DOMINGO 4° DE PASCUA 21 de abril de 2013 – Ciclo C
El acontecimiento de la resurrección está vinculado a un mandato. Cristo resucitado tiene un encargo, un mandato, una propuesta para sus discípulos. De muy diversas maneras les encarga la tarea misionera, la obra de evangelización, el proyecto de anunciar, a todos, la buena noticia de la resurrección y la salvación y la tarea de congregar como un nuevo pueblo de Dios a los que acepten y crean el mensaje. La resurrección de Jesús tiene como fruto la obra misionera y evangelizadora de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles da testimonio de esta vinculación. El libro narra episodios que se remontan a los primeros años de la Iglesia y, con más amplitud, narra también la obra misionera de san Pablo. El acontecimiento de la resurrección imprime en los creyentes una fuerza de difusión, que por eso mismo se convierten en evangelizadores. Esa fuerza de difusión llega hasta nosotros el día de hoy, pues también hoy, el encuentro con Jesús resucitado tiene como consecuencia el propósito de anunciar a todos la obra de Dios a favor nuestro. Hoy hemos escuchado, en la primera lectura, el relato de un episodio de los inicios de la obra misionera de san Pablo. Él y Bernabé, su compañero en ese primer viaje misionero, llegan a la ciudad de Antioquía de Pisidia, en la actual Turquía. Ellos tienen como primeros destinatarios de su anuncio a los miembros de la comunidad judía de la ciudad. Por eso se dirigen a la sinagoga el día sábado y toman asiento. Como era usual en aquella época, en la sinagoga no sólo hay judíos, también hay gente extranjera, que simpatiza con la fe judía. Son los “temerosos de Dios”. Los jefes de la sinagoga, al enterarse de que Pablo y Bernabé son judíos que vienen de Antioquía de Siria, los invitan para que digan una palabra a la asamblea. Pablo aprovecha la ocasión y expone en un amplio discurso la buena noticia en la que anuncia que Dios ha cumplido en Jesús las promesas hechas desde antiguo al pueblo de Israel, y que la muerte y la resurrección de Jesús es el acontecimiento en que se realiza la salvación para los judíos pero también para todos los pueblos del mundo. (Este discurso de Pablo ha sido omitido en la lectura de hoy.) El anuncio de Pablo logra captar la atención de muchas personas, que le piden que el sábado siguiente vuelva a habla sobre el tema. La noticia corre en la ciudad acerca del predicador que ha llegado, y el sábado siguiente casi toda la ciudad de Antioquía acudió a oír la palabra de Dios. Estas personas no son judías, son gente pagana que se interesa por saber más acerca de ese anuncio de salvación accesible también a los no judíos que anuncia Pablo. Y ahí viene la reacción. Los dirigentes judíos sienten envidia, sienten que Pablo no solo les quita la clientela, sino que suprime la diferencia entre judíos y los demás pueblos del mundo, pues lo que Pablo anuncia es que el Dios de los judíos ahora se presenta como salvador no sólo de los judíos, sino de todos los pueblos del mundo, a través de la muerte y resurrección de Jesús. Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
Los judíos ahora se ponen contra Pablo y Bernabé y los contradicen. Pablo toma una decisión: La palabra de Dios debía ser predicada primero a ustedes; pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos. Muchos paganos se adhirieron a la fe anunciada por Pablo y Bernabé. La alegría cundió, la esperanza surgió, la Iglesia se formó en Antioquía de Pisidia. La decisión de Pablo causó alegría a los paganos, pero suscitó las maquinaciones de los dirigentes judíos para provocar una persecución contra Pablo y Bernabé hasta lograr echarlos de la ciudad. Este acontecimiento tiene varias enseñanzas para nosotros. Por una parte nos enseña la amplitud de la salvación de Dios. No hay nadie excluido de antemano. La única exclusión que hay es la autoexclusión. Dios a todos tiende la mano, a todos ofrece la vida, a todos invita a la salvación. En segundo lugar, aprendemos la intrepidez y valentía de Pablo y Bernabé que anuncian con ardor la buena noticia de la resurrección. Nosotros también debemos imitarlos, también nosotros debemos ser evangelizadores en la medida de nuestras posibilidades. En tercer lugar, el episodio nos trae a la conciencia qué importancia tiene que haya personas que como Pablo y Bernabé se dediquen por entero al anuncio del Evangelio y a la formación de la Iglesia. Hoy es el día que la Iglesia propone para orar por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. La Iglesia, y especialmente nuestra Arquidiócesis de Los Altos, necesita muchas más personas que quieran consagrar su vida a Jesucristo y al anuncio del Evangelio, que quieran ponerse a disposición total de Jesús con el fin de dedicar su vida a la guía de la Iglesia. Si la salvación de Dios se ofrece a todos, es necesario que haya testigos que lleguen hasta las personas más alejadas de Dios para convocarlas a la fe. Si Pablo y Bernabé llegaron hasta los lugares más distantes, necesitamos hoy el mismo ardor y valentía para llegar hasta tantas personas que viven como si Dios no existiera, y por eso se pierden lo mejor de la vida. Oremos por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y animemos a nuestros jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Dios. El apóstol Juan, en la segunda lectura, contempla en visión el fruto de la obra de evangelización. Vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca y llevaban palmas en las manos. … Son los que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero. Efectivamente el pueblo de Dios está formado por creyentes y mártires de procedentes de todas las naciones, razas, culturas y condición social. Pablo rompió la barrera del particularismo religioso al romper la barrera que dividía a los judíos de los demás pueblos del mundo. Nosotros hoy debemos seguir rompiendo las barreras de las múltiples segregaciones que siguen existiendo, no sólo fuera, sino incluso dentro de la Iglesia. Dentro de la Iglesia también creamos muros de división y exclusión, cuando rechazamos la variedad de las espiritualidades y formas de
Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
vida cristianas legítimas y auténticas, para proponer solo un modo de ser cristiano, un modo de participar en la Iglesia, un modo de hacer pastoral, un modo de ser creyente. Nuestra unidad está en la comunión con Jesús. Él es el buen pastor de todos. Hoy Jesús se presenta como el pastor que convoca a sus propias ovejas: Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás. Somos seguidores de Jesús y escuchamos su voz. Pero atención, somos seguidores de Jesús, no como nos lo imaginamos cada uno, porque entonces cada uno se hace un Jesús a su propio gusto y medida. Tampoco somos seguidores de Jesús como lo presenta según su gusto tal predicador o tal o cual teólogo. Somos seguidores de Jesús como lo enseña la Iglesia en su tradición de fe. La voz de Jesús se oye en la Iglesia, a través de los pastores auténticos que enseñan, no sus propios gustos, sino que enseñan la fe de la Iglesia. Esa es la garantía que tenemos de que seguimos al Jesús real, y no a uno de ficción. Esos son los pastores que necesitamos cada día más, por los que debemos orar para que el Señor Jesús tenga quien anuncie su Evangelio y lo haga presente en medio de su pueblo.
Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán