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¡Que arda fuego!HOWARD ANDRUEJOL

Tengo claro que en nuestro contexto eclesiástico contemporáneo existe la tendencia a pensar en fuego como sinónimo de un tiempo de alabanza ardiente. También entiendo que en el ministerio con nuevas generaciones puede llevarnos a pensar en alguna dinámica atrevida hasta el límite, donde es necesario tener a la mano un buen extinguidor de incendios (de hecho, al trabajar con adolescentes, vale la pena tener un par de esos). Y por allí siempre hay uno muy bíblico que ora para que caiga fuego y consuma a los inquietos que no ponen atención y fastidian sin cesar. Fuego, que arda, mucho.

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Pero en esta ocasión no es la alabanza ni un buen juego que hicimos hace unos días en la reunión de jóvenes lo que tengo en mente. Tampoco deseo que un rayo consuma a ninguno del grupo (por ahora). Más bien me preocupa, como a muchos, el apagamiento que puede notarse en las nuevas generaciones. En lugar de estar encendidos con llamas, parece que fue un balde de agua fría lo que les ha caído encima.

Por supuesto, cada persona es distinta y lo que a uno le parece emocionante, divertido, alegre, eufórico, dinámico, puede que a otro le resulte aburrido. Es normal. Sin embargo, conozco a algunos líderes que parece lo han intentado todo: se disfrazan, gritan, saltan, echan humo, lanzan llamas, realizan acrobacias y pericias, de colores, de sabores, a todo volumen, solemne, con luces, a oscuras, de día de noche, en montañas, volcanes, ríos, lagos, fuentes, cerca, lejos, y nada parece pegar. Ni las actividades despiertan, ni mucho menos el tiempo de prédica. Algo tendremos que encontrar, algo vamos a descubrir o inventar. Les gustará un tiempo, y luego se desvanecerá.

En nuestro grupo de jóvenes se da una particular fascinación por los temas de superhéroes. Es trama de constante conversación. Son expertos comprometidos, críticos agudos, mientras que yo soy apenas ignorante y principiante en el asunto. Sin embargo, aunque no se tanto del tema, no se requiere mucha criptonita para deducir que si los invito al cine para el próximo estreno todos estarán más que felices. Así que, ya tenemos programada la siguiente salida en pocos días (no me pregunten cuál es la película porque el título se me olvidó).

Ahora bien, no puedo pasar en el cine todo el tiempo. En primer lugar, qué aburrido. En segundo lugar, qué caro. Y, en tercer lugar, entretenerlos no es mi misión. (Y, en cuarto lugar, qué aburrido.) Además, no puedo competir contra el universo de Marvel ni DC Comics (sí, acabo de buscar cómo se escribe en Google). ¡Siempre van a ganarme! Así que no pienso luchar contra ellos, más bien, pienso lograr lo que ellos no pueden.

La semana pasada tuve el privilegio de enseñar en nuestro grupo. Actualmente estudiamos la carta de Pablo a los Romanos (se me ocurre que debería haber una película en la que peleen cuerpo a cuerpo Gentilio y Judianis). Me correspondía explicar los capítulos 9 a 11, la sección acerca de la vindicación de Israel. Son temas profundos y emocionantes, al mismo tiempo que complejos y en apariencia distantes. Enseñar esto en el grupo es todo un reto épico. ¿Qué tiene que ver la incredulidad de la descendencia de Abraham con nuestras nuevas generaciones hoy? En verdad, mucho; todo. Pablo afirma en su carta a Timoteo que toda la Escritura es inspirada, y toda es útil, y toda ella nos capacita totalmente para toda buena obra. Mi desafío no es dar una prédica explosiva, sino que cada uno pueda entender cómo el texto bíblico se relaciona con su vida, cómo Dios habla hoy por medio de estos escritos. En una clase, con un grupo grande o mediano, puedo transmitir cierta información (y utilizar historias o dinámicas para generar interés e interacción). Pero estoy convencido que son las conversaciones individuales las que pueden ayudarnos más. Son las relaciones donde se explica y aplica la Palabra las que llegan hasta el corazón.

Después de mi charla en la que dos se quedaron profunda y descaradamente dormidos, me senté con uno de nuestros muchachos. Con nuestro equipo de líderes hemos estado pendientes de su crecimiento espiritual. Ese día me contó cómo finalmente había dado un paso de fe, cómo después de tanto tiempo había llegado a comprender mejor la gracia, a abrazar el regalo de la salvación en Cristo Jesús.

Por cierto, éste no fue uno de los dormidos. Más bien escuchó el mensaje con concentración. Tengo en mi mente sus ojos atentos. Su mirada me remontó a aquellos camino a Emaús. Fue una conversación personal con Jesús la que hizo que ardiera fuego en su corazón (Lucas 24:32).

Quizás no soy ágil, versátil, dinámico, pero puedo amarlos y hablarles el Evangelio. Con calma, explicarles la revelación divina y dejarlos que apliquen lo que entienden a su vida. No soy el líder maravilla, pero puedo ver arder fuego en sus corazones.

Howard Andruejol - Editor ejecutivo @hac4j

Es ingeniero, pastor de Iglesia El Mensaje De Vida en ciudad de Guatemala y director del Instituto e625. Autor de «Estratégicos y Audaces», y editor general de la Biblia para el Líder de Jóvenes.

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