Miradas. Antología de narradores con discapacidad visual

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Ukumarito (voz quechua), representación indígena del oso frontino, tomada de un petroglifo hallado en la Mesa de San Isidro, en las proximidades de Santa Cruz de Mora. Mérida – Venezuela.


El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial el perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela; tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña Imprenta que le da paso a la publicación de autores, principalmente inéditos. A través de un Consejo Editorial Popular, se realiza la selección de los títulos a publicar dentro de un plan de abierta participación.

La Colección Librotaller, reúne de manera concisa a comunidades organizadas, invitándolas a participar en la indisoluble magía del libro, bajo un carácter editorial acorde a momentos puntuales. El Sistema Nacional de Imprentas, pone sus recursos y talentos a disposición, para dar a conocer el proceso editorial, donde los autores y autoras, unidos con la permanencia de la palabra, son los hacedores del libro que imaginan.


Antología de narradores con discapacidad visual

MIRADAS Selección y prólogo: Gonzalo Fragui

Fundación Editorial el perro y la rana Red Nacional de Escritores de Venezuela Imprenta de Mérida. 2012 Colección Ramón Palomares


Taller facilitado por Gonzalo Fragui © Fundación Editorial el perro y la rana, 2012 Ministerio del Poder Popular para la Cultura Centro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio, Caracas-Venezuela 1010 G-20007541-4 Telfs.: (0212) 377.2811 / 808.4986 sistemanacionaldeimprentas@gmail.com editorial@elperroylarana.gob.ve http://www.elperroylarana.gob.ve Ediciones Sistema Nacional de Imprentas, Mérida Calle 21, entre Av 2 y Av 3. Centro Cultural Tulio Febres Cordero, nivel sótano Mérida – Venezuela sistemadeimprentasmerida@gmail.com Red Nacional de Escritores Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida - FUNDECEM Diseño y diagramación YesYKa Quintero

Edición al cuidado de los participantes Depósito Legal: LF40220128004559 ISBN: 978-980-14-2481-9


Antolog铆a de narradores con discapacidad visual

MIRADAS Selecci贸n y pr贸logo: Gonzalo Fragui



PRÓLOGO Todo empezó con Rita. Cuando nos encontrábamos en el centro de Mérida, conversábamos un rato y luego, ya para despedirse, ella me tocaba la cara y, con clara conciencia de su discapacidad visual, me decía: Me alegró haberte visto. Yo estaba seguro de que ciertamente me había visto, en cambio, a mi lado pasaban cientos de personas y ninguna me veía. Es que, como sabemos, hay muchas formas de ver, no se ve sólo con el sentido de la vista, y porque, para recordar El Principito, lo esencial es invisible a los ojos. Luego surgió la idea del taller. Un encuentro semanal para intentar escribir cuentos. Hay quienes creen que la mejor forma de crear lectores es produciendo escritores. Y, efectivamente, jueves tras jueves, empezaron a aparecer relatos, anécdotas, historias. Cosas que ellos tenían y no lo sabían hasta que lo escribieron. Este libro, Miradas, es posiblemente una de las primeras antologías de cuentos en Venezuela, hecho exclusivamente por escritores con discapacidad visual. Discapacidad que no los disminuye en nada, todo lo contrario, los hace visionarios. Aquí están sus miradas. Aquí está el comienzo de un camino que ojalá sea fructífero y amable para todos. Ya son escritores, dicho con humildad pero con toda la dignidad que implica la responsabilidad de escribir. Mi modesto aporte, en el taller y en la publicación de este libro, no es otro que el de haber ejercido la labor de la madre de Sócrates, la de partero. Ayudar a venir al mundo estos cuentos, darlos a la luz de los lectores, para estímulo


de otras personas con alguna discapacidad. Labor que ha sido por demás placentera, en esta cálida placenta que es la literatura y el lenguaje, como decía Antonio Tabucchi, en compañía de estos seres maravillosos, hermanados, solidarios y sonrientes. Esperanzados siempre, vencidos nunca. Mi agradecimiento a las profesoras Yunis Valero Camacho y Gladys J. Contreras G, formadas en el área de la lectura y la escritura, promotoras y animadoras de lectura, quienes han sido un apoyo fundamental y decisivo en cada una de las reuniones del taller. A la directiva del Centro de Atención al Invidente y Deficiente Visual de Mérida (CAIDV). A la Biblioteca Pública Central Simón Bolívar, Sala de Tiflotecnología, en la persona de Luis Alberto Molina, así como también a la Lcda. Rosángela El Zelah, especialista en información, encargada de la Sala de Literatura. A Yesyka Quintero, del Sistema Nacional de Imprentas – Mérida, por la publicación de este libro. Al Ministerio del Poder Popular para la Cultura, a través del Gabinete del Estado Mérida, del Sistema Nacional de las Culturas Populares y de la Casa de las Letras Andrés Bello. Hemos decidido publicar, ordenados alfabéticamente por el nombre de los autores, un solo cuento por persona, aunque varios de los participantes han tomado con tanto entusiasmo la escritura que ya van camino a su primer libro propio. Estos escritores y escritoras ya tienen alas. El vuelo y los cielos que recorrerán sólo los dioses lo saben. Gonzalo Fragui


Compañeros de viaje Desde hace bastantes años iniciamos un recorrido literario con un grupo de personas con discapacidad visual, caminamos juntos a través de las letras, se fue consolidando el grupo, y cada día esas tertulias literarias se fueron convirtiendo en un “Encuentro obligado”. A través del tiempo hemos compartido innumerables historias, anécdotas, tristezas, alegrías… pero todas ellas de la mano de la lectura. En tantos encuentros nos han acompañado varios escritores y poetas, vale mencionar especialmente al poeta Gonzalo Fragui, quien con su gran sensibilidad literaria y humana adelanta desde hace algunos meses un taller de cuentos, él con su mano amiga ha logrado consolidar en los participantes el sueño de escribir. Hoy por hoy, nos sentimos orgullosas de nuestros amigos invidentes, pues a través de sus cuentos han demostrado que pueden ver perfectamente este nuevo camino, que de seguro será cada vez mejor. Finalmente, agradecemos inmensamente a todos aquellos escritores y poetas que han aceptado nuestra invitación para compartir con los participantes momentos de lectura, de poesía, de historias… ello, sin duda ha contribuido con nuestro trabajo de hacer de la lectura y la escritura un gran placer. A Gonzalo, gracias por sus “Miradas”, a todos, nuestro eterno agradecimiento. Yunis y Gladys



A tu serena memoria, Margarita, tambiĂŠn lo habrĂ­as logrado.



La bolsa – Sebastián, el desayuno está servido. – Ya voy, madre, que no encuentro el bastón. – Seguro que lo tiene Yesenia, jugando a la cieguita, dijo la mamá. Efectivamente, a la cocina llegó una niña tapándose la cara con una mano, y con la otra tratando de orientarse con el bastón, después abrió los ojos y, sonriendo, dijo: – Ah, pero no es tan difícil. Sebastián comió rápidamente y se despidió. Cuando llegó a la parada sintió la presencia de alguien que hacía un ligero ruido. – Buenos días, por favor me avisa cuando venga la camioneta. Nadie respondió. Luego volvió a escuchar el murmullo y Sebastián se acercó más. Juraría que podía hasta sentir la respiración de la persona que allí estaba. Sebastián volvió a decir: – Por favor, me podría avisar cuando venga la camioneta. De nuevo un silencio. Entonces una persona que caminaba por el lugar, al ver lo que pasaba, quiso burlarse:

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– ¿Usted está loco? ¿hablando con una bolsa? Ahí fue que Sebastián se dio cuenta, tocó la bolsa de plástico que colgaba de una cerca de alambre, se sonrió y dijo: – Eso es para vea cómo estamos los ciegos de superdotados que hasta podemos hablar con cualquier bolsa. Alveiro Rangel

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Parranderos Me llamo Betilio y me gustan las fiestas, sobre todo las que tengan comida, dulces y refrescos. Por eso pienso que los meses más bonitos son diciembre, por las hallacas, y enero, por las paraduras, el bizcochuelo, el vino y el ponchecrema. También semana santa, por los siete potajes. Mi papá a veces me regaña, dice que parezco un niño, y eso que ya tengo 24 años, pero yo no hago caso. Me voy con mis amigos invidentes y los ayudo. Yo veo un poquito, y les sirvo de guía. El diciembre pasado nos invitaron a dos paraduras el mismo día pero a diferente hora. En la tarde, en La Pedregosa, en casa de las hermanas Uzcátegui, y en la noche, en Ejido, en casa de la señora Marilyn. Yo fui con Euro Mario, que pertenece a una familia de invidentes y de músicos, y siempre lo invitan para todos lados. En la paradura de las Uzcátegui estuvimos hasta que se terminó, y luego nos fuimos a Ejido a la otra paradura. En la primera había dulces y comida, pero en la segunda había además mucha cerveza. Euro, que le gusta empinar el codo, se tomó varias y se emocionó tocando. La paradura se terminó pero él no se quería ir. Como ya era tarde decidí acompañarlo hasta Mérida. Euro iba medio zarataco y quería cantar hasta en la buseta, que iba repleta de gente. Al llegar a la ciudad me dio miedo dejarlo solo, así que decidí llevarlo a su casa que queda en Belén, como a ocho cuadras de donde

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estábamos, lo acosté, y me regresé a pie de nuevo para buscar la buseta que me llevara a mi casa. Pero, como era muy tarde ya no había transporte público. Entonces llamé a mi mamá para decirle que estaba en Mérida, que no había carro, para que mi papá me fuera a buscar en la camioneta. Mi mamá me respondió: “No Betilio, su papá ya está acostado, él no te puede buscar”. Yo me asusté. ¿Y ahora cómo voy a hacer para llegar a la casa, sin busetas y sin dinero?. Le pedí la cola a varios taxistas pero todos se negaron, así que, al ver que no me quedaba otra opción, decidí irme a pie hasta El Palmo, en Ejido, consciente de la inseguridad y el peligro que significaba andar a esas horas de la noche, sobre todo porque en el recorrido tenía que atravesar calles oscuras, parques solitarios y zonas peligrosas. Me encomendé a Dios, y a Margarita, quien era mi mejor amiga y había fallecido recientemente, y a quien yo apreciaba mucho porque siempre me aconsejaba y me apoyaba en todo. Cuando estaba contenta conmigo me llamaba Beto, por cariño, pero cuando se enojaba me llamaba por mi nombre de pila, Betilio. Yo empecé a caminar, como camino yo, a paso lento, porque veo muy poco y estaba oscuro. Era ya cerca de la medianoche. Agarré el bastón con fuerza y me fui por las avenidas Tulio Febres, Urdaneta, Andrés Bello, y a veces tomaba atajos para recortar camino. El sudor me recorría la espalda, no sé si por el esfuerzo o por el miedo. Como a las tres de la madrugada llegué a mi casa, sano y salvo, porque nadie me molestó, apenas un

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borrachito que me paró para pedirme un cigarro pero, como yo no fumo, me dejó ir sin problemas. Yo iba pensando en mi papá, que es diabético, y se pone a veces de mal humor, pero al verme llegar casi arrastrando los zapatos del cansancio, corrió a la cocina y me hizo meter los pies en agua caliente y sal. Me dijo amoroso que era un peligro andar por las calles a esas horas. Él se había despertado, y como yo no estaba, había salido a buscarme con la camioneta pero no nos encontramos. Yo le expliqué que lo había hecho para ayudar a mi amigo Euro. Mi papá entendió pero no le gustó mucho. Al otro día, papá vino a verme los pies y, como los tenía hinchados, me los puso para arriba, recostados a la pared, y me prohibió levantarme de la cama ese día. Al rato escuché una bulla en la sala, mi papá que discutía con alguien que tocaba un cuatro. Era Euro que venía a buscarme para ir a otra paradura pero mi papá estaba muy bravo. Le dijo que por culpa suya yo había estado en peligro. La verdad es que Euro ni se acordaba nada de la noche anterior. Después de pedir disculpas, Euro le rogó a mi papá que le permitiera verme, y mi papá aceptó con la condición de que yo no saliera ese día. Euro entró apenado a la habitación. – Qué vaina la que le eché mi hermano. Ya su papá me contó. Espero que no esté bravo conmigo, Betico. – No, claro que no. Yo lo hice con mucho gusto, y si tuviera que volverlo a hacer, lo haría de nuevo. Para eso son los amigos.

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– Gracias, Beto. Bueno, yo sólo quería agradecerle y saludarlo. Que se mejore pronto. Me voy rápido porque yo no me pelo esta paradura que va a estar más buena. Nos estamos viendo, Betico. – Euro, Euro, espere, quiero que me haga un favor. – ¿Qué será? Entonces yo le pedí en voz baja, como si se tratara de un secreto: – Tráigame tantico bizcochuelo. Betilio Albornoz

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El tren Un día nos reunimos en el Bar Restaurant Metropol mi hermano Norberto, Fidel, Manuel, Enrique, Franco y yo, todos invidentes, con Ramón Flores, quien era el único que veía. Allí conversamos de lo humano y lo divino mientras nos tomábamos unas cervecitas. Al caer la noche decidimos irnos a nuestras casas pero Ramón, que era el que nos guiaba, iba más zarataco que todos los demás. La cosa se hizo evidente al pasar por la Plaza Bolívar porque el guía iba un rato para la derecha y otro rato para la izquierda. Parecíamos como un tren haciendo zigzag. La gente se reía al vernos, y nosotros alegres con los tragos reíamos también. De pronto, al bajar un escalón, Ramón Flores dio un paso en falso y se fue al piso, y nosotros con él. Le caímos todos encima. Entonces escuchamos que alguien dijo: – Caramba, se mató el maquinista. Euro Rojas

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El extraño caso del cocodrilo La ciudad despertó con la noticia. Los periódicos lo anunciaban a grandes titulares: El cocodrilo del zoológico había desaparecido. La verdad es que los habitantes de Río Seco se habían olvidado incluso de que tenían un zoológico pero un cocodrilo no se puede perder así, sin dejar rastro alguno. Nicanor fue uno de los muchos que quiso volver aquel día al zoológico. Entusiasmó a la familia, compró comida y refrescos, y se dispusieron a disfrutar de un día de campo. Al llegar, el vigilante recordó a Nicanor que no debía bajar los vidrios del carro porque podría ser peligroso. Nicanor no hizo caso. Cuando se acercó un elefante, Nicanor bajó el vidrio y le ofreció maní al enorme animal quien, en fracción de segundos, metió la trompa en el carro, sacó la cartera del pantalón de Nicanor y se fue corriendo. Estupefacto, sin saber qué hacer, Nicanor decidió poner la denuncia a la entrada del zoológico. Allí, otros visitantes explicaban que les había sucedido algo parecido. El mono se había robado una correa, el avestruz unos zapatos, el perro una chaqueta y hasta el canguro le arrebató el bolso a una dama. El Director del zoológico estaba sorprendido. Nunca había sucedido nada parecido. Buscó a los vigilantes y todos se fueron a ver dónde estaban los animales. No tardaron en hallarlos en el estanque donde se lo

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pasaba el cocodrilo. Los animales se pusieron todos juntos, unos a otros, y como una gran muralla impidieron el paso. Al final, luego de esperar un rato, el elefante se separ贸 de la manada, y entonces los visitantes pudieron ver con asombro c贸mo la ara帽a, con hilos especiales y con las prendas de cuero robadas, hab铆a reconstruido un cocodrilo muy similar al cocodrilo desaparecido. Luis Alberto Molina

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Miedos Nuestra infancia fue muy corta. Desde niñas tuvimos que trabajar. La familia aumentaba año tras año. Llegamos a ser diez hijos, un solo varón y nueve hembras. Papá trabajaba en una panadería en la ciudad, donde le regalaban pan duro, pero la comida no alcanzaba. Por eso nos asignaba labores propias de personas grandes, como cargar tercios de caña de azúcar, bajar naranjas y llevarlas a la casa, coger café y luego cilindrarlo, trillarlo, tostarlo y molerlo, cargar leña para el fogón, porque no teníamos gas, en realidad tampoco teníamos electricidad y nos alumbrábamos con lámparas de kerosén. Yo llegué a pensar que papá no nos quería porque era muy rígido. No sabía reprender a los hijos, y a veces nos golpeaba. Era un hombre de mucho trabajo pero muy bravo, muy iracundo, sobre todo cuando bebía aguardiente, que lo ponía más nervioso. Un día, tenía yo como nueve años, estábamos llegando de la escuela cuando papá nos mandó, a mis hermanas Elvia, Magally y a mí, a buscar leña más allá del portero. Nosotras nos entretuvimos jugando y, ya empezaba a oscurecer, cuando intentamos regresar con la leña, pero, de pronto, una manada de toros nos vio y se nos vino encima. Nosotras empezamos a correr y, como los toros estaban a punto de alcanzarnos, soltamos la leña y nos subimos a un guayabo.

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Los toros daban cabezazos al guayabo mientras nosotras gritábamos y llorábamos pero nadie nos oía. Después los toros se tranquilizaron pero no se fueron. Así pasaron varias horas. Los toros rumiando al pie del árbol. Nosotras no sabíamos qué hacer. Ya había oscurecido y el corazón se nos quería salir del susto. Pensábamos qué sería peor, si los toros bravos, las brujas y los espantos que escuchábamos en los cuentos de los abuelos, o el carácter de papá. Ya era de noche cuando vimos que se acercaban dos personas con unas lámparas. Nosotras gritamos para que supieran donde estábamos. Eran papá y mamá que estaban muy preocupados por nosotras porque no llegábamos. Al final todo quedó sólo en miedos, porque ni los toros eran bravos, sino que al ver gente se acercan para que les den de comer, y eso hizo mi papá, llamó a los toros y les dio sal, ni nos asustó ninguna bruja y, lo mejor de todo, ni papá nos castigó. Todo lo contrario. Dio gracias a Dios porque no nos había pasado nada y mientras nos ayudaba a bajar nos abrazaba. Allí nos dimos cuenta de que, a pesar de su carácter, papá sí nos quería. María Antonia Uzcátegui

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El telescopio Yo nací ciego. Soy el menor de doce hermanos. Viví mis primeros años en el campo, por ello mis recuerdos son más de sonidos, los pájaros, los perros, los caballos, la música. Yo podía distinguir qué gallo y en qué casa estaba cantando en la madrugada. Recuerdo los sabores. Las moras, los cínaros, las guamas, las guayabas, los cambures maduros, pecositos, y muchas otras frutas. También los olores. Las flores, las hortalizas, el fogón de leña. Recuerdo la quebrada que pasaba cerca de la casa que traía olores y sonidos. Yo iba y me sentaba en una piedra. Ya no sé qué me gustaba más, si escucharla u olerla. Mi vida transcurría normal, yo no sabía que era ciego, yo pensaba que los demás eran iguales a mí. Yo era feliz, jugaba con mis hermanos, especialmente con Juan, que hacía casitas de barro y carretas de madera. Un día pasamos en una de esas carretas por un voladero y nos vino a parar un árbol. Yo me conocía la casa, el patio y los alrededores, iba y venía solo. Pero, a medida que fui creciendo, oí decir a mis hermanos que a mí no me podían llevar a la escuela porque allá no aceptaban ciegos, y empecé a darme cuenta que yo estaba ciego. Mi madre me explicó que yo nací así y, a pesar de que averiguó si me podían dar algún tratamiento o hacer alguna operación de la vista, los médicos le dijeron que no se podía hacer nada, y entonces se despertó en mí una gran curiosidad por todo lo que se mencionaba, el

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cielo, las nubes, las letras, las montañas, los crepúsculos, las flores, el arcoíris y la bandera nacional. Mis hermanos iban a clase a una escuelita que estaba a media hora de camino de la casa. Yo me quedaba con mis padres, o nos íbamos a trabajar en fincas cercanas. A veces mi papá trabajaba de jornalero y mamá lavando ropa en casas de familia. Yo también trabajaba agarrando café, y me pagaban. Claro que no me pagaban como a los demás. Recuerdo que con lo que me pagaron la primera vez me compré un radio de pilas. Me costó 18 bolívares. Era para casette y radio, aunque la casetera se dañó a la semana. Yo andaba con mi radiecito para arriba y para abajo. Mi papá Gonzalo y yo nos poníamos juntos a escuchar las noticias. Mis hermanos llegaban de clase y yo los informaba de todo lo que había pasado en el mundo. Debe ser por eso que después he querido ser periodista. También me gustaban los deportes, el fútbol sobre todo, aunque a veces la onda corta nos dejaba en suspenso porque, cuando al fin regresaba, estaban en comerciales y no sabíamos si Estudiantes de Mérida había perdido o ganado. A mi mamá Felipa le gustaban las radionovelas, Martín Valiente, Juan Sin Miedo, Pobrecito Goyo. Yo también las escuchaba, debe ser por eso que después he querido ser escritor. Pero una de las cosas que más me gustaba era escuchar los programas educativos. Yo me quedaba alelado escuchando la explicación de cómo eran las células, las moléculas, los astros, las estrellas, las constelaciones, el insólito universo.

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Un día mi hermano Juan llegó muy preocupado de la escuela. Tenía que hacer una tarea sobre los planetas. Yo le dije que no se preocupara, que yo le explicaba y que él fuera escribiendo. Al otro día por la tarde, al regresar, venía muy contento porque había sacado veinte puntos. La maestra asombrada le preguntó cómo sabía tanto de ese tema, y él le respondió: – Es que yo tengo un telescopio en mi casa. Orángel Montilla Sosa

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El sin esperanza Desperté de madrugada. Sentía miedo, ¿de qué?, no lo sé. Apenas tenía nueve años, diminuta en aquella casa inmensa de grandes corredores y habitaciones que se comunicaban unas con otras. El dormitorio helaba lúgubre como caricia de noche. La puerta gruesa de madera sonó como abriéndose, los asideros se movían. Sólo un rayito de claridad se colaba por el ojo gigante de la cerradura. De pronto vi a una persona con túnica vaporosa y blanca, alta, traspasando la puerta, caminando por el cuarto hasta pararse al lado de mi cama. Allí estaba frente a mí. Sin cabeza. Se me hizo un nudo en la garganta, el corazón me latía fuertemente, llegué a orinarme del susto. Aunque yo no podía hablar, de alguna manera me comuniqué con mi prima que dormía en la cama de al lado. Ella no veía lo que yo estaba viendo, me dijo que rezara un padre nuestro. Recé esa y todas las oraciones que sabía, pero la persona sin cabeza continuaba a mi lado, como en actitud de espera, ansioso de una respuesta, una atención. No sé si me desmayé o me quedé dormida. Al despertar seguía siendo de noche. Llena de valentía fui tras el cuerpo, viendo cómo atravesaba todas las paredes hasta que llegó al solar, allí se colocó la cabeza, cual sombrero, como si nada hubiese pasado, y deshizo el nudo de la cabuya que pendía del naranjo donde se había colgado en vida. Rita Flor Rivera

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El lóbulo frontal Lunes, 2:00 pm. Se lleva a cabo la reunión de la junta directiva de la Compañía Universal Human Being’s Brain. En la sala de juntas se encuentran los principales accionistas de la empresa discutiendo el próximo proyecto a ser desarrollado. En primer lugar, los señores R y P (Razonamiento y planificación) tomaron la palabra para presentar la situación y el plan de acción destacando las estrategias, los procedimientos, las actividades y los recursos necesarios para cumplir los objetivos propuestos en su nueva campaña. Seguidamente, habló el joven RS (Resolución de problemas) poniendo de manifiesto su dinamismo al presentar varios planteamientos con el fin de demostrar la veracidad, o falsedad, de las hipótesis surgidas en la discusión de los temas expuestos y las posibles soluciones a los problemas que pudieran encontrarse en la superación de los obstáculos observados durante la ejecución del proyecto. Más tarde, intervino el representante de la comisión de protocolo para anunciar el itinerario fijado para la promoción de la campaña, dejando sobre las carpetas de documentos de sus compañeros una lista con los nombres de quienes harían posible el establecimiento de las relaciones interinstitucionales, además de los medios de prensa, radio y televisión involucrados en el impulso y difusión de sus nuevos productos.

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Finalmente, el director, el señor C M (control del movimiento), felicitó a su personal y los motivó a dar lo mejor de sí, para lograr el éxito en esta nueva asignación. Cuando los miembros estuvieron a punto de abandonar el salón, para continuar con sus actividades, entró el nuevo accionista que se había quedado dormido después del almuerzo; era el señor Malo, quien sufría de una extraña enfermedad la cual lo obligaba a salirse de las normas establecidas, llamando la atención de sus colegas y poniendo en peligro el buen nombre de la empresa. El señor Malo intentó sabotear por todos los medios el trabajo que se había realizado, repartiendo golpes e insultos a quien se opusiera a su voluntad, hasta que los asistentes le hicieron vender sus acciones y después de mucho insistir, no tuvo más remedio que aceptar, pues, de lo contrario iría a la cárcel. Por su parte, el director lo expulsó de la reunión, por todas las faltas que había cometido durante el tiempo de servicio, argumentando que solo le garantizaría el pago a las consultas con un buen psiquiatra, a ver si se curaba definitivamente para que la gente pudiera vivir en paz sin tener que soportar su mal comportamiento. Sofía Velázquez

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Zoombras Caminábamos por la acera de una larguísima calle cuando, de repente, le dije a Ana: – Te voy a llevar a mi zoológico particular. – ¿A dónde? – A mi zoológico. Yo tengo un zoológico al final de esta calle, ahí donde termina la raya amarilla, bajo la sombra de esos árboles. – Pero yo no veo nada. – Paciencia, que ya llegamos. ¡Cónchale! Se detuvo la brújula de mis ojos. – ¿Qué dices? – Nada, que se te olvida que soy de baja visión. Pero no te preocupes, yo comienzo a adaptarme poco a poco y luego voy contemplando el magnífico desfile de los animales. Fíjate, ¿estás viendo esa garza? – ¿Cuál? – Ah, no. Ya es una jirafa. Acércate por este lado para que veas un perro. – Es verdad, y ahora también estoy viendo un elefante. – ¡Ajá! ¿te das cuenta que mi zoológico sí existe? Y nunca es igual. ¡Mira! ¡Mira! Ahora aparece un león, y allá arriba, en la copita del limonero, está una pajarita, ja ja ja. De repente empecé a bailar y a cantar como una niña:

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Estaba la pájara pinta, sentada en su verde limón, con su pico picaba la hoja con su rabo un regalo al león. – Bien hecho, se le ensució la melena al león, esa se las lleva por prepotente, orgulloso y por creerse el rey de la selva. – Mira, Yolanda, ahora puedo ver hasta un unicornio y un dragón. – Sí, es que para mis traviesos árboles no hay animales imposibles. Yolanda Vethencourt

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AUTORES Alveiro Rangel: Nació en Lagunillas, estado Mérida un 05 de noviembre de 1961. Se desempeñó durante mucho tiempo como conductor; perdió la visión a los 43 años, es padre de siete hijos y actualmente casado con María Cedeño quien lo acompaña y ayuda en muchas de sus actividades. Es bachiller egresado de la Misión Sucre y se ha preocupado por escribir cuentos.

Betilio Albornoz: Nació en Mérida el 26 de enero de 1988. Graduado de bachiller en la Misión Ribas. Estudia Información y Documentación por la Misión Sucre. Ha sido participante del Club de Lectura y del taller de cuentos. Betilio tiene baja visión.

Euro Rojas: Nació en La Trampa, estado Mérida, invidente de nacimiento; se ha desempeñado como locutor, vendedor de boletos de lotería; actualmente estudiante de Bibliotecología por la Misión Sucre. Pertenece a la Coral Polifónica de Mérida y vive enamorado de la música. 32 | Miradas


María Antonia Uzcátegui: Nace un 07 de enero de 1954 en la ciudad de Mérida. Madre de dos hijos y casada. Estudiante de la Misión Robinson. Aficionada a la elaboración de pesebres con los que ha concursado y ganado premios en varias oportunidades. María Antonia se ha atrevido a contar, a través de sus cuentos, anécdotas de su propia historia.

Luis Alberto Molina: Nació un 23 de mayo de 1963 en Mérida. Es Técnico en Informática, egresado del Instituto Radiofónico Fe y Alegría (IRFA), realizó diplomado en Comunicación, Cultura e Integración para las personas con discapacidad. Se desempeña como encargado de la sala de Tiflotecnología en la Biblioteca Pública Simón Bolívar. Perdió la visión a los 34 años.

Orangel Montilla Sosa: Nació en Mucutuy el 29 de septiembre de 1983. Invidente de nacimiento. Se encuentra en Mérida desde el año 2006; actualmente estudia en el Instituto Radiofónico Fe y Alegría (IRFA).

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Rita Flor Rivera: Nació en Tovar en 1954. Es Lic. en Educación, mención Química, por la Universidad de Los Andes. Imparte clases de Braille y recibe clases de literatura e inglés. Escribe cuentos y poemas.

Sofía Velázquez: Nació en Mérida en 1980. Actualmente, trabaja como docente de Informática y Braille en el Centro de Atención Integral al Ciego y Deficiente Visual, y es estudiante de Educación, mención Lenguas Modernas en la Universidad de Los Andes.

Yolanda Vethencourt: Nació en Valera, estado Trujillo un 27 de abril del 1945. Economista graduada en la Universidad de Los Andes; se desempeñó como directora y analista en varias instituciones del estado. Tiene baja visión desde los 18 años.


Índice Prólogo Compañeros de viaje La bolsa Alveiro Rangel

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Parranderos Betilio Albornoz

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El tren Euro Rojas

El extraño caso del cocodrilo Luis Alberto Molina Miedos María Antonia Uzcátegui El telescopio Orángel Montilla Sosa El sin esperanza Rita Flor Rivera El Lóbulo frontal Sofía Velázquez Zoombras Yolanda Vethencourt

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Se terminó de imprimir en diciembre de 2012 en el Sistema Nacional de Imprentas Mérida – Venezuela La edición consta de 500 ejemplares impresos en papel Ensocremi 55gr


Imagen en portada

©Hermes Leonardo Pérez Zapata Técnica: Grafito y marcador 19 x 12 cm


Este libro, Miradas, es posiblemente una de las primeras antologías de cuentos en Venezuela, hecho exclusivamente por escritores con discapacidad visual. Discapacidad que no los disminuye en nada, todo lo contrario, los hace visionarios. Aquí están sus miradas. Aquí está el comienzo de un camino que ojalá sea fructífero y amable para todos. Ya son escritores, dicho con humildad pero con toda la dignidad que implica la responsabilidad de escribir.


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