DOMINGO 3° DE PASCUA 14 de abril de 2013 – Ciclo C
En este tercer domingo de Pascua, la Iglesia nos propone siempre el relato de una aparición de Jesús. En esta ocasión se trata de la experiencia de encuentro con Jesús resucitado que los discípulos tuvieron en el lago de Galilea. En el relato de la aparición en Galilea según san Juan, Jesús realiza dos acciones. En la primera de ellas Jesús se da a conocer por medio de un milagro de pesca fuera de lo normal. Los discípulos que habían trabajado toda la noche no habían logrado pescar nada. En un último intento, bajo las órdenes de un desconocido que les habla desde la orilla, logran capturar peces. Pero además, en tan gran número, que en otras circunstancias las redes se habrían roto bajo el peso. Ante este milagro, el discípulo que Jesús amaba, es el primero en reconocer que el hombre desconocido es Jesús. Cuando llegan a la orilla, Jesús ya tiene preparada sobre la brasa un pescado y pan, propone añadir algunos de los pescados recién capturados y los invitó a comer. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres? — porque ya sabían que era el Señor. ¿Qué preguntas nos plantea este relato? ¿Qué significa para nosotros? Es evidente que Jesús no se da a conocer por su semejanza física. Como en el caso de los discípulos de Emaús, el reconocimiento no se basa en factores externos. Llama la atención que sea el discípulo a quien Jesús amaba el primero en identificar a Jesús. La amistad, la cercanía, el afecto que Jesús le tenía se transforma en sensibilidad para reconocer, en audacia para afirmar, la identidad de Jesús en el desconocido. El comentario que hace el evangelista de que ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era supone lo mismo: el hombre no tenía el aspecto externo con que los discípulos habían conocido a Jesús y sin embargo reconocen su presencia. El reconocimiento de Jesús como el Resucitado no se funda en datos visibles, externos. Los discípulos deben ir más allá de lo que ven, a la persona misma de Jesús. No es la apariencia de lo visible, sino la fuerza de la presencia la que los convence. En este caso ellos también creen sin haber visto. Hay muchas personas, que todavía hoy, relatan encuentros de esta suerte, que son de estricto beneficio privado. Inesperadamente en una celebración, o quizá ante una imagen, o durante la oración o en las más diversas circunstancias sienten la presencia divina. Y sin hacer preguntas, porque tampoco pueden, saben que es la presencia del Señor. Muchas veces, de esta manera, el Señor se nos acerca, nos llama, nos sostiene, nos motiva. Aquella aparición a los apóstoles es modelo para muchas experiencias de encuentro con Jesús, en las que el poder de la presencia del Señor se hace sensible, para fortalecernos en la fe y en el amor a Dios y al prójimo. La segunda acción de Jesús durante esta aparición es un careo con Pedro. Jesús le ofrece a Pedro la oportunidad de enmendar sus tres negaciones por medio de tres declaraciones de fidelidad y de amor. Pedro hasta se entristece de que Jesús le haga la pregunta Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán