Desde sus orígenes el Partido Socialista chileno siguió una evolución política muy particular. Ciertamente no era un partido de la vertiente comunista, pero tampoco era socialdemócrata, ni derivó hacia una fuerza de izquierda populista latinoamericana, como lo hicieron otros movimientos que nacieron en fechas parecidas al socialismo chileno. Tal vez demasiado ideológico para ser populista, demasiado libertario para ser comunista, demasiado revolucionario para ser socialdemócrata. Comité Editor
número
2 dos
NÚMERO 2 - AÑO 2- ABRIL 2015
igualdad y democracia revista
IDEAS SOCIALISTAS PARA UN NUEVO CICLO
EDITORIAL
Comité Editor
Revista
Presidente Instituto Igualdad Camilo Escalona M.
Centro de Estudios Instituto Igualdad Revista Igualdad y Democracia Número 2. Año 2. Abril Santiago/Chile, Instituto Igualdad, 2015 revista@igualdad.cl
Director Ejecutivo Hugo Espinoza G. Comité Editorial Ernesto Águila Z. Oriana Avilés M. Rodrigo Cárcamo H. Jaime Illanes S.
Instituto Igualdad Darío Urzúa 1763, Providencia Santiago de Chile Chile (056) 2 2274 2258 instituto@igualdad.cl
Foto Portada: “Sede Partido Socialista de Chile” por Comité Editorial Revista “Igualdad y Democracia”. Foto Contraportada: VI Congreso General del Partido Socialista (1939) [Public domain], via Wikimedia Commons.
ISSN 0719-5192 versión impresa ISSN en trámite versión en línea Impreso en Chile
ÍNDICE DE CONTENIDOS
EDITORIAL SOCIALISTAS, IDENTIDADES Y PROYECTO HISTÓRICO Comité Editor
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BIOÉTICA EL AUXILIO AL SUICIDIO COMO OBSTÁCULO A LA EUTANASIA: LA TAREA DE ALMEYDA por Pedro Pablo Pincheira S.
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SOCIEDAD CIVIL PARTICIPACIÓN POLÍTICA: LA DEMOCRACIA EN SU ENCRUCIJADA por Víctor Soto Martínez
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ENSAYO 2006 – 2011: TRAZAS DE UNA NUEVA GENERACIÓN por Ernesto Águila Z.
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DOSSIER PS: HISTORIA, IDENTIDAD Y PROYECTO DEL PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE BREVE HISTORIA DEL PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE: LA PRIMER ÉPOCA (1933-1970). PARTE PRIMERA por Francisco Melo Contreras
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EL PARTIDO SOCIALISTA, COMO YO LO QUIERO por Clodomiro Almeyda
67
LA INFLUENCIA DEL APRA EN EL PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE (EXTRACTO) por Juan M. Reveco
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1
POPULISMO, DEMOCRACIA Y MARXISMO EL DEBATE DE LA IZQUIERDA CHILENA Y LA CANDIDATURA PRESIDENCIAL DE SALVADOR ALLENDE EN 1952 por Joaquín Fernández Abara
85
EL PARTIDO SOCIALISTA Y SU HISTORIA por Patricio Quiroga
101
DEMOCRÁTICO Y REFORMISTA, EL ÚNICO SOCIALISMO POSIBLE por Freddy Cancino
107
“CECILIA” Y “CARMEN”: HISTORIA DE MUJERES SOCIALISTAS EN LA CLANDESTINIDAD por Juan Azócar Valdés
112
LA UNIDAD FUE POSIBLE: SOBRE LA UNIFICACIÓN DEL PS DE 1989 por Camilo Escalona
119
REFLEXIONES SOBRE EL PARTIDO SOCIALISTA: A 25 AÑOS DE RECUPERADA LA DEMOCRACIA por Marcelo Varas Santibáñez y Cristóbal Vega Carrillo
125
DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS DE LOS ESTUDIANTES SOCIALISTAS DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE www.socialistasuchile.cl 135
EDUCACIÓN EL CAMPO DE LA EDUCACIÓN Y EL CAPITAL CULTURAL por Jaime Illanes S.
138
DECLARACIÓN DINERO Y POLÍTICA; CARTA DE LA COMISIÓN ECONÓMICA DEL PARTIDO SOCIALISTA por Comisión Económica Partido Socialista de Chile
2
148
COLUMNA CHILE POR BUEN CAMINO: MUJER, PAZ Y SEGURIDAD por Rodrigo Cárcamo Hun
153
ENSAYO REFLEXIONES EN TORNO A LA TENSIÓN ENTRE SOCIEDAD Y POLÍTICA EN LA ACTUALIDAD Compiladores Jaime Illanes Silva y Henry Saldívar
157
RESEÑAS DE LIBROS PENSAR Y PODER. RAZONAR Y GRAMÁTICA DEL PENSAR HISTÓRICO DE HUGO ZEMELMAN por EAZ
167
PIGMENTOCRACIES: ETHNICITY, RACE AND COLOR IN LATIN AMERICA DE EDWARD TELLES por Javier Castillo J.
169
SOCIEDAD CIVIL Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA. REFLEXIONES Y PROPUESTAS REGIONALES, DEL ÁREA DE INVESTIGACIÓN JURÍDICA INSTITUTO IGUALDAD por JIS
173
MENÉNDEZ, REY DE LA PATAGONIA DE JOSÉ LUIS ALONSO por EAZ 175 COMENTARIO DE CINE LA ISLA MÍNIMA: UNA HISTORIA DE IMPUNIDAD DE ALBERTO RODRÍGUEZ por Raquel Águila
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EDITORIAL
SOCIALISTAS, IDENTIDADES Y PROYECTO HISTÓRICO Comité Editor
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ay quienes dicen que lo que debiera celebrarse no es la aparición del primer número de una revista sino su segundo número. Ello, porque el mundo de las revistas, particularmente en el ámbito político, está poblado de publicaciones cuyo ímpetu se agotó en el primer ejemplar. Por lo anterior, y con legítima satisfacción, podemos presentar ahora el segundo número de la Revista Igualdad y Democracia.
lismo. En esa originalidad histórica y teórica que se frustró violentamente el 73, quedó plasmada posiblemente lo mejor que ha podido dar el Partido Socialista a la sociedad chilena y al movimiento popular. En el presente número se reúnen trabajos que recorren distintos momentos de la historia del socialismo chileno. Se pasa revista a distintas etapas de la historia del PS y a las distintas lecturas que esos periodos ofrecen. Una de las carencias de este número es no contar con un análisis acabado del último gran proceso ideológico que vivió el socialismo chileno: la renovación socialista. El tema es de tal importancia que lo abordaremos por separado, en un número posterior, intentando ver cuál es la vigencia de dicho proceso renovador, cuáles fueron sus aciertos y errores. Lo cierto es que ese impulso renovador de fines de los 70’ definitivamente agotó su ciclo.
Este segundo ejemplar tiene como tema central al Partido Socialista. Desde distintos ángulos y con diferentes miradas se recorre su historia, tratando de desentrañar la identidad y singularidad del socialismo chileno. El Partido Socialista chileno siempre ha intrigado un poco a los estudiosos de la política y de los partidos políticos a nivel latinoamericano y mundial, por cierta dificultad que existe para clasificarlo de manera simple o siguiendo los grandes parámetros internacionales en que se ordenan las fuerzas políticas. Desde sus orígenes el Partido Socialista chileno siguió una evolución política muy particular. Ciertamente no era un partido de la vertiente comunista, pero tampoco era socialdemócrata, ni derivó hacia una fuerza de izquierda populista latinoamericana, como lo hicieron otros movimientos que nacieron en fechas parecidas al socialismo chileno. Tal vez demasiado ideológico para ser populista, demasiado libertario para ser comunista, demasiado revolucionario para ser socialdemócrata.
Una de las grandes posibilidades, que incluso en las actuales condiciones de cierta difusión de su identidad y de ausencia de un proyecto histórico, el Partido Socialista tiene para sobrevivir y proyectarse al futuro dice relación con que cuenta con un amplio repertorio de opciones ideológicas e históricas —y de importantes herencias morales— así como de algunos especiales momentos de creatividad política, que perfectamente puede dar hoy en el presente con distintos registros históricos para pensar su identidad y su proyecto histórico futuro.
La singularidad y creatividad socialista, sin duda, alcanzó su punto más alto con el “allendismo”, entendido este como el proyecto de una vía democrática e institucional al socia-
Lo que parece indiscutible es la necesidad que el Partido Socialista —que para fines de año anuncia un Congreso— , inicie uno de esos grandes momentos de reflexión que han exis-
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tido a lo largo de su historia. Debatir sobre el proyecto histórico, y la identidad del socialismo chileno, constituyen tareas que comienzan a estar a la orden del día. En esa dirección quiere aportar este segundo número de Igualdad y Democracia
Comité Editor
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BIOÉTICA
EL AUXILIO AL SUICIDIO COMO OBSTÁCULO A LA EUTANASIA: LA TAREA DE ALMEYDA por Pedro Pablo Pincheira S.
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Una libertad que quita la vida no es libertad. Una vida que quita la libertad no es vida” (Ramón Sampedro, marinero y poeta español partidario de la legalización de la eutanasia)
dirigente político, pero también nos dejó tareas por realizar, como hacernos cargo del derecho a una muerte digna.
I. El derecho a la muerte digna
Introducción
1.—¿Derecho a la eutanasia?
C
onmemorar un aniversario no implica sólo un vistazo al pasado y evocar viejos triunfos y proyectos, sino que también tiene que ver con perspectivas y proyecciones. Para saber hacia dónde vamos es necesario saber ‘dónde estamos’ ¿Cómo realizamos tal ejercicio? Echando mano al pasado para reconstruir el camino que se ha andado hasta el momento.
La primera pregunta que debería abordarse es si existe efectivamente un derecho a la eutanasia o reformulado como un derecho a la muerte digna. Para la concepción tradicional y, por cierto, conservadora, no existiría algo así como un derecho a la muerte en condiciones dignas o sin sufrimiento, dado que dicha postura conservadora trabaja en base a una defensa irrestricta —y mal entendida, como se pretende demostrar— del derecho a la vida, consagrado en el artículo 19 n°1 de Constitución Política de Chile de la República de 1980.
Hace ya un año, el doctor Manuel Almeyda, histórico militante del Partido Socialista, redactó una carta dirigida al Presidente del Colegio Médico de Chile donde, en pocas palabras, solicitaba formar una comisión para legislar sobre la eutanasia1. Un día después se produciría su deceso. La publicación de la misiva en el pasado mes de septiembre puso nuevamente en el tapete el debate sobre la eutanasia y su regulación jurídica en nuestro país.
Resulta relevante conceptualizar, entonces, qué entenderemos por el derecho a la vida. Al respecto Figueroa señala que: …el derecho a la vida consiste en el derecho a que no nos maten arbitrariamente. Esta concepción parte de la base de que el objeto del derecho a la vida no es la vida como una realidad fenoménica sino una conducta de terceros, la de matar arbitrariamente a otro. En consecuencia, esta concepción del derecho a la vida distingue el derecho a la vida de la vida (Figueroa 2008).
Manuel Almeyda tenía 89 años al momento de su muerte y llevaba a cuestas años de lucha política, oposición a la dictadura militar, torturas y exilio. Sin duda, un gran legado adorna la figura de este destacado 1 La carta está disponible en línea en: http://www.revistasaludpublica. uchile.cl/index.php/RCSP/article/viewFile/31984/33777
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Esta noción implica entender el derecho como tal, es decir, un derecho y no como el fenómeno del funcionamiento biológico del cuerpo humano, o incluso de la actividad tronco-encefálica, puesto que al extremar el argumento entendiéndolo de tal manera, el Estado debería hacerse cargo de todas las muertes de sus ciudadanos, pues ‘garantiza’ su vida. La concepción tradicional ha tratado siempre a estos derechos —la vida, la integridad, la libertad, etc.— como indisponibles para su titular, con la mirada puesta en que puedan transferir tal titularidad a un tercero, con especial atención a no dejar ningún espacio que permita la esclavitud en alguna de sus formas. Esta visión ha evolucionado hasta entender tales derechos como patrimonialmente disponibles para su titular, y, por lo tanto, es posible prescindir de ellos, “lo cual ha dado origen a la existencia subsecuente de una especie de derechos contrarios, que se escindirían de derechos consagrados constitucionalmente como una suerte de contrapartida o contracara suya, tales como el derecho a la eutanasia y al suicidio asistido” (Vivanco 2014, 37). En ese sentido, avalar la existencia de un derecho a la eutanasia requeriría, también, un fuerte reconocimiento de la autonomía individual, que a día de hoy encuentra un precario resguardo en el sistema jurídico chileno. Puesto de otra forma: hoy en día, un sujeto puede autorizar que se le efectúen cortes importantes, afectar su salud con el suministro de múltiples tipos de fármacos y drogas e incluso autorizar intervenciones sobre su cuerpo con altos porcentajes de riesgo de muerte —más del 50%, por ejemplo-, las que significan una lesión impor-
tante a su integridad física. Dicha integridad tendría el mismo rango de bien jurídico indisponible, tal como el bien jurídico de la vida independiente, pero la disposición de este último está absolutamente prohibido, dado que es imposible solicitar que se le dé muerte de forma digna y sin sufrimiento. Desde luego, la única forma legítima de lesionar la vida es ejecutando la acción lesiva el propio titular del bien jurídico, puesto en términos más simples, que el sujeto ejecute una acción suicida2. Entender el derecho a la vida en el sentido que señala Figueroa, hace posible fundamentar dos líneas argumentativas: a. El Estado no es garante de la vida del ciudadano, sino, como señala Figueroa, que estará protegida ante lesiones arbitrarias provocadas por terceros. b. Las vidas-fenómeno deben ser iguales, la persona tiene derecho, además, a que dicha vida sea digna y en condiciones que faciliten su desarrollo personal —acceso a derechos sociales como la educación y la salud—. La vida, en cualquier caso, debe ser digna, por lo tanto quedan excluidos tratos vejatorios o discriminatorios que puedan lesionar tal dignidad, así, es posible apuntar al tema central: ¿cuál es el estatus con el que debe calificarse a los enfermos que exhiben graves cuadros dolorosos o de sufrimiento incurables? ¿Pueden solicitar su muerte en pos de la conservación de su dignidad? Incluso podría evolucionar hasta su consagración como un derecho humano 2 Este tema será abordado en la segunda parte.
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de cuarta generación (Valdés 2013, 160-161). 2.—Eutanasia y suicidio asistido A pesar que, al día de hoy, el legislador chileno no ha tenido en consideración principios de bioderecho3 para la elaboración de normas que traten asuntos relacionados directamente con el cuerpo humano4, existen ciertas líneas que establecen un estándar mínimo de exigencia o límites cuando se trata de temas tan sensibles como la integridad y la vida. Tener a la vista los principios de autonomía, dignidad, integridad y vulnerabilidad como líneas generales podría ayudar a ver en perspectiva el asunto de la eutanasia (Valdés 2013). Si entendemos eutanasia como “una forma de disposición de la vida con3 Al respecto: “La necesidad de normar conductas ha dado nacimiento al bioderecho, que judicializa y legisla aspectos fundamentales de la vida humana: sus inicios, las relaciones de enfermedad, medicina y sociedad, el proceso de muerte. Un manto normativo bajo el cual continúan las polémica, las disputas y el ejercicio de poder que, por definición, favorece a quienes lo detentan y solidifica el desamparo de los desmedrados” (Kottow 2014, 166); “La doctrina del bioderecho enfatiza la importancia de reconocer al ser humano como sujeto de derechos fundamentales tales como autonomía, dignidad, inviolabilidad y vulnerabilidad. A la vez, acentúa una obligación primordial que cada sociedad debería promover: respetar aquellos derechos en un contexto de coexistencia pluralista y democrática” (Valdés 2011, 113). 4 Esto se desprende del nulo interés que tiene el sistema jurídico en relación al reconocimiento fuerte de la autonomía individual en las decisiones que competen al propio cuerpo.
sistente en la acción u omisión deliberada que tiene como expresa intención el poner término a la vida de otra persona, por causas humanitarias, ya sea a su pedido o sin que medie tal solicitud” (Vivanco 2014, 63); y suicidio asistido como “darse muerte uno mismo, con la activa participación de oro en tal acto, el cual lo asiste y/o facilita la terminación de la vida.” (Vivanco 2014, 94), podemos establecer que la tan mencionada muerte digna, se identifica con una muerte solicitada por el enfermo, la que pone fin a un cuadro de sufrimiento, dolor o incluso a una enfermedad degenerativa que puede prolongarse por años, pero que no tiene posibilidad de cura, lo que lleva al enfermo a querer poner término a su vida. La eutanasia puede ser ejecutada de varias formas, pero en todas ellas hay elementos que coinciden: el consentimiento —sea expreso o tácito del enfermo— y que la acción sea ejecutada por un tercero, quien puede ser el médico tratante —aquí hablaremos generalmente de suicidio médicamente asistido— o un pariente o cercano —será asistido a secas—. Es posible reconocer, entonces, como patrón fundamental que el enfermo es incapaz de realizar la acción suicida o de muerte por sí mismo, cuando hablamos de los suicidios asistidos, pero también puede ocurrir que el enfermo ejecute dicha acción habiéndosele facilitado los medios para realizarlo5. 5 Esto ocurre, por ejemplo, en el conocido caso de Ramón Sampedro, marinero postrado por más de 30 años a causa de una tetraplejia producida en un accidente en su juventud, retratada en la película Mar adentro del director Alejandro Amenábar.
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Antes de abordar temas penales, es importante recalcar que la participación de personal médico, para una correcta ejecución de la acción de muerte es fundamental, tanto como ocurre en los procedimientos médicos de aborto, a pesar de la crítica que se ha levantado por algunos sectores en la que argumentan que conceder a los médicos la facultad de dar muerte a los pacientes que presenten cuadros terminales —y que así lo deseen, por cierto— o extremadamente dolorosos, convertiría a los médicos de conservadores de la vida en agentes de la muerte, lo que no se condice con la realidad, puesto que antes que conservadores de la vida a todo evento, los médicos orientan su actividad hacia evitar el sufrimiento del enfermo (Orentlicher 1998, 841842)6. La idea, asentada en el tiempo, consistente en que el momento de la muerte es un dominio exclusivo de Dios, se presenta, también como uno de los más fuertes fundamentos en contra de la eutanasia, esto explica la cercanía que tienen las causas a favor de la despenalización o legalización del aborto y la eutanasia, como también la resistencia por parte de grupos conservadores ante ambas iniciativas. Sin duda, el sustrato religioso tiene aún amplia cabida en el debate público en Chile, lo que provoca problemas para el avance de derechos que podemos entender que corresponden al dominio de la autonomía individual, como el aborto y la eutanasia, pues la mencionada crítica no se hace cargo del problema, pues 6 También sostenido por el doctor Miguel Kottow en entrevista en el programa Tolerancia Cero en septiembre de 2014.
no hay ninguna posición que sea más favorable a la vida a que exista el derecho a dar término a la propia existencia con dignidad y sin sufrimiento. La influencia de esta visión se ve reflejada en la férrea oposición que los partidos políticos de derecha conservadora han demostrado, siquiera para discutir el asunto, por lo que, sobre este punto, poco se ha avanzado en Chile.
II. Eutanasia y la participación en el suicidio 1.—La punibilidad de la participación en el suicidio El suicidio, desde antaño, ha tenido una connotación negativa dentro del espectro moral, sobre todo en la occidental, fuertemente influida por el cristianismo. La idea de que la vida y la muerte son asuntos de Dios y que el hombre no debe actuar como tal al elegir el momento de su muerte, llevaron a aplicar sanciones como la deshonra o lesionar el cadáver del suicida durante la Edad Media y los años siguientes, dominados por la Inquisición. Pero, en términos generales, es posible sostener que el suicidio no es un asunto que preocupe al Derecho Penal (Jakobs 1999, 24), dado que, prima facie, es una conducta que no significa una lesión a una relación social o un bien jurídico de terceros, por ende, no hay injusto alguno (Jakobs 1999, 37). Jakobs fundamenta esta posición haciendo referencia a
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postrado en cama, había decidido, en pleno uso de sus facultades mentales, acabar con su vida a través de una inyección de Scophedal —un analgésico con efectos narcóticos—. Como temía que pudieran fallarle las fuerzas, le pidió a su sobrino ayuda en caso de que fuera necesario. Algunos días después puso en práctica el plan, cayendo enseguida en un sueño profundo. Al llegar el sobrino, y por temor a que la tentativa de suicidio quedara probablemente fracasada, le suministró una inyección adicional. El médico murió una hora más tarde. Probablemente, también habría muerto como consecuencia de la inyección que él mismo se aplicó. Únicamente puede constatarse con seguridad que sin la intervención del sobrino habría fallecido, como mínimo, una hora más tarde (Roxin 1999, 14).
Kant, quien concibe el suicidio como una lesión a un deber contra sí mismo dentro del ámbito moral, pero no en el jurídico, por lo que no constituiría un delito, sólo significaría negar la moralidad de la propia existencia, eliminando del mundo un fin en sí mismo. Evidentemente, hay una lesión contra la vida, pero sólo en su sentido biológico. (Jakobs 1999, 3334). Si tenemos establecido que el suicidio como tal resulta impune para el autor-víctima, debe concluirse que la participación en él también resultaría impune, pues no hay injusto sobre el cual justificar la sanción de la participación (Roxin 1999, 12). Tradicionalmente se ha entendido que la vida, la integridad y la libertad son bienes jurídicos personalísimos, lo que significa —según esta visión— que el titular no puede transferir a otros la disposición sobre dichos bienes, pero en el caso de la participación en el suicidio no se está transfiriendo, en ningún caso, la disposición sobre el bien jurídico de la vida, sino que el solicitante organiza un hecho que sirve a sus propios fines, empleándolo para que ejecute sus decisiones. Nuevamente, sirve aquí el ejemplo mencionado anteriormente: quien solicita a un médico a que le extirpe el apéndice, está empleando al médico en pos de sus propios intereses, caso distinto sería aquel que autoriza la extracción de tejido con fines de investigación, pues entrega un bien personalísimo a los fines del médico (Jakobs 1999, 42-43).
De acuerdo a lo dicho, si se sigue la doctrina tradicional, el sobrino debería ser castigado a título de homicidio o, de acuerdo a la legislación alemana, como homicidio a petición. Pero si se sostiene que la intervención del sobrino sólo resulta una acción auxiliar, de acuerdo a una división del trabajo que responde a los fines del enfermo, esta sería una complicidad en el suicidio impune bajo el derecho alemán, pero aún punible como auxilio al suicidio bajo el ordenamiento chileno7.
Ejemplo de esto es el llamado caso Scophedal resuelto por el Tribunal Supremo alemán: Un médico anciano, enfermo y
7 La estructura de ambos delitos será revisada a continuación.
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2.—El delito de homicidio a petición en el Código Penal alemán Por su parte, el Código Penal alemán establece en su §216 el delito de homicidio a petición, que reza como sigue: Homicidio a petición. Si alguien es determinado al homicidio por la petición expresa y seria del fallecido, se le impondrá pena privativa de libertad de seis meses a cinco años. La tentativa es punible8. Este tipo penal ha provocado problemas en la discusión alemana dado que presenta un obstáculo a la ejecución de prácticas de eutanasia. El fundamento tradicional que se ha dado a la punibilidad del homicidio a petición es que la vida, al ser un bien jurídico intransferible, excluye que alguien disponga de la vida ajena, como se ha señalado, debe objetarse esta posición, puesto que un sujeto al solicitarle a un tercero darle muerte no está transfiriendo nada, sólo establece una división de trabajo que le permite disponer de su propia vida, por lo tanto, persiguiendo sus propios fines (Jakobs 1999, 43). El riesgo que conlleva autorizar este tipo de prácticas tiene que ver con que futuros homicidios puedan ser cubiertos a título de homicidio a petición, y absueltos, bajo esta categoría, así como la respectiva baja en la intensidad de la sanción, lo que significaría, también, una fuerte carga probatoria para el órgano persecutor. 8 Traducción de Francisco Muñoz Conde y Pastora García Álvarez en Jakobs (1999).
La discusión se lleva, entonces, a otro plano, que tiene que ver con establecer si el suicidio sólo puede llevarse a cabo de propia mano, entendiendo que es el autor-víctima el que ejecuta la conducta, en el mencionado caso, excluiría que un enfermo con parálisis pueda ejecutar su propio suicidio-eutanasia. En cambio, si se aplica el criterio de la división del trabajo, es posible que el suicidio pueda ser ejecutado por un tercero (Jakobs 1999, 56). La prohibición del homicidio a petición tiene como finalidad evitar una decisión de morir que no esté suficientemente madura o meditada, pero esto no puede aplicarse a todos los casos, ya que excluye la posibilidad de la eutanasia como una decisión responsable e incluso aquellas situaciones donde se puede desprender que sería la voluntad del enfermo aplicarla. Por tanto, el homicidio a petición del Código Penal alemán debería regir sólo en casos en que la muerte no podría ser considerada objetivamente razonable, lo que representa una delimitación más precisa, siendo que la doctrina tradicional sólo ha reconocido algunos casos aislados de justificación o exculpación del homicidio a petición (Jakobs 1999, 59-62). La existencia de una razón objetivamente fundamentada excluiría la tipicidad del homicidio a petición, pues no tendría sentido obligar al enfermo a realizar el hecho de propia mano, más aún cuando está incapacitado para hacerlo. El único caso donde podría fundamentarse la punibilidad a título de homicidio a petición sería aquella donde la razón para pedir la muerte a un tercero sea un mero capricho individual (Jakobs 1999, 66-67).
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Al existir una práctica eutanásica, es necesario el consentimiento del sujeto pasivo, el que puede ser expreso o presunto y además debe ser serio. Si bien el consentimiento expreso no presentaría tantos problemas, sí lo haría el presunto, pues al no haber una manifestación por parte del paciente enfermo, no hay certeza sobre su voluntad, este problema debe resolverse en torno a lo que puede deducirse lógicamente. Por ejemplo, si un paciente no puede dar expresamente su consentimiento para ser sometido a un tratamiento con potentes analgésicos que alivian el dolor que sufre pero que puede tener como consecuencia el acortamiento de su vida, puede deducirse que el paciente preferiría vivir este proceso sin dolor. 3.—Las prácticas eutanásicas De acuerdo a lo revisado, brevemente, podemos señalar los tipos de eutanasia más referidos por la literatura: a. Eutanasia indirecta Es aquella en que sobre el enfermo se aplican medidas paliativas del dolor, a pesar de que éstas puedan acelerar el acaecimiento de la muerte (Roxin 1999, 2-3). Por lo tanto, la muerte puede identificarse como consecuencia del intento de aliviar el dolor del enfermo a través de medicamentos, paradigmáticamente. Así, es razonable aplicar la medida, aun cuando el paciente enfermo no puede otorgar su consentimiento expreso dada su condición médica —inconciencia
profunda o coma—, pues se presume su consentimiento en el alivio del dolor que provoca la enfermedad o condición. Cabe señalar, igualmente que los casos de eutanasia indirecta no se limitan a los moribundos, sino que ha sido extendida a los casos de enfermos terminales, es decir, aquellos en cuyo proceso mortal ya no puede intervenir la actuación médica de modo decisivo (Roxin 1999, 4-5). b. Eutanasia pasiva Es aquella en que una persona — normalmente el médico o sus ayudantes, aunque también algún pariente— que se encuentra al cuidado de otra, omite alargar una vida que está llegando a su fin (Roxin 1999, 6). Esto se lleva a cabo, regularmente, mediante la desconexión o retiro de medios que prolongan la vida del enfermo como medicamentos o aparatos, esto debido a que es preferible el acaecimiento de la muerte a continuar con la agonía del enfermo. Se debe recalcar que es una omisión en el sentido en que se retira el sustento vital, obviando la consideración tradicional que entiende que habiendo un movimiento corporal —la desconexión de aparatos, por ejemplo— bastaría para considerar que hay una acción, esto no es correcto, dado que lo relevante es la omisión del impedimento de la muerte del enfermo. c. Eutanasia activa Es aquella en la que una persona da muerte a un moribundo o persona gravemente enferma con tal de terminar con su sufrimiento, esto a través de una acción, por ejemplo, si se
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le suministra al enfermo una inyección letal o una dosis de analgésicos tales que produzca la muerte inmediata del paciente. Uno de los argumentos utilizados en la discusión norteamericana sobre el tema, dice relación con que permitir la eutanasia llevaría a un abuso de la práctica, como la presión que generaría hacia los pacientes las cargas emocionales y económicas que lo llevarían a acelerar su decisión de morir, pero sostiene que es un riesgo que hay que correr, pues no hay una forma de establecer cuál es la correcta ponderación entre el daño que provocaría una baja regulación —underregulation— que se traduciría en matar personas que aún desean vivir y una sobrerregulación —overregulation— que significaría mantener vivas a personas que desean morir. El autor toma como ejemplo la situación de Holanda, donde no ha habido mayores problemas de abuso, pues, gracias a su particular técnica legislativa, la eutanasia y el suicidio asistido son ilegales, pero los médicos pueden evitar su persecución penal apegándose a protocolos estrictos para realizar dichas prácticas (Orentlicher 1998, 843-844). 4.—El auxilio al suicidio En atención a la realidad legislativa nacional, el gran escollo para el ejercicio de la eutanasia, y por ende, una posterior consagración de un eventual derecho a la muerte digna o una regulación exhaustiva de la misma es el actual delito de auxilio al suicidio, tipificado en el artículo 393 del Código Penal. El que prescribe “el
que con conocimiento de causa prestare auxilio a otro para que se suicide, sufrirá la pena de presidio menor en sus grados medio a máximo, si se efectúa la muerte”. Como señalan Politoff, Grisolía y Bustos (1993), una parte de la doctrina considera que este delito sería un caso anómalo en que se castiga la coparticipación a un hecho, donde el autor directo está exento de pena, incriminándose al que colabora en el suicidio pero no a quien induce a este, que es la respuesta prevista en otras legislaciones (Politoff, Grisolía y Bustos 1993, 237-243). Desde esta perspectiva, esta noción es incorrecta, pues no puede desprenderse una sanción hacia la participación en un hecho que no exhibe la calidad de injusto como es el suicidio, por el contrario, el injusto del delito de auxilio al suicidio debe identificarse con el quebrantamiento de una norma que prohíbe prestar auxilio a que otro se provoque la muerte a sí mismo, es decir, con autonomía de la estructura de los delitos de homicidio. El fundamento no está en la lesión del bien jurídico de la vida, a través de la causación de la muerte, sino la facilitación de que otro se mate a sí mismo. Además exhibe la estructura de un delito de peligro abstracto, esto es, que su fundamento se identifica con una protección general del bien jurídico, es decir, evitar la afectación a la confianza en la posibilidad de disponer de la propia vida por parte de cualquiera, no del suicida auxiliado específicamente. Resumiendo, la prohibición del auxilio al suicidio tiene como finalidad morigerar la sospecha de que el suicidio del sujeto haya podido no ser auto-responsable, o sea, lo que parece un suicidio podría ser,
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en realidad, un homicidio en autoría mediata por autolesión del instrumento, que sería, evidentemente, el suicida9. Por último, queda pendiente el análisis a la condición objetiva de punibilidad constituida por la cláusula si se efectúa la muerte, es decir, esta condición estaría fuera del carácter delictivo del delito de auxilio al suicidio, pero la punibilidad del mismo depende del acaecimiento de dicha condición. Esto se justificaría en que al tratarse de un delito de peligro abstracto se necesita, para fundamentar su sanción, que la sospecha de que el suicida haya sido influenciado sea imposible de ser descartada, lo que ocurre sólo si el suicidio tiene éxito, pues de lo contrario, puede despejarse tal sospecha preguntándole al fallido suicida. Asimismo, el hecho de que no se castiga la tentativa acabada —delito frustrado— ni la inacabada —tentativa a secas— responde a que no se satisface la condición de punibilidad, pues sólo cabe castigar al autor del delito de auxilio al suicidio cuando este facilitó efectivamente la realización de la acción suicida, si el sujeto no muere, no hay suicidio y, por ende, no hubo una colaboración efectiva10.
ducentes a terminar con la vida de pacientes terminales, se presentaría una situación de comisión masiva de auxilios al suicidio o incluso homicidios por parte de médicos, aunque tengan como finalidad terminar con el sufrimiento de pacientes cuya enfermedad es irreversible.
Conclusión La legislación chilena está varios años atrasada respecto a los derechos del paciente en comparación a legislaciones europeas, así como en la protección y regulación de su autonomía individual, lo que se manifiesta fuertemente en temas como la eutanasia y el aborto. Hasta hoy, el legislador ha ignorado los avances en la bioética y el bioderecho, así como las técnicas biomédicas que permitan disminuir tanto el sufrimiento del paciente como de las familias en casos de enfermedades terminales, es decir, las que no tienen perspectiva de sanación por encontrarse en un proceso ya irreversible y en que la medicina no tiene la capacidad de intervenir de manera importante.
Sin embargo, esto no es más que abordar la realidad legislativa como se presenta en la actualidad, ahora bien, la derogación del delito de auxilio al suicidio sería, como se planteó al principio de esta sección, sacar del camino un obstáculo a la práctica de la eutanasia en Chile, ya que de realizarse procedimientos médicos con-
Pero el legislador no sólo ha ignorado esta situación, sino que ha puesto trabas expresas a la aplicación de procedimientos de eutanasia, no al estilo alemán con su delito de homicidio a petición, sino con la tipificación del delito de auxilio al suicidio, que además presenta problemas dogmáticos importantes que han llevado a dudas en su práctica.
9 Material de estudio del curso de Derecho Penal III Parte Especial del profesor Dr. Juan Pablo Mañalich del semestre otoño 2013. 10 Ídem.
Al parecer, los obstáculos para la existencia de eutanasia en Chile son, al menos, tres: en primer lugar, establecer criterios bioéticos claros que
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orienten la elaboración de políticas públicas de salud destinadas a reconocer y regular la práctica de la eutanasia como un reconocimiento a la autonomía individual y la disposición de la vida propia; en segundo lugar, la derogación del delito de auxilio al suicidio o su reformulación hacia un delito de homicidio a petición del §216 del Código Penal alemán, punible sólo en caso de que la decisión no haya sido objetivamente razonable; por último, está la oposición de la derecha política a debatir el tema de la eutanasia pasándolo a la categoría de debate moral, por considerar la disposición de la propia vida como un tabú, principalmente por la gran influencia en que la Iglesia ha tenido históricamente sobre dicho sector, que se mantiene extremadamente conservador, también en cuanto a la discusión sobre el aborto.
Autor Pedro Pablo Pincheira S. Egresado de Derecho en la Universidad de Chile e investigador del Área de Investigación Jurídica del Centro de Estudios Instituto Igualdad. Correo: pp.pincheiras@gmail.com
Kant se adelantó más de dos siglos en señalar que la sanción del suicidio sólo podía ser moral, lo que tiene una estrecha relación con un componente religioso, pero en ningún caso jurídica, por lo tanto, no tiene sentido castigar el cadáver del suicida — como lo hacía la Inquisición— ni los bienes del mismo, si bien esto quedó superado a fines del siglo XIX, aún persisten sanciones, ya no al suicida exitoso, pues no tendría sentido sancionar a un cadáver, pero sí a quien le facilita la tarea, que se mantiene como un tabú, lo que carece de lógica, pues a pesar que grupos conservadores sostengan lo contrario, no hay injusto en facilitar la muerte de otro, mucho menos si este está sufriendo y ha decidido responsablemente terminar con su vida como nos mostró Manuel Almeyda, pues ningún dios ni nadie más que él mismo puede decidir sobre su cuerpo
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Eneas De Troya, https://www.flickr.com/photos/eneas/7174081165
SOCIEDAD CIVIL
Texto introductorio del libro “Sociedad Civil y Participación Política. Reflexiones y propuestas regionales”
PARTICIPACIÓN POLÍTICA: LA DEMOCRACIA EN SU ENCRUCIJADA* por Víctor Soto Martínez
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1. Advertencias preliminares
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ste no es un libro académico, pero eso no significa que carezca de utilidad académica, ya que se tratan varios temas cruzados de gran relevancia para el Chile actual, como la participación política, la descentralización territorial, el desarrollo local y la modernización de la gestión pública. Las miradas sobre dichos fenómenos son múltiples, pues se logró congregar a políticos profesionales, sindicalistas, miembros de organizaciones de la sociedad civil, militantes de partidos y dirigentes estudiantiles. Por cierto, también hubo académicos. Mezcla inusual de participantes que rara vez tienen la oportunidad de juntarse e intercambiar visiones, fuera de los espacios protegidos y jerarquizados de la representación oficial. Aclarado esto, es preciso hacer una segunda prevención: estamos plenamente conscientes de la amplitud y complejidad del tema. Así, mientras la claridad analítica nos podría llevar a separar la participación ciudadana (participación de los ciudadanos en la gestión pública) de la participación social (involucramiento en movimientos sociales, laborales, territoriales o poblacionales, generalmente con una agenda crítica), y la participación electoral (participación en las elecciones periódicas y militancia en los partidos políticos), en este libro se tomó la decisión de fundir dichos fenómenos y hacerlos dialogar libremente. De esta manera, nos pareció adecuado entender que todas estas aristas forman parte de la participación política en sentido amplio, pues aquel que se organiza
para hacer frente al poder económico es tan político como quien intenta incidir en las actuaciones de la administración pública, o quien participa derechamente en las instancias oficiales de representación. De alguna forma, todas estas dimensiones de la participación se superponen, como veremos a lo largo de este libro, pues todas ellas tienen como norte la ampliación de la democracia. Esta idea atraviesa varias de las exposiciones que aquí se recogen. Así, por ejemplo, Javier Miranda es claro cuando dice que el verdadero desafío de los nuevos movimientos sociales consiste en volver a juntar lo social, lo económico y lo político, en demostrar que no hay una mano invisible detrás de la economía sino decisiones políticas de grupos concretos, o que el desarrollo social va de la mano con el desarrollo de la conciencia cívica. Hechas estas prevenciones, haremos un breve repaso de los conceptos fundamentales que se discuten en este libro, antes de entrar de lleno en la reseña de las ponencias que lo integran.
2. Participación La participación de la ciudadanía en los asuntos públicos no es sólo un aspecto, una cualidad más del sistema democrático, sino que ella constituye el régimen mismo de la democracia. Puede sonar un poco obvio, pero es una intuición que suele olvidarse. Muchas veces los académicos —insertos en la vorágine de la especialización— o los políticos — obnubilados por la urgencia del po-
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der— hablan sobre la participación como si ella fuera un simple indicador entre otros del nivel de democracia de un país, lo que puede llevar a aseveraciones del tipo: “Chile es una democracia sólida aunque sus ciudadanos participan poco”. Pero, ¿es posible que exista una democracia “sólida” allí donde la gente no participa masivamente en las elecciones o no se involucra en las decisiones públicas? Desde mi punto de vista no, a menos que, al calificar la “solidez” de un país, no estemos pensando en la democracia sino en algo completamente diferente, como la inversión de capitales extranjeros o la persistencia del status quo. Por eso, aseverar que la democracia es indisociable de la participación no es baladí. En realidad, esta idea tiene consecuencias extremadamente relevantes. Arriesgándome a agotar la paciencia del lector, para explicar algunas de estas consecuencias me remontaré —brevemente— a la antigua Grecia. La democracia en Atenas Si le creemos a Cornelius Castoriadis, los atenienses fueron los primeros en descubrir que los regímenes de gobierno cambian, que las instituciones van evolucionando con el paso de los años. Es decir, se dieron cuenta que su sistema de gobierno no era una cosa “natural”, ni existía desde siempre y para siempre, sino que les pertenecía y, por ende, podían modificarlo a su gusto. Antes de este descubrimiento, se pensaba que las leyes eran parte de la naturaleza, que el saber proveniente de la tradición no se podía cuestionar y que la estructura social debía mantenerse
inalterada. La democracia surgió, así, como un sistema que les permitía a los ciudadanos atenienses darse sus propias normas y cuestionar las bases de su propia sociedad. Un principio capital sustentaba esta construcción: la isonomía, definida como igualdad ante la ley. Sin embargo, nos advierte Castoriadis que ella es mucho más que la simple igualdad ante la ley que nos rige hoy en día. En realidad, “ella se resume, no en el hecho de otorgar “derechos” iguales pasivos, sino en la participación general activa en los asuntos públicos” (Castoriadis 2005; 117). Así, por ejemplo, si un ciudadano se negaba a tomar parte de las luchas políticas de la ciudad se convertía en atimos, lo que significa que perdía sus derechos políticos (Castoriadis 2005; 117). En este sentido, la isonomía implica que el poder mismo es algo que se ejerce en común. Como todos los ciudadanos son iguales, todos pueden tomar parte de las decisiones públicas, todos pueden ser elegidos para ejercer la función de mando. Y es que, para los griegos, la democracia no depende del nivel de conocimientos (episteme) de los ciudadanos que la componen, sino del igual valor de las opiniones (doxa) de todos. La democracia hoy A estas alturas, el lector notará que la democracia griega difiere sustantivamente de la democracia moderna. No se trata simplemente de la manida cuestión de la “escala”, es decir, la dificultad de aplicar los principios
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que citamos, pensados para una polis de unos cincuenta mil ciudadanos, en un país con una población de varios millones de personas. Más allá de eso, se podrá notar que existe una valoración totalmente distinta de la igualdad. En la actualidad, la igualdad se manifiesta sobre todo en la consagración de una lista de derechos, entendidos como salvaguardas de los individuos contra el poder del Estado. En cambio, para los griegos la igualdad consistía en una serie de responsabilidades comunes, que les correspondían a todos. Se trataba de una ciudadanía activa, no pasiva. La elevada importancia de la participación tenía que ver principalmente con esa mirada sobre la igualdad. Por otro lado, la igualdad de las opiniones, en contraste con la primacía del conocimiento, parece chocar de plano con nuestra elevada valoración de los saberes técnicos a la hora de otorgar cargos públicos. Mientras los griegos antiguos perseguían una sociedad dirigida por sus propios ciudadanos, con todas las dificultades y problemas que ello conlleva, en la actualidad nuestra sociedad se encuentra dirigida por quienes detentan el saber técnico, grupo social incipiente que se parece cada vez más a los antiguos sacerdotes. No se puede pensar, entonces, en la participación como un simple aderezo de la democracia representativa. Cuando hablamos de participación, estamos proponiendo otra forma de entender la democracia.
3. Ciudadanía y sociedad civil Hemos hablado de la ciudadanía, pero el concepto de ciudadanía no deja de ser polémico, ya que dependiendo de su definición tendremos una base más amplia o más reducida para la toma de decisiones políticas. Esta dificultad tiene relación con dos aspectos: primero, una cuestión obvia, que es el tema del tamaño. Uno de los expositores de este libro, Eduardo Muñoz, nos recuerda que la base social que conforma la ciudadanía se ha ido ampliando progresivamente desde la antigua Grecia, que excluía a mujeres, esclavos y extranjeros, pasando por la Revolución Francesa, que aseguró los derechos de la ciudadanía sólo a los hombres y a los propietarios, hasta el siglo XX, en que se consagra el sufragio universal. Incluso, el autor nos habla de una nueva modificación del concepto y la posibilidad de avanzar hacia una ciudadanía global. Pero, más allá de esto, la ciudadanía dice relación con el alcance de los derechos que la configuran. Por ejemplo, en un principio la ciudadanía consistía en los derechos civiles y políticos: la propiedad, las libertades de expresión y asociación, y el sufragio. Posteriormente, ella se amplió también a los derechos sociales, como educación, salud y trabajo. Sin embargo, como sostenía Castoriadis, estos derechos no dejan de ser derechos pasivos, que no aseguran la conformación de una ciudadanía plena, involucrada en los asuntos públicos. Esta limitación es problemática porque todos estos derechos están, de alguna forma, concatenados. La falta de derechos de partici-
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pación activa dificulta el avance en el resto de los derechos —en particular, de los derechos sociales— y la fiscalización a quienes ejercen el poder. En este sentido, hay autores que hablan de la necesidad de configurar una ciudadanía deliberativa (Guilherme Tenórico y Monge–Reyes 2010). Es decir, una ciudadanía que delibera, que discute libremente los problemas que la afectan y las soluciones para dichos problemas, dando razones de su pensamiento y orientando la discusión al entendimiento del otro. Pero para entender bien este punto, es preciso que nos demos un breve rodeo por el pensamiento del autor que inspira todos los estudios sobre ciudadanía y democracia deliberativa: Jürgen Habermas. Habermas: una nueva definición de la sociedad civil Para Habermas el sistema político está compuesto por tres elementos: poder administrativo, dinero y solidaridad (1998; 375). El poder administrativo se divide a su vez en poder ejecutivo, legislativo y judicial. En la actualidad está claro que las decisiones de estos órganos se han ido haciendo cada vez más autónomas del público, y se ha ido configurando una suerte de “clase política” cada vez más lejana a los problemas de los gobernados. Por otro lado, el dinero rige al poder económico, poder que no se sujeta, pues, a criterios democráticos sino a las leyes del libre mercado. Finalmente, la solidaridad es el ele-
mento propio de la sociedad civil. Pero, ¿qué es la sociedad civil? Para Hegel y Marx era una simple extensión de la sociedad burguesa, el conjunto de grupos privados que participaban del mercado. Para Habermas, en cambio, ella debe ser entendida como un entramado de grupos de interés, asociaciones ciudadanas y gremiales, sindicatos, movimientos sociales y medios de comunicación. Aquí primarían la cooperación y la solidaridad entre los diversos grupos. Esto contrasta con el poder administrativo, donde impera una lógica jerárquica y burocrática, y con el poder económico, donde impera la competencia. En definitiva, el espacio público debería diferenciarse tanto del espacio de toma de decisiones administrativas como del espacio mercantil. Debería ser entendido, pues, como una “red para la comunicación de contenidos y tomas de postura” (Habermas 1998; 440), como una esfera de influencia más que de poder propiamente tal (Habermas 1998; 443). En este sentido, la ciudadanía deliberativa está relacionada con la posibilidad de crear un espacio público como el propuesto por Habermas, para generar un sistema donde la legitimidad de las decisiones políticas tenga su origen en procesos de discusión orientados al entendimiento entre los diversos grupos. Por cierto, transformar el debate público en un espacio de estas características podrá ser considerado por muchos como una utopía, sobre todo en el contexto de nuestro actual espacio público, cercenado por la imposición autoritaria de las decisiones tecnocráticas y capturado o colonizado por los grupos econó-
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micos. Se podría decir que es difícil pensar en deliberación, cuando —en la práctica— todo lo que tenemos es negociación de intereses y manipulación de la opinión pública. Para esta manipulación los grupos económicos cuentan —como nos ha demostrado la discusión sobre reforma tributaria y reforma educacional— de todo un arsenal para distorsionar y generar temor en la población. Al respecto, sólo cabe responder dos cosas. Primero, que —independientemente de su realización práctica inmediata— la deliberación debe ser entendida como un horizonte normativo, como un ideal que debe orientarnos al diseñar nuestras instituciones. En segundo lugar, que para enfrentar estos problemas que amenazan a nuestra democracia es preciso ampliar la base social que participa en la toma de decisiones, no reducirla, porque sólo ampliando las voces consideradas se podrá contrastar la manipulación de quienes detentan el poder económico, y la corrupción de quienes administran el poder público. Configurar esta ciudadanía deliberativa implica, sin embargo, modificar la forma en que entendemos cómo se toman las decisiones públicas. Y eso es precisamente lo que buscan los diversos autores de este libro.
4. Los encuentros Tres criterios guiaron la organización de estos encuentros. Primero, sabíamos que era necesario abandonar el excesivo centralismo con el que suelen operar los partidos políticos y, en un arresto de temeridad, decidimos
que todas las actividades se realizaran en regiones, particularmente en Valdivia, Valparaíso y Concepción. En segundo lugar, optamos por una amplia diversidad de los invitados, tal como se destacó al principio. Finalmente, dividimos cada encuentro en dos paneles, el primero dedicado —como este breve opúsculo— a la participación política en general, y el segundo a los problemas de la participación en el plano local. Esta división, sin embargo, pronto se nos apareció como arbitraria, pues los problemas locales a menudo estaban directamente relacionados con los problemas nacionales e, incluso, universales de la participación. Por eso en esta publicación se abandonó dicho criterio diferenciador. Ahora bien, respecto de la publicación de estas ponencias, apostamos —desde un principio— por mantener en cuanto se pudiera la oralidad, la espontaneidad de las mismas. Platón nos recuerda, en el Fedro, las limitaciones del discurso escrito, discurso que a él le parecía un discurso muerto, incapaz de seguir reflexionando una vez leído y de responder a las críticas que se le formulan. De ahí que el gran filósofo griego prefiriera el discurso vivo, capaz de titubear y equivocarse. Sin embargo, dejar por escrito estos discursos era una manera de asegurar la pervivencia de la discusión en nuestra memoria. En este sentido, y reconociendo la limitación de toda publicación, estos textos buscan ser algo más que textos; más bien querríamos que fueran invitaciones a continuar el diálogo iniciado por ellos. Una preocupación central que atraviesa estos textos, es una cierta consciencia de la crisis actual del sistema representativo. Si bien varios recono-
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cen que se trata de un problema que se repite en casi todas las democracias occidentales, también pareciera que hay una serie de problemas que son específicamente chilenos, y que llaman la atención. Así, por ejemplo, podemos apuntar que —a diferencia de España, aquejada por el desempleo y la crisis económica, o México, agotado por la corrupción y el narcotráfico— en Chile hemos gozado de un crecimiento económico sostenido en los últimos veinte años, y un amplio desarrollo en varios ámbitos. Sin embargo, como dijera Enrique Mac Iver en 1910, parece que no somos felices. Al igual que hace cien años nos atraviesa un sordo malestar, que se manifiesta no sólo en las explosiones sociales de 2006 y 2011 en torno al problema educacional, sino que adquiere especial visibilidad cuando revisamos la falta de participación en las elecciones de 2013, cuestión que Alfonso De Urresti analiza en profundidad en el texto que abre el presente libro. Las respuestas frente a esta crisis, sin embargo, son diversas. De Urresti, quien sigue confiando plenamente en la firmeza de nuestras instituciones, apunta a reducir el poder del Presidente de la República y avanzar hacia un sistema semiparlamentario, donde la labor del Congreso recupere su relevancia pública. Asimismo, propone democratizar el funcionamiento interno de los partidos políticos. Sin embargo, otros autores no manifiestan la misma confianza. Sebastián Farfán, por ejemplo, sostiene que la solución no pasa simplemente por mejorar las instituciones políticas, sino en devolverles a estas instituciones su capacidad de incidencia en la sociedad. Al respecto,
nos recuerda una demoledora frase de George Soros: la ciudadanía vota cada dos años, pero los mercados votan todos los días. Al igual que Javier Miranda, al que hacíamos mención al principio de esta introducción, Farfán cree que la pugna no es entre partidos, sino entre los movimientos sociales y el mercado. En el mismo sentido, José Araya dice que la solución no pasa por aumentar la base de militantes de los partidos políticos, sino en crear espacios concretos para la participación de los movimientos sociales. Así, nos habla de voto programático, intervención en la planificación territorial y fortalecimiento de los Consejos de la Sociedad Civil (recientemente creados por la Ley 20.500). En tanto, Edgardo Condezza desarrolla los beneficios de incorporar en nuestro sistema mecanismos de democracia directa, como el plebiscito. Asimismo, defiende en este marco la Asamblea Constituyente como una vía para resignificar nuestras prácticas políticas, o dotar de un nuevo sentido a nuestra democracia. Pero no todas las visiones son coincidentes. Marcelo Schilling, por ejemplo, nos advierte sobre la dificultad de implementar estas propuestas en el marco de una democracia representativa estable. No pensemos solamente en la revolución, parece decirnos, sino en la hora posterior a la revolución, en la dificultad de administrar ese mundo nuevo que la revolución busca crear. Asimismo, critica la dificultad de los movimientos sociales para ejecutar los cambios por sí solos, ya que serían, por definición, grupos acotados a un tema particular, como el medioambiente o la educación. Los partidos políticos seguirían teniendo, en su visión, cierta
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preponderancia para concordar los cambios con el interés general. Quiero destacar esta divergencia, porque ella encierra una profunda verdad. La democracia, entendida como la hemos entendido en estas páginas, tiene una connotación trágica, porque no tiene, en principio, ninguna limitación. Nosotros nos autoimponemos ciertas limitaciones para evitar el hybris, la desmesura que encierra toda autodeterminación. Sin embargo, la política también tiene que ver con la exploración de estos límites. No por nada hoy se habla de hacer políticas que cambian culturas1. Finalmente, es preciso destacar que en este libro abundan las propuestas para favorecer el desarrollo local. Así, Nilo Zúñiga nos ilustra con un acabado análisis del sistema de gerencia pública que existe en los países anglosajones, donde la propia comunidad puede elegir a los directores de hospitales y de los establecimientos educacionales, y estos responden ante la comunidad. Es decir, la participación local entendida como accountability. Guardando las diferencias y las dificultades de implementación de este modelo en el sistema chileno, Zúñiga propone que nos acerquemos a un diseño como el analizado, que favorezca la responsabilidad de quienes gestionan la entrega de prestaciones sociales. Por otra parte, Paula Quintana critica fuertemente lo que ella considera como uno de los grandes obstáculos al desarrollo local: el clientelismo. La cultura clientelista, criticada también por Farfán en su exposición, asociada con el asistencialismo, es1 Idea expresada por la Presidenta Michelle Bachelet en una entrevista con el diario El País de España, el 28 de octubre de 2014.
taría en la base del subdesarrollo local, ya que amaga las capacidades de los grupos organizados de la sociedad civil, y va formando una casta de administradores públicos cada vez más ajenos a los problemas concretos de las personas. En fin, a pesar de las diferentes áreas abarcadas por los autores, y a pesar de su distinta militancia política, existen varios elementos en común. Casi todos son críticos del actual sistema representativo de nuestro país; casi todos critican el centralismo y la ausencia de las regiones en el debate público chileno. La lectura de estos textos resultará esclarecedora para muchos, y constituye una excelente introducción al problema de la participación en Chile. Dije al principio que este no es libro académico. En realidad, su hábitat natural es la política, pero no la mera política partidista, sino la política con mayúsculas: la actividad práctica del ciudadano que se hace cargo de los problemas de su comunidad Santiago, diciembre de 2014.
Nota * Texto introductorio del libro “Sociedad Civil y Participación Política. Reflexiones y propuestas regionales” (2014).
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Habermas, Jürgen. Facticidad y validez. Madrid.
1998. Trotta:
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ENSAYO
2006 – 2011: TRAZAS DE UNA NUEVA GENERACIÓN por Ernesto Águila Z.
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uisiera intentar describir ciertos rasgos que caracterizarían a la generación política que se ha ido conformando en el contexto de la movilizaciones estudiantiles de los años 2006 y 2011. Para ello me apoyo en la lectura del libro del investigador en temas de juventud Oscar Aguilera “Generaciones: movimientos juveniles, políticas de la identidad y disputas por la visibilidad en el Chile neoliberal” (Buenos Aires, Clacso, 2014). En particular, de las historias de vida que allí se recogen de algunos de los participantes y líderes de estos movimientos (liderazgos más bien intermedios, incluidas las regiones y la educación superior privada). En general, se siguen y comparten las observaciones del trabajo mencionado, pero en algunos casos se sugieren otros caminos analíticos y conclusiones. En este sentido, no se trata de la reseña de un libro sino más bien de la construcción de un texto a partir de otro texto. Se debe eso sí dejar constancia del reconocimiento y gratitud con el libro del profesor Aguilera, y de paso recomendar su lectura.
PRIMERO: Acerca de los padres (o de la peculiaridad de una ruptura generacional) Todo movimiento juvenil que produce una ruptura generacional —y lo ocurrido entre 2006 y 2011 se puede caracterizar de esta manera— tiene como unos de sus antagonistas al mundo adulto y a las generaciones mayores. En este caso, sin embargo, llama la atención que la querella
generacional se dirige hacia aquella parte del mundo adulto que se identifica con los responsables o administradores del sistema, pero no hacia los padres. Si otros movimientos juveniles, por ejemplo en los 60 o en las primeras décadas del siglo XX, escenificaron la ruptura generacional tanto en la calle como en la casa, la actual generación pareciera tener hacia sus padres una actitud más bien compasiva, incluso indulgente. La nueva generación pareciera que los observa y los vivencia —a sus padres— como parte del bando de los perdedores, todavía prisioneros de los miedos de la dictadura, viviendo las precariedades económicas y existenciales del modelo o arrastrando proyectos personales o colectivos derrotados. Ello es más evidente cuando quienes testimonian vienen de familias con una historia política, pero cuando ello no es así lo que predomina es una visión de la familia sumida en problemas parecidos a los que el movimiento denuncia. Pareciera que esta nueva generación quisiera reemplazar a los padres o abuelos para hacer la tarea que ellos no pudieron o no fueron capaces de hacer. Queda la impresión que los perciben más bien como víctimas que como victimarios. No quieren matar a los padres —en un sentido simbólico, se entiende— porque en realidad el sistema ya habría hecho la tarea. Más bien lo que se percibe es que quieren “combatir al sistema” y de paso reparar o reivindicar en algo a esos padres caídos o derrotados. En este sentido, destaca en los relatos un cierto denominador común de repolitización del entorno familiar. Son los jóvenes —transformados
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transitoriamente en sujetos— quienes llevan al interior de sus familias lo que está ocurriendo en las calles. Son ellos —y no los padres— la correa de transmisión entre los peligros del mundo externo y el mundo privado de la familia. En algunos casos esta repolitización que llevan los jóvenes de vuelta a la casa logra despertar la memoria familiar y aparecen las historias silenciadas y conmovedoras de abuelos, padres o madres y de sus antiguas militancias e historias de violencia y represión. Estos jóvenes pueden reemplazar al mundo adulto familiar porque tienen un poder sobre sus padres: aquel que nace de no tener miedo. Viven las incertidumbres y los temores de un mundo regido por el mercado, pero políticamente no tienen miedo. Si cierta sabiduría antigua dice que nunca alguien que fue esclavo podrá ser alguna vez realmente libre, análogamente se puede decir que quienes experimentaron el miedo o el terror como condición existencial alguna vez nunca podrán vivir a plenitud una vida sin sobresaltos y en paz. Es triste pensarlo así, pero parece que así es, y se llama daño. Pero de esa ausencia de condicionamientos y de daño parece estar hecha esta nueva generación. Y ahí pareciera que radica, en parte, su fuerza.
SEGUNDO: Vidas solitarias y nostalgia de comunidad Otro aspecto que sobresale en los relatos de vida de los jóvenes de esta generación que recoge el profesor Aguilera en su libro es un cierto deambular solitario de esta joven ge-
neración por una ciudad —la ciudad neoliberal— y por unas realidades sociales e institucionales, profundamente fragmentadas por el mercado. Se respira soledad en los relatos. Ello se acentúa cuando el paso como estudiantes se debe realizar en un colegio o en una universidad privada. Uno de los jóvenes entrevistados observa, desde una cierta lejanía, un grado de mayor identidad y cohesión grupal en los jóvenes de los liceos públicos emblemáticos o de las universidades tradicionales. Los mira a lo lejos y quisiera estar allí. Los espacios privados, sobre todo para quienes tienen inquietudes políticas o sociales, se experimentan desde una particular experiencia de aislamiento. En este sentido, un entrevistado reconoce la importancia política que tuvo para al movimiento que se hubiesen incorporados los planteles de educación privada de educación, aunque ello no estuvo exento de conflictos y contradicciones. El movimiento, en este contexto, no es solo una herramienta de lucha por reivindicaciones materiales que se reconocen claves en la masividad del movimiento, sino también la búsqueda de la construcción de espacios, de significados y afectos compartidos. Incluso algunos protagonistas señalan no comprender a plenitud los objetivos del movimiento, pero no lo abandonan, sino que por el contrario prosiguen en una búsqueda asociativa, tejiendo estos micros espacios comunitarios. En este proceso de construcción de comunidades —no solo de intereses sino de sentimientos— sobresale el papel jugado por las redes sociales, los medios de comunicación, los colectivos y las “tomas”. Cada uno de ellos, más allá de su dimensión pro-
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piamente política, juega un rol en esta construcción de comunidad. La “ toma” no es solo una herramienta de presión sino un espacio de socialización y crecimiento con otros; desemboca en una cierta manera de experimentar lo cotidiano, sobre todo cuando esta llega a durar cerca de 7 meses, como ocurrió en algunos casos en 2011. Se constituyen así estas formas de expresión en instrumentos eficaces de prácticas comunitaristas que permiten enfrentar la tendencia a la fragmentación e individualismo a la cual presiona la sociedad neoliberal, y los procesos de integración a través del mercado que esta promueve e incita. En este contexto, podríamos afirmar que la construcción de comunidad se constituye en un objetivo central tanto como búsqueda de espacios compartidos con otros, como en una herramienta propiamente política para contrarrestar la fragmentación social, y con ello la invisibilización y al deambular solitario.
