Lento y sostenido

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prácticas edurne batista

t Marcelo Morán

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Lento y sostenido Los objetos pueden encarnar el análisis simultáneo de escenarios dispares, en geografía y escala, allí donde se define todo sobre el consumo. El Análisis de Ciclo de Vida (ACV) y su incoporación a la producción es la buena noticia que aquí se cuenta.

Me siento a delinear esta nota frente a mi ya no tan flamante notebook de tres años de vida, que empieza a mostrar sus primeros signos de vejez: hace unas semanas perdió una pequeña carcasa que tapaba la bisagra de la pantalla. Me pregunto cuánto más va a aguantar andando, tiene sus castigos, fruto de un uso desmedido. Es evidente que tengo cierta dificultad para desprenderme de los objetos, aun tratándose de aquellos —como los perennes electrónicos— que tarde o temprano van a parar al asador. ¿Qué irá a pasar con mi computadora luego de su muerte? Desconozco; el nudo de mi problema es encontrar su reemplazo, el resto excede mis capacidades de predicción. Lo mismo nos sucede con cada cosa que en algún momento descartamos, desconocemos de dónde viene e ignoramos hacia dónde va. Nuestro principio y final con los objetos se agota en ese ínfimo instante del uso.

Esta pequeña vida que encarnan los objetos puede pintar con bastante precisión mucho del escenario actual sobre los hábitos de consumo: hábitos amoldados a la obsolescencia programada que, según alegan especialistas del rubro, son los que permiten poner en marcha los ciclos (¿la bicicleta?) económicofinancieros. Así como la naturaleza y las personas tenemos nuestros ciclos biológicos —nacemos, vivimos, morimos— usamos esta analogía para referirnos al mercado. Pero hace más de cincuenta años que la idea de ciclo bien sirve para entender también la vida de los objetos, una vida que comienza mucho antes del momento en que son adquiridos. Ahora, ¿por qué debería interesarnos esta previda? El algodón de nuestra remera, si apostamos a la industria local, viene viajando desde las lejanas tierras del Chaco; el aluminio de las latas de gaseosa que tomamos todos los días probablemente haya “nacido” en Australia —con suerte un poco más cerca, 83


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Cradle to cradle fue el libro fundante del ACV, una reflexión sobre la manera en la que hacemos las cosas.

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como en Brasil—, de donde se extrae la bauxita. Los objetos que compramos tienen un largo recorrido en su andar antes de llegar a las góndolas; otro camino similar hasta ser eliminados: incinerados, enterrados en basurales o, en el mejor de los casos y con todo el viento a nuestro favor, reciclados. Los movimientos ambientalistas se han encargado de hacernos entender que los recursos naturales se acaban, que la contaminación es cada vez mayor y que la desigualdad social que acarrean los ciclos económicos tienen consecuencias devastadoras. La propia definición de desarrollo sustentable, que data de 1987, es difícil de sostener: satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de desarrollo de las futuras generaciones. El sociólogo Manuel Castells hace un aporte al tema —retomando a Lash y Urry— al introducir la idea de que existe un tiempo glacial que explica que la “relación entre los humanos y la naturaleza es a muy largo plazo y evolutiva”. La noción de sustentabilidad devela la ruptura que hemos hecho con los ciclos del planeta Tierra, asumiéndolo como fuente inagotable de recursos y depositario infinito de desechos. El concepto de Análisis de Ciclo de Vida (ACV) de un producto, nos muestra que existen muchas más etapas que la de su producción, uso y descarte. ¿De dónde vienen sus materias primas? ¿Cómo llegaron a las fábricas para ser transformadas 84

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Gráfico central de Cradle to cradle para explicar su teoría. Artefactos de cocina diseñados para ser usados sin electricidad por Dick van Hoff.

en productos, luego ser transportados a las góndolas, para ser felizmente usados y descartados? ¿Los productos tienen una muerte lenta? ¿Desaparecen? Con esta idea es posible comenzar a entender que hay vida en los objetos más allá de su uso y que su “muerte” acarrea para sí otros efectos que aunque son desconocidos impactan sobre nuestra vida y la de nuestras futuras generaciones. En materia de diseño, producción y sustentabilidad hay algún camino recorrido. El más interesante para entender el cambio de enfoque sobre los ciclos de vida de los objetos es el del concepto de “de la cuna a la cuna” —cradle to cradle en el original en inglés—. Sus autores, los norteamericanos Michael Braungart y William McDonough

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Mobiliario de la diseñadora francesa Caroline Gomez. Es de la corriente del slow design, muestra otra cara de la sustentabilidad más allá del reciclado, pensando en los tiempos de permanencia de los objetos y en el tipo de uso que les damos.

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instalan la idea de que todo lo que producimos debería suponer un beneficio al planeta Tierra: los recursos que utilizamos, una vez devueltos al ecosistema, son nutrientes biológicos; aquellas materias primas y productos transformados deben comportarse como nutrientes técnicos. Con esto abandonaríamos el esquema lineal de producción —de la cuna a la tumba— tomando los principios cíclicos de la naturaleza: no existen residuos y todo vuelve a insertarse en un nuevo ciclo productivo: fábricas que recuperan sus aguas residuales pueden devolverlas a los terrenos para regar plantaciones y recolectar sus descartes de producción para volver a utilizarlos; viviendas que utilizan la energía solar y se calefaccionan usando los residuos de sus habitantes. Un cambio drástico en la concepción de los esquemas productivos y modos de vida, motivo por el cual los autores del libro hablan de una “Tercera Revolución Industrial”. Habrá que esperar —o no— para ver ese cambio.

Un poco más acá en el terreno de los cambios en técnicas productivas nos encontramos con un escenario tecnológico que acelera y acorta procesos: prototipado rápido, desmaterialización y entornos virtuales que modifican productos y su modo de ser comercializados. Esta velocidad de cambio y de interacción entre usuarios y productos no ocurre sin generar tensión. ¿Cómo hacemos para decodificar todas las funciones asociadas a un microchip de un centímetro de largo? ¿Dónde conseguimos un repuesto de un electrodoméstico si éste ya fue reemplazado por varios modelos en una temporada? Esta realidad es puesta en jaque desde una interesante respuesta de diseño: el diseño lento o slow design. Su génesis aparece como contracorriente al fast food: a los modos de consumo rápido, obsolescencia y desapego emocional de los objetos. Ejemplo de esta mirada es el trabajo de la diseñadora francesa Caroline Gomez. Desde su sitio Natural and Slow

Design, propone mobiliario en maderas naturales crudas, síntesis de materiales y forma. Desde Holanda, Dick van Hoff pone en tela de juicio nuestra dependencia a la energía eléctrica al proponer una serie de artefactos de cocina manuales: Tyranny of the Plug o la tiranía del enchufe. Toda una denuncia. El diseño lento desnaturaliza prácticas de consumo y uso para repensar nuestro vínculo con los objetos. Un discurso de diseño que muestra otra faceta de la sustentabilidad superando el viejo umbral del reciclado. Otro modo de vivenciar las experiencias de uso buscando ralentizar los ciclos de vida, diseñando objetos que envejezcan con gracia. Termino esta nota y reviso mi computadora, no logro poner en su lugar la carcasa que se salió. Recuerdo el documental Objectified, donde Karim Rashid reflexiona: Si la vida de un objeto en una estantería es menor a once meses, debería ser 100% desechable. Mi portátil o mi móvil deberían estar hechos de cartón, de caña de azúcar, un bioplástico, etc. ¿Por qué todo tiene que ser construido para ser permanente? Un punto a favor de asumir las dinámicas productivas. Por mi parte, empiezo a mirar con cariño las cajas de cartón pensando en que, a pesar de la obsolescencia instalada, de alguna u otra forma terminaré por encariñarme con ese futuro y efímero aparato. 85


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