más íntimos, afectando a la misma familia. Y, por vez primera, nadie escapa a este veredicto (v. 2).68

Yahvé desea continuar con el pacto, pero desde nuevas bases:

Dios habla sin querer romper su relación con todo el pueblo. Detecta la infidelidad, pero desea que se supere. Por eso interroga, instruye, exhorta (6.1-8). Los oráculos siguientes pretenden convencer a los israelitas de la necesidad de volver a Dios y a la alianza, reflejando, como diría Jeremías, “que es duro y amargo abandonar al Señor, tu Dios” (Jr 2,19). Este aspecto se advierte sobre todo en 7.1-6: la deslealtad no merece un castigo futuro, porque ella misma supone el mayor castigo. Cuando el hombre advierte que no puede fiarse de su amigo, su esposa, su hijo, su familia, ha tocado fondo en su soledad y no puede esperar nada peor.69

Es ahí de donde surge la afirmación personal de confianza “Yo, por mi parte,/ pondré mi confianza en Dios./ Él es mi salvador,/ y sé que habrá de escucharme” (7.7). Si Yahvé reitera su disposición para recomponer las cosas (con la dura condición de que la explotación simbolizada por el templo de Jerusalén desparezca), se mantiene la certeza de que la fortaleza divina seguirá sosteniendo al pueblo. La oración con que concluye el libro (7.14-20), es un modelo de reconocimiento de las pasadas acciones divinas y una extraordinaria petición por que el presente y el futuro contengan nuevas intervenciones de Yahvé en la historia, pues la base de todo es su misericordia: “Dios nuestro,/ cuida de tu pueblo;/ cuida de este rebaño tuyo./ Aunque vivimos en tierras fértiles/ parecemos ovejas perdidas en el bosque./ Tú eres nuestro pastor,/ ven y ayúdanos/ como lo hiciste en otros tiempos. […] / No hay otro Dios como tú./ Somos pocos los que quedamos con vida./ Tú perdonas nuestra maldad/ y olvidas nuestro pecado./ Tan grande es tu amor por nosotros/ que tu enojo no dura para siempre./ ¡Vuelve a compadecerte de nosotros,/ y arroja todos nuestros pecados/ a lo más profundo del mar!/ Déjanos disfrutar de tu amor y fidelidad,/ porque así lo prometiste/ a Abraham, a Jacob,/ y a todos nuestros antepasados”.

68 69

Ibíd., p. 306. Ibíd., p. 311. 41


Mayo “LEVÁNTATE, RESPLANDECE…”: PREPARADOS/AS PARA EL ENCUENTRO CON DIOS 1. FORTALECER LAS FAMILIAS, UN DESAFÍO PERMANENTE Si no quieren serle obedientes, decidan hoy a quién van a dedicar su vida. Tendrán que elegir entre los dioses a quienes sus antepasados adoraron en Mesopotamia, y los dioses de los amorreos en cuyo territorio ustedes viven ahora. Pero mi familia y yo hemos decidido dedicar nuestra vida a nuestro Dios. JOSUÉ 24.15, TLA

C

ada nuevo acercamiento al tema de las familias obliga a repensar el momento desde el cual se reflexiona y se observa la problemática: ya en pleno siglo XXI, y ante los diversos escenarios planteados por las exigencias sociales y éticas, muchos se esfuerzan por demostrar que, en efecto, la estructura familiar actual se tambalea profundamente y que se corre el riesgo de una catástrofe. Acudir a la evidencia bíblica permite, en primer lugar, referirnos a la pluralidad de esquemas representados en las varias etapas de la historia y, además, observar las contribuciones que las familias y clanes antiguos hicieron al desarrollo de la interacción con Yahvé, siempre en condiciones conflictivas y sumamente exigentes. Como lo expresa Jorge E. Maldonado. “Es probable que lo que hoy llamamos ‘familia’ muy poco tenga que ver con las expresiones culturales de la época bíblica. Una comprensión de esas diferencias nos ayudará a retomar la tarea siempre nueva de encontrar en la Escritura —en medio de los elementos culturales en que ésta fue escrita— los principios y valores necesarios para orientar nuestro trabajo teológico y pastoral hoy en día y en nuestro contexto”.70 De ahí que no busquemos ya en estos tiempos a la familia, desde un punto de vista esencial o absoluto, porque lo que aparece a cada paso en los relatos bíblicos son grupos humanos relacionados entre sí por fuertes lazos de tradiciones culturales desarrolladas durante mucho tiempo, aunque sin ignorar la manera en que los elementos de la revelación divina trataron de influir en la conformación de conjuntos sociales más justos y armónicos. Desde la aparente sencillez de los momentos fundadores del Génesis, en los albores de la humanidad, hasta las complejas relaciones de personas como José, sus padres y sus hermanos, no deja de asombrar la forma en que las prácticas familiares son expuestas y confrontadas pata instalar en medio de ellas los proyectos divinos como realidades alternativas y adecuadas para cumplir con ellos. Un ejemplo mayúsculo es el experimentado por Abraham, Sara, Agar, Ismael e Isaac, cuya enorme dificultad desembocó en la intervención directa de Dios para hacer justicia a los integrantes más débiles de la cadena de relaciones, alterada por los celos, las envidias y la falsa superioridad de algunos/as. En todos los casos, las familias fueron portadoras y transmisoras de una fe que se esforzaba por estar a la altura de las circunstancias, pues como subraya Edesio Cetina, al referirse a la situación presente: “La crisis que hoy día sufre la mayoría de nuestras iglesias se debe, en mucho, al hecho de haber transferido la enseñanza de fe y vida cristiana de su lugar esencial, el hogar. Es el hogar, no el templo, el centro de enseñanza vital de la fe”.71 La reiterada insistencia en la presencia y actuación de las familias de Israel (51 menciones) en el libro de Josué, por ejemplo, evidencia la importancia de considerar cada unidad familiar como un espacio doméstico activo en todos los aspectos, desde la productividad agrícola y ganadera hasta la representación religiosa y

J.E. Maldonado, “La familia en los tiempos bíblicos”, en Fundamentos bíblico-teológicos del matrimonio y la familia. 2ª ed. rev. y aumentada. Grand Rapids, Libros Desafío, 2006, p. 11. 71 E. Sánchez Cetina, “La familia, educadora de la fe”, en Fundamentos…, p. 73. 70

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militar. Descrito como “un libro de límites”,72 pues comienza con la muerte de Moisés y un nuevo grupo de líderes; se establecen límites para los territorios tribales; y a cada momento se cruzan límites (el Jordán, sitios cananeos); además, se refuerzan los límites religiosos al mostrar la obligatoria obediencia de la Ley, la prohibición de ídolos y altares, considerar anatema forzoso lo que acarreaba impureza ritual. Josué, al igual que Génesis y Éxodo, es una obra fundacional, dado que cierra un periodo y abre otro con renovadas coordenadas sociales y religiosas”. Como toda obra “que busca fundar un nuevo periodo en la historia, se preocupa por dejar en claro qué queda dentro de Israel y qué fuera de él y cuáles son las conductas que lo hará prosperar y cuáles caer en desgracia. Josué es un libro que establece el nuevo escenario social, político y cultural para el desarrollo de ese nuevo periodo y sus consecuencias para la relación entre Dios e Israel.73

Un elemento llamativo para entrar en diálogo con este libro ante las realidades de hoy lo constituye su insistencia en los “jefes de familia” (14.1; 19.51; 21.1-12; 22.14) que manifiesta la forma en que los núcleos se representaban ante el conjunto del pueblo y la participación activa que llevaban a cabo en las grandes decisiones del pueblo. La conquista violenta de Canaán, a la que prácticamente se dedica todo el libro, valida implícitamente esa colaboración desde una perspectiva un tanto heterodoxa, como en el caso de la familia de Rahab, a quien se puede considerar, con todo derecho, como jefa de familia, aunque dedicada a un trabajo cuestionado profundamente. Según cifras oficiales, ha aumentado, entre 2012 y 2015, en 560 mil personas o 14.6% el número de jefas de familia. De poco más de 3 millones, llegó a 3 millones 832 mil, a fines de 2014. “De 48 millones 823 mil mexicanos que trabajan, 18 millones 791 mil son mujeres, es decir 38.4%. De ellas, las que son madres de uno y hasta más de 6 hijos suman 13 millones 853 mil trabajadoras, es decir 73% de la población laboral femenina. Las madres que cumplen con la doble condición de trabajar y ser jefas de familia suman, a su vez los 3 millones 832 mil 689 referidos. Dicha cantidad representa, a su vez, 89% entre el total de jefas de familia (se incluyen las que no tienen hijos), 27.6% entre las madres trabajadoras y apenas 20% o la quinta parte entre todas las mexicanas que trabajan”.74 Cifras elocuentes que reclaman interpretaciones consecuentes, sobre todo ante la exigencia social de que esas mismas mujeres transmitan valores y creencias adecuadas, sólidas y permanentes. La asamblea de Siquem, en la que se hace un recuento histórico (24.16-28) fue una magnífica oportunidad para que las familias y tribus de Israel refrendasen su compromiso espiritual con el Dios liberador. Ante la inminente muerte de Josué, su despedida ofrece un elocuente discurso y, si está pensando en las familias, en la suya primeramente, está atisbando, en el final de su vida, un largo y duro escenario de adaptación para que los mínimos conjuntos familiares, así como los clanes y las tribus, siguieran siendo un reflejo de la intervención de Dios en la historia de un pueblo que no dejaba de construirse sobre la marcha, aunque siempre con las exigencias de representar adecuadamente las intenciones supremas por establecer nuevas condiciones de vida y sobrevivencia, en consonancia con las palabras que resuenan en el corazón de esta tradición histórica y teológica: “Escoger la vida” (Dt 30.19) permanentemente, como consigna cultural y espiritual que atraviesa el centro de la existencia del pueblo. La respuesta de éste en Jos 24.16-28 fue un signo esperanzador que debía enfrentar la prueba de fuego de los siguientes acontecimientos históricos, en los que las familias seguirían siendo actores fundamentales.

L. Hawk, Joshua. Collegeville, Minneapolis, Liturgical Press, 2000, p. XI, cit. por Pablo Andiñach, “Una introducción al libro de Josué”, en Antiguo Oriente: Cuadernos del Centro de Estudios de Historia del Antiguo Oriente, vol. 9, 2011, p. 48, http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/introduccion-libro-josue-pablo-andinach.pdf. 73 P. Andiñach, op cit. 74 Susana González G., “Cerca de 4 millones de mujeres son jefas de familia: Inegi”, en La Jornada, 10 de mayo de 2015, www.jornada.unam.mx/ultimas/2015/05/10/cerca-de-4-millones-de-mujeres-son-jefas-de-familia-en-mexico-inegi-6250.html. 72

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2. FAMILIAS CON UNA MISIÓN PERMANENTE: EL CASO DE RAHAB

Júrenme en el nombre de ese Dios que tratarán bien a toda mi familia, así como yo los he tratado bien a ustedes. Denme alguna prueba de que así lo harán. ¡Prométanme que salvarán a todos mis familiares! ¡Sálvennos de la muerte! JOSUÉ 2.12-13, TLA

E

l nombre de Rahab ha llegado hasta nosotros asociado a una situación histórica muy peculiar: su recepción favorable de los espías enviados por Josué, el sucesor de Moisés, para dar comienzo a la conquista de la “tierra prometida” (Jos 2.15). Lo que más se destaca al hablar de ella es el trabajo que, aparentemente, desempeñaba (la prostitución) al vivir junto a las murallas de la antigua Jericó, una de las ciudades más antiguas del mundo y que debía ser sometida por los hebreos para comenzar a tomar posesión de Canaán. Según Xabier Pikaza, en un agudo acercamiento a su figura, hasta el significado de su nombre resulta importante al momento de interpretar su papel en esa historia: “La raíz hebrea de su nombre (rjb) significa ensancharse o anchura: aquello que es dilatado espacioso. Por eso se utiliza para indicar una calle abierta y sobre todo una plaza (pudiéndose aplicar para una prostituta)”.75 La explicación de su oficio atraviesa por un sesudo y útil análisis etimológico, a contracorriente de lo que se ha dicho sobre ella, que contribuyen a modificar la percepción de su actuación, especialmente si se observa que vive con su familia, con su padre y con su madre, como subraya el texto (Jos 6.23):

Algunos piensan incluso que se ha tratado de una prostituta sagrada, pero el término empleado en ese caso debería ser distinto (quedesha: cf. Dt 23.18-19). Pues bien, en la raíz del texto y de acuerdo a una antigua visión matrimonial, zonah significa más bien una mujer libre, señora de sus bienes, que puede vincularse voluntariamente con aquellos hombres y mujeres a los que ella elija, sin estar sometida a un marido. Por eso es preferible presentarla, sin más, como “hospedera”: mujer dueña de casa, que puede recibir en ella a quienes quiera. Éstos son los rasgos básicos de Rajab, la zonah de Jericó, que aparece como responsable de toda su familia. 76

La conquista violenta de ese territorio fue la condición sin la cual no podría cumplirse la promesa de Yahvé para ese pueblo, de volver a habitar la tierra de sus antepasados, la cual según la famosa fórmula, “manaba leche y miel”.77 Sus lazos familiares, pero sobre todo la representación que ejercía y su capacidad de decisión al momento de exponer a los espías su visión de la historia de salvación que se estaba desarrollando entre los hebreos (Jos 2.9-10) hicieron de ella una persona bastante activa y consciente de las acciones de Yahvé, lo que la convirtió en una fuerte candidata para integrarse al pueblo de Dios, como sucedería más tarde (Jos 6.25b). En esa misma línea, en la edición de la Biblia Isha, se lee: “Más allá de los servicios sexuales que pudiera ofrecer, su casa era una parada estratégica para los espías. Por su profesión, Rahab tendría toda la información necesaria, pues por allí pasarían, seguramente, hombres de Jericó que le contarían asuntos relevantes de la política de la ciudad”.78

X. Pikaza, “Rajab, hospedera de Jericó”, en La familia en la Biblia. Una historia pendiente. Estella, Verbo Divino, 2014, p. 115. 76 Ibíd., p. 116. 77 Cf. Roy H. May Jr., Josué y la tierra prometida. Nueva York, Ministerios Globales de la Iglesia Metodista Unida, 1997. 78 “Rahab, salvada por su fe”, en La Biblia Isha. La mujer según la Biblia. Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, p. 245. 75

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Lo que menos se menciona sobre Rahab es su función como “jefa de familia” o estirpe (lo que se corrobora al ser citada como una de las “abuelas” extranjeras de Jesús en la genealogía de Mateo 1.5, como esposa de Salmón, padre de Booz, esposo de Rut, la moabita79) en un ambiente dominado por la cultura patriarcal y su participación en el derrumbe del sistema que gobernaba la ciudad: “En Canaán, Rahab es la instigadora del derrocamiento de las estructuras administrativas opresoras de la ciudad de Jericó y logra integrar su pueblo en el nuevo sistema social de Israel”.80 “Es la sociedad sin estado que ejercita formas liberadas de poder que se expresan en el protagonismo de Rahab y también en una memoria que no se deja vencer por el horizonte narrativo del conjunto del texto, que insiste en la aniquilación total de la población local”:81 en el texto que refiere su historia la alianza fue hecha a partir de una unidad familiar. De esta manera, Rahab pone al servicio de la causa liberadora de Yahvé su presencia como jefa de familia dispuesta a participar en la lucha por el cambio y, al mismo tiempo, obtiene garantías para que su familia se salve y se integre al pueblo triunfante. Ese proceso aconteció simultáneamente a la reafirmación de su liderazgo familiar, tal como lo explica Pikaza entretejiendo ambos aspectos: “1. Es una mujer con casa propia. Puede quizá tener marido, pero no está sometido a él sino que gobierna su familia, en matrimonio uxorilocal (o matrilocal), viviendo en su vivienda y no en la de su esposo. […] Es lo que hoy podríamos llamar una hospedera, siendo mujer autónoma y dueña o, mejor dicho, responsable de una extensa familia de padres y hermanos de sangre de quienes se preocupa, pues dependen de ella y reciben su nombre (son la “casa” de Rahab)”.82 Además, agrega: “2. No está integrada en la estructura patriarcal de Jericó, dominada por un rey y por una administración de varones. Conforme al relato bíblico, ella aparece al interior de la ciudad “adversa” (cuya estructura no quiere defender) como aquella persona (cabeza de familia) en quien pueden confiar los exploradores de Israel, pues no forma parte del entramado de relaciones familiares y sociales de Jericó”. La misión de Rahab y, por extensión, de su familia, adquirirá un significado permanente, al ser respetada su vida e integrada en el pueblo hebreo. De ahí que los enviados traten con ella de manera muy transparente. “3. Los espías de Israel parecen confiar en ella precisamente porque no se encuentra integrada en Jericó y de esa manera la salvan (salvan a toda su familia) cuando toman la ciudad más tarde, al filo de la espada. Al ponerse al servicio de los israelitas invasores, no actúa sin más como traidora, pues tanto ella como la casa de su padre forman en Jericó un cuerpo distinto: pueden inclinarse a un lado u otro, decidiendo el curso de la guerra (favoreciendo la invasión de los israelitas o la defensa de los habitantes de Jericó)”. Finalmente, los alcances de su actuación rebasan el mero interés conquistador e impactan en su persona y en el futuro de su familia, al percibir las dimensiones de lo que está por acontecer en Jericó: “Ella conoce y acepta así la visión israelita de la historia, repitiendo unas palabras que habían sido previamente proclamadas por el mismo Dios, quien había dicho que, por fidelidad a sus promesas, él concedería a los israelitas la tierra de los cananeos. De esta manera, ella confiesa en el fondo su fe en el Dios de Israel”. Los espías cumplirán su promesa y harán una notable excepción con ella y su familia dándole un importante giro ideológico a los sucesos: “Conforme al comentario del narrador, la familia de Rajab ‘habita en Israel hasta el día de hoy’ (Jos 6, 25). Esto indica que mucho después de la entrada de los israelitas, el entorno de Jericó conservaba una población mezclada, con cananeos que se habían vuelto israelitas o que mantenían su propia identidad dentro de la federación de Israel, presentándose como ‘familia o casa de Rajab’, es decir, de una mujer y no de un hombre”.

Cf. Mercedes Lopes Torres, “Mujeres que se inventan salidas (Mt 1.1-17)”, en RIBLA, núm. 25, pp. 52-58. Alicia Winters, “La mujer en el Israel pre-monárquico”, en RIBLA, núm. 15, p. 21. 81 Nancy Cardoso Pereira, “Construcción del ‘cuerpo’ geopolítico y simbólico Josué 1-12”, en RIBLA, núm. 60, p. 23. 82 X. Pikaza, op. cit., p. 116. Cf. X. Pikaza, “Rajab, hospedera de Jericó”, en El camino de la Palabra, http://blogs.21rs.es/pikaza/2010/03/04/rajab-hospedera-de-jerico1/ 79 80

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Rahab tampoco acepta la estructura patriarcal judía “y por eso la tradición posterior (hasta el día de hoy, dice el texto: Jos 6.25) tiende a mirarla como una excepción buena, como prostituta convertida que ha aceptado por gracia la ‘fe’, es decir, la institución social israelita. Pero la tradición de Jos 2-6 no la presenta como una simple excepción ni como prostituta, sino como mujer libre, posiblemente de origen extranjero, que no acepta las normas patriarcales de Jericó y decide ponerse del bando de los israelitas en la guerra (sin aceptar tampoco el patriarcalismo israelita)” (énfasis agregado). Es rarísimo el hecho de que, sin ser madre, aparezca como “cabeza” de estirpe, lo que es “quizá el hecho más significativo de su historia”. Este cambio sustancial en la estructura familiar antigua salta aún más a la vista al momento de encontrar a Rahab como parte de la genealogía de Jesús, en donde las mujeres extranjeras y “pecadoras” (misma condición de sus compañeros varones) coincidentemente fueron capaces de tomar determinaciones Las menciones de las cartas a los Hebreos (11.31) y de Santiago (2.25), confirman que Rahab es, nada menos, que un modelo de fe pues, en el primer caso, es elogiada por recibir a los espías en paz, y en el segundo, se afirma, nada menos, ¡que fue justificada por las obras!, al igual que Abraham: “Obsérvese como el centro de esta última etapa (vv. 23 y 24) [el texto] divide los dos personajes radicalmente distintos, un hombre y una mujer, un hebreo y una cananea, un hombre de buena reputación y una mujer prostituta de oficio. Ambos, sin discriminación, son acogidos por Dios gracias a sus obras buenas, las cuales muestran una fe genuina en Dios”.83 Ambos representaron familias cuya misión fue permanente y dejó un gran legado a la posteridad, una exigencia que permanece hoy totalmente vigente.

Elsa Tamez, “La integridad reflejada en una espiritualidad liberadora. Un aporte a la Carta de Santiago”, en RIBLA, núm. 70, p. 18. 83

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3. FAMILIA, SERVICIO Y FIDELIDAD A DIOS: EL CASO DE CALEB

Josué bendijo a Caleb, y a él y a sus descendientes les dio el territorio de Hebrón. Así fue como Hebrón llegó a pertenecer a Caleb y a su familia, porque Caleb obedeció fielmente al Dios de Israel. Y todavía le pertenece. JOSUÉ 14.13-14, TLA

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spía, conquistador y estratega, pero, sobre todo, fiel creyente en Yahvé, Caleb (“temerario”, hijo de Jefone, de origen quenezeo, posiblemente un edomita adoptado por la tribu de Judá,84 otro signo de inclusión de extranjeros en el pueblo y en la fe hebreos) fue un personaje que acompañó a Josué durante la invasión a Canaán, tal como lo describe el libro que lleva el nombre del sucesor de Moisés al frente de las 12 tribus de Israel. Su valiente labor descrita en el libro de los Números fue premiada con la entrada a la “tierra prometida” como uno de los pocos integrantes de la nueva generación que no se amedrentó ante los mitos que rodeaban a los habitantes de Canaán (Núm 13.30; 14.30): “Sólo entrarán Caleb y Josué, porque confiaron en mí” (Núm 32.12) escucharon decir a Yahvé como parte de una amplia promesa que incluiría bendiciones materiales y espirituales. Entre las primeras, la principal sería la posesión de una parcela de tierra para ellos y sus familias, puesto que el apego y el aprecio que se tenía por la tierra formaban parte del pacto que Yahvé hizo con el pueblo. Poseer la tierra que Él les entregaba no fue una especie de comodato que les garantizara la posesión absoluta e indefinida de la misma, sino que, en el marco del pacto, la entrada a la tierra y su ocupación estarían condicionadas a la obediencia estrictamente religiosa de las cláusulas de dicho pacto. Por lo anterior, la figura de Caleb cobra fuerte relevancia debido a su fe, constancia y valor, puesto que su actuación al lado de Josué lo colocó, según afirma Núm 34.18 en un lugar de eminencia y de autoridad sobre el pueblo (en el primer lugar de la lista de líderes tribales), lo que le aseguró la obtención de ese espacio para él y su familia, tal como asevera Dt 1.36: “Y como Caleb fue el único obediente, Dios dijo que él sería el único que disfrutaría de ella. Por eso también sus descendientes recibirían toda la tierra que tocaran con la planta de sus pies”. Destaca notablemente el hecho de que, siendo Josué el protagonista principal de la conquista de Canaán, no se desprecia el lugar de Caleb y, por el contrario, se le coloca como un actor fundamental en semejante esfuerzo militar, tanto así, que algunos estudiosos han sugerido que, en realidad, en el libro de los Números (1314) la figura de Josué fue añadida a la suya.85 Por ello en Jos 14 adquiere notoriedad al momento de comenzar el reparto de la tierra por parte del sacerdote Eleazar y de Josué entre los jefes de familias mediante sorteos (14.1), una auténtica reforma agraria como se diría en estos tiempos, tal como estaba estipulado en el acuerdo tribal mediado con Yahvé por Moisés (14.5). Reunidos en Gilgal, otro sitio crucial para la historia israelita, varios líderes de Judá se acercaron a Josué, entre ellos Caleb, quien le recordó sus servicios prestados al pueblo en los años pasados: siendo de 40 años, Moisés lo envió desde Cadés-barnea a explorar la tierra (14.7a) y él dijo la verdad de lo que había visto allí (14.7b); no tuvo miedo ni creyó las historias fantásticas sobre esos lugares pues confió plenamente en Yahvé (8). Esa fe fue la causa de que Moisés jurase que Caleb recibiría una fracción de la tierra como patrimonio para él y su familia, que siempre lo apoyó (9). De todo ello habían transcurrido ya 45 años y él seguía fiel al servicio del pueblo (10) incluso con fuerzas para continuar en la lucha pendiente (11). Con base en esos servicios, solicita a continuación la región montañosa que Dios le había prometido y que seguía en posesión del gigante Anac. Caleb A. Ropero, “Caleb”, en Gran diccionario enciclopédico de la Biblia. Terrassa, CLIE, 2013, p. 382. Ana María Rizzante y Sandro Galazzi, “Y violaron, también, su memoria”, en RIBLA, núm. 41, p. 22, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/41.pdf. 84 85

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empeña su palabra formal de desalojarlo con la ayuda divina, para hacer suya esa región (12), nada menos que la ciudad de Hebrón (13-15), una de las más importantes de Cisjordania. En 15.13-14 se constata que cumplió su promesa y la recibió como suya. Allí sería David proclamado rey de Judá e Israel (II S 2.1-4; 5.1-3) y sería la capital del nuevo reino hasta la conquista de Jerusalén (I R 2.11). Toda la región recibiría su nombre (Neguév de Caleb, I S 30.14, es decir, la llanura entre Hebrón y el Carmelo, que él entregó a su hija Acsa como dote: Jos 15.16-19).86 No debe pasar desapercibida la última frase de Jos 14.15 (“Después de esto hubo paz en la región”) pues evidencia que la preocupación de Caleb por garantizar un patrimonio para su familia se cumplió cabalmente y que el establecimiento de la misma en ese territorio se condujo por un camino de tranquilidad y estabilidad como fruto de su fe en la promesa que había recibido. No era poca cosa que las guerras de conquista terminasen y que las familias retomaran la normalidad tan largamente anhelada. Luego de ser un modelo de creyente y conquistador,87 con todas las dificultades planteadas por el uso de la violencia, también Caleb debía recuperar la vida cotidiana, el acercamiento a su familia, de lo que da tan buen testimonio el trato hacia su hija (Jue 1.12-15). La vocación para las armas debía complementarse con una “vocación familiar” que debía aprender a desarrollar en la convivencia cotidiana. Había sido muy importante el logro de conseguir ese territorio para él y los suyos, pero la ocupación pacífica del mismo debió plantear nuevas exigencias para todos ellos/as. En su caso se entrecruzaron venturosamente la fe, el servicio y la fidelidad a Dios en el contexto de una tarea muy específica que Dios le dio y de la que salieron airosos, pues Caleb siempre recibió el apoyo de sus tres hijos (I Cr 4.15), como sugiere continuamente el texto bíblico. Un sobrino suyo, Otoniel, sería juez de Israel años más tarde (Jue 3.7-11). En eso consiste su aplicabilidad para nuestro tiempo, en que las familias, en la medida de lo posible, y con base en compartir convicciones y propósitos, busquen servir a Dios según sus capacidades.

A. Ropero, op.cit. Cf. Carlos Dreher, “Josué, modelo www.claiweb.org/images/riblas/pdf/12.pdf. 86 87

de

conquistador”,

en

RIBLA,

núm.

12,

pp.

49-67, 48


4. CONFLICTOS ENTRE FAMILIAS Si les parece que en el territorio que les ha tocado no pueden adorar a Dios, vengan al lugar que Dios ha elegido para adorarlo. Busquen un lugar en nuestro territorio donde puedan establecerse, pero no se rebelen contra Dios. Si se apartan de él, también nosotros resultaremos culpables. JOSUÉ 22.19a, TLA

L

as familias antiguas y modernas han enfrentado siempre la necesidad de conformarse como comunidades básicas en medio de conflictos internos y externos. Cada nueva familia marcada por el signo de la fe se ve obligada a aplicar criterios de convivencia (valores y acuerdos) que satisfagan los postulados de dicha fe así como las necesidades que van surgiendo en su vida cotidiana. Esta tensión comienza desde el momento mismo en que las nuevas familias surgen del seno de las precedentes, pues éstas son quienes determinan, en buena medida, las normas de comportamiento y consolidación de las más recientes. La transición de una familia a otra lleva a los nuevos integrantes a establecer pautas de vida por imitación y aplicación de lo vivido y aprendido en la familia de cada uno, de modo que sobre la marcha se pueda apreciar cuáles funcionan en la nueva situación y cuáles no, con lo que los nuevos núcleos caminan, progresivamente, a crear “tradiciones” propias que tienen que ver con los aspectos más básicos hasta los más complejos: casa, comidas, horarios, hábitos, diversión, educación, diálogos y un largo etcétera. El interesante testimonio que brinda el libro de Josué acerca de la transición experimentada por el enorme conjunto de las familias que ocuparían la tierra de Canaán, luego de su conquista en nombre de Yahvé, también estuvo marcado por numerosas negociaciones y ajustes en el camino de consolidar la presencia de estas familias en esa tierra. El hecho de que cada tribu formase parte de un “ejército de ocupación” le dio a este esfuerzo el carácter de una tarea primeramente militar, en la que la guerra fue el recurso último (y único) para someter a los habitantes, saquearlos, desalojarlos y arrebatarles su territorio con base en las promesas que Yahvé les había hecho. Las generaciones más jóvenes aprendieron que debían hacerse de esta propiedad mediante el uso de la fuerza y ése fue el criterio dominante para todas las relaciones que entablaran de ahí en adelante, aunque tendrían que hacerlo con base en la ley que Moisés les había transmitido. Mientras tanto, la vida continuó y, seguramente, fueron surgiendo nuevas familias en el transcurso de la ocupación. Josué 22 es una muestra de cómo la reinstalación de la paz en Canaán no sería un proceso sencillo y que las diversas familias, clanes y tribus que formaban la totalidad del pueblo tendrían que encontrar una forma de gobierno que normara la convivencia cotidiana. Ese capítulo forma parte del cierre del libro que abarca tres episodios: el regreso de las tribus de Rubén, Gad y la media de Manasés a Transjordania (22); el discurso de adiós de Josué (23); y la gran asamblea de Siquem (24). Esas tribus habían cumplido el compromiso de colaborar con las demás en la conquista de la tierra (Nm 32), y Josué les permite regresar a su territorio. Allí mismo les expone un discurso-sermón que resulta muy relevante al momento de comenzar a volver a la “normalidad” (22.2-9), y que contiene elementos fundamentales para el nuevo rumbo de la nación, enmarcado como está en el exacto análisis histórico de lo acontecido en los últimos tiempos en:

Han cumplido todo lo que habían prometido (Jos 1.12- 18). El Señor también ha cumplido, dando a cada tribu el descanso en su propia tierra. Al volver a la heredad que Moisés (al que insistentemente se titula “siervo del Señor”) les había dado, sólo han de tener una preocupación: guardar la ley que les dio Moisés, que se resume en amar al

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Señor, seguir sus caminos, guardar sus mandamientos, mantenerse unidos a él y servirle con todo el corazón y con toda el alma. Si ellos se ocupan de ser fieles al Señor, el Señor se ocupará de todo lo demás (Jos 1.7-8).88

El desafío del momento consistió, por un lado, en aceptar la repartición de la tierra tal como se había establecido por los dirigentes del pueblo y, después, en consonancia con los avances de la conquista guiada por Yahvé, establecerse pacíficamente en el territorio para retomar su vida cotidiana con base en el antiguo pacto con el pueblo de Israel. Podría decirse que los niveles de acuerdo eran el material (tierra y botín) y el espiritual, puesto que la garantía de la posesión, como bien recordó Josué, sería la fidelidad a Yahvé y a su pacto. Pero justo allí, en Siló (22.7) surgió un conflicto entre las tribus de dimensiones mayores, que amenazó con el inicio de una guerra fratricida: la instalación de un altar que, aparentemente, podría competir con el de Siló, santuario nacional de gran tradición: “Las demás tribus entendieron que aquel altar era rival del altar del Señor. Se presupone la ley de unicidad de santuario, que no estaba en vigor todavía. Dada la solidaridad de todo el pueblo, para bien y para mal, ese delito acarrearía un duro castigo para Israel. Se recuerda lo de Fegor, donde el celo de Finees libró a Israel de una catástrofe mayor (Nm 25.1-13), y lo de Acán (Jos 7)”.89 Ante el riesgo de guerra, en donde la figura de Josué cede espacio a la del sacerdote Finees (en un ejercicio de atribuciones propias de su labor), vino una negociación entre tribus digna de destacarse: se privilegió el diálogo y los argumentos ofrecidos a los que se oponían a él (22.15-18) por quienes hicieron el altar satisfizo (22.22-23):

Transjordania era una tierra impropiamente israelita, menos pura que la de Cisjordania, donde el Señor había establecido su morada. Cabía pensar que más allá del Jordán no se podía dar culto al Señor, sino a los dioses del país. Pero las mismas tribus transjordánicas explicaron su intención: 1. Por supuesto, no se pueden ofrecer sacrificios al Señor sino en el único altar levantado al Señor delante de su Morada (Dt 12.10-11). 2. El altar que han construido es sólo un testimonio para las generaciones futuras de que ellos también pertenecen a Israel y al Señor. 3. Los sacrificios al Señor los ofrecen en el lugar donde tiene su morada. 4. La cuestión de la idolatría ni se plantea siquiera. Así esta narración sirve de apoyo a la doctrina deuteronomista de la unicidad de santuario.90

Varias cosas sobresalen en el episodio: una discusión ejemplar en la que la mediación sacerdotal y tribal cumplió una función determinante (22.13-14), el temor a recibir el castigo por culpa de aquellas tribus (22.), la enorme disposición de las tribus a recibir en el culto a sus hermanos (22.19). Todo ello forma un conjunto en el que prevaleció la razón y la necesidad de armonizar la existencia cultual y cotidiana del pueblo de Dios en ese momento. Los conflictos religiosos y morales entre familias son cosa de todos los días, pero pueden y deben superarse mediante al diálogo y la disposición de todas las partes implicadas. Una gran lección histórica para todos los tiempos.

Andrés Ibáñez Arena, “Josué”, en Comentario al Antiguo Testamento. I. Salamanca, PPC-Sígueme-Verbo Divino-La Casa de la Biblia, 1997, p. 329, www.ebam.org/libros/Comentario-Al-Antiguo-Testamento-I-pentateuco-y-libros-historicos.pdf. 89 Ídem. 90 Ídem. 88

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Junio “ESFUÉRZATE… Y COBRA ÁNIMO”: EL PRESENTE Y EL FUTURO DE LA IGLESIA ESTÁN EN LAS MANOS DE DIOS 1. IDENTIDAD Y MISIÓN DE LA IGLESIA, HOY Dios nos mostró el plan que había mantenido en secreto, y que había decidido realizar por medio de Cristo. Cuando llegue el momento preciso, Dios completará su plan y reunirá todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra, y al frente de ellas pondrá como jefe a Cristo. EFESIOS 1.9-10, TLA

D

esde la marginalidad de un pueblo antiguo y extraño, aferrado a unos rollos que normaron su vida y su fe, el Dios eterno y universal forjó la posibilidad de crear una “nación espiritual” que se extendería por todo el mundo. El misterio oculto durante siglos poco a poco fue desvelándose y en la persona de Jesús de Nazaret comenzó a cobrar una forma histórica que, con el paso del tiempo, llevaría por nombre “la iglesia”, esto es, una comunidad nueva integrada por personas de todas las culturas habidas y por haber, cuya esperanza central correspondió con el anuncio de ese profeta mesiánico, es decir, con la esperanza en la venida al mundo del Reino de Dios. Releer la carta a los Efesios permite volver a encontrarse con el apasionado anuncio de este misterio y de su desarrollo en lo que llevaba avanzado durante el primer siglo de nuestra era. Pablo de Tarso, judío de la diáspora convertido a la fe de Jesús, llegó a ser el anunciador de este gran misterio y, al momento de escribir esta epístola a los creyentes de la gran ciudad devota de la diosa griega Artemisa, su conciencia teológica cristiana tenía muy claro el proyecto divino para la humanidad entera en todos los tiempos. Su propósito era que el documento circulase entre todas las comunidades cristianas del Asia Menor, fundadas por él, para confirmar su llamamiento y su nueva fe. “Efesios está dividida en dos grandes partes. La primera es una parte teológica, teórica o doctrinal. La segunda parte trata sobre temas éticos exhortando a quienes la reciban a una determinada forma de vida”.91 En el primer capítulo de la carta, se plantea, desde el saludo, la pertenencia inequívoca al pueblo de Dios, de manera especial (1.1), lo que sin duda debió impactar la fe y la esperanza de esos creyentes, sobre todo al insistir en que ya aman al Señor Jesús, quien seguramente les otorgará su paz. Inmediatamente, el apóstol agradece a Dios y agrega una bendición solemne (que se prolonga hasta 1.14) ligada a la afirmación de la elección inmemorial (“antes de la creación del mundo”) “por medio de Cristo” (frase que aparece 10 veces en todo el capítulo), de la que han sido objeto los efesios (vv. 3-4). Al continuar su acción de gracias, aparece el tema de la “adopción”, algo que se había contemplado en el plan divino desde el principio (v. 5), pues al actuar así, Dios buscaba la alabanza humana gracias a la intermediación de su Hijo, enviado por amor al mundo (v. 6). La muerte suya en la cruz, acontecimiento atroz que consiguió el perdón absoluto por los pecados y produjo la liberación completa (8a). La gran razón de esa actuación divina es, indudablemente, el amor manifestado en la vida y pasión de su Hijo. Con todo ello se abre la puerta para introducir el tema del gran misterio oculto durante generaciones: “Por su gran sabiduría y conocimiento, Dios nos mostró el plan que había mantenido en secreto, y que había decidido realizar por medio de Cristo” (9): “La sabiduría (1.17; 3.10) y el conocimiento por la revelación del misterio (3.3, 4, .9; 5.32; 6.19) son los dos efectos de la gracia que Efesios se complace en subrayar. En este punto nuestras cartas [Ef

Pablo Ferrer, “Efesios: una breve introducción”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011-1, p. 12, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/68.pdf. 91

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y Col] se inscriben en la línea de Daniel y de los apocalípticos, tensos hacia el descubrimiento del plan de Dios y hacia la determinación del término fijado para la salvación”.92 El v. 10 es clave, pues en él se concentran los seis términos que el autor utiliza para exponer el gran proyecto divino. Usamos la versión de Pablo Richard (en el orden original en griego):

εἰς οἰκονομίαν τοῦ πληρώματος τῶν καιρῶν, ἀνακεφαλαιώσασθαι τὰ πάντα ἐν τῷ Χριστῷ, τὰ ἐπὶ τοῖς οὐρανοῖς καὶ τὰ ἐπὶ τῆς γῆς: ἐν αὐτῷ, Para la organización (eis oikonomían) de la plenitud (tou plerómatos) de los tiempos (ton kairon) y recapitular (anakefalaiosasthai) todo en Cristo, lo que está en los cielos (ouranois) y lo que está en la tierra (ges)”.

A saber:

1.

Oikonomia. Ley de la casa, administración, organización, administración de la gracia, del misterio escondido, plan divino de salvación, oficio. […] 2. Pléroma. Totalidad, lo que llena todo, “plenitud de los tiempos” (Ef 1.10), “llenos de la plenitud de Dios” (Ef 3.19). También tiene un uso místico: “plenitud espiritual”. 3. Kairós. tiempo oportuno, (distinguirlo de krónos que es un tiempo meramente cronológico). Es un término importante en el NT: “se ha cumplido el tiempo (kairós) y se ha acercado el Reino de Dios” (Mr 1.14). Jesús mismo es el “kairós de Dios”. Kairós es una oportunidad, un tiempo decisivo, en el cual se exige una opción. 4. Anakefalaióo. Recapitular, que todo se resuma en uno, que todo tenga cabeza, una suma definitiva, comprensiva y recapituladora de la totalidad de las cosas. 5 y 6. Ouranós y Ge. Tierra y cielo. Se refiere al cosmos.93

Como parte de este plan monumental con una proyección cósmica e histórica profunda, Dios eligió a una nueva comunidad en el mundo: “Por medio de Cristo, Dios nos eligió desde un principio, para que fuéramos suyos y recibiéramos todo lo que él había prometido. Así lo había decidido Dios, quien siempre lleva a cabo sus planes” (11, énfasis agregado). Este nuevo conjunto humano participa de ese misterio prometido que se venía incubando en la historia y ahora es depositario pleno del mismo. Partiendo del grupo de judíos que reconociesen a Jesús como el mesías esperado, Dios fue extendiendo el plan para abarcar a toda la humanidad (12). Parte de ese conjunto redimido son los efesios (y todos los creyentes) pues su disposición para escuchar y aceptar el mensaje los coloca en la vanguardia de la comprensión de ese misterio, por lo que son ya sus acompañantes y proclamadores que, además, a la manera de los profetas antiguos, han recibido el Espíritu prometido (13). “Con el v. 13 la bendición evoluciona hacia la interpelación de los creyentes: deben dar gracias por haber recibido la palabra de verdad, ese evangelio que no es una doctrina cualquiera, sino el mismo Cristo (4.20), que mora en nosotros por la fe (3.17)”.94 Unirse al pueblo de Dios otorga identidad y un claro sentido de misión ligado a este proyecto supremo de recapitulación de todas las cosas en Cristo”. La alabanza más profunda surge (14) cuando este conocimiento (“lo Edouard Cothenet, Las cartas a los Colosenses y a los Efesios. Estella, Verbo Divino, 1994 (Cuadernos bíblicos, 82), p. 40, www.mercaba.org/SANLUIS/CUADERNOS_BIBLICOS/082%20Las%20cartas%20a%20los%20Colosenses%20y%20a%20los %20Efesios%20(EDOUARD%20COTHENET).pdf. 93 P. Richard, “Poder cósmico de Cristo Resucitado (Ef 1.1-23)”, en RIBLA, núm. 65, p. 34. 94 E. Cothenet, op. cit., p.41. 92

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recibieron como prueba de que Dios cumplirá su promesa”) y esta esperanza (“cuando haya liberado totalmente a los que formamos su pueblo”) se comprenden, interiorizan y se despliegan en la vida individual y comunitaria mediante acciones guiadas por la fe y capaces de hacer presente la fuerza transformadora del Evangelio en el mundo sin olvidar el conflicto que eso implica (6.12) y que deberá afrontarse de la manera lo más consciente y responsablemente posible. Tal como concluye Mariano Ávila: “Dios nos ha incorporado a ser parte vital de su proyecto que consiste en ser artesanos de la paz-shalom en un mundo desarticulado, alienado y deshecho socialmente. Por la obra e intervención del Espíritu Santo en nuestra vida, somos ahora parte del plan eterno de Dios por medio de Jesús el Mesías, nuestro libertador y Señor”.95

95

M. Ávila Arteaga, Carta a los Efesios. Miami, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, p. 55. 53


2. PRESENTE Y FUTURO DE LA IGLESIA EN EL MUNDO Todos los miembros de la iglesia son como un edificio, el cual está construido sobre la enseñanza de los apóstoles y los profetas. En ese edificio Jesucristo es la piedra principal. Es él quien mantiene firme todo el edificio y quien lo hace crecer, para que llegue a formar un templo dedicado al Señor. EFESIOS 2.20-21, TLA

H

ace pocos años apareció un volumen del teólogo católico suizo Hans Küng, acusado muchas veces de acercarse a las ideas del protestantismo, especialmente desde que cuestionó la infalibilidad papal en un libro memorable (¿Infalible?, 1970). Küng, cuya tesis doctoral versó sobre la teología de Karl Barth, plantea desde el título de la nueva obra todo un dilema y un auténtico manifiesto eclesiológico autocrítico, como lo ha hecho tantas veces: ¿Tiene salvación la iglesia? (2012). No se refiere al hecho grandioso de la redención obtenida por Jesucristo para sus elegidos ni tampoco a la posibilidad de que esa salvación se pierda. Más bien, se ocupa de apreciar cuál es el papel o la función de la comunidad cristiana en medio del mundo. El resumen editorial habla muy bien de su contenido: “La crisis eclesial va mucho más allá de los casos de abusos a menores y del encubrimiento de tales conductas: se trata de una crisis fundamental del sistema romano. Una Iglesia que siga aferrándose al monopolio del poder y de la verdad, así como a su aversión a la sexualidad y su misoginia, una Iglesia que se niegue a introducir reformas y se cierre en banda al mundo moderno ilustrado no puede perdurar. Desde la confianza en que la Iglesia pueda recobrar la salud, este libro quiere abrir un ‘diálogo sobre el futuro’”. Aunque referida al catolicismo, la pregunta bien puede extenderse al resto de la cristiandad, en medio de su gran diversidad y grandes peculiaridades. Ciertamente, como comenta Leonardo Boff, al referirse al libro, la iglesia se encuentra maniatada por su forma jerárquica, por el uso del poder y por su negativa a transformarse profundamente: “…lo que está en profunda crisis es esta segunda concepción de Iglesia, que Küng llama “sistema romano”, o sea, “la Iglesia institución-jerárquica” o “la estructura monárquico-absolutista de mando” […] Esta crisis se prolonga desde hace siglos y el clamor por cambios atraviesa la historia de la Iglesia, culminando en la Reforma del siglo XVI y en el Concilio Vaticano II (1962-1965) de nuestros días. En términos estructurales, las reformas estructurales siempre fueron superficiales o aplazadas o simplemente abortadas”.96 Al final del volumen, Küng responde abiertamente la pregunta básica que se ha hecho en términos duros, pero necesarios, con el obligado enfoque positivo y profético:

• No es posible salvar una Iglesia que, vuelta hacia el pasado, siga enamorada de la Edad Media, la época de la Reforma o incluso la Ilustración. Pero una Iglesia orientada hacia los orígenes cristianos y concentrada en las tareas actuales sí puede sobrevivir. • No es posible salvar una Iglesia que se halle patriarcalmente comprometida con imágenes estereotipadas de la mujer, con un lenguaje exclusivamente masculino y con roles de género definidos de antemano. Pero una Iglesia igualitaria que anude ministerio y carisma y acepte a mujeres en todos los ministerios eclesiásticos sí puede sobrevivir. • No es posible salvar una Iglesia que, ideológicamente constreñida, se entregue al exclusivismo confesional, la arrogancia ministerial y la negación de la comunidad. Sí que puede sobrevivir, sin embargo, una Iglesia ecuménicamente abierta, que practique el ecumenismo hacia dentro y que a las múltiples palabras ecuménicas haga seguir, por fin, hechos ecuménicos, como el reconocimiento de los ministerios, la revocación de todas las excomuniones y la plena comunión eucarística.97

L. Boff, “¿Tiene salvación la iglesia”, en Servicios Koinonía, 14 de septiembre de 2012, www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=506. Énfasis agregado. 97 Cit. por José Martínez de Velasco, “¿Tiene salvación la iglesia?, nuevo libro de Hans Küng en España”, en http://blogs.21rs.es/trastevere/2013/04/14/tiene-salvacion-la-iglesia-nuevo-libro-de-hans-kung-en-espana/. Énfasis agregado. 96

