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HÉROE DE LA FE
El siervo Johannes Rebmann predicó, durante 29 años, las buenas nuevas en el continente negro. Perseverante y fiel al Señor, su trabajo evangelístico permitió sembrar el cristianismo en pueblos remotos donde el paganismo y otras religiones se habían establecido.
UN MISIONERO EN ÁFRICA
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HAY MUCHAS razones para estudiar la vida y obra del pastor Johannes Rebmann y para escribir su biografía. Fue un cristiano alemán del siglo XIX, formado en Suiza para ser misionero, quien se unió a la Sociedad Misionera de la Iglesia (CMS) de Londres, que lo envió al África oriental, gobernada por los musulmanes, para sembrar la semilla del Evangelio. Allí, durante 29 años, trabajó para la extensión del reino de Cristo, antes de regresar a su casa, ciego y enfermo. Los siervos Johann Rebmann y Anna Maisch, seguidores de Dios, no tenían idea de que el Creador había separado a su pequeño Johannes, nacido el 16 de enero de 1820 en la localidad de Gerlingen, para pasar más de la mitad de su existencia en las profundidades del continente negro. Sin embargo, moldeados espiritualmente con los principios de la Reforma y el pietismo, confiaron que el Salvador tenía un plan para su tercer hijo quien, desde su niñez, se propuso ser predicador. Llamado reverendo en su escuela por sus compañeros de clases, debido a su fe inmensa en el Altísimo, aprendió a leer con rapidez y encontró en la Biblia las enseñanzas que lo llevaron al camino de la salvación. Víctima de la burla de los inconversos, se destacó como un alumno aplicado al que le in-
teresó siempre irradiar las buenas nuevas en zonas remotas del mundo donde las personas desconocían el poder transformador de las Sagradas Escrituras y el amor del Redentor. En su juventud, luego de consolidar su compromiso con Jesucristo, decidió prepararse para ser un portavoz de la sana doctrina. A los 19 años, se marchó a la ciudad de Basilea, una urbe referente dentro del mundo evangélico, con el objetivo de iniciar una existencia marcada por la piedad y la misericordia. Después, en 1844, ingresó al Colegio de Capacitación de la Sociedad Misionera de la Iglesia, situado en el norte de Londres, en el que completó su formación teológica.
La luz y la redención
El 26 de octubre de 1845, al culminar sus estudios doctrinales, fue reconocido como ministro del Rey de reyes. Posteriormente, en febrero de 1846, en una embarcación llamada “Arrow”, partió con destino al África para compartir la luz y la redención con los idólatras, los paganos, los gentiles y las almas perdidas de una tierra cubierta por las tinieblas. El 10 de junio de 1846, arribó al puerto de Mombasa, hoy parte de Kenia, ubicado a orillas del océano Índico. Al llegar a suelo africano, se unió al trabajo evangelístico realizado por el siervo Johann Ludwig Krapf, uno de los soldados de la cruz más destacados del siglo XIX, con quien coincidió en la preocupación de contrarrestar el avance que desplegaba el islam, en aquel momento, en esa parte del planeta. Además, ambos se esforzaron para aprender a cabalidad el idioma suajili a fin de ofrecer la doctrina del hijo de Dios a los más necesitados y pregonar libertad a los cautivos. En una época en que los africanos estaban encadenados a la esclavitud, a las religiones tradicionales y a las costumbres árabes, transformó sus palabras en hechos y su ministerio estuvo marcado por acciones dirigidas a los más pobres. Hombre de oración, que se consideraba apenas un mensajero
del Señor, pensaba que la difusión de las Sagradas Escrituras iba de la mano con sacrificios, inconvenientes y sufrimientos que debían ser abordados desde una perspectiva bíblica. Paciente, perseverante y proactivo, registró sus actividades desde 1848 hasta el final de su historia en un diario íntimo. En compañía del hermano Krapf, recorrió el interior de Kenia y otros territorios del oriente de África en viajes a pie que tuvieron como finalidad establecer estaciones misioneras. En el desarrollo de estas expediciones, el 11 de mayo de 1848, fue el primer europeo en contemplar el Kilimanjaro. En mayo de 1849, su extraordinario descubrimiento fue publicado en la revista “The Church Missionary Intelligencer”.
