DOSSIER SAN PÍO DE PIETRELCINA. LA SANTA MISA
EL MISTERIO DE LA SANTA MISA
E
ra el 14 de agosto 1910. Padre Pío celebraba su primera Misa, el “misterio tremendo”, como él lo definía, el momento decisivo de la salvación y de la santificación del hombre.
en el templo presidido por su “Mammina” celestial, María Santíssima de la Libera. La Eucaristía de Padre Pío duró 58 años.
El fraile había sido ordenado sacerdote cuatro días antes, en presencia de su madre Giuseppa, un tío y un archipreste.
En todo ese tiempo, el Santo ha testimoniado y enseñado que el cristiano no puede vivir sin Eucaristía, porque es como el aire, como el oxígeno para el cuerpo. Sin Eucaristía estamos muertos espiritualmente.
El día 14, todos los vecinos de Pietrelcina se presentaron en la iglesia para asistir a la Eucaristía que el nuevo sacerdote celebraba
Padre Pío llegó a decir: «Sería más fácil para la tierra existir sin el sol que sin el Santo Sacrificio de la Misa».
«durante la
santa misa la virgen me ha acompañado siempre
«
P
adre Pío habló en varias ocasiones con la Virgen de Garabandal y escribió a las niñas en nombre de Ella. Las enseñanzas de la Santísima Virgen acerca de la Santa Misa como Santo Sacrificio de la Cruz de cara al Santísimo se pueden comprender leyendo estas páginas. A esto se refiere Loli, una de las niñas videntes de Garabandal en una carta escrita en tiempo de las Apariciones cuando dice que la Santísima Virgen la enseñó a vivir la Crucifixión de Jesús durante la Santa Misa.
Para Padre Pío la Eucarestía era el centro de la jornada. Todas las horas del día eran una preparación y agradecimiento continuo a Jesús Sacramentado. Desde las horas previas y durante la Santa Misa, el Santo Fraile revivía íntegramente la agonía del huerto, el proceso ante Pilato, el camino hacia el Calvario, el sacrificio en la Cruz.
el Padre Pio habla de la Santa Misa y los completamos con una página extraída del libro escrito por el fraile Modestino fucci da Pietrelcina “Io... testimone del Padre” (Yo... testigo del Padre), publicado por la Editorial Padre Pio da Pietrelcina en la serie Testimonios.
Que las palabras de Padre Pío y los numerosos testimonios de cuantos han En 1974 se publicó una obra presenciado cómo el fraile vivía la Santa Misa nos ayuen italiano, titulada «Cosí den a comprender lo que parlò Padre Pío»: «Así hano ven nuestros ojos pero bló el P. Pío» (San Giovanni puede sentir y vivir nuestra Rotondo, Foggia, Italia). Transcribimos aqui algunos alma en compañía de todo pasajes del libro en los que el Cielo.
Preparación a la Santa Misa —Padre, ¿ama el Señor el Sacrificio? Sí, porque con él regenera el mundo. —¿Cuánta gloria le da la Misa a Dios? Una gloria infinita. —¿Qué debemos hacer durante la Santa Misa? Compadecernos y amar.
—¿También habeis dicho: «Y gritarán: Crucifíjalo! Crucifíjalo!». ¿Quién gritará? Los hijos de los hombres, los mismos beneficiados. Una camisa que solía llevar por la noche el Padre está toda manchada de sangre de arriba a abajo. Es un documento excepcional que testimonia de manera impresionante la durísima flagelación que sufría de noche Padre Pío.
—¿Cómo quedó Jesús tras la flagelación? —Padre, ¿cómo debemos asistir a la Santa Misa? El Profeta lo dice: «Se convirtió en una sola llaga; se convirtió en leproso». Como asistieron la Santísima Virgen y las piadosas mujeres. Como asistió San Juan al Sacrificio —Entonces, ¿Usted también es toda una llaga Eucarístico y al Sacrificio cruento de la Cruz. de la cabeza a los pies? —Padre, ¿qué beneficios recibimos al asistir a ¿Y no es esta nuestra gloria? Y si ya no quedara la Santa Misa? espacio para más llagas en mi cuerpo, haremos llaga sobre llaga. No se pueden contar. Los veréis en el Paraíso. Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu fe y —¡Esto es demasiado! Sois, Padre mío, un verdamedita en la Víctima que se inmola por ti a la Dividero carnífice de vosotros mismo! na Justicia, para aplacarla y hacerla propicia. No te No te asustes, sino alégrate. No deseo el sufrialejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de miento en si mismo, no; sino por los frutos que me amor a Jesús, crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y será tu dulce inspiración. da. Rinde gloria a Dios y salva a hermanos. ¿Qué más puedo desear? —Padre, ¿qué es su Misa? —Padre, ¿cuando por la noche sois flagelado Una unión sagrada con la Pasión de Jesús. Mi resestais sólo o hay alguien que os asiste? ponsabilidad es única en el mundo (decía llorando). Me asiste la Santa Virgen; está presente todo el Paraíso. —¿Qué tengo que descubrir en su Santa Misa? Todo el Calvario. —Padre, dígame todo lo que sufre Vd. durante la Santa Misa. Sufro todo lo que Jesús sufrió en su Pasión, aunque sin proporción, sólo en cuanto lo puede hacer una criatura humana. Y esto, a pesar de cada una de mis faltas y por su sola bondad. La Pasión de Jesús viene revivida así por Padre Pío en su totalidad, del Cenáculo al Calvario. —¿Agonizais, Padre, como Jesús en el huerto? Seguramente. —¿También a Ud. como a Jesús llega el Ángel para consolarla? Sì. —¿Qué «fiat» pronunciais? El de sufrir y siempre sufrir por los hermanos en exilio y por su Reino Divino.
