6 minute read

José María Robles Fraga El rango de Rusia

Next Article
NOTICIAS

NOTICIAS

El rango de Rusia

José María Robles Fraga // Diplomático. Ex -embajador en Moscú

Advertisement

La guerra de Ucrania ha hecho entrar a Europa y a todo Occidente, en una nueva época. La etapa de la post-guerra fría ha acabado con esta guerra, un nuevo tipo de conflicto en el que los combates reales y terribles en las tierras negras de Ucrania se combinan con sanciones económicas y comerciales, ataques cibernéticos, desinformación, acciones de organizaciones transnacionales y nuevos medios de comunicación. Esta nueva forma de resolver los conflictos tiene sin embargo un límite que nunca deberíamos cruzar, el que fijan las armas nucleares, químicas o biológicas. Es un momento extremadamente peligroso en la historia de la humanidad.

Esta es la época de los grandes disturbios globales, con Rusia como gran disruptor del planeta. A la pandemia de COVID-19 ha sucedido una guerra injustificable y presentida desde la anexión ilegal de Crimea en 2014. No escuchamos entonces los avisos de los países del Báltico, siempre desconfiados de la naturaleza y las intenciones de Rusia. Quizás hubiera sido más útil haber tratado de entender los argumentos de estos viejos conocedores del líder del Kremlin. Preferimos fiarnos de la teoría, bien desarrollada en cancillerías y think-tanks occidentales, de la inevitable evolución y normalización del sistema político de Rusia que traerían el comercio, las conexiones gasísticas y los contratos petroleros.

La sociedad rusa había cambiado, es cierto, y mucho desde la caída del régimen soviético, por la cercanía, los viajes y los negocios con Europa, pero ese cambio no impulsó evolución positiva o liberalizadora alguna del sistema político ruso desde la llegada de Putin al poder en 1999. Muy al contrario, en su largo mandato, el poder ruso se fue haciendo cada vez más vertical, cerrado, agresivo y también inseguro frente a la aceleración de la globalización, la revolución tecnológica y la transición energética.

Esta política agresiva y destructora de Putin, que nace de las antiguas inseguridades de la patria rusa, se vió alimentada por las bien modernas incertidumbres del siglo XXI. Es pues una crisis existencial de nuevo tipo en la que para evitar la desaparición de la Rusia idealizada toscamente por Putin y sus propagandistas, se afirma que, a pesar de todo, de su decadencia demográfica y su kleptocracia obscena, Rusia necesita para sobrevivir mantenerse como sea en el rango de las super potencias y a la par de los Estados Unidos, su archienemigo. En esta lógica Rusia nunca deberá conformarse con ser un miembro más de la sociedad europea y global y aceptar sus reglas y sus convenciones. En esta visión la Unión Europea no existe y si lo hace es solo como apéndice del rival americano. Si se conformara a las reglas de los demás mortales, Rusia dejaría de existir pues como dijo el poeta “en Rusia solo se puede creer“ y Rusia o es la“tercera Roma“ o no es nada. Sin excepcionalidad Rusia no tiene, en fin, sentido histórico alguno.

Como esta cuestión existencial no puede dirimirse en una lucha frontal contra los Estados Unidos y sus aliados atlánticos, la duda entre la naturaleza europea o asiática del alma rusa se intenta resolver con una guerra contra el pueblo ucraniano, doblemente culpable por eslavo y por querer un futuro europeo y no moscovita. Algunas de las derivaciones ideológicas de esta guerra sitúan esta guerra de agresión en un conflicto eterno entre el alma ortodoxa de Rusia y el “todo occidental“ corruptor y liberal.

Los gobernantes de Rusia han embarcado de esta manera a su país en una guerra terrible, que, como tantas veces en el pasado, servirá para ratificar la frase del antiguo primer ministro Chernomyrdin, quien, preguntado por el proceso de privatizaciones de los años 90 –origen de todas las corrupciones presentes– respondió: ”Quisimos lo mejor y salió como siempre”. La campaña militar volverá a arrasar ciudades y alentar masacres pero Rusia sacará poco en claro salvo el derroche inútil de vidas y ejércitos.

Quizás sea esta parecida a la guerra de 1905 contra Japón, aventura nacida de la imprevisión y el orgullo imperiales. Como entonces, no es probable que Putin consiga hacer compatible un desastre militar con el nivel de vida que espera su pueblo, lo que tendrá probablemente consecuencias graves para la estabilidad de Rusia. Ucrania saldrá destrozada, sin duda, pero firmemente anclada en occidente y mas lejos de Rusia que nunca antes en su historia. Habrá hecho más el presidente Zelensky por la construcción de la Unión Europea de la defensa que todos sus estados miembros juntos. Europa contará con una fuerza y una legitimidad nueva en el mundo. La Alianza Atlántica, de la que no hace tanto el presidente Macron decía estaba en estado de muerte cerebral, será más pertinente

Foto: iStock.com/Yury Karamanenko

y sólida que nunca. El vínculo atlántico con los Estados Unidos se verá reforzado y Washington no podrá olvidarse de Europa. Esta es una guerra de alcance global, en la que todo el mundo debe posicionarse, empezando por la gran y ambigua China.

Con todo, será muy difícil que Putin evite la derrota de Rusia después de embarcarla en un proceso de autodestrucción militar y política que, inevitablemente, rebajará su peso global sin lograr detener su decadencia demográfica o la transición climática. El proyecto de Putin de resucitar Rusia como rival de los Estados Unidos, despreciando a Europa y buscando el apoyo de China, fracasará en los campos y ciudades de Ucrania.

La pérdida más evidente para Rusia será, en primer lugar, la del soft power, la de la influencia de la que aún disponía y a la que había dedicado ingentes recursos y habilidades, construyendo una imagen y una presencia que fomentaba las divisiones y dudas de occidente y de sus rivales regionales. El ejemplo más cercano lo tenemos, en España, en la intervención de los medios y agentes rusos en la pasada crisis catalana. Más recientemente se presentaba a Ucrania como un estado fallido, incapaz de existir por sí solo fuera de Rusia y por tanto merecedor de la invasión y la destrucción nacional.

La brutalidad de la invasión y la mendacidad de estos argumentos, confrontados por una nación valerosa y dispuesta a resistir, ha destruido cualquier comprensión o aceptación de la lógica del Kremlin.

El ejercito ruso, quizás consiga algunos éxitos o avances territoriales que Putin incluso pueda presentar a su pueblo como la victoria que todo lo justifica, pero esta guerra ha destruido no solo enormes recursos, vidas y riquezas sino la misma idea de que Rusia es un miembro respetable y un socio fiable de la comunidad internacional.

Esta guerra asentará a Ucrania, aún más firmemente, en la familia europea; fortalecerá la Alianza Atlántica y reforzará a Europa y la unidad de los europeos. Cambiará el paradigma de nuestra seguridad, que necesitará de una reordenación de prioridades y gastos en el terreno de la seguridad, defensa y política exterior. Acelerará la transición energética y la reconsideración de la política de la energía en Europa por la necesidad imperiosa de fuentes de suministro diversificadas y fiables y de una mayor independencia, con una valoración nueva de las tecnologías renovables y nucleares.

La guerra de Ucrania, guerra oportunista y despiadada, representa, en fin, el fracaso de una idea, equivocada y excesiva, sobre el rango de Rusia entre las naciones, mezcla de poderío militar y de riqueza en recursos naturales. Ni esta fortaleza era tal –como estamos viendo– ni se sustentaba tampoco la imagen que tenía el Kremlin de la debilidad y división de occidente y Europa. n

This article is from: