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La culpa no es del chancho
La culpa no la tiene el chancho
Resulta paradójico que mientras la mayoría de la sociedad no para de quejarse del Estado por la falta de respuestas apropiadas para satisfacer sus necesidades, le siga reclamando que expanda su omnipresencia en todos los ámbitos económicos y sociales. Lejos de aceptar que la razón principal de nuestra desigualdad social y falta de progreso radica en haber construido un modelo de Estado patriarcal, unitario, regulador, intervencionista, corporativo, ineficiente y contrario al mercado, la gran mayoría de los argentinos reclama constantemente que el Estado aumente su intervención en la producción, la inversión, el consumo, el comercio y el trabajo, esperando resultados positivos que no se producen. Hace más de 70 años que la mayoría de los argentinos tomaron la decisión de descreer y desconfiar de la actividad privada, la libertad económica y del mercado como ordenador de la economía. Decidieron confiar su futuro, sus ingresos y bienestar a un modelo de Estado que no solo administre la cosa pública sino que intervenga activamente en la economía privada para establecerles grandes limitaciones. La decisión de dar el poder absoluto a los funcionarios del Estado, y a sus aliados corporativos, para que manejen la economía pública y privada no ha sido gratuita, por el contrario, ha tenido un costo difícil de creer: el 40% por ciento de la población se encuentra bajo la línea de pobreza y el resto está esperando su turno para sumarse. Ante esa negativa realidad, la comunidad internacional mira azorada como los argentinos siguen dando de comer y sosteniendo un modelo de Estado que los empobrece y los denigra. Un Estado que expolia al sector productivo con impuestos que alcanzan el 60% de sus ingresos. Un Estado que ha encorsetado con regulaciones y leyes a los que trabajan,
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ERNESTO SANDLER.
Economista. Empresario en medios de comunicación. Escritor. Director de “Wexwe Emprendedoras”. Creador de“Utilísima”.
ernesto.sandler@bellavision.com.ar
invierten, comercian y producen, mientras premia a los que viven dentro del corral del chancho recibiendo prebendas y subsidios. El mundo no comprende por qué los argentinos insisten en apoyar un modelo de Estado que beneficia a sindicatos defensores de regulaciones que afectan al trabajo productivo, a empresas hegemónicas que escudan sus tropelías detrás de la etiqueta de “industria nacional” y a funcionarios que engrosan sus patrimonios declarando que actúan en beneficio de “la mesa de los argentinos”. Durante décadas la mayoría social ha impulsado el crecimiento de un modelo de Estado corporativo y omnipresente, que a su paso a dejado un camino caracterizado por la inflación, el endeudamiento, el empobrecimiento, la expansión de los asentamientos urbanos, la falta de competitividad, la corrupción, la falta de trabajo digno y el aumento del gasto público para sostener una economía inviable. En otras palabras, la mayoría de los argentinos sigue alimentando al chancho y a los gobernantes que lo controlan. Más allá de las quejas constantes, las manifestaciones públicas y los cambios circunstanciales del voto, la sociedad en su gran mayoría sigue creyendo que el modelo de Estado que han construido la sacará adelante. Sin distinción de banderías políticas ni posición económica, muchos argentinos están convencidos, cultural y emocionalmente, que el modelo de Estado que defienden es la única herramienta para progresar, aunque la realidad demuestre lo contrario. Para apuntalar sus creencias y darle más poder al Estado corporativo, la gran mayoría de los intelectuales, funcionarios, sindicalistas, políticos y dirigentes piqueteros, sostienen que la causa de nuestros históricos padecimientos son el libre mercado, las empresas privadas, los comerciantes, los empresarios, los ricos y el capitalismo, que hace décadas está en terapia intensiva por el estatismo imperante. El resultado de este pensamiento anacrónico es que ya nadie invierte en el país, los jóvenes emigran, el clientelismo social se expande, los impuestos se multiplican, decrece el consumo, las industrias se achican, los capitales emigran, el endeudamiento sigue aumentando y cada vez somos más pobres comparados con los países vecinos. Antes de instalarse el actual modelo de Estado, los inmigrantes llegaban por millones, Argentina estaba entre los 5 países más ricos del mundo, los funcionarios estatales no llegaban a unos miles y el gasto publico representaba menos del 10% del PBI, sin que eso fuera un freno para impulsar la educación y salud entre otras tantas políticas públicas de excelencia. Esto no significa que no existieran necesidades que satisfacer. Al contrario las carencias sociales eran muchas. El problema fue elegir como remedio un modelo de Estado que ha dejado un tendal de fracasos que se manifiestan en miles de jóvenes emigrando, decenas de empresas quebradas, inexistencia de
moneda nacional, inflación endémica, cientos de miles de personas refugiándose en el empleo estatal, impuestos abusivos, un gasto publico que asciende al 50% del PBI sin que se traduzca en una mejor salud, educación o seguridad y millones de personas sin poder acceder a un espacio para trabajar y construir una vivienda. La convicción ideológica y cultural de pensar que el modelo de Estado implementado en nuestro país nos sacará de la decadencia y nos llevará al progreso no solo sigue vigente sino que creció durante la pandemia. Ante el Covid-19, los argentinos confiaron nuevamente en el Estado para librarnos de la muerte. El resultado lo conocemos todos. El Estado y sus funcionarios mintieron, ocultaron datos y se aferraron a su ignorancia afirmando que eran capaces de combatir la pandemia como ningún país en el mundo. Ahora, frente a una realidad totalmente diferente, los argentinos se han dado cuenta que la única forma de combatir este virus es siendo responsables ellos mismos. Esta en cada uno de nosotros cuidar nuestra salud y volver a generar la riqueza que necesitamos para vivir. El modelo estatal imperante solo agravó los problemas preexistentes y no trajo soluciones a pesar de su verborragia y filminas. Lo que ha demostrado esta pandemia debería ser un punto de inflexión para cambiar las creencias y dogmas que nos han hundido económicamente. Debería ser un ejemplo para que los argentinos entiendan que el modelo de Estado vigente es contrario al progreso individual y colectivo. Deben aprender que el crecimiento económico de este país depende de cada argentino y no de un Estado regulador que cancela la libertad económica individual. Deben aprender que es falso que se pueda salir de la pobreza viviendo de los subsidios inflacionarios, subiendo los impuestos, regulando la economía, controlando el mercado, expoliando los ingresos de los que producen, congelando precios y manteniendo impunes a los corruptos. Es hora que dejemos de engordar el chancho. Es hora de que cada argentino sea responsable y artífice de su propio destino económico sin las restricciones instaladas por un Estado ineficiente, omnipresente, corporativo y regulador serial. Para tal fin es fundamental promover la actividad privada como sustento de la economía. Es necesario desregular el mercado, eliminar el congelamiento de precios, impulsar el emprendedorismo, sacar las retenciones a las exportaciones, eliminar el 90% de los 130 impuestos que gravan la producción, reformar las leyes laborales que impiden la producción sin mejorar los salarios y reducir el gasto público hasta llegar al 25% del PBI, entre otras medidas igualmente relevantes. Depende de los argentinos si van a optar por seguir engordando al chancho y a los que lo controlan o deciden a engordar sus bolsillos trabajando y produciendo en libertad.
(*) Ernesto Sandler fue declarado “Personalidad Destacada de la Cultura” por la Legislatura de la ciudad autónoma de Buenos Aires.