Existe también una benda utilizada por Padre Pío para secar la sangre que emanaba de su cabeza. Está toda manchada de sangre, un preciosísimo documento que confirma la corona de espinas, diadema sublime donado al Santo por Jesús. —Jesús me ha hecho sentir que Vd. sufre la corona de espinas. De otro modo la inmolación no sería completa. —Con la Coronación de espinas, ¿qué pecados pagó Jesús? Todos. En particular los de pensamiento, sin excluir aquellos vacíos e inútiles. —Las espinas, Padre, ¿las teneis en la frente o alrededor de la cabeza? Alrededor de toda la cabeza. —Padre, ¿de cuántas espinas está formada vuestra Corona?... ¿de treinta?
¡Eh sí! —Padre, yo pienso que vuestra corona no está formada por treinta, sino por trescientas espinas. ¡Te impresionas por un cero! ¿O el treinta no está contenido en el trescientos? Y todo esto no durante un período de tiempo determinado. Padre Pio fue explícito: —Padre, ¿es verdad que durante la Misa sufre el suplicio de la Coronación de espinas? ¿Y lo dudas? —¿Durante toda la Misa? Y también antes y después. El diadema no se deja nunca. De la celda al altar, el paso del Padre no era rápido. Físicamente no se tenía de pie y necesitaba el brazo de un hermano para sostenerse en el camino. Con el Rosario en mano, después de pararse con lágrimas en los ojos ante el cuadro de la Inmaculada que había en las escaleras, Padre Pío se dirigía a la Sacrestía. Pálido y extenuado, después de vestir los paramentos sagrados, llegaba al altar.
—Padre, ¿también Usted sufre lo que sufrió Jesús en la Vía Dolorosa? Lo sufro, sí, ¡pero hace falta para llegar a aquello que sufrió el divin Maestro! —¿Quien hace de vuestro Cirineo y de Verónica? Jesús mismo. El Padre llegaba finalmente al Calvario para inmolarse con Jesús. Los ojos de la muchedumbre se fijaban estáticos sobre este ministro santo de Cristo, intentando penetrar el arcano en la celebración de aquella Misa interminable. Quien más, quien menos, en la manera en que le venía otorgado por el Espíritu, cada uno vislumbraba el Crucifico del Gólgota reactualizado por el fraile estigmatizado.
INICIO DE LA MISA —Padre, durante el Sacrificio Divino, ¿carga Vd. nuestros pecados? No puedo dejar de hacerlo, puesto que es una parte del Santo Sacrificio. —¿El Señor le considera a Vd. como un pecador? No lo sé, pero me temo que así es. Subido al altar, el Padre, después de haber apoya-
do las manos juntas a la mesa, curvándose, se quedaba así bastante tiempo. —Le he visto temblar cuando sube las gradas del Altar. ¿Por qué? ¿Por lo que tiene que sufrir? No por lo que tengo que sufrir, sino por lo que tengo que ofrecer. —¿En qué momento de la Misa sufre más? Desde la Consagración hasta la Comunión. Con la confianza propia de las almas simples, se formula al Padre una pregunta significativa: la respuesta que llega es escalofriante. —¿En qué momento de la Misa sufre Vd. la Flagelación? Desde el principio al final, pero más intensamente después de la Consagración. —Durante la Misa ¿los pinchazos de la corona de espinas y las heridas de la flagelación son reales? ¿Qué quieres decir con esto? Te aseguro que los efectos son los mismos. De esta manera, el mite y dócil cordero de Jesús ofrece al Padre Celestial, junto al Martir del Gólgota, su vida en espiación de los pecados: entregando su vida a la muerte, mediante el sacrificio, se hace intercesor por los pecadores.
liturgia de la palabra No es fácil explicar con qué devoción leía la Epístola y el Evangelio. La Palabra de Dios le conmovía hasta tal punto el corazón que ante ciertos versículos derramaba lágrimas.
—Padre, esta mañana en la Misa, al leer la historia de Esaú, que vendió su primogenitura, sus ojos se llenaron de lágrimas. ¡Te parece poco, despreciar los dones de Dios! —¿Por qué, al leer el Evangelio, lloró cuando leyó esas palabras: «Quien come mi carne y bebe mi sangre»...? Llora conmigo de ternura. —Padre, ¿por qué llora Vd. casi siempre cuando lee el Evangelio en la Misa? ¿Y te parece poco que un Dios hable con sus criaturas? ¿Y que ellas le contradigan? ¿y que venga continuamente herido por su ingratitud e incredulidad?
LITURGIA EUCARÍSTICA Y CONCLUSIÓN —Su Misa, Padre, ¿es un sacrificio cruento? ¡Hereje! —Perdón, Padre, quise decir que en la Misa el Sacrificio de Jesús no es cruento, pero que la participación de Vd. a toda la Pasión si lo es. ¿Me equivoco? Pues no, no te equivocas. Creo que seguramente tienes razón. —¿Quien le limpia la sangre durante la Santa Misa? Nadie. El Ofertorio era otro momento que inmobilizaba mucho tiempo a Padre Pío. Era un rasgo característico de su Misa. Inmobilizado por una fuerza misteriosa, con los ojos en lágrimas siempre amorosamente fijados al Crucifijo del altar, el Padre permanecía inmóbil, como petrificado durante varios
minutos con el pan y el vino entre las manos. —Padre, ¿por qué llora en el Ofertorio? ¿Quieres saber el secreto? Pues bien: porque es el momento en que el alma se separa de las cosas profanas. En esos momentos era insesible a todo lo profano que pasaba a su alrededor. —Durante su Misa, Padre, la gente hace un poco de ruido. Si estuvieses en el Calvario, ¿no escucharías gritos, blasfemias, ruidos y amenazas? Había un alboroto enorme. —¿No le distraen los ruidos? Para nada. Sin embargo, esa íntima y total unión con Dios que sucedía a la separación del alma de todo elemento profano, procuraba al Padre una ocasión sobrehumana de percibir, una por una, a cada alma que rodeaba su altar. —Padre, ¿todas las almas que asisten a su Misa están presente en el espíritu de Usted? Los veo todos mis hijos ante el altar, como en un espejo. Con todos sus hijos en el corazón, el Padre se tumba con Jesús en la Cruz para el sacrificio divino. El amor que le convierte
en víctima transpare íntegro del rostro temblante de Padre Pío. El fraile reactualizaba así la divina tragedia del Calvario, entre espasmos y lágrimas, durante la Consagración. —Padre, ¿por qué sufre tanto en la Consagración? No seas mala... no quiero que me preguntes eso.... —Padre, ¡dígamelo! ¿Por qué sufre tanto en la Consagración? Porque en ese momento se produce realmente una nueva y admirable destrucción y creación. —Padre, ¿por qué llora en el Altar y qué significan las palabras que dice Vd. en la Elevación? Se lo pregunto por curiosidad, pero también porque quiero repetirlas con Vd. Los secretos de Rey supremo no pueden revelarse sin profanarlos. Me preguntas por qué lloro, pero yo no quisiera derramar esas pobres lagrimitas sino torrentes de ellas. ¿No meditas en este grandioso misterio? ¡Todo un Dios víctima de nuestros pecados!... Además, somos nosotros sus carniceros.
El padre revive ahora, uno tras otros, los últimos momentos de Jesús sobre el Gólgota. En primer lugar, el prólogo de la Crucifixión. —Padre, ¿sufre Vd. durante la Misa la amargura de la hiel? Sí, muy a menudo... Tras haber degustado la hiel, el fraile revela como está crucifijado en el altar. —Padre, ¿cómo puede estarse de pie en el Altar? Como estaba Jesús en la Cruz. —En el Altar, ¿está Vd. clavado en la Cruz como Jesús en el Calvario? ¿Y todavía me lo preguntas? —¿Como se halla Vd.? Como Jesús en el Calvario. Respecto a la Crucifixión se le pregunta: —Padre, ¿los verdugos dieron la vuelta a la Cruz de Jesús (en el suelo) para hundirle los clavos? Evidentemente. —¿A Vd. también le hunden los clavos? ¡Y de qué manera! —¿También dan la vuelta a su cruz? Sí, pero no no tengas miedo. —Padre, durante la Misa, ¿dice Vd. las siete palabras que Jesús dijo en la Cruz? Sí, indignamente, pero también yo las digo. —Y ¿a quién le dice: «Mujer, he aquí a tu hijo»? Se lo digo a Ella: He aquí a los hijos de Tu Hijo.
La misma sed incendiaba el alma del Padre. Eran horas, éstas, extremadamente áridas. Ni una gota de consuelo caía sobre el corazón quemado de Padre Pío. —Vd. ha dicho que le avergüenza decir: «Busqué quien me consolase y no lo hallé». ¿Por qué? Porque nuestro sufrimiento, de verdaderos culpables, no es nada en comparación al de Jesús. —¿Ante quién siente vergüenza? Ante Dios y mi conciencia. —Los Angeles del Señor ¿lo reconfortan en el Altar en el que se inmola Vd.? Pues... no lo siento. —Si el consuelo no llega hasta su alma durante el Santo Sacrificio y Vd. sufre, como Jesús, el abandono total, nuestra presencia no sirve de nada. La utilidad es para vosotros. ¿Acaso fue inútil la presencia de la Virgen Dolorosa, de San Juan y de las piadosas mujeres a los pies de Jesús agonizante? —Padre, ¿por qué no no cedeis tambié a nosotros un poco de esta vuestra pasión? Las joyas del Esposo no se regalan a nadie. —Dígame qué puedo hacer para aligerar vuestro Calvario. ¿Aligerarlo?!... Dí más bien para hacerlo más pesado. ¿Es necesario sufrir! —Es doloro asistir a vuestro martirio sin poder ayudar! También la Dolorosa tuvo que asistir. Para Jesús, ciertamente, era de más consuelo tener una Madre que sufría que una indiferente.
—¿En qué momento? Después de la Consagración.
—¿Qué hacía la Virgen a los pies de Jesús crucificado? Sufría en ver sufrir a su Hijo. Ofrecía sus penas y los dolores de Jesús al Padre celestial para nuestra salvación.
—¿Hasta qué momento? Suele ser hasta la Comunión.
—¿Cuál es la llaga que más os hace sufrir? La cabeza y el corazón.
—¿Jesús crucificado tenía las entrañas gastadas? Dí más bien: ¡quemadas!
—¿Qué es la sagrada Comunión? Es toda una misericordia interior y exterior, todo un abrazo. Pídele a Jesús que se deje sentir sensiblemente.
—¿Sufre Vd. la sed y el abandono de Jesús? Sí.
—De qué tenía sed Jesús crucificado? Del Reino de Dios.
—Cuando viene Jesús, ¿visita solamente el alma? El ser entero. —¿Qué hace Jesús en la Comunión? Se deleita en su criatura. —¿La Comunión es una incorporación? Es una fusión. Como dos curios se funden juntos y ya no se distinguen. —Cuando se une a Jesús en la Santa Comunión, ¿qué quiere que le pidamos al Señor por Vd.? Que sea otro Jesús, todo Jesús y siempre Jesús. —Me habeis hecho comprender que las Especies Sagradas en vosotros no se consumen; que en vuestras venas corre la sangre de Jesús! ¿Sois por tanto un ostensorio viviente? ¡Tú lo has dicho!
Calvario. —Padre, Vd. ha dicho que la víctima muere en la Comunión. ¿Lo ponen a Vd. en los brazos de Nuestra Señora? En los de San Francisco. —Padre, ¿Jesús desclava los brazos de la Cruz para descansar en Vd.? ¡Soy yo quien descansa en Él! —¿Cuánto ama a Jesús? Mi deseo es infinito, pero la verdad es que, por desgracia, tengo que decir que nada, y siento vergüenza.
—¿por qué llorais cuando comulgais? Si la Iglesia emite un grito: «Tu non desdeñaste el útero de la Virgen», hablando de la Encarnación, ¿qué decir de nosotros miserables?!...
—Padre, ¿por qué llora Vd. al pronunciar la última frase del Evangelio de San Juan: «Y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»? ¿Te parece poco? Si los Apóstoles, con sus ojos carnales, han visto esa gloria, ¿cómo será la que veremos en el Hijo de Dios, Jesús, cuando se nos manifieste en el Cielo?
—¿Sufre Vd. también en la Comunión? Es el punto culminante.
—¿Qué unión tendremos entonces con Jesús? La Eucaristía nos da una idea.
—Después de la Comunión, ¿continúan sus sufrimientos? Sí, pero son sufrimientos de amor.
—¿Asiste la Santísima Virgen a su Misa? ¿Crees que la Mamá no se interesa por su hijo?
—En esta unión, Jesús no le consuela? Sì, ¡pero nos e deja de estar en la cruz! —¿A quién se dirigió la última mirada de Jesús agonizante? A su Madre. —Y Vd., ¿a quién mira? A mis hermanos de exilio. Y curvada la cabeza, entregó el espíritu, escribe Juan a la muerte de Jesús. Para Padre Pío no podía ser de otra manera. —¿Muere Vd. en la Santa Misa? Místicamente, en la Sagrada Comunión.
—¿Y dónde se pone? A los pies del altar. —¿Y los ángeles? En multitudes. —¿Qué hacen? Adoran y aman. —Padre, ¿quién está más cerca de su Altar? Todo el Paraíso. —¿Le gustaría decir más de una Misa cada día? Si yo pudiese, no querría bajar nunca del Altar.
—¿Es por exceso de amor o de dolor? Por ambas cosas, pero más por amor.
—Me ha dicho que el altar lo lleva con Usted... Sí, para que se realicen estas palabras del Apóstol: «Llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús» (Gal. 6, 17), «estoy crucificado con Cristo» (Gal. 2,19) y «castigo mi cuerpo y lo esclavizo» (I Cor. 9,27).
—Si Vd. muere en la Comunión ¿ya no está en el Altar? ¿Por qué? Jesús muerto, seguía estando en el
—¡En ese caso, no me equivoco cuando digo que entre nosotros camina Jesús crucificado! Usted sufre toda la pasión de Jesús!
Sí.... por su bondad y piedad, por cuanto le sea posible a una criatura humana. —¿Y cómo podeis trabajar con tantos dolores? Encuentro mi descanso sobre la Cruz. —Padre, ¿se acuerda Vd. de mí durante la Misa? Durante toda la Misa, desde el principio al fin, me acuerdo de tí. La Misa del Padre Pío en sus primeros años duraba más de 2 horas. un éxtasis de amor y dolor. Su rostro se veía enteramente concentrado en Dios y lleno de lágrimas. Un día, al confesarme, le pregunté sobre este gran misterio: —Padre, quiero hacerle una pregunta. Dime, hijo. —Padre, quisiera preguntarle qué es la Misa. ¿Por qué me preguntas eso? —Para oírla mejor, Padre. Hijo, te puedo decir lo que es mi Misa. —Pues eso es lo que quiero saber, Padre. Hijo mío, estamos siempre en la cruz y la Misa es una continua agonía. ¡Cuánto valor tiene la Santa Misa! ¡Una sola Misa! Padre Pío afirmaba: «Preguntad a un ángel qué es una Misa y él os responderá con sinceridad: entiendo qué es y por qué se hace, pero no comprendo cuanto valor tenga. Un ángel, mil ángeles, todo el cielo, lo saben y así piensan. Y vosotros, vosotros que recibís el beneficio, ¿no quereis reflexionar sobre ello? Cuando asistas a la Santa Misa, centra todo tu ser en el tremendo misterio que se está desarrollando ante tus ojos: la redención de tu alma y la reconciliación con Dios». DERECHA Fray Modestino Fucci, da Pietrelcina. Del mismo pueblo que P. Pío, sus familias eran vecinas y su madre llevaba a pastar las ovejas a Piana Romana, como lo hacía Francesco. Fray Modestino era el portero del convento e hizo el inventario de la celda del Santo tras de su muerte. Gozaba de una relación espiritual muy especial con Padre Pío.
«SU» MISA Del libro “Yo... testigo del Padre” de Fray Modestino Fucci Muchos antes de mí han intentado describir «la misa de Padre Pío», pero creo que nadie haya logrado esbozar, en toda la misteriosa realidad, aquello que, durante cinco décadas ha sucedido cada mañana en el altar, en San Giovanni Rotondo. He intentado siempre observar atentamente a Padre Pío, siguiéndole con la mirada desde el momento en el cual, al amanecer, dejaba su celda para ir a celebrar. Lo veía en un estado de sufrida agitación. En cuanto llegaba a la sacrestía para vestir los paramentos sagrados, tenía la impresión que había dejado de darse cuenta de aquello que sucedía a su alrededor. Estaba ensimismado y profundamente consciente de aquello que iba a vivir. Si alguien se atrevía a dirigirle alguna pregunta, se agitaba y respondía con monosílabos. Su rostro, aparentemente normal de color, se volvía pelígrosamente pálido en el momento en que se ponía el amito. Desde ese instante ya no escuchaba a nadie. Parecía completamente ausente. Vestidos con los paramentos sagrados, se dirigía al altar. Aún precediéndole en el breve trayecto, notaba que su paso se volvía más arrastrado, el rostro dolorido. Cada vez estaba casi más curvado. Tenía la impresión que estaba siendo aplastado por el peso de una enorme cruz invisible. Llegado al altar, lo besaba tiernamente y su rostro pálido se incendiaba. Las mejillas se empurpuraban. La piel se volvía transparente casi para revelar el flujo de sangre que llegaba a las mejillas. Al Confiteor, como si se acusara de todos los peores pecados cometidos por los hombres, se batía el pecho con golpes sordos y fuertes. Sus ojos permanecían cerrados sin lograr retener grandes lágrimas que se perdían en la espesa barba. Durante el Evangelio, sus labios que anunciaban
la Palabra de Dios, parecían alimentarse de aquella Palabra, degustando su infinita dulzura. A continuación comenza el coloquio íntimo de Padre Pío con el Eterno. Aquel coloquio suscitaba en el Padre copiosos efluvios de lágrimas que yo veía secarse con un gran pañuelo. Padre Pío, que había recibido del Señor el don de la contemplación, entraba en los abismo del misterio de la redención. Rotos los velos de aquel misterio por su fe y por su amor, ante sus ojos desaparecían todas las cosas humanas. ¡Ante su mirada estaba solo Dios! La contemplación daba a su alma una dulzura balsámica que se alternaba al sufrimiento místico, reflejado de manera evidente incluso en el físico. Todos veían a Padre Pío dolorido. Las oraciones litúrgicas eran pronunciadas con esfuerzo, interrumpidas por singultos. Era enorme la incomodidad que el Padre provaba ante la presencia y miradas escrutadoras de los demás. Tal vez hubiese preferido celebrar en soledad, para dar así libre desahogo a su dolor, a su indescriptible amor. Su alma estática, incendiada por un «fuego devorador», debía ciertamente implorar del Cielo lluvias benéficas de gracia. En aquellos momentos, Padre Pío vivía sensiblemente, realmente, la Pasión del Señor. El tiempo pasaba veloz, pero él se encontraba fuera del tiempo! Por eso su misa duraba una hora y media o tal vez más. Al Sanctus elevaba con tanto fervor el himno de alabanza al Señor que precedía el divino holocausto. A la elevación su dolor llegaba a la cumbre. En sus ojos, yo leía la expresión de una madre que asiste a la agonía del hijo sobre el patíbulo, que lo ve expirar y que, ahogada por el dolor, muda, acoge su cuerpo exangüe entre los brazos, logrando solo darle unas leves caricias. Viendo su llando, sus singultos, temía que el corazón le explotara, que fuese a mancar de un momento a otro.
Su alma se encontraba raptada en Dios. Padre Pío, mediador entre la tierra y el Cielo, se ofrecía con Cristo víctima para la humanidad, para los hermanos en el exilio. Cada gesto suyo revelaba su relación con Dios. Su corazón le debía arder como un volcán. Oraba intensamente, por sus hijos, por sus enfermos, por aquellos que habían dejado ya este mundo. De vez en cuando se abandonaba sobre el altar apoyando los codos, tal vez para aliviar, del peso del cuerpo, sus pies llagados. Le escuchaba a menudo repetir entre lágrimas: «¡Dios mío! ¡Dios mío!». Un espectáculo de fe, de amor, de dolor, de conmoción que tocaba puntas dramáticas en el momento en que el Padre levantaba la hostia: las mangas del sayo bajaban y sus manos heridas, sangrantes, estaban bajo la mirada de todos. Su mirada, sin embargo, ¡estaba en Dios! A la Comunión parecía calmarse. Transfigurado, en un abandono apasionado y estático, se alimentaba de las carnes y del sangre de Jesús. La incorporación, la asimilación, la fusión ¡eran totales! ¡Cuánto amor derramaba su rostro! La gente, atónita, no podía más que doblar la rodilla ante aquella mística agonía, ante aquel total anonadamiento. El Padre permanecía como aturdido a gustar las divinas dulzuras que solo Jesús Eucarístico sabe dar. Por tanto, el sacrificio de la Misa se completaba con participación real de amor, de sufrimiento, de sangre. Y traía frutos abundantes de conversión. Al finalizar la Misa, Padre Pío ardía de un fuego divino encendido en su alma por Cristo. Otro anhelo le devoraba: el de ir al coro para quedarse recogido con su Jesús en la íntima y silenciosa alabanza de agradecimiento. Permanecía inmóvil, como sin vida. Si alguien le hubiese sacudido no se habría dado cuenta tan ensimismado estaba en el abrazo divino. ¡La misa de Padre Pío! Ninguna pluma logrará jamás describirla.
El Espíritu de Dios había penetrado ya en todos sus Sólo quien ha tenido el privilegio de vivirla, lo entenderá... miembros.
La madre celestial JUNTO al altar, a lado de su hijo predilecto Del libro “Il Padre” Ediciones San Pio da Pietrelcina Si Padre Pio “soluciona y hace solucionar todo a la Virgen”, es porque él, de la Madre del Señor, ha experimentado toda la ayuda imaginable durante su entera existencia terrena.
De la presencia solícita de la Virgen cerca del Padre Pío destacamos el momento en el cual éste sube al altar para celebrar la Santa Misa.
No es el caso de comenzar a hablar de la asistencia que el Padre ha recibido de la Santa Virgen, porque haría falta mucho tiempo. Damos solo unas pinceladas.
Este era un hecho conocido —digamos que desde siempre— por sus hijos espirituales. Un día, Enzo Bertani le preguntó: «Padre, ¿Usted ve la Virgen?».
Los cuidados de la Madre celestial hacia este hijo comenzaron desde su infancia y terminaron con su ingreso al Cielo.
«Durante la Santa Misa. Cada mañana está al altar junto a Jesús», respondió el Santo.
El Padre Agostino Daniele de San Marco in Lamis, padre espiritual del Santo, nos dice que “las apariciones comenzaron cuando tenía cinco años”. La prueba que entre los personajes celestiales que el pequeño Francesco veía, estaba la Virgen, la encontramos en un episodio de muchos años después, cuando ya era fraile y “preguntado por que lo había escondido durante tanto tiempo, candidamente respondió que no lo había manifestado porque pensaba que fuesen hechos ordinarios que sucedían a todas las almas”. Al mostrar el padre espiritual, aunque disimuladamente, su sorpresa, un día el Santo le preguntó ingenuamente: «¿Y usted no ve la Virgen?». Y ante la respuesta negativa añadió: «¡Habla así por santa humildad!».
En otra ocasión, siempre hablando con Enzo que había vuelto sobre el tema, el fraile precisa: «La Virgen me acompaña todas las mañanas al altar con el Seráfico Padre San Francisco, para celebrar la Santa Misa». Después de la publicación de las cartas del Santo dirigidas a sus directores espirituales, no sólo vemos confirmada la presencia de la Virgen cerca del padre Pío mientras celebra la Misa, sino que además vemos el agradecimiento que él siente hacia la Madre celestial por la tierna atención que Ella le demuestra. El 1 de mayo 1912 escribe al Padre Agostino: “Querídisimo papaito, Oh! Le joli mois que le mois de mai! C’est le plus beau de l’année. Sì, padre mío, este mes bien predica las dulzuras y la belleza de María! Cuando pienso a los inumerables beneficios
que me ha hecho esta querida Mammina me avergüenzo de mi mismo, por no haber mirado con suficiente amor Su Corazón y Su Mano que con tanta bondad compartía conmigo; y lo que más me aflige es el haber contracambiado los cuidados cariñosos de esta nuestra Madre con tantos continuos disgustos. ¿Cuántas veces he confiado a esta Madre las penosas ansias de mi corazón atormentado; ¿Y cuántas veces Ella me ha consolado! ¿Y cuál fue mi agradecimiento?... En las mayores aflicciones me parece que ya no tengo una madre en la tierra; sino que tengo una muy piadosa en el cielo. Pero cuantas veces mi corazón se ha calmado, olvidé casi todo; ¡olvidé casi hasta los deberes de gratitud hacia esta bendita Mammina celestial!... Pobre Mammina cuanto me quiere. Lo he comprobado de nuevo al comenzar este mes tan bonito. Con qué cuidado Ella me ha acompañado al altar esta mañana. Me ha parecido que Ella no tuviera otro pensamiento que yo al llenarme todo el corazón de santos afectos. Sentía yo un fuego misterioso en la parte del corazón, que no he logrado entender. Sentía la necesidad de aplicarme hielo para extinguir este fuego que me va consumiendo. Quisiera tener una voz tan fuerte para invitar a los pecadores de todo el mundo a que amen
la Virgen”. Un testimonio del Padre Eusebio Notte, que durante algunos años ha vivido junto al Padre, asistiéndole con amor y ternura filial, nos muestra que el episodio del 1 de mayo 1912 no es un evento aislado: la presencia de la Virgen cerca del altar de Padre Pío era habitual. El P. Eusebio se refiere al período en que el Santo vivía en Pietrelcina donde sus padres. Sabemos todos que la Misa del Padre Pío duraba mucho tiempo y, para que nadie se sintiera incómodo, el párroco de Pietrelcina, don Salvatore, había decidido que el joven sacerdote celebrara a puertas cerradas. Así, Padre Pío se hacía entregar las llaves del sacristán y se encerraba en la iglesia, teniendo así toda la libertad de permanecer en el altar todo el tiempo que su espíritu consideraba oportuno. Un día, en el recreo, la conversación cayó sobre el argumento y el Padre Eusebio le preguntó: «Padre espiritual, ¿entonces usted durante años ha celebrado la Misa en soledad?». Y el afortunado hijo predilecto de María respondió: «Yo no he estado solo nunca. La Virgen siempre me ha tenido compañía durante la Santa Misa». Padre Pío afirmaba: “Alrededor del altar está todo el Paraíso”. Y algunos hijos espirituales de
ABAJO Padre Eusebio Notte. El Padre Eusebio vivió con Padre Pío desde 1960 hasta 1965. En la foto de abajo vemos como Padre Pío se enfilaba con dificultad la manga derecha del alba. Ahora sabemos que el Santo tenía la herida de llevar la Cruz (la Santa Llaga) en la espalda derecha.
gran fe han obtenido la gracia de ver con sus ojos terrenales el Cierto abierto sobre el Santo que celebraba la Eucaristía. Una mañana, Angelella de Pietrelcina, tía del Padre Libero Cardone, capuchino, vio el altar de San Francisco, donde estaba celebrando Padre Pío, rodeado por ángeles y santos, con la Virgen. Es hermoso un testimonio que nos confía el fraile Daniele Natale, extraído de una carta escrita por Enrico Cerioni, un fiel de la isla de Cerdeña que residía en Roma, después de haber estado algunos días en San Giovanni Rotondo.
DERECHA Y ABAJO El Siervo de Dios Fray Daniele Natale, desde 2012 en proceso de beatificación. En San Giovanni Rotondo, Padre Pío fue su director espiritual, confiándole diversas tareas entre las cuales la de mensajero conferenciante y animador de los Grupos de Oración. Fray Daniele murió el 6 de julio 1994 a la edad de 75 años, en olor de santidad.
“Mientras, junto a los fieles, estaba esperando que Padre Pío entrara en la iglesia para celebrar la Santa Misa, he visto salir de la sacrestía dos filas de ángeles que le precedían: el Padre tenía a su lado la Virgen. Se acercó al altar, mientras la Madre de Dios se colocó a un lado. Cuando comenzó el salmo “Introibo ad altare Dei”, el Padre Pío se volvió luminoso y se quedó así durante todo el tiempo de la celebración. A la elevación apareció Jesús que se fundía en el Padre Pío: me costaba distinguir las dos personas. A la comunión la fusión fue total, por efusión de amor”. El señor Cerioni concluye el escrito rogando a fray Daniele de preguntar a Padre Pío si lo que había visto había sido sólo una imaginación fantástica o correspondía a la realidad. Fray Daniele va entonces a la celda del Padre y, poniéndole la carta en las manos, le pregunta si aquel hijo espiritual ha realmente visto eso. El Padre lee lentamente aquellas líneas y dice: «La primera parte, donde menciona la presencia de los ángeles y de la Virgen alrededor del altar, es cierta». Y se queda en silencio. «Padre — dice fray Daniele — , si es verdad la primera parte, es verdad también la segunda». Y Padre Pío asintió con la cabeza.
ABAJO Padre Onorato Marcucci, detrás de Padre Pío. P. Onorato asistió a P. Pío durante los últimos cuatro años de vida del Santo, aunque lo conoció cuando tenía trece años. El fraile describe a Padre Pío como un hombre soferente, consciente sin embargo que el sufrimiento era inevitable. Ante el sufrimiento ajeno, Padre Pío era misericordioso, para él los enfermos eran “figura de Cristo”. Después de una noche en la que P. Pío se había sentido muy mal y el P. Onorato le había asistido, el Santo le dijo por la mañana: “Esta noche no te he dejado dormir. ¿Cómo puedo compensarte? He pensato en tu madre. He adquirido la indulgencia plenaria para enviarla en Paraíso”.
LA PREPARACIÓN A LA SANTA MISA Del libro Padre Pio, profilo di un santo
Todos sabían que, hasta su muerte, Padre Pío se levantaba muy pronto, para prepararse a celebrar la Santa Misa. El Padre Raffaele D’Addario que convivió con Padre Pío desde el año 1926 hasta septiembre de 1960, escribe: «Se acostaba casi a medianoche, y alrededor de las 2.00-3.00 ya sonaba su despertador para la preparación a la Santa Misa, que en aquel período se celebraba alrededor de las 6.00. Varias veces le dije de levantarse un poco más tarde; pero él siempre me respondía: “Si de mí dependiera, iría a decir Misa justo pasada la medianoche”. El Santo anhelaba la hora de la Santa Misa, casi como un ciervo sediento que busca la fuente. Para él la Misa era el centro de su vida, porque ahí revivía toda la Pasión de Jesús». Un testimonio del P. Eusebio Notte, que ha estado muy cerca del Padre en los años 60: «La Eucaristía era el centro de su vida. Se levantaba en el corazón de la noche (2.00-2.30) y comenzaba la preparación a la celebración de la Santa Misa. Más de una vez su deseo era tan grande que me ha suplicado para que le acompañara al altar antes de la hora establecida. Y cuando le hacía observar que non era ese el horario fijado para la celebración de la Misa, me rogaba que le acompañase por lo menos en sacristía: la cercanía a Jesús Sacramentado calmaba su ansiedad». Para completar el testimonio precedente, basta escuchar las afimarciones del P. Federico Carrozza, alumno de Padre Pío, cuando era un joven seminarista a San Giovanni Rotondo. El P. Federico subraya el aspecto sacrifical de la Misa de Padre Pío: «Una vez el mismo P. Eusebio preguntó al Santo porque hacía eso y el respondió: “Debemos expiar nuestros pecados y los pecados del mundo”».
El superior del convento de Pietrelcina cuando el Santo dejó esta tierra, el P. Carmelo Di Donato, explica: «Padre Pío se despertaba muy pronto, a las 2.00, para prepararse a la Santa Misa. Una noche me encontraba yo en su habitación, cuando el P. Eusebio Notte, que se encargaba de asistirle, le dijo en modo jovial que era demasiado temprano para levantarse a esa hora para prepararse a la Santa Misa que se iba a celebrar a las 5.00. Padre Pío se puso serio y respondió: “Hijo mío, nunca es demasiado temprano para prepararse a la Santa Misa”». De manera similar, el P. Onorato Marcucci indicaba al Padre que se levantaba demasiado pronto, tres horas antes del comienzo de la Misa. Y el Santo exclamó: «Qué son tres horas; harían falta doce para prepararse a celebrar el Santo Sacrificio. ¿Tú sabes lo que es la Santa Misa?». El P. Mariano Paladino escribe: «Cuando se levantaba prontísimo a la mañana, quería que en la habitación se iluminasen tenuemente el cuadro de la Virgen de la Libera, patrona de Pietrelcina, la imagen del Papa y la foto de sus padres. Luego decía: “Dejadme en paz, porque debo prepararme a la Misa”. Y permanecía mucho tiempo en oración». Concluimos los testimonios de los frailes que vivían con el Padre Pío citando al P. Rosario de Aliminusa, que fue superior del convento de San Giovanni Rotondo desde septiembre 1960 a enero 1964: «Vivía de la Eucarestía. La celebración de la Misa era el punto central de su jornada. La celebraba siempre alrededor de las cinco y sólo Dios sabe con que preparación se anticipaba, porque estaba siempre de pie poco despues de medianoche».
Padre Pío: EL Ostensorio viviente Del libro Padre Pio. Sulla soglia del Paradiso A los sacerdotes, como recuerda el Padre Nello Castello, Padre Pío «enseñaba a dividir la jornada en dos partes: hasta mediodía ofrecer cada acción en agradecimiento de la Misa celebrada y después del mediodía ofrecerlas en preparación a la Misa del día siguiente». La Misa de Padre Pío era la prueba diaria de la verdad contenida en la frase que el Santo dirigió al Padre Innocenzo Cinicola Santoro y a otros hermanos capuchinos, en ocasión de los aniversarios de ordenación sacerdotal: «Para celebrar bien hace falta ser otro Jesús». Grande era su gozo en cada aniversario de su propia ordenación, como podemos leer en una carta del 9 de agosto de 1912 dirigida al Padre Agostino Daniele: «Mientras escribo, ¡dónde vuela mi pensamiento! Al hermoso día de mi ordenación. Mañana, festividad de San Lorenzo, es también el día de mi fiesta. (...) Voy comparando la paz del corazón que sentí aquel día, con la paz del corazón que comienzo a sentir ya desde la víspera,
y no encuentro ninguna diferencia. El día de San Lorenzo fue el día en que descubrí mi corazón más encendido de amor por Jesús». Para Padre Pío, como ha sucedido a otros grandes místicos, la hostia consagrada representaba un verdadero y propio alimento. Padre Agostino ha documentado en el Diario de octubre y noviembre de 1911 que Padre Pío, hospedado en el convento de Venafro, se encontraba muy enfermo y no lograba probar alimento, pero «se mantuvo con la sola Eucarestía, tanto cuando podía celebrar, como cuando recibía la Comunión no pudiendo decir Misa». Muchos años después, comenta el Padre Carmelo dde San Giovanni in Galdo que se encontraba en la celda de Padre Pío junto a otros hermanos: «Se hablaba de la Santa Comunión que los sacristanos, cada mañana, llevaban a domicilio a los enfermos que vivían cerca del convento, y se exponían también algunas quejas porque algunas veces, los
ABAJO Padre Agostino Daniele, originario de San Marco in Lamis. Conoció a Padre Pío en 1907 en Serracapriola. Más tarde, en Venafro fue testigo de los éxtasis y de las luchas diabólicas que tenía el Santo. Fue su director espiritual y a él están dirigidas numerosas cartas publicadas en el primer volumen del Epistolario del Santo. Dejó unas memorias preciosas en su “Diario”. Se quedó en el convento con Padre Pío durante varios años entre 1944 y 1963.