TERCERO: La lucha contra la invisibilización política Uno de los temores que manifiestan algunos miembros de esta generación es que nuevamente el espacio que se ha abierto pueda clausurarse, y se reinstale una dinámica de ensimismamiento, de retorno a los proyectos individuales y privados, y con ello el regreso a los años de la invisibilidad política. Hay bastante conciencia de la marginalidad e invisibilidad que marcaron los años previos al 2006, y cierta desmovilización y silencio que precedió al 2011.Temen que eso pue-
da volver a ocurrir en el presente. Se ha hablado mucho a propósito de este movimiento —y también de movimientos similares en otras latitudes— de la importancia de internet y de las redes sociales en su conformación y fisonomía. El significado de estas tecnologías es efectivamente decisivo porque genera las herramientas comunicativas que todo movimiento político y social requiere para constituirse. Alguna vez se hablaba del “periódico del partido” como el “organizador colectivo”. Hoy son las redes sociales las que juegan dicho rol. El alcance e inmediatez de la comunicación de internet le permite transformarse en una poderosa herramienta para escapar de los designios de la fragmentación social, y para generar organización y opinión colectiva de abajo hacia arriba. También se observa conciencia en el movimiento sobre la importancia de los medios de comunicación. Entrar en la agenda de los medios es clave para romper la invisibilización. Así, los dirigentes aprenden casi con naturalidad los códigos mediáticos. Se organizan para dar a conocer sus actividades siguiendo los horarios de mayor rating o preparan sus comunicados públicos pensando en la hora de cierre de periódicos, radios y sobre todo TV. Su familiaridad con el mundo audiovisual y mediático los convierten en comunicadores natos, que captan el ritmo de los medios de comunicación, así como las lógicas del conflicto o de la construcción del guión dramático que domina en los mass media.
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CUARTO. Nuevas formas de socialización política y procesos de re significación de lo político De esta nueva generación sobresalen ciertos rasgos distintivos en su socialización política y de la manera como experimentan y resignifican ciertas variables clásicas de la política. Por un lado, cabe mencionar ese verdadero enjambre de colectivos pequeños que aparecen y desaparecen. Colectivos más cerca de lo social y cultural que de lo político. Desde esos colectivos se llega a militancias más formales a veces o se sigue en ellos. Los miembros de esta generación hablan de “mi colectivo”. Se trata de un espacio que les pertenece, que tiene la función de organizar políticamente su actividad, pero también juega un fuerte rol comunitario y de espacio de protección simbólica. No es solo una herramienta para cambiar la realidad sino también un espacio de socialización y refugio. En segundo término, destaca en las formas de organización y la práctica de una inédita horizontalidad. La adopción de voceros en lugar de representantes, de sistemas asamblearios de toma de decisión, de profunda desconfianza de todo lo que pudiese venir de “arriba”. En este sentido su sensibilidad parece estar más cerca de una democracia directa que de una democracia representativa. En este contexto, hay una cierta re significación de la militancia política. Aunque en esto hay matices y la militancia más tradicional sigue siendo fuerte y puede crecer a futuro por la mayor disciplina y eficacia que ofre-
ce sobre las organizaciones de colectivos por definición más precarias e inestables. La política se practica con compromiso, pero se puede entrar o salir de ella, con la velocidad con que se crea un colectivo y luego se desarma. Por último, llama la atención que no aparece en el relato de los protagonistas la apelación a grandes relatos ideológicos. Hay un fuerte foco en el presente y en los problemas que allí suceden. Existen referencias culturales o algunos acercamientos a cierta simbología clásica de izquierda, pero no se ve que lo determinante de su pensamiento y de su acción venga o se deduzca de una ideología pre constituida. Se trata en ese sentido de un movimiento de un tipo de pensamiento más inductivo que deductivo. Esta débil presencia de ideologías más totalizantes, también se corresponde con el carácter más temático y fragmentario de las militancias actuales (“militancias múltiples”, las llama un autor).
QUINTO: Algunas interrogantes sobre el futuro El movimiento juvenil de estos años y la generación política que se ha ido constituyendo entre 2006–2011, sin duda, ha obtenido logros importantes, como instalar una nueva agenda política en el país, más allá, incluso, de lo propiamente educativo. O quizás más bien lo ha hecho a través de su crítica y contestación a la educación de mercado, la cual ha trascendido hasta abarcar al modelo neoliberal en su conjunto, incluida la
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“cuestión constitucional”. Si el aporte que ha hecho hasta ahora esta nueva generación es significativo en este plano, existen interrogantes sobre su gravitación a futuro como movimiento, así como de la pervivencia de ciertos procesos de re significación de lo político que ha impulsado en estos años. Dos aspectos aparecen especialmente críticos. Por un lado, la posibilidad de proyectar los contenidos y las formas políticas que ha generado el movimiento más allá del campo estudiantil. Ha permanecido como una asignatura pendiente del movimiento la posibilidad de establecer alianzas sociales estables y productivas con otros actores sociales (incluso con otros segmentos juveniles no estudiantiles, sino del mundo trabajador y popular). Quizás en parte, porque la sociedad chilena se encuentra poco organizada y desmovilizada —aunque ciertamente hay un despertar de ciudadanía que se ha visto reflejado en conflictos regionales, sociales y medioambientales–, lo cierto es que el movimiento ha permanecido dentro de los márgenes propiamente estudiantiles. El riesgo es el que el movimiento termine atrapado bajo ese tópico de que se trata de algo básicamente etario, que se “pasa” junto con la llegada de la adultez.
se articula el momento social con el momento institucional, la participación directa con la representación política, sigue siendo interrogantes no resueltas que cruzan a esta generación y a los nuevos modos de acción política que este movimiento ha desarrollado. También está por verse cuanto serán capaces de absorber a partir de esta experiencia generacional y de las nuevas formas de lo político que ha generado, por parte de los partidos y de las formas de militancia más tradicionales. En ese vértice se jugará probablemente cuales formas políticas, organizaciones y liderazgos prevalecerán a futuro. En definitiva, cuanto de todo esto que ha ocurrido entre el 2006 y el 2011 será una buena historia que contar a los nietos y cuanto constituirá una verdadera transformación de la sociedad y la emergencia de nuevas formas de organizar y de entender la política a futuro. Esas son páginas de una historia que aún están por escribirse
El segundo aspecto, dice relación con la tensión entre lo institucional y lo social, entre lo representativo y la participación directa. Una parte importante de los líderes de los movimientos sociales de 2006 y 2011 ingresaron a los espacios institucionales formales de la política y varios colectivos se debaten entre constituirse o no en partidos o permanecer como movimientos. De qué manera
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C DOSSIER PS: HISTORIA, IDENTIDAD Y PROYECTO DEL PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE
oincidiendo con el 82 aniversario del Partido Socialista nos ha parecido necesario dedicar el tema central a revisar aspectos históricos, de identidad y del proyecto socialista. La extraordinaria riqueza y originalidad de la historia del socialismo chileno vuelven una tarea muy compleja abarcar todos sus períodos y extraer de allí todas las lecciones para el presente y el futuro. Por lo tanto, lo que aquí presentamos puede ser considerado solo un primer intento. Aunque hay una digna trayectoria historiográfica sobre el socialismo chileno —entre los cuales brilla la obra de Julio Cesar Jobet— lo cierto es que aún hay mucho trabajo en materia de reconstrucción de la historia y de la memoria socialista pendiente. Traer hasta nuestros días los distintos momentos de la historia, así como los debates y disyuntivas en materia de identidad y proyecto por las que ha pasado el Partido Socialista, no es solo un ejercicio de nostalgia, sino una tarea política esencial para definir las coordenadas ideológicas del socialismo chileno en el presente. Solo quién sabe quién ha sido puede intentar saber quién es en la actualidad y quién quiere llegar a ser en el futuro. Hoy el socialismo chileno está a la búsqueda de una identidad y de un proyecto. Sumergirse en su convulsionada y rica historia es una manera de contribuir a realizar esa tarea y a intentar alcanzar ese objetivo
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DOSSIER PS
Palabras claves: Partido Socialista – Unidad Popular – Izquierda – Allende
BREVE HISTORIA DEL PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE: LA PRIMER ÉPOCA (1933-1970)* PARTE PRIMERA** por Francisco Melo Contreras
El siguiente trabajo es un humilde y pequeño acercamiento a la historia del Partido Socialista de Chile. De este modo, es una investigación que se inmiscuye escuetamente en los vaivenes del “Partido de Allende”, en sus fundamentaciones teóricas y en los diversos postulados ideológicos que ha tenido en su historia política. Es así que principalmente nos enfocaremos en el contexto de fundación del PS, en las distintas alianzas políticas en que participó, desde el Block de Izquierda, formado hacia fines de 1934, hasta la Unidad Popular, constituida en 1969. Son estos procesos políticos y sociales, los que configuraron la identidad y especificidades del socialismo chileno, permitiéndonos tener una mayor comprensión de su vínculo con el sistema político, la democracia, los procesos revolucionarios que acontecieron en el mundo y el pensamiento socialista en sus diversas variantes.
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Introducción En primer lugar cabe destacar que el PS a lo largo de su historia ha sido un partido marcado por una singular impronta heterogénea, forjando sus lineamientos ideológico-estratégicos en virtud de los diversos contextos sociales y políticos en que se fue desarrollando. De este modo, podemos destacar en la historia del socialismo tres periodos: el primero va desde sus antecedentes inmediatos (principalmente la efímera República Socialista de junio de 1932), pasando por su fundación hasta el mayor quiebre interno que sufrió (19321948). Dicho periodo se destaca por su heterogeneidad y amplitud teórica, aunque situado siempre como partido a la izquierda del sistema político y arraigado en las definiciones más clásicas de su pensamiento afín. De esta primera etapa cabe destacar que el Partido Socialista comprendió y utilizó el pensamiento marxista como un método de interpretación de la realidad “enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos y revolucionarios del constante devenir social”, cuya flexibilidad le permitió a su vez mantener cierta cercanía con los movimientos políticos de carácter “nacional-popular” que se desarrollaba en otras latitudes de Latinoamérica. Es en este periodo además donde el PS prontamente tuvo su primera aproximación al “poder”, participando de los gobiernos del Frente Popular, gobernantes desde 1938, a través de algunos ministerios, lo que provocó fuertes pugnas internas a favor y en contra de esta etapa calificada de “colaboración de clases” por la militancia detractora. Para éstos ser “colaboracionista” era abandonar la vocación “revolucionaria” de par-
tido representante de los trabajadores puesto que dicho Frente político tenía una composición pluriclasista, con hegemonía de las clases medias. Esta fricción interna condujo al Partido Socialista a tres rupturas en sólo 15 años desde su fundación. De éstas, fue la última, ocurrida en 1948, la más relevante ya que el Partido comenzó a vivir una verdadera “expurgación” de aquellos “contenidos” que lo tornaban confuso y errático, tanto en un plano teórico como en la composición de su militancia. Las figuras de Raúl Ampuero, líder de la Federación Juvenil Socialista, y de Eugenio González, gran pensador y teórico socialista, tomaron especial relevancia en dicho proceso. El segundo es un periodo que se inicia con la formación del Partido Socialista Popular, que agrupó al tronco histórico del PS luego de la escisión de 1948, pasando por su reunificación en 1957, hasta el Congreso de Chillán de 1967. Es en este periodo en que el Partido asumió una posición muy autocrítica de sus primeros años de existencia política, abriéndose a replantearse política e ideológicamente en búsqueda de una “purificación” conceptual donde el marxismo se constituyera en su matriz teórica por excelencia. Empero, es al mismo tiempo un periodo de consolidación de su “autonomía” político-ideológica en cuanto al abierto rechazo de este Partido de abrazar algún “centro ideológico internacional”, ya sea la socialdemocracia de Europa Occidental o el comunismo soviético. Su postura será abiertamente nacional y latinoamericanista, aun cuando, como veremos, las influencias externas siempre serán importantes en la historia del socialismo criollo. Además, este periodo es importante
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porque se forjó la tesis del “Frente de Trabajadores”, producto de la visión crítica que el PS le otorgaba a su colaboración en los Frentes Populares hegemonizados por el radicalismo, lo cual lo llevó a desconfiar de cualquier alianza con los partidos representativos de la “burguesía nacional”, por lo que todas sus energías se vieron centradas en una alianza clasista entre los “partidos obreros”. De este modo, fue un periodo de continua radicalización al menos teórica del Partido Socialista de Chile. Sin embargo, en la práctica, tuvo un derrotero acentuadamente electoral, siendo la figura de Salvador Allende, candidato presidencial desde 1952, su máxima expresión, puesto que además este eximio líder sintetizó en su figura un “contrapunto” a la política oficial del PS en estos años. Esta etapa culminó posteriormente a la derrota de Salvador Allende en la elección presidencial de 1964 a manos del democratacristiano Eduardo Frei Montalva, lo cual agudizó aún más las contradicciones y las críticas internas dentro del Partido Socialista, las que terminaron transformándose en hegemónicas en el XXII Congreso General Ordinario efectuado en Chillán en el año 1967 en donde se definió, entre otros puntos, al Partido Socialista como un partido marxista-leninista, que asumía la violencia revolucionaria como “inevitable y legítima”, declarando por tanto que las formas pacíficas o legales de lucha “no conducen por sí mismas al poder”. El último periodo recorre desde dicho Congreso General Ordinario, el gobierno de la Unidad Popular y el Golpe de Estado, hasta el quiebre en dos grandes sectores socialistas de 1979 que define, finalmente, la
naturaleza del socialismo, de la izquierda y de la política chilena hasta hoy. Es un periodo marcado por las ambigüedades entre las posturas del PS y su puesta en práctica, que se sintetizaron finalmente en el Golpe de Estado y el destape de estas contradicciones internas del socialismo en el contexto. En este sentido, se abrió un proceso profundo y complejo de crítica y autocrítica dentro de un partido político que optó en 1967 por el marxismo-leninismo como su corriente ideológica oficial. Es así que el PS optaba por formar una estructura interior acorde a sus definiciones, es decir rígida, contraria a las facciones caudillistas o ideológicas. Sin embargo efectuado el Golpe de Estado de 1973 y siendo el PS, al igual que el resto de la izquierda, ilegalizado, perseguido y reprimido con ferocidad, refloreció desde su militancia todo aquello que se aspiraba corregir. Ello llevó a que el Partido Socialista se viera enfrascado en amplias y complejas discusiones teóricas, políticas e incluso bizantinas, que fueron a su vez estableciendo notorias facciones que expresaban la heterogeneidad histórica del socialismo chileno. Expresión de ello fue que un amplio grupo de militantes y dirigentes, liderados por Carlos Altamirano Orrego, secretario general de este partido desde 1971, comenzaron a desarrollar principalmente en el exilio un trascendental proceso reflexivo acerca de los cimientos teóricos, y por tanto políticos, del socialismo chileno hasta ese entonces. Es lo que hoy conocemos como “Renovación Socialista” la cual se enmarcó en un proceso de profundas divisiones en la orgánica del socialismo chileno y que por la naturaleza de este documento no alcanzaremos a revisar, al menos explícitamente.
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1. Contexto de fundación: Decadencia de la oligarquía y despliegue de una nueva alternativa de izquierda en el Chile de la década de 1930. a) La República Socialista de los doce días Los hechos y procesos que antecedieron la formación del Partido Socialista de Chile en abril de 1933, estuvieron marcados en primer lugar, por la recuperación de la democracia en Chile posterior a la crisis económica que azotó al mundo, y en particular a nuestro país, desde 1929 (conocida como la Gran Depresión). En este sentido, dicha crisis económica generó una severa crisis social que desencadenó una creciente movilización social y estudiantil de la época que puso en jaque a la dictadura del caudillo militar Carlos Ibáñez del Campo, el cual finalmente renunció a su cargo en 1931. A este hecho, lo sucedió un periodo de gran inestabilidad institucional y política, donde figuran con especial relevancia la conocida sublevación de la Escuadra de Chile entre fines de agosto y principios de septiembre de 1931, y que acaeció bajo el corto mandato del sucesor del dictador, el radical Juan Esteban Montero, como también la instauración de una breve, pero muy relevante (aún más para nuestra historia), “República Socialista” hacia mediados de 1932. Sin embargo, posterior a estos álgidos acontecimientos, asumió su segundo mandato Arturo Alessandri Palma y el sistema político chileno logró una honda estabilidad por largas cuatro décadas, consolidándose
el fin de lo que conocemos como Estado Oligárquico, dando paso a uno de carácter mesocrático, basado en una seria aspiración desarrollista en lo económico. Dicha aspiración se forjó debido al colapso de la economía monoexportadora chilena en el contexto de la crisis económica de 1929 que azotó a todo el mundo y en particular a este país, lo que generó que se buscara la posibilidad de fomentar una economía más estable y menos dependiente de los vaivenes de la economía internacional. De ese modo, desde los Gobiernos del Frente Popular se consolidó el sistema de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), o de desarrollo “hacia dentro”, a través de la fundación de la CORFO (Corporación de Fomento de la Producción) en 1939, con el apoyo de todos los sectores políticos, cuyo objetivo básico fue la estimulación con recursos financieros y mediante la participación privada, la creación tanto de empresas básicas y de carácter intermedio que pudieran dar inicio a este sistema ISI. Este sistema “desarrollista” se prolongó desde los gobiernos frentistas, sorteando con altos y bajos el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo y el del derechista Jorge Alessandri, recobrando mayor vigencia en el gobierno reformista de Eduardo Frei Montalva y el del socialista Salvador Allende. A esto se le sumó el importante ascenso y consolidación de las clases medias, ya sea como consecuencia del proceso industrializador, como por la ampliación del Estado y el mayor acceso a la educación, como también por el predominio de los partidos políticos que la representaban, particularmente el Partido Radical y en mucho menor medida el PS, teniendo acceso fluido a las estructuras del Estado y a sus
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puestos de trabajo (Ortiz 2007, 182186; Walker 199, 129-130; Drake 1992, 129-130). De esta forma el Partido Socialista de Chile se inscribió en este amplio y complejo marco histórico. Y es a su vez, fue parte de los resultados de las crisis y tensiones propias de una época que decaía y una que comenzaba. En este sentido, el PS tiene su antecedente fundamental en la “República Socialista” del 4 de junio de 1932. Dicha “República…fue un experimento político que surgió mediante un putsch cívico-militar que dio fin al gobierno de Esteban Montero y que forma parte de las “posibles salidas” al dificultoso estado de cosas en el país a comienzo de la década del 30 del siglo pasado. En estos años además se articularon con creciente relevancia en todo el país ideas progresistas alternativas a la tradición comunista, cuya organización política, el Partido Comunista (PC), se hallaba subsumida en un conato interno entre el ala “estalinista” (dirigida por Elías Lafertte) versus una de corte “trotskista” (liderada por Manuel Hidalgo), disputa que por lo demás resultaba ajena a la sociedad chilena. Esta tradición alternativa a la que hacemos mención es la socialista. Y en este caso, como plantea gráficamente el investigador Paul Drake era un “socialismo con uniforme”, puesto que el líder de esta efímera República Socialista era el caudillo militar Marmaduke Grove, el cual ese lejano 4 de junio de 1932 “se transformó de la noche a la mañana, en “el caudillo socialista” (Drake 1992, 57). Este líder militar, que se desempeñaba como Comodoro del Aire de las Fuerza Aérea de Chile (FACH), le entregó al socialismo chileno desde un comienzo una importante ligazón
con los sectores populares por su notable ascendencia en éstos (Elgueta 2007, 123)1. Además de Grove, también lideraron este efímero gobierno de doce días Eugenio Matte-Hurtado, que había renunciado durante esos días a su cargo de Gran Maestro de la Masonería Chilena, Óscar Schnake y Eugenio González Rojas, los cuales ya tenían una vasta experiencia en política dado que ambos formaron parte de los grupos anarquistas de los años veinte como también por su participación en las organizaciones estudiantiles (por ejemplo, ambos fueron presidentes de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, FECH) (Jobet 197, 106)2. Finalmente, los principales líderes de la República Socialista, como Grove y Matte-Hurtado, son expulsados del gobierno. Esto se debió principalmente a que este particular 1 Belarmino Elgueta, dirigente socialista desde la década del 40 del siglo pasado planteó que “La personalidad de Grove destacó, desde su juventud, como la de un rebelde y revolucionario por sus osadas actuaciones tanto en la juventud militar en los años veinte, como en la lucha contra la dictadura y por el socialismo en los años treinta, adquirió un carisma especial. A la ideología revolucionaria, Grove agregó su magnetismo personal, atrayendo a las multitudes hacia el nuevo partido” (Elgueta 2007, 123) 2 “Schnake se incorporó con entusiasmo y coraje a la lucha y se dio a conocer desde el año 1919 como un notable agitador desde los cuadros de la I.W.W. en cuyo seno realizó una vasta acción revolucionaria. Estudió medicina y actuó en las huestes de la Federación de Estudiantes de Chile, organismo que cumplía un rol de gran trascendencia en las batallas sociales de la época. Fue elegido presidente de la FECH, pero renunció a su cargo en virtud de sus convicciones anarquistas” (Jobet 1971, 106). Eugenio González Rojas además de presidente de la FECH, fue en la secundaria el primer presidente de la Federación de Estudiantes Secundarios.
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gobierno se compuso de una mixtura de dirigentes y militares proclives a otras personalidades políticas, como es el caso de Carlos Dávila, miembro de la Junta de Gobierno de la República Socialista y adicto al ibañismo, y otros grupos próximos al ex presidente Arturo Alessandri, habiéndose hecho parte de la nueva administración por fines meramente oportunistas (Elgueta 1992, 110)3. De este modo los dos líderes socialistas fueron definitivamente relegados a la isla de Pascua. En esta isla llegaron a la conclusión de que una de las mayores debilidades de la República Socialista fue el no haber contado con un gran partido obrero que hubiera entregado una importante base de respaldo a la batería de transformaciones que se buscaban, por lo que la fundación de un partido con dichas características era una tarea inmediata para empresas posteriores (Walker 1991, 121). A pesar de ello, Grove, aún desterrado en la Isla de Pascua, fue inscrito por otras organizaciones filo-socialistas como candidato a las elecciones presidenciales del 30 de octubre de 1932 (Drake 1992, 66), alcanzando el segundo lugar, detrás de Arturo Alessandri Palma, lo cual confirmaba que la República Socialista había calado 3 Belarmino Elgueta, plantea que dentro del movimiento que dio origen a la República Socialista encontramos tres tendencias: el davilismo, “que atraía a fuerzas ibañistas y algunos oficiales del ejército, con definiciones levemente socializantes, que representaban a la economía privada, pero con una fuerte intervención estatal”; el alessandrismo: “buscaba el retorno de su líder al gobierno, para lo cual se sumaba al derrocamiento de Montero”; y finalmente, “el núcleo central y más fuerte, constituido por los socialistas, provenientes de la Nueva Acción Pública (NAP), encabezada por Eugenio Matte y formada por profesionales, estudiantes y trabajadores” (Elgueta 2007, 110)
hondamente en una amplia parte de la población y, en particular, que la figura del “caudillo socialista” contaba con un enorme respaldo popular: nunca hizo campaña por estar relegado y como candidato sólo llegó el día de la votación al territorio continental. Sin embargo, ¿cuáles eran las ideas que contenía esta efímera República Socialista, de doce días, y la primera de su tipo en América?, ¿era acaso un socialismo afín con los postulados soviéticos? Y si no era ése el caso ¿de dónde se situaba el socialismo que propugnaban sus líderes derrocados? Para ello, veremos qué nos plantean distintos autores sobre estos tópicos. Ignacio Walker nos dice que bajo el marco general de la crisis oligárquica fue que “surgió en Chile un socialismo con un importante elemento populista, de signo antioligárquico y antiimperialista” (Walker 1991, 118), siendo su componente nacional-popular lo que habría atraído a las masas populares a éste. Así, el Programa de Acción Inmediata propuesto por la Junta de Gobierno de la República Socialista recogería distintas aspiraciones de dicho contexto convulso en un “tono claramente antioligárquico y antiimperialista”, de ese modo las “ideas socialistas emergentes en este período (…) deben entender como la expresión de un sentimiento generalizado de protesta antioligárquica y de demandas mínimas de bienestar económico y social” (Walker 1991, 120). En una línea similar, Paul Drake plantea que “la República socialista era una especie de socialismo moderado, más bien de clase media, más radical en apariencia que en la realidad. Daba más énfasis en la planificación estatal que al conflicto de
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clases” y que para “…la mayoría de los trabajadores, era imposible saber mucho acerca de la definición de “socialismo” de la Junta. Pero sin embargo, sí reconocía la identificación del Gobierno con sus problemas y el interés que les asignaba. El atractivo de la Junta se basaba en hechos concretos, en su lenguaje ardiente y en las utópicas promesas de una sociedad sin clases” (Drake 1992, 59 y 62) Esto se expresó, a ojos de Drake, en las acciones inmediatistas, de “naturaleza” populista, tal como la entrega por parte de la Junta, e impulsada por Grove, de las ropas y elementos de trabajo empeñadas por los trabajadores manuales en la Caja de Crédito Popular. De esta forma, ambos autores coincidieron que el antecedente principal de la formación del Partido Socialista estuvo caracterizado por altos elementos nacional-populistas.
objetivos a largo plazo, construyendo “slogans ostentosos que parecen prometer y recompensas materiales y psíquicas rápidas”. Su proyecto de desarrollo tendería al integracionismo, abogando tanto por subvencionar al empresariado como colaborando en la integración de las masas a las tomas de decisiones y a los beneficios de la economía. Por último, plantea que el movimiento populista, generalmente, obtiene resultados decepcionantes, por lo que raras veces es revolucionario, sugiriendo más bien ajustes al sistema político establecido por sobre su destrucción (Drake 1991, 14-15). Si nos aproximamos a la primera proclama de la Junta de Gobierno de la República Socialista, lanzada en la mañana del 5 de junio de 1932 , podemos hallar muchos de estos elementos recién señalados. He aquí un extracto:
Cabe recordar que para Paul Drake el populismo, como movimiento político y social, se caracteriza por ser conducidos por líderes carismáticos y paternalistas, los cuales utilizan generalmente su pertenencia a las clases superiores para impresionara las masas populares , siendo además un movimiento transversal más que de “clases”. Así también, el populismo se define “ideológicamente” en general de acuerdo a su opuesto (por ejemplo, “antiimperialistas”), propende a hacer juicios moralistas, orientados a la redención, con elementos sumamente eclécticos en lo ideológico. Además de ello, el populismo le daría prioridad a reformas espontáneas y parciales por sobre
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“El caos en que se encuentra el país a consecuencia de su total bancarrota económica y moral, nos ha movido a seguir los impulsos de nuestro patriotismo, derrocando un Gobierno nefasto de reacción oligárquica, que sólo supo servir los intereses del insaciable capitalismo extranjero, sin importarle las urgentes necesidades colectivas, la miseria de las clases productoras, la cesantía y el hambre del proletariado […] alentada por un alto espíritu de nacionalismo constructivo que asegure a todos los chilenos el derecho a la vida por medio del trabajo productor […] estamos lejos de las influencias de cualquier imperialismo o del sovietismo ruso […] El desorden de las fuerzas económicas, la crisis de los valores morales y
el juego mezquino de los partidos, ponían la Nación ante un dilema: O EL DESASTRE FINAL O UN CAMBIO DE RÉGIMEN. Un impulso de conservación nacional ha impuesto lo segundo” (Manifiesto de los Revolucionarios, en Cruz 2002)4. En este pequeño resumen de la proclama se inscribieron conceptos tales como el patriotismo, un espíritu antioligárquico y antiimperialista (“capitalismo extranjero”), el nacionalismo (pero enfatizado como “constructivo”). Así también, se expresa la autonomía de la naciente República frente a influencias ideológicas extranjeras y la constatación de una crisis moral en la sociedad chilena. Todo ello justificaría el accionar de la nueva República Socialista. En este sentido, las definiciones que encontramos en esta proclama se encasillan en los postulados de Drake y Walker con respecto a un socialismo más próximo a un proyecto de carácter nacional-popular que a uno de índole clasista. No está de más recordar que su lema era “Pan, techo y abrigo para el pueblo”, el cual se dispuso para convocar a ese “pueblo” ampliamente excluido de la política y de la economía.
un período de aguda lucha de clases, y sin tener una concepción teórica madura y, por consiguiente, de la homogeneidad necesaria” y que “contó con el apoyo espontáneo de las masas, tanto por las acciones generosas mencionadas, como por la esperanza de avanzar en la satisfacción de sus aspiraciones largamente postergadas” (Elgueta 2007, 115).
“intentó cubrir el vacío de dirección de las luchas populares, en
Para Julio César Jobet, las políticas de la República de Grove y Matte “incorporaron a las masas al rodaje administrativo del Estado; auscultaron sus necesidades vitales, burladas en los gobiernos anteriores y las tradujeron en medidas concretas de inmediata realización”, así el 4 de junio “sacudió a las masas, las incorporó de lleno a las luchas sociales y políticas, impulsadas por un nuevo horizonte de lucha: la construcción de un régimen socialista” (Jobet 1971, 32). En ambos autores, si bien complementaron el análisis de la República Socialista con conceptos más de la tradición clásica del socialismo y a la relevancia que ésta tuvo para nuevas formas de hacer política de las clases trabajadoras, aproximándolas al ideario socialista más que en ninguna experiencia previa, adscriben también a los elementos planteados tanto por Walker y Drake en cuanto fue un movimiento de acciones “generosas”, concretas e inmediatas y que no tenía una madurez teórica ni homogénea.
4 Las siguientes citas acerca de la proclama son todas extraídas desde este libro. El énfasis, por lo demás, es nuestro. Para una mayor revisión de los acontecimientos y de las políticas emanadas desde la República Socialista, éste es un libro que ahonda mayormente en ello, al igual que gran parte de la bibliografía aquí trabajada.
Por último, Casanueva y Fernández plantearon que las condiciones objetivas nacionales de aquellos años, particularmente de la clase trabajadora, la que pese a su consolidación como clase, se encontraba dividida por distintas ideologías expresadas
Por su parte, Belarmino Elgueta, plantea que la República Socialista era un movimiento político que
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en organizaciones sindicales y políticas que competían por el apoyo popular (próximas al anarquismo, como la IWW, al comunismo, como la FOCH que en 1931 pasa a denominarse CTCH, e inclusive algunas inclinadas al ibañismo, como la CRAC), determinó que la República Socialista haya sido una tarea de Matte y Grove y no de “una masa obrera organizada y consciente, sino que a través de una acción desde arriba”(Casanueva y Fernández 1973, 81-82). b) La fundación del Partido Socialista En el contexto de conformación de la República Socialista, hubo un puñado de pequeños partidos políticos fundados entre 1931 y 1932 y que se orientaban bajo tendencias socialistas. Estas agrupaciones eran la Nueva Acción Pública (NAP), en la cual participaba el masón Eugenio Matte Hurtado y Carlos Alberto Martínez, hombre de entrañables luchas populares y uno de los fundadores del Partido Obrero Socialista hacia 1912; la Acción Revolucionaria Socialista (ARS), en la que militaban Schnake y González; el Partido Socialista Marxista; el Partido Socialista Unificado; y la Orden Socialista, en que militaba el reconocido e influyente arquitecto nacional Luciano Kulczewski. Principalmente la primera organización, NAP y los posteriores fundadores de la ARS (formada tiempo después de la República Socialista), influyeron decisivamente en el carácter que este putsch cívico-militar tendría (Casanueva y Fer-
nández 1973, 95-101)5. Serán estas organizaciones las que darán vida hacia el 19 de abril de 1933 al Partido Socialista. Tal como lo habrían pensado Matte y Grove en su relegación en Isla de Pascua, había una necesidad profunda de formar un partido que fuese capaz de capitalizar lo que fue el movimiento de junio de 1932, por lo demás, era también necesario para que fueran la base de apoyo para cualquier posterior empresa política. Así, los partidos antes nombrados se convocaron para la noche del 19 de abril de 1933 en un local del centro de Santiago, ubicado en la calle Serrano 150, para fundar el Partido Socialista de Chile. Ahí se hallaban Matte, Eugenio González, Schnake y Grove. Los asistentes “tenían visiones ideológicas diversas: había socialdemócratas, masones, anarquistas, trotskistas, y marxistas. La definición de partido de trabajadores manuales e intelectuales, graficará muy bien la diversidad social e ideológica que caracterizará al PS a lo largo de su historia” (Ortiz 2007, 189). Ésa fue la base del PS, una organización que agrupa a los “trabajadores manuales e intelectuales”, concepto que por lo demás provenía de la influencia del Partido Aprista Peruano y que había ingresado a través de la NAP y de la ARS, como también muchos de sus símbolos, tales como su bandera y su himno6. 5 Para un análisis exhaustivo de lo que fue la NAP: Moraga, Fabio. 2009. ¿Un partido indoamericanista en Chile? La Nueva Acción Pública y el Partido Aprista Peruano (1931-1933). Revista Histórica XXXIII (2) PUCP. Así también, para aproximarse al pensamiento político de Meneghello, Raimundo y Eugenio Matte Hurtado. 2010. Textos políticos y discursos parlamentarios. Santiago: Editorial LOM. 6 Además, en la investigación de
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¿Qué decía la primera declaración de principios del PS? Aquí la reproduciremos íntegramente (Casanueva y Fernández 1973, 102): “El partido declara y acepta como puntos fundamentales de su doctrina los siguientes:
una clase sobre otra. Eliminadas las clases debe desaparecer el carácter opresor del Estado, limitándose a guiar, armonizar y proteger las actividades de la sociedad. Transformación del régimen. El régimen de producción capitalista, basado en la propiedad privada de la tierra, de los instrumentos de producción, de cambio, crédito y transporte, debe necesariamente ser reemplazado por un régimen económico socialista en que dicha propiedad privada se transforme en colectiva.
Método de interpretación. El Partido acepta como método de interpretación de la realidad el Marxismo enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos y revolucionarios del constante devenir social Lucha de clases. La actual organización económica capitalista divide a la sociedad humana en dos clases cada día más definidas. Una clase que se ha apropiado de los medios de producción y que los explota en su beneficio; y otra clase que trabaja, que produce y que no tiene otro medio de vida que su salario.
La producción socializada se organiza por medio de planes ordenados y sistematizados científicamente, conforme a las necesidades colectivas.
La necesidad de la clase trabajadora de conquistar su bienestar económico y el afán de la clase poseedora de conservar sus privilegios, determinan la lucha entre estas dos clases. La clase capitalista está representada por el Estado actual, que es un organismo de opresión de Fabio Moraga anteriormente citada, se profundiza también en algunas de las influencias que el APRA peruano tuvo sobre la NAP, como por ejemplo su himno partidario que finalmente es utilizada también en el PS, aunque no hay hasta ahora documentación si la letra sería la misma. Ahora bien, también considera que las influencias de este partido peruano sobre la NAP serían más bien limitadas a este tipo de hechos más que constituirse en un partido con contenidos idénticos en lo ideológico.
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Dictadura de trabajadores. Durante el proceso de transformación total del sistema, es necesaria una dictadura de trabajadores organizados. La transformación evolutiva por medio del sistema democrático no es posible, porque la clase dominante se ha organizado en cuerpos civiles armados y ha erigido su propia dictadura para mantener a los trabajadores en la miseria y en la ignorancia e impedir su emancipación. Internacionalismo y antiimperialismo económico. La doctrina socialista es de carácter internacional y exige una acción solidaria y coordinada de los trabajadores del mundo. Para iniciar la realización de
este postulado, el Partido Socialista propugnará la unidad económica y política de los pueblos de Latinoamérica, para llegar a la Federación de las Repúblicas Socialistas del Continente y la creación de una economía antiimperialista” Así, el nuevo partido “acepta como método de interpretación de la realidad el Marxismo”, pero “enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos y revolucionarios del constante devenir social”, es decir asume esta teoría no como un dogma, sino como un núcleo teórico-conceptual que debe adecuarse a las condiciones objetivas y subjetivas que requiere interpretar para la acción política. Por lo mismo desde un principio se mostró ajeno a las directrices de la izquierda internacional, ya sea su variable soviética como de la socialdemocracia europea. Además de ello, tuvo una definición clasista de la historia, postulando que la sociedad está dividida en dos clases, la que se apropia de los medios de producción y la otra que no tiene otro medio para subsistir sino es a través de la venta de su fuerza de trabajo. Las propias necesidades de bienestar de esta última y la resistencia de la primera a no perder sus privilegios determinarían la lucha entre clases antagónicas. Por ello, propugna la transformación del régimen de producción capitalista, por uno de carácter colectivo, y para que ello sea posible estima necesaria una dictadura de trabajadores puesto que el cambio evolutivo a través del sistema democrático (planteado por la socialdemocracia europea occidental) no sería viable, ya que la burguesía (clase apropiada de los medios de producción) se ha organizado en
cuerpos civiles armados y ha erigido su propia dictadura para controlar a la clase trabajadora. Por último, porque la lucha por la emancipación de la clase trabajadora debe ser internacional, para el PS antes que todo debe tener un carácter continental, por lo que propugna la formación de la “Federación de las Repúblicas Socialistas del Continente y la creación de una economía antiimperialista”. De este modo, el PS adquirió desde sus inicios una definida posición de partido marxista y de carácter clasista, pero tal como muestra su acta fundacional en las ocasiones que intervinieron Schnake y Matte, se definía como el partido de los “trabajadores manuales e intelectuales” (Jobet 1971, 193-199), expresando así tanto su composición social interna como también la amplitud que el socialismo chileno le daba al concepto de “trabajador”7. Sin embargo tal como nos plantea Paul Drake “El PS, que era un partido anti statu quo, irrumpió en el escenario nacional en la década de 1930 con atractivos marcadamente populistas en torno a un caudillo carismático de las Fuerzas Armadas. Este joven partido mostró también tendencias ideológicas y significativamente populistas” 7 Con respecto a la composición social de la militancia del PS chileno, la obra de Paul Drake (1992, 131-142) con la que hemos estado trabajando profundiza notablemente en este tópico. Básicamente, el Partido Socialista al formarse era sumamente heterogéneo, proviniendo sus militantes de las clases medias y bajas, siendo sus líderes más connotados principalmente de la primera. Dicha composición por lo demás, explicaría en parte también la heterogeneidad ideológica del naciente partido y su capacidad de convocar a amplias capas de la sociedad tanto en lo electoral como a militar en sus filas. También en el libro encontramos una tabla con las profesiones de los fundadores de dicho partido.
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(Drake 1992, 11), las cuales iban a presentarse en distintos momentos de su historia, produciendo engorrosos conflictos entre las distintas tendencias que convivían en su interior. Además, es importante visualizar que el PS desde un principio da a entender que el sistema democrático no sería factible para llevar a cabo las transformaciones que el partido y su política de izquierda propugnaba para el país. Ya de por sí, la historia del PS está marcado por un “mito fundacional” que se aparta de la formalidad democrática, como es la instauración de la República Socialista el 4 de junio de 1932. Sin embargo, esto también chocará con la dinámica que el propio partido se impondrá para los años venideros. Aun así, la primera formación política a nivel de alianzas del Partido Socialista expresará el intento de constituir una línea “consecuente” con su Declaración de Principios. c) Conformación del Block de Izquierda y del Frente Único de Trabajadores El Partido Socialista emergió tanto como una alternativa de izquierda como una alternativa dentro de la izquierda. Las tendencias que se aglutinaron para su formación lo hicieron básicamente porque el otro partido de la izquierda, el Partido Comunista, no los interpretaba. Dicho partido se encontraba en una etapa ultra-izquierdista que se planteaba oficialmente a favor de salidas insurreccionales, ya sea a través de huelgas, económicas y políticas, de guerrillas, entre otras, preconizada
por la Internacional Comunista (Comintern), posiciones que mantenían al comunismo criollo en los márgenes de la incidencia política formal. Esto sólo iba a cambiar radicalmente hacia 1935 (Drake 1992, 150), cuando se estipuló en la Comintern la formulación de un Frente Popular, una alianza entre los partidos burgueses y proletarios, para ponerle freno al avance del fascismo en el mundo. En la otra vereda, el Partido Socialista había elegido su secretario general, Óscar Schnake, el cual se iba a desempeñar en este cargo hasta 1939, siendo reelecto respectivamente en todos los congresos generales del partido siguientes. En cuanto a su política de alianzas y al modo de llevar a cabo sus principios doctrinarios, el PS planteó hacia 1934 la formación del Block de Izquierda en el parlamento, el cual tuvo como principal papel el denunciar las políticas del gobierno alessandrista. En esta misma línea, el partido se dedicó a formar a nivel nacional un Frente Único de Trabajadores, en donde el proletariado tendría el rol de vanguardia contra la lucha antiimperialista, antioligárquica, y antifascista. Además, en el Block se organizarían todos los partidos de tendencia izquierdista, a excepción del Partido Comunista, entre los que se encontraban el Partido Radical-Socialista, el Democrático y la Izquierda Comunista. A su vez, el rol conductor de Block de Izquierda y del Frente Único de Trabajadores recaería en el Partido Socialista. Sería el comienzo de una historia atiborrada de desavenencias entre socialistas y comunistas. Finalmente, en enero de 1936, el PS en su III Congreso General Ordinario proclamó la candidatura de Marmaduke Grove a la Presidencia de la
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República (Casanueva y Fernández 1973, 111-121; Ortiz 2007, 193). El máximo líder socialista se desempeñaba como senador, cargo que llegó a ocupar tras triunfar en una elección complementaria efectuada producto del fallecimiento del otro líder socialista, Eugenio Matte-Hurtado, en 1934. Estos primeros años (1933-1936) han sido calificados por algunos historiadores del socialismo, en este caso Casanueva y Canque, como un “periodo consecuente” con su línea doctrinaria. Sin embargo, al poco andar, el Partido Comunista propuso la alternativa del Frente Popular, el cual a ojos del socialismo criollo resultaba sumamente incómodo, tanto para sus tendencias clasistas, en que veían que una alianza pluriclasista con la burguesía representada en el Partido Radical (PR) y la izquierda, significaría recular en sus posturas revolucionarias, mientras que en aquellas más pragmáticas supuso el verse supeditado a la política del Partido Comunista con predominio en la dirección de los radicales. Además el Partido Socialista tenía también una figura a nivel nacional como era Marmaduke Grove el cual había posibilitado que el partido fuera conocido en todo el país y llegara a representar a amplios espectros de las clases populares y medias, por lo que, la posibilidad de constituir un Frente Popular no era divisado positivamente por buena parte de la dirigencia socialista. Con todo, iba a ser el comienzo de las primeras escaramuzas internas dentro del partido entre aquellos que apelaban a una política “consecuente” con los postulados revolucionarios del partido y aquellos que con una retórica izquierdizante, en la práctica se abrían a expresiones reformistas
como el Frente Popular (Drake 1992, 153; Casanueva y Fernández 1973, 122-125; Walker 1991, 124). Sería el inicio de una ambigüedad que acompañará por siempre al socialismo criollo. d) El Frente Popular y las primeras divergencias en el seno del socialismo. El Partido Socialista finalmente aceptó el ingreso al Frente Popular el 2 de abril de 1936. Para ello comenzó una lenta transformación de su lenguaje y posiciones políticas8, sin embargo ello no dejó conforme a toda su militancia. En este contexto, el partido sufrió su primera escisión, el año 1937, en la que un pequeño grupo dirigidos por Ricardo Latcham y Amaro Castro dieron forma a la Unión Socialista la cual, paradójicamente, junto al Movimiento Nacional Socialista, de tendencia nazista, y la Acción Popular Libertadora levantó la candidatura de Carlos Ibáñez del Campo. Sin embargo, este tipo de acciones serán la tónica del PS hasta 1948. Ahora bien, un año antes, el partido también acogió en su seno a la Izquierda Comunista, de tendencia 8 “El Frente Popular no lo hemos rechazado jamás, ya que su base es la unión de los partidos obreros clasistas con los partidos de clase media para defender las conquistas democráticas amagadas por la reacción” palabras del secretario general del PS Óscar Schnake (Casanueva y Fernández 1973, 124). Además los autores plantean que el Partido hizo un notable cambio en su táctica propagandística, sacando de ésta todo extremismo ideológico o infantilismo revolucionario, como lo denominaba Schnake, postulando en sus programas sólo aquello que fuese posible realizarse.
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trotskista, la cual decidió ingresar al PS en el III Congreso General Ordinario de esta colectividad, los días 23, 24 y 25 de enero de 1936, aportándole nuevos cuadros obreros9. El Frente Popular llegó a gobernar Chile. Como se sabe su primer presidente fue el radical Pedro Aguirre Cerda, el cual venció al candidato de la derecha, Gustavo Ross por estrecho margen el 25 de octubre de 1938. Pero para que éste fuese proclamado como candidato presidencial el Partido Socialista tuvo que bajar sus pretensiones presidenciales encarnadas en su figura más popular: Marmaduke Grove. Este hecho dejó profundamente disconforme a buena parte de su militancia política que veía en Grove la posibilidad de que el partido tuviese una posición de privilegio en la conducción de la coalición. Sin embargo, el apoyo del Partido Comunista al candidato radical, mermó las pretensiones del “grovismo”. Así y todo, el ex Comodoro del Aire fue el presidente de la campaña presidencial, el Partido Socialista creció en apoyo popular y electoral, contribuyendo además con tres ministros en su administración: Arturo Bianchi en Fomento, Carlos Alberto Martínez en Tierras y Colonización, y Miguel Etchebarne en Salubridad. Los cuales posteriormente serían reemplazados por Óscar Schnake, Rolando Merino y Salvador Allende, en los respectivos ministerios, otorgándole un cariz más político a sus colaboradores en el gobierno frentista 9 Sobre la escisión de la Unión Socialista en Casanueva y Fernández (1973, 127). Así también con respecto al III Congreso General Ordinario del PS, y una revisión exhaustiva de éstos hasta 1970, además de la formación de la Unión Socialista revisar el libro de Julio César Jobet antes citado (130-131).
(Jobet 1971, 131-132; Casanueva y Fernández 1973, 126-128; Elgueta 2007, 128-136). De esta forma, en sólo cinco años el Partido Socialista accedía al gobierno en una combinación de centro-izquierda. Sin embargo, las divergencias dentro del partido no cesaron. Se formaron dos corrientes claramente definidas entre los “anticolaboracionistas” y los “colaboracionistas” con el Frente Popular, en estos últimos se posicionaban los principales dirigentes del PS. Básicamente esta lucha se expresaba entre aquellos que buscaban la institucionalización del partido y aquellos que propugnaban un retorno a su independencia política. El movimiento inconformista era encabezado por César Godoy. Este movimiento “representó un profundo movimiento de recuperación socialista, basado en el marxismo, que luchaba contra la dependencia de la burguesía en el seno del gobierno y del Frente Popular” (Elgueta 2007, 137). Además de ello, el movimiento realizaba una visión crítica del partido en el gobierno frentista ya que a ojos de éstos no se pudieron impulsar las demandas populares y de las clases medias más sentidas10. Ahora bien, por su parte el grupo colaboracionista planteaba que el Partido Socialista con su aporte destacaba en la mantención del sistema democrático y había impedido que la derecha retornara al poder, asegurando la estabilidad del gobier10 En este sentido Jobet planteó que el Frente Popular “no pudo quebrar el poder de la reacción y extender las instituciones democráticas; no reformó la Ley Electoral para ampliar y purificar el sufragio; no permitió la sindicalización campesina ni impulsó la colonización. La oposición reaccionaria, que dominaba el parlamento, lo extorsionaba y le impedía avanzar” (1971, 135).
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no democrático frente a las intentonas reaccionarias. En definitiva, la corriente “anti-colaboracionista” fue derrotada al interior del partido en el VI Congreso General Ordinario de 1939, separándose de éste, yéndose cinco de los 15 diputados socialistas y formando el Partido Socialista de los Trabajadores, el cual después de magros resultados en las elecciones parlamentarias posteriores se disgregó, retornando un grupo menor al PS y otro al Partido Comunista (Jobet 1971, 142; Elgueta 2007, 137). Clodomiro Almeyda, joven militante de la Federación Juvenil Socialista, en aquellos años recordará, ya en su adultez, este primer gran episodio divisorio en el socialismo chileno: “La intuición de la realidad y el sentido común me decían que el grueso del partido real, su esencial componente obrero y campesino, no estaba para divisiones y quería permanecer en el Partido de Grove, a pesar de que a mí este caudillo no me simpatizaba, cosa que sí ocurría con el líder de los “inconformistas”, el fogoso orador y carismático personaje que era César Godoy Urrutia […] No era pues, ése el momento para debilitar los partidos populares, dividir uno de sus principales, el Socialista, y crearle al Gobierno un nuevo frente de lucha por la “izquierda”. Ello sólo favorecía a la derecha, y me parecía un aventurismo irresponsable” (Almeyda 1987, 64-65). En este sentido, la apreciación del socialismo de su colaboración en el Frente Popular será muy crítica, a pesar de haber colaborado con sus mejores cuadros políticos a la forma-
ción de la Corporación de Fomento, más conocida como CORFO (entre ellos su ministro y líder del partido Óscar Schnake), plataforma del desarrollo del sistema de Industrialización Sustitutiva de Importaciones, consolidando así un nuevo tipo de Estado, el cual mediante la política de alianza frentista, estructurada entre el centro reformista representado por el radicalismo y la izquierda marxista, comunista y socialista, supuso el desplazamiento de la oligarquía de éste (Walker 1991, 123), y una estabilidad institucional, política y económica hasta la década de 1970. Ahora bien, el Partido Socialista no dejó de tener tensiones en su interior. Y en otras ocasiones éstas provenían de su relación con su aliado de izquierda, el Partido Comunista y el vínculo de éste con las directrices del comunismo internacional asentado en Moscú, lo cual afectaba profundamente a la unidad de la izquierda11. Para empeorar las cosas, en noviembre de 1941 falleció a causa de una grave enfermedad 11 En este sentido, Jobet (1971, 151) plantea que Schnake, en un discurso a fines de diciembre de 1940 “se detuvo en un vasto enfrentamiento con el PC por considerar su actitud anti-unitaria, perjudicial para Chile y únicamente al servicio de la posición de alianza con el nacismo sustentada por la URSS. Examinó la experiencia mundial del movimiento obrero, señalando los desaciertos de la II y III Internacionales; definió las causas del nacimiento del PS; su profundo contenido nacional y revolucionario, su perspectiva americanista”. Así, ratificaba, bajo sus criterios, las divergencias con el comunismo criollo y la relación de éste con la política moscovita, en detrimento de una política americanista y puramente nacional del PS. Por lo demás, este discurso sería en el que Schnake y el Partido Socialista quiebran con el Frente Popular.
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el presidente Pedro Aguirre Cerda, y al mes siguiente el Partido Socialista terminaría retirándose del Frente Popular. Comenzaría así una de las etapas más decadentes de la historia del socialismo chileno, atiborrada de enfrentamientos internos que se caracterizaron por tener prácticamente el mismo contenido de sus versiones anteriores (“colaboracionistas” o “anticolaboracionistas”, en otras ocasiones denominados “recuperacionistas”). De este modo, entre 1941 y 1952 se sucedieron gobiernos con alianzas que replicarían en parte lo que fue el Frente Popular original, con algunas fórmulas nuevas e incorporación de algunos elementos de la centro-derecha chilena. Pero además, supuso la casi desaparición del socialismo chileno, el cual ensimismado en sus conflictos internos, no pudo despejarse de prácticas políticas incoherentes con sus postulados y principios. Es así que, pese a que a principios de 1941 el PS en la elección parlamentaria de aquel año alcanzaba el 17,9% de la votación y Marmaduke Grove era el senador más votado del país (Elgueta 2007, 139), el partido comenzó una baja en apoyo electoral y popular notable, alcanzando hacia 1946 su peor participación en un torneo presidencial.
tacaba el ex Secretario General de la Federación Juvenil Socialista (FJS), Raúl Ampuero. La dirección a cargo de Allende como primera medida, y en virtud de una nueva postergación de las demandas populares y de la derechización del gobierno radical de la época, el que presidía Juan Antonio Ríos, decidió retirar al PS del gobierno. Esto supuso a la larga una nueva división del partido, esta vez dirigida por su líder histórico y figura más carismática, el senador Marmaduke Grove (Drake 1992, 244-247; Elgueta 2007, 140-141; Casanueva y Fernández 1973, 153-159; Jobet 1971, 184-185; Walker 1991, 127).
Las críticas internas con respecto a la colaboración en este tipo de gobiernos se hicieron cada vez más fuerte, hasta que en 1943 la corriente “anticolaboracionista” logró imponerse. En este torneo interno resultó vencedor Salvador Allende en desmedro del Secretario General desde 1939, Marmaduke Grove. Este ex ministro bajo la administración del ya fallecido Pedro Aguirre Cerda, había sido apoyado por los sectores más jóvenes del socialismo criollo, en el que des-
e) La tesis del Frente Social y Económico del Pueblo (“Tercer Frente”) y el desplome del socialismo chileno.
Entre medio de esta vorágine interna el PS elegía hacia 1944 a Bernardo Ibáñez como Secretario General. Este dirigente era el líder de la sindical más importante de Chile, la CTCh, y diputado por Valparaíso, era además un antiguo comunista converso al anticomunismo (Elgueta 2007, 141). En este periodo se daría forma a un nuevo tipo de alianza, que sería además la expresión concreta de la decadencia y desvirtuación de la línea del partido fundado por Grove y Matte.
En el año 1945, el Partido Socialista estaba subsumido en una honda crisis que se replicaba en una baja considerable de apoyo en las elecciones parlamentarias de marzo de ese año. Un factor complementario de esta decadencia eran las ya al menos
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tres escisiones que un corto tiempo el partido había sufrido, siendo la última la que sin duda había afectado más. En esta ocasión su histórico fundador, Marmaduke Grove, había optado por formar un partido que se autodenominaba el “auténtico”. Sin embargo el tronco histórico, ahora comandado por Bernardo Ibáñez, buscaba una alternativa para subsistir en el sistema político nacional. Es por ello que en su V Congreso General Extraordinario el PS acordó una política de independencia tanto con respecto al gobierno como frente al Partido Comunista. Comenzaba así a desarrollarse la tesis del “Frente del Pueblo”12. Según Julio César Jobet: “la simple contienda entre derechas e izquierda debía ser reemplazada por una abierta pugna combativa entre poseedores y desposeídos, entre explotadores y explotados, liquidando la anodina alianza democrática, y poniendo en jaque al Partido Comunista que en esa época agitaba, con su finalidad acostumbrada, su nueva y errónea consigna de unidad nacional […] El PS, entonces, no se ubicaba en una posición centrista; por el contrario, se situaba en una línea de vanguardia revolucionaria” (Jobet 1971, 188). Una visión más pragmática de esta línea partidaria la da Paul Drake, el cual plantea que el “Tercer Frente”, como también se le denominaba, era un concepto indefinido, que más allá 12 Los tres autores que aquí utilizaremos y que analizan un poco más en profundidad la línea del Tercer Frente son Julio César Jobet (1971), Paul Drake (1992) y Belarmino Elgueta (2007), con las tres obras citadas con anterioridad.
de la retórica no representaba un giro hacia la izquierda, sino más bien “un intento de establecer una posición reformista independiente, por ejemplo, en conjunto con la falange, entre la Derecha y la alianza gubernamental de Ríos” (Drake 1992, 252). Además de ello, se sumaban los conflictos que habían en la política nacional, en donde el presidente Ríos producto de una enfermedad debió alejarse de su cargo, asumiendo interinamente Alfredo Duhalde. En ese contexto, el gobernante reprimió con fuerza unas huelgas dirigidas por los comunistas en las salitreras del norte de Chile, generándose movilizaciones de apoyo en Santiago, las cuales finalmente también terminaron duramente reprimidas y con muertos a su haber. Este hecho recibió un abierto rechazo de gran parte del espectro político, entre ellos los comunistas, socialistas auténticos, parte de los radicales y falangistas, y a su vez produjo la renuncia de casi la totalidad del gabinete presidencial. En ese sentido, el PS asumió con cuatro ministros, que incluía además a miembros de las Fuerzas Armadas, a cambio del compromiso del gobierno con respecto a la profundización de los derechos sindicales y de los trabajadores. Así, se abrió un conflicto en la izquierda, que dividiría ulteriormente a la CTCH entre una facción socialista y otra comunista. Bajo la lupa investigativa de Drake “Algunos líderes socialistas —al igual que los peronistas argentinos— tenían la esperanza de formar una poco clara “tercera fuerza” en conjunto con los militares, ya que una nueva coalición partidista era poco posible” (Drake 1992, 253). Para Belarmino Elgueta, esta política del Tercer Frente, lisa y llanamente,
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significó una política oportunista, que tenía una cierta base teórica en los acontecimientos internacionales, como por ejemplo el fin de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría: “Entre los “frentes” del imperialismo, hegemonizado por Estados Unidos, y del expansionismo de la Unión Soviética, se buscaba formar un tercer frente, no comprometido con los grandes competidores mundiales […] Pero, por encima de este fundamento internacional, la capa dirigente, encabezada por Bernardo Ibáñez, buscaba el retorno al gobierno por medio de la negociación” (Elgueta 2007, 142).
el escuálido 2,5% de los votos (Drake 1992, 255). Sin embargo, se abrían nuevos aires al interior del partido, y ellos se materializaban en su generación más joven.
2. Una nueva generación Socialista: del Frente de Trabajadores hacia los primeros atisbos de “leninización”
En conclusión, el Partido Socialista ahondaba más en una retórica ambigua, con ciertos atisbos izquierdizantes, pero que permitían moverse a través de otros cauces, en una búsqueda oportunista de obtener representación en el gobierno de turno. Así también se expresaron elementos propios de la política populista latinoamericana, por cuanto el Tercer Frente se ubicaba próximo de los planteamientos políticos del peronismo argentino, con un fuerte contenido nacional, superando la visión clasista de la sociedad, separándola en el análisis entre “explotados y explotadores”. Esta ambigüedad llevó al partido de Allende a hundirse más y más. Expresión de ello es que en las elecciones presidenciales de octubre de 1946, y al no fructificar la candidatura de Duhalde ni ninguna otra, el PS llevó como candidato presidencial, sin alianza alguna, a su Secretario General Bernardo Ibáñez, alcanzando
El año 1946 marcó un antes y un después en la historia del socialismo criollo. En pocas palabras, si el partido no aceptaba su desplome probablemente hubiera llegado a su desaparición. En ese sentido, este año trajo consigo una nueva generación de dirigentes que, sumados a históricos comprometidos con la causa socialista, pudieron encausar la historia de este partido de izquierda. Este proceso fue de largo aliento y tuvo también divergencias en su interior como había sido la tónica del partido hasta ese entonces. Sin embargo, hubo cosas que no cambiaron, entre ellas un acentuado oportunismo político que, encubierto en un lenguaje y retórica de izquierda, posibilitó al PS tener nuevas experiencias en otro gobierno. Pero también, tuvo el notable trabajo teórico de Eugenio González, masón, intelectual y fundador del PS, que fue responsable del programa socialista emanado de una conferencia afín para ello y titulado “Por una democracia de trabajadores”, del año 1947. Éste además, sería el último programa del partido y tomaría un notable valor histórico en el marco del proceso de “renovación socialista”, por ser un sincero
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aporte teórico y reflexivo con respecto al socialismo y la democracia, vinculándolo a lo mejor de su tradición, como es su pensamiento situado y autónomo. Así también, sentaría las bases para la constitución de la tesis socialista del “Frente de Trabajadores”, que propugnaba la unión de los partidos obreros y su rol de vanguardia en la realización de la revolución socialista y de las reformas democrático-burguesas, refutando de plano que dichas transformaciones fuesen capaces de ser llevadas a cabo por la burguesía nacional debido a sus propias condiciones objetivas y los derroteros que ésta había tomado en la historia política nacional y latinoamericana. En este sentido, este periodo comprendido desde 1946 hasta 1967, estuvo marcado por un creciente rechazo del PS a las políticas de alianzas con los partidos de centro, en particular por su experiencia en los gobiernos frentistas y ratificado ulteriormente con un breve paso del tronco histórico socialista, en esos años denominado Partido Socialista Popular, en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958), que sólo ratificaría su ascendiente radicalización, al menos en lo teórico, y que aún quedaban ciertos atisbos “populistas” de la primera época socialista. Por otra parte, una de sus escisiones, el Partido Socialista de Chile establecerá con el Partido Comunista una alianza política que llevaría a Salvador Allende, en 1952, a su primer periplo como candidato presidencial. En ese entonces además, el PC se encontraba en la clandestinidad producto de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia que los proscribió, persiguiendo a sus dirigentes y militantes. Sería el
inicio de la alianza socialista-comunista que sólo se puso en cuestión en los vaivenes de la dictadura pinochetista. Por último, las experiencias internacionales, tales como el proceso yugoslavo de mano del mariscal Tito y su proyecto socialista independiente de la URSS y la Revolución Cubana en 195913, tuvieron una notable influencia en el socialismo chileno en cuanto a reafirmar su carácter autónomo, nacional y latinoamericanista, encontrando en ese entonces un ejemplo que ratificaba sus postulados radicales (como es el caso del proceso cubano) con experiencias en sus propias geografías. De ahí en más, el Partido Socialista, ya reunificado desde 1957, consolidaba un giro teórico que lo llevaría a rechazar la “democracia formal” y las “vías legales de lucha”, como el sistema electoral, proclamando finalmente hacia 1967 la vía insurreccional como el único medio para obtener el “poder político y económico” e instaurar un Estado Revolucionario para la consolidación de la revolución socialista. a) La tesis del Frente de Trabajadores y la conformación del Frente de Acción Popular Es así que en el XI Congreso General Ordinario comenzaría la “poda” dentro del partido. Lo primero ocurrido fue que los defensores de la tesis “tercer frentista” fueron derrotados, entre ellos, Bernardo Ibáñez que ejercía hasta ese entonces como Se13 Para una aproximación a la relación del PSP con la Liga de Comunistas yugoslavos revisar Waiss (1985).
