Ignacio Ramírez Ignacio Ramírez nació en Guanajuato (México) en 1818 y falleció en 1879. Fue un importante escritor que se hizo conocido por el apodo de Nigromante. Si bien siempre se sintió ligado a la literatura, recién en 1845 comenzó a escribir, y lo hizo colaborando en el periódico "Don Simplicio". Años más tarde fundó El Clamor Progresista un espacio para discutir sobre temas de la política actual y donde mostraba su inclinación por la candidatura de Miguel Lerdo de Tejada como presidente. Era un hombre ateo y con tendencia a las ideas revolucionarias, razón por la cual tuvo muchos enemigos en su tierra; pese a ello no consiguieron callarlo y participó en innumerables reuniones aportando sus dotes políticas para generar consciencia y promover el debate como único camino para alcanzar algún logro como pueblo. Cabe mencionar, que fue una de las figuras más emblemáticas del movimiento liberal y en varias ocasiones debió exiliarse para evitar que lo asesinaran. Algunas de sus obras que lo han ubicado entre los más prestigiosos autores en prosa del siglo XIX se encuentran "La lluvia de azogue", "Lecciones de literatura" y "Observaciones de meteorología marina". En nuestra web podrás encontrar algunas de sus poesías, tales como "Al amor" y "Por los gregorianos muertos". A continuación, los mejores poemas de Ignacio Ramírez: AL AMOR ¿Por qué, Amor, cuando expiro desarmado, de mí te burlas? Llévate esa hermosa doncella tan ardiente y tan graciosa que por mi oscuro asilo has asomado. En tiempo más feliz, yo supe osado extender mi palabra artificiosa como una red, y en ella, temblorosa, más de una de tus aves he cazado. Hoy de mí mis rivales hacen juego, cobardes atacándome en gavilla, y libre yo mi presa al aire entrego.
Al inerme león el asno humilla... Vuélveme, Amor, mi juventud, y luego tú mismo a mi rivales acaudilla. SONETO Heme al fin en el antro de la muerte do no vuelan las penas y dolores, do no brillan los astros ni las flores, donde no hay un recuerdo que despierte. Si algún día natura se divierte rompiendo de esta cárcel los horrores, y sus soplos ardientes, herradores sobre mi polvo desatado vierte, yo, por la eternidad ya devorado, ¿gozaré si ese polvo es una rosa?, ¿gemiré si una sierpe en él anida? Ni pesadillas me dará un cuidado, ni espantará mi sueño voz odiosa, ni todo un Dios me volverá a la vida.