sacristanos, a causa de otros compromisos, no la habían llevado. El Padre intervino entonces en la conversación y con una cierta severidad amonestó el haber cometido esa falta; luego añadió: “Si me sucediera a mí estar un día sin Comunión, me moriría”». Era tan grande su ternura hacia Jesús Sacramentado que la imagen de cuando el Santo tomaba entre sus manos el caliz, el ostensorio y la hostia se quedó grabada en la mente de su maestro Giuseppe Pompilio que describía sus acciones realizadas «con extrema delicadeza y respeto, como una madre hacia su hijo». El 25 de agosto 1965, el P. Marcellino Iasenzaniro notó que faltaba la energía eléctrica en el convento y, lamentablemente, Padre Pío no podía utilizar el ascensor para llegar, como de costumbre, a la tribuna de la iglesia. Para evitar que el Santo subiese la difícil escalinata que llevaba al lugar donde habitualmente se ponía, le dijo: «Padre, ¿por qué no va a rezar en la capillita?». Y él respondió conmovido, indicando la iglesia: «Peró ahí está Jesús». Padre Pío deseaba que su amor hacia la liturgia eucarística fuese compartido también por sus hijos espirituales, a los cuales explicaba que «asistimos a la Santa Misa porque es el Calvario mismo donde Jesús llevó a cabo nuestra redención ante el Padre suyo; no bajemos de este monte cuando ha acabado la Misa casi despreocupados, como si hubiéramos asistido a un espectáculo cualquiera... Imitémos las piadosas mujeres, como está escrito en el Evangelio, que, después de haber expirado Jesús, bajaban del monte golpeandose el pecho. Pero que ésta sea una verdera compunción del espíritu, de dolor por nuestros pecados y, al mismo tiempo, de confianza en la Justicia Divina, aplacada por Su Hijo». En esta línea el Padre Alessandro de Ripabottoni, cuidador del Epistolario del Padre Pío, ha subrayado la «regla de oro» que el fraile enseñaba a sus hijos espirituales en cuanto a la devoción que debían practicar en la iglesia y cuando salían de ella:
1
Entra en la iglesia en silencio y con gran respeto, sintiéndote y considerándote indigno de comparecer ante la majestad del Señor.
2
Toma después el agua bendita y haz bien y con lentitud el signo de nuestra redención.
3
Llegado a tu lugar, arrodíllate y ofrece a Jesús Sacramentado el tributo de tu oración y adoración.
4
Asistiendo a la Santa Misa y a las funciones sagradas, cumple cada acto religioso con la mayor devoción.
DERECHA Padre Carmelo, de San Giovanni in Galdo, superior del convento de San Giovanni Rotondo desde 1964 a 1969.
5
Si rezas en comunidad, pronuncia claramente las palabras de la oración; haz bien las pausas y no te aceleres nunca.
6
Antes de salir de la iglesia mantén una actitud recogida y tranquila. Saluda primero a Jesús Sacramentado, pidiéndole perdón por las faltas cometidas en Su presencia y no le dejes si antes no le has pedido, y hayas de Él obtenido, su paternal bendición.
7
Al salir de la iglesia, muéstrate como cada seguidor del Nazareno debiera ser; sobretodo, conserva una gran modestia en cada cosa, porque la modestia es la virtud que mejor que ninguna otra revela las afecciones del corazón.
ABAJO Padre Domenico, de Cese Manoppello. Padre Domenico declaró que la mañana del 22 de septiembre de 1968, muy temprano, se dirigió a abrir la iglesia de Manoppello, situada a más de 200 km. del pueblo de San Giovanni Rotondo. Dentro a la iglesia encontró a Padre Pío arrodillado, con las manos en la cabeza, ante la imagen de la Santa Faz. Padre Pío, al verle, le dijo: “No confío más en mi. Reza por mí. Te saludo hasta que nos veamos de nuevo en Paradiso.” Padre Pio murió unas horas más tarde en el convento de San Giovanni Rotondo. No se había movido de ahí.
Realización: Anna Fusari
J
esús me dice que en el amor es Él quien me deleita; en los dolores, sin embargo, soy yo quien le deleito a Él.
Desear ahora la salud sería buscar la alegría para mí y no tratar de aliviar a Jesús. Sí, yo amo la cruz, sólo la cruz, la amo porque la veo siempre sobre las espaldas de Jesús... Jesús cuando quiere mostrarme que me ama, me da a gustar las llagas de su pasión, las espinas, las angustias... Cuando quiere deleitarme, me llena el corazón de aquel espíritu que es todo fuego, me habla de sus delicias. Pero cuando quiere ser deleitado Él, me habla de sus dolores, me invita, con tono suplicante e imperioso al mismo tiempo, a poner mi cuerpo para aligerar sus penas “. (Padre Pio, Ep. I, p.335)
En las fotos: Pietrelcina