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COMBATIENDO LA DISTRACCIÓN

XAUME BUENO

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Xaume Bueno

Xaume y Anna Bueno actualmente son misioneros en Corazones en Acción Internacional, levantando una base misionera en la ciudad de México donde se encuentran contagiando y compartiendo del corazón de Dios por alcanzar y discipular las nuevas generaciones. Uno de los retos más frecuentes a los que se enfrenta un maestro de escuela dominical —e incluso los mismos padres— es a un niño distraído y constantemente activo, aquel al que tienes que repetirle las cosas, que no puede permanecer sentado por largos lapsos de tiempo y que su capacidad de concentración parece ser muy limitada. ¿Tienes un hijo o un alumno así en tu salón? Estoy seguro de que más de uno.

Yo fui uno de esos niños. En mi caso, me diagnosticaron déficit de atención a muy temprana edad, así que yo no era un niño amante de las maldades o que hacía bullying a otros: mi caso era la dificultad para concentrarme y mi necesidad de actividad continua, lo cual representaba un reto para mis maestros.

Ahora que trabajo con niños, he notado cierta tendencia en los adultos por clasificar o encajonar a los niños en grupos: por un lado «los bien portados», y por otro «los hiperactivos». Este último requiere de una evaluación que evidentemente debe estar basada en diagnósticos y estudios apropiados, que en ciertos casos pueden requerir medicación. En mi caso —gracias a Dios—, mis padres tomaron la decisión de no medicarme y hacer uso de otros métodos más sanos para ayudarme a trabajar mi nivel de concentración como terapias, tareas, actividades especiales, etc. Tengamos mucho cuidado en hacer aseveraciones apresuradas e indaguemos un poco más en los factores externos que pueden estar influyendo en las emociones de los niños, así como en aquellas situaciones que pueden estar produciéndoles ansiedad y/o nerviosismo.

Lo cierto es que nuestros niños están expuestos a estos factores cada día más, y la pregunta más importante no es quién es el culpable, sino qué haremos al respecto.

Sin embargo, otra cosa que hemos observado con el tiempo es que la distracción y la falta de concentración en los niños tiene también mucho que ver con nuestra labor como maestros. No toda la culpa la tienen los niños. Por ejemplo:

1. LA FALTA DE PREPARACIÓN. El no organizar tu clase ni estar consciente de los tiempos que tomará cada sección hará que tengas más tiempo improductivo. Es mejor prepararte pensando que tu clase puede durar más de lo normal, que preparar poco y que te sobre mucho tiempo; los tiempos muertos y las transiciones largas entre cada sección de la clase promueven la distracción.

2. OBJETIVOS CLAROS. ¿Qué quieres lograr al final de tu clase? Cuando los padres les pregunten a sus hijos al final del día «¿Qué te enseñaron hoy?», deberían poder responder con claridad. La falta de objetivos claros, por un lado, crea confusión en el tema, pero por otro lado crea falta de concentración en los niños. ¿Estás enseñando muchos temas dentro de una clase, o las secciones de tu lección no están fortaleciendo tu tema? Cuando escoges hacer una actividad dentro de tu clase, si esta no fortalece el tema central de tu enseñanza, se convertirá inmediatamente en un distractor. Recuerda no hacer solo por hacer o por llenar espacios de tiempo.

3. LOS ESPACIOS. Es muy probable que este factor no esté dentro de tus posibilidades para resolverlo, pero lo cierto es que los niños son víctimas de iglesias pensadas para adultos. Al final, el último espacio o el que sobra es para los niños, además de que en muchos casos es un salón multiusos como bodega o cocina, pero tampoco vamos a tirarnos de un puente por esto. Lo que significa es que como maestros debemos hacer uso de la audacia y la creatividad para que la falta de espacios al aire libre y el exceso de espacios cerrados no afecte la atención de tus niños. Si es tu caso, deberás convertirte en un as en actividades en espacios cerrados.

4. CONTENIDO RELEVANTE. Un sinónimo de relevante no es moderno, sino que tiene significado e importancia en este caso para los niños. Para lograr ese objetivo deberás ser consciente de que cada etapa de nuestra niñez es diferente; por lo tanto, haz el esfuerzo de preparar tu clase de acuerdo a sus necesidades pensando en los aspectos que son importantes a su edad y a las áreas que se encuentran desarrollando. Por ejemplo, a un niño de 4 a 6 años en vez de ponerlo a reventar globos podríamos ayudarlo a desarrollar su motricidad, coordinación y concentración con una actividad más especifica. Si lo intentas, te sorprenderás de cómo los niños con más energía concentran sus esfuerzos y atención en actividades más dirigidas, además de que promoverás un ambiente más propicio para la enseñanza en vez de un alboroto.

Etiquetemos menos a los niños y promovamos el aprendizaje siendo más intencionales y conscientes de los factores que ponen en peligro la atención. Seamos más responsables con nuestro tiempo y con los recursos que se nos han asignado, y veremos resultados.

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