Pr贸logo Manuel Fernando Velasco
Luz negra Un acto en dos cuadros y un pr贸logo
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LUZ NEGRA © Cecilia Salaverría de Menéndez Leal, heredera, 2010 Colección ÍNDOLE CONMEMORATIVA, volumen 1 Primera edición
Dirección General de Publicaciones del Ministerio de Educación, San Salvador, 1967. © ÍNDOLE EDITORES San Salvador, 2010
© Manuel Fernando Velasco, prólogo, 2010 Fotografías y documentos, archivo Menen Desleal, heredera Concepto, diseño de prólogo: Carlos Clará Corrección de textos: Susana Reyes Director y editor general: Carlos Clará Editora de literatura: Susana Reyes Comunicaciones y prensa: Morena Azucena Gestión: Luis Angulo Finanzas: Jorge Hernández Webmaster y tecnologías: German Hernández Diseño editorial: Santiago Pérez Diseño gráfico: Juan Marcos Leiva Distribución y ventas: Marcela Cruz Este proyecto es apoyado por la Fundación Claribel Alegría
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Absurda racionalidad Una lectura de Luz negra
SE ABRE EL TELÓN A mis manos ha llegado un ejemplar de Luz negra. El negro de la ajada portada, con la foto de una cabeza y de unos ojos que miran a un lado, con el absurdo reflejado en el rostro, me trae recuerdos. Gratos recuerdos. Es la época del centro educativo en el que estudié. Evoco que el texto teatral que me dispongo a releer después de tanto tiempo me gustó mucho entonces. No he retenido detalles, pero el buen sabor que me dejó la lectura todavía resplandece en algún rincón de mi memoria. ¿La disfrutaré esta vez de nuevo o me decepcionaré de alguna manera? ¿Qué tendrá que decirme ahora, después de tantos años de haberla leída por vez primera, esta obra teatral? Antes de adentrarme en el relato, me sorprendo del tremendo éxito que ha tenido este texto desde 1961, cuando Álvaro Menen Desleal –pseudónimo de Álvaro Menéndez Leal– escribió la primera versión, y desde 1969, cuando después de asistir a cerca de 100 representaciones, el autor redactó una segunda versión que dejó los dos actos iniciales convertido en uno solo, dividido en dos cuadros. Miles de representaciones en diversos lugares del mundo se sucedieron desde entonces, con las 5
necesarias traducciones en los países que se requiere: El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, República Dominicana, Chile, Argentina, Venezuela, Brasil, México, Estados Unidos, Francia, Alemania, Dinamarca, Polonia… En todos los lugares, ante públicos diversos, aplausos de reconocimiento a un texto altamente provocador. Luz negra es un oxímoron: una combinación de dos palabras o expresiones de significado opuesto, como silencio atronador, dulce tristeza, fuego helado, música callada. La figura intenta ocultar un agudo sarcasmo bajo un aparente absurdo: el fanfarrón de la humildad, pacífico furioso, graciosa torpeza, filósofo ignorante, engaño leal. En ese sentido, es un absurdo pensar que una luz sea negra; si fuera ese el caso, la luz no tendría razón de ser, pues no sería de utilidad para iluminar determinado espacio. ¿Pero es que en realidad podemos escapar del absurdo, de lo extravagante, lo irregular, lo contradictorio, lo disparatado? Nos empeñamos en no contrariar la razón. Nos gusta definirnos como seres racionales. Y sin embargo, somos también sensaciones y a veces, somos incapaces de articular ideas claras y nos vemos de pronto en lo que solemos llamar, con el rostro fruncido, «situaciones absurdas». A partir de los años 50 y durante los 60, el teatro convencional y realista se había quedado sin ideas nuevas. La humanidad había visto cómo su racionalidad quedaba al margen frente a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Un absurdo de proporciones gigantescas, como acaba siendo toda guerra en cualquier época. Pero acá se tocó fondo. Los hombres y las mujeres no habían encontrado soluciones para sus problemas. Peor aún, se habían manifestado con la mayor crudeza y violencia. La lógica 6
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del sistema sucumbió ante lo ilógico, lo irracional. Y fueron, precisamente, la desconfianza en la razón y en la lógica social los dos aspectos principales que adoptó el teatro del absurdo. El dramaturgo Alfred Jarry decía por aquellos años: «Relatar cosas comprensibles solo sirve para entorpecer la memoria, mientras que el absurdo ejercita el cerebro y hace trabajar la memoria». El filósofo Jean Paul Sartre ya ha utilizado el término ‘absurdo’ para calificar la existencia humana en su análisis sobre el existencialismo. Nietzsche ha hablado del superhombre que, aunque razona, también siente y se deja llevar por sus pasiones y sus sentimientos. Las características del teatro del absurdo son todas hijas de su tiempo: al escritor no le interesa narrar una historia, sino exponer una situación; atributos existencialistas; diálogos repetitivos, que no discurren con armonía; realidad demostrada a través de símbolos; tramas que parecen no tener significado; se recurre al humor para evidenciar sentido crítico… Ahora, antes de anegarme en la relectura de Luz negra, a 10 años de la muerte de su autor, caigo en la cuenta de que Álvaro Menéndez Leal ha pasado a la historia como uno de los mayores representantes del teatro del absurdo latinoamericano. Ciertamente, en Europa entró en contacto con el teatro de Samuel Becket. Después escribió su obra dramática. Todo esto no hace más que aumentar el interés de mi reencuentro con esta pieza. Tomo, pues, el libro entre mis manos y me voy directo al prólogo. Se abre el telón. En un ambiente de obscuridad o luz total, aparece un hombre con las manos atadas a la espalda. Le han cortado la cabeza. Sufre. Aparenta un gozo, pero no nos convence. No nos ÁLVARO MENEN DESLEAL LUZ NEGRA s
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convence. No. Se mueve muy lento o se queda quieto. Un silencio antes de comenzar… PRIMER CUADRO Un patíbulo en el centro de una plaza. Basura, sangre y desorden… Moscas, muchas moscas… Dos cabezas. Goter, o la cabeza de Goter, se burla de Moter, o de la cabeza de Moter. «¡Ja ja ja ja! ¡Te cortaron la cabeza!», le dice. Cuando cae en la cuenta de que también a él le ha sucedido lo mismo, vuelve a reír: «¡Ja ja ja!... También me la cortaron». Al minuto volverá a reír, esta vez porque comprende que sus zapatos ya no lo llevarán más por las calles. Ninguno de los dos se llama así en realidad. Moter aclara que adoptó ese nombre porque despertaba confianza, algo conveniente para sus intereses, pues era un estafador. Goter dice que es su pseudónimo de revolucionario. Juntos, idean un plan: cuando alguien se acerque, gritarán una palabra para que sean escuchados. Si pueden hablar, pueden razonar; y si pueden razonar, es porque no están muertos, piensan. No les es sencillo ponerse de acuerdo en el vocablo que van a repetir. Discuten sobre qué palabra es la más apropiada, si ‘mierda’ o ‘amor’… Leo de un tirón el primer cuadro de la obra. Y lo primero que se me viene a la mente al terminar es esa división que nos empeñamos en remarcar entre cabeza y cuerpo, mente y corazón, razón y sentimientos, lógica y absurdo. Goter y Moter son dos cabezas. Deben estar muertos. Y sin embargo, siguen pensando. No aceptan su condición. Moter asegura que un brazo ha quedado retorcido debajo de su cuerpo; no lo puede ver, pero lo siente. 8
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Goter, incluso, siente movimiento en una de sus piernas. Moter siente que se han movido sus dedos, quizá para espantar algunas moscas. Piensan en un plan, pero al mismo tiempo se sienten quebrados, por dentro. Menéndez Leal parece decirnos que la mente es el cuerpo y el cuerpo es la mente, por lo que no debería de existir esa brecha entre la necesidad de tener certezas y el denso mundo que en apariencia carece de sentido. Y es que el conocimiento es siempre conocimiento parcial, fragmentario e interesado; no hay un conocimiento neutro. El conocimiento objetivo, parcial, desinteresado, puro, no existe; el conocimiento es subjetivo, prejuiciado, interesado, impuro, situado en un determinado contexto social. En esa misma línea, cabeza y cuerpo parecen estar separadas, de la misma manera en que Goter y Moter parecen ser dos personas distintas. Sin embargo, aunque se supone que recién se conocieron hasta el día del descabezamiento, son frecuentes las ocasiones en que aparece un ‘nosotros’ que da pie para pensar que, quizá, se trata de la misma persona. Al comienzo, Moter dice: «A veces, cuando pienso que bien pudimos…», y Goter lo interrumpe, airado. En ocasiones, las personalidades de ambos parecen traslaparse. Moter es también quien afirma: «Eso es lo que me exaspera. Hacemos un plan y, llegada la hora, como un par de imbéciles nos detenemos». Y luego: «Algo más que usar nombres falsos hacen iguales a un revolucionario y un ladrón vulgar. El pensamiento es un robo». La idea de la unicidad parece reforzarse. Hay otra separación que al parecer también se quiere borrar: individuo y sociedad. A decir de los personajes, es el año de Hitler, el año de los Perdedores, el año del ÁLVARO MENEN DESLEAL LUZ NEGRA s
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Che Guevara, el año de Mao-Stalin, de la libertad, de la paz, de la democracia, del pueblo, del amor, de la muerte… Es un mismo individuo en distintas sociedades. Por otra parte, hay claras referencias existencialistas: A Moter, un hombre le cubre su cabeza con un pañuelo que le dificulta respirar y, sobre todo, le impide ver; «El mundo que nos rodea es hijo del hambre… Esta basura y esta sangre son también hijas del hambre»; «Es el año de las cabezas sin hombre. Es el año de los hombres sin cabeza»; «Así, pues, causamos horror… Horror y asco»; «Es duro a estas horas reconocer nuestra propia estupidez… ¿Lloras?»; «Uno empieza por olvidar; por un rato, no más… Luego llega una extraña, vívida y fugaz revisión de toda la vida… Después, la nada»; «Siempre estuvimos muriendo». El final del primer cuadro es desgarrador. Dos cabezas, dos almas, gritando ‘amor’ en medio de una plaza colmada de basura y moscas. Es un grito desesperado. Desconsolado y esperanzado a la vez. «¿Nadie? Nadie. Es terrible. Es terrible», se dicen Moter y Goter. A finales de la década de los 60, el autor visualiza esta escena. Pero no son esos años. Son los 70. Los 80. Los 90. Es el siglo XXI. Es el inicio de la segunda década de este siglo. Somos nosotros. SEGUNDO CUADRO Ha obscurecido. Cesó el viento. Moter sopla insistentemente el pañuelo. Dos cuerpos. El sentido del humor continúa presente en los personajes. De nuevo, Goter se ríe de los resoplidos de Moter, quien hace lo imposible por botar el pañuelo que cubre su cabeza. Moter dice que el que sea toda una cabeza es un consuelo, pues ya no le dolerán los callos. La charla entre 10
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dos cabezas, cuyos cuerpos yacen a distancia, sigue animada. En este segundo cuadro aparecen dos símbolos: la niña y el ciego. La niña lleva velas encendidas y las coloca en torno a los cuerpos de Goter y Moter. Después se persigna y, horrorizada, le quita el pañuelo a Moter. Ellos son incapaces de seguir el plan y pronunciar la palabra acordada. Para Moter, se trataba de un ángel. Aunque siente miedo y sale corriendo, la niña demuestra más control que otras personas y con su pureza le quita el velo de los ojos a Moter. A mí la niña me recuerda a Fernanda, mi hija. Se acerca con sus ojos grandes y hermosos. Su sensibilidad infantil no la deja indiferente ante la desolación y tristeza de esos seres que hablan, que han gritado desesperadamente ‘amor’ a la espera de que alguien los escuche. Ella, que ha nacido del amor y es amor, coloca unas velas encendidas para honrar la memoria de estos a quienes la sociedad ha despreciado y ha condenado. Con su gesto, la niña, me parece, nos dice que no podemos permanecer indiferentes, ni fríos, ni impasibles ante el dolor del Otro. Más aún: nos dice que no podemos ser insensibles ante la precariedad del Otro, porque ese Otro es nuestra responsabilidad. Esos Otros tienen rostro y nombre, caminan entre nosotros: son los miembros de una pandilla, las prostitutas, los borrachos, los drogadictos, los homosexuales, los marginados y excluidos, esa gente nuestra a la que como profesionales debemos servir y como humanos debemos amar. Goter dice que el acto de la niña fue «piadoso» y Moter reconoce que ahora siente algo que lo «alivia». ÁLVARO MENEN DESLEAL LUZ NEGRA s
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Goter agrega que esas llamitas que ahora pueden ver tal vez sean ellos mismos: «Tan endebles y tan inermes, como inermes y endebles fuimos siempre nosotros», dice. El ciego es el único que puede escuchar a Goter y Moter. Conversa con ellos. Intercambia ideas. Es el ciego quien, al no poder percibir con ojos físicos, consigue entrar en contacto con el interior de unos seres que se rehúsan a morir mientras puedan hacer uso de la palabra y experimenten sensaciones con los cuatro sentidos que aún conservan: la vista, el gusto, el olfato, el oído. El ciego ha perdido los ojos porque se ha rehusado a ser un traidor. Lo torturaron para que delatara a sus compañeros, pero él nunca los traicionó. Después de escuchar al ciego, las dos cabezas se sienten, de algún modo, menos solas, ya que lo que le ha pasado al ciego es «terrible», tan terrible como lo que les ha sucedido a ellos. Entonces se sienten en capacidad de saberse humanos y de contar con identidad. Así, Moter define a Goter como un idealista, como un ser pensante. Y Goter define a Moter como un ciudadano que también pensaba. A mí el ciego me recuerda a un amigo y maestro que falleció hace cuatro días. Es un hombre sensible y sencillo. Y al igual que la niña, no puede permanecer indiferente ante aquellas voces que, lo intuye, reclaman la vida. Antes de despedirse, nos ofrece la posibilidad de un tremendo acto solidario: él, dice, es fuerte, por lo que puede llevar sobre sus hombros al que llama «lisiado». «Yo pongo mis piernas, él pone sus ojos», ofrece. La imagen es tremendamente conmovedora. La responsabilidad por el Otro en su expresión máxima. Yo soy responsable del Otro, aunque el Otro no quiera responsabilizarse por mí (Levinas). ¿Y qué tiene esto de racional? Nada. Nada. Pero es claro que el 12
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relativismo, la indiferencia, es el primer paso hacia la barbarie. No puede seguirse separando la ética del poder y la política (Bauman). Antes de retirarse, el ciego les cuenta que colecciona nombres de plazas, pues el corazón de una ciudad está en ellas. Pregunta cómo se llama la plaza en la que están. Goter le pide que les diga cómo cree que se llama. El ciego contesta «plaza Libertad». «Te equivocaste», le responde Goter. «Entonces, ¿cómo se llama?», pregunta el ciego. «Plaza Libertad», contesta Goter. Y Moter añade: «¿Libertad? Yo creí que se llamaba ‘plaza Libertad’». Absurdamente, repiten el mismo nombre 7 veces más. Es como si no cayeran en la cuenta que dicen lo mismo. Al final, el ciego propone que la plaza se llame Libertad. Goter replica: «¡No estaría mal! Tienes buen gusto». Moter, en cambio, se limita a exclamar: «Plaza Libertad, Plaza Libertad o Plaza Libertad, ¿qué más da? Se llame como se llame un día servirá otra vez para lo que sirvió hoy». La reflexión que puede desprenderse es muy interesante: ¿qué clase de libertad hemos forjado como sociedad, como colectivo?, ¿por qué no basta la libertad que tanto pregonamos para cambiar al mundo? ¿Estamos hablando de libertad para explotar las reglas del mundo en beneficio exclusivamente personal? Estamos ante un absurdo, alimentado, paradójicamente, por la razón: el incremento de la libertad individual puede coincidir con la impotencia colectiva. Es lo que Bauman llama libertad negativa. La libertad negativa es una impotencia. La libertad positiva es algo más, mucho más, que falta de restricciones. Es importante contar con la libertad de decidir. Pero, también, debe existir libertad para realizar, ÁLVARO MENEN DESLEAL LUZ NEGRA s
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para hacer posible, lo que hemos decidido. La libertad individual solo puede ser producto de un esfuerzo colectivo. La libertad individual solo puede ser posible en sociedad. Lamentablemente, esa misma sociedad ha condenado al descabezamiento a Goter y Moter. El final del segundo cuadro es igualmente desgarrador que el cierre del primero. Aparece el hombre de la limpieza y Moter y Goter gritan con todas sus fuerzas la palabra ‘amor’. Pero no los escucha. De nuevo, gritan «amor» una y otra vez. Más alto cada vez. Veinte veces en total. Pero nadie, nadie, los escucha. SE CIERRA EL TELÓN Cierro el libro. Lo dejo a un lado, pero continúa conmigo. Tengo la sensación, la sensación, de que todo está dicho. No es necesario pensar más. No es preciso añadir más. Guardo silencio. Agudizo mi sentido del oído. Escucho con atención. Me llaman. Debo acudir. Manuel Fernando Velasco. San Salvador, 13 de mayo de 2010.
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