Opinión
por Daniel Schávelzon Arquitecto y Doctor de la UNAM. Fundador del Centro de Arqueología Urbana (FADU, UBA) y dirige el Area de Arqueología Urbana del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Diseño, historia y cocina Una mirada naif hacia el pasado para hacer el futuro.
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Si nos pudiéramos tomar el tiempo para revisar todos los objetos e ideas patentadas a lo largo del siglo pasado, y del anterior inclusive, veríamos que prácticamente todo está pensado, e incluso hecho. Por supuesto nadie tiene el tiempo ni las ganas de hacerlo, pero una mirada rápida nos mostraría que el primer elemento para sacar los ratones de la casa era un simple gato pintado en hojalata, con un soporte detrás, para colocar delante de la casita del pobre animalejo. No sé si funcionaba, pero alguien lo vendía. Otro más inventó una utilísima caja de vidrio que permitía momificar cabezas y trasladarlas con facilidad, colocándola –cortada, obviamente–, adentro y luego llenando el recipiente de más vidrio fundido, de forma que incluso se podía exhibir. Y no lo pensó un jíbaro si no un decente diseñador de Estados Unidos en 1920. Quizás fuera eficiente, lo que no creo en este caso es que haya vendido alguna. Pero viniendo más acá, todos sabemos que las ollas de teflón son buenas porque la comida, supuestamente, no se pega al fondo, aunque por los últimos diez mil años se usó y aun se usa cerámica para cocinar precisamente por lo mismo, además de que conserva la temperatura por largo tiempo. Es más, si hiciéramos estadísticas es posible que en nuestro continente se usen muchas más ollas y sartenes de cerámica que de metal, cosa que nadie debe haber calculado: si hay unos 100 millones de indígenas que mantienen sus tradiciones ¿qué cálculos debemos hacer? Hace poco un arquitecto boliviano demostró que el casi millón de personas que entra a la ciudad de La Paz cada mañana, para volverse a la tarde, podría hacerlo casi gratis con simples cablecarriles que usaran el enorme desnivel existente para moverse, generando energía sobrante incluso; por supuesto lo sacaron de su puesto y ensancharon las calles para que circulen más colectivos. Caso opuesto: en Bonn se me ocurrió preguntar porqué el cinturón que rodea la ciudad histórica, donde no entra automotor alguno –no es Argentina, obviamente– era un caos de estacionamiento, cuando era factible hacer un lugar para los autos, siendo una sociedad tan organizada. Respuesta de funcionario de planeamiento municipal: sería absurdo modificar el trazado de una ciudad de más de mil años, para introducir o adaptarse a un objeto que sólo tiene un siglo de existencia y que seguramente pronto desaparezca. Opté por callarme la boca y cambiar de
tema. En Ecuador, donde incluso hay lavarropas, no se usa jamás una tabla de lavar la ropa, en las casas ya vienen incluidas unas piedras planas que cumplen esa función; pero ambas causarían horror en nuestra cercana provincia de Corrientes, donde se lava la ropa con los nudillos, nunca con madera o piedra. La cultura es variada, no homogénea como tienden a mostrarnos los medios de comunicación, que a su vez son vistos por grupos sociales que pueden ser amplios, pero no completos; y de ellos, algunos entienden y pueden acceder a esos objetos, pero para otros es como si eso sucediera en Marte. ¿Se acuerdan de las computadoras que mandó Menem a los colegios que no tenían luz? O las vendieron para comprar comida o siguen en un rincón si que nadie sepa para qué sirven. Vale la pena verlo, porque sucede aquí, no tan lejos. Con la comida y los adminículos para cocinas, servir y comer, y descartar, sucede lo mismo: la variedad es infinita no sólo por el consumo de ellos mismos, si no porque lo que se come, cómo se lo come y la manera de cocinar es infinita. Si vamos a México comemos chapulines (saltamontes) o gusanos de maguey ¿cuál es la vajilla para eso?, vale la pena verla. En Colombia comemos hormigas saltadas sobre una plancha de barro, en Honduras nada más rico que un tepezcuintle (rata) en el guiso, o el Perú un cuis (otra rata) que se crían dentro de las casas modestas desde tiempos de los incas; y si de fruta se trata nada mejor que un tenedor de mango, con tres dientes, uno muy largo al centro y dos cortitos a los extremos, donde se clava el mango de punta y se lo chupa tranquilo por la calle. ¿Alguien se paró a mirar las máquinas para pelar naranjas en los carritos callejeros, en Brasil y en tantas otras partes?, ¿y la sencilla bolsita transparente llena de jugo casero puesta en el freezer para que el chico tenga un helado sin costo? Bueno, todo esto puede parecer delirante, pero creo que el diseño debe avanzar sin dejar de mirar hacia atrás y, más que nada, hacia los costados. El mundo –la gente y las publicaciones– no son sólo fuentes de cosas que podríamos copiar, o para inspirarnos, sino para entender cómo viven los demás y qué necesitan. Y ahí sí se nos van a ocurrir muchas cosas interesantes para nosotros mismos. Hace mucho tiempo José Ortega y Gasset escribió: «Ojalá aprendieran los técnicos que para ser técnico no es suficiente con ser técnico».