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cretario General del PS. En su reemplazo, asumió el joven Raúl Ampuero. Este hombre de tan sólo 29 años, había tomado las banderas recuperacionistas dentro del partido desde comienzos de los 40, lo que le había incluso llevado a ser expulsado de la tienda socialista. Además, en este congreso se designó a una comisión de Programa con el fin de redactar un documento teórico y programático, el cual quedó a cargo del intelectual Eugenio González Rojas (Jobet 1971, 198-201; Ortiz 2007, 198-199; Walker 1991, 130-131).
de las burguesías latinoamericanas, éstas se habrían encontrado imposibilitadas de realizar las reformas democrático-burguesas del capitalismo avanzado: “nuestra burguesía no ha conseguido desarrollar, ni en lo económico ni en lo político, la totalidad de sus posibilidades como clase dominante. Nuestra estructura económico-social presenta las contradicciones de fondo propias de los países semi-coloniales y dependientes que dificultan la acción revolucionaria de los partidos populares […] las clases dirigentes, tomadas en su conjunto, se encuentran psicológica y socialmente retrasadas en el campo de las rápidas transformaciones de la economía moderna. No están en condiciones de llevar a cabo la política constructiva de gran alcance que ha de colocar a nuestros países a la altura de las circunstancias históricas” (Programa del Partido Socialista “Por una democracia de Trabajadores” 1948, 11)
Este programa del PS, titulado “Por una democracia de Trabajadores”, afirmaba desde un principio la vigencia plena del socialismo por ser “la única fuerza realmente creadora”, planteando que el Partido Socialista “representa en Chile el impulso histórico del verdadero socialismo y la auténtica doctrina socialista que recoge para superarlos —y no para destruirlos— todos los valores de la herencia cultural como un positivo aporte a la nueva sociedad que deberá erigirse sobre el mundo capitalista en bancarrota” (Programa del Partido Socialista “Por una democracia de Trabajadores” 1948, 3) Son por dichas afirmaciones que dicho documento es sumamente relevante para la historia socialista, no tan sólo por su valor en sí mismo, sino porque constituyó las bases para la posterior radicalización del PS como también, paradójicamente, como base del proceso de renovación socialista llevado a cabo en dictadura. Por una parte esto es porque el programa plantea que analizando las condiciones objetivas y subjetivas
Por lo cual la unidad de la clase trabajadora, sería condición sine qua non para llevarlas a cabo, como así también en dicha unidad reside la revolución socialista en sí misma:
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“corresponde en el momento actual a los partidos socialistas y afines de la América Latina llevar a término en nuestros países semicoloniales las realizaciones económicas y los cambios jurídicos que en otras partes ha impulsado y dirigido la burguesía. […] Por ineludible, imperativo de las circunstancias históricas, las grandes transformaciones
económicas de la revolución democrático-burguesa —reforma agraria, industrialización, liberación nacional¬— se realizarán en nuestros países latinoamericanos, a través de la revolución socialista” (Programa del Partido Socialista “Por una democracia de Trabajadores” 1948, 11)
elemento productor por las exigencias del utilitarismo capitalista, opone el socialismo su concepción del hombre integral, en la plenitud de sus atributos morales y de sus capacidades creadoras” (Programa del Partido Socialista “Por una democracia de Trabajadores” 1948, 7)
Ahora bien, también contiene conceptos que serán tomados por los forjadores de la renovación socialista. Entre ellos se cuentan su concepción del socialismo que ejecutado en su máxima expresión resaltaría los valores propios del humanismo:
Bajo este prisma de un socialismo profundamente libertario, también recoge las virtudes de las conquistas políticas de la burguesía, las cuales desde esta perspectiva crítica del capitalismo no han podido desarrollar todas sus virtudes, siendo sólo bajo un régimen socialista donde podrían expresar toda su plenitud:
“La técnica de producción creada por el hombre debe estar íntegramente al servicio de sus necesidades, el progreso de la economía no puede ser considerado como el objetivo final de sus esfuerzos, sino la base de su desarrollo cultural. Dentro de la sociedad burguesa sucede, precisamente, lo contrario; la técnica, manejada con propósitos de lucro por las minorías capitalistas, esclaviza al hombre al trabajo asalariado, y la producción de riquezas, desvirtuada en sus fines por el interés de clase, ha sido colocada por encima d todos los valores de la cultura. El socialismo es, en su esencia, humanismo” (Programa del Partido Socialista “Por una democracia de Trabajadores” 1948, 7).
“El socialismo recoge, pues las conquistas políticas de la burguesía para darles la plenitud de su sentido humano. Por lo tanto, todo régimen político que implique el propósito de reglamentar las conciencias conforme a cánones oficiales, siendo contrario a la dignidad del hombre, es también incompatible con el espíritu del socialismo. Ningún fin puede obtenerse a través de medios que lo niegan: la educación de los trabajadores para el ejercicio de la libertad debe hacerse en un ambiente de libertad” (Programa del Partido Socialista “Por una democracia de Trabajadores” 1948, 7).
Así también, bajo una crítica ética y libertaria sobre el capitalismo plantea que: “A la actual realidad del hombre, mecanizado como simple
Esta reflexión con respecto a las “conquistas políticas de la burguesía” será posteriormente desarrollada en mayor profundidad en el proceso de renovación socialista, en cuanto la democracia, y los procesos de democratización, como sistema político será rescatada como una “conquis-
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ta” popular que debe valorarse en su integridad14. Es así que se buscará que el vínculo siempre confuso y ambiguo entre socialismo y democracia quede saldado. Por último, este notable documento lleva a cabo una crítica certera tanto al capitalismo, a la socialdemocracia como al comunismo internacional expresado en la URSS, identificando nuevamente la posición autónoma y latinoamericanista del accionar del socialismo chileno. De este modo plantea que los partidos nacionales que auténticamente representen al pueblo con sentido revolucionario deben ser capaces de “enfrentarse con igual energía a las dos fuerzas que amenazan nuestro desarrollo democrático y nuestro porvenir socialista: el capitalismo reaccionario y el totalitarismo soviético” (Programa del Partido Socialista 1948, 11). Así también expresa que “El socialismo es revolucionario. La condición revolucionaria del socialismo radica en la naturaleza misma del impulso histórico que él representa. No depende, por lo tanto, de los medios que emplee para conseguir sus fines” (Programa del Partido Socialista 1948, 9). Ambos temas expresarán décadas más tarde las mayores divergencias en el mundo socialista, siendo por ejemplo el debate entre las “vías” (“Vía pacífica”, o electoral para algunos o la “Vía insurreccional”, armada, para otros.) las que generarán las mayores tensiones tanto dentro del PS como en la izquierda chilena. En este sentido, el pensamiento de Eugenio González, al menos en este punto, es más 14 Esta problemática será abordada en profundidad en los siguientes capítulos. Aquí tan sólo nos aproximaremos a ella para hacer una correlación histórica entre la historia del PS y los debates teóricos y políticos ocurridos en dictadura.
próximo con la retórica y práctica política de Salvador Allende y la Vía Chilena al Socialismo. Hacia 1948, el gobierno radical de Gabriel González Videla dio un giro en 180° en relación a su alianza con el PC. Debido a las presiones internacionales, en particular de Estados Unidos, y en concordancia con el inicio de lo que se conocería como Guerra Fría, y basado en el hecho de mantener buenas relaciones con el país del norte, sobre todo en materia económica, el gobernante radical envió un proyecto de ley denominado de “Defensa Permanente de la Democracia”, que básicamente buscaba la proscripción del Partido Comunista del sistema político. El polémico proyecto fue aprobado con los votos de la derecha y por un grupo de diputados del PS. Este episodio constituyó finalmente la mayor división del partido hasta ese entonces, ya que, en el XII Congreso General Ordinario efectuado ese año son expulsados los sectores anticomunistas, encabezados por Bernardo Ibáñez y Juan Bautista Rossetti (Jobet 1971, 211213). El grupo divisionista se llevó finalmente detrás de sí, a tres diputados de seis y a ningún senador, sumándose además al gobierno con dos ministros (entre ellos Rossetti). Además de ello, el Partido Socialista debió cambiarse el nombre a Partido Socialista Popular (PSP) producto de que el gobierno radical le otorgó el nombre original (“por favor concedido”) a la facción disidente, la cual pasó a denominarse Partido Socialista de Chile (PSCH) (Drake 1992, 264266; Elgueta 2007, 145-147). En el año 1951, el PSP decidió apoyar la candidatura presidencial de Carlos Ibáñez del Campo, lo cual generó la ida de su seno de Salvador Allen-
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de, un ferviente detractor del caudillo desde sus tiempos universitarios, ingresando a las filas del PSCH. Este partido que agrupaba a los anticomunistas más fervorosos del socialismo finalmente se alía con estos, que se encontraban ilegalizados, y decidieron llevar a Allende como candidato presidencial. Sería la primera vez que este masón y fundador del PS en la ciudad de Valparaíso probara suerte en el torneo más importante de la política nacional y será además el primer antecedente de una alianza socialista-comunista (Drake 1992, 276), la cual no se quebraría en largas tres décadas.
El PSP por su parte participó del gobierno de Ibáñez por cortos once meses. Colaboró desde ahí en la conformación de la Central Única de Trabajadores (CUT) y en generar las condiciones para acabar con la ley de Defensa de la Democracia, sin embargo, prontamente dio cuenta de la imposibilidad de influir en la dirección del gobierno del otrora dictador. De ahí en más, el socialismo chileno agrupado en este partido buscaría darle forma a su estrategia de “Frente de Trabajadores” y a llevar a cabo el proceso de reunificación socialista.
En realidad, los últimos resabios de los sectores más recalcitrantes del socialismo frente al comunismo, fueron expulsados de su propio partido justamente por su reacción frente al ingreso de estos militantes liderados por Salvador Allende. Dejemos que Julio César Jobet lo relate:
b) La reunificación socialista: hacia el Congreso de Linares y el viraje al Marxismo-leninismo.
“A raíz de la posición en favor de Ibáñez del PSP, abandonó sus filas un reducido sector y tomó el nombre de “Movimiento de Recuperación Socialista”. Se fusionó con el Partido Socialista de Chile y pasó a denominarse Partido Socialista a secas. (Un pequeño grupo resistió la fusión, encabezado por Bernardo Ibáñez, Eliodoro Domínguez, Juan Díaz Martínez, Francisco Melfi, y Juan Garafulic y uniéndose a Marmaduke Grove y otros, se proclamaron Comité Central del PS de Chile. Fueron expulsados por el Partido Socialista y se dispersaron en distintas direcciones; algunos ingresaron al Partido Radical)” (Jobet 1971, 216).
Como hemos podido constatar hasta ahora, el socialismo chileno, agrupado en este periodo principalmente en el PSP y en el PSCH, había entrado en un proceso drástico de reflexión y crítica con respecto a sus postulados ideológicos como también en relación a su práctica política. En este sentido, el socialismo desde su participación en el Frente Popular internamente había acogido tendencias radicalizadas y contrarias al accionar cotidiano del partido. Éstas paulatinamente fueron adquiriendo mayor relevancia en la dirección del partido constituyéndose finalmente en una política socialista alternativa a su par comunista. Dicha política se divisa principalmente en la composición de “clase” que debía tener las alianzas políticas que asumió el socialismo criollo desde Programa de 1947, el denominado “Frente de Trabajadores”, a diferencias de la línea formulada con mayor ahínco por el
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PC, expresada en la tesis del “Frente de Liberación Nacional” y que planteaba una alianza con la burguesía criolla con el fin de desarrollar las reformas democrático-burguesas que, según ellos, requería llevar a cabo Chile como condición objetiva para la realización del socialismo. Ambos postulados, que veremos con un poco más de profundidad a continuación, recubrieron el ambiente de unidad y tensión dentro de los partidos más importantes de la izquierda chilena desde la década del 50 hasta el quiebre de la democracia en 197315. En 1953, el movimiento sindical divido hasta ese entonces principalmente por las ya tradicionales pugnas entre socialistas y comunistas lograba su unificación con la creación de la Central Única de Trabajadores, la cual tendría un papel preponderante y ascendente en las luchas del movimiento popular de los próximos veinte años. Así también en 1955 se efectuaba el XVI Congreso General Ordinario del Partido Socialista Popular, en el cual la tesis del Frente de Trabajadores comenzaba a tener mayor preponderancia en la política de dicho partido (Casanueva y Fernández 1973, 187-188; Jobet 1971, 19-21; Ortiz 2007, 201-202). Tal como lo vimos con anterioridad, el Partido Comunista manejaba la tesis del Frente de Liberación Nacional, la cual se había esbozado a principios de dicha década bajo el contexto de la “Ley Maldita”. Ésta planteaba básicamente “llevar a cabo de manera colectiva, con todas las fuerzas interesadas, las tareas de la revolución democrático-burguesa” (Casals 15 Para un análisis exhaustivo de la construcción de las “planificaciones globales” de la izquierda y su vasta construcción y discusión ideológica en el periodo 19501970, revisar Casals (2010)
2010, 45). En la práctica, esta tesis política posibilitaba la alianza con una burguesía nacional que para los comunistas debía tener las siguientes características: progresista, de espíritu antioligárquico, antiimperialista y antifeudal. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido con el Frente Popular, habría una preponderancia hegemónica del proletariado. De ese modo se buscaba que las transformaciones a realizarse tuviesen un carácter más profundo que la experiencia anterior, como también que no se repitiesen las “desviaciones” sucedidas en la década de 1940 (Casals 2010, 46). Hacia 1956 se constituyó el Frente de Acción Popular (Frap), agrupación de partidos que contaba con la presencia de los socialistas populares y de Chile, los comunistas, y otras organizaciones menores que surgieron producto de la experiencia del segundo gobierno ibañista. En esta nueva alianza de izquierda se articularon las tesis de socialistas populares y comunistas, imponiéndose en su composición “social” e ideológica la primera (Walker 1991, 137), lo cual significó la no inclusión de partidos centristas y burgueses, como el Partido Radical, pero contradictoriamente con un programa y una política de sentido “amplio”, lo cual expresaba a su vez la línea del PC (Casals 2010, 30). En ese sentido, al interior del FRAP se formulaba en su composición los proyectos y lineamientos contrapuestos de los principales referentes políticos de la izquierda. De esta forma, como plantea Edison Ortiz, “esa ambigüedad entre los dos socios principales de la izquierda, al igual que lo que ocurría con las contradicciones internas del socialismo, tendrían oportunidad de manifestar-
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se, más adelante, en forma dramática” (Ortiz 2007, 203). Así también, se allanaba el camino hacia la reunificación de los partidos socialistas, la cual se efectuaría al año siguiente en un Congreso de Unidad. En este Congreso, el XVII de la historia socialista regular y que se desarrolló los días 5, 6 y 7 de julio de 1957, luego de una animada discusión política y teórica se ratificó en el socialismo unificado la tesis ya planteada por el PSP del “Frente de Trabajadores” (Casanueva y Fernández 1973, 190-193; Jobet 1971, 32-42), así también confirmó su adhesión al Frap y el anhelo de llevar a un candidato presidencial de sus filas para las elecciones de 1958 (Casals 2010, 35). De este modo, mediante una “Convención del Pueblo”16, efectuada en septiembre del mismo año, se acordó nombrar abanderado presidencial del Frap a Salvador Allende Gossens. En dicha elección el candidato de la coalición de izquierda lograba el segundo lugar, con el 28,8%, a tan sólo 33.000 votos del triunfante Jorge Alessandri. Era su segunda candidatura y en tan sólo seis años la izquierda en su conjunto estuvo ad portas del triunfo. El PS veía ratificada en la práctica que era posible mediante un alianza puramente en16 En este mismo contexto, se formó el Bloque de Saneamiento Democrático, el cual con la venia del Ejecutivo, y aglutinando a las fuerzas de izquierda, democratacristianos y radicales, lograron derogar la Ley de Defensa Permanente de la Democracia y una profunda reforma electoral que limitaron las posibilidades de cohecho en que descansaba la tradición electoral previa, minimizando el poder que ejercía la Derecha desde ahí. De esta forma el Partido Comunista recuperó su legalidad e institucionalidad (Casals 2010, 35).
tre los partidos obreros llegar al poder del Estado, pero además que esto era factible a través de la vía electoral (Casals 2010, 40; Ortiz 2007, 203). En este caso, sólo por el elemento distractor que resultó ser el “Cura de Catapilco” fue facilitado el triunfo del abanderado de la derecha chilena17. Sin embargo, una nueva experiencia internacional aflorará las divergencias que en el seno de la izquierda se preservaban. Ésta sería la Revolución Cubana consumada el 1 de enero de 1959, la cual paulatinamente caló con especial importancia en parte del Partido Socialista que veía en ésta una experiencia que fundamentaba en la praxis su tradición latinoamericanista y su tesis de Frente de Trabajadores, en donde se demostraba que era posible “saltarse etapas” en la consecución de la revolución socialista. Complementario a ello, en el PS afloró una posición ambivalente en cuanto a las vías posibles para la conquista del poder del Estado, posicionándose en el discurso entre la “vía pacífica” o electoral del comunismo chileno y la vía insurgente concretada por los guerrilleros cubanos (Casals 2010, 72)18. 17 Antonio Zamorano Herrera, más conocido como el “Cura de Catapilco”, era un candidato presidencial que, a pesar de sus condiciones desfavorables, fue mantenido para dividir la votación popular en aquellos sectores menos politizados y que obtuvo 41.305 votos, lo suficiente para que Allende no lograra superar a Alessandri (En Casanueva y Fernández 1973, 200; Jobet 1971, 49; Casals 2010) 18 Para una aproximación más en profundidad del vínculo entre el PS chileno y los revolucionarios cubanos, ver: Ortiz, Claudio. 1996. Al encuentro de la ilusión. Aspectos de la influencia de la revolución cubana en el Partido Socialista chileno 1959-1965. Tesis para optar el grado de Licenciatura en Historia, PUC, Santiago. En el caso de la siguiente investigación nos
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Hacia 1961 el Frap continuó potenciándose producto de los buenos resultados de las elecciones parlamentarias en donde la derecha llegó a perder los 2/3 del Congreso, demostrando una baja significativa que se mantendría los años venideros (Casanueva y Fernández 1973, 203). Lo mismo sucedería en el año 1963, en una elección municipal que ad portas de la próxima elección presidencial le adjudica a la alianza de partidos de izquierda un 30% de la votación, lo cual la transformó en la coalición más votada (Jobet 1971, 85). En lo concreto, al interior del socialismo chileno se preservaba una ambigua posición frente a las elecciones como medio eficaz de la conquista del poder político, pero que sin embargo era aplacada tanto por los buenos resultados como por un “pragmatismo oportuno”. En este sentido, el PS había tomado la decisión hacia 1961 que su candidato presidencial fuera Salvador Allende19, es decir, tres años antes de dicha elección, pero sin embargo, en el XX Congreso General Ordinario de 1964 de esta organización, el partido definía por una parte que la política socialista: “se concreta en una clara y deinteresa señalar de modo general que este partido chileno reforzó sus lineamientos teóricos con la gesta de los guerrilleros cubanos, encontrando en la geografía latinoamericana un fundamento práctico de sus postulados políticos, aun cuando debiesen amoldarlos a la realidad concreta chilena, y a su vez desencadenó aún más los puntos divergentes con el sistema político nacional y con el comunismo chileno. 19 “los socialistas llegan a su XIX congreso general ordinario (Los Andes, 1961) en que, anticipadamente, designan como candidato presidencial para la elección de ’64 al conocido doctor y postulan, además, un programa de transformaciones para proponer al FRAP”. En: (Ortiz, 2004, 204)
finida política de clases: la línea de Frente de Trabajadores. Concebida como la estrategia revolucionaria de la clase obrera y sus aliados fundamentales, los campesinos, parte del hecho real de la agudización creciente del conflicto entre los explotados, que son la mayoría de la nación, y los explotadores que constituyen una minoría” (Jobet 1971b, 97). Y a juicio de Julio César Jobet: “en esta justa línea política eran ingredientes básicos la combinación de los métodos legales e ilegales, de los electorales y los propiamente revolucionarios. Aunque el proceso político se conducía por la vía electoral, constituía una tendencia peligrosa creer que las clases dominantes se resignasen a respetar el veredicto de las urnas” (Jobet 1971b, 97). Sin embargo, dicho autor y además dirigente socialista, daba cuenta de que a pesar de estos planteamientos la línea esencial del socialismo y de la izquierda general era abocarse en la elección presidencial de 1964. Resultado de esta ambigua actitud entre teoría y práctica del PS, sumado a que el partido había tomado la determinación de eliminar el trabajo fraccional de algunos de sus militantes, un sector disidente de la línea partidaria y perteneciente a la Federación Juvenil Socialista (FJS) y originaria de Concepción decidió retirarse del partido mientras que otro fue expulsado (Jobet 1971b, 100). Entre ellos se encontraban Miguel Enríquez, Bautista Von Schouwen y Nelson Gutiérrez, los cuales al año siguiente y junto a antiguos elemen-
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tos de extrema izquierda y militantes expulsados tanto del socialismo y el comunismo, formarían el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR (Ortiz 2007, 206). Sus principales críticas al PS se sintetizaban en que deseaban “restaurar la pureza revolucionaria del marxismo frente a la traición abierta del revisionismo” y daban a su vez prioridad a la organización de una “vanguardia revolucionaria marxista”, pese a ello creían un “deber revolucionario” apoyar la candidatura de Allende (Jobet 1971b, 101). Así, en el Congreso socialista previo a la elección presidencial de septiembre de 1964, afloraron las divergencias y a su vez se aplacarían las mismas. Éstas se basaban lisa y llanamente en la ya tradicional discusión acerca de los medios de “acceso” al socialismo (“vía electoral” v/s “vía armada”), y por tanto al ascendente electoralismo del PS y a la política netamente parlamentarista de éste, como también de un creciente cuestionamiento a la democracia “burguesa” (Ortiz 2007, 206). Pero no quedaba margen de error ni de tiempo, la elección presidencial estaba a tan sólo unos meses de distancia, por lo que el PS se apostaba a ocupar todas sus energías en conseguir el triunfo de su abanderado Salvador Allende, al menos los hechos electorales previos vaticinaban la posibilidad de triunfo20. 20 El libro de Memorias de Óscar Waiss anteriormente citado trata con mayor profundidad aquellas divergencias producidas en el seno del socialismo en relación a su constante ambigüedad desarrollada en su praxis política. Así también, la obra anteriormente citada de Marcelo Casals Araya (2010, 67 – 92) desarrolla con mayor extensión las posiciones de los intelectuales socialistas frente a estas disyuntivas. Por otra parte, profusamente famosa
De este modo, comenzaron a aflorar con suma intensidad posturas divergentes a la cotidianidad del socialismo chileno, aún más en aquellos que deseaban llevar de una vez por todas a la praxis política los postulados ideológicos del partido. Éstos envalentonados por las experiencias de otras geografías, como la revolución cubana y los procesos de descolonización ocurridas en África, se erigirían posterior a la elección presidencial con una fuerza incontrarrestable dentro de la estructura interna del Partido Socialista. Es así que, en síntesis: “En este período se incubaron los inicios del proceso de “leninización” que se expresó con mayor fuerza en las décadas de los sesenta y setenta. Esta tendencia consistió principalmente en el cambio desde un paradigma populista, asumido por el socialismo chileno desde su fundación, a un marco de referencia leninista” (Casals 2010, 75). Dicho proceso de leninización socialista se encausó definitivamente posterior a la derrota frente a Frei Montalva. El abanderado de la DC se impuso a Salvador Allende con un 55,7% de los votos frente a un 38,6% del socialista. Así, se llamó rápidamente a un Pleno Nacional para diciembre de 1964, en donde el partido dio cuerpo a una fuerte autocrítica, tornando al “partido a la realidad” es la elección complementaria de marzo de 1964 donde resultó vencedor el socialista Óscar Naranjo, conocida por ello como “Naranjazo”, frente a los candidatos de derecha y de la Democracia Cristiana. Dicho triunfo dio cuenta del peso político-electoral de la alianza de izquierda y reconfiguraría las expectativas de la derecha frente a la elección presidencial, apoyando finalmente la candidatura DC de Eduardo Frei Montalva.
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(Casanueva y Fernández 1973, 213). De aquí en más, debido a la derrota electoral el Partido Socialista entraría en un proceso de abierta radicalización ideológica y de honda crítica al sistema político y a la democracia. Sin embargo, en su interior conviviría un sector minoritario proclive a un socialismo de corte democrático (Casals 2010, 75) que en definitiva marcaría la pauta en la praxis política del partido hasta 1973, lo que redundó en uno de los procesos más críticos en la historia de Chile y del Partido Socialista. Así, los días 26, 27, 28 y 29 de junio de 1965 el Partido Socialista efectuó su XXI Congreso General Ordinario en la ciudad de Linares. Este torneo interno del socialismo chileno se caracterizó por una fuerte renovación de cuadros políticos en los cargos dirigentes del partido, ingresando a éstos elementos de sus nuevas generaciones, los cuales serían posteriormente importantes líderes del PS21. Además de ello recibió toda la carga autocrítica de los socialistas en relación a la derrota en la elección presidencial y una valorización negativa del gobierno de Frei y de la Democracia Cristiana: “Su programa no va más allá de consolidar las formas capitalistas de vida. Su ropaje populista le sirve para afianzarse en las masas y con su apoyo darse una base de sustentación 21 Por ejemplo, Ignacio Walker (1990, 149-152) analiza la estructura partidaria y los cuadros dirigentes del PS en el Congreso de la Serena de 1971. Muchos de éstos comenzaron a tener mayor injerencia en la línea partidaria desde 1965, consolidando su hegemonía interna y desequilibrante hacia el primer año de gobierno de Salvador Allende.
que le permita […] deteriorar la influencia de los partidos obreros. Cumple así integralmente su función de salvadora del régimen vigente definiéndose a sí mismo en forma categórica: reaccionaria y antisocialista en cuanto pretende el afianzamiento de la burguesía como clase” (Jobet 1971b, 108). En este sentido, el Congreso de Linares fue fundamental en el rumbo futuro del Partido de Allende. Además de fortalecer el rol de su frente de masas, desarrollar la conferencia nacional de pobladores, preocuparse por el campesinado, entre otros, el PS aprobó una tesis política, redactada por Adonis Sepúlveda que representaba al ala trotskista del socialismo (Walker 1990, 144) que entre otras cosas planteaba que: “Nuestra estrategia descarta de hecho la vía electoral como método para alcanzar nuestro objetivo de toma de poder. ¿Significa esto abandonar las elecciones y propiciar el abstencionismo por principio?... Un partido revolucionario que realmente es tal, le dará un sentido y un carácter revolucionario a todos sus pasos” (Casanueva y Fernández 1973, 219). Y en seguida la tesis política insiste en que “es un dilema falso plantear si debemos ir por la ‘vía electoral o la ‘vía insurreccional’. El partido tiene un objetivo, y para alcanzarlo deberá usar los métodos y los medios que la lucha revolucionaria haga necesarios”. Por lo que el método insurreccional se avizoraba para sólo cuando las “condiciones sean maduras” para el movimiento popular y en cuanto “se disponga a
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servir de partera de la revolución”. Asimismo, el PS se alejaba ya de la valorización, al menos en lo teórico, de la democracia formal, situándola más bien en un plano puramente instrumental de ésta. En el mismo plano, las resoluciones políticas del XXI Congreso General Ordinario planteaban que “la conducción de la lucha, lleva exclusivamente por la vía de la institucionalidad, significó crear falsas ilusiones con respecto a la forma de llegar al poder” (Jobet 1971b, 112). De este modo, el giro hacia la leninización ya se expresaba abiertamente en sus tesis políticas, las cuales se consolidarán en su estructura interna en la Conferencia de Organización de 1966 y en los votos políticos aprobados en el Congreso de Chillán de 1967. Se abría así un nuevo periodo en la historia del socialismo chileno, el más complejo y arduo en toda su trayectoria, que lo llevaría del gobierno a la clandestinidad, de la unidad a la división, de la tradición a la renovación
Notas * El siguiente documento historiográfico, corresponde a una parte de la investigación de Tesis para optar al grado de Licenciatura en Historia, mención Estudios Culturales, titulada “Identidad y Cultura Política en el proceso de Renovación Socialista en Chile, 1980-1986: una aproximación desde la memoria de la militancia juvenil de esos años”, y que ha sido modificado especialmente para esta publicación. ** Debido a fines estrictamente de edición, el presente artículo corresponde solo a una parte del manuscrito final. Esto respetando la coherencia, la línea argumental, la estructura original del mismo y manteniendo la integridad planteada por el autor.
Autor Francisco Melo Contreras Egresado de Licenciatura en Historia, en proceso de titulación. Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Presidente Regional Metropolitano de la Juventud Socialista de Chile. Miembro de la Comisión Política de la Juventud Socialista de Chile. Correo: francisco.melo.contreras@gmail. com
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“Salvador Allende, Velasco Alvarado y Clodomiro Almeyda” by BCN - Chile - Imagen de Salvador Allende, vida politica y parlamentaria. Licensed under CC BY-SA 3.0
DOSSIER PS
EL PARTIDO SOCIALISTA, COMO YO LO QUIERO
por Clodomiro Almeyda
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En los primeros años del retorno de la democracia —1992— Clodomiro Almeyda publicó el siguiente breve texto en que resume su visión de lo que debiera ser el Partido Socialista. Por su significado histórico y porque recoje una de las últimas reflexiones de Almeyda sobre el PS nos ha parecido interesante reeditarlo. •
socialistas, ya que son consecuencia de una deformación autocrática y burocratizada, de un intento por alcanzar el socialismo a marchas forzadas, aisladamente y en sociedades económicamente atrasadas, sólo en un marco de exagerado centralismo y de ineficiencia operativa, todo lo cual lo colocó, cada vez más, en crecientes condiciones de inferioridad para competir con el capitalismo, más flexible y receptivo a los desafíos de la modernidad.
U
n partido que exista y actúe movido por la firme convicción de la vigencia del socialismo, como la única salida viable a los problemas globales que afligen a la humanidad contemporánea, generados esencialmente por el capitalismo que, en la actual versión neoliberal, ha sido incapaz de resolver.