Instrumento de propagación
Convencido de que Dios lo había bendecido con la tarea de ser un instrumento de la propagación del cristianismo en el interior del suelo africano, aceptó con un espíritu dispuesto y un gozo enorme los planes que tenía el Redentor para una región que, en aquellos días, estaba sometida por diversos países del Viejo Continente. Entregado a la voluntad de Jesús, proclamó en todos los lugares que visitó que el que confesara sus pecados, se arrepintiera y creyera en el Creador sería salvo. Motivado por la redención de las ovejas descarriadas, enfrentó a las religiones africanas, las costumbres islámicas, la brujería, la idolatría, la magia negra, la crueldad, la opresión, la lujuria y los atropellos con la paz y el amor del Señor. Fiel a su labor celestial, mostró que el cristianismo es una fe de obediencia, fidelidad y responsabilidad con Jehová que, a través del perdón y de la misericordia, es la única opción para la salvación de la humanidad. Protegido por la Palabra, soportó con valentía los diversos peligros a los que les plantó cara para cumplir con su gran cometido: predicar las buenas nuevas a toda criatura. En sus días misioneros, fue amenazado por jefes tribales ofendidos por su desaprobación de las prácticas, las ceremonias y los rituales de las malignas creencias locales. Además, fue hostilizado por los musulmanes debido a su rechazo al comercio de esclavos que realizaban en sus dominios. El hermano Rebmann, fortalecido por Cristo, no solo fue un digno representante de Dios, sino que también fue un lingüista talentoso. Su determinación para evangelizar a los nativos de Kenia lo condujo a aprender varias lenguas autóctonas y com-
pletar dos diccionarios, uno del dialecto mijikenda y otro del habla suajili, para una mejor comprensión de sus expresiones verbales. Asimismo, tradujo el Santo Evangelio según San Lucas al suajili y otras porciones de las Escrituras.
Fiel servidor del Creador
Tenaz, enérgico y firme al momento de ministrar el mensaje de Jesucristo, logró que muchos africanos abrieran sus corazones para recibir el maná divino y entregaran sus vidas al Altísimo. Instruidos por él, los convertidos, en su mayoría personas pobres, conocieron la gracia del Padre Eterno y dejaron en el olvido sus antiguas existencias mundanas. Merecedor de un lugar destacado en la historia del cristianismo moderno, allanó el camino de los misioneros que le tomaron la posta. Precursor de la evangelización de la zona oriental de África, usó sus dones para ampliar el rebaño de Cristo. Fue una intensa labor ministerial, desarrollada en cerca de tres décadas, que le concedió la posibilidad de adentrarse en lo desconocido, en un mundo que ningún europeo había visto antes, con el propósito de notificar la gloria que viene del Dios único. Cumplió a cabalidad su cometido hasta que empezó a perder la visión y se vio afectado por una serie de enfermedades. En setiembre de 1875, el reverendo Johannes Rebmann, casi invidente y con su salud deteriorada, retornó a Alemania para recuperarse de los males que lo aquejaban y se instaló en la ciudad de Korntal-Münchingen. Sin embargo, el 4 de octubre de 1876, víctima de neumonía, murió y partió a la presencia del Salvador. Fallecido en el Señor, fue enterrado en el antiguo cementerio de la citada urbe y en su lápida se grabó la siguiente inscripción: “Salvado en los brazos de Jesús”. Fiel servidor del Creador, su quehacer cristianizador generó enormes consecuencias positivas para el progreso de la fe cristiana en la superficie africana. Sus grandes esfuerzos, minimizados durante muchos años, sirvieron para que el Evangelio hiciera impacto en muchos seres, de pecador proceder, que vivían en las tinieblas y gobernados por la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia.