Una Mujer en la Mirada

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Una mujer en la mirada

Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formaci贸n nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com


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Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación Antropólogo, Formador y Educador con más de 3.000 horas de experiencia como docente. Vine al mundo un martes del mes de Noviembre, cuando el frío y el viento detienen el paso del tiempo y fomentan las miradas desde las ventanas. Por esto creo que en el acto de mirar y de hacer mirar se encuentran las enseñanzas y los significados que buscamos a nuestras vidas. Fomentar la capacidad de observación y análisis es la estrategia pedagógica de la que me sirvo para que, mis alumnos y lectores, aprendan, a la vez que se divierten, a descubrir las conexiones entre sus capacidades y las respuestas que éstas ofrecen a las incógnitas que nos rodean. E-mail: nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com

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“Llevaron a un mancebo a presencia de un sabio a quien dijeron: “Mira, éste está camino de dejarse pervertir por las mujeres”. El sabio meneó la cabeza y se echó a reír. “Los hombres-dijo- son los que pervierten a las mujeres, y todo aquello en que falten las mujeres deben pagarlo los hombres y ser corregido en ellos, pues el hombre es quien ha creado la imagen de la mujer, y la mujer se ha hecho con arreglo a esa imagen”. “Eres demasiado benévolo con las mujeres-dijo uno de los presentes-, no las conoces”. El sabio contestó: “El carácter distintivo del hombre es la voluntad, el de la mujer, la sumisión; tal es la ley de los sexos, ¡dura ley para la mujer! Todos los seres humanos son inocentes de su existencia, pero la mujer lo es doblemente; toda dulzura y toda suavidad para con ella son pocas”. “¡Qué dulzura ni qué suavidad!-dijo uno entre el público-, ¡Lo que hace falta es educar a la mujer!”. “Mejor es educar a los hombres”-contestó el sabio- e hizo seña de que le siguiera el mancebo. Mas el joven no le siguió” F. Niestzche

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El infierno de lo bello He despertado otra mañana más, con sensaciones ya recordadas y vividas en las que mi mente sigue a la deriva de un naufragio de alcohol y mi boca exhala el humo de los últimos cigarros encendidos. Intento reflexionar, haciendo de mi almohada la balsa de agua en la que mi cabeza se estanca, sobre cuáles son los motivos que me impulsan a coleccionar tantas noches repetidas. Descubro sin alarmarme que llevo repitiendo ese mismo acto diez años, no me perturba establecer el tiempo que lo seguiré haciendo. ¿Qué habrá de singular en la noche para serle fiel cada siete días? Vivo la noche para relacionarme en busca de la diversión, la espontaneidad, para encontrarme con personas del sexo opuesto; en definitiva busco experiencias momentáneas que me permitan afrontar la cotidianidad del día tras día. Bebo y fumo, no sé si tanto por placer como para alcanzar placeres. Creo que más bien por lo segundo. He descubierto que si bebo y fumo, en un ambiente nocturno, alcanzo antes la diversión que busco. Nunca he probado a alcanzarla sin hacerlo, el ritual perdería gran parte de su sentido, ganaría dinero y salud pero perdería criterios ajenos que simulan e indican el camino del “éxito”. Desconozco también que clase de éxito. Antes que el éxito va el reconocimiento, si no soy capaz de reconocerme y ser reconocido entre todas las personas con las que comparto la noche poco lejos puedo llegar en mis desmedidas pretensiones. Reconozco que la tibia luz que asoma ahora por mis cortinas es suficiente para difuminar el discurso que seguía, intentaré continuarlo desde la silla a ver si así mi cerebro es capaz de asimilar la información que pasa por mis retinas. Desde esta nueva perspectiva acabo de toparme con una de tantas revistas dirigidas a un público joven y masculino, como es mi caso. Entre sus páginas hay una gran cantidad de mujeres mostrando sus encantos y el mensaje que me llega es que para alcanzarlas necesito entre otras cosas consumir un poquito de alcohol para hacerme con “ese oscuro objeto de deseo” como reza uno de los anuncios. No sé si se ha reparado en ello, pero si se fija uno con detenimiento observa que al menos uno de cada cuatro anuncios que

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Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com tienen que ver con el alcohol ofrece como reclamo la recompensa sexual. Bendita proporción esta si fuese aplicable a la vida real, Casanova tendría los días contados por no hablar de los hígados hasta entonces sanos. Quizá esta publicidad me condicione a la hora de beber, si no ya por la elección de una determinada marca sí en la adquisición de un hábito. Pero este no es el caso que nos ocupa, aunque hasta el momento pueda parecer lo contrario. La mujer es el tema central en el que hoy se centra y concentra mi mente. De mujeres soñamos los hombres estar rodeados, lo cual no deja de ser un tanto paradójico si prestamos atención a un detalle: muchos hombres cuando se encuentran con una mujer descubren a la mujer. Con esto quiero decir que muchos hombres, por no decir todos nosotros, no saben o sabemos entender a la mujer como una proyección de vida y, por tanto, con su propia biografía e historia, igual que la tiene el hombre. Sino que vemos a la mujer a través de una serie de construcciones sociales que lo único que hacen es perpetuar las desventajas sociales que la mujer viene sufriendo a lo largo de la historia. Analizar esas construcciones sociales es lo que trataré de desenmascarar de aquí en adelante, haciendo algo, desde mi punto de vista “revolucionario”: reconstruir una imagen de la mujer a partir de la destrucción de las construcciones que a día de hoy persisten de ella, y que si se detiene uno por un segundo, han sido hechas por hombres. Todo lo que ha sido escrito por el hombre acerca de las mujeres hay que considerarlo cuanto menos sospechoso, pues es el hombre a la vez juez y parte. Me enfrento por tanto a mi sexo y a las interpretaciones que éste ha hecho del opuesto. Hace unos días visité una exposición titulada “El infierno de lo bello”, siendo éste un título muy apropiado para la primera de las reconstrucciones que trataré de llevar a cabo. Puesto que el primer tema que quiero abordar es la belleza. Desde el mundo del hombre se piensa que la mujer quiere ser bella y que el hecho de no serlo la convierte en un ser desolado y triste. Esto no cabe duda de ser del todo cuestionable y censurable, pero que reúna estas características no quiere decir que no sea un hecho que acontece realmente. El hombre exige a la mujer ser bella o que se acerque cuanto menos a un ideal de belleza sin reparar en el hecho de que la belleza es dada. Nadie elige en 6


Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com ningún momento ser, más o menos, guapo o, más o menos, feo. Éste es un rasgo otorgado por la naturaleza, aunque los avances técnicos actuales permitan a quien lo desee oponerse a este hecho natural. Frente a este hecho nos encontramos con que la belleza se hace, ahora, a golpe de bisturí, antes, a partir de cualidades personales. Con esto quiero decir que la belleza puede ser construida de distintas maneras, pero la valoración de esas construcciones debe acabar siendo una valoración de índole personal, evitando en todo lo posible el condicionamiento social. Puesto que si este condicionamiento se produce ya no estamos eligiendo, con lo que de libertad implica toda elección. No debiendo pasar por alto que la elección se hace por las dos partes, con lo cual ambas perderían una parte de su libertad a favor de la presión social ejercida y artificialmente creada. ¿Complicado verdad? Si fuese un amante de la síntesis como son los físicos diría que todo esto se reduce a un problema de fuerza-resistencia. Qué fácil lo tienen algunos.

Una de las exigencias que se le presentan a la mujer en este sentido es que siga los dictámenes de la moda, aún a costa de sacrificar sus propias comodidades. Todo ello con el fin de presentarse bella ante el hombre que es quien debe elegirla, y no hay nada más valioso para ella (desde el punto de vista

masculino)

que

saberse

elegida por un hombre; y la par no hay nada más ofensivo para un hombre que ser rechazado por una mujer, lo cual provoca, en no pocas ocasiones, comportamientos masculinos acordes con esta forma de pensar puesto que considera que ésta, su forma de pensar, es la única válida y que para eso así esta establecida. Espinoso asunto este. Acusa a fin de defenderse ante una posible ofensa a la mujer de que “parecer” es la única ley de su vida y que ella no resulta ser aquello que parece. 7


Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com - ¿Y qué es lo que parece? –me pregunto. Me respondo que quizá no es lo que parezca sino que acaso se le culpe de no parecer lo que debería parecer ser, es decir, de no ser aquello que el hombre pretende o tiene imaginado que la mujer debe ser. A este imaginario colectivo, que toma su expresión de forma individual, contribuye de manera especial y sumamente notoria la publicidad, mecanismo muy extendido conforme se han ido estableciendo en la cotidianeidad de cada uno el contacto con los medios de comunicación de masas, los cuales se mantienen gracias a la presencia de los soportes y tiempos publicitarios. Pues bien, la publicidad ha concentrado un ideal de belleza femenino en torno a una serie de figuras convencionales que tratan de reproducir la belleza confundiéndolo o aparejándola con sexo. Transportando de este modo el ideal de belleza hacia el cuerpo y marginando la idea que antes señalaba de que la belleza se hace en base a una serie de cualidades personales,

más

allá

de

lo

puramente físico y carnal. Esta imagen de la mujer la convierte en un mero objeto sexual al servicio del hombre, objeto con el cual

busca

satisfacer

sus

necesidades e impulsos. Pasa a ser valorada en función del atractivo sexual que pueda ejercer sobre un hombre, con lo que obliga a la mujer a convertirse en una muñeca. Hay otro asunto que no quiero que se me pase por alto y creo que es el momento de resaltarlo y que es de una importancia crucial, pues en gran medida forja la identidad que la mujer se crea de sí misma en su condición de mujer. El hecho de cómo el hombre se dirige a la mujer refuerza en ella su identidad de mujer. Si el mensaje que desde el hombre se transmite es el que he venido hasta el momento señalando, no me cabe la menor duda de que el hombre busca la destrucción de la mujer, en tanto en cuanto ser que lleva una vida paralela a la suya, es decir, el hombre traza su vida como varón y la mujer ha de hacer lo mismo en tanto que mujer, cada uno con su propia historia 8


Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com biográfica. Este hecho no se produce de manera equilibrada, si la existencia del hombre depende de la destrucción y eliminación de la condición de mujer, la existencia de la mujer se sustentaría en la eliminación del hombre. Pero este supuesto no se da. Para evitar que un día nos encontremos en un “todos contra todas” debemos empezar porque los hombres nos demos cuenta de las paradojas a las que enfrentamos a la mujer. Los hombres no podemos ubicar a la mujer en una situación en la que sea cual sea su elección hagamos de ella un juicio de valor negativo. No podemos exigir a la mujer que sea únicamente bella, pedirle que se convierta en un objeto sexual y al mismo tiempo valorar su castidad, puesto que si no lo es, por mucho que se alardee y se presuma de la libertad sexual e incluso de libertinaje sexual, se le asignarán los ya sobradamente conocidos y extendidos calificativos que, por parte del hombre, se dirigirán a la mujer por hacer uso de tales libertades o, simplemente, por cumplir con las exigencias que desde el universo masculino se le plantean. Hay algo que no es coherente, y sin la debida coherencia los mensajes pierden validez. He aquí un mensaje válido: eliminar el concepto de objeto de la mujer y elevarlo al de sujeto, en todas las esferas y dimensiones de la vida.

Ante todo esto me doy cuenta de que en muchos aspectos de la vida nos dejamos idiotizar por el conjunto, porque es cierto también que el conjunto es algo más simple e infantil que nuestra construcción individual, más rica y elaborada pues tiene en cuenta los aspectos concretos en los que nos movemos. Es en torno a esta perspectiva individual a partir de la cual construiré mi propio ideal de belleza y de lo que de la mujer espero.

Cada noche buscaré, a partir de hoy, encontrar a la mujer cuya imagen me he construido transformada en una existencia corporal. Valoraré su presencia y trataré que permanezca a fin de lograr una intimidad que haga real y tangible la imagen construida. Empiezo a sentirme en el buen camino, aunque quizá me equivoque. ¿La encontraré de noche? 9


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Callar no nos hace mejores, nos hace más silenciosos Pensando acerca de lo ya pensado, es decir, repensando, he caído en la cuenta de que si suprimo la condición de cuerpo de la mujer nunca encontraré a la mujer ansiada porque esta no existiría, sería lo mismo que si me enamorase de una idea o un pensamiento, nunca podría aprehenderlo, tocarlo, en definitiva, disfrutarlo. Pero como vengo defendiendo no se puede reducir a la mujer a la condición de cuerpo, sino que lo ideal sería introducir en ese cuerpo un “alguien”, un “quien” portador de ese cuerpo. Lógico, yo también soy un alguien dentro de un cuerpo, en este caso el mío, y no me gustaría verme reducido a una condición, ya sea cuerpo ya sea mente. Si esta reducción se produjese sería inexistente, ni siquiera sería. Evidentemente a nadie le gustaría este hecho. Recuerdo ahora las frases escuchadas en una película, y que asumo como propias, que versan de la siguiente manera: “me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando hay una mente que los mueve y que vale la pena conocer”. Completo ideal de belleza éste, pues contiene las distintas esferas en que se refleja la existencia de cada cual en un proceso de construcción y valoración de cómo se ha forjado dicha construcción. Cada uno de nosotros estamos instalados en nuestro propio cuerpo y en mayor medida la mujer, pues ella vive de diferente manera su propia fisiología. Se dan en ella una serie de procesos que le son propios y que la definen y significan (menstruación, embarazo), y hacen que esté plenamente introducida en su corporeidad, situación que no se da en el hombre. El conocimiento de sus propios procesos y la vivencia de los mismos hacen que la mujer posea un mayor conocimiento de su propia condición, afectándole de manera directa estos acontecimientos. Ante este conocimiento de sí misma se produce en el hombre el efecto inverso: el desconocimiento. Desconocimiento que sustenta, apoya y justifica el proceso de cosificación de la condición de mujer. ¡Cuán simples somos los hombres! Ante aquello que no conocemos, nos limitamos a relegarlo a la condición de instrumento, y nos mofamos a la hora de decir que para comprender a una mujer hace falta un libro de instrucciones. ¿Realmente

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Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com intentamos acercarnos a la condición de mujer? En absoluto. ¿Por qué? Porque requiere un esfuerzo. Preferimos adoptar mensajes establecidos y compartidos a sabiendas que éstos fomentan desigualdades e injusticias conocidas y rechazadas a nivel personal pero, consideramos que estos mensajes son la norma social establecida, craso error. Culpables somos, por adoptarlos, por no cuestionarlos ni tampoco denunciarlos. Frunzo el ceño pues reparo ahora que en contadas ocasiones he visto a un hombre denunciando

la

existencia

de

mensajes

ofensivos contra la mujer y mucho menos criticándolos. ¿Alguien sabe quién o qué es quien emite esos mensajes? Porque alguien tiene que hacerlo. Agravando todo este asunto el hecho de que todo mensaje se lanza con una finalidad y hacia un alguien o algo concreto. Se dice que estos mensajes son hechos culturales provenientes del pasado. De acuerdo, y qué ocurre ¿acaso estos constructos son invariables? Ni mucho menos, aceptar esa invariabilidad es un error. Si aceptamos esto estamos diciendo que la humanidad ha vivido y convivido de igual forma desde el principio de los tiempos, es decir, que nuestra actual forma de vida es la misma que su tiempo vivieron Platón, Cleopatra o los reyes católicos, que lo único novedoso es la introducción y avance de la tecnología. No me lo creo. Aceptar este hecho supone aceptar la realidad sin más, sin cuestionarla, sin intención ni de cambiarla ni de mejorarla. ¿Para qué vivirla entonces? Aceptamos los valores del pasado sin cuestionarlos pero al mismo tiempo descalificamos gran parte de ese pasado considerándolo como un atraso. Todo esto me descoloca y la única respuesta que encuentro a todo esto es que vivimos nuestra realidad como una mala novela. Una de ésas en que la historia y trama que la mueve no continúa porque se pierde en una excesiva descripción y minuciosidad de los escenarios. ¿Y qué ocurre entonces? La continuidad se disipa, se pierde, produciéndose grandes saltos en los que la trama no va en consonancia con el escenario donde se lleva a cabo. Vivimos el pasado como una preparación 11


Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com para vivir el presente pero gran cantidad de cosas que son arrastradas del pasado no nos sirven para el presente. Las desechamos y no las utilizamos. Sin embargo sí seguimos empleando mensajes del pasado para aplicarlos a una realidad presente. ¿Nadie se cuestiona el que quizá muchos no sean válidos? En el caso de la mujer siguen vigentes gran cantidad de mensajes que a día de hoy no son aplicables a su realidad pero aún así seguimos utilizándolos y dándoles validez. Mensajes del tipo “la mujer para buscarse un futuro tiene que casarse”, “su sitio es la cocina”… siguen escuchándose y guiando a la mujer hacia una realidad específica. Pero esa realidad hacia la que se la orienta con tales mensajes no es su realidad. La realidad de la mujer en gran parte no es como nos han venido diciendo los mensajes que arrastramos del pasado. Son mentiras y como tales no pueden ser asumidas, pero mientras sigamos reproduciéndolos estaremos contribuyendo al mantenimiento de esa estructura que valoramos como injusta. Es el momento de decir NO para dejar de contribuir a su perpetuación. Decirlo no va a salir gratis y conllevará una serie de esfuerzos y luchas centralizados en promover un proceso de cambio acorde con la realidad existente, orientada hacia aquella que queremos conseguir. Como decía, el cambio implica esfuerzos y la pérdida para una parte de la sociedad de su posición acomodada y dirigente, pero ésta no es excusa para no iniciar el proceso. Tampoco es gratis perpetuar el sí como ha venido y sido demostrado con el paso del tiempo en el trato que ha venido siendo dado a la mujer. La decisión de decir no abrirá las puertas y nos mostrará nuevos caminos hacia otras decisiones. Para elaborar la nueva realidad de la mujer, es necesario e imprescindible tener claro cuáles son los caminos por los que no queremos transitar ni seguir transitando. El primer paso para ello está en saber lo que ocurre, en dar a conocer la situación a la que nos enfrentamos y cuál es la que queremos alcanzar, con la condición previa de querer saber lo que ha venido sucediendo para no repetirlo. Iniciar este cambio exige un interés y, como tal, un deseo que ha de ser asumido y compartido por todas las esferas de la sociedad en la que nos encontramos. Por mi parte estoy dispuesto a enfrentarme con aquellos que se opongan. Creo que para lograrlo hay que cambiar la relación con las palabras que hasta hoy se han venido dedicando a 12


Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com la mujer y a su realidad. Si lo alcanzamos, junto con otros pequeños logros, conseguiremos que la imagen que la mujer tiene de sí posea unos rasgos en los que se pueda reconocer y sentirse reconocida, puesto que la imagen que a día de hoy hemos elaborado de la mujer no genera otra cosa en mí, al igual que en todas las mujeres, que desconfianza. Tenemos que lograr que el cambio se produzca, por mucho que haya gente que se lleve las manos a la cabeza y diga, que tal cambio, supone una amenaza a la realidad establecida. ¿Establecida por quién? ¿Cuándo? ¿Desde donde? Porque he aquí una de las claves: cuando nos llega un mensaje o información debemos atender no tanto a quién o qué lo emite, sino desde dónde lo hace. Para mí, a día de hoy, me resulta más válido y ajustable a mi realidad el mensaje que proviene de la mujer, y más aún desde su vivencia del día a día de ésa, su condición.

Desde

el

universo

masculino

tratamos de que la mujer asuma nuestros puntos de vista, inspirados por nosotros mismos. En caso de que no lo haga la criminalizamos

y

atacamos

por

no

asumirlos. Tratamos de imponerle nuestros criterios

de

una

forma

trivial

y

despreocupada, sin una intención manifiesta, pero contando con las armas de la regularidad y continuidad. A lo largo del tiempo tratamos de enfrentarla a situaciones de inferioridad en las que se dé un cierto grado de hostilidad, puesto que es sabido por el hombre que ante experiencias de marcado carácter hostil lleva las de ganar y salir victorioso, demostrando así su supremacía

sobre

la

mujer.

Basamos

nuestra

supuesta

superioridad

rebajándola a aquello que entendemos como degradante para sustentar y justificar nuestro poder. Estamos deseosos de admiración y elogios, lo cual no deja de ser significativo ya que resulta que posteriormente es el hombre quien acusa a la mujer de moverse en busca de tales fines. Atacamos a la mujer en base a lo que es y si pretendemos establecer con ella una relación de dominante-dominado, lo hacemos en gran medida porque de ésta manera bloqueamos y paralizamos cualquier cambio. Sostenemos el rechazo en base a 13


Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com una diferencia, en este caso la sexual, que resulta ser el primer elemento a partir del cual generamos nuestra identidad y por tanto establecemos una diferenciación. Manifestamos el rechazo a esa diferencia

mediante una

conducta discriminatoria de carácter agresivo e invasor para con el otro, en este caso la mujer, para ponernos a salvo de un peligro. ¿Qué peligro? El hecho de que la mujer acceda a la esfera pública y social en condiciones de igualdad a las del hombre, lo cual interpretamos nosotros, los hombres, como una invasión de nuestro espacio y por tanto de nuestro dominio. ¿Cómo pretendemos evitarlo? Apoderándonos de la mujer en su mismidad, en su propia esencia, dominando su intimidad. Así es como algunos fraguan su fama de conquistadores, cuando más bien le correspondería el término de invasores, siendo suave y contenido. Tengo la sensación de estar destruyendo gran parte de los conceptos sobre los que he se ha fraguado mi condición masculina. Considero que tanto hombres como mujeres somos víctimas de nuestra propia cultura, una cultura de orden machista. Tengo la sensación de vivir un proceso extrañamiento y como tal este proceso me exige me siento un extraño ante el resto de hombres, aunque también para mí mismo. Este proceso no es algo excepcional, pues todas las mujeres lo viven y sufren aunque arrastremos la mala costumbre de no verbalizarlo, de no denunciarlo. Lo que ocurre es que, ante esta nueva disyuntiva en la que la mujer es considerada como un igual, no encontramos muchos sentidos, términos y aspectos culturales existentes por los que sustituir los antiguos, es decir, por lo que nos veremos obligados a crear otros códigos culturales nuevos. Precioso reto ante el que enfrentarnos. Mejor crear códigos culturales nuevos que buscar la acogida y refugio de otros ya existentes pero no cuestionados. No podemos seguir sosteniendo la visión de ver aquello que necesitamos

ver

para

que

no

se

derrumben

nuestras

certidumbres

(artificialmente creadas), sino que debemos ir más lejos. Tenemos que cuestionar si aquello que vemos es como lo vemos y en qué medida es como nos han inducido a verlo. Incluido mi propio punto de vista masculino.

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Tiempos silenciados Hoy, siendo como es domingo, considero que es día para el descanso y el tiempo libre. Observando y detectando el trajín, el ir y venir, de mi madre veo que no lo es para todos por igual. El tiempo libre y de ocio que pose es el que le queda libre después de atender a los diferentes miembros que formamos la familia o la unidad en la que convivimos. Este suceso se debe a la división de los distintos espacios en los que se rige nuestra vida: público, privado y doméstico. A cada uno de estos espacios le otorgamos una persona responsable, encargada de hacer prosperar y avanzar tales espacios, evitando que se derrumben. A la mujer se le ha relegado al ámbito de lo doméstico, si bien poco a poco su figura comienza a emerger en la esfera de lo público. Relegarla al ámbito doméstico implica la asunción de las múltiples demandas y necesidades que en este contexto aparecen, no sólo las que se dan de forma continua y regular, sino que también delegamos en la mujer las circunstancias excepcionales como puede ser la atención ante una enfermedad. Hacer frente a esta multiplicidad de situaciones que se dan dentro del hogar lleva consigo una ocupación total del tiempo. Por lo que en gran medida la mujer apenas disfruta de tiempo libre o de un mínimo de ocio. Este hecho lo observo de primera mano en la figura de mi madre, pero convencido a la vez que éste caso no es la excepción, al contrario, es la norma.

El tiempo libre que le queda a la mujer es el sobrante después de atender las obligaciones de atención a la familia o el núcleo de convivencia en

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Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com el que participa. Estas obligaciones le vienen impuestas desde un punto de vista machista y patriarcal a partir del cual se organizan los tiempos de los distintos miembros de la familia. Es demostrable que a las mujeres se las recluye en mayor medida en el hogar para que hagan frente a tales obligaciones impuestas por esta perspectiva. Mientras veo que el hombre, después de cumplir con sus responsabilidades, en este caso laborales (que parecen ser las únicas que tiene o cuanto menos asume), se encuentra liberado para ocupar su tiempo en lo que le venga en gana. Siendo él, además, el organizador del poco tiempo libre del que disponga la mujer tomando posesión de él como si fuese un tiempo que le pertenece. Se somete el destino de la mujer a ocupar su tiempo en facilitar que el resto de las personas de la familia dispongan de su propio tiempo, a fin de facilitarles su desarrollo social. Encorsetándola en la esfera doméstica y privada, quedando la mujer del todo subordinada al hombre no solo en la esfera laboral (dificultando su acceso y competitividad) sino también, como ya es sabido, en la vida social impidiéndole poseer un mínimo de tiempo libre. Por lo que la excluimos y apartamos de los ámbitos donde se fraguan las relaciones de poder: trabajo y ocio. No permitimos que la mujer realice sus esperanzas y aspiraciones por ella misma. Si lo permitimos es a costa de buscar el apoyo de otro: el hombre. Los hombres estamos continuamente poniendo trabas y obstáculos que permitan a la mujer conjugar vida social y familiar, para así no ver en peligro los escenarios de poder a través de los cuales imponemos nuestros criterios. En el caso de que la mujer consiga disponer de su propio tiempo y espacio de ocio parece que éstas tienen el deber de producir algo, bien sea un cuadro, una lámpara… A fin de no sentirse culpables por ocupar su tiempo en otras tareas y abandonar, el que desde el hombre se considera su espacio, el hogar. No se valora en absoluto la ocupación que del tiempo libre pueda hacer. Dificultamos la vida de la mujer intentando que no sea expresa y posea un

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Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com sentido al margen del hombre, y no contentos con esto, nos empeñamos, a su vez, en no permitir que su vida sea, siquiera, expresada. Evidentemente, lo hacemos para evitar sonrojos y cuestionarnos los valores que adoptamos los hombres, y así continuar con esta situación de desigualdad que tanto nos beneficia. Me abrumo al pensar que no todos vivimos los significados de los días por igual, ya lo sabía, pero no era consciente de las diferencias en un ámbito tan cercano como el familiar. Sabía que tales diferencias existían, pero entendía que era con aquello que considero lejano, con lo que no afecta de forma directa a mi vida y a mi forma de entenderla. Es complicado darse cuenta y descubrir la contundencia de los azotes que nos depara la realidad más cercana y vivida.

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Quien quiera nacer tiene que destruir un mundo Ha existido a lo largo de los tiempos una constante que permitía la dominación del hombre sobre la mujer: la eliminación de su futuro. En tiempos pasados la mujer envejecía mucho más rápido de lo que ahora lo hace. No porque sus procesos biológicos se hayan ralentizado. La razón la encontramos en que hasta hace un par de décadas se relegaba a la mujer a formas de vida en las que, como ya he dicho, se eliminaba su futuro. Se privaba a la mujer de disfrutar de su “yo social” recluyéndola y limitándola al espacio del hogar, de lo íntimo, relegándola a una condición en la que se encontraba apartada de los mecanismos y formas que operan en la sociedad. Esta situación, con el paso de los tiempos, ha venido corrigiéndose con la aparición desde 1.960 de movimientos que trabajan en pos de la ruptura de las ataduras de la mujer, conduciéndola hacia su liberación, hacía sí misma, hacia su espontaneidad. Liberándola de las presiones sociales ejercidas y que, aún hoy, por desgracia, siguen todavía vigentes. Sigo sentado en la silla mientras el día se transforma, pasando a ser mediodía mientras le pido a gritos que se acerque la hora de la comida. Al igual que le planteo estas exigencias al día, a la mujer se le han presentado otras que se pueden resumir en tres: disponibilidad, frecuencia y habitualidad. El hombre le ha venido demandando, perdón, exigiendo que siempre esté presente, de forma continúa, y que tal presencia genere en el hombre una serie de rutinas que le permitan adquirir hábitos para sobrevivir al día a día (la mujer deberá crear los suyos propios a partir de la sumisión a la figura masculina). Sin reparar que ella también vive su propio día a día. Reparo en que uno de los principales errores a los que el hombre debe hacer frente se encuentra en comenzar a considerar a la mujer por lo que es y no por lo que hace, puesto que a nadie le gusta que se le instrumentalice. Lo decisivo lo encontraremos y descubriremos no interpretando a la mujer sino a cada mujer, concretada en su experiencia personal. Obviando aquello que se dice y centrándonos en lo que le dicen a la mujer. Si en la esfera de lo íntimo y cotidiano lanzamos mensajes degradantes a la mujer nunca conseguiremos que adquiera el mismo grado de

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Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com libertad que el hombre disfruta. Tenemos que superar y eliminar la existencia de desigualdades en la mujer por el mero hecho de serlo, no podemos seguir defendiendo unas comportamientos que lo único que consiguen es prolongar la idea de que ser mujer supone un castigo, una condición sexual con la que hay que asumir una serie de condenas más allá de las puramente fisiológicas que cada cuerpo conlleva (ser alto, bajo, resistencia a las enfermedades). Lograrlo supondría alcanzar el éxito, tan ansiado y buscado, en una de las esferas más complejas en la que nuestra vida se desenvuelve. Ser consciente de que existe un yo que nunca se encuentra aislado sino con un tú, mejor dicho, con un contigo, permitiría evitar los procesos de despersonalización que se producen de continuo con los contenidos de la vida. Tenemos hecha una idea de la mujer como algo abstracto, inasible. Haber despersonalizado la propia idea de la mujer nos ha llevado a estar donde estamos y obligado a escribir lo que aquí escribo y que con empeño describo.

Acercarnos a la intimidad de la mujer para crear junto a ella otra que consideremos nuestra, es decir, ni mía ni suya, sino común, compartida, nos facilitará establecer relaciones verdaderas en las que se aúne y converja esa intimidad junto a la condición carnal y sexual de cada cual. Valernos del sentido en el sentido de sentirme a mí, no sólo mi cuerpo, y sentir a los demás cuyos cuerpos son suyos, conducirá a que dotemos de un sentido, en cuanto a fin, a nuestra convivencia y nuestras experiencias afectando, este hecho, de forma

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Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com directa sobre la realidad, sobre todo lo que hay. Creando así una nueva realidad basada en el acercamiento y en la proximidad, sin ellas no son posibles las relaciones personales. Todos tenemos la necesidad de relacionarnos y toda necesidad, en última instancia, es personal. Requiere un para qué. Cuando nos relacionamos con la mujer, ¿lo hacemos únicamente para perpetuar la especie? Tremenda barbaridad y atropello comote quien así interprete sus relaciones con la mujer. Si nos relacionamos, lo hacemos porque queremos conseguir y satisfacer nuestros deseos de desarrollo, a nivel personal y social. Si lo hacemos a costa de no dejar desarrollarse a una de las dos partes que intervienen en la relación, no se producirá ningún tipo de desarrollo, y, de producirse, sería irrelevante, puesto que existiría un único beneficiario y beneficiado de esa relación. Por ejemplo, si cuando compramos algo consideramos que eso que hemos comprado no nos satisface y nos quejamos al vendedor, y éste no nos presta atención se produce este hecho que denuncio. Existiría una parte beneficiada que sería el vendedor, pues éste ha conseguido lo que pretendía: una transacción económica beneficiosa para él, a cambio de un producto o servicio que debería satisfacer nuestras pretensiones. Si ese producto o servicio no logra satisfacer las expectativas que sobre él habíamos depositado entramos en cólera y protestamos. Nos sentimos frustrados, impotentes, víctimas de una injusticia y de una situación de abuso. A esta perspectiva es a la que se enfrenta la mujer día tras día, pero no le prestamos atención como consecuencia de la costumbre, que se encarga de atenuar y aplacar la intensidad de las emociones. Qué diferentes son las valoraciones de las cosas que nos afectan según sean momentáneas o cotidianas. Un reto que se nos ofrece, el cual debemos superar, es hacer de cada situación de injusticia y desigualdad vivida por la mujer algo momentáneo, susceptible de cambio y de mejora, sin dejarnos avasallar por la repetición de tales sucesos que los convierten en rutinas, pues la intensidad y la cantidad de nuestras denuncias se verán sumamente disminuidas. Concluyo, puesto que me estoy relegando a una condición inerte como mero complemento de la silla que me sostiene, planteándome lo siguiente ¿cuántos hombres hablan con mujeres dejándolas ser? Desconozco la 20


Ignacio Bellido Servicios Educativos y Formación nachobellido09@gmail.com www.elefectobellido.blogspot.com respuesta. Sí conozco, sin embargo, que muy pocos se dirigen a ellas dejándolas ser lo que ellas son o, mejor dicho, lo que cada una de ellas es. Siendo muchos los que lo hacen creyendo que ellas son lo que cada uno de ellos piensa que deberían ser. Menuda disyuntiva a la que nos enfrentamos. Acabo como he empezado, con sabor a tabaco y palabras de un cuento, en este caso con las palabras de un sapo con las que afirma que “uno es lo que es y no puede ser otra cosa, y lo único que puede ser es ser bien lo que uno es”.

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