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Todo esto contrasta profundamente con la doble perspectiva del Nuevo Testamento que consiste, en primer lugar, y tal como lo expone la carta a los Efesios, en que a través de la Ecclesía, la comunidad de los elegidos, Dios está desarrollando en el mundo el proceso de introducir su Reino para hacerlo visible a toda la humanidad; en segundo lugar, la comunidad cristiana, en su forma institucional es completamente provisional (desde la visión del Apocalipsis), debido a que se encuentra orientada hacia el propósito mencionado, por lo que su presente y su futuro siempre deberán ser evaluados a la luz del mismo. No apreciar este horizonte conduce, inevitablemente, a la absolutización de lo relativo, en este caso, de la presencia histórica de un pueblo creyente que, con sus altas y sus bajas, siempre deberá evaluarse a la luz de los proyectos supremos de su Dios y Señor. Por ello, las intuiciones y afirmaciones de los escritos apostólicos, como la carta a los Efesios, cobran enorme relevancia al momento de observar la manera en que se define el origen y la misión de la iglesia, entendida como proyecto cuya misión es sumarse al plan divino de establecer su reinno en el mundo. Ef 2 parte, como lo hace desde el cap. 1, de las promesas antiguas y de la autoconciencia del antiguo pueblo que fue llamado a esa misma misión (2.1112). Los integrantes no judíos de la comunidad de Éfesos debían conectarse con esa tradición, pero con la intención de aportar su existencia como testimonio de la fe en Jesús de Nazaret: si antes vivieron “sin Dios y sin esperanza”, ahora esa lejanía espiritual se ha transformado en una comunión estrecha con el Señor crucificado y resucitado (v. 13). La presencia de Jesucristo ha instalado la paz como norma y consigna para la vida este nuevo pueblo, de esta nueva forma de ser humanos en medio del desorden del mundo. Las barreras han sido superadas y el Señor es el nuevo centro de la historia, de la fe y de la existencia (v. 14). La cruz de Jesús permitió superar las exigencias de la ley para hacer surgir una nueva humanidad, “un solo pueblo amigo” (v. 15). No hay mejor definición de iglesia que ésa. Judíos y no judíos, personas de todas las razas y culturas como parte de un amplio proceso de inculturación, han asumido la fe en Jesús como razón de ser de su paso por el mundo. Las buenas noticias iluminan la vida de todos (vv. 16-17) y su consecuencia es que Dios les ha entregado su Espíritu para poder acercarse a Él como Padre (v. 18). Ef 2.14-16 es un himno temprano adaptado por el autor: Cristo haciendo la paz entre gentiles y judíos; algunos piensan que es una expansión de Colosenses 1.20-22. El himno original fue adaptado al entendimiento teológico cristiano para explicar la dimensión cósmica de la paz de Cristo, en contraste con la concepción del Redentor gnóstico (del gnosticismo), quien trae la paz derribando la pared que separa los gnósticos verdaderos del campo celestial. De esta manera Efesios interpreta que Cristo ha superado la división en el cosmos al derribar la pared entre el cielo y la tierra y ha vencido nuestras enemistades. Es decir, que la paz de Cristo hace a ambos, judíos y gentiles, beneficiarios de la victoria de Cristo sobre todas las enemistades, todos los dualismos y todas las divisiones. Siendo así, este himno, de gran profundidad teológica, podría haber sido cantado por un amplio rango de personas para celebrar la obra de paz de Cristo en los términos más ampliamente posibles.98

La extranjería, la xenofobia religiosa, están abolidas para siempre (19a) y la común humanidad se ve fortalecida por la fuerza de la elección divina para formar parte de un pueblo único repartido en todo el mundo, una nueva familia, por lo que la pertenencia a una comunidad originaria también es revalorada y canalizada para incorporarse plenamente a esa familia espiritual universal. Pero el carácter del presente y el futuro de la misma es una prerrogativa divina también. El edificio que es la iglesia está permanentemente en construcción y la imagen es solemne y aleccionadora: a) la enseñanza de los apóstoles y profetas (didajé) es su cimiento (20a) y b) Jesucristo es la piedra principal (akrogoniaíou, 20), quien la hace crecer, a fin de que “llegue a formar un templo dedicado al Señor” (21). La unión con el Señor, la com-unión con Él, es la única garantía de su sobrevivencia y salvación, en todos los sentidos del término. Si Dios ya habita en el mundo mediante su Espíritu (22), ese espacio humano que es la comunidad cristiana debe afrontar con esperanza su presente y su futuro, pero también con un gran sentido de responsabilidad y exigencia.

César Moya, “Muros caídos, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/68.pdf. 98

comunidades

erigidas”,

en

RIBLA,

núm.

68,

2011,

p.

50, 55


Julio “LA FE… CERTEZA DE LO QUE SE ESPERA”: EL AMOR DE DIOS NOS ATRAE Y NOS CONDUCE 1. “¡HA SONADO LA HORA…!”: EL TESTIMONIO DEL PUEBLO DE DIOS EN LA HISTORIA ¡Ha sonado la hora de poner a prueba la firmeza de los consagrados a Dios, de los que cumplen los mandamientos de Dios y son fieles a Jesús! APOCALIPSIS 14.12, La Palabra (Hispanoamérica)

L

a mirada apocalíptica sobre la presencia y actuación del pueblo de Dios en el mundo está dominada por un énfasis utópico y, al mismo tiempo, realista y exigente. La capacidad del visionario de Patmos para advertir el escenario final del juicio de Dios en la historia coloca a los testigos de Jesucristo en el centro de la consumación de los planes de salvación de los fieles y condena de los adversarios. El solemne y sobrecogedor anuncio de Ap 14.12 resuena como un grito profundo que anuncia y afirma, simultáneamente, la fuerza espiritual con que la iglesia de todos los tiempos debe hacer presente su compromiso con la obra redentora en el mundo. Ese testimonio atraviesa todas las esferas: la política, lo social y lo cultural, en igualdad de condiciones, y abarca todas las épocas, de ahí que el eco de esas palabras llega hasta nosotros en todo tiempo como un fuerte llamado a asumir la responsabilidad de presentar un testimonio continuo de la fe en el Evangelio y de la obediencia a los mandatos del Señor, tal como se revelaron en la vida y obra de su Hijo en el mundo. Ap 14 es una demostración de cómo, a la luz de la eternidad inmutable de Dios, la actuación histórica de su pueblo, al desarrollarse en medio de las contradicciones temporales, es iluminada por esa visión escatológica, no catastrofista, como se percibe en demasiadas ocasiones, sino más bien esperanzadora, a causa de que la iglesia porta un mensaje de paz, amor y justicia, y no de condenación o de alarma extrema ante determinados acontecimientos. Estos últimos, leídos desde el prisma de la revelación definitiva de Dios, no solamente adquieren su justa dimensión para situarse ante ellos con convicciones firmes y una actitud de testimonio comprometido; además, se relativizan en el marco de las dimensiones de los proyectos divinos que rebasan toda expectativa humana, aun cuando el presente siga exigiendo tremendamente exigente para el pueblo de Dios, en parte o en su conjunto. El inquietante trasfondo del Apocalipsis sigue presente en nuestro tiempo, puesto que los poderes terrenales, tal como lo fue Roma en su momento, un imperio perseguidor y anti-cristiano que es presentado con toda crudeza en el libro, constituyen una referencia insoslayable al momento de plantear las características del testimonio cristiano en la historia. Luego de la visión de la guerra cósmica (cap. 12) y de la aparición de las bestias (cap. 13), el cap. 14 incluye el centro temático de todo el libro: estamos delante del centro mismo de la historia de la salvación: “En este centro del centro aparece el Pueblo de Dios en la tierra, junto al Cordero [14.1]; es el pueblo que rechaza adorar al Imperio Romano y que sigue a Jesús adondequiera que vaya”.99 La visión presenta al pueblo de Dios reunido con el Cordero en el monte Sión después de presentar la trinidad perversa (cap. 13) y antes del juicio de los que adoran a la Bestia (14.6-20). Esta comunidad terrenal tiene su paralelo con la comunidad en el cielo de los vencedores de Satán (12.10-11) y de los vencedores de la Bestia (15.2-4).

Pablo Richard, Apocalipsis: reconstrucción de la esperanza. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1994, p. 144. 99

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Quienes siguen a Jesús por dondequiera que va son su cortejo: el seguimiento fiel que llevan a cabo (14.4) los convierte en una comunidad alternativa a la idolatría imperante y los pone, literalmente, en el ojo del huracán. Han resistido “con la esperanza de que Jesús se manifestará pronto para juzgar a los adoradores de la Bestia”.100 Son los rescatados (“comprados”) de entre la humanidad como primicias para Dios y el Cordero. El cántico nuevo entonado por estos militantes (14.3) nadie más lo puede entonar pues es fruto de “palabras sinceras” y se basa en una “conducta intachable” (14.5), es decir, en un testimonio irreprochable, impecable y fuera de toda duda. Tres ángeles anuncian la venida del juicio: uno exhorta a temer a Dios en toda la creación (v. 7b), el segundo proclama la caída de Babilonia (la Roma imperial, 8) y el último, el que alza la voz estentóreamente, plantea el gran dilema de todas las edades, la confrontación espiritual más profunda: si se adora a la bestia y a su imagen, eso predispondrá a quien lo haga “a beber el vino de la ira de Dios” (9) y a recibir la recompensa por tan desafortunada decisión (10-11): “…cuando se adora la imagen de la Bestia, que es la representación material de las fuerzas sobrenaturales del mal del Imperio, entonces los adoradores de la imagen pierden su subjetividad, su identidad, su espiritualidad. Su identidad (su marca) es la identidad de la Bestia”.101 Tal es el trasfondo que precede al espectacular anuncio, dicho en forma positiva, que está por hacerse, el cual refleja el enorme impacto que debe producir el testimonio cristiano en el mundo concreto, histórico y tantas veces contradictorio. Se trata de una exhortación, un anuncio y una afirmación: ha llegado el tiempo, el momento climático, el kairós, para “poner a prueba” la firmeza (hupomoné), la capacidad de resistencia, de quienes siguen a Dios, obedecen sus mandamientos “y son fieles a Jesús” (12). Es un gran paquete ideológico, religioso, espiritual y cultural. Se espera de los redimidos una gran creatividad y un sólido criterio para actuar en medio de las coyunturas: “es cristiano quien sabe oponerse a las Bestias, recorriendo un camino alternativo de vida sin violencia, cumpliendo las obras de Dios […], siguiendo así a Jesús”.102 La resistencia incluye fe y obras, fortaleza en la prueba, firmeza de los “insumisos creadores” que forman a la comunidad: “…no son guerreros de lucha militar sino testigos (mártires) que regalan su vida por fidelidad al Evangelio de Dios (1.9; 12.17; 19.10)”. He ahí el desafío para estos tiempos, pues es el mismo que debieron enfrentaron aquellos creyentes. Ante las complicaciones terrenales es preciso ofrecer respuestas y acciones meditadas, bien situadas, en tiempo y forma, en las coordenadas actuales y alimentadas por todos los recursos disponibles. Si la variable es política (que casi siempre lo es), es obligado aprender a “leer los signos de los tiempos” mediante un claro discernimiento bíblico, teológico y doctrinal que desemboque en sanas determinaciones que hagan justicia a una juiciosa aplicación del Evangelio de Jesucristo, pues no cualquier llamado epidérmico y sensacionalista a la acción es fruto de dicho discernimiento. Un ejemplo de este esfuerzo es la sección final de la Institución de la Religión Cristiana acerca de la “potestad civil”, es decir, del gobierno, las leyes y el pueblo (IRC, IV, 20),103 un auténtico texto de cabecera para los cristianos de hoy. El resultado debería ser una verdadera “espiritualidad política reformada” que tenga clara la manera de situarnos ante esas realidades para que la iglesia no deje la impresión de ser solamente un grupo de alborotadores ingenuos o fanáticos. Si la exigencia es cultural, de la misma manera, se requiere un análisis completo, bien informado acerca de los entretelones de cada problema y circunstancia. Es necesario acudir a las bases, a los documentos esenciales de cada tradición cristiana para tener recursos cada vez más específicos. Es evidente que lo elemental de la acción cristiana es la oración y el recogimiento espiritual, resultado de la preocupación por determinados sucesos. Pero ello debe ser seguido por

Ibíd., p. 145. Ibíd, p. 151. Énfasis agregado. 102 Xabier Pikaza Ibarrondo, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999 (Guías de lectura del Nuevo Testamento, 17), p. 174. Énfasis original. 103 Recientemente, la profesora española Marta García-Alonso ha traducido y comentado esta sección completa en el volumen Textos políticos. Madrid, Tecnos, 2016, pp. 3-75. La traducción de Cipriano de Valera (1597) puede leerse en: www.iglesiareformada.com/Calvino_Institucion_4_20.html. 100 101

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una serie de acciones responsables que fortalezcan el testimonio de la iglesia en todo lugar, tal como lo subraya el Nuevo Testamento en diversos momentos. Porque, en efecto, “ha sonado la hora…”.

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2. UN TESTIMONIO CRISTIANO CONSISTENTE PARA UN MUNDO EN CRISIS Tú, en cambio, me has seguido asiduamente en mis enseñanzas, conducta, planes, fe, paciencia, caridad, constancia, […] Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste. II TIMOTEO 3.10, 14, Biblia de Jerusalén

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a preocupación por el estado general del mundo ha sido una constante en el ámbito cristiano durante la historia de la iglesia. Todos los días se hacen alusiones directas a los conflictos, excesos y urgencias que se detectan por todas partes: se habla de depravación, de señales del fin del mundo, de condenas por la impactante presencia del pecado, individual y colectivo. Y así, la mirada cristiana sobre el “mundo caído” oscila entre la decepción total y la ansiedad por que las cosas cambien. Lo mismo aconteció durante el primer siglo de la llamada era cristiana: los representantes de la nueva fe observaban a su alrededor y advertían que el juicio de Dios vendría sobre quienes practicaban la iniquidad de manera desaforada. Muestra de ello es la segunda carta Timoteo, escrita en el espectro de los seguidores de Pablo, quienes sin caer en la desesperación constataron que, en efecto, el mundo se encontraba, ya desde entonces, en un estado de decadencia preocupante. El horizonte de fe colocaba, en primer término, la certeza de que las cosas serían así, a las puertas de la manifestación de “los últimos tiempos”: “Debes saber también que en los últimos días, antes de que llegue el fin del mundo, la gente enfrentará muchas dificultades” (3.1). No se trataba, evidentemente, de acostumbrarse a esa situación sino. más bien, de estar advertidos acerca del grado de exigencia que se demandaría a los seguidores de Jesús de Nazaret en un mundo sumido en una crisis permanente. El perfil ético de los integrantes de la iglesia no permitía que ellos se “acostumbrasen” a ese ambiente, pues la esperanza que habitaba en sus corazones les hacía anhelar un mundo radicalmente nuevo, justo, lleno de paz y armónico. En otras palabras, su horizonte escatológico estaba dominado por la exigencia ética, no por una serie de mandamientos moralistas que, en ocasiones, resultan inaplicables, como vemos en la actualidad. “Levantar el grito al cielo” no era su actitud dominante sino una conciencia ética sólida que les permitiría resistir, en medio de ese mundo complejo, para advertir las “señales del fin” y actuar en consecuencia, que a fin de cuentas es lo más importante. La descripción de ese mundo vano y decadente no se limita al momento de mostrar sus aspectos generales. Un primer apunte abarca algunas actitudes de las personas:

a) “gente egoísta, interesada solamente en ganar más y más dinero” (3.2a): la avaricia y el lucro sin miramientos; b) “gente orgullosa, que se creerá más importante que los demás”. (3.2b): la soberbia y la altivez de algunos grupos sociales; c) “No respetarán a Dios ni obedecerán a sus padres, sino que serán malagradecidos y ofenderán a todos” (3.2c): ausencia de espiritualidad y de valores filiales.

En un segundo abordaje se describen otras actitudes individuales y sociales negativas:

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d) “Serán crueles y violentos” (3.3a): la presencia indudable de la violencia; e) “no podrán dominar sus malos deseos, se llenarán de odio” (3.3b): una actitud negativa de fondo hacia los demás; f) “dirán mentiras acerca de los demás, y odiarán todo lo que es bueno” (3.3b): la ausencia de la verdad y el rechazo de la justicia. El panorama dominante es el de un orgullo desmedido y una desobediencia radical a la voluntad de Dios (3.4). Y los que digan que aman a Dios, serán incongruentes e inconsistentes, pues sus palabras y sus acciones corren por caminos separados y hasta contradictorios (3.5). Ante todo ese ámbito tan sobrecargado de negatividad, la instrucción es muy clara: “No te hagas amigo de esa clase de gente” (3.5b): es decir, no se deberían compartir ni sus valores ni sus expectativas, pues las prácticas derivadas de ellos, enumeradas en los versículos siguientes son una demostración de su invalidez ética y moral (3.6). El afán pernicioso por las novedades, por las modas pasajeras, también es aludido en este recuento de anti-valores (3.7), para dejar bien claro cómo la frivolidad es una mala consejera para la existencia. El riesgo más importante es señalado a continuación: el predominio de estas actitudes pone en riesgo “que se dé a conocer el verdadero mensaje de Dios” (8a). La corrupción de la “mente” (nous) impide a las personas confiar en Dios (8b). Esta situación, insiste el texto, no se podrá mantener durante mucho tiempo, pues todos habrán de darse cuenta de la insensatez de esta conducta (9). La alternativa a todo esto es una orientación sana y clara a mantener clara la postura cristiana aprendida, a sostener firme y consistentemente la “manera de vivir y de pensar” (10). El ejemplo apostólico (10-11) debía ser la base para resistir y actuar congruentemente ante semejante crisis moral, pues el rechazo y la persecución sufrida por Pablo y sus acompañantes fue testimonio de la solidez del compromiso para promover el Evangelio en medio de las peores condiciones en diversos lugares. La advertencia también es firme, pero no debía prestarse al martirologio, puesto que más bien representa la claridad y la certeza con que se debe asumir el testimonio y la praxis del mensaje de Cristo en el mundo: “Bien sabemos que todo el que desee vivir obedeciendo a Jesucristo será maltratado” (12). Dado que la crisis irá en aumento y la espiral de injusticia enredará a los implicados en ella (13), la iglesia debe mantenerse fiel a su mensaje original y al apego a la verdad de Dios (14), pero eso mismo implica que, a medida que avanzan los tiempos, las comunidades deberán realizar su tarea con pasión indeclinable, creatividad fecunda y fervor profético ante un mundo omiso y adverso a su trabajo y misión.

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3. LA FIDELIDAD Y EL TESTIMONIO SE PRUEBAN EN LA HISTORIA Y se cumplió lo que dice la Escritura: Abraham se fio de Dios y se le apuntó en su haber y se le llamó amigo de Dios. Veis que el hombre hace méritos con las obras y no sólo con la fe. SANTIAGO 2.23-24, Biblia de Nuestro Pueblo

El supuesto conflicto entre la fe y las obras

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a clásica discusión sobre la fe y las obras iniciada por el apóstol Santiago en el siglo primero y que se avivó durante las reformas del siglo XVI, y que permitió clarificar el papel de una y otras en el orden de salvación, bien puede servir para acercarse al tema de la necesidad de que la fidelidad y el testimonio se prueban en la historia, es decir, en medio de los avatares de la realidad contradictoria y compleja. Ciertamente, el enorme dilema planteado por la forma en que la epístola afirma la justificación por las obras a contracorriente de lo expresado por el apóstol Pablo en otros lugares del Nuevo Testamento obliga, no a tomar partido por una u otra postura, sino a aceptar las dos de manera dialéctica, precisamente como parte del desafío que las propias Escrituras ofrecen a los creyentes para situarse ante ellas. Lutero mismo no pudo comprender cómo es que la Biblia afirmaba ambas cosas y calificó esta carta como “epístola de paja”, puesto que, para él, no enseñaba a Cristo (“Evangelio quiere decir nada más que un anuncio y grito de la gracia y misericordia de Dios, merecida y ganada por el Señor Jesucristo con su muerte”.104). Sus palabras son difíciles de asimilar incluso en nuestra época: “Aquí en Wittenberg vamos a arrojar de la Biblia esa carta de Santiago, pues no habla nada de Cristo, ni siquiera una sílaba en el comienzo o en el preludio. Parece que contradice a Pablo y no habla rectamente del evangelio ni de la ley”.105 Otorgó primacía absoluta a la carta a los Romanos, en el contexto que le tocó vivir, dominado por la afirmación católico-romana del primado de las obras, y eso lo llevó a semejante determinación. En lo que sí estaría de acuerdo Lutero fue en la necesidad de hacer presente en el mundo, históricamente, los frutos de la fe, es decir, las obras como muestra de la acción salvífica de Dios en la vida de cada ser humano redimido. La teología de la Reforma profundizaría en ese problema y llegaría a conclusiones más incluyentes, que permitieron no necesariamente armonizar a ultranza ambas afirmaciones sino colocarlas en su justa dimensión dentro del proyecto divino de salvación. Calvino y su tradición tomaron muy en serio la manera en que la carta expone la situación. De ella y del resto del Nuevo Testamento extrajeron, simultáneamente, la obligación cristiana de dar un ben testimonio en la historia, y que ese testimonio sea fiel en el mundo, es decir, que las obras fruto de la fe permitan superar la falsa oposición entre ellas. De la fe reformada surgiría un nuevo trato con la fe, a diferencia de la doctrina católico-romana, como instrumento único Y con las obras, ya no como recurso para la salvación, pues más bien representan el fruto de la misma. De hecho, hubo una inversión de valores, tal como señala el reformador francés, pues lo que se espera de los creyentes, precisamente, es que caminen en las buenas obras preparadas para ellos de antemano (Efesios 2.10):

Movidas por la gracia, nuestras obras no son en modo alguno meritorias. […] Sin embargo, el Señor llama a las buenas obras que nos lleva a hacer “nuestras”; y no solamente declara que le son agradables, sino que además las remunerará. […] Así que las buenas obras agradan a Dios, que se alegra de ellas, y no son inútiles a los que las hacen; antes bien,

M. Lutero, WA, 12, 259, 5, cit. por Olegario González de Cardedal, La entraña del cristianismo. 3ª ed. Salamanca, Secretariado Trinitario, 2001, nota 118, p. 241. 105 M. Lutero, Discursos de sobremesa, cit. por Ídem. 104

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reciben muy grandes beneficios del Señor como salario y recompensa; no porque ellas merezcan esto, sino porque el Señor, movido por su liberalidad, les atribuye y señala ese precio. (IRC, III, 15, 3).106

Las obras, verificación histórica de la fe cristiana La pregunta que hace el apóstol resuena aún en nuestros oídos con la misma intensidad con que fue pronunciada originalmente: “¿De qué le sirve a uno alegar que tiene fe si no tiene obras? ¿Podrá salvarlo la fe?” (2.14) pues exige como respuesta una “verificación histórica” inapelable ante el ejemplo inmediato que propone: la necesidad humana como exigencia de carácter absoluto (2.15-17). El alegato continúa al poner en la balanza ambas realidades y acceder a una conclusión determinante: “…la fe que no va acompañada de obras, está muerta del todo” (17), esto es, que la fe alcanza su eficacia histórica al producir obras efectivas, resultados tangibles. La contrarréplica hipotética que sugiere no hace sino evidenciar el falso problema: “Uno dirá: tú tienes fe, yo tengo obras: muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré por las obras mi fe” (18). Porque tener fe, creer, no es la dificultad, dado que hasta los demonios son “buenos creyentes” (19). La verdadera dificultad es extraer obras históricas palpables de una fe “bien puesta”. De ahí que el apóstol insista en que es una necedad afirmar el primado de la fe y convertirla, paradójicamente, en una obra estéril (20). Por ello es que la fe reformada, surgida en el siglo XVI y consolidada en los siglos siguientes con todos sus problemas dogmáticos, marcó muy bien la distancia espiritual que deben establecer los creyentes al momento de situarse ante ellas. El par de ejemplos históricos de Santiago es abrumador: en medio de sus circunstancias tan específicas, Abraham, por un lado, y Rahab, por el otro, en diferentes momentos de la historia de salvación, produjeron obras como resultado de la fe. El primero, en un ejercicio de obediencia absoluta, sin extrañarse por la orden de sacrificar a su hijo (práctica que debía superarse en la nueva fe a la que fue llamado, v. 21). El análisis teológico inmediato no debería dejar lugar a dudas: “…la fe operaba con las obras, y por las obras la fe llegó a su perfección” (22). Al fiarse de Dios alcanzó a la amistad suya (23). La conclusión no suena muy “protestante” que digamos, pero tampoco ése es un problema (“…el hombre hace méritos con las obras y no sólo con la fe”, v. 24) porque la percepción divina va más allá de las contradicciones ideológicas humanas. Giacomo Cassese lo explica bien: “La fe y la práctica de vida no existen independientes de la palabra, y la fe y la acción no existen sino entrelazadas. […] Santiago acaba con el dualismo y con la espiritualización que pueda paralizar a la fe. La fe no puede separarse de la esfera de las cosas concretas, ni puede emerger ajena a la actividad del Espíritu Santo”.107 Rahab, por su parte, también “hizo méritos con las obras” (25) al actuar de forma inopinada y romper con la tradición para encontrarse cara a cara con el Dios vivo y verdadero. El aforismo final zanja la discusión y afirma que la fe sin resultados históricos no existe: “Como el cuerpo sin el aliento está muerto, así está muerta la fe sin obras” (26).

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Juan A. Ortega y Medina profundiza en este tema en Reforma y modernidad. México, UNAM/IIH, 1999, pp. 93-94, 103-106. G. Cassese, Epístolas universales. Minneapolis, Augsburg-Fortress, 2007, pp. 20-21. 62


Agosto “ESCUDRIÑEN LAS ESCRITURAS…”: LA BIBLIA, ALIMENTO ESPIRITUAL INSUSTITUIBLE 1. LA FIDELIDAD A LA PALABRA DIVINA: EXIGENCIA RADICAL PARA LA FE EVANGÉLICA Jóvenes, les he escrito porque son fuertes, y la Palabra de Dios permanece en ustedes, y ustedes han vencido al Maligno. I JUAN 2.14, El Libro del Pueblo de Dios

El principio formal de la Reforma Protestante

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na de las características de las iglesias derivadas de las reformas religiosas del siglo XVI es su apego irrestricto a la Biblia, así como su defensa permanente de la primacía de las Escrituras en cualquier asunto de fe y doctrina. Suscribir la afirmación contenida en el principio Sola Scriptura es también una de las marcas de cualquier comunidad cristiana que se precie de ser “reformada”, no sólo en el sentido confesional sino en el más amplio de ser una iglesia renovada por el Espíritu Santo de la manera en que aquellos movimientos reivindicaron su soberanía sobre la existencia y misión de la iglesia. Acaso uno de los momentos más dramáticos de los inicios de la reforma luterana fue aquel cuando el exmonje agustino afirmó con plena convicción de lo que hacía. En la Dieta de Worms (abril de 1521, mientras Hernán Cortés estaba por sitiar Tenochtitlan), a la pregunta sobre si se retractaría de lo enseñado en sus escritos reformistas y de los supuestos errores que contenían, respondió: “A menos que se me persuada por testimonios de las Escrituras o por razonamientos evidentes, porque no me bastan únicamente las afirmaciones de los papas y de los concilios, puesto que han errado y se han contradicho a menudo, me siento vinculado con los textos escriturísticos que he citado y mi conciencia continúa cautiva de las palabras de Dios. Ni puedo ni quiero retractarme de nada, porque no es ni seguro ni honrado actuar en contra de la propia conciencia”.108 Nacía así en el interior de esa tradición en formación uno de los principios mayores de lo que sería el protestantismo, puesto que no puede haber mejor definición de la relación de un creyente con la revelación escrita de Dios que ésa: tener la “conciencia cautiva de la Palabra de Dios” significa someter todo pensamiento, doctrina y acción al escrutinio radical del mensaje bíblico, fruto de una sana, seria y respetuosa lectura e interpretación de los textos bíblicos en su contexto y como parte del mensaje divino de salvación. A todo ello, algunos teólogos lo denominaron el “principio formal” de la Reforma Protestante, es decir, la prevención contra cualquier forma de literalismo que dañe la comprensión de los textos bíblicos.109 Dos protestantes franceses hacen un magnífico resumen: “El principio característico del protestantismo como confesión cristiana es el valorar las Sagradas Escrituras haciendo de ellas la fuente por excelencia, incluso el único origen, de todo valor, tanto en el plano teológico como moral y cultural, tanto de forma colectiva como individual. Allí en donde el catolicismo concede valor a la institución eclesiástica, su tradición y su jerarquía, el protestantismo destaca, con exclusión de cualquier otro principio, la Biblia como expresión o continente de la Palabra de Dios”.110

“Lutero ante la Dieta de Worms”, en www.luther.de/es/leben/worms.html. Olivier Millet y Phillipe de Robert, Cultura bíblica. [2001] Madrid, Universidad Complutense, 2003, p. 282. 110 Ibíd., p. 274. 108 109

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El otro gran principio es el “material”, relativo a Cristo como contenido de la fe y a la justificación obtenida mediante la gracia de Dios.111 La autoridad de la Biblia, así, se impuso rotundamente sobre la institución y sobre la tradición para hacer surgir, como parte del principio y la práctica del libre examen, un conjunto de lecturas serias, críticas y responsables que debían conducir la marcha de la iglesia. Qué tanto se ha logrado eso con la marcha de los tiempos es algo difícil de determinar, pero el lugar que la Biblia alcanzaría gracias a la Reforma lo ha resumido muy bien George Steiner, en su pequeño libro introductorio al Antiguo Testamento: En Occidente, pero también en otras partes del planeta donde el “Buen Libro” ha sido introducido, la Biblia determina, en buena medida, nuestra identidad histórica y social. Proporciona a la conciencia los instrumentos, a menudo implícitos, para la remembranza y la cita. Hasta la época moderna, estos instrumentos estaban tan profundamente grabados en nuestra mentalidad, incluso —tal vez especialmente— entre gentes no alfabetizadas o prealfabetizadas, que la referencia bíblica hacía las veces de auto-referencia, de pasaporte en el viaje hacia el ser interior de la persona.112

La presencia de la Biblia en la vida cristiana El reconocimiento que hace la primera carta de Juan a varios sectores de la comunidad cristiana a la cual se dirige es digno de destacarse, pues a uno de ellos, el de los jóvenes les señala específicamente su apego a las Sagradas Escrituras (I Juan 2.14), su constancia en la lectura y familiaridad hacia ella, en una época en que ni siquiera se contaba aún con la totalidad de las mismas. Seguramente ellos/as únicamente conocían el Antiguo Testamento y quizá algunas epístolas apostólicas, por lo que su esfuerzo espiritual y cultural para acceder al mensaje antiguo de Dios fue digno de notarse. Se trataba de nuevas generaciones empeñadas en reforzar el contenido de su fe y de esa manera fortalecerla ante los embates que trataban de apartarlos del Evangelio de Jesucristo que habían recibido en el seno de la comunidad a la que pertenecían. Si a las demás generaciones se les reconoce por otros motivos igualmente destacables (los mayores conocen a Jesús, 2.12), sobresale el hecho de que quienes mayor resistencia presentan a la tentación y la prueba son los jóvenes por su lectura fresca de las Escrituras. Ambas generaciones conocen al Padre y a su Hijo, el Salvador y eso los capacita para resistir y crecer. En nuestro ambiente, y siguiendo esa línea de pensamiento, deberíamos esperar que la profundización en el estudio de la Biblia sustituyera al acceso juvenil a la misma que consistía, en otras épocas, en los concursos de “conocimiento bíblico” (en todas sus variantes), basado en una acumulación de datos y en la medición de las habilidades para memorizar y localizar citas bíblicas. En el protestantismo, la experiencia de la fe es acompañada por el surgimiento de una auténtica “cultura bíblica” cuyo impacto debe ser visible en todas las áreas de la vida. La Biblia tiene un profundo potencial movilizador de las conciencias pues enseña, en orden de prioridades (aunque casi siempre sucede simultáneamente) a creer, hablar, orar y a pensar. Semejantes capacidades, al conjuntarse, forman un conjunto realmente revolucionario, en todas las formas. Escuchemos a Carlos Monsiváis dando testimonio de la forma en que lo impactó su lectura de la Biblia, y especialmente de la llamada “versión antigua” (revisión, en realidad) de 1909:

Cf. J. Hoffmann, “Coincidencias y divergencias entre las iglesias”, en Iniciación a la práctica de la teología. Dogmática. 2. Madrid, Cristiandad, 1984, pp. 329-330. 112 G. Steiner, Prefacio a la Biblia Hebrea. Madrid, Siruela, , p. . 111

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Me parece que para mí fue un aprendizaje de la lengua excepcional porque me tocó leer la Biblia en la versión de Casidoro de Reina y Cipriano de Valera, que considero inmejorable y cuyo uso me parecería todavía necesario. No me gusta la actualización de la Biblia, la versión actual, no porque discrepe de las correcciones, las anotaciones, las puestas al día de vocabulario, sino porque lo otro era el caudal de la lengua y la manera inmejorable de decir: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. El un día emite palabra al otro día, y la una noche a la otra noche declara sabiduría”. Me parece que allí se ha llegado a una perfección del idioma tan declarada que buscar equivalentes que sean más comprensibles es simplemente relegar lo que da de profundidad una versión hecha de una manera soberbia por Reina y Valera. (www.youtube.com/watch?v=Sa_nFJQ98sQ, a partir del minuto 1:49)113

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Cf. Óscar Moha, “Entrevista a Carlos Monsiváis”, en www.youtube.com/watch?v=UEtlnZTW7FY. 65


2. FIDELIDAD A LA PALABRA DE DIOS EN CUALQUIER CIRCUNSTANCIA El rey aceptó firmar la ley. Daniel lo supo, pero de todos modos se fue a su casa para orar a Dios. Daniel acostumbraba orar tres veces al día, así que entró en su cuarto, abrió la ventana y, mirando hacia Jerusalén, se arrodilló y comenzó a orar. DANIEL 6.9-10, Traducción en Lenguaje Actual

La Palabra de Dios y la literatura apocalíptica ase evolutiva y bien diferenciada de la literatura profética, su antecedente inmediato, se distinguió porque sus autores descreyeron radicalmente de la acción política y porque proyectaron sus esperanzas hacia un futuro que no alcanzarían a ver, aun cuando sus producciones textuales dejan ver que creían firmemente en la intervención divina en la historia. Sobre ésta, tales creyentes la veían como una sucesión de imperios sometidos al designio superior de Dios, aunque no dejaban de advertir los espacios de autonomía de las diversas hegemonías que se disputaron el control del mundo conocido en su época. Presente en porciones de profetas como Isaías (24-27) y Ezequiel (38-48), la actitud apocalíptica impregnó buena parte de la mentalidad y la fe del antiguo Israel desde antes del exilio y llegó hasta los tiempos de Jesús, quien también compartió la visión y la espera de la intervención extraordinaria de Dios en medio de los sucesos sociopolíticos. Son apocalípticas sus famosas palabras contenidas en Mr 13 y en sus derivaciones de Mt 24-25 y Lc 21. Se trataba de visiones a largo plazo “en las cuales Israel, amenazado por las naciones paganas, sería salvado por una intervención divina”. 114 Lo apocalíptico era una fe y una mirada muy específica sobre la realidad que produjo algunas doctrinas tales como la creencia en los ángeles, en la resurrección, además de redefinir la concepción de la historia de los profetas antiguos. El libro de Daniel, redactado alrededor de unos 170 años antes de Cristo (por lo que pertenece al bloque de los Escritos en la Biblia Hebrea), “evoca, mediante las visiones de un joven judío exiliado en Babilonia y unas expresiones e imágenes codificadas, el destino del pueblo judío perseguido por los Seléucidas y su milagrosa salvación”.115 Como parte de su herencia profética, el autor creyó conveniente “utilizar el procedimiento literario apocalíptico para expresar sus ideas religiosas sobre la necesidad de ser fieles a la Ley de Dios y sobre el triunfo definitivo de Dios sobre los enemigos que históricamente se oponen a la implantación del ‘reino de los santos’”.116 El concepto de revelación llegó a un punto en que se identificó casi por completo con las visiones que son el vehículo privilegiado para transmitir la voluntad divina, paso a paso con los acontecimientos que marcan el destino de los personajes principales: “Ya no se trata de transmitir la voluntad de Dios para el tiempo presente, sino de anunciar a largo plazo una intervención divina que supondrá la salvación de Israel, provocando el fin del mundo pecador y el comienzo de una nueva era. La forma literaria es la visión, que presenta una interpretación global de la historia acompañada de indicaciones sobre la fecha de los acontecimientos venideros”.117 Nada de esto acontecía en la literatura profética anterior.

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La fidelidad a la Palabra en medio de la oposición imperial La sección histórica del libro de Daniel (caps. 1-6) se refiere al periodo babilónico-persa, en donde ubica una serie de acontecimientos que muestran la resistencia cultural y religiosa del judaísmo exílico, lo que aparece desde el inicio mismo ante la decisión del monarca babilonio de llevar consigo a algunos jóvenes intelectuales judíos (1.17) que servirían en la corte (1.18-21). Daniel, particularmente, dominaba el arte de interpretación de los sueños (2) y en el cap. 3 aparece la prueba de fuego (literalmente) para Olivier Millet y Philippe de Robert, Cultura bíblica. Madrid, Universidad Complutense, pp. 34-35. Ibíd., p. 35. 116 “Daniel”, en www.mercaba.org/Biblia/Comentada/profetas_daniel.htm. 117 O. Millet y P. de Roberto, op. cit., p. 134. 114 115

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él y sus compañeros. En el cap. 4, Daniel demuestra nuevamente su superioridad sobre los adivinos de Babilonia ante la enfermedad del rey. El siguiente relato se ocupa de la caída de Belsasar, uno de los sucesores de Nabucodonosor y del ascenso de la dinastía medo-persa. El relato del cap. 6 sintoniza totalmente con el del 3, a pesar de sus diferencias: “La conclusión repite el mismo esquema anterior: una alabanza por parte del rey, y la prosperidad para Daniel. El castigo en el horno caliente y en la fosa de los leones es, sin lugar a dudas, una referencia a los mártires que fueron torturados en la guerra contra el imperio seléucida y, al mismo tiempo, es una invitación a mantener la resistencia”.118 El personaje Daniel es “un hombre excepcional, de espíritu superior, intachable en su administración del imperio persa e inquebrantable en su fe”.119 La terrible prueba a la cual se ve sometido es “la última historia edificante que confirma la fidelidad de nuestro protagonista a la fe judía, antes de ser él mismo el receptor de las revelaciones divinas de la segunda parte del libro”. El tema es muy evidente: estamos ante un episodio de “persecución contra el judío observante, tomando como ocasión de ella la contraposición entre la ley de los medos y los persas y la ley del Dios de los judíos. A través de esta oposición entre ambas legislaciones se enfrentan dos religiones, el culto del emperador y el culto del Dios vivo”.120 La persecución religiosa, que en última instancia ocultaba la pretensión hegemónica del poder, podía estar ambientada bajo la dominación de Antíoco IV Epífanes (cf. Sal 74; 1 Mac 1.41ss; 2 Mac 6-7). El culto monoteísta judío causó muchos problemas a los descendientes de Alejandro el Grande, lo que más tarde desencadenaría la revuelta nacionalista judía de los Macabeos y dio origen a una larga lista de mártires. La exigencia espiritual profunda consistió en demandar de los creyentes exiliados una fidelidad absoluta a la ley divina, en este caso concreto al mandamiento de no adorar dioses ajenos, máxime ante el culto político de los medo-persas, que en esta ocasión muestran un rostro menos amable, con todo y que la figura del emperador se presenta con cuidado. La fidelidad a la ley antigua por parte de toda una generación de exiliados (que juraron lealtad al imperio: 6.22) sería el modelo para las que vendrían más tarde, en medio de un contexto de desesperanza y sometimiento a los poderes de turno. Finalmente, el testimonio de Daniel alcanza al propio monarca y, así, se afirmará uno de los grandes postulados de la fe apocalíptica en relación con el reino venidero de Dios, proyectado en un futuro utópico pero cierto: “El reconocimiento del Dios de Daniel por parte de Darío constituye una confesión de fe en el único Dios [6.26-27]. Reviste esta confesión de fe la forma de un breve himno en el cual se afirma que el Dios de Daniel es el Dios vivo que vive para siempre, su reino es un reino que no será destruido y su imperio no tendrá fin”.121 Como resume bien Jean Meyer: “Los cristianos deberían ser iconoclastas; el ídolo del Estado-nación no puede ser suyo, y tampoco los otros ídolos. Tienen que emprender de nuevo el combate de los profetas y salir de la trampa religiosa para jugar su papel destructor de las obsesiones sagradas”.122

José Ademar Kaefer, “‘Bienaventurado aquel que persevera’ (Dn 12.12): una introducción al libro de Daniel”, en RIBLA, núm. 52, 2005-3, p. 128, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/52.pdf. 119 José Héctor Lüdy, “Daniel”, en Comentario al Antiguo Testamento. II. Estella, La Casa de la Biblia, 1997, p. 271, www.ebam.org/libros/Comentario-Al-Antiguo-Testamento-II-profetas-sap%ecenciales-poeticos.pdf. 120 Ídem. 121 Ibíd., p. 272. 122 J. Meyer, “Religión y nacionalismo”, en De una revolución a otra. México, El Colegio de México, 2013. 118

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Septiembre “LA JUSTICIA ENGRANDECE A UNA NACIÓN” 1. EL PACTO PREVALECE A PESAR DE LA DESOBEDICIENCIA HUMANA Sé que no hemos sido destruidos porque Dios nos tiene compasión. Sé que cada mañana se renuevan su gran amor y su fidelidad. Por eso digo que en él confío; ¡Dios es todo para mí! LAMENTACIONES 3.22-24, Traducción en Lenguaje Actual

“E

n 588 a.C., el rey Sedecías suspendió el pago de tributos a Babilonia. En 586 a.C., después de año y medio de cerco, los oficiales de Nabucodonosor conquistaron, incendiaron Jerusalén y destruyeron el templo. Fue el fin del Reino de Judá. Sedecías fue apresado y llevado con el segundo grupo de deportados a Babilonia (2 Re 25.7). Lo reubicaron junto a los expatriados del 597 a.C. Estos acontecimientos, que dan pie a las Lamentaciones, se narran en el Segundo libro de los Reyes y en Jeremías 39 y 52, y se transforman en una visión en Ezequiel (Ez 9)”.123 Éste es el trasfondo histórico del libro de las Lamentaciones, escrito aproximadamente entre el 586 y el 575 a.C., durante o poco después de la caída de Jerusalén. Aunque el original hebreo no indica nada que lo relacione con Jeremías, la referencia al profeta aparece en la Septuaginta, en una nota que afirma: “Sucedió cuando Israel fue llevado cautivo y Jerusalén fue asolada, que Jeremías, llorando, se sentó y entonó esta lamentación sobre Jerusalén, diciendo...”. Lo cierto es que varios poetas, hombres y mujeres, hicieron del suceso el tema de sus textos. Según Kathleen O’Connor, el trabajo mayormente debió ser realizado por mujeres,124 pues la tradición depositaba en ellas “el arte de la lamentación”, de lo cual hay evidencia en el libro de Jeremías (9.17-21; 31.15). Estamos ante un evidente caso de “poesía teológica”, lo cual exige, además de una sensibilidad específica para abordarla, el respeto por sus características formales y expresivas (es un acróstico), lo que produce también una serie de requisitos para acceder a su contenido y mensaje. Su lenguaje realista, hiperrealista incluso, y la manera en que despliegue las observaciones y los diversos temas, lo convierte, de entrada, en una profunda elegía (en griego, treno), es decir, en un poema triste que se lamenta por la muerte de la gran ciudad de Jerusalén, como si fuera una persona, y por la crisis humanitaria experimentada por el pueblo ante el sitio de la misma. En ella caben “la descripción de rasgos sueltos, la transposición imaginativa, los lamentos, las súplicas, las preguntas desconcertadas, la exhortación. Todo ello suministra riqueza y variedad de materiales”.125 La primera lamentación destaca el sufrimiento como consecuencia de la propia culpa; la segunda muestra a Yahvé como enemigo que ha destruido a Sión en Pinky Riva, “Meguilat Eijá. El libro de las Lamentaciones”, en RIBLA, núm. 67, p. 66, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/67.pdf. 124 K. O’Connor, “Lamentations”, en Carol A. Newsome y Sharon H. Ringe, eds., Women’s Bible Commentary, Louisville, Westminster John Knox, 1992, 1998. 125 P. Riva, op. cit., p. 67. 123

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el día de su ira; la tercera, que se confía en Yahvé en medio del dolor, porque es misericordioso; la cuarta, que el sufrimiento corresponde a la culpa, pero que el tiempo de sufrir ha terminado; y la última es una oración para salir de la miseria. La Tercera Lamentación, un acróstico perfecto, puede dividirse en tres partes bien definidas: la experiencia individual del dolor (vv. 1-20); la esperanza en la misericordia de Dios (vv. 21-39); y una súplica individual y colectiva (40-66). El tema central es el mismo de todo el libro: Dios es quien castiga con justicia los pecados, pero también es el único que puede salvar. Está redactada en primera persona, por lo que la voz que habla “expresa el dolor y la súplica, el reconocimiento de sus pecados y su esperanza en la misericordia divina, su propio ser y su pertenencia a un pueblo”.126 El hablante asume como propio el dolor por lo sucedido hasta ese momento, de manera directa sobre él y así se presenta: “Yo soy el que ha sufrido/ el duro castigo de Dios./ 2 Él me forzó a caminar/ por los caminos más oscuros;/ no hay un solo momento/ en que no me castigue” (vv. 1-3). Su situación es trágica, de muerte (vv. 4-6), al grado de que “Se niega Dios a escucharme” (v. 7). El Señor ha encaminado sus fechas sobre él y, literalmente, lo acosa (8-15). La sensación es de derrota total por causa de esta actuación divina (v. 16) y “la felicidad es sólo un recuerdo” (v. 17). En el extremo del desencanto no duda en decir: “Me parece que de Dios/ ya no puedo esperar nada” (18). Por ello, el ánimo está perdido (vv. 19-20). Pero en medio de esa circunstancia emocional tan deprimida, surgen las primeras palabras de esperanza, que van a ser, en sentido estricto, el centro estructural y teológico de todo el libro: “Sé que no hemos sido destruidos/ porque Dios nos tiene compasión. ./ Sé que cada mañana se renuevan/ su gran amor y su fidelidad./ Por eso digo que en él confío;/ ¡Dios es todo para mí!” (22-24). A partir de ahí el lenguaje cambia, pero además se va a establecer una reflexión teológica consistente para colocar el pacto antiguo en una nueva dimensión de trato hacia el pueblo que se puede calificar de dialéctica. La afirmación de confianza en eminentemente individual (24) y de allí se parte para exhortar a los demás a confiar en Yahvé, aunque con una mirada nueva de la fe, de la historia, de la vida completa (25). La espera de la salvación debe ser paciente y deben aprenderse las lecciones desde la juventud (26-27), etapa de hondo aprendizaje, pues el sufrimiento puede afrontarse desde el silencio cuando Dios lo ordena así (28, 29-30). La actitud propuesta es definitivamente mística, contraria al exceso de palabrería de otros momentos, ante la que bien vale la pena recuperar lo que la propia Escritura afirma en otros lugares (“calle delante de Él toda la tierra”, Hab 2.20; “sean pocas tus palabras”, Ecl 5.2). El nuevo paso histórico reconoce que el rechazo de Dios es efectivo, pero que no será duradero (31). La “relación dialéctica” con Él no se presta para triunfalismos espirituales inauténticos, pues realmente de Él vienen todas las cosas, dicho esto sin que parezca una pose o una afirmación “positivista”: Él es la fuente única del sufrimiento y la aflicción (32), pero no desde una perspectiva sádica, pues a Él también le duele lo que acontece, no disfruta con ello ni mucho menos (32b-33), lo cual es una amplia veta para cuestionar otros discursos teológicos. Un aspecto esclarecedor en este punto se refiere a que, en el v. 32, donde se traduce comúnmente como “misericordia”, la palabra original habla de “entrañas” o “vientre” (como en Gn 49.25, Is 26.3 y Os 9.14”. “Este vientre, como símbolo femenino, resalta la maternidad de Dios con una imagen positiva y abre la esperanza a la misericordia de Dios, por el eventual perdón y la restitución, tal como lo expresa el v. 31”.127 Jesús también experimentó esa sensación de indignación en las vísceras o en el “seno materno” (Mr 6.34; Mt 9.36).128 De ahí surgirá la preocupación social al trasladar estos sentimientos divinos al ámbito de lo público, como lo refleja esta traducción: Ibíd., p. 77. Ídem. 128 Cf. Pedro Fraile Yécora, Entrañas de misericordia. Jesús, ternura de Dios. Madrid, PPC, 2015, pp. 85-87, https://issuu.com/ppcmexico/docs/entra__as_de_misericordia_issuu. 126 127

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“Violar los derechos humanos/ es algo que Dios no soporta./ Maltratar a los prisioneros/ o no darles un juicio justo,/ es algo que Dios no aprueba” (34-36). La sección concluye desde un horizonte sapiencial de observación: si nada escapa al designio divino, incluso lo bueno y lo malo (37-38), ésa será la razón para dejar la queja por causa de la justicia del castigo (39). Si en otros lugares del AT, se cuestiona, así sea implícitamente, el pacto de Dios con el pueblo (Job, Ester, Eclesiastés), aquí la recuperación del mismo es agónica, es decir, se interpreta como una situación crítica que impacta en el corazón mismo de Dios para garantizar la permanencia de la alianza en el marco de la fidelidad divina indiscutible, pero sin olvidar al socio humano que, a pesar de sus desobediencias, seguirá siendo la contraparte de este convenio de amor, compasión y justicia.

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2. LA FIDELIDAD DE DIOS SOBREPASA TODAS LAS EDADES

Haré con ellos un pacto que durará para siempre. Estaré con mi pueblo en todo momento, y lo ayudaré; haré que me respete, y que no vuelva a alejarse de mí. Con todo mi corazón volveré a establecerlo en esta tierra, y mi mayor alegría será que mi pueblo esté bien. JEREMÍAS 32.40-41, Traducción en Lenguaje Actual

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os caps. 31 a 33 de Jeremías son famosos porque anuncian una nueva alianza entre Yahvé y su pueblo. El más famoso es el 31, pues fue citado varias veces en el Nuevo Testamento, pero el 32 contiene un diálogo extraordinario entre Yahvé y el profeta en el que le explica, con lujo de detalles, su proceder ante la crisis causada por la caída y desaparición de la monarquía israelita. Se trata de un relato peculiar sobre las decisiones divinas El capítulo completo se centra en el rescate de un campo familiar. La narración comienza con Jeremías encarcelado por causa de anunciar la venida victoriosa de Nabucodonosor y la inutilidad de la resistencia contra él (vv. 1-5), es decir, era visto como un traidor a su patria. En los vv. 6-15 se describe el gesto profético de acordar la compra de un terreno, en medio de la situación tan crítica, con el propósito de demostrar que Dios había hablado auténticamente con Jeremías (v. 8b) y que había prometido que en el país podría volverse a comprar casas, terrenos y viñedos (v. 15). “Es un acto profético de indudable sentido esperanzador, aunque a primera vista resulta absurdo”.129 A continuación, se registra la oración del profeta, en la que se hace un firme y apasionado reconocimiento de las acciones de Dios, un auténtico modelo de oración teo-céntrica, más allá de poses o doctrinas mal digeridas y aplicadas: “Dios de Israel, tú, con tu extraordinario poder, has creado el cielo y la tierra. ¡No hay nada que tú no puedas hacer! Demuestras tu gran amor a miles de personas, pero también castigas a los hijos por el pecado de sus padres. ¡Tú eres grande y poderoso! ¡Por eso te llaman Dios del universo! Tus planes son maravillosos, pero aún más maravilloso es todo lo que haces. Tú estás al tanto de todo lo que hacemos, y a cada uno nos das lo que merecen nuestras acciones” (1719). “El profeta, para seguir confiando en la palabra del Señor, tiene que remontarse en su oración a los fundamentos de la fe, a los prodigios del éxodo y de la liberación inicial” (vv. 20-22),130 al comportamiento del pueblo en la tierra entregada por Dios (23a), así como a los acontecimientos más recientes, especialmente el sitio de Jerusalén por los babilonios (23b-24a). La oración concluye con la pregunta sobre la razón que ha tenido para comprar ese terreno mientras la ciudad está a punto de caer (25). En medio de la crisis, Jeremías experimenta el dilema de salvaguardar los intereses de las dos partes de la alianza: de Yahvé, quien, cumpliendo siempre sus obligaciones, está aplicando sanciones a su contraparte; y del pueblo, que vive una situación extrema por causa de su desobediencia a las cláusulas del pacto con el Señor. Este dilema hace del profeta un vigía doble, un centinela de las dos partes del pacto, una especie de pararrayos en ambos sentidos, pues en él desembocan los sentimientos más extremos: por un lado, la justicia irrefutable del Dios fiel y, por el otro, la angustia y la tragedia de un pueblo sometido a los vaivenes de la historia vistos experimentados como instrumentos de la misma. El en el fondo, no está puesto a debate que el castigo sea justo o injusto sino su necesidad y las consecuencias que habría de tener. José María Ábrego de Lacy, “Jeremías”, en Comentario al Antiguo Testamento. II. Madrid, La Casa de la Biblia, 1997, p. 140. 130 Idem. 129

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De ahí que la respuesta divina, expresada en un lenguaje coloquial, como lo permiten apreciar las traducciones actuales, aparezca como una explicación minuciosa del parecer divino sobre los sucesos que azotan la conciencia del profeta y la realidad cotidiana del pueblo aquejado por las dudas y la inaceptable situación del momento. En “la primera parte (26-35) se expone el castigo por el pecado de Jerusalén y Judá; la segunda (36-44) anuncia la salvación, incluso tras la destrucción. La salvación se dibuja con las siguientes pinceladas: regreso, alianza, dones de la tierra. Sigue el esquema del éxodo”.131 La explicación divina, como en otras ocasiones similares, expone una argumentación impecable que merece ser seguida paso a paso: a) La universalidad de Yahvé (27a) y su omnipotencia (27b); b) la conquista de Jerusalén será un hecho consumado (28) y ese imperio acabará físicamente con la idolatría de Israel (29); c) Israel y Judá han actuado irresponsablemente (30); f) la destrucción de Jerusalén se fue fraguando desde mucho tiempo atrás mediante una serie de “pecados estructurales” cometidos por todos los estratos del pueblo-nación (31-32); d) se produjo una fuerte desatención a la “pedagogía divina” (33) y se incurrió en la idolatría que los deshumanizó (34-35a); La segunda parte es clara y esperanzadora, a pesar de todo: e) Al enojo divino seguirá el esfuerzo de reunirlos (36-37); f) Israel seguirá siendo su pueblo y Él su Dios (38); g) Él transformará su conducta y sus pensamientos para perpetuar el pacto (39); h) y el pacto será eterno con beneficios históricos para el pueblo (40-44). La metáfora de la compra-venta de terrenos, situada en el marco de la relación de Dios con su pueblo y en lo establecido por la ley acerca del rescate de propiedades familiares (Lv 25.25, 47-55), fue utilizada aquí para fundamentar la esperanza de restauración comunitaria. “Los judíos poseen la herencia de la tierra. La solidaridad impedirá que ésta pase definitivamente a manos extranjeras. El Señor será en el futuro el ‘rescatador’ o ‘redentor’, que devuelve a los suyos sus posesiones”. 132 La fidelidad de Dios a su pacto sobrepasa, ciertamente, todas las épocas y edades y se ha expandido hasta incluir a todos quienes se sumarán al pueblo universal de Dios en el futuro. El cap. 33 cerrará el círculo con las firmes promesas de restauración (vv. 6-9): “El Señor es el creador y quien es capaz de suscitar la novedad. […] La resistencia al plan de Dios es inútil. El Señor puede cambiar la suerte de su pueblo cuando quiera, y lo hará cuando el castigo purifique al pueblo. Jerusalén será entonces reedificada y habitada; los cantos de alabanza se entonarán dentro y fuera de sus muros”.133 Por eso el pueblo cantará:

Ídem. Ídem. 133 Ídem. 131 132

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ยกAlabemos al Dios de Israel! ยกAlabemos al Dios todopoderoso! ยกNuestro Dios es bueno y nunca deja de amarnos! (v. 11b)

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Octubre “CASTILLO FUERTE ES NUESTRO DIOS”: LA FE DE LA REFORMA 1. “FIELES AL MENSAJE EVANGÉLICO”: LA IGLESIA REFORMADA SE REFORMA CONTINUAMENTE Porque, sea que yo vaya o no a verlos, quiero estar seguro de que todos ustedes viven muy unidos y que se ponen de acuerdo en todo, y que luchan unidos por anunciar la buena noticia. FILIPENSES 1.27a, Traducción en Lenguaje Actual

Dejarse reformar por el Espíritu Santo, el principal reformador

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a iglesia, como toda institución humana, está llena de claroscuros, es decir, de momentos e instantes luminosos y, al mismo tiempo, de actitudes, decisiones y acciones sombrías. Y ello puede suceder simultáneamente, en periodos de tiempo relativamente cortos. Al experimentar situaciones positivas, la iglesia puede incurrir en el sentimiento de que la fuerza o el poder con que actúa en el mundo le pertenecen a ella, lo que es motivo de un orgullo espiritual pésimamente entendido, signo de lo cual es la arrogancia con que tantos líderes actuales pontifican, decretan y declaran supuestas verdades y afirmaciones que no coinciden, necesariamente, con el mensaje evangélico aun cuando estén expresados en un lenguaje pomposo y autoritario. Pues si algo debe quedar a salvo en los balances de la actuación de las iglesias es precisamente su fidelidad al mensaje evangélico, algo que continuamente está en entredicho. Las iglesias no son infalibles, pues están sujetas al juicio histórico y eterno de Dios, prueba de lo cual son los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, en los que se aprecia el trabajo permanente del Espíritu Santo para colocar en su justa dimensión todo lo que piensan y hacen las comunidades cristianas. Mucho antes de propiciar situaciones históricas de cambio y de levantar personas y movimientos para ese propósito, el Espíritu promueve en el pueblo de Dios diversas posibilidades de transformación, a veces imperceptibles para ella mismas. El apóstol Pablo, en su carta a los Filipenses, da testimonio de una excepcional manera de proclamación del Evangelio: nada menos que desde la prisión (igual que siglos más tarde lo haría alguien como Dietrich Bonhoeffer) esboza un apasionado alegato que pone en tela de juicio la forma en que algunos predican el Evangelio de Jesucristo. Mientras que, por un lado, se presenta a sí mismo como un adalid del mensaje cristiano cuya situación presente está sirviendo para seguirlo anunciando (1.12-14), por el otro observa y analiza cómo realizan la misma labor otros colegas y compañeros suyos que están libres: algunos de ellos lo hacen de corazón, pues aman a Cristo (1.15), pero otros lo hacen únicamente por competir o por envidia (1.16). Si eso se dijo cuando la iglesia estaba apenas en germen, ¿qué no podrá apreciarse hoy ante tamaña multiplicidad y desregulación de las iglesias? El apóstol califica a quienes no actúan adecuadamente (1.17) y encuentra que, paradójicamente, lo hagan como lo hagan, el anuncio de Cristo es lo más importante (v. 18). Al ser liberado, él retomaría su labor (18-19) y se previene de no actuar indecorosamente, pues esa es la razón de ser de su ministerio (20). Y es ahí donde su famosa argumentación sobre la vida y la muerte sale a la luz, pues él no sabe qué es mejor: si seguir en el mundo o vivir para servir al Señor (21-23). No obstante, se impone la situación presente que vivía y advierte la necesidad de seguir en su trinchera apostólica para así dar cumplimiento a la voluntad de Dios, exactamente igual que los reformadores de toda la historia: “Pero yo sé que ustedes me necesitan vivo. Por eso estoy seguro de que me quedaré, para poder ayudarlos a tener más confianza en Dios y a vivir felices” (24-25). O en otras palabras: el mejor apóstol es el apóstol vivo inserto en las complejas coyunturas y vaivenes sociales, tal como los profetas antiguos lo estuvieron.

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Mantener la fidelidad en la proclamación del Evangelio: legado de la Reforma Cuántas veces en estos años recientes se ha estado repitiendo, una y otra vez el gran lema reformado sobre la vida, naturaleza y misión de la iglesia en el mundo, así como acerca de la actitud con que ella debe asumir el papel asignado por el propio Dios para la expansión de su Reino: “La Iglesia reformada siempre reformándose” (Ecclesia reformata et Semper reformanda est), aunque muy bien ha hecho el doctor Juan Stam al recordar que el espíritu de la frase se refuerza cuando se agrega el enunciado “según la Palabra de Dios” (secundum Verbum Dei).134 Ya no importa tanto indagar en el origen de la frase, pues lo relevante es la manera en que ella rescató el sentido profundo de las transformaciones que la palabra divina quiere hacer en la iglesia continuamente: “Esta consigna expresa una realidad: los Reformadores no pretendían tener toda la verdad ni ser dueños de un sistema final de conceptos absolutos”. Surgida en los Países Bajos en 1674, la consigna es una muestra de la sana comprensión que la Reforma alcanzó en muchos de sus espacios geográficos.135

La sumisión de la iglesia reformada a la enseñanza de la Palabra de Dios es una aplicación profunda de los grandes principios de la Reforma: el libre examen y la libre interpretación. En el caso del primero, reconociendo claramente el trabajo del Espíritu divino para acompañar a cada creyente en su acercamiento a los textos bíblicos. En el segundo caso, contribuyendo a que la labor bíblica, exegética y teológica de la iglesia alcanzase grandes niveles de análisis al redactar credos, confesiones y catecismos que, estrictamente hablando, sustituirían al tradicional magisterio antiguo de la iglesia. El apóstol insiste en varios aspectos que, vistos a la luz de la exigencia evangélica, siguen vigentes hasta nuestros días: a) vivir dignamente (27a); b) estar unidos (27b); y c) luchar unidos fielmente, por anunciar el Evangelio (27c). En cada uno de ellos es posible encontrar lineamientos para el caminar de las iglesias reformadas en el mundo, pues al resumir cada postulado se encuentra claridad teológica para conformar la presencia eclesial con firmeza y sentido profético. La vida digna apela al buen testimonio y la certeza del testimonio cristiano en todas sus opciones y posibilidades; la unidad de la iglesia es una condición obligatoria para que dicho testimonio cause el impacto necesario; y el esfuerzo unido por proclamar el mensaje manifiesta la honda preocupación cristiana por hacer visible la capacidad transformadora del Evangelio de Jesucristo. De esa manera, subraya el apóstol, será posible mostrar al mundo una intachable fidelidad al mensaje evangélico como realidad impactante en medio de todas las circunstancias.

J. Stam, “La Reforma y la iglesia protestante de hoy”, en Lupa Protestante, 26 de octubre de 2015, www.lupaprotestante.com/blog/la-reforma-y-la-iglesia-protestante-de-hoy-2/ 135 L.J. Koffeman, 2015, “Ecclesia reformata semper reformanda. Church renewal from a Reformed perspective”, en HTS Teologiese Studies/Theological Studies, vol. 71, núm. 3, 2015, 5 pp.; Cf. Myk Habets y Bobby Grow, “Introduction. Theologia reformata et semper reformanda: toward an evangelical calvinism”, en M. Habets y B. Gorw, eds., Evangelical calvinism. Essays resourcing the continuing Rfeormation of the Church. Eugene, Oregon, Wipf and Stock, 2012, p. 6. 134

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2. LA FIDELIDAD AL MENSAJE DEMANDA DISCIPLINA ESPIRITUAL Al contrario, vivo con mucha disciplina y trato de dominarme a mí mismo. Pues si anuncio a otros la buena noticia, no quiero que al final Dios me descalifique a mí. I CORINTIOS 9.27, Traducción en Lenguaje Actual

Libertad cristiana y fidelidad al servicio del Señor

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l pasaje elegido de I Corintios 9 comienza con las palabras que impactaron de tal manera a Martín Lutero, que resuenan intensamente en el documento de 1520, La libertad del cristiano, uno de los textos que en ese año contribuyeron a delinear las líneas fundacionales del movimiento iniciado tres años antes. La fuerza con que Lutero retomó el espíritu de dicho texto paulino marcó indeleblemente la concepción ya propiamente protestante de la libertad cristiana y consolidó la práctica de una fe que ya no miraría hacia atrás. Por lo que se ve, el reformador alemán sintonizó a tal grado con la mentalidad de san Pablo, que la agudeza con que leyó esta carta en particular se convirtió en un comentario coyuntural, pero de gran alcance para la marcha de la fe protestante, diferenciada con claridad de sus antecedentes católico-romanos. El punto de partida del documento es contundente: A fin de que conozcamos a fondo lo que es el cristiano y sepamos en qué consiste la libertad que para él adquirió Cristo y de la cual le ha hecho donación –como tantas veces repite el apóstol Pablo– quisiera asentar estas dos afirmaciones:

• •

El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos.

Ambas afirmaciones se encuentran claramente expuestas en las epístolas de San Pablo: “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos” (1 Co 9.19). Asimismo: “No debáis a nadie nada sino el amaros unos a otros” (Ro 13.8). El amor empero es servicial y se supedita a aquello en que está puesto; y a los gálatas donde se dice de Cristo mismo: “Dios envió a su hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gál 4.4).136

Podría decirse que todo el capítulo exigió una relectura centrada en la figura del apóstol-reformador que asumió su papel como un genuino intermediario de Dios para las comunidades de su tiempo. La amplia autopresentación del apóstol (I Co 9.1-18) es toda una lección de sobriedad cristiana y de una firmeza digna de ser imitada siempre: “Yo no anuncio la buena noticia de Cristo para sentirme importante. Lo hago porque Dios así me lo ordenó. ¡Y pobre de mí si no lo hago!” (v. 16). Lutero debió identificarse profundamente con esas palabras tan pertinentes para delinear el compromiso y la fidelidad a la que es llamado cualquiera que desee enrolarse en la promoción del Evangelio de Jesucristo. La libertad cristiana, expuesta magistralmente por el apóstol y retomada por el reformador, viene hasta nosotros hoy con la misma exigencia de rigor espiritual y de disciplina ética para afrontar semejante tarea. Es la base de una disciplina que, más allá de los hábitos y rituales religiosos, debía desarrollarse en cada creyente, pues aunque todos habían sido llamados a ser apóstoles como él, requerían esa visión y ese modelo de pensamiento y acción para estar en la primera fila de la iglesia y así dar un testimonio consecuente, con su vida, de la acción de Jesucristo en el mundo para redimir a las personas y establecer su Reino en el mundo a través de la iglesia. Pablo y Lutero son, en ese sentido, maestros de una espiritualidad y de una vocación ministerial a toda prueba. 136

M. Lutero, La libertad cristiana, p. 1, http://www.fiet.com.ar/articulo/la_libertad_cristiana.pdf. 76


La disciplina espiritual, legado de la Reforma La segunda parte de I Co 9 (vv. 19-27) es un resumen de la disciplina que necesita la fe para desarrollarse de la forma más plena en la vida de los seguidores/as de Jesucristo. Con la libertad como premisa básica, es posible afrontar la realidad de servicio en la persona de los demás (19). Es el punto de partida que Lutero adoptó como consigna al transformar el libero arbitrio (libre albedrío) en servo arbitrio (en su controversia con Erasmo de Rotterdam de 1524-1525), que podría traducirse como “la esclavitud de la voluntad”, y en donde afirma. “Pero ‘cuando viene otro más fuerte que él y lo vence y nos lleva a nosotros como su botín’ [Lc 11.21-22], somos otra vez siervos y cautivos de Dios mediante su Espíritu (lo cual sin embargo es libertad de reyes), de modo que queremos y hacemos gustosos lo que él mismo quiere. Así la voluntad humana es puesta en medio cual bestia de carga: si se sienta encima Dios, quiere lo que Dios quiere y va en la dirección que Dios le indica, como dice el Salmo: ‘He sido hecho como una bestia de carga, y siempre estoy contigo’ [Sal 73.22-23]”.137 La compañía con judíos y con no judíos (20-21) permitió al apóstol adoptar una postura intercultural que hoy, más que nunca, debe seguir siendo la consigna de quien pretende transmitir el Evangelio, a fin de hacerlo comprensible para todos (2223). A continuación, la carrera atlética es una gran metáfora de la vida cristiana fiel y constante: “Ustedes saben que, en una carrera, no todos ganan el premio, sino uno solo. Pues nuestra vida como seguidores de Cristo es como una carrera, así que vivamos bien para llevarnos el premio” (24). Para participar, es necesario entrenarse con seriedad y dejar de hacer aquello que perjudique la competencia: alimentación, sueño, diversiones, entre otras cosas (25). Privarse de algunas de ellas para asegurar un mejor desempeño no necesariamente es un sacrificio, pues es parte de la disciplina requerida. El propio apóstol dice que se esfuerza para alcanzar el premio anunciado, la recompensa para tanto empeño (26a). Se lucha con un propósito bien definido (26b). Y es ahí donde se plantea la importancia de disciplinar el espíritu como tarea personal y propia del creyente llamado para el servicio (es decir, todos): “Al contrario, vivo con mucha disciplina y trato de dominarme a mí mismo. Pues si anuncio a otros la buena noticia, no quiero que al final Dios me descalifique a mí” (27). El comentario de Lutero a Gálatas 3 es muy aleccionador al respecto.138 En línea con ese planteamiento, san Pablo sugiere que la disciplina espiritual, positivamente, integre al ser de cada persona la disciplina de la mente, el cuerpo y el espíritu, y el dominio propio, del que ha hablado en otros lugares también (egkrateúontai, I Co 7.9: al carecer de él, es mejor casarse, en ese contexto), es una actitud y un valor que debe desarrollarse permanentemente. La traducción de Reina-Valera es elocuente para la tarea de sometimiento personal y establecimiento de la disciplina: “…sino que golpeo mi cuerpo [jukopiadso], y lo pongo en servidumbre [doulagogô], “lo esclavizo”: El Nuevo Testamento griego palabra por palabra, 2012], no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”. La preocupación espiritual profunda produce una disciplina personal, no estoica, de auto-conocimiento, para atender aquellos aspectos en que nos sabemos más débiles, más vulnerables para ser sometidos por poderes ajenos a los del Señor. Allí es donde la disciplina espiritual debe manifestar el grado de madurez que hemos alcanzado en nuestro ejercicio de la fe. Eso es parte de las grandes herencias de la tradición protestante: la oración, la confesión únicamente dirigida al Señor, la lectura asidua de la Biblia, la participación comprometida en el culto, la disposición para hacerse de un acervo doctrinal sólido, etcétera. Por todo ello, la fidelidad al mensaje cristiano deberá traducirse a la práctica sana de una disciplina espiritual que nos capacite para responder adecuadamente a nuestras responsabilidades hacia el Señor, único fundamento de la salvación.

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M. Lutero, De servo arbitrio, en www.iglesiareformada.com/Luther_Servo_Arbitrio_1.html. Véase en: www.basartob.com/BasarTob/Martin_Lutero_en_Galatas_files/GA%CC%81LATAS%203.pdf. 77


3. ATENTOS A LA VOZ Y A LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

Por eso, acuérdate de cómo eras antes, y vuelve a obedecer a Dios. Deja de hacer lo malo, y compórtate como al principio. Si no lo haces, yo iré a castigarte y quitaré tu candelabro de su lugar. APOCALIPSIS 2.5, Traducción en Lenguaje Actual

El Espíritu evalúa a las iglesias: Éfeso Una parte sustancial del inicio del Apocalipsis se ocupa de la evaluación que hace el Espíritu de las iglesias del Asia Menor, en riguroso orden geográfico. Si se observa el mapa de la época se verá que dicho orden responde a la distribución de las comunidades en esa región romana, quizá como una muestra del circuito pastoral que recorrió alguien como el apóstol Juan. Llama la atención la manera en que el vidente registra los juicios puntuales sobre el comportamiento de cada comunidad, sintetizando en trazos ágiles sus aspectos positivos y negativos. Ninguna de ellas deja de tener ambos y la proyección que se hace de los mismos ofrece un perfil exacto de sus características. “De las siete congregaciones, el Señor no halla nada que criticar en Esmirna y Filadelfia, nada que elogiar en Laodicea y casi nada en Sardis. […] Como es típico en el Apocalipsis, Juan se limita a siete para simbolizar lo completo y sugerir que estas siete congregaciones representan a toda la Iglesia en todas partes. Por eso cada carta, además de un mensaje directo de Cristo a una comunidad específica, es también ‘lo que el Espíritu dice a las iglesias’ de todo lugar y todo tiempo”.139 En Éfeso (2.1-7), la ciudad más rica e importante de la región, su congregación había sido muy privilegiada en todo sentido: fue la única de estas siete iglesias en que trabajó Pablo (Hch 20:31). Él, Timoteo y Juan fueron pastores allí. Los reconocimientos (fortalezas se diría hoy) son evidentes:

a) “Sé que por obedecerme has tenido muchas dificultades” (“Resistencia a toda integración en el intento de compromiso histórico con la idolatría, sobre todo con el culto imperial”140); b) “También sé que las has soportado con mucha paciencia, y que rechazas a los malvados (rigor doctrinal). c) “Has puesto a prueba a los que no son apóstoles, pero dicen serlo, y has demostrado que son unos mentirosos” (firmeza teológica) (v. 2); d) “Has sido paciente, y por obedecerme has sufrido mucho. Pero aun así no te has cansado de obedecerme” (v. 3); y e) “Lo que me gusta de ti es que, lo mismo que yo, odias lo que hacen los nicolaítas” (grupo sectario que creía que la libertad cristiana les permitía practicar la idolatría y otras costumbres extrañas) (v. 6).

Juan Stam, Apocalipsis. Tomo I. Caps. 1-5. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 1999 (Comentario bíblico iberoamericano), p. 83. 140 José María González Ruiz, 1987 El Apocalipsis de Juan. Madrid, Cristiandad, p. 90, cit. por J. Stam, op. cit., p. 88. 139

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La falla (o debilidad) no deja de advertirse: “Ya no me amas tanto como me amabas cuando te hiciste cristiano” (v. 4). Y la exhortación es igual de firme: “Acuérdate de cómo eras antes, y vuelve a obedecer a Dios. Deja de hacer lo malo, y compórtate como al principio. Si no lo haces, yo iré a castigarte y quitaré tu candelabro de su lugar” (v. 5). “En vez de seguir gloriándose en sus laureles, la iglesia debe reconocer que ha caído y volver a la práctica de amor que antes le era típica. Más que un cambio emocional para volver a sus primeros sentimientos, el Señor le exige cambiar su conducta y realizar de nuevo las obras de antes” (J. Stam). González Ruiz sugiere que los efesios perdieron el “primer amor” como resultado de un proceso de institucionalización y burocratización.

Esmirna: riqueza espiritual y fe inquebrantable Ante esta comunidad, el Señor de la iglesia se presenta como “el primero y el último”, como el Resucitado (8). “Dios es el sujeto soberano, el primero porque antecede toda la historia y el último porque la trasciende” (Stam). En este caso, el balance es totalmente positivo, pues primeramente se reconocen sus dificultades (9a) e inmediatamente después se resumen sus características: “sé que eres pobre, aunque espiritualmente eres muy rico” (9b). La comunidad es atacada por los judíos (9c), lo que da pie a un fuerte ataque contra ellos. La exhortación es a mantener la fe con valor ante la persecución, aunque la fidelidad será premiada con la vida eterna (10). “Esta congregación se perfila como pobre, perseguida y calumniada. Pero desde la perspectiva del Señor, las cosas no son como parecen ser. A los ojos de Jesús esta iglesia, de gente pobre en una ciudad próspera, era de hecho bien rica. Los valores del Reino suelen ir a la inversa de los valores del mundo (Mt 5:312). Esta congregación, pobre y despreciada por sus vecinos judíos, recibe sólo elogios de la boca de su Señor” (Stam, énfasis agregado). Una comunidad materialmente pobre (y de pobreza extrema) a los ojos del mundo, pero con un inmenso patrimonio espiritual a los ojos de Dios. Sus integrantes representaban una “contracultura disidente”, y debían actuar con firmeza en medio de las adversidades. Si el Señor no encontró fallas en ellos, por supuesto que eso no debía ser motivo para enorgullecerse sino para mantener esa actitud permanentemente. El Señor reconoce sus virtudes, pero paradójicamente, les anuncia más pruebas. La corona de la vida será el premio final a la fidelidad.

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4. LA IGLESIA REFORMADA, SIEMPRE SUJETA A LA REFORMA DEL ESPÍRITU ¿No recuerdas aquella tu disposición para escuchar y recibir? Pues mantenla y, si es preciso, cambia de conducta. Porque, si no estás alerta, vendré a ti como un ladrón, sin que puedas saber a qué hora llegaré contra ti. APOCALIPSIS 3.3, Traducción en Lenguaje Actual

La mirada escrutadora del Espíritu “Sardis era una ciudad muy antigua, fundada unos mil doscientos años antes de Cristo. Homero cantó sus antiguas glorias. Su situación estratégica en el cruce de cinco rutas comerciales y como terminal occidental del Gran Camino Real que llegaba desde Susa le proporcionaba grandes ventajas económicas”.141 Pocas palabras tan duras del Espíritu a las iglesias de Asia Menor como las dirigidas a la iglesia de Sardis en las que, siguiendo el esquema se señalar virtudes y defectos, parecería que las cosas negativas pesaron más que las positivas: “Conozco tu comportamiento y, aunque alardeas de estar vivo, sé que estás muerto” (3.1). Prácticamente no hay nada que elogiar a esta comunidad, excepto que hay algunos creyentes de conducta irreprochable (3.4a), pues el peso del mensaje está en la necesidad de volver a la vida de fe para superar la situación de crisis por la que atravesaba. Los verbos utilizados han sido retomados muchas veces en la historia de la iglesia para referirse a la urgencia de algunas comunidades de recuperar el vigor y entusiasmo en la misión cristiana: despertar y reavivarse. Cuando esos elementos se debilitan y están a punto de perderse, el Espíritu despierta y reaviva en medio de situaciones complicadas, cercanas a la disolución y el fracaso absoluto. La iglesia de Sardis tenía fama de estar viva, quizá por su actuación visible en algunas áreas, quizá por su buena organización, pero los criterios del Señor de la Iglesia son muy diferentes, pues al observar el panorama de las comunidades, saltan a la vista esas enormes diferencias: “Para los criterios que prevalecen en el mundo, y lamentablemente también en muchos sectores de la iglesia hoy, Efeso, Sardis y Laodicea gozaban de la ‘bendición’ del Señor y podían esperar que Cristo estuviera muy impresionado con ellos, como también lo estaban otros. Pero a Cristo no le impresionan esos éxitos. En cambio, las iglesias de Esmirna y Filadelfia parecían llevar todas las marcas del fracaso, pero Cristo estaba contento con ellas”.142 Toda iglesia en la historia está sujeta a la crítica directa del Espíritu y a su actuación reformadora, en ocasiones radical, que lleva a cabo al interior de ellas. El gran reformador ha sido siempre el Espíritu, quien levanta personas, acontecimientos y circunstancias propicias para que el pueblo de Dios retome el buen camino. Muchos profetas del Antiguo Testamento, hombres y mujeres acompañaron procesos de reforma profunda. El propio Jesús encarnó la figura de un reformador que fustigó la religiosidad de su tiempo y propuso cambios radicales que le darían un nuevo rostro y encaminarían los proyectos divinos por rumbos muy distintos.143 El diagnóstico que hace el Señor es implacable y fuera de toda duda: La condición de esta iglesia se diagnostica bajo tres síntomas mortales. En primer lugar, está dormida y no vigila, sin duda por confiar en su buena fama de “iglesia viva”. Pero a pesar de la buena imagen que ellos tenían, Cristo tiene que llamarlos a despertarse y a rescatar lo que estaba moribundo entre ellos, ya que ni siquiera se llegaban a dar cuenta de su estado agónico (3.2). En segundo lugar, los caracteriza una banal mediocridad espiritual. Es como si Cristo dijera: “Tú no llevas a feliz término ante mi Dios nada de lo que haces” (3.2). Dejan todo a medio hacer; no

Juan Stam, Apocalipsis. Tomo I. Caps. 1-5. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 1999 (Comentario bíblico iberoamericano), p. 117. 142 Ibíd., p. 110. 143 Cf. Leszek Kolakowski, “Jesucristo: profeta y reformador”, en Vigencia y caducidad de las tradiciones cristianas. Buenos Aires, Amorrortu, 1971. 141

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llevan nada hasta las últimas consecuencias. En tercer término, la mayoría de ellos han manchado sus ropas (3.4), probablemente en componendas con el culto al emperador (que florecía en Sardis) o a Cibele. 144

Una iglesia débil, pero fiel “Filadelfia (‘ciudad de amor fraterno’) era la ciudad de menor población e importancia de las siete localidades de Asia Menor. Era también la más joven, ya que colonizadores de Pérgamo la habían fundado en el siglo 2 a.C. y llevaba su nombre por causa de Atalo II Filadelfus de Pérgamo (159-138 a.C.). Fue fundada no tanto por su ubicación estratégica comercial o militar sino para que ejerciera una ‘misión’ específica como ciudad: ser el punto de avanzada para la cultura helenística en su penetración hacia el interior de la provincia”. 145 En este caso, el de la comunidad que en el nombre de la ciudad llevaba la marca de la fraternidad, la primera observación gobierna el resto de la admonición: “Conozco tu comportamiento y te he abierto una puerta que nadie podrá cerrar, porque, aunque eres débil, te has mantenido fiel tanto a mi mensaje como a mi persona” (3.8). La fortaleza doctrinal le permitirá a la comunidad confrontarse victoriosamente con los judíos (3.9). Y la consigna de aguantar con paciencia le dará grandes dividendos por parte del Señor en medio del sufrimiento (3.10). El lenguaje apocalíptico adquiere gran intensidad y dramatismo, además de que el anuncio de la segunda vida contribuye a ello (11a). La exhortación es a conservar fielmente su patrimonio espiritual (11b) para así alcanzar una victoria escatológica definitiva al lado del Dios eterno (12). La aparente pobreza y debilidad de la comunidad es revalorada por el Señor y proyectada como una paradójica posibilidad de vida fiel, pero como bien comenta Stam: “El Señor sabe mirar no sólo lo que somos sino lo que por su gracia podemos llegar a ser. Pero eso depende de que seamos fieles ahora, por difíciles que sean las circunstancias del momento”.146 La comunidad saldrá adelante con las promesas firmes de su Señor y será capaz de convertirse en una referencia para sus hermanas. Porque toda comunidad cristiana es vista en su justa realidad por el Espíritu y él sabe muy bien cuáles son las reformas precisas y efectivas que debe realizar. De ahí que la creencia reformada sobre la necesidad de estar sujetos a las reformas divinas es una parte central de la fe heredera de las transformaciones realizadas en el siglo XVI. Por ello podemos afirmar con convicción en este día tan significativo: Los reformadores, Lutero, Zwinglio, Calvino, Bucero, Farel y otros, por unanimidad compartieron la convicción que ahora resuena en el corazón del protestantismo: ¡sólo Dios nos puede llevar a Dios! Ninguna institución eclesiástica, ningún papa, ningún clérigo nos puede conducir a él: porque, en primer lugar, Dios es quien viene a nuestro encuentro. Ninguna confesión de fe, ningún compromiso en la Iglesia, ninguna acción humana nos puede atraer la benevolencia de Dios: sólo su gracia nos salva. Ningún dogma, ninguna predicación, ninguna confesión de fe pueden hacernos conocer a Dios: sólo su Palabra nos lo revela. Dios no está sujeto a ninguna transacción posible, su gracia excede cualquier posibilidad de intercambio y reciprocidad. En el protestantismo, Dios es precisamente Dios precisamente en la medida en que nos precede y permanece libre ante cualquier forma de sumisión. 147

Ibíd., p. 117. Ibíd., p. 137. 146 Ibíd., p. 139. 147 L. Gagnebin y R. Picon, Le protestantisme. La foi insoumise. París, Flammarion, 2005. 144 145

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Noviembre “BENDITOS… LOS QUE MUEREN EN EL SEÑOR”: LA VIDA DE DIOS, VIDA DEL MUNDO 1. “FIELES AL DON RECIBIDO DE DIOS”: EL DESAFÍO PARA LA IGLESIA HOY Y SIEMPRE Se disolvió así la reunión; pero muchos judíos y prosélitos practicantes continuaron en compañía de Pablo y Bernabé, que trataban de convencerlos con sus exhortaciones a que permaneciesen fieles al don recibido de Dios. HECHOS 1343, La Palabra (Hispanoamérica)

“Fiel es quien los ha llamado” Uno de los grandes contenidos que el apóstol Pablo tomó de la fe del Antiguo Testamento para transmitir en su faceta de misionero al servicio del Evangelio de Jesucristo fue, con toda seguridad, el de la fidelidad de Dios a su pueblo. Como judío, sabía bien que “Dios permanece fiel a los juramentos hechos a los padres (Ez 20, 9.14.22; Dt 7, 8) precisamente para que su nombre no sea profanado entre los gentiles, o sea, por causa de sí mismos”.148 Pero también entendía que “el Dios de Israel es fiel, pero humilla a aquellos que no le temen ni le veneran como al Santo (cf. Sal 18, 26-28)”.149 En varias ocasiones, en sus epístolas hace muy explícita la afirmación de que “Dios es fiel [pistós]”, es decir, que el principal sujeto de la fidelidad en la historia de la salvación. Así lo hace en I Tes 5.24 (“Fiel es el que los llama, el cual también lo hará”); II Tes 3.3 (“Pero fiel es el Señor, que os afirmará y guardará del mal”); I Co 1.9 (“Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”), 10.13 (“No les ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no los dejará ser tentados más de lo que pueden resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que puedan soportar”); II Co 1.18 (“Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es Sí y No”). En las llamadas “cartas pastorales”, la palabra es fiel, confiable, fidedigna (digna de fe) (I Tim 1.15, 3.1, 4.9; II Tim 2.11, Tito 3.8). En II Tim 2.13 no se pasa por alto la enorme posibilidad de que, ante la infidelidad humana, la fidelidad de Dios es constante, “pues Él no puede negarse a sí mismo”, agrega. De modo que, al retomar esa gran afirmación antigua, el apóstol (y con él, prácticamente todo el Nuevo Testamento) canalizó la creencia en la fidelidad de Dios hacia las nuevas acciones realizadas en y a través de Jesucristo, quien es presentado como máximo cumplimiento de las promesas de redención. La fidelidad divina exige, como contraparte, una actitud de fidelidad que constantemente forma parte de la exhortación apostólica. Baste con recordar las palabras de Bernabé al ser enviado a Antioquía, quien “cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor” (Hch 11.23). De la consigna “si Dios es fiel…” se debe derivar toda una serie de actitudes y prácticas consecuentes que hagan justicia a ese aspecto fundamental en la relación de nuevo pacto con Él. Como escribió Karl Barth: “Existe también una fidelidad humana, una fidelidad procedente de Dios que puede contemplarnos, alegrarnos y fortalecernos de nuevo desde la criatura; pero, donde exista tal fidelidad, su fundamento será siempre la fidelidad de Dios. Creer es tener la libertad para confiar únicamente en él, sola gratia y sola fide. Esto no entraña empobrecimiento alguno de la vida humana, sino, al contrario, que se nos confieran todas las riquezas de Dios”.150 Hacia esa donación espiritual apunta el pasaje de Hechos 13.

R. Mayer, “Israel, judío, hebreo”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Vol. II. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 364. 149 J. Guhrt, “Escándalo”, en L. Coenen, op. cit., p. 96. 150 K. Barth, “Creer significa confiar”, en Bosquejo de dogmática. [1947] Santander, Sal Terrae, 2000, p. 29. 148

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“El don recibido de Dios” La comunidad de Antioquía se convirtió en un laboratorio eclesiológico y misionero: desde Hch 11 se advierte que la sede de Jerusalén se interesó por ella y envió a Bernabé para coadyuvar en el trabajo evangelizador. Con su predicación, muchos creyeron en el mensaje y la comunidad, por lo que luego de un tiempo, Bernabé fue por Pablo a Tarso y lo llevó a Antioquía, donde permanecieron un año “y enseñaron a muchas personas” (11.26a). Luego del paréntesis del cap. 12 que describe la situación del apóstol Pedro aparece la descripción de la forma en que se multiplicó el trabajo misionero en esa ciudad y de los liderazgos que habían surgido como frutos del mismo (13.1): todos los mencionados eran profetas y maestros, es decir, que habían alcanzado un buen nivel de capacitación para el ministerio cristiano. Ello motivó a que el Espíritu designara a Pablo y Bernabé para lo que hoy se conoce como “primer viaje misionero”, una especie de sondeo estratégico para llevar el mensaje del Evangelio a territorios nuevos: Chipre y Asia Menor, inicialmente (13.4-41). En la sinagoga de Antioquía (en Pisidia), luego de la predicación de Pablo, totalmente anclada en la antigua historia de la salvación, ambos exhortaron a quienes lo habían recibido (judíos y algunos extranjeros, 13.43a) a permanecer “fieles al don recibido de Dios” (43b). Ante la violenta reacción de los judíos, ellos respondieron con palabras más claras aún acerca de la predicación para los no judíos, con base en el proyecto “luz de los pueblos”, del Segundo Isaías (47), quienes al escucharlos se llenaron de alegría (48). El relato termina con la afirmación de que el mensaje tenía buena recepción (49), por lo que comenzó un nuevo y fuerte ataque judío (50-51) que los obligó a marcharse de ahí. No obstante, el final del capítulo es sumamente alentador: “Los seguidores de Jesús que se quedaron en Antioquía estaban muy alegres, y recibieron todo el poder del Espíritu Santo” (52). La semilla sembrada daría el fruto prometido y la fidelidad a los dones recibidos también. Porque, como bien resume Barth: “Allí donde el hombre fracasa, triunfa la fidelidad de Dios”.151 Una relectura de la fidelidad de Dios expresada concretamente en los dones recibidos de su parte para ponerlos a actuar en el mundo. Si el Señor abiertamente llama a su pueblo a creer firmemente en sus acciones de salvación, se podría decir que Él también cree en su pueblo y lo dota de recursos para cumplir adecuadamente la misión encomendada.

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K. Barth, op. cit., p. 94. 83


2. SER FIELES EN LO GRANDE Y EN LO PEQUEÑO ¡Excelente! Eres un empleado bueno, y se puede confiar en ti. Ya que cuidaste bien lo poco que te di, ahora voy a encargarte cosas más importantes. Vamos a celebrarlo. MATEO 25.21, 23, Traducción en Lenguaje Actual

La fidelidad como un don y una exigencia (Mt 24.45-51)

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a historia que narra el Señor Jesús en Mateo 25 se enmarca en un contexto de proyección apocalíptica que anuncia lo que rodeará a su segunda venida, además de las pruebas y sucesos que la anticiparán. Así se aprecia desde todo el cap. 24, que se refiere también a lo que acontecería en el año 70 con la destrucción del Templo de Jerusalén (24.1). Las advertencias sobre las señales de su regreso (24.4-8), los ataques contra sus seguidores (24.9-14) y para escapar de la desolación son claras y explícitas (24.15-28), aunque la exhortación se sobrepone a la relacionada con la necesaria actitud para afrontar ambos acontecimientos: la caída total de Jerusalén y su advenimiento futuro definitivo. El tono de las palabras es sombrío, sobre todo al anunciar las señales cósmicas de la segunda venida (24.29-44), aunque el pasaje cierra con una hermosa reflexión sobre la labor de un sirviente cuando su amo está ausente, la cual se conecta con el texto que sigue a continuación. En ella se describe el trabajo de un “sirviente responsable y atento”: “Es aquel a quien el amo deja a cargo de toda su familia, para darles de comer a su debido tiempo” (45), así como la felicidad que le produce ver dueño regresar mientras el cumple todas sus órdenes (46). Ello hará, asegura Jesús, “que el dueño lo pondrá a administrar todas sus posesiones” (47). Aunque no se excluye la acción de un sirviente malo que piensa que su amo tardará en volver (48) y comienza a maltratar a sus compañeros y a despilfarrar los bienes encargados (49). Al volver su patrón de manera inesperada, será castigado fuertemente (50-51). Esta advertencia contundente, en el marco de las relaciones de la comunidad de Mateo, representa un hecho: “La responsabilidad confiada por Jesús a los suyos es continua, no se limita al momento de su llegada. La actitud que se tenga en este momento será el fruto de la que se ha tenido durante toda la vida”.152 Tanto el don como la exigencia de la fidelidad, de la observancia de una buena labor en la ausencia física del Señor, se muestra como algo simultáneo, como la razón fundamental para llevar a cabo las tareas encomendadas en estricto apego a los deseos del dueño de la obra, del Señor de la mies, del jefe y cabeza de la iglesia, del introductor del Reino de Dios al mundo. No debe olvidarse que, en medio de las advertencias sobre el ambiente de rechazo y hostilidad hacia los seguidores de Jesús, no se descarta que el amor de muchos se enfriará (v. 12), aunque la promesa final es de superar todas esas adversidades (v.13). Esta reflexión preside lo que se desarrollará inmediatamente después.

La práctica de la fidelidad en un mundo conflictivo Como parte de la exhortación a estar atentos y ser fieles mientras el Señor regresa, en la primera parte del cap. 25 aparece la parábola de las diez vírgenes (25.1-13), para luego, en el centro del capítulo referirse abiertamente a la esfera económica, como base de la enseñanza de la conocida “parábola de los talentos” (25.14-30). No deberíamos dejarnos dominar por nuestras prácticas económicas actuales para interpretarles, sobre todo si buscamos en ella una sólida exhortación a la fidelidad sobre lo grande y lo pequeño, entendido esto último como una exigencia eminentemente espiritual, aunque expresada en una clave económica. El relato “confirma que la 152

Juan Mateos y Fernando Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Cristiandad, 1981, p. 240. 84


vigilancia de Mateo jamás es un fervor, una alegría, ni incluso una fe; es una espera activa y responsable”,153 pues el encargo es eminentemente espiritual y se ubica en la esfera de la responsabilidad comprometida de los discípulos de Jesús. Pixley señala: Es interesante observar que ninguno de los tres siervos [...] roba el dinero. Esta posibilidad, que parece natural, se encuentra en la forma que toma la parábola en el Evangelio de los Hebreos, según la cita de Eusebio en su Theophania. Aquí, el siervo que gana dinero es premiado, el que esconde el talento es avergonzado, y el que lo gasta en rameras y flautistas es echado en la cárcel. […] El siervo fiel es el que negocia de forma activa con el talento, no es simplemente un hombre honesto que preserva el talento.154

Otro experto explica así la enseñanza de Jesús: “…la parábola del dinero confiado se empleaba para ilustrar la máxima de que un hombre que posee capacidad espiritual puede aumentarla por medio de la experiencia, mientras que un hombre que no la posee degenerará, con el paso del tiempo, en una condición peor”.155 El juicio sobre el siervo incapaz de obtener una mínima ganancia es duro. “Parece evidente que el interés se centra en la escena de la rendición de cuentas y en particular den la postura del servidor precavido, cuya confiada complacencia recibe tan dura repulsa. […] Ese hombre es un siervo inútil, un granuja incapaz”.156 La historia muestra, literalmente, varios niveles de apropiación del encargo divino: si a los dos primeros empleados se les entrega cinco y dos monedas, el tercero recibe sólo una, es decir, el mínimo necesario para obtener una ganancia por entregar a su señor. De modo que la enseñanza sale a la luz en medio del llamado a actuar mientras el Señor no viene físicamente: incluso en las cosas menores, siempre menores, entre las que nos movemos la mayoría de las personas, el encargo es para sacar provecho de lo encomendado. No hay justificación alguna para suponer que, porque nuestro “talento” es pequeño, hemos de ser mezquinos con la obra de Dios. Ésa es la sustancia medular del texto: ser fieles tanto en lo grande como en lo pequeño es la consigna en el horizonte del Reino de Dios.

Jorge Pixley, “Mateo 24-25: el fin del mundo”, en RIBLA, núm. 27, 1997, p. 91, http://claiweb.org/index.php/miembros2/revistas-2/17-ribla#14-25. 154 Ibíd., pp. 91-92. 155 C.H. Dodd, Las parábolas del Reino. Madrid, Cristiandad, 1974 (Epifanía, 6), p. 143. 156 Ibíd., p. 144. 153

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3. LA FIDELIDAD A DIOS: A PRUEBA EN TODO TIEMPO (Hebreos 12.1-13) Por eso debemos dejar de lado el pecado que es un estorbo, pues la vida es una carrera que exige resistencia. […] Por todo eso, no debemos dejar de confiar totalmente en Dios. Si la vida es como una carrera, y ustedes tienen ya cansadas las manos y débiles las rodillas, cobren nuevas fuerzas. HEBREOS 12,1b, 12, Traducción en Lenguaje Actual

Los testigos que nos rodean y el ejemplo de Jesús (Heb 12.1-4)

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ste día se celebra, todavía, en México, el inicio de un movimiento que cambió el rostro del país, al menos en el aspecto constitucional, y que ahora está prácticamente en el olvido en la forma y en la práctica.157 Dicho movimiento tuvo una estrecha relación con el comportamiento de los grupos evangélicos ya establecidos que se unieron, casi en masa, a la oposición en contra de la dictadura porfirista. Nombres bastante reconocidos como los de Pascual Orozco, Otilio Montaño y Aarón Sáenz y Gonzalo Báez-Camargo, al lado de otros menos famosos como José Rumbia Guzmán, Hesiquio Forcada o las familias Colín, Vaca y Gallegos en Michoacán.158 Como resume bien Jean-Pierre Bastian al referirse a Rumbia, quien fuera asesinado en el Palacio de Gobierno de Tlaxcala el 22 de febrero de 1913: “Nos interesa [su] […] como pastor y maestro de escuela metodista porque la historiografía de la Revolución ha pasado por alto o no ha tomado en cuenta el rol potencial de una disidencia religiosa en la formación de ciudadanos que se transformaron en disidentes políticos”.159 A su manera, decenas y quizá cientos de protestantes mexicanos consideraron adecuado dar testimonio de su fe mediante su presencia en la búsqueda de un cambio efectivo para el país. Ésa y otras formas de testimonio están implícitas o brotan, potencialmente, de las palabras de Hebreos 12, un capítulo que afirma la necesidad de dar continuidad fiel a un testimonio iniciado por toda la pléyade (“nube de testigos”, v. 1) que nos observa hoy desde la tribuna de la llamada “iglesia triunfante”, al lado del Señor Jesús y que espera de quienes aún vivimos en medio de la historia, nuevas demostraciones de fidelidad a la causa del Evangelio. Así se entiende la intensidad con que el autor de la carta exhorta a colocar la mirada en Jesús, “autor y consumador de la fe” (v. 2), pero no sólo en actitud contemplativa sino de fuerte compromiso con lo que él representó y sigue representando en su lucha permanente contra el pecado y la injusticia en todas sus formas. Si él luchó a contracorriente (v. 3) e incluso “hasta la sangre” (v. 4) hizo valer el plan de Dios, sus seguidores deben seguir su ejemplo de persistencia y fidelidad. La santidad en la que tanto insiste el documento pasa por el Jorge Islas, “Legado de la Revolución”, en El Universal, 20 de noviembre de 2016, www.eluniversal.com.mx/entrada-deopinion/articulo/jorge-islas/nacion/2016/11/20/legado-de-la-revolucion. 158 Cf. J.-P. Bastian, “El impacto regional de las sociedades religiosas no católicas en México”, en Relaciones, núm. 25, www.colmich.edu.mx/relaciones25/files/revistas/042/JeanPierreBastian.pdf: “…en el distrito de Zitácuaro, Michoacán, donde se creó una docena de congregaciones que reclutaron, entre 1878 y 1884, hasta un 10 por ciento de la población adulta del distrito. Zitácuaro se vanagloriaba por ser ejemplo de antigua lucha de indios contra españoles, sobre todo, en momentos como la Independencia, las guerras de Reforma y la Intervención francesa. Región de ranchos y de trabajadores jornaleros, las sociedades protestantes reclutaron entre éstos sus adeptos, quienes a menudo eran también masones, como los de Tuxpan, población del mismo distrito. El distrito de Zitácuaro, opuesto políticamente a la capital del estado, encontraba en la adhesión al protestantismo el modo de reforzar una autonomía regional, por lo menos al nivel simbólico religioso, cuando la centralización puesta en marcha por Díaz, acababa con las autonomías municipales y regionales”, p. 59. Cf. Eduardo N. Mijangos Díaz y Leticia Mendoza García, “Tolerancia de cultos en Michoacán y la difusión de un protestantismo liberal en el oriente del estado, 1851-1911”, en Margarita Moreno Bonett y Rosa María Álvarez González, coords., El Estado laico y los derechos humanos en México: 1810-2010. Tomo II. México, UNAM-Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2012, p. 129, https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/7/3101/9.pdf. 159 J.-P. Bastian, “Itinerario de un intelectual popular protestante, liberal y francmasón en México: José Rumbia Guzmán, 1865-1913”, en Ulúa, núm. 17, enero-junio de 2011, p. 102, http://revistas.uv.mx/index.php/ulua/article/viewFile/1256/pdf_57. Publicado originalmente en Cristianismo y Sociedad, . Este texto ha inspirado estudios sobre otros dirigentes protestantes como Juan Amador o el propio Aarón Sáenz. 157

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esfuerzo de actuar conforme a la línea existencial trazada por el propio maestro. Jesús y los millones de testigos ya triunfantes en los cielos esperan que el actual pueblo de Dios manifieste una fidelidad a prueba en todo tiempo.

Sufrimiento, disciplina y fidelidad La segunda parte del texto toma el modelo de la disciplina de padres a hijos del Antiguo Testamento (12.5, que sigue a Prov 3.11-12 y el salmo 94.12) y agrega que precisamente ésa es la dinámica que practica el Señor ahora con su iglesia: es la marca del interés por el crecimiento correcto de los hijos (vv. 5-8). Tal disciplina, que va más allá de la experiencia infantil (9a), se ubica en la nueva relación con el Dios de Jesús, el Padre que ha obsequiado la vida eterna a sus hijos e hijas (v. 9b). El propósito es alcanzar la santidad misma de Dios, que él comparte con sus hijos (10b). Tal experiencia es dolorosa, ciertamente, pero se coloca en el horizonte de la formación integral de una fe que sea capaz de resistir sólidamente para así dar un buen testimonio en el mundo: “Pero si aprendemos la lección que Dios nos quiere dar, viviremos en paz y haremos el bien” (11b). “La palabra griega para disciplina es paideia, de donde procede la palabra pedagogía. Se refiere al desarrollo y la instrucción del niño”.160 La conclusión de todo esto es persistir: a) en la plena confianza en Dios (12a), porque b) la vida cristiana es una auténtica “carrera de resistencia” (12b) en la cual, en efecto, c) se experimenta cansancio (“ustedes tienen ya cansadas las manos y débiles las rodillas”, 12c), pero es preciso d), cobrar “nuevas fuerzas” (12d). Con referencia a Is 35.3. Siguiendo la metáfora de la carrera, es menester hacerlo por “un camino recto y parejo, para que el pie que esté cojo se sane y no se tuerza más” (13). Aquí cita Proverbios 2.26. Padecer, obra y resistir: ésa es la consigna para una vida de fidelidad al Señor en todo tiempo. La exigente pedagogía paternal de Dios deberá comprobar su efectividad en la firme determinación de la iglesia a serle fiel en cada momento de la historia, en cada circunstancia por peculiar que sea. En todo tiempo surgen exigencias nuevas de parte del Señor para que sus seguidores, de manera inteligente y creativa, canalicen su obediencia y fidelidad en el sentido de la voluntad divina.

Pablo Jiménez, en “Hebreos 11.1–12.13: Cuarta parte de la Epístola”, https://drpablojimenez.wordpress.com/cursostalleres/la-epistola-a-los-hebreos/ 160

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Diciembre “Y VIMOS SU GLORIA… COMO LA DEL UNIGÉNITO DEL PADRE”: DIOS SE ENCARNÓ EN JESÚS PARA SALVAR AL MUNDO 1. “CRISTO JESÚS VINO AL MUNDO PARA SALVAR A LOS PECADORES”: ENCARNACIÓN Y MUNDO EN CRISIS Esto es verdad, y todos deben creerlo: Jesucristo vino [elthen] a este mundo para salvar a los pecadores del castigo que merecen, ¡y yo soy el peor pecador de todos! Pero Dios fue bueno y me salvó. I TIMOTEO 1.15-16, Traducción en Lenguaje Actual

Saulo de Tarso, contemporáneo de Jesús

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na reconstrucción histórica de la vida del apóstol Pablo llevaría a encontrarlo desde su natal ciudad de Tarso, en la región de Cilicia (Hch 21.39: “una ciudad que no carece de renombre”, 22.3), alrededor del año 6 d.C., como parte de una familia judía ejemplar (farisea, aunque no en el sentido peyorativo) que lo envió, muy joven (quizá a los 16 años), a estudiar a Jerusalén. Allí, “a los pies de Gamaliel” (Hch 5.34, 22.3), aprendió los misterios de la Ley antigua, así como su interpretación. Para entonces, los judíos representaban entre el 7 y 8 por ciento de la población romana, es decir, unos 4 o 6 millones.161 En Jerusalén, Saulo tiene una hermana casada, en cuya casa viviría (Hch 23.16). Él mismo testifica de su aprendizaje profundo. “Cumplí con la religión judía mejor que muchos de los judíos de mi edad, y me dediqué más que ellos a cumplir las enseñanzas recibidas de mis antepasados” (Gál 1.4). Saulo tendría unos 18 años cuando Jesús de Nazaret comenzó su ministerio, alrededor del año 27. La comparación entre ambos es casi obligada: ¿Qué se dirían en caso de encontrarse, este carpintero de 30 años y este estudiante de 18? Poca cosa, quizá. Son distintos en todo y, por ahora, todo les separa. El primero nació en el campo; el segundo es una gran ciudad. El Nazareno ha pasado toda su juventud entre artesanos y campesinos; el tarsiota se ha movido, desde la infancia, en medio de comerciantes acomodados […] Uno ha conocido sólo al maestro de la escuela primaria; el otro se ha rozado con las grandes mentes. El mayor vive en lo concreto; el más joven, en lo abstracto. A Jesús le gustan las mieses que crecen, los pájaros que cantan, las flores que embalsaman y los peces que surcan la superficie azul del mar de Genesaret; Saulo no conoce por ahora más que los rollos del pergamino, los estiletes y las plumas. El carpintero está a gusto entre la gente sencilla; el estudiante se complace en el seno de una elite cultivada. 162

Dejó Jerusalén aproximadamente en el año 25, con cerca de 19 años, y volvió a Tarso para ejercer su oficio de tejedor (Hch 18.3). Los acontecimientos alrededor de la muerte de Jesús no los conocería de manera inmediata, pero progresivamente se van acumulando para hacer surgir lo que sería la comunidad de Jerusalén. Saulo volvió a Jerusalén, quizá para subir otro peldaño en la jerarquía religiosa, en el año 34 probablemente. Entonces aparece en escena durante el martirio de Esteban (Hch 7.58), con la que estuvo totalmente de acuerdo (Hch 8.1) pues más tarde comenzaría su carrera como inquisidor pertinaz y despiadado al dirigir un auténtico “escuadrón de la muerte” (Hch 8.3). “Yo estaba en el colmo de la rabia”, diría más tarde (Gál 1.13). Y partió para Damasco, autorizado para seguir allá con esa campaña punitiva (9.1-2, 14). Era ya el año 36.

161 162

Cf. Paul Dreyfus, Pablo de Tarso: ciudadano del Imperio. Madrid, Palabra, 1997, p. 20. Ibid., p. 69. 88


Comprender la historia de la salvación e insertarse en ella con la fe propia Pero allí vendría el punto de quiebre, una situación inesperada, justo en el momento en que apasionadamente perseguía a los “nazarenos”. Con este trasfondo biográfico y existencial, quien sería posteriormente “el apóstol de los gentiles”, fue confrontado con la realidad irrefutable del advenimiento del Hijo de Dios al mundo en la persona de Jesús de Nazaret: “Pero Dios me amó mucho y, desde antes de nacer, me eligió para servirle. Además, me mostró quién era su Hijo, para que yo anunciara a todo el mundo la buena noticia acerca de él” (Gál 1.15-16a). Su lenguaje evoca los llamados proféticos de la antigüedad y Saulo se ubica conscientemente en esa tradición, pero ahora desde una perspectiva diferente. Estrictamente hablando, fue un judío converso (hoy le llamarían “mesiánico”) que se apasionó por la causa de Jesús y se dedicó a proclamar su mensaje. Con el paso del tiempo, el flamante apóstol, nombrado como tal fuera de los círculos cercanos a Jesús, se compenetra del mensaje de la nueva comunidad y aprende el credo cristológico condensado en las brevísimas palabras: “Esto es verdad, y todos deben creerlo: Jesucristo vino [elthen] a este mundo para salvar a los pecadores del castigo que merecen” (I Tim 1.15a). Quien habla es la tradición de la comunidad en labios de Pablo, quien ha asumido esta verdad profundamente para sí. A todo lo aprendido en términos teológicos e históricos, el apóstol agregaría ahora la forma en que la iglesia inicial se sumó a la historia de la salvación. En la “carta pastoral” dirigida a Timoteo, san Pablo no duda en aplicar el credo a su propia persona. El texto “se presenta como un cántico de acción de gracias, Que comienza con una manifestación de gratitud para terminar con una doxología. En el centro, una declaración de estilo evangélico introducida con solemnidad”.163 La conciencia de fe que muestra el apóstol es una gran lección existencial, pues al lado de la grandilocuencia con que se presenta el suceso del advenimiento del Hijo de Dios en el mundo, de su entrada en las categorías humanas de tiempo y espacio, Pablo da un salto sustancial al colocarse él mismo como objetivo de esa historia: “de los cuales yo soy el primero” o el peor. Semejante esfuerzo de síntesis y de aplicación a la vida personal de esa obra de salvación había marcado toda su vida al otorgar al mensaje un tono propio y nada alejado de lo que había vivido. La manifestación del Hijo de Dios en el mundo, su aspecto epifánico, es asumido por él como una cuestión aplicable directamente a la salvación individual. En I Tim 1, Pablo recapitula el valor ético y espiritual de la ley antigua, así como su función en el camino del conocimiento de la voluntad divina (vv. 8-11). A continuación, revisa su pasado y se autocritica profundamente, celebrando el llamado que recibió (vv. 12-14), para desembocar en la gran afirmación cristológica a la cual se suma sin dejar lugar a dudas: cada ser humano puede iluminado por la inmensa realidad salvífica llevada a cabo en la inserción del Hijo de Dios en la historia, con todas sus contradicciones y posibilidades. Es lo que también se afirma en la celebración del Adviento y que cantó tan bellamente Josef Brodsky (Premio Nobel 1987) en sus Poemas de Navidad: Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez primera se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota, en las tinieblas: un vagabundo en otro vagabundo.164

Edouard Cothenet, Las cartas pastorales. Estella, Verbo Divino, 1991 (Cuadernos bíblicos, 72), p. 20. J. Brodsky, Antología esencial, p. files.bibliotecadepoesiacontemporanea.webnode.es/.../Joseph%20Brodsky%202.pdf. 163 164

29, 89


2. EL HIJO DE DIOS VINO A UN MUNDO DEVASTADO (Apocalipsis 12) Ese dragón arrastró con la cola a la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó a la tierra; luego se detuvo frente a la mujer, para comerse a su hijo tan pronto como naciera. La mujer tuvo un hijo que gobernaría con gran poder a todos los países de este mundo. Pero le quitaron a su hijo y lo llevaron ante Dios y ante su trono APOCALIPSIS 12.4-5, Traducción en Lenguaje Actual

La Navidad y la mujer en el cielo: el simbolismo de la historia de la salvación

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l libro de Apocalipsis habla de lo que hoy llamamos Navidad, muy a su manera, es decir, simbólicamente. Porque: “El Apocalipsis es un libro de símbolos, un drama literario y religioso que sólo se entiende comprendiendo sus figuras. Quien pretenda interpretar su texto en un plano puramente historicista o literal confunde su sentido, se equivoca”.165 Ello responde, además, a su carácter de libro de protesta y contestación ante la situación imperante: “es una crítica durísima del orden imperial, un ‘panfleto’ anti-romano, escrito desde el interior de la persecución, con el fin principal de criticar a los colaboracionistas y de mantener firmes (esperanzados) a los perseguidos”.166 Y, fiel a su costumbre, enmarca sus afirmaciones en la esperanza de la venida permanente del Reino de Dios, tal como lo anuncia en las palabras de 11.15: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (RVR 60). Su estilo y percepción de esta gran realidad histórica (y escatológica, al mismo tiempo) lo llevaron a “traducir” la historia de la aparición del Hijo de Dios en el mundo a una visión extraordinaria que muestra el gigantesco conflicto que representó para el propio Dios y para los opositores a su proyecto, la venida de su Hijo al mundo. Es el corazón mismo de todo el libro. El escenario central es el cielo, como en tantas ocasiones. Allí, ocupa el centro de la visión cósmica la gran “figura mística” de “una mujer envuelta en el sol” con “la luna debajo de sus pies” y “una corona de doce estrellas” (12.1). Estas últimas ofrecen la clave para interpretar su significado: ese número es el de la comunidad de todos los tiempos y en el libro aparece referido en varios momentos: 24 ancianos (12 más 12, la comunidad antigua y la comunidad cristiana: 4.4, 10), los 144 mil (12 por 12 por mil: 7.1-8). Esa mujer representa a la comunidad, al pueblo de Dios de todos los tiempos. El v. 2 subraya que se encontraba embarazada y “a punto de tener a su hijo”. Inmediatamente aparece también un gran dragón rojo de aparatoso aspecto: “siete cabezas, diez cuernos y una corona en cada cabeza” (12.3), el cual “arrastró con la cola a la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó a la tierra”, para luego detenerse “frente a la mujer, para comerse a su hijo tan pronto como naciera” (12.4): “…el Dragón es el ángel más potente de los cielos que no ha querido servir a la mujer (humanidad) y de esa forma ha arrojado del cielo a una tercera parte de los astros, ángeles de brillo que le siguen”.167 Vaya mirada profunda la del vidente de Patmos: ¡está avizorando los entretelones más hondos de la anunciada aparición del Hijo de Dios en el mundo! Y los ve como lo que fueron y como lo que son: como un gran conflicto entre los propósitos divinos y la oposición radical contra de ellos, es decir, como la auténtica batalla espiritual de todos los siglos. Como la intención divina que se impone por encima de los designios más contrarios que pueda haber. El hijo nace para gobernar “con gran poder a todos los países de este mundo” (12.5). Y entonces acontece lo que la doctrina cristiana denomina como la “ascensión”: “Pero le quitaron a su hijo y lo Xabier Pikaza Ibarrondo, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999, p. 26. Ibíd., p. 23. 167 Ibíd., p. 142. 165 166

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llevaron ante Dios y ante su trono” (12.5b). Y abajo, en medio de la historia, la mujer (el nuevo pueblo de Dios) es confinada al desierto, a las luchas, a las crisis, a la confrontación con los poderes violentos, a enfrentar la devastación que propicia el imperio, pero sostenida por el propio Dios (12.6). Así ha narrado el Apocalipsis el acontecimiento supremo de la historia, vinculando nacimiento histórico y pascual de Jesús. En contra de los evangelios, el Apocalipsis no puede contar la vida de este Hijo. Le basta con saber que es el Cordero degollado (5.6), muerto en cruz (11.8). Su triunfo mesiánico convierte a su madre, antes celeste, en mujer perseguida: su hijo ha sido “raptado” (elevado al trono de Dios); ella debe refugiarse en el desierto, para realizar la dura travesía de la historia, a lo largo de los 1 260 días finales (12.6).168

Una Navidad apocalíptica Estamos ante la gran “batalla en el cielo”: Miguel y los demás ángeles pelean directamente contra el dragón en una lucha invisible, paralela a la historia humana (12.7), en la que se imponen las fuerzas divinas y los derrotados son expulsados del cielo (12.8). El dragón derrotado, Satán, junto con sus huestes, es arrojado al ámbito de la historia, para experimentar allí también su derrota (12.9). A la victoria escatológica de Dios, afirma la visión, le seguirá la victoria histórica, visible para la humanidad, trágica en su devenir. El Apocalipsis sabe y enseña que Jesús de Nazaret es el “Hijo de la Mujer que, naciendo de Dios, nace de la historia humana (Ap 12), Jinete vencedor y Palabra (Ap 19) del juicio final, Cordero entronizado junto a Dios, manantial del que brotan el agua de vida y Esposo de la iglesia (21,1-22,5)”. Si deseamos aprender buena doctrina cristológica deberíamos leer este libro con suma atención.169 La gran voz que se escucha viene a celebrar y a afirmar las grandes acciones de Dios a favor de su pueblo: por si había alguna duda, le recuerda a los seguidores de Jesús que Dios “es el único rey” (12.10) y que “Su Mesías gobierna/ sobre todo el mundo”. Las huestes satánicas han sido sometidas por la muerte del Cordero (12.11), aunque la persecución mortal no ha cesado y el martirio sigue muy presente (12.11b). Los cielos deben llenarse de alegría (12a), pero los habitantes del mundo van a padecer (12b) porque “El diablo está muy enojado” y “ha bajado para combatirlos” (12c). Todo ello es por el poco tiempo que le queda. Esta es la interpretación apocalíptica, simbólica, de la historia que continúa con los esfuerzos satánicos por acabar con la mujer y su estirpe de fe (13), lo que resulta imposible, pues ella es salvaguardada por Dios mediante recursos extraordinarios (14). El dragón es desactivado ¡al atacarla con agua! Para tratar de ahogarla (15), pero la tierra la ayudó (16), por lo que atacó a los seguidores obedientes de Jesús (17), pero finalmente se detuvo a la orilla del mar (18). “No cantan los humanos la victoria de los ángeles sino, al contrario, los ángeles la victoria de los humanos. Lo que antes era reino o triunfo de Miguel (batalla celeste) es ahora expresión de triunfo humano. Los cristianos vencen a Satán por los dos medios ya evocados al principio del Apocalipsis (cf. 1,2): por la sangre del Cordero (entrega de Jesús) y la palabra de su testimonio, por el martirio hecho palabra de vida”.170 Fue el doctor Edesio Sánchez quien acuñó la frase “Navidad sin niño Dios”, muy a propósito de la celebración y exaltación de la figura del niño Dios en nuestra cultura navideña. Porque, en efecto, por la manera en que buena parte del Nuevo Testamento (particularmente las literaturas juanina, paulina y el Apocalipsis) asume y expone la realidad del nacimiento del Hijo de Dios en el mundo, parecería que es bastante más reciente el énfasis de la fiesta en sí misma, sin olvidar, por supuesto las enseñanzas del Antiguo Testamento al respecto. Podría decirse, incluso, que hemos “aniñado” demasiado a la Navidad con el afán de diluir un poco el enorme Ibíd., p. 144. Énfasis agregado. Cf. José Comblin, Cristo en el Apocalipsis. Barcelona, Herder, 1969. 170 X. Pikaza, op. cit., p. 146. 168 169

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impacto de la presencia activa del Señor en la historia y en su iglesia. Celebremos una Navidad más bien, “apocalíptica”, capaz de penetrar en lo más profundo de las verdades de fe.

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3. LA ENCARNACIÓN, RESPUESTA RADICAL DE DIOS AL PECADO (I Jn 3.1-15) Por esta razón vino el Hijo de Dios al mundo: para destruir todo lo que hace el diablo. I JUAN 3.8, Traducción en Lenguaje Actual ¿Será políticamente incorrecto desearles una feliz Navidad? ¿Será un atentado contra la laicidad? La verdad no lo creo, no solamente porque es una fiesta popular, sino por sus varios significados, todos superiores a las ideologías, instituciones, Iglesias y Estados: exaltación de la infancia, de la sencillez (para no decir pobreza), del inicio de la vida con tantas promesas. 171 JEAN MEYER

A

la agradecida afirmación de la nueva filiación otorgada por Dios el Padre a los seguidores de Jesús en I Juan 3.1-2, le sigue una serie de afirmaciones sobre la forma en que Dios actuó para imponerse sobre el pecado en la existencia humana. Destaca el enunciado en donde se anuncia, con un fuerte sabor escatológico, que aún no se conoce cómo será esa filiación en el futuro, pero que, “cuando Jesucristo aparezca otra vez”, los hijos e hijas de Dios se parecerán a él, porque lo verán como es en realidad (3.2b). A continuación, se hace un esbozo muy comprometido acerca del impacto del pecado en la obediencia a Dios y de la forma de superarlo: los seguidores de Jesús se diferencian de los demás seres humanos en que son capaces de practicar el bien con base en lo que es Jesús (3.3). Quien peca se distancia de Dios al no obedecer su ley, porque en eso consiste el pecado (3.4). Pero “Jesucristo vino al mundo”, agrega el texto, “para quitar los pecados del mundo” (3.5a). Todo ello a partir de la premisa obligada: porque “Jesucristo no peca, ni puede pecar” (3.5b). Ser amigo suyo, enfatiza inmediatamente, abre la posibilidad de no seguir pecando (6a): el estado ideal de obediencia se logra concretar gracias a esa amistad, a esa cercanía, a esa familiaridad. El hecho de que el Hijo de Dios viniera al mundo, que se hiciese un ser humano es celebrado desde sus consecuencias. No es que al apóstol Juan no le importaran los incidentes del nacimiento del Señor, lo que hace más bien es extraer la manera en que esa presencia impactaría al mundo y golpearía, sobre todo, a las realidades del mal y el pecado que tanto lo agobiaban y siguen agobiándolo. La mirada de fe de Juan se centra en los males que causa el pecado como principio vital y cómo continuar en esa ruta aleja a los seres humanos del Hijo de Dios: “El que peca, no conoce a Jesucristo ni lo entiende” (6b). No es una reflexión ontológica sobre la presencia del mal en el mundo y en la condición humana (la que ya había hecho San Pablo en Romanos 7), es una reflexión, por así decirlo, más optimista, porque es cristológica, está centrada en la figura de Jesucristo. Él es el centro de toda esta reflexión “navideña” contra el pecado. Juan afirma que la respuesta radical de Dios contra el pecado y el mal fue encarnarse, es decir, que no hubo un remedio mayor que venir personalmente a enfrentarlo, en su propio terreno, en su campo, desde las maravillas y contradicciones de la “historia navideña”. Y Juan continúa su análisis dirigiéndose pastoralmente a su “hijitos” exhortándolos a no dejarse engañar por nadie (7) y a sostenerse firmemente en la realidad de que obedecer a Dios hace tan justas a las personas como lo es Jesús (la justificación por la fe, afirmación protestante por excelencia, expresada de otra manera) (8a). Para de ahí partir a la máxima afirmación del pasaje, luego de constatar la relación entre el mal y la acción del diablo en el mundo desde la creación misma (8a): “Para esto vino, para esto nació, apareció, el Hijo de Dios

J. Meyer, “¡Feliz Navidad!”, en El Universal, 18 de diciembre de 2016, www.eluniversal.com.mx/entrada-deopinion/articulo/jean-meyer/nacion/2016/12/18/feliz-navidad. 171

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al mundo: para destruir todo lo que hace el diablo” (8b). Las acciones positivas de Jesús en el mundo también pueden ser vistas desde este ángulo: vino a destruir, usando un lenguaje que tampoco es ajeno a lo que el propio Señor dijo en varios momentos. Su acción destructiva atiende directamente las estructuras del mal y del pecado que siguen dañando la vida humana y la creación. A partir de ahí, las conclusiones son claras: los creyentes ya no pecarán continuamente, pues se han librado del poder dominador y enajenante del pecado, y aunque siguen luchando con él, lo hacen con la esperanza puesta en el Niño de Belén, pues ahora pueden “vivir como Dios vive” (9a). Notable atrevimiento del apóstol al subrayar, una vez más, la filiación divina de los hijos de Dios. De ahí se sigue una cadena que ejemplifica quién es quién: los hijos de Dios se identifican porque hacen lo bueno y se aman unos a otros (10) por medio de una práctica efectiva del Evangelio. El apóstol reincide en su único mensaje sobre el amor divino realizado en la vida de su comunidad (11-12). Y así cierra el círculo al establecer la razón por la que son rechazados en este mundo los practicantes de esta gran verdad: el amor vivido cotidianamente “demuestra que ya no estamos muertos, sino que ahora vivimos” (14a). Amarse mutuamente (14b-15) es poner a funcionar efectivamente la presencia y acción transformadora radical del Hijo de Dios que un día nació en el mundo, tal como anunciaron los profetas: El profeta Isaías, de quien se dijo que sus palabras son el primer evangelio, consideró las circunstancias de su tiempo y de su país, burlándose del Estado que había caído en manos de incapaces y el cuadro que pintó vale para todas las épocas, para el Imperio Romano, otomano o chino en crisis, para nuestro México ayer o anteayer y hoy también para Estados Unidos en manos de Donald Trump, incluso si estuviesen en sus manos… El profeta nos presenta un Estado en pedazos, porque sus dirigentes no tienen una idea firme, rectora, porque mentira, ilusión, corrupción lo gangrenan todo, porque el egoísmo desenfrenado engendra la guerra de todos contra todos, hasta la masacre. ¡Príncipe de la paz! ¿Quién dará la paz a nuestra América Latina que, sin llegar a 10% de la población del mundo, acumula la tercera parte de todos los homicidios cometidos en nuestra Tierra? Y eso que es, según las estadísticas, el continente más cristiano del mundo, “el futuro de la Iglesia”, dicen algunos, tanto para la Iglesia católica como para las evangélicas.172

O, en palabras de Luis Rivera-Pagán: “Esta lectura […] —el triunfo de la gracia divina sobre la desgracia humana— es la que, a pesar de todos los infortunios en la vida de María y su hijo Jesús, impera en las Sagradas Escrituras y que en esta época de Adviento debe predominar”.173

172

Ídem.

L. Rivera-Pagán, “Comentario de www.workingpreacher.org/preaching.aspx?commentary_id=2273. 173

San

Lucas

1:26-38”,

en 94


4. ENCARNACIÓN DIVINA Y SALVACIÓN INTEGRAL PARA UN MUNDO EN CRISIS (Gál 3.21-4.7) Algo así pasaba con nosotros cuando todavía no conocíamos a Cristo: los espíritus que controlan el universo [ta stoijeia tou kosmou] nos trataban como si fuéramos sus esclavos. Pero, cuando llegó el día señalado [pléroma tou chronou] por Dios, él envió [apésteilen] a su Hijo, que nació de una mujer [genóme non ek gynaikós] y se sometió a la ley [genómenon jupo nómon] de los judíos. GÁLATAS 4.3-4, Traducción en Lenguaje Actual

Hasta que llegó “el día señalado por Dios”

E

n el muy peculiar estilo paulino, la doctrina de la encarnación adquiere tintes dramáticos, de una intensidad poco común para describir el esfuerzo divino por hacerse presente y actuante desde adentro mismo de la historia humana. La “Navidad” para San Pablo está íntimamente relacionada con la realidad extraordinaria de la adopción que hace Dios de sus criaturas humanas como hijos e hijas suyos. Así lo expuso en su epístola a los creyentes de la región de Galacia, con lo que evidencia que él no tenía en la mente la idílica historia de Belén (aunque sin duda la conoció) ni mucho menos el “ambiente navideño”, no al menos como ahora lo conocemos. Él quiso ir hasta la raíz de las cosas, una actitud que bien podría imitar la cristiandad de estos tiempos veleidosos y superficiales. Por eso nos acercamos a su reflexión, para así complementar la alegría y el gozo que nos embargan con una buena dosis de comprensión de los planes mayores de Dios. Más apegado al uso negativo de la palabra carne y sus derivados, debió incorporar a su fe y pensamiento la manera tan positiva en que el resto de los testigos cristianos hablaron de cómo Dios se insertó en la humanidad de Cristo al mundo pues, como lo percibieron ellos, “con la encarnación de Dios, en la historia de Jesús se fusionaron en una unidad la realidad de Dios y la realidad del mundo”.174 Y en la propia tradición paulina el énfasis es el mismo: primero con el magnífico himno de Filipenses 2.5-8 (sobre la humillación de Cristo) y en I Tim 3.16 (“ha sido manifestado en carne [jos efaneróthe en sarkí]”). La encarnación del Hijo de Dios encontró unanimidad total en los demás escritos apostólicos (Jn 1.14; I Jn 4.2; Heb 10.5-7). La fuerza del Cuarto Evangelio en este tema es insuperable: “En efecto, en cuanto que el mundo se cierra a la palabra, no basta la pura comunicación de la verdad divina (como gnosis), sino únicamente la manifestación de la palabra en cuanto carne entre toda carne, para revelar a ésta su extrañeza frente a la palabra y, por tanto, frente a la verdadera vida, que ella no tiene”.175 Si ensayamos una paráfrasis actualizada de sus clásicas palabras de Gálatas 4.3-5 (“Antes de que, como humanidad, pudiéramos conocer a Cristo, las fuerzas opresoras de este mundo nos mantenían como menores de edad, pero al llegar a su madurez plena la historia, Dios se hizo uno de nosotros, nacido igual que nosotros, sometido a las leyes de este mundo para liberarnos de todas ellas y adoptarnos extraordinariamente como sus hijos e hijas”) nuevamente podremos apreciar cómo para San Pablo, la Navidad puede y debe leerse en la clave de la encarnación como acción suprema de Dios para actuar desde la historia, desde un tiempo pletórico de sentido que había alcanzado plena madurez: ni antes, ni después, la pertinencia divina para someterse al dictado del tiempo aconteció en Cristo para conseguir el propósito de adoptar a los seres humanos y de transferirles el don de la salvación no fuera, sino bien adentro de la historia, la misma que, llena de conflictos y contradicciones, acogió al Hijo de Dios no sin sujetarlo a una serie de situaciones marcadas por el pecado, la injusticia y el crimen. H.-G. Link, “Razón”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. IV. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 21. 175 H. Seebass, “Carne”, en L. Coenen, op. cit, vol. I, p. 232. 174

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“Su Hijo nació de una mujer y se sometió a la ley de los judíos” Siempre preocupado por el papel de la ley, como buen judío, el apóstol Pablo utiliza dos metáforas, una negativa (“cárcel”, Gál 3.23) y otra positiva (“pedagogo”, 3.24), a fin de colocarla al servicio del conocimiento de Jesucristo: “Pero ahora que ha llegado el tiempo en que podemos confiar en Jesucristo, no hace falta que la ley nos guíe y nos enseñe” (3.25). Estar unidos a Jesús tiene un efecto revolucionario: la filiación divina (26), actuar como él (27), superar las diferencias raciales, sociales y de género (28a), la igualdad absoluta (28b) y el derecho a recibir las promesas de Dios (29). No es poca cosa porque con ello los creyentes estaban llegando a “la mayoría de edad espiritual” (4.1-2), libres ya del sometimiento a terceros. Eso evidencia la precariedad del pasado al no conocer a Cristo (4.3a) y cómo los poderes (“rudimentos”, “principios”, NVI) de este mundo actuaban sobre nosotros (4.3b), en una relación de esclavitud. El pero con el que continúa el texto es uno de los más importantes de todo el Nuevo Testamento, porque desvela la acción divina en medio del cumplimiento de los tiempos para romper todos los paradigmas y modelos de su propia acción (con débiles paralelismos en otras religiones): a) “envió a su Hijo”, b) “nacido de una mujer” y c) sometido “a la ley de los judíos”. Pablo ve en la sumisión del Hijo de Dios a las leyes biológicas (“nacido de mujer”) un episodio más de su humillación voluntaria, pues no se refiere a María, su madre humana, directamente, sino en palabras neutras. El agregado de las leyes judías lo conecta totalmente con la religión de sus padres y con aquello que debe superarse definitivamente. Esa cadena de sucesos biológico-teológicos abrió las puertas de la libertad humana ante la ley, mediada por Cristo (4.5a), pues ya como hijos de Dios, en la filiación de él mismo, se completó el acto de adopción (4.5b). El gran rival y colega de Pablo, el apóstol Pedro, esbozó también una fe similar en los efectos de la encarnación divina en el mundo: “por medio de las cuales [cosas] nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (II P 1.4, RVR60). O, según la versión Dios habla hoy: “…para que por ellas lleguen ustedes a tener parte en la naturaleza de Dios”. San Pedro habla también, a su modo, de la adopción, pero su perspectiva es más personalizada. Con ello podía venir el Espíritu a establecer la familiaridad total con el Creador y Redentor (4.6a). Al orar, las palabras fluyen como de los labios de un niño pequeño (4.6b): “Papá, querido Papá”. Termina así la esclavitud y la filiación divina es algo definitivo, total (4.7). Todo eso nos ha ganado la encarnación del Hijo de Dios en el mundo. Todo es consecuencia de la Navidad cristiana: un cambio trascendental en las relaciones entre Dios y sus criaturas: Dios se abajó para ser como uno de nosotros.

Conocemos el relato de la natividad en Belén. Hemos visto representados en belenes vivientes y en coloridas estatuas la escena del bebé yacente en un pesebre. Reflexionando sobre esta escena, el poeta jesuita Gerald Manley Hopkins habló de la “menguante infinidad de Dios menguante hasta adquirir forma de bebé”. “Menguante es el signo que se nos da para reconocer al Salvador. No encontraremos a un Dios infinito, sino a un bebé confortablemente envuelto que yace sobre paja. Tenemos un Dios que mengua —un Dios que se abaja y decrece— y que viene a nosotros en toda la majestad de un comedero… Navidad —la fiesta de la encarnación, la fiesta de Dios que se hace carne de nuestra carne—, esta fiesta celebra el hecho de que Dios mengua para habitar en nosotros... También nosotros somos un lugar donde Dios se contrae, un lugar donde Dios toma carne y vida humana. En la carne y vida humana, en nuestros yoes de carne, en nuestras vidas concretas, es donde resplandece la luz divina. 176

Patrick F. Earl, cit. por Javier de la Torre, “Un desafío crucial: la teología en el diálogo interdisciplinar”, en Carlos Alonso Bedate, ed., El saber interdisciplinar. Madrid, Universidad Pontificia Comillas, 2014, p. 184. Énfasis agregado. 176

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31 de diciembre, 2016 LA FIDELIDAD DEL SEÑOR EN TODAS LAS ÉPOCAS (II Tim 2.1-13) A la memoria de Dan Swanson, amigo y feligrés en la distancia Y aunque no seamos fieles, Cristo permanece fiel; porque él jamás rompe su promesa. II TIMOTEO 2.13, Traducción en Lenguaje Actual

Una fidelidad probada en la historia La segunda carta a Timoteo contiene una de las mejores afirmaciones que hace el Nuevo Testamento acerca de la interrelación entre la fidelidad de Dios y la de aquellos que se han unido a él a través de Jesucristo en un nuevo pacto. La continuidad que el apóstol Pablo encontró entre lo acontecido en la antigüedad y lo que sucedió a partir de la obra redentora de Jesucristo se expresa en esta “carta pastoral” como un conjunto de afirmaciones necesarias para estimular al joven pastor Timoteo en su camino de fe. Es una “exhortación al coraje apostólico”.177 Luego de invitarlo a llevar a cabo su ministerio de la mejor manera, ahora le asegura que Dios estará a su lado para soportar cualquier cosa (2.1a). Él mismo le recuerda que ha enseñado a otros y que Timoteo deberá hacer lo mismo para que el mensaje se reproduzca indefinidamente (2.2). Se trata de ser “un buen soldado” del Señor y estar dispuesto a sufrir por él (2.3), pues, en la milicia, la obediencia irrestricta es la base de todo (2.4). Lo mismo sucede con los atletas que participan con la esperanza de ganar respetando las reglas establecidas (2.5). Y también con los campesinos, que deben trabajar la tierra antes de beneficiarse de ella (2.6). Pensar en todo ello es importante, subraya el apóstol (2.7a), para aprender las lecciones de cada metáfora, de cada comparación, a fin de aplicarla a la existencia cristiana. Qué mejor oportunidad que un último día del año para acercarse a este pasaje y así apreciar el empeño paulino por reforzar en su discípulo la comprensión de la fidelidad divina a partir de su experiencia porque es posible preguntarse acerca de estas exhortaciones: “¿No se referirán, más allá de este discípulo, a todos los que desean ser soldados de Cristo?”.178 Observar la realidad circundante y reflexionar en profundidad es una tarea que Pablo considera ineludible para un nuevo líder que desea cumplir a cabalidad los propósitos divinos. Timoteo cumpliría ampliamente las expectativas de Pablo, tal como lo atestiguan las palabras de Filipenses 2.22: “Pero ustedes ya conocen la buena conducta de Timoteo, y saben que él me ha ayudado como si fuera mi hijo. Juntos hemos anunciado la buena noticia”. La efectividad de la reflexión deberá mostrarse en las acciones concretas, es decir, en la fidelidad para el ministerio al que Dios ha llamado. “Y el Señor Jesucristo te ayudará a entenderlo todo” (2.7b): la mirada del apóstol siempre centrada en Cristo permitirá que la meditación aterrice en el ámbito de la fe cotidiana, individual y colectiva, justo allí donde se define y se observa la fidelidad divina en los hechos.

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Edouard Cothenet, Las cartas pastorales. Estella, Verbo Divino, 1991 (Cuadernos bíblicos, 72), p. 6. Ibíd., p. 8. 97


Un Dios fiel en cada circunstancia “¡Acordarse de Jesucristo!”: premisa básica para la fe cristiana en un contexto litúrgico, lo que complementa el acto de la memoria del Señor en la vida de la comunidad, aunque en las cartas pastorales no hay ninguna alusión directa al banquete eucarístico. “Sin embargo, en este fragmento litúrgico se podría percibir un eco de la orden del Señor: ‘Haced esto en memoria mía’”.179 En la fórmula “de la estirpe de David” se nota la huella de una antigua confesión de fe judeo-cristiana, en la que se inspiró Pablo en Ro 1.3-4. El orden es aquí muy importante: la fe se refiere, en primer lugar, al Resucitado, cuyo origen se relaciona con las promesas hechas a David (II Sam 7). Este recuerdo litúrgico se orienta hacia la consumación de la salvación, hacia el tiempo en que aparecerá el Señor Jesús en su gloria celestial (II Tim 2.10). El anuncio de esa buena noticia no ha sido fácil y le ha costado la cárcel y cadenas “como un criminal” (2.9a), pero al mensaje de Dios nadie puede someterlo (2.9b). Ésa es la razón para soportar todo tipo de sufrimientos (2.10a), a fin de que los elegidos “se salven y reciban la vida eterna que Cristo ofrece junto a Dios” (2.10b). El pasaje concluye con un himno (de contexto bautismal) que destaca la fidelidad de Dios: “…la participación en la vida de Cristo se expresa aquí en futuro, ya que no se piensa ahora en la vida presente, la vida de la gracia, sino en la participación en el reino de Cristo cuando él se manifieste por segunda vez (I Tim 6.14)”. Cada estrofa coloca los beneficios de la salvación en relación con una condición presente complicada, pero llena de esperanza: a) “Si morimos por Cristo,/ también viviremos con él” (11); b) “Si soportamos los sufrimientos,/ compartiremos su reinado” (12a); c) “Si decimos que no lo conocemos,/ también él dirá que no nos conoce” (12). “Para participar del reino mesiánico, se impone la fidelidad, una fidelidad capaz de resistir a todas las presiones en contra”.180 El himno se inspira aquí en una frase evangélica sobre la confesión de Cristo: “A todo aquel que declare por mí ante los hombres, yo también lo declararé ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue entre los hombres, lo negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10.32s; Lc 12.8s). A pesar del sombrío horizonte de la infidelidad, expresado en el v. 13, predomina la confianza. Pablo afirma varias veces: “Dios es fiel” (I Co 1.9; 10.13; I Tes 5.24), lo que muestra una aguda conciencia de esa inmensa realidad de fe. Si fallamos (en la historia personal o en la comunitaria), existe la certeza plena de que Él no lo hará (13a), pues lo ha demostrado muchas veces y, sobre todo, no puede negar su naturaleza (13b). Ésa es la base absoluta de la fe cristiana para afrontar los años que se tengan por delante, tal como lo ha demostrado la historia de la salvación desde la antigüedad más remota. Sumarse a ella es participar continuamente de la fidelidad de Dios en toda su plenitud. Oremos con Karl Barth: ¡Señor, Dios nuestro! Sí, te damos gracias porque tú permaneces, tú eres, y tus años no tienen fin, porque también a nosotros nos quieres conceder y nos concedes el permanecer, porque tu palabra, en la que para nosotros se abre tu corazón y habla a nuestro corazón, permanece. Otórganos la libertad de mantenernos en ella, y sólo en ella, allá donde todo pasa. Y haz que con esta libertad demos hoy el último paso en el año viejo, y el primero mañana en el año nuevo, y todos los demás a lo largo de nuestro modesto tiempo, quizás largo todavía, tal vez, corto. Y ve despertando e iluminando siempre nuevos hombres, aquí y allá, a la misma libertad —viejos y jóvenes, importantes y humildes, inteligentes e insensatos— para que puedan ser testimonios de lo que permanece por siempre. Da un poco, quizás será mucho lo que darás, de la claridad matinal de la eternidad dentro de las cárceles 179 180

Ibíd., p. 37. Ibíd., pp. 37-38. 98


de todo el mundo, en las clínicas y en las escuelas, en las salas de consejos y en los gabinetes de redacción, en todos los lugares en que los hombres sufren y trabajan, hablan y deciden, y tan fácilmente olvidan que tú llevas el mando y que ellos son responsables ante ti. Y haz entrar también esta claridad matinal en los corazones y en las vidas de nuestros parientes en casa y de tantos pobres, abandonados, desconcertados, hambrientos, enfermos y moribundos, conocidos y desconocidos. No nos la niegues tampoco a nosotros, cuando suene nuestra hora. Oh gran Dios, nosotros te alabamos. Sólo confiamos en ti, haz que no nos perdamos. Amén.181

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K. Barth, “Lo que permanece (Isaías 40.8)”, en Al servicio de la Palabra. Salamanca, Sígueme, 198, p. 205. 99


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