La creciente brecha entre un Norte que concentra las riquezas y un mundo en desarrollo cada vez más empobrecido, los enormes bolsones de miseria en el seno de los países ricos, el deterioro del medio ambiente, el consumismo irrefrenable y el consiguiente despilfarro de recursos que originan el armamentismo y el militarismo y el vacío espiritual en que se encuentra sumido occidente, son problemas, todos, que pueden encontrar solución en el marco de una opción política por la razón, la justicia y la libertad que define al socialismo, y que se enfrenta a las irracionalidades, opresiones e iniquidades de toda índole que caracterizan al capitalismo contemporáneo. El fracaso de los llamados socialismos reales no compromete los valores
• Un partido que represente una acción por la justicia y la razón y capaz de levantar una alternativa democrática avanzada frente al neoliberalismo, al populismo demagógico y al testimonialismo contestatario, para que sea apoyada por las grandes mayorías nacionales y encamine a Chile en la dirección del socialismo. • Un partido que se empeñe por terminar exitosamente la tareas del gobierno de transición, de democratizar profundamente al país, sacando adelante las reformas propuestas de orden constitucional y modificatorias del actual antidemocrático régimen electoral. • Un partido que promueva, además, un debate nacional destinado a redefinir el rol de las Fuerzas Armadas en la comunidad chilena, concibiéndolas como una fuerza obediente, de una razonable magnitud acorde con las nuevas condiciones mundiales y latinoamericanas y compatible con una racional destinación de los recursos fiscales. Todo, en el contexto de la construcción de una nueva cultura política militar de raigambre democrática,
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moderna y progresista, adecuada a los tiempos que vivimos. • Un partido que promueva una política económica para la actual situación nacional que, manteniendo el control sobre los factores macroeconómicos y combatiendo sin reservas los brotes inflacionistas, oriente a la economía nacional en función de las necesidades populares, otorgando la adecuada primacía al gasto social en salud, educación y vivienda y procurando una más justa distribución de los frutos del crecimiento económico en provecho de los sectores populares. • Un partido cuyo programa económico compatibilice la necesaria inserción de Chile en la economía internacional vía desarrollo de las exportaciones con el mayor valor agregado posible, con la sustitución de importaciones que sea factible producir en el país sin artificiales proteccionismos y le otorgue debida prioridad al proceso de integración económica latinoamericana, profundizando los vínculos de toda índole con los países del Cono Sur, especialmente con Argentina. • Un partido cuyos planteamientos económicos sepan conjugar adecuadamente los roles del plan y del mercado y de las distintas formas de propiedad, en el marco de una economía mixta que procure optimizar el aprovechamiento de los mecanismos o instituciones capitalistas, en función del desarrollo económico y de las necesidades básicas de la población, con la mira estratégica de ir creando las condiciones para la
emergencia del socialismo. • Un partido cuya política externa refleje la raigambre internacionalista, solidaria y pacifista de los ideales socialistas, que enfatice la histórica dimensión latinoamericanista y bolivariana de la política internacional del partido y, en ese marco, procure aprovechar las amplias posibilidades que se ofrecen para la cooperación internacional con el término de la guerra fría. • Un partido que denuncie y resista con fuerza los intentos norteamericanos de constituirse en tutor de los pueblos a través de un abierto intervencionismo; que apoye los esfuerzos por coordinar las políticas de los países latinoamericanos, para enfrentar problemas comunes; que establezca sin reservas relaciones diplomáticas con Cuba y que reafirme la tradicional política chilena de solidaridad con los pueblos oprimidos y las víctimas de las represiones, concediendo, desde luego, el asilo diplomático a los perseguidos políticos. • Un partido que reconozca en un Estado democrático de derecho, fuerte y descentralizado, el principal intérprete de los intereses populares y nacionales, y, en consecuencia, el sujeto político que con perspectivas estratégicas oriente e incentive el quehacer nacional en los diversos ámbitos de la sociedad, en favor de una sociedad siempre más justa, más humana y solidaria. • Un partido integrado y pluralista, con una autoridad institucional legitimada y fuerte, sin tenden-
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cias cerradas que compitan por ganar mayor poder interno, pero sí con fluidas corrientes de opinión que busquen, merced a la discusión, la práctica y el diálogo, consensos que permitan un accionar coherente y eficaz. En síntesis, un partido enriquecido por el diálogo democrático interno y no debilitado por las luchas fraccionalistas. • Un partido que se esfuerce por actualizar sus posiciones a la luz de los cambios producidos en el mundo y el país en los últimos tiempos, sin que esa necesaria readecuación, que todavía está en desarrollo, signifique el abandono de sus principios fundacionales y la renuncia a su historia y a los símbolos que definen su identidad y personalidad política. • Un partido moderno y eficaz, conducido por un elenco de cuadros comprometidos y capaces y dotados de una infraestructura material, comunicacional y financiera moderna, eficiente y tecnificada. • Un partido abierto a la comunidad y puesto a su servicio, que promueva el desarrollo de las organizaciones sociales en el seno del pueblo y no intente aprovecharse de ellas para fines estrechamente partidistas. • Un partido que continúe esforzándose por hacer converger, en un seno, a las distintas vertientes de izquierda de signo socialista, con miras a robustecer la tendencia a hacer del socialismo chileno el principal actor político del campo popular. Y, en ese contexto, un partido que mantenga un entendimiento estratégico con el
PPD, poniendo término a la doble militancia y creando las condiciones para una creciente convergencia entre ambos partidos. • Un partido que centre su política de alianzas en el fortalecimiento de la unidad de todas las fuerzas democráticas, que se expresan hoy en la Concertación de Partidos por la Democracia y que sirven de sustento al gobierno de transición que encabeza el Presidente Aylwin. • Un partido que se proponga prolongar y desarrollar la Concertación en el futuro, para continuar dándole al país un gobierno realizador y justiciero que priorice, ahora, el pago de la deuda social contraída con el pueblo, de resultas de la política antipopular de la dictadura militar. • Un partido que aspire a que, en las próximas elecciones presidenciales, el candidato de la Concertación provenga de las filas socialistas, reflejando la decisiva gravitación de las fuerzas de izquierda y de avanzada democrática en la política chilena. • Un partido, en fin, que recoja el legado de Salvador Allende, en cuanto compromiso entre la democracia y el socialismo, lealtad al pueblo y a los principios, y ejemplar y permanente llamado a la unidad de las fuerzas democráticas, de izquierda y socialistas, como la más preciada herramienta para dar satisfacción a las legitimas aspiraciones populares y nacionales
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DOSSIER PS
LA INFLUENCIA DEL APRA EN EL PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE (EXTRACTO)* por Juan M. Reveco * El presente extracto pertenece al capítulo “Influencia del APRA en el Partido Socialista de Chile”, del mismo autor, en el libro “Vida y obra de Víctor Raúl Haya de la Torre”, de los editores Reveco, Vallenas, Pereda y Romero (2006). Texto íntegro facilitado por su autor para los fines del actual número de la Revista. Solo se han realizado modificaciones relativas a la forma y presentación de texto.
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Socialistas y apristas: una relación de identidades, convergencias y fraternidad
U
n modo de introducción del aprismo al socialismo chileno fue el contacto personal, la fraternidad potenciada por el destierro, por las charlas, reuniones, eventos educacionales y culturales, en fin, por un amplio espectro de contactos que se formalizaron entre los apristas y los socialistas. Son fundamentales, para entender la red de relaciones tejida entre ambos partidos, los reconocimientos oficiales hechos tanto por Schnake como por Grove sobre el papel fundamental del APRA en la conformación ideológica del PS. En julio de 1939, con oportunidad de un homenaje al Perú y al aprismo, “Schnake declaró que sin el aprismo peruano, no habría nacido el socialismo chileno, creado por Eugenio Matte, fundador de la NAP, organismo construido en 1931 a imagen y semejanza del PAP”1 En 1940, con ocasión del segundo aniversario de la «Sala Haya de la Torre», el socialista Luis Henríquez Acevedo, respaldado posteriormente por el discurso de Grove y los de los apristas Magda Portal y Luis Alberto Sánchez, ante una audiencia socialista y aprista, destacaba el rol formativo del APRA en el plano ideológico del PS. La prensa socialista resaltaba este hecho, al decir que tanto el APRA como el PS se identificaban cabalmente2. 1 Citado en SANCHEZ, Luis Alberto: Testimonio..., p. 182; puede confirmarse en La Opinión, 28-7-1939, p. 1 2 La Crítica, 23-2-1940, p. 5.
La influencia aprista en el socialismo chileno, remarquemos, data de la conformación de la Nueva Acción Pública (NAP), es decir, es prefundacional, y se da a través de esta agrupación de relevante actuación en la «República Socialista», que confluye, junto a otros grupos socialistas, a la fundación del Partido Socialista en abril de 1933. La NAP adopta el aprismo puesto que sus líderes lo habían recibido a través del diálogo con los apristas que residían en Chile, es decir —siguiendo a Guillermo Izquierdo Araya, en el período en que era napista— gracias a los «contactos personales anteriores» a la formación de la NAP3. Posteriormente, ya constituida la NAP, se refuerza su perfil aprista puesto que en la Universidad Social de la NAP dictaba cursos de aprismo Alfredo Saco, un aprista desterrado en Santiago4, Saco recuerda las conferencias dictadas en la NAP “durante los dieciocho largos meses de ostracismo a que fui sometido —en compañía de tantos otros apristas— por el fenecido gobierno del comandante Sánchez Cerro. Chile albergó al aprismo peruano con verdadero calor y entusiasmo. Al nexo geográfico se añade ahora un formidable nexo espiritual e ideológico”5. En diciembre de 1931, el secretario general de la NAP, Jorge Schneider Labbé, recalcaba que “la NAP formada por los obreros manuales e intelectuales, por la juventud y el pueblo, en consorcio con las fuerzas afines de Indo-América, significa en su acti3 Dimensión histórica de Chile, N° 1. Academia Superior de Ciencias Pedagógicas de Santiago. 1984, p. 37. 4 Acción, N° 1, 2-6-1932, p. 4. 5 SACO, Alfredo: Síntesis aprista, OKURA. Lima, 1984, p. 25.
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tensidad. Queda en pie la doctrina, porque nada nos apartará de ella y porque los pueblos nos han escogido para conducirlos hacia la realización de esa doctrina y a la realización de sus destinos [...]. Mis compañeros de partido y yo, personalmente, sentimos hacia los apristas un afecto verdadero.7
tud de renovación una nueva emancipación continental. La juventud y el pueblo de nuestro continente, la NAP en Chile, la APRA en el Perú [...] buscan las bases de una cultura propia para nuestro continente”6.
La estatura de Haya y del APRA según los socialistas Recoger algunas opiniones sobre Haya de la Torre y el APRA, vertidas por algunos socialistas notables en la vida del PS, ayudará a reforzar plausiblemente la existencia de un diálogo profundo y enriquecedor generado entre apristas y socialistas. Marmaduke Grove, en 1942, prologando un folleto aprista sostenía que chilenos y peruanos: Encontraron una mística de acción popular; entre nosotros, el Socialismo; ellos, el Aprismo. Por eso cuando los enemigos del APRA lo calificaron de doctrina exótica, falseaban la realidad social del Perú con la misma audacia, el mismo fariseísmo, con que nuestros enemigos, en Chile, calificaban a nuestro movimiento [...]. Los Apristas y los Socialistas de América hemos comprendido que no hay que importar nada de la vieja Europa, nada de la vieja Asia, porque en la íntima médula de nosotros mismos, encontramos la suerte feliz de nuestros pueblos [...]. Yo sé muy bien, como lo sabe Haya de la Torre, que el camino es aún muy duro y que las mismas tácticas de lucha tienen que ser superadas en una creciente in6
Crónica, l4-12-1931
Ricardo A. Latcham, escritor prestigiado y admirado al interior de los socialistas, que militó hasta 1937 en el PS, año en que fue expulsado por indisciplina, proclamaba, antes y después de su expulsión —según Jobet–, «su acuerdo con los principios antiimperialistas del APRA»8, pues a su juicio la lucha política en Chile y Latinoamérica debía poseer ante todo un sentido económico; si bien era indispensable mantener las libertades públicas y ampliarlas, la tarea fundamental consistía en «realizar una política antiimperialista»9. Se declaraba partidario de una dictadura financiera, con un sentido liberador, usando la potencia del Estado contra los opresores del país, y en defensa de éste. Sin ser partidario de la colectivización inmediata propiciaba la división de la tierra y la ayuda a los nuevos propietarios con crédito barato, escuelas rurales prácticas, laicas y ayuda técnica10. Respecto al APRA, ese «vasto y sonoro movimiento libertario»11, y a Haya, expresaba, a su regreso de un viaje 7 Prólogo de Grove a BEDOYA VILLACORTA, Pedro: Derecho, no delito.. Ed. La Crítica, Santiago, 1942, p. 3. 8 JOBET, Julio César: «Latcham: el político y el escritor». En: Revista de Occidente, N° 199, agosto de 1968, p. 56. 9 L. cit 10 L. cit 11 La Opinión, 21-12-1934, p. 3
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al Perú en 1940:
identifica con nuestro aguerrido Partido Socialista de Chile, es un poderoso motor que extiende sus energías para vigorizar toda la naciente vida democrática del Perú”16
Vengo de un viaje interesantísimo. He tenido relaciones con gente muy interesante del Perú. He visitado toda la costa y parte de la sierra. He podido apreciar la solidez del aprismo peruano [...]. Hay resurgimiento fuerte, hondo. Hay fe, decisión, espíritu de trabajo. Los militantes han salido de las cárceles para incorporarse nuevamente al movimiento. Haya de la Torre me da la sensación de estar en su mejor tiempo. Su concepto está lleno de hondura. Es un hombre cordial, sin amarguras, sin pequeñez. La unidad y la disciplina, así como el sentido de responsabilidad se hace presente en cada uno de los hombres dirigentes del aprismo a quienes conocí. Haya de la Torre es un hombre múltiple12. El caso de Bernardo Ibáñez, secretario general del PS en 1946, y líder de la Confederación de Trabajadores de Chile, resulta también esclarecedor sobre el enfoque positivo en torno al aprismo y su jefe. A su regreso del Perú, a mediados de los años cuarenta, donde estuvo «en contacto con nuestros amigos y compañeros del APRA»13, presentaba a Haya como «un hombre excepcional»14, como «el vigoroso líder del pueblo peruano»15. Y planteaba la convergencia aprista-socialista en el siguiente sentido:
La figura del expresidente Salvador Allende es paradigmática puesto que revela un gran afecto y afinidad hacia el APRA al que consideraba «la más clara interpretación de la realidad peruana y de la realidad de Indoamérica». Las palabras anteriores pertenecen al discurso que pronunciara a nombre del Partido Socialista en la Cámara de Senadores en julio de 194517, cuando realizó un somero análisis del resultado de las elecciones peruanas que se llevaron a cabo en junio de ese año, y en las cuales el APRA —tras un extenso período clandestino— ratificó ser la primera fuerza política del país al liderar el Frente Democrático Nacional que llevó a Bustamante y Rivero a la presidencia del Perú. En esa oportunidad Allende expresó: «Los partidos populares y las organizaciones sindicales peruanas en un esfuerzo mancomunado, han logrado en el Perú, dentro de la vida democrática y legal —por primera vez posiblemente— obtener un triunfo efectivo y positivo»18, y refiriéndose al Partido Aprista decía: Representa la brillante trayectoria de un grupo de hombres que durante más de veinte años ha resistido toda clase de vicisitudes y ha soportado la persecución y el destierro [...]. El Partido del Pueblo del Perú constituye la agrupación política que tiene
“El Partido del Pueblo, que es el APRA, cuya tendencia socialista lo 12 Ercilla, N° 263, 15-5-1940, p. 6. 13 IBAÑEZ, Bernardo: El, socialismo y el porvenir de los pueblos. Ed.Difusión Popular. Santiago, 1946, p. 14 I b., p. 11. 15 L. cit
16 Ib., p. 10. 17 Texto del discurso reproducido en La Opinión, 8-7-1945. 18 L. cit.
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más hondo arraigo en su país [...]. Su ideario y su programa han constituido la más clara interpretación de la realidad peruana y de la realidad de Indoamérica, y contemplan ellos puntos de alcance continental que han estado y están de permanente actualidad. Manifiesta el más sobrio esfuerzo hecho por una agrupación para dar fuerza y vigor a una política de unidad continental y para luchar por la emancipación económica de los pueblos de Indoamérica.
amistad y compenetración ideológica21. Alguna vez Allende refiriéndose a Manuel Seoane lo llamaría «Mi amigo de dolor y de esperanza» y con Luis Alberto Sánchez mantuvo una permanente relación de amistad. Así, con Seoane y Sánchez, dice Allende, «mantuvimos una fraterna amistad, con la que compartimos horas de estudio y de esperanza para el porvenir de América [...]. La personalidad de Sánchez y Seoane es vastamente conocida entre nosotros. Ambos escritores de relevantes condiciones y políticos de indiscutibles méritos; sus artículos y sus libros han sido profusamente difundidos en Chile y América»22. Allende cada vez que llegaba a Lima visitaba a Haya de la Torre y hablaba en el local aprista, «era considerado, un compañero más»23.
Al referirnos al Aprismo, los socialistas evocamos a su jefe, Víctor Raúl Haya de la Torre; pensador, catedrático y estadista que durante muchos años ha bregado en forma incansable por encauzar la vida del Perú, por una efectiva senda democrática [...], su vida ha sido una peregrinación constante entre la cárcel y la persecución por su indomable voluntad a los principios y a la doctrina del Aprismo. Ha sido vejado, calumniado y perseguido por su fe en el triunfo del pueblo. Su personalidad ha traspasado los límites de su patria y su prestigio está más allá del propio continente latinoamericano19.
Al asumir Rómulo Betancourt la presidencia de la Junta civil militar que en octubre de 1945 derrocó al general Medina en Venezuela, Allende pasó por Lima con dirección a Caracas24 y en su calidad de senador visitó el Parlamento siendo allí recibido por el senador Seoane. En esa oportunidad, Allende pronunció un significativo discurso que interpreta-
Este discurso de Allende fue resaltado notablemente en el Perú por la Célula Parlamentaria Aprista que solicitó que se publicase como documento parlamentario20. Allende —como muchos otros socialistas— hizo vida común con los desterrados apristas y forjó sólidos vínculos de 19 L. cit. 20 Véase BARBA CABALLERO, José: op.cit., p. 281
21 Enzo Faletto sostiene que Allende vivió por mucho tiempo en el mismo edificio donde vivían varios líderes apristas en Santiago, ubicado en la calle Victoria Subercaseaux (entrevista concedida al autor). 22 La Opinión, 8-7-1945. 23 Véase BARBA CABALLERO, José: op.cit., p. 282 24 Para formarse una opinión más profunda sobre el pensamiento de Allende en relación a los acontecimientos de Venezuela véase ALLENDE, Salvador: «proyecciones del movimiento político de Venezuela. El socialismo chileno y su finalidad americanista», en: QUIROGA, Patricio (compilador): Salvador Allende Gossens, Obras escogidas 1933-1948, Vol. I. Ed. LAR. Santiago, 1988.
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certeza de que el Perú encontraría una senda democrática en donde asentar su progreso político, económico y social. Por ello, porque conozco a sus hombres, porque sé de la prestancia intelectual y moral de Víctor Raúl Haya de la Torre, porque sé que este partido es el símbolo de una nación, porque anida en su seno desde el maestro universitario hasta el campesino, desde el indio explotado, de sol a sol, hasta aquellos profesionales que tienen efectiva conciencia social, yo saludo, desde aquí, en nombre de los socialistas de Chile, a estos compañeros de tantas horas de esperanza y de tantas horas de lucha, porque junto a ellos como junto a otras conciencias de América, hemos comprendido la necesidad imperiosa de nuestra unión; la necesidad imperiosa de estrechar vínculos, de hacer más solidaria y comprensiva la acción de estas naciones pequeñas, que miran un destino común dentro del trabajo, del mutuo respeto y del progreso social27.
ba el deseo de paz y nuevas formas de convivencia justas y libres que se iba gestando al finalizar la II Guerra Mundial, la aspiración a realizar la libertad política y la democracia económica de los pueblos y los ciudadanos, resaltó la importancia y necesidad de la integración latinoamericana que «tendrá un contenido efectivo y real cuando sus pueblos sean dirigidos por gobiernos auténticamente democráticos»25, avizoraba una Latinoamérica nueva que conseguiría su libertad económica «en un poderoso y común esfuerzo solidario [...]. América joven exige respeto a su soberanía y no vasallaje. América joven requiere cooperación económica y no miseria»26. Allende dio término a su discurso en aquella sesión diciendo: Y mis últimas palabras de fraterna emoción son para los hombres del Frente Democrático Nacional, a quienes desde mi tierra miramos luchar por llevar a este país a mejores destinos y, especialmente para mis amigos y compañeros del Partido del Pueblo. En las horas de dolor y de inquietud; en las horas de sufrimiento individual y colectivo, yo en mi patria, que ha sido asilo contra influencia del APRA en el Partido Socialista de Chile 91 la opresión de muchos hombres, pude comprender sus arraigadas convicciones ideológicas, su profundo y acendrado espíritu de peruanidad. Nunca los vi desertar de ese cariño, ennoblecido por el sufrimiento, hacia este pueblo. Nunca los vi dudar en la posibilidad, en la
Los anteriores testimonios explicitan un reconocimiento transparente a los apristas, en particular a Haya, y muestran cabalmente que el aprismo produjo un gran impacto ideológico en la constitución y maduración del socialismo chileno. También destacan la influencia de Haya en hombres que como Grove, Schnake y Allende tuvieron una trayectoria honesta y sincera por la revolución latinoamericana.
25 Véase BARBA CABALLERO, José: op.cit., p. 282. 26 L. cit
27
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Ib., p. 282-283.
Un esbozo del tejido de fraternidad construido entre apristas y socialistas
peruana y llegó a Chile hace 6 años, deportado por el gobierno de la Dictadura Leguía. Dirigente aprista, disciplinado y consciente, luchó en forma decidida y valiente en favor de los humildes, contra la oligarquía peruana que explotaba vergonzosamente el país en su propio beneficio. Llegado a Chile, fue recibido fraternalmente por las organizaciones de avanzada. Ingresó al Partido Socialista y después de una labor fecunda en bien del ideal socialista, fue elegido Secretario General de la Seccional de Santiago. Aquí demostró una vez más su temple de luchador por la causa obrera, pues le correspondió actuar en una época de represión brutal. Cumplido su período, actuó dentro de la organización socialista en otros puestos no menos importantes [...]. Hasta que hoy lo eliminan del escenario político, aplicándole la ley de residencia, basándose en el hecho que es de nacionalidad peruana29.
Recogiendo ejemplos Un hecho importante y revelador es el frecuente encuentro y diálogo entre socialistas y apristas durante todo el largo tiempo que éstos estuvieron desterrados en Chile. Ya Allende lo reconocía en los testimonios reseñados. Del mismo modo, Luis Alberto Sánchez da cuenta el tipo de relación y recepción que los apristas tenían entre los socialistas: «Oscar Schnake, Salvador Allende, Luis Henríquez Acevedo, Julio Barrenechea, Carlos Alberto Martínez, Bernardo Ibáñez, Astolfo Tapia, Carmen Lazo, Manuel Eduardo Hübner, todos fraternizaban con nosotros los apristas; celebrábamos fiestas bipartidarias; actuábamos en ceremonias comunes»28. Quizá el caso más explícito que podría ejemplificar en toda su magnitud la comunión de ideales entre ambos partidos fue el hecho de tener militando en filas socialistas —hasta 1935— a un aprista deportado por Leguía, César Jiménez Delgado, quien llegó a ser secretario general de la seccional de Santiago del Partido Socialista.
El c. Jiménez es de nacionalidad
Los socialistas atentos a la nueva posibilidad de expulsión que se cernía sobre los apristas, los mismos estudiantes que en 1936 repudiaron enérgicamente a la delegación peruana del dictador Benavides que, en tránsito a Buenos Aires a la Conferencia de Paz que presidió F. D. Roosevelt pasó por Santiago, increpaban al gobierno chileno diciéndole que el «Partido Socialista considera que la actitud observada por las autoridades al atropellar a exiliados que son víctimas de la dictadura existente en su patria, y que habían recurrido a la hospitalidad chilena, está en abierta
28 SÁNCHEZ, Luis Alberto: Testimonio..., p. 185.
29 Ruta, Año 1, N° 5, Antofagasta, 1-5-1935.
La prensa socialista, en su oportunidad, destacaba su trayectoria y reclamaba por su deportación al Perú por parte del gobierno de la época:
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contradicción con los sentimientos de simpatía que abriga el pueblo hacia ellos. Por eso, estará dispuesto a no tolerar su anunciada expulsión del territorio nacional, que constituiría un acto impropio de nuestras tradiciones cívicas»30. Los socialistas estuvieron siempre dispuestos a financiar las actividades apristas que se desarrollaban en Santiago, en el Perú, e incluso a dar ayuda económica dirigida a los apristas que combatían en la Guerra Civil española31. Era un hecho reiterado que los socialistas y apristas celebraran juntos el natalicio de Haya de la Torre que «se llevará a efecto en el local de la «Sociedad Raúl Haya de la Torre» [...]. Los números que más llamarán la atención, serán tal vez los coros apristas y socialistas a cargo de las juventudes de ambos partidos. Hablará por los apristas el dirigente señor Manuel Seoane y por el P.S. el señor Eliodoro Domínguez, quien narrará algunas anécdotas del gran líder peruano»32; como también lo hacían en las festividades de aniversario del Perú33.
Así, Magda Portal, destacada dirigente del APRA, mereció por parte de la AMS, un homenaje público que la declaró como «luchadora sacrificada de la liberación de las clases explotadas de América»35. En la concentración realizada en el Teatro Municipal de Santiago, en 1940, estuvieron presentes la secretaria nacional de la AMS María Montalva, Graciela de Schnake, Luis Alberto Sánchez, Serafín Delmar, Marmaduke Grove, y representantes del socialismo argentino y del Partido Democrático Nacional de Venezuela. En alguna ocasión Magda Portal, conversando con un órgano periodístico oficial de la FJS, fijaba de este modo su opinión respecto al APRA y el PS: Las fuerzas renovadoras de América, adscritas a la ideología de base marxista, como el Aprismo y el Socialismo, son hoy la más efectiva amenaza contra las oligarquías nacionales, y el imperialismo extranjero. De su cohesión y coordinación depende la gran cruzada futura por la definitiva liberación de Indoamérica de sus dos enemigos; la reacción nacional entreguista e inepta, y la progresiva dominación extranjera. Por consiguiente, hay dos acciones simultáneas a seguir, que ningún partido americano de izquierda puede ni debe olvidar: la lucha contra el enemigo de dentro, representado por las viejas clases reaccionarias nacionales y la resistencia contra el enemigo de fuera, o sea, contra el Imperia-
Juntos también departían con otros exiliados políticos latinoamericanos residentes en Chile, especialmente con los venezolanos, y en particular con su líder Rómulo Betancourt34. Las mujeres socialistas, la AMS, daban calurosas muestras de fraternidad y solidaridad al exilio aprista. 30 Para los hechos véase SÁNCHEZ, Luis Alberto: Testimonio..., p.185 31 La Opinión, 1-4-1937, p.3. y 27-71939, p. 3. Para el financiamiento socialista al APRA véase Thomas M. DAVIES, Jr. y Víctor VILLANUEVA (comp.): op.cit., p. 108. 32 La Opinión, 20-2-1939, p. 4. 33 La Opinión, 24-7-1945, p. 3 34 La Crítica, 2-12-1939, p. 3; 15-61940, p. 5
35 Rumbo, N°. 9, segunda época, febrero de 1940, p. 40; para más detalle de la concurrencia véase La Crítica, 3-2-1940, p. 1.
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lismo extranjero36. Hasta en los momentos más tristes para los apristas, en ocasión de la muerte de un compañero, éstos pudieron contar con la solidaridad socialista. El caso de Manuel Bedoya Larzundi, llegado a Chile en 1934 y fallecido en 1941 en Santiago, quien fuera además gran amigo de Marmaduke Grove —convirtiéndose en su biógrafo–, y de quien Luis Alberto Sánchez dijera que «se manifestaba resueltamente socialista»37, permite entender el grado de empatía que existía entre socialistas y apristas, ya que al morir Bedoya éste fue velado en el Salón de Honor del local central del PS y enterrado como si fuera un compañero socialista más38. En febrero de 1938, un grupo de socialistas «en un acuerdo y voto solemne echaron las bases de la institución cultural y de capacitación obrera»39 llamada «Sociedad Amigos de Víctor Raúl Haya de la Torre»40, cuyo nombre homenajeaba al «ilustre americanista, perseguido por la dictadura y descollante luchador peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, quedando en este hecho constituido este hogar social, que con orgullo podría llamarse «La Casa del Pueblo del Barrio San Eugenio»41. La sociedad, cuyo presidente era Pablo Ortiz quien tenía la jefatura de la Seccional «Haya de la Torre» del PS de la 9na. Comuna, realizó una notable tarea educativa y cultural hacia los secto36 Rumbo, N° 7, segunda época, diciembre de 1939, p. 41. 37 SANCHEZ, Luis Alberto: Testimonio.... p.201. 38 La Opinión, 28-8-1941. 39 La Crítica, 23-11-1939, p. 7 40 La sociedad tenía su sede en la calle San Alfonso 1327 de Santiago. 41 La Crítica, 23-11-1939, p. 7
res populares, apoyada en pleno por los apristas, venezolanos exiliados, socialistas argentinos e incluso por la embajada mexicana42. De sus actividades se supo en Argentina, Estados Unidos, México y Perú. La «Sala Haya de la Torre» —nombre bajo el cual comúnmente se la conocía— fue un interesante aporte al encuentro y diálogo entre el socialismo y el aprismo. Finalmente, no podemos dejar de mencionar la presencia aprista en los homenajes anuales que el PS organizaba en cada aniversario de la muerte de Eugenio Matte Hurtado43 en las celebraciones de la fundación del PS44.
Los apristas en los congresos socialistas Los antecedentes más remotos que tenemos sobre la participación aprista en un congreso socialista son aquellos del I Congreso del Partido Socialista Marxista, otro de los grupos que participó en la fundación del PS, dirigido por Eliodoro Domínguez y Jorge Neut Latour, y al cual el APRA envió delegados45. La participación del APRA en los congresos del Partido Socialista fue habitual. Así, en el IV Congreso General Ordinario (mayo de 1937) fue Fernando León de Vivero quien representó al Partido Aprista Peruano. En 42 Para mayor abundamiento véase La Crítica, 18-12-1939, p. 7; 17-2-1940, p. 6; 21-2-1940, p. 6; 22-2-1940, p. 12. 43 La Opinión, 14-1-1935, p. 5; La Crítica, 13-1-1940, p. 5 44 La Opinión, 24-4-1939, p. 1. 45 MUÑOZ, Heraldo: op.cit., p. 14
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el V Congreso General Ordinario (diciembre de 1938) Manuel Seoane fue el delegado del APRA, y tuvo oportunidad de intervenir con un discurso; también participaron los apristas en la «Marcha del Partido Socialista en el Parque Cousiño» que fue el acto público que puso término a las labores de este congreso46. En el VI Congreso General Ordinario (diciembre de 1938) el APRA fue representado por Magda Portal47. El II Congreso General Extraordinario (mayo de 1940) no pudo contar con la presencia de Haya que había sido invitado. Allende en esa oportunidad dijo: Invitación especial hemos hecho a Haya de la Torre, Jefe del Partido Aprista Peruano, por las circunstancias de su posición dentro de la política americana y los viejos lazos que unen al Partido Socialista con el jefe del más grande movimiento político del Perú. Su concurrencia está sujeta, naturalmente, a las condiciones de política interna de cada país que aconsejen o no el viaje48. Entretanto en el Perú el APRA estaba invariablemente en la ilegalidad y sorteando las dificultades del gobierno de Prado. En ese marco, Haya se disculpaba de asistir argumentando: No puedo ir a Chile en esta época. Y en verdad que lo lamento enormemente. Hubiera querido visitar ese país, al que no he vuelto desde hace 20 años 46 Véase JOBET: Historia del..., p. 128; La Opinión, 1-12-1938, p. 1; 5-121938, p. 3. 47 La Opinión, 18-12-1939, p. 8. 48 Ercilla, N° 263, 15-5-1940, p. 6.
[...]. Pero el Partido me necesita hoy y no puedo abandonar mi puesto directivo [...]. Enviaré un mensaje de saludo al Partido Socialista chileno, que ha tenido la gentileza de invitarme49. Finalmente, el APRA estuvo representado en el congreso Socialista por Luis Alberto Sánchez, Manuel Seoane y Luis López Aliaga50. El V Congreso General Extraordinario (julio de 1945) también recibió delegados apristas51. Haya fue invitado pero también se excusó: nuevos vientos corrían en el Perú ya que el Frente Democrático ganaba las elecciones peruanas dándole al APRA una preponderante fuerza en la coalición que llevó a Bustamante y Rivero a la presidencia. El congreso dispuso que se enviara una nota cablegráfica a Haya de la Torre donde se saludaba «al Partido Aprista en su magnífico, triunfo que inicia una era democrática en el Perú y futura victoria de los ideales de Latinoamérica»52. Al clausurar el congreso, Bernardo Ibáñez, secretario general del PS, «destacó el triunfo del APRA y rindió un sentido homenaje a Magda Portal, Manuel Seoane y Luis A. Sánchez. Leyó un conceptuoso telegrama del líder aprista que fue recibido con gran entusiasmo por la concurrencia»53. En el capítulo tercero de este trabajo hemos hecho referencia a dos eventos de carácter continental que organizara el Partido Socialista de Chile en 1940 y 1946. Volveremos sobre 49 50 Crítica, 51 52 53
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Ercilla, N° 264, 22-5-1940, p. 12. La Opinión, 19-5-1940, p. 3; La 22-5-1940, p. 5. La Opinión, 30-7-1945, p. 1. La Opinión, 28-7-1945, p. l y 8 La Opinión, 30-7-1945, p. 3.
ellos ya que revisten una especial importancia por la naturaleza de la participación aprista en éstos, y por las decisiones que emergen de ellos. El I Congreso de Partidos Democráticos y Populares de América Latina, convocado por el PS, se realizó en Santiago en el mes de octubre de 194054. La comisión organizadora estuvo integrada por el PSCH (Garafulic), PDN venezolano (Betancourt), PS argentino (Barrancos) y por el APRA (Portal). Se invitó a los partidos democráticos y populares de Latinoamérica que empuñaban la bandera antifascista e integracionista55. No fueron invitados los partidos comunistas, Grove expresó en la inauguración del Congreso las razones de la exclusión: Frente a la desgracia de Europa, debemos reaccionar. Contra la destrucción de la humanidad debe alzarse América, implacable contra el imperialismo y el fascismo, contra la guerra y la miseria de millones de seres. Por el bien de nuestros pueblos es que nos hemos reunido. El Partido Socialista chileno declara que la situación actual del mundo, nos obliga a definirnos entre el imperialismo totalitario y el imperialismo democrático, el mal menor es el último. Nos hemos reunido todos aquellos que anhelamos una América grande, sin invitar a aquellos partidos que obedecen a directivas europeas como el Comunista, por cuanto ellos ya tienen determinada su línea de acción56. 54 PS: Primer Congreso de..., l. cit 55 Al finalizar el tercer capítulo dimos el listado de las delegaciones concurrentes al evento. 56 La Opinión, 4-10-1940, p. 1
Paralelamente el Partido Comunista —a través de Galo González— iniciaba una controversia con el PS a propósito del congreso, criticando las resoluciones que se acordaban en la medida que transcurría el evento. Raúl Pepper Castellón, miembro del Departamento Internacional del PS, le retrucaba diciéndole que terminara con la «demagogia utópica y de mala calidad, levantando principios muy revolucionarios en otro Continente, pero inoperantes en el nuestro por la absoluta ausencia de las condiciones que permitirían su aplicación [...]. Creemos no obstante, que para la mejor comprensión del problema internacional, hace falta que los camaradas comunistas se asomen a Indoamérica...»57. El congreso abordó el estudio de cuatro puntos: a) repercusiones de la guerra europea en la América Latina, en sus aspectos políticos y económicos; b) la expansión totalitaria y la soberanía de América; c) la coordinación de las fuerzas populares de Latinoamérica hacia una política unitaria permanente para la defensa de la democracia; y d) las relaciones de América Latina con Estados Unidos.58 Los debates dieron por resultado un consenso según el cual la guerra mundial, además de ser un conflicto interimperialista, era también una pugna entre dos concepciones de la vida colectiva: democracia vs totalitarismo. El congreso condenó al fascismo y se puso al lado de la democracia; se pronunció por la necesidad de crear una Confederación Latinoamericana de Partidos Democráticos Populares que persiguiera 57 58
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La Opinión, 26-11-1940, p. 2. PS: Primer Congreso de..., p. 3.
una finalidad integracionista; de defensa contra el totalitarismo fascista; de defensa de la democracia; de promoción de regímenes que buscaran la justicia social; y, en general, de una amplia defensa de la soberanía continental59. Como vemos, se trataba de resoluciones con fuerte inspiración aprista. El aprismo —que, como hemos visto, hacía tiempo venía reclamando estas medidas— una vez más le daba orientación a la política internacional tanto del PS chileno como de otras fuerzas políticas latinoamericanas. Entre fines de abril y principios de mayo de 1946 se reunió en Santiago, convocado por el Partido Socialista, el II Congreso Americano de partidos de tendencias socialistas60. Se organizaron varias comisiones de trabajo sobre los siguientes temas: a) planificación económica y cooperación continental; b) solidaridad política latinoamericana para afianzar gobiernos democráticos y populares; c) uniformidad y perfeccionamiento de la legislación social latinoamericana; d) problemas económicos y jurídicos de América ante el derecho internacional y la convivencia mundial; e) constitución de una Internacional de partidos de principios y programas socialistas del continente, en vistas a dar más eficacia a su acción y a cumplir los objetivos señalados en el primer tema; y f) temáticas varias. Los apristas y socialistas que participaron en dichas comisiones —desde luego también integradas por delegados de otros partidos invitados61— 59 L. cit. Ercilla, N° 285, 16-10-1940, p. 19 y 22. 60 Véase JOBET: Historia del..., p. 184-185. 61 Véase el capítulo tercero.
fueron: por los primeros, Luis de las Casas, Andrés Townsend, Luis Marmanillo, Samuel Vásquez, Luis Barrios y Víctor Raúl Haya de la Torre; por los segundos, Agustín Alvarez Villablanca, Juan Rossetti, Raúl López, Jorge Téllez, Luis Zúñiga, Raúl Ampuero y Salvador Allende62. Los resultados prácticos de este evento se condensaron en una Declaración de Principios, llamada «Carta de América», y en la formación de un Comité Coordinador de los Partidos Socialistas y Populares del Continente, de acuerdo con un estatuto elaborado en el congreso63. Lo que aquí nos interesa resaltar es cómo el Partido Socialista difundió la presencia de Haya de la Torre en Chile. Con varios días de anticipación al evento, el «Comando Nacional del Partido Socialista» entregaba perentorias instructivas a la militancia socialista, y lo primero que les indicaba era preocuparse de sobremanera por la «recepción a Víctor Raúl Haya de la Torre, en Los Cerrillos [...]. Las seccionales y brigadas tienen la obligación de buscar los medios de transporte necesarios para el traslado de sus militantes»64. La FJS, por su parte, daba instrucciones a los jóvenes socialistas para recibir en el aeropuerto «al líder máximo del Socialismo continental, señor Víctor Raúl Haya de la Torre»65, y advertía que las «inasistencias serán tomadas debidamente en cuenta por la directiva de la Juventud66. La FJS designó como observadores oficiales de la juventud al congreso 62 La Opinión, 1-5-1946, p. 5. 63 Para mayor abundamiento véase JOBET: Historia del..., p. 184-185 64 La Opinión, 23-4-1946, p. 3. 65 La Opinión, 27-4-1946, p. 5. 66 L. cit.
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continental a Hernán Parada, Octavio Cornejo, Belarmino Elgueta, y, por derecho propio, Eduardo Osorio Pardo, secretario general de la FJS67.
Juan M. Reveco la Acción de Mujeres Socialistas, portando banderas chilenas y peruanas, rindieron un homenaje al Jefe del APRA69.
Si la presencia de los delegados de los partidos invitados al congreso —en particular la de los apristas— fue permanente en las portadas de la prensa socialista68, la llegada de Haya provocó la focalización periodística hacia él. Su arribo al Teatro Caupolicán, lugar donde se inauguró el Congreso, es relatada del siguiente modo por la prensa de la época:
El discurso de Haya en el Caupolicán estuvo centrado en los recuerdos de su primer viaje a Chile en 1922; en el éxito del congreso en la búsqueda de soluciones de interés para los pueblos americanos; y a brevísimos aspectos de lo que es el aprismo, «al que calificó como un movimiento nacido de la necesidad de unión de los pueblos indoamericanos»70.
En los momentos en que hablaba el Ministro de Tierras, señor Fidel Estay, y cuando eran las 13.05 horas, entró al Teatro Caupolicán el Jefe del Partido del Pueblo del Perú, Víctor Raúl Haya de la Torre. Instantáneamente, se encendieron reflectores que alumbraban las puertas de entrada, en tanto que el público, como movido por un sólo impulso, se puso de pie en ansiosa expectación. En esos momentos, en medio de un remolino de gente, entraron Haya de la Torre, y los demás delegados del Perú y otros países que habían llegado en el mismo avión. En tanto que los residentes apristas que se encontraban en el teatro agitaban papeles con los colores de la bandera nacional del Perú, la banda irrumpió con los acordes el Himno peruano y el público tributaba un ensordecedor homenaje de admiración y cariño al líder de los trabajadores peruanos. Una vez llegado a la tribuna oficial, Haya de la Torre fue recibido por los dirigentes socialistas chilenos y extranjeros que se encontraban allí. Mientras duraban estos saludos, dos jóvenes de 00
En su reunión con la prensa de Santiago, terminada la inauguración del congreso, se refirió fundamentalmente a la idea del Congreso Económico que el APRA propiciaba en el Perú, «manifestando que se trataba de ir a la creación de un verdadero consejo consultivo, en el que estuvieran representados por partes iguales, el Capital, el Trabajo y el Estado. Este Consejo, constituido por personas técnicas, estudiaría los proyectos económicos y una vez aprobados, los enviaría al Congreso para que éste resolviera en definitiva sobre ellos»71.
67 La Opinión, 24-4-1946, p. 3 68 La Opinión, 26-4-1946, p. 1 y 3; 28-4-1946, p. 1 y 4
El discurso de Haya en la Plaza de la Constitución con ocasión del Primero de Mayo fundamentalmente tuvo un perfil continental integracionista, y de un apoyo irrestricto a la búsqueda de la justicia social en un marco democrático. Debemos resaltar la opinión que le mereció la «Marsellesa Socialista» que fue cantada por la concurrencia: «Compañeros: acabo de escuchar el himno del Partido 69 La Opinión, 29-4-1946, p. 1 y 3 70 L. cit 71 L. cit. Este tema lo profundiza en la reunión que tuvo con los dirigentes de la Falange Nacional (véase La Opinión, 8-51946, p.3).
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Socialista y su letra, semejante a la del Himno Aprista, es una evocación para mí, porque su autores un obrero peruano»72. El 5 de mayo, Haya dictaba en el Teatro Caupolicán una conferencia destinada a los trabajadores, cuyo tema se refería «al movimiento político-social en el mundo y las futuras proyecciones del movimiento socialista como fuerza conductora de liberación de las masas explotadas en América Latina»73. El Comité Regional Santiago convoca «obligatoriamente a esta conferencia a todos los efectivos socialistas de las diez comunas urbanas y suburbanas, a fin de oír la palabra autorizada de uno de los mejores conductores del movimiento liberador de los pueblos del Continente»74. La misma obligación recaía sobre los militantes en lo referido a la conferencia de Haya, dictada algunos días después, en la Universidad de Chile, cuyo tema era «La nueva democracia continental»75. Con los dirigentes socialistas departió permanentemente, e incluso Allende ofreció un almuerzo en honor a Haya en el cual estuvieron socialistas, apristas, radicales y falangistas76. Al igual que en 1940 los socialistas y apristas fueron atacados duramente por los comunistas chilenos. Volodia Teitelboim sostenía que el papel de Haya en el congreso era «hacer el papel estelar de Mesías en ese sospechoso y contradictorio conciliábulo»77, y dedicó varios artículos a rebatir la propuesta ideológica del 72 La Opinión, 2-5-1946, p. 6. 73 La Opinión, 4-5-1946, p. 4 74 L. cit. 75 La Opinión, 10-5-1946, p. 1 y 8; 11-5-1946, p. 1 76 La Opinión, 4-5-1946, p. 1. 77 El Siglo, 6-5-1946, p. 3.
aprismo78. El diario El Siglo sostenía que el «Congreso Social Demócrata Americano»79 [fue ideado] «para servir planes imperialistas» [norteamericanos]80, y que sus organizadores «realizan en Chile una feroz ofensiva antiobrera y antidemocrática»81. El subsecretario general del PS, Agustín Alvarez Villablanca defendía a Haya y al socialismo chileno de aquella «prensa que por sistema se dedica a combatir al Partido Socialista, con el propósito de echar sombras sobre uno de los episodios de confraternidad socialista continental más significativos de los últimos tiempos»82. Hasta aquí esta exploración de la influencia aprista en el socialismo chileno. Los procedimientos y mediaciones están más o menos claros, y nuestra hipótesis de trabajo tiende a ser demostrada plenamente. Sin embargo, faltan ciertas precisiones, pues debemos intentar determinar un orden de los campos específicos de manifestación de la influencia aprista en el socialismo chileno. El capítulo siguiente busca cumplir este propósito
78 p. 3 79 80 81 82
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El Siglo, 7-5-1946, p. 3; 8-5-1946, El Siglo, 5-4-1946, p. 3. L. cit El Siglo, 18-4-1946, p. 3 La Opinión, 8-5-1946, p. 1
Archivo Fundación Salvador Allende. Salvador Allende rodeado de pobladores en concentración política durante su campaña de 1963.
DOSSIER PS
Palabras clave: Allende – Socialismo – Oligarquía – democracia – populismo
POPULISMO, DEMOCRACIA Y MARXISMO EL DEBATE DE LA IZQUIERDA CHILENA Y LA CANDIDATURA PRESIDENCIAL DE SALVADOR ALLENDE EN 1952 por Joaquín Fernández Abara
En este estudio, mostraremos como la elección presidencial de 1952 fue la oportunidad precisa en que Allende pudo cristalizar dicho discurso. La oposición al populismo ibañista le permitió hacer una defensa de las instituciones democrático-liberales, colaborando en la instalación de un debate sobre su vigencia al interior de la izquierda chilena, reflotando el clásico discurso antifascista de las décadas de 1930 y 1940 y criticando el pasado dictatorial de Carlos Ibáñez del campo. Al mismo tiempo promovía la unidad de los partidos de izquierda marxista y mantenía una retórica de carácter antioligárquico.
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alvador Allende fue una figura que marcó la política chilena entre las década de 1950 y 1970. En 1952, 1958, 1964 y 1970 se presentó como candidato presidencial, y en las tres últimas ocasiones lo hizo como aspirante único de socialista y comunistas. En su desempeño como político y candidato presidencial, logró generar una adhesión política personal, que rebasaba la capacidad de convocatoria de los partidos de izquierda marxista que lo apoyaban. En esta situación influían evidentemente algunas de sus características personales, como era, entre otras, su capacidad oratoria, que le permitían ejercer un liderazgo carismático. Sin embargo, en nuestro estudio nos centraremos en otro elemento relevante para comprender los alcances y proyecciones de su. Nos referimos a su capacidad de aunar a distintas sensibilidades de la centroizquierda en pos de un proyecto de profundas reformas sociales, que generarían las condiciones para una transición al socialismo. Esto se debía a la capacidad que manifestó el candidato de fusionar un discurso marxista doctrinario, con elementos propios de las tradiciones republicana y democrático-liberal. Para la realización de esta investigación, hemos recurrido al uso de diversas fuentes primarias, principalmente de carácter hemerográfico, como diarios y revistas de circulación masiva del período estudiado, junto publicaciones periódicas de los partidos políticos. Las cifras sobre los resultados electorales se han tomado del Servicio Electoral y de algunas publicaciones sobre historia política y electoral del período.
El socialismo ante la emergencia del populismo ibañista Para entender el surgimiento de la candidatura presidencial de Salvador Allende en 1952, es necesario entender la política de acercamiento hacia el ibañismo que por entonces propiciaba el Partido Socialista Popular (PSP). Hacia el año 1950, el PSP, se mostraba contrario a las alianzas estratégicas con “partidos burgueses”, actitud que se reflejaba en su empecinada oposición a las administraciones radicales. Si bien con el Programa de 1947 había reafirmado su interpretación “heterodoxa” del marxismo, destacando su carácter antisoviético y haciendo eco a la crítica al totalitarismo, esto no significó un tránsito hacia posiciones socialdemócratas, como han planteado algunas interpretaciones politológicas e historiográficas (Walker 1990) Por el contrario dicho programa, ideado principalmente por Eugenio González, refleja cómo el Partido Socialista había adoptado posturas nacionalistas revolucionarias de un claro sesgo antiliberal. En ese sentido, proponía la superación de la “pseudodemocracia actual, que se basa en un concepto individualista y abstracto de la soberanía popular, por una democracia orgánica que responda a la división real del trabajo colectivo” (Cesar Jobet 1987). El socialismo pretendía transformarse en el conductor de un movimiento popular reunido en torno a las reivindicaciones obreras y las luchas antiimperialistas. En este marco, el carácter “tercerista” de su postura ante la política internacional refirmaba su nacionalismo latinoamericanista.
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Estas definiciones estratégicas e ideológicas deben ser entendidas en un contexto caracterizado por la valoración positiva que una gran parte de los personeros socialistas hacían del surgimiento de los movimientos nacional-populares en América Latina, entre los que se encontraban el Movimiento Nacional Revolucionario boliviano y el peronismo en Argentina. Según el intelectual socialista Oscar Waiss, dichos movimientos tenían un fuerte contenido antiimperialista y pugnaban por romper el control oligárquico, incorporando a las “masas” a la política nacional. Para Waiss (1984), quien en este sentido interpretaba una importante sensibilidad al interior del socialismo chileno, “la revolución latinoamericana estaba cargada de posibilidades para un movimiento socialista que fuera capaz de dirigirla”. No es de extrañar que gran parte de la dirigencia del Partido Socialista Popular mirase como una alternativa atractiva la posibilidad de apoyar la candidatura presidencial de Carlos Ibáñez del Campo, que en ese entonces comenzaba a emerger. Según los partidarios de esta opción, el ibañismo se había transformado en una suerte de protesta de las “masas” en contra de la “política de arreglines y componendas de los partidos”, que nacían del desgaste del radicalismo. El carácter inorgánico de esta corriente populista fue percibido como una oportunidad por varios dirigentes socialistas, entre ellos Alejandro Chelén, Oscar Waiss y Clodomiro Almeyda, según quienes la supuesta organización y definición ideológica del partido les permitiría sobreponerse a la desorganización y confusión doctrinaria del ibañismo. Esto haría posible que los socialistas tomaran
la “conducción” del movimiento, fortaleciendo al partido y sacándolo de la seguidilla de debacles electorales que venía viviendo desde las elecciones parlamentarias de 1945 (Almeyda 1987; 122: Chelén 1967; 130-131: Ampuero 1969; 25). La experiencia de los socialistas argentinos influyó en la decisión tomada por los socialistas chilenos. El Partido Socialista de la Argentina, que había llegado a ser una colectividad de masas, con un importante apoyo sindical y una presencia relevante en la Segunda Internacional, sufrió un enorme retroceso al oponerse al peronismo. Según Clodomiro Almeyda, la oposición intransigente al peronismo demostrada por los socialistas argentinos, fundada en su actitud liberal y europeizante, habría terminado por “separarlos y antagonizarlos con la mayoría del pueblo”, transformándolos en una fuerza política marginal, y permitiendo el ascenso de lo que el denominó como “una dirigencia sindical oportunista y desclasada” (Almeyda 1987; 124) Los acercamientos entre Ibáñez y los socialistas, que venían forjándose desde fines del año 1950, se formalizaron en mayo de 1951, cuando los socialistas populares condicionaron públicamente su apoyo a Ibáñez a cambio de que este llevara adelante un “programa de acción gubernativa”, que respondiese a lineamientos antioligárquicos, antiimperialistas y a la restauración del pluralismo partidista. Las medidas exigidas por los socialistas eran el “cambio en la política internacional”, la “derogación de la Ley de Defensa de la Democracia”, la “planificación de la economía”, la “creación del Banco del Estado”, la “reforma agraria” y la “derogación de la última ley de sindicalización cam-
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pesina” (El Mercurio, 15 de enero de 1951)
Salvador Allende y el quiebre del socialismo Fue este ambiente político el que precipitó el quiebre de Salvador Allende con el Partido Socialista Popular y generó las condiciones para el surgimiento de su propia candidatura. A medida que avanzaban las negociaciones entre el Partido Socialista Popular y Carlos Ibáñez, Allende se encargó de hacer notar su evaluación crítica del populismo ibañista y su negativa tajante a la inserción del socialismo en este movimiento. Allende desconfiaba del mesianismo personalista y de la escasa concreción programática manifestada por el ibañismo, así como de su poca institucionalización y su discurso antipartidista. Del mismo modo, manifestaba un evidente rechazo al autoritarismo y el tono militarista que manifestaba la candidatura del ex dictador. En este sentido, tras el discurso de Allende existe una fuerte valoración del institucionalismo político y de las libertades públicas. No es de extrañar que el discurso allendista recuperase uno de los tópicos que más poder de convocatoria le dio al marxismo en el siglo XX: el antifascismo (Furet 1995). Allende, en reiteradas ocasiones, calificó de fascista a la candidatura de Ibáñez y a los movimientos que lo seguían. Junto con esto, evidenció un claro rechazo a la heterogeneidad social de los movimientos que apoyaban a Ibáñez. Estas críticas apuntaban a la presencia de algunos representantes del gran empresariado monopó-
lico, y, especialmente de personeros provenientes del mundo latifundista . Así, podemos sostener que Allende articuló una propuesta de transformación social de raigambre marxista en un substrato de cultura política liberal. Los desacuerdos de Allende con las corrientes hegemónicas de su partido ya se hicieron notar en julio de 1951, cuando el Comité Central del Partido decidió apoyar la candidatura de Carlos Ibáñez. En dicha ocasión, la facción pro ibañista, liderada por Raúl Ampuero, Eugenio González, Aniceto Rodríguez, Mario Garay, Clodomiro Almeyda y Alejandro Chelén, se impuso, por seis votos contra cuatro, a Allende y los contrarios a la colaboración con Ibáñez. Fue en esa ocasión, cuando un enardecido Salvador Allende recriminó a Eugenio González, recordándole las penurias que había vivido como joven opositor a la dictadura de Ibáñez. Sin embargo, González, impertérrito, ni siquiera se dio por aludido. Tras el incidente, Allende se retiró indignado de la sesión, anunciando que impugnaría la decisión tomada por el Comité Central en el próximo Congreso Ordinario y dejando en claro que “la historia le daría la razón” (Ercilla 1951). La polémica mantuvo un bajo perfil hasta inicios de octubre, cuando los fuegos fueron abiertos por el diputado Astolfo Tapia. Se trataba de un antiguo profesor de la Universidad de Chile, precursor de los estudios sociológicos en nuestro país, conocido por su formalidad y moderación. Tapia, después de haber vuelto del Primer Congreso de Sociología realizado en Buenos Aires, denunció el carácter “represivo” y “antipopular” del régimen peronista. Al mismo
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capital exhibe un desprecio total por los programas. Expresé también que me parecía absurdo utilizar a Ibáñez como un caballo de Troya para que el PSP llegara al pueblo. Los sectores que acompañan a Ibáñez son revoltosos y heterogéneos. Es imposible conciliar los intereses del latifundista agrario con los del campesino socialista, como los principios fascistas de los dirigentes ibañistas con el pensamiento socialista de nosotros. No niego que al lado de Ibáñez hay hombres de gran prestancia intelectual y valor moral; yo juzgo al conjunto por sobre el candidato. Repetí en la directiva que el descontento social y la justa protesta contra el gobierno del señor González Videla tenía que encontrar otro camino que no fuera el de Ibáñez (…) En esta lucha están en juego conceptos sobre convivencia social y democrática que obligan a los hombres a definirse (Ercilla, 16 de octubre de 1951).
tiempo, declaró que el movimiento peronista argentino financiaba al Movimiento Nacional Ibañista y a la candidatura de Ibáñez. Las declaraciones de Tapia generaron una gran controversia, a la vez que una rápida y enérgica reacción de la directiva, que inmediatamente decretó su expulsión (Estanquero, 6 de octubre de 1951: Ercilla, 9 de octubre de 1951). La separación de Tapia se transformó en el detonante de una revuelta interna de los sectores antiibañistas del Partido Socialista Popular. Salvador Allende renunció al partido, e inmediatamente fue seguido por Miguel Etchebarne, Manuel Mandujano, Manuel Contreras, Víctor Jaque y Carmen Lazo. Allende emplazó públicamente al Partido Socialista Popular y a Carlos Ibáñez, invocando un discurso que, recurriendo al antifascismo, defendía un programa de transformacionales sociales antioligárquicas, a la vez que una noción institucionalista y democrático-liberal de la política: Comprobé la decisión irrevocable de la mayoría de la directiva del PSP de llevar adelante la candidatura del “Senador” Ibáñez. Y subrayo “Senador”. Está bueno de terminar con lo de “General”. Ibáñez dejó de ser militar cuando metió al ejército en funciones que no le correspondían (…) Hablaré del Senador “Ibáñez”, es un activo profesional de la política. De una actividad versátil curiosa y paradojal. Abanderado de la derecha, líder popular de última hora. Dije que no se podía entregar ideas, principios y doctrinas a quien hizo gala de aplastar doctrinas, principios e ideas y a quien como único
Llama la atención las características socio-culturales de los grupos que apoyaron a Allende al interior del Partido Socialista Popular. La postura allendista, que llamaba a oponerse a la colaboración con Ibáñez, fue articulada en un voto político redactado por la Brigada Universitaria Socialista (BUS), el que fue presentado por los sectores antiibañistas que aún permanecían en el partido en un pleno realizado a fines de octubre del año 1951. El voto de los universitarios, fue apoyado por la Brigada de Profesores y la Ferroviaria, además de contar con importantes apoyos en la zona de Concepción y en los distritos cupríferos. Puede ob-
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servarse cómo la postura allendista congregó a los sectores intelectuales de clase media, con mayor formación académica, y a algunos segmentos reducidos de trabajadores, con anclajes más sólidos en las tradiciones del movimiento obrero y mayor tendencia a la sindicalización. No es de extrañar, que aún en la década de 1980, el dirigente socialista pro-ibañista Clodomiro Almeyda recordara despectivamente a estos sectores, denominándolos como “profesionales e intelectuales de formación liberaloide” (Almeyda 1987; 124). Sin embargo, la pretensión de este sector fracasó, y el voto del BUS fue rechazado por una inmensa mayoría, compuesta primordialmente por los secretarios regionales. Estos, a su vez, contaban con mandatos ampliados de los provinciales. La gran mayoría de la militancia socialista, representada en instancias territoriales amplias y pluriclasistas, se mostraba favorable a Ibáñez (El Mercurio, 9 octubre de 1951: Ercilla, 30 de octubre de 1951). Allende tenía poca esperanza en las acciones que los sectores antiibañistas que aún quedaban al interior del Partido Socialista Popular podrían realizar. Por lo mismo, lideró a los sectores escindidos en una nueva organización, llamada Movimiento de Recuperación Socialista, la que inmediatamente desarrolló una línea independiente a la del socialismo popular y entabló negociaciones para fusionarse con el Partido Socialista de Chile. La fusión de los recuperacionistas con el Partido Socialista de Chile, que dio paso al surgimiento del Partido Socialista, tuvo lugar el 11 de octubre de 1951. La convergencia entre ambos partidos se vuelve curiosa, dado
que el Partido Socialista de Chile era la facción anticomunista del Partido Socialista, que había roto con la línea mayoritaria al apoyar a González Videla en el marco de la aprobación de la “Ley de Defensa de la Democracia”. La situación se vuelve aún más paradojal considerando que, posteriormente, este Partido Socialista ya unificado entabló una alianza con el Partido Comunista. Dicha paradoja, por cierto, fue tildada como inconsecuencia desde el Partido Socialista Popular, y alimentó las críticas de los detractores de Allende, especialmente de Raúl Ampuero. Al respecto, es necesaria precisar que, al producirse la fusión, la directiva original del Partido Socialista de Chile, de corte marcadamente anticomunista, había perdido la hegemonía al interior del partido. De hecho, los personeros más importantes de esta corriente, como Bernardo Ibáñez, Eliodoro Domínguez, Juan Díaz Martínez, Francisco Melfi y Juan Garafulic se autoproclamaron como el verdadero Comité Central del Partido y se negaron a aceptar la fusión con los recuperacionistas, intentando frenar el avance de Allende con un golpe de fuerza. Sin embargo, su postura fue rápidamente rechazada, resultando expulsados del Partido. Varios de ellos derivaron finalmente al partido radical o terminaron por salir de la vida política activa. Por otra parte, Juan Bautista Rossetti, otro de los dirigentes originales más anticomunistas y uno de los pocos dirigentes del Partido Socialista de Chile que pujaba por apoyar a Ibáñez, vio sus esperanzas frustradas tras la fusión con los recuperacionistas Al poco tiempo de producida esta, abandonó su partido para pasar a colaborar con Ibáñez como independiente. Tal situación no fue óbice para que una
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parte importante de la militancia del Partido Socialista de Chile, favoreciera la fusión con los recuperacionistas, esperando que esta fortaleciera su posición para presentarse a una Convención de Centro-Izquierda con falangistas, socialcristianos y radicales. Se pensaba que en dichas circunstancias, Allende podría transformarse en un potente precandidato que permitiera a los socialistas de Chile negociar desde una posición más fuerte, obteniendo mayores dividendos políticos a cambio del apoyo a un candidato radical (Ampuero 1969; 25: Jobet 1987; 295 y Ercilla, 30 de octubre de 1951). Sin embargo, la línea que predominó fue la que apuntaba a buscar la “Unidad de la Izquierda”, a través de una alianza con los comunistas.
El Partido Comunista y el afianzamiento del camino institucional Por otro lado, el apoyo del Partido Comunista a Allende y la formación de una alianza con el Partido Socialista deben entenderse en función de los cambios que estaban sufriendo sus orientaciones estratégicas y sus políticas coalicionales. A inicios de 1951, la línea oficialista del Partido, liderada por su secretario general Galo González, había logrado triunfar sobre los intentos propiciados por la corriente “reinosista”, partidaria de llevar adelante una resistencia violenta y antisistémica a las políticas represivas del gobierno de Gabriel González Videla. En contraposición, el sector oficialista venía desarrollando una plataforma reformista y moderada. Se trataba del “Programa
de Emergencia”, presentado a comienzos de 1950, el que apuntaba a la protección económica para los trabajadores, la adopción de medidas económicas proteccionistas, el alza de los impuestos a las compañías extranjeras, el restablecimiento de relaciones con los países del bloque socialista, la restauración de las libertades públicas, la abolición de las prácticas políticas represivas, la implementación de una política de provisión de alimentos a la población, la nacionalización de las tierras mal explotadas y la reforma a la institucionalidad financiera, protegiendo al peso contra el dólar. Como puede, el carácter “mínimo” de dicha plataforma abría la puerta a la colaboración con partidos centristas (Furci 2008; 85-86). Los comunistas plantearon que su programa no apuntaba a la revolución socialista, ni siquiera a la realización de la revolución democrático-burguesa. Por el contrario, habría sido una “plataforma de lucha para la acción común de los sectores sociales en contra del dictador” González Videla (Furci 2008). En este marco, el Partido Comunista desarrolló una política coalicional errática, cuyo único norte era conseguir el apoyo de agrupaciones políticas y candidatos que dieran garantías de terminar con la proscripción. Luis Corvalán dejó muy clara esa situación en declaraciones que dio a la revista Ercilla en abril de 1951:
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Si la convención radical se pronuncia en contra de la Ley de Defensa de la Democracia, por la paz y contra el imperialismo (…) es indudable que se abriría camino a un entendimiento radical-comunista (…) además, los comunistas tienen otros ca-
minos: por ejemplo Carlos Ibáñez si no deja la menor sombra de duda respecto a la tiniebla que rodea su candidatura (Ercilla, 17 de abril de 1951) En este ambiente de incertidumbres, se rumoreó la posibilidad de un entendimiento entre Ibáñez y los comunistas. Incluso el viejo dirigente comunista Elías Lafferte llegó a participar de al menos dos concentraciones ibañistas en febrero y mayo de 1951. Sin embargo, las posibilidades de éxito de una alianza entre el Partido Comunista y el ibañismo eran escasas. Por una parte, existía la percepción de que una alianza comunista-ibañista podía activar la formación de un “frente cívico”, que uniera a la derecha y a los radicales, sepultando las esperanzas de poner fin a la proscripción. Por otra parte, vastos sectores que respaldaban a Ibáñez, especialmente el Partido Agrario Laborista, se caracterizaban por un profundo anticomunismo, por lo que una alianza con los comunistas podría generar defecciones masivas en su interior (El Mercurio, 10 de febrero y 4 de mayo de 1951: Ercilla, 30 de octubre de 1951) A estos problemas debemos añadir el que un importante sector del partido, con mucha fuerza en las Juventudes y el Grupo Universitario, presentaba serias críticas a la conducción de González. Si bien apoyaban la estrategia moderada que había seguido el partido, criticaron las vacilaciones de la corriente oficialista en torno al problema presidencial, y mostraron un serio rechazo a la posibilidad de la colaboración con Ibáñez (Ercilla, 17 de abril de 1951).
viendo el Partido Comunista. Fue en esta época, en que comenzó a desarrollar su estrategia de Frente de Liberación Nacional, la que quedaría plasmada en su Conferencia Nacional de agosto de 1952. Sin embargo, sus directrices ya eran defendidas por el Partido Comunista desde antes, y permearon su discurso y actuación desde comienzos de 1951. Si bien la nueva estrategia comunista proponía generar alianzas amplias, que incluyeran a partidos burgueses “reformistas” de centro en pos de un programa de reformas profundas de contenido “antiimperialista” y “antioligárquico”, no estaba pensada como una mera reedición del Frente Popular. Por el contrario, la nueva estrategia que se forjaba al interior del Partido Comunista sostenía que la burguesía era “voluble e incapaz de luchar contra el imperialismo y la oligarquía”, por lo que la hegemonía al interior de las alianzas debería recaer en los partidos de “la clase obrera”. Esto obligaba reforzar la alianza comunista-socialista. En ese escenario, el camino lógico era apoyar a Salvador Allende, situación concretada en noviembre de 1951 (Furci 2008; 85-86). En palabras del Secretario General del Partido Comunista, el surgimiento de la candidatura de Allende:
Tras estas críticas, subyacía el cambio de orientaciones que estaba vi-
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Significa que no queda libre el campo electoral para los enemigos de Chile y que la clase obrera y el pueblo darán batalla también en este terreno. Además, desbarata la maniobra del adversario que buscaba el aislamiento de nuestro partido o nuestro apoyo sin programa ni principios a alguna de las candidaturas que ya habrán nacido.
Con los partidos que apoyan al senador Allende y con él mismo, hemos elevado un programa convenido en la necesidad de desarrollar las luchas reivindicativas de nuestro pueblo y de constituir un gran Frente Nacional Antiimperialista, capaz de imponer un cambio en los rumbos de la nación (González 1951)
sivas a una campaña electoral y a la defensa de sus posiciones administrativas, de sus intereses y de sus concepciones políticas (…) Hombres, mujeres, jóvenes de mi patria: el Frente del Pueblo os llama a luchas por las consignas de la victoria: 1. Por el pan y la libertad. 2. Por el trabajo y la salud. 3. Por la paz y la cultura contra el imperialismo.
El Frente del Pueblo y su programa
4. Por la reforma agraria y la industrialización del país.
Allende fue proclamado el 25 de noviembre de 1951, en un acto realizado en el Teatro Caupolicán. En dicha ocasión recibió el apoyo formal del Frente del Pueblo, la nueva coalición que se había formando, uniendo al Partido Socialista con un Partido Comunista aún ilegalizado. Ante un teatro lleno, Allende habló, siendo precedido por el doctor Gustavo Molina, representante de los profesionales independientes, Armando Mallet, en nombre de los socialistas y el viejo dirigente fundador del PC, Elías Lafferte . Allende aprovechó ese primer discurso para, por un lado, dejar en claro que esta candidatura, más que efectividad electoral a corto plazo, buscaba reforzar la unidad de la izquierda más allá de las elecciones, y, por el otro, exponer los principales lineamientos programáticos de su candidatura: “Con el Frente del Pueblo tenemos una plataforma de lucha clara, definida, precisa que nos distingue y separa de los otros grupos políticos hoy transitoriamente unidos con vistas exclu-
5. Por la democracia, contra la oligarquía y las dictaduras” (Amorós 2008) El programa de gobierno de la candidatura de Allende se estructuraba en cuatro grandes áreas: 1) independencia económica y comercio exterior, 2) desarrollo de la economía interna, 3) reforma agraria y 4) mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares (González 1952 y Nolff 1993) . Se trataba de una plataforma reformista, antiimperialista y antioligárquica, pero que generaba espacios para la participación de la burguesía nacional. El programa recogía muchos elementos del desarrollismo de la recién creada Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), lo que fue destacado por el propio Allende, recalcando que “todas las opiniones expertas, incluso las de los organismos de las Naciones Unidas demuestran que es ilusorio mirar al capital extranjero como fuente importante del financiamiento del desarrollo económico” (Allende 1952) Con respecto a las políticas de inde-
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pendencia económica y a los cambios en el rumbo del comercio exterior, el programa apuntaba a superar las restricciones al comercio internacional que imponía el alineamiento hemisférico con los Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría. En palabras de Allende, se trataba del establecimiento de “un comercio internacional amplio y sin trabas y no sometido a la funesta tutela de los Estados Unidos”, lo que significaba el restablecimiento de relaciones comerciales con los países socialistas. Reflejando la molestia que había generado en la izquierda la fijación del precio del cobre por Estados Unidos durante la Guerra de Corea, se intentaba mostrar que la falta de independencia de la política exterior chilena generaba un virtual monopsonio de los productos de exportación chilenos, lo que facilitaba la imposición unilateral de precios por parte de Estados Unidos. Ante esto, Allende respondía tajantemente llamando a “comerciar con todos los países del mundo y buscar para nuestros productos precios verdaderamente justos” (Democracia, 29 de abril de 1952). Junto con estos llamados, el nacionalismo económico presente en el programa adquiría ribetes claramente antiimperialistas, con los llamados a la nacionalización de la gran minería del cobre y del salitre, “que hoy están en manos del imperialismo” (González 1952) Fuera de estos aspectos netamente económicos, el Frente del Pueblo llamaba a desahuciar los convenios de cooperación militar con Estados Unidos (Revista Democracia 1952). Siguiendo los lineamientos desarrollistas, el programa sostenía que la clave del desarrollo se encontraba en la economía interna. Con el fin de lo-
grar esto, el Frente del Pueblo llamó a profundizar el modelo industrializador ya instaurado durante los gobiernos radicales. Para ello, propuso reforzar la agroindustria, con el fin de “refinar y trabajar en Chile nuestras propias materias primas, para producir mercaderías vitales que hoy importamos y para crear fuentes de trabajo para la población que aumenta”. Sin embargo, al mismo tiempo, llamó a avanzar hacia niveles más complejos de industrialización, sosteniendo que “el desarrollo de industrias de bienes de producción es fundamental para asegurar el crecimiento posterior o independiente de todas las demás actividades”. Para hacer posible el desarrollo interno, el programa del Frente del Pueblo le dio una gran importancia al rol del Estado en la generación de infraestructura, por lo que hizo un llamado modernizar los medios de transporte, mediante la modernización de Ferrocarriles y la ampliación de la red de carreteras. En consonancia con los afanes de desarrollar una alianza antioligárquica que fuera capaz de incluir a sectores de la “burguesía nacional”, el programa no cuestionó la propiedad privada industrial, pero si pretendía reforzar el rol planificador del Estado (Allende 1952) Uno de los pilares de la plataforma allendista de 1952 era la Reforma Agraria. La plataforma del Frente del Pueblo planteaba la necesidad económica de terminar con la ineficiencia de una estructura de tenencia de la tierra considerada como “feudal”. La reforma mejoraría el nivel de vida del campesinado y le permitiría acceder a la propiedad de la tierra. La monetarización del mercado del trabajo en las zonas rurales también generaría las condiciones propicias
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para el surgimiento de un mercado interno destinado a los productos industriales (Democracia 1952). Finalmente, el programa del Frente del Pueblo apuntaba a tomar medidas para un mejoramiento estructural en las condiciones de vida de los sectores populares mediante una intensiva redistribución del ingreso. Allende criticó los mecanismos particularistas de asignación de beneficios sociales propios del Estado de Compromiso. Como una manera de superar estos problemas, llamó a modernizar y racionalizar la legislación social, mediante el establecimiento de derechos sociales universales. Así, sostuvo que era necesario: Modificar nuestra legislación de previsión social y encauzarla dentro de los moldes modernos de la seguridad social, de manera que sus beneficios lleguen a toda la población y no solo a determinados grupos, haciendo desaparecer las absurdas diferencias que en la actualidad existen entre obreros y empleados y entre los distintos grupos de estos sectores (Allende 1952) Al mismo tiempo, con el fin de mejorar la distribución del ingreso, el Frente del Pueblo llamó a hacer una “una reforma tributaria total, que generara un efecto progresivo”. Esta medida, se fundaba en un análisis crítico del sistema impositivo vigente, señalando que “los impuestos cargan mucho más fuertemente a las clases populares. Si se deja fuera el impuesto del cobre (…) se tiene que los tributos indirectos han representado alrededor de un 65% de los impuestos en los últimos años”. El programa también reforzó la clásica preocupación de la izquierda por
el problema de la falta de viviendas sociales y el mal abastecimiento de bienes de consumo. En esta línea (Allende 1952), señaló la necesidad de crear una Corporación de la Habitación, que estaría encargada de concentrar los recursos y esfuerzos destinados a ese problema, unificando la acción que hasta entonces realizaban de manera dispersa diversas instituciones. También propuso la creación de instancias de distribución estatal de bienes de consumo básico importados, primordialmente en el ámbito alimentario.
La campaña presidencial de Salvador Allende Como habíamos planteado, el Frente del Pueblo sostenía la necesidad de reforzar la unidad socialista-comunista, para de esta manera formar un bloque hegemónico de los partidos obreros. Sin embargo, este debería eventualmente abrirse a grupos reformistas u otros sectores sociales sin perder la conducción. No es de extrañar, por ello, que en las consignas y declaraciones de los personeros de los partidos que componían el Frente del Pueblo, fuera del reconocimiento a obreros y campesinos que siempre encabezaba los discursos, se interpelara a un electorado pluriclasista, con exclusión de la “gran burguesía monopólica” y los “latifundistas”. Los personeros del Frente del Pueblo buscaron mostrarse como un movimiento que también movilizaba a “profesionales, elementos independientes, pequeños industriales, comerciantes y agricultores” (Democracia 1952). Todos los sectores que componía el Frente del Pueblo siguieron estos li-
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neamientos. Sin embargo, quienes más énfasis pusieron en ellos, repitiéndolos hasta el cansancio, fueron los comunistas, quienes durante la campaña aprovecharon de difundir las ideas de su estrategia de Frente de Liberación Nacional. De hecho, ésta fue presentada a la luz pública en la Novena Conferencia Nacional de agosto de 1952, que tuvo lugar en plena campaña.
Truman y cía.”, “no queremos represión ni ser carne de cañón”, “contra el hambre nacional un gobierno popular”, “Todo Chile firmará, por un pacto de la paz” (Democracia, 26 de enero de 1952). No es extraño que la propaganda allendista adquiriera un tono nacionalista y que este fuese mostrado como el “abanderado de la chilenidad” (Democracia, 8 de enero de 1952).
Siempre a tono con el afán de abrirse hacia los sectores de la “burguesía nacional” progresista, Allende buscó identificarse con el Frente Popular y mostrarse como su legítimo continuador, ante la traición que habría sufrido por parte de González Videla. Así, Allende arengaba a sus adherentes diciéndole: “somos los continuadores de la gloriosa tradición de lucha que se inició el año 1938 (Democracia, 12 de abril de 1938). En esta misma tónica, fustigó a Pedro Enrique Alfonso, el candidato radical, por representar el continuismo de la administración González Videla, a Carlos Ibáñez por su carácter antidemocrático y por ser una “candidatura popular falsificada”, y a Arturo Matte Larraín, candidato de la derecha, por representar a la “oligarquía” (Democracia, 20 de febrero de 1952).
Allende recorrió todo el país durante 283 días de de campaña. Sus esfuerzos en terreno fueron apoyados por la transmisión radial de sus discursos, que estuvo a cargo de Radio Corporación en el programa “El pueblo a la ofensiva” (Riveros 2006). Allende mantuvo un ritmo de campaña agotador, pese a estar conciente de que no era posible un triunfo.
Las manifestaciones populares de la campaña, expresadas en gritos, carteles, rayados e incluso carros alegóricos se caracterizaron por el afán de recuperar completamente las libertades públicas, el antiinmperialsmo, la implementación de medidas de protección social y la denuncia a la oligarquía agraria. Las consignas antiimperialistas fueron especialmente coreadas en las concentraciones. Así algunos de los gritos más repetidos fueron “que se vayan los espías de
Las dificultades de la campaña de Allende derivaban de la debilidad de las fuerzas que componían el Frente del Pueblo. El candidato iba acompañado por un Partido Comunista que, si bien gozaba de cierta libertad de acción, dado el aflojamiento de la aplicación de las políticas represivas, seguía en la ilegalidad. A este se le sumaban facciones pequeñas del socialismo. De hecho, el único gran órgano de prensa de la campaña fue Democracia, el periódico del Partido Comunista. En las elecciones de 1952, Salvador Allende logró obtener un total de 51.980 sufragios, que representaban el 5,43% de los votos, ubicándose último entre cuatro candidatos. Si bien sus resultados, fueron exiguos, viéndose afectados principalmente por el empuje avasallador del ibañismo, adelantaron algunas características y tendencias de las votaciones que obtendría en las tres elecciones pos-
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teriores en que participó como candidato. En primer lugar, quedó en evidencia un mejor desempeño electoral entre el electorado masculino que en el femenino. Esta tendencia, propia de la votación de la izquierda en general durante el período, queda reflejada en el 5,8% de los sufragios que obtuvo entre los hombres, versus el 4,8% que alcanzó entre las mujeres. En segundo lugar, se denota una tendencia a concentrar su votación en los estratos sociales más bajos. Esto lo podemos observar en el caso de la ciudad de Santiago. En comunas con una fuerte presencia obrera y poblacional, como era el caso de Barrancas, Quinta Normal o Renca obtuvo respectivamente un 8,56%, 8,57% y 9,42% de los votos. Mientras tanto, en Ñuñoa, comuna pluriclasista con predominancia mesocrática, obtenía un 5,87% de los votos y en Providencia, que representaba a sectores medios y altos, un 3,29%. En tercer lugar, y finalmente, queda evidenciado como Allende logró un mejor desempeño, en términos relativos, en las zonas que tradicionalmente habían tenido una alta votación de izquierda, y especialmente —pese a la proscripción— del Partido Comunista. La fidelidad del electorado izquierdista en las regiones predominantemente mineras quedó reflejada en las elecciones. Las provincias en que Allende obtuvo una mejor votación fueron Tarapacá, con un 9,06%, Antofagasta, con un 10,28% y Arauco zona carbonífera-, con un 15,62%. Al mismo tiempo en las zonas rurales quedaba evidenciada la escasa capacidad de penetración de la izquierda, sumada a la volatilización parte del voto campesino por la irrupción ibañista. Así, en Maule, linares, Malleco, Cautín y Llanquihue, Allende obtuvo menos de un 2% de los votos (SERVEL y
Fernández 2002). Los resultados electorales del candidato de la izquierda fueron bajísimos. Sin embargo, tras su empeño estaba el afán de cimentar a más largo plazo la unidad comunista-socialista para constituir un movimiento más amplio. Junto a la consolidación de este primer núcleo sobre el que más adelante se produciría la “unidad de la izquierda”, Allende adquirió un capital político enorme en la campaña. Se transformó, de hecho, en una figura nacional. Su lenguaje, a un tiempo encendido y pedagógico, capaz de llegar a los más diversos sectores de la población fue, desde ese momento, reconocido en su particularidad. Se convirtió, además, en una figura clave para la unidad socialista-comunista. De la misma manera, su oposición al ibañismo, y su fama de político parlamentario de “línea frentepopulista”, “ajena a consideraciones teóricas profundas” (Suárez 2008; 21), lo perfilaron como un personaje atractivo para sectores del electorado de izquierda más apegados a las líneas democrático-liberales
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Referencias bibliográficas
Notas * Este artículo fue publicado previamente en Finis Terrae. Revista de Humanidades. N°1, Tercera época, 2013.
Autor Joaquín Fernández Abara Ph. D © Leiden University. Holanda. Profesor Investigador del Centro de Investigación y Documentación en Chile Contemporáneo de la Universidad Finis Terrae (CIDOC). Profesor de la Escuela de Historia en la misma casa de estudios. Correo electrónico: jfernandez@uft.cl.
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Estanquero, 6 de octubre de 1951.
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Archivo Fundaci贸n Salvador Allende. Salvador Allende con el uniforme de miliciano socialista junto a Rolando Merino y Oscar Schnake.
DOSSIER PS
EL PARTIDO SOCIALISTA Y SU HISTORIA por Patricio Quiroga
Historiador
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Introducción
D
esde la fundación del Partido Socialista han pasado un largo tiempo en que exceptuando los diecisiete años de la dictadura, hemos participado activamente en el sistema de partidos de la República, pero es también un largo lapso en que ha cambiado la historia universal, la de América Latina, como asimismo la de Chile. Ahora bien ¿cómo han afectado esos cambios al Partido?, ¿seguimos siendo los mismos de ayer?, ¿en que hemos cambiado la percepción de nuestra propia historia? Pregunta importante porque como afirmó aquel gran escritor alemán que fue Goethe... “Actualmente no cabe la menor duda de que la historia del mundo debe ser escrita de vez en cuando de nuevo. Pero esta necesidad no dimana, ni mucho menos, del hecho de que se hayan descubierto muchos acontecimientos antes ignorados, sino porque con el avance del tiempo van surgiendo nuevos enfoques que permiten interpretar el pasado y valorarlo de manera diferente”. Es indudable que Goethe tiene razón. La operación de pensarse a sí mismo es muy importante: permite la evaluación de su sentido histórico; pero, ¿estamos haciendo esa evaluación en el Partido? Pregunta acuciante, porque, mucho me temo, que seguimos viendo la historia de la organización desde la misma perspectiva con que la vimos hará unos treinta o cuarenta años, de hecho desde 1971, no han aparecido nuevos textos sobre la historia partidaria. Aún más, cuando trasmitimos esa historia lo hacemos desde los viejos textos sin
plantearnos nuevos problemas. Por eso es que en esta oportunidad quisiera dejar planteados problemas, interrogantes a la historia del Partido más que centrar la atención en los hechos acaecidos.
El período fundacional ¿Cuál era la situación real del país en el momento de la fundación? Como enfatizaron Julio C. Jobet y Manuel Fernández vivíamos bajo el impacto de la crisis de 1929, de la lucha entre dos centrales obreras la IWW (anarquista) y la FOCH (comunista), de los efectos del reformismo oligárquico de Arturo Alessandri y las secuelas de la dictadura de Carlos Ibáñez, traducidas en una serie de intentos de golpes de Estado, razones por las cuales, nuestros autores llegan a la conclusión que era inevitable la fundación del PS, especialmente por las repercusiones de la efímera república socialista del 4 de junio de 1932 y para llenar un vació que el PC no podía cubrir. Pero, esas interpretaciones dejaban de lado una serie de aspectos; a saber: entre 1931 y 1932 el país atravesó por varios episodios, en septiembre se insurreccionó la marinería y dos meses después se vivían los sucesos de la “Pascua Trágica” de Copiapó y Vallenar. Hechos que mostraban solo un aspecto de un fenómeno mayor: la división de las fuerzas armadas en cuatro grandes fracciones que operaron por su cuenta. Esta fue, por lo tanto una etapa de agudas conspiraciones paralizada, entre otros aspectos por la fundación del PS que ayudó a institucionalizar la política. Aspecto que nos obliga a replantear
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nuestra visión histórica, porque esto significa que desde la fundación, el PS, fue un factor gravitante para el desarrollo de la democracia, constituyéndose desde el 19 de abril de 1933 en una organización amplia que practicó —además— la democracia interna al coexistir en su interior marxistas (que hacían suya la visión de “un marxismo rectificado y enriquecido por el devenir”), filántropos de izquierda, social demócratas, masones e indoamericanistas. En otras palabras el PS fue una escuela de democracia interna por la magnitud del debate a que fue sometido, aspecto que se trasladó al accionar en la sociedad.
más adversas que las que conocemos, especialmente por el fraccionamiento de los militares y por la decisión de rearme de una oligarquía en crisis que comenzaba a transitar hacia el autoritarismo por lo que luego habrían de aparecer una serie de organizaciones paramilitares como la Milicia Republicana. En este contexto, la fundación del PS solo puede verse como una contribución a la consolidación del proceso de construcción democrática.
Los años de colaboracionismo y Ahora bien, cuando hablo de la exis- división tencia de indoamericanistas me estoy refiriendo a la cercanía que tuvo una generación de socialistas con el APRA peruano, desde donde se importaron la concepción de la reivindicación latinoamericana, el himno, el hacha de guerra y la Marsellesa Socialista. En otras palabras, nuestra simbología se corresponde con un peculiar momento del despegue de las luchas políticas, sociales y étnicas de América Latina. Despegue que fue muy conflictivo, porque fue el nacimiento también del nacionalismo chileno, grupos que tuvieron una fuerte presencia en la organización (llegando a constituir el ACHA), y como si fuera poco nuestro líder histórico Marmaduke Grove era un militar formado en la tradición prusiana, por lo tanto en una concepción de Estado (prusiano) que durante muchos años — da la impresión— fue confundida en el Partido con la concepción socialista de Estado. En fin, la fundación del Partido, aquel 19 de abril de 1933, al parecer se realizó sobre condiciones mucho
Me refiero al período que cubre entre 1939 y 1953. Es decir, aquellos años que abarcan desde el ingreso al gobierno del Frente Popular hasta la salida del gobierno de Carlos Ibáñez en 1953. El ingreso del Partido al frente Popular se realizó bajo circunstancias históricas conflictivas como fueron el intento de golpe de Estado de los generales Ariosto Herrera y Carlos Ibáñez y las contingencias de la II Guerra Mundial, con el objetivo, como diría Salvador Allende (Ministro de Salubridad), “de aliviar la angustia del pueblo”. Sin embargo los propósitos fracasaron y las reformas no se realizaron jugando un importante papel, el predominio del caudillismo dentro de la organización, la falta de estrategia política (al plegarse al gobierno sin proyecto propio), el abandono de la teoría social, el peso del colaboracionismo con los Estados Unidos de América y la transformación del Partido en una organización
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de funcionarios públicos. Situación agravada en 1948 por el apoyo de un importante sector a Gabriel González Videla cuando puso fuera de la ley al PC. Así, el partido entró en un profundo declive, pendiente acentuada por la división de 1951, cuando un sector encabezado por Allende se negó a ingresar al gobierno del ex dictador C. Ibáñez. El PS pagó muy caro por la derechización, la falta de teoría y el fraccionamiento tendencial de la organización y finalmente se dividió. En fin, de este período se desprende que no se “alivió la angustia del pueblo”, sino que por el contrario el Partido terminó practicando una política de derecha renunciando a su vocación democrática de lo que tardó veinte años en recuperarse.
El desarrollo sostenido Desde 1952 hasta 1970 el Partido vivió una larga fase de maduración ideológica, política y orgánica. Años en que pueden describirse dos fases. En primer lugar el período 19521969 en que se derrotó las tendencias derechistas y se experimentaron avances desde el punto de vista orgánico. Este aspecto es muy importante porque desde diversos sectores ligados a la Izquierda Socialista, a la socialdemocracia y al trotskismo, hubo un acuerdo en torno a la construcción orgánica, sobre la base de la teoría marxista del partido, lo que implicó estructurar la organización en torno al CC y diversas instancias (DENAS, CONAS ,etc.) que además fueron sometidas a un fuerte proceso de educación política, no solo para dar forma a un pensamiento partida-
rio, sino como una forma de salir al paso a la conciencia dominante por el poderío de los grupos más poderosos sobre los medios de comunicación. En otras palabras, la transformación social requería de un Partido culto políticamente. Cultura política que entre 1967 y 1973 aceleró la aparición de tendencias internas (ELN, Organa, etc.) que dieron forma y conducción a un gran debate bajo condiciones históricas complicadas como fueron, la hegemonía que tomó el nacionalismo autoritario en la derecha, luego de la fusión entre liberales, conservadores y nacionalistas, a lo que se agregó la ridigización ideológica de la democracia cristiana con su tesis del “camino propio”, la formación militar de los oficiales en Estados Unidos, el escamoteo de dos elecciones presidenciales al FRAP (1958,1964), las secuelas de la creciente crisis económica, sucesos infaustos como la represión de El Salvador o Pampa Irigoyen, la influencia de la revolución cubana y de los movimientos de liberación nacional que conmovieron al mundo de la época. Debate que lamentablemente solo vino a resolverse en 1972 (pero ya era tarde para la profundización democrática). Resumiendo, desde 1952 a 1970 el PS alcanzó un alto grado de desarrollo, poniéndose a la cabeza de las aspiraciones de vastos sectores del pueblo con una propuesta clara de construcción del socialismo al lograr construir un bloque político de los oprimidos, a partir de su participación en diversas instancias como fueron la fundación del Bloque de Saneamiento Democrático, del Frente del Pueblo, de la CUT, del FRAP y la culminación con la fundación de la Unidad Popular. En otras pala-
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bras, durante estos años en que el PS rechazó subordinarse a otros proyectos de clase, logró su mayor grado de desarrollo; la pregunta, entonces, es, ¿hasta dónde la autonomía fortalece al mundo popular?
El gobierno popular No intentaré analizar la historia de la Unidad Popular (1970-1973), sino de dejar establecidas algunas interrogantes a esa historia. Aunque la primera interrogante es la siguiente, ¿por qué no hemos realizado aún el diagnóstico de la derrota en forma colectiva pasados cuarenta años del golpe de Estado? Distintos autores de raigambre socialista, históricos y no históricos, entregan diversas razones para explicar las causas de la derrota, entre ellas: la falta de visión sobre el rol de los Estados Unidos, la falta de una política militar (el “vacío histórico”), el aislamiento de la clase obrera, la falta de una teoría para la vía político institucional, errores de diseño y de estrategia económica, la falta de apoyo del entonces campo socialista, los límites de un proyecto que no dio cuenta del fenómeno que venía como era la globalización, el rol del ultra-nacionalismo (PyL) y la decisión de la derecha y de sectores de la democracia cristiana de parar no solo el proceso, sino de re-fundar en sentido capitalista la nación, etc. Factores a los que deberían agregarse para la polémica e interrogación de la historia trágica las siguientes preguntas : i) ¿hasta dónde afectó el proceso la coexistencia de tres visiones como fueron la estrategia de la
toma del poder político (PS), la estrategia de la vía pacífica (PC) y la estrategia político