Interfase arquitectónica Julián Bonder
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Philippe Ruault Gentileza Wodiczko + Bonder
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construir memoria Los malecones del Río Loira de la Ciudad de Nantes –capital del tráfico de esclavos entre los siglos XVII y XIX– se transformaron en el Memorial de la Abolición de la Esclavitud, un espacio público para reivindicar los derechos humanos
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En 1998, a 150 años de la abolición de la esclavitud, Nantes decidió emplazar un monumento/memorial para recuperar su historia como primer puerto negrero de Francia, sobre unos 350 metros en la ribera del Loira. El proyecto fue adjudicado por concurso a la firma Wodiczko & Bonder con sede en Cambridge. En marzo de 2012, luego de varios años de trabajo, se dio apertura al Mémorial à l’Abolition de l’Esclavage, con una fisonomía única que revive las viejas locaciones portuarias desde donde partían los esclavos que triangulaban entre África, Europa y el Caribe. El Memorial no sólo rememora la abolición de la esclavitud francesa y universal, sino también, moviliza al visitante a una posición crítica de otras formas contemporáneas de esclavitud y tráfico humanos. El arquitecto argentino Julián Bonder, uno de su autores, explica el concepto de su trabajo y reflexiona sobre un tipo de arquitectura que bucea en el pasado para emerger en el presente. Trauma y resignificación del espacio público
“La Memoria, como todo fenómeno psicológico, es una acción; esencialmente, la acción de narrar una historia”, dice Pierre Janet. La arquitectura, en tanto arte con propósito, sirve para enmarcar historias y narrativas en el espacio. En su carácter de arte público construye el espacio para que la sociedad se
haga presente: el espacio público –de tipo texturado y rugoso– cuyo sentido es la interacción política y social. La arquitectura, entendida como reorganización poética de la materia, conlleva una violenta transformación de preexistencias, topografías, energía e imágenes. Edificios y paisajes como disparadores de los procesos de memoria, traen al presente la continuidad histórica y, también, el deseo de la transformación ética. De algún modo, nos permiten habitar la distancia que existe entre el acto y el recuerdo. El rol histórico del arquitecto ha sido practicar una transformación ética para facilitar a la humanidad la continuidad de la vida y la posibilidad de un futuro mejor. Al imaginar proyectos que dejen marcas sobre la piel de la tierra, nuestro trabajo yace, con frecuencia, en develar y anclar aquellas historias y memorias en sitios, territorios, paisajes y ciudades. En el encuentro con catástrofes, traumas históricos, genocidios e injusticias humanas, el rol del arquitecto –cuando trabaja los espacios memoriales de la esfera pública–, deviene complejo, problemático aunque (esperamos) necesario. Al trabajar-a-través y sobre el trauma, el espacio y la memoria establecen marcos críticos/éticos que nos posicionan como “testigos involucrados”. Estas posiciones demandan actitudes muy precisas, dialógicas y comprometidas, en relación al diseño, a las
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En 2012, el Memorial recibió una mención especial del Premio Bianual Europeo de Espacio Público Urbano (sólo 5 proyectos fueron seleccionados entre 347 candidatos). El proyecto apuntó a una transformación significativa del espacio subterráneo pre-existente, descubierto gracias a investigaciones de archivo.
técnicas y materiales, a los sitios, a la historia y, especialmente, a “los otros” que, por lo general, no tienen voz pero que, pese a todo, siguen esperando una respuesta ética. Aquellos “otros” que, de acuerdo a Emmanuel Levinas, no son objeto de comprensión sino un “rostro”, un enigma que nos llama, que no puede reducirse a contenido y que al hacerse presente nos pone en cuestión.1 Filósofos como Giorgio Agamben han teorizado la posición del “testigo” como la base de las relaciones ético-políticas, en tanto éste responde al sufrimiento del “otro” sin pretender usurpar su lugar. Ahora bien, si el espacio público y el estar en público significan estar expuesto a los otros ¿cómo pueden el arte, el diseño y la arquitectura contribuir a nuestra capacidad para aceptar a los demás y, también, darles una bienvenida ética? ¿Cómo podemos mantener nuestra posición como
testigo de sufrimientos, alegrías e historias ajenas sin pretender representarlas? El posicionarse como “testigos profundamente comprometidos con el sufrimiento de otros”, es una forma de ver, mirar y escuchar que requiere aceptar la propia vulnerabilidad. Esta posición demanda una renuncia explícita del deseo de dominio ya que –como sugiere Cathy Caruth, especialista en la dimensión social del trauma–, prestar testimonio a la verdad del sufrimiento y del dolor originados en eventos traumáticos, es prestar testimonio a la imposibilidad de comprender y, por consiguiente, representar dichos eventos.2 Así, al intentar responder al sufrimiento ajeno, considero necesaria una aproximación humilde que defino como “diferimiento ético”, un enfoque que implica habitar la distancia como lugar de acción; es decir, habitar la distancia entre acto y recuerdo, entre mundos 25
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recordados y mundos a ser transformados. Esta posición reafirma la “presencia” y la “autoría” a través de una interacción dinámica de mundos conceptuales y materiales por dentro y por fuera del trabajo con el objeto último de auto-removerse, retirarse y desaparecer de la escena. Esta actitud intenta enmarcar “presencias” y “ausencias” a través de materiales, más allá de la materialidad, a través del lenguaje más allá de la representación, a través del espacio más allá del espacio. Este es el tipo de actitudes, posiciones y preguntas –casi siempre sin respuesta–, que he tratado de formular en mi trabajo como profesor, en mi profesión y en mis proyectos sobre memoria, incluyendo el trabajo junto al artista y profesor polaco Krzysztof Wodiczko. Nuestros proyectos parten de un entendimiento del arte, la arquitectura y el paisaje como medios para presentar e iluminar un preciso y limitado número de verdades y valores en el espacio localizado entre las preguntas, los públicos y nuestras prácticas. Memoria, memorias
El destino histórico de los memoriales es preservar la memoria del pasado y facilitar nuevas respuestas en el presente. Como acompañantes psico-políticos y éticos, los memoriales deben propiciar la reflexión 26
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y una nueva consciencia crítica, a través de un comprometido “trabajo sobre la memoria”, en el espacio público democrático. Memorial, memento, monumento, como “monitor” o “guía”, sugieren no sólo conmemorar sino estar atentos, alertas, rememorar, advertir, llamar a la acción. A fin de crear las condiciones para que la memoria o las memorias puedan ser encontradas, investigadas, debatidas, creemos importante trabajar contra la reducción del visitante a espectador pasivo, involucrándolo en la búsqueda, a través de la “ausencia” de signos directos, en oposición a los “objetos” de la memoria. Al tiempo que los memoriales se dirigen a una pluralidad de públicos y generaciones, estos proyectos pueden servir como vehículos para la emoción, el pensamiento y el diálogo, para afianzar los discursos democráticos y pedagógicos; vehículos éticos en re-actualización constante dada por los visitantes, habitantes y actores del presente. Se trata entonces de concebirlos y diseñarlos como agentes activos para la acción cultural y política que demandan responsabilidad y fomentan “response-habilidad” (es decir: la habilidad de responder) en relación al pasado y al futuro, en sitios que recuerden y nos adviertan a través del trabajo sobre la Memoria.
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NOTAS
El Memorial es parte de un paseo urbano de 1.5 km y formará parte de los foros mundiales sobre Derechos Humanos en Nantes. Un gran muro de vidrio, de muy compleja factura, divide el espacio subterráneo de la superficie e incluye extractos de textos abolicionistas y la palabra Libertad en más de 48 idiomas.
1 Colin Davis, Levinas: an introduction, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1996, p. 83. 2 Cathy Caruth, “Recapturing the past: introduction”, Trauma: explorations in Memory, Baltimore y Londres, Johns Hopkins University Press, 1995. wodiczko + bonder www.bonderarch.com www.wodiczkobonder.com