5 Diseño social

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Guillermo bengoa

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—DISEÑO SOCIAL— ¿PODEMOS PEDIRLE TANTO? REALIDADES EN TIEMPOS DE URGENCIAS

¿Qué es el diseño social exactamente? Esta pregunta no tiene una sola respuesta. ¿Es la responsabilidad ética que le exige al profesional establecer un diálogo pleno con su sociedad? ¿Es el activismo político? ¿Es el diseño estratégico y sus políticas públicas de construcción masiva y colectiva? ¿Es la ecología al amparo del diseño sustentable? Muchas acepciones para una tarea compleja: trabajar contra lo desigual. ¿Podrá el diseño solo con todo? La respuesta es negativa. Quizá, la certeza se vislumbre en un tiempo de nuevas alianzas. Guillermo Bengoa Arquitecto y magíster en Gestión Ambiental del Desarrollo Urbano (FAUD, UNMdP). Profesor adjunto e investigador en la misma Facultad. Dicta clases de Historia de la Arquitectura y el Diseño Industrial en posgrados argentinos y latinoamericanos. Es autor de libros y artículos sobre historia ambiental y diseño. Ha realizado trabajos de consultoría urbanística y evaluación de impacto ambiental en ámbitos públicos y privados.

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IF–Nº10

A pesar de que el diseño suele estar vinculado a la sociedad de consumo —a sus aspectos más frívolos, en el mejor de los casos; a la obsolescencia planificada y a la contaminación ambiental, en el peor— existe una veta profunda que busca desde el principio una razón social para existir. William Morris (1860) y su idea de producir belleza aún para los que no podían pagarla, Mart Stam (1920) y sus austeros diseños de interiores para obreros, Charles y Ray Eames (1950) y sus diseños capitalistas democráticos, Ken Garland (1964) y su manifiesto sobre diseño gráfico responsable, Victor Papanek (1971) y su lucha contra el diseño como mercancía, Gui Bonsiepe (1973) y sus trabajos en Chile para viviendas populares. Así llegamos a la actualidad, a numerosos colectivos que en todo el mundo —sea desde el hartazgo de la opulencia o desde el ingenio de la necesidad— se preocupan, bajo distintos nombres, por lo mismo: atender lo social. Hay una discusión latente, de esas que gustan hacer a algunos intelectuales del diseño, sobre qué es “lo social”: que si todo diseño finalmente es social; que si es para los pobres; que, si es útil, debe ignorar la belleza; etcétera. Discusiones terminológicas en su mayoría, que eluden la pelea de fondo de una manera elegante y suelen ignorar que en el campo proyectual, cuando se habla de “diseño social”, todos saben, más o menos, a qué nos referimos. Diseño social o sociedad diseñada

Por otra parte, y desde varias utopías políticas del siglo XX, se habló muchas veces de una sociedad diseñada para el “bien mayor” de toda la población. Sueño que casi siempre terminó en pesadilla no atribuible al propio diseño. En los momentos de euforia progresista, el diseño apareció como una respuesta a los problemas sociales. Así, la escuela rusa de Vjutemás, que solo duró los cruciales años de 1920 a 1930, planteó ejercicios que llamaríamos “sociales”: de un tren y un barco que llevaban los ideales de la Revolución rusa hasta el último ciudadano analfabeto a mamaderas anatómicas para que las madres pudieran dejar a sus niños en las guarderías, pasando por cocinas económicas que ahorraban combustible, cómoda y durable ropa para obreros, y aspectos conceptuales relevantes por lo anticipatorio, como la idea de “polifuncionalidad” que


05 hoy ostentan nuestras copiadoras-impresoras-escáners. Y una idea de producción basada en sindicatos obreros en vez de fábricas capitalistas. Todo eso con un lenguaje estético de vanguardia. Un diseño social para el hombre nuevo, que terminó abruptamente con el ascenso de Stalin. Muchos de los maestros de la Vjutemás cambiaron de oficio, huyeron o abjuraron públicamente de sus creencias. La otra sociedad que encaró conscientemente este tipo de diseño fue la chilena durante el experimento socialista democrático de Salvador Allende, quien desde 1970 a 1973 trató de que el diseño industrial fuera una herramienta más para asegurar la autonomía, producir para los sectores más humildes y organizar modernamente una economía socialista. Se propusieron productos y servicios de distinta escala; desde una cuchara para servir la dosis exacta de leche en polvo y evitar la desnutrición hasta una asombrosa red telemática, antecesora de Internet, que debía servir para reunir los datos de la economía planificada en todo el territorio chileno y en tiempo real. Bajo esta orientación de los sistemas de producción socialista, se pensó que una sociedad organizada según diferentes criterios era capaz de producir una cultura objetual diferente. Como la experiencia rusa, también fue arrasada por un huracán de violencia con la dictadura chilena. El intelectual de los primeros párrafos, al que le gusta discutir los términos, podría objetar que ambos casos son diseño estatal, no social. Algo de razón tendría, pero entonces habría que agregar a la categoría de social la exigencia de la autoproducción, el cooperativismo y el diseño colaborativo al estilo del software libre. Tal vez estemos pidiendo mucho. El diseño de la pobreza

El típico ejercicio de diseño con conciencia social: proyectar un carrito de cartonero para que la persona haga menos fuerza en su semiclandestina tarea. ¿Es un ejemplo válido? ¿No estamos optimizando la explotación de un sector ya de por sí sometido? ¿O deberíamos investigar las posibilidades de mejorar, desde el diseño, los peores problemas sociales? El Cholo Cedrón, un mítico arquitecto militante desde los años sesenta hasta el último día de su vida en 2005, solía

decir a sus alumnos: “No es lo mismo la arquitectura de la pobreza que la pobreza de la arquitectura”. ¿Sucede lo mismo con el diseño? ¿Existe el peligro de que un “diseño social” sea simplemente un diseño “berreta”, con materiales de poca calidad o sin la búsqueda estética que cualifica al “alto” diseño? Una variante de esa discusión implica pensar que todo diseño que tiene objetivos pecuniarios no es social y, por el contrario, que el diseño no comercial, público, sí lo es. Tal vez esto sea más evidente en el diseño gráfico (Frascara hizo aportes desde esta vertiente basados en campañas de educación pública). Sin embargo, en otros casos se plantea una pregunta: ¿qué es más social, una bandeja para que coma la gente en situación de calle o el viejo Citroën 2CV? Mientras el primer diseño plantea una solución acotada (que la gente sin hogar al menos pueda comer comida caliente); el segundo planteó un auto económico para que una enorme capa de la sociedad pudiera acceder a los beneficios de la movilidad, arreglar su auto sin ayuda, evitar gastos (como el aire acondicionado), tender a la multifuncionalidad (se podía descapotar, sacar los asientos, desarmar)… Aunque hoy, desde la perspectiva ambiental, encontremos críticas a la idea de una sociedad motorizada, desde el punto de vista del acceso a bienes y servicios, el Citroën 2CV puede considerarse, tal vez, mucho más “social” que el ejemplo de la bandeja homeless. Es curioso pensar que en los famosos diez principios del buen diseño enunciados por Dieter Rams a fines de los años setenta no aparezca ninguna mención al diseño social, siendo que ya incorpora la temática ambiental. ¿Será porque para Rams es obvio que el diseño tiene siempre una implicancia social? Si queremos rescatar el diseño como disciplina, el adjetivo “social” no puede venir después del proceso de diseño, ni agregarse como sal a la comida, ni pretender resolver las desigualdades crecientes de nuestra sociedad con un poco de buena forma. De lo contrario —como dijo Morris hace más de un siglo—, la gente se verá impulsada a seguir acumulando sus riquezas; la consecuencia será el derroche y la polarización de clases, que significará guerra y despilfarro para siempre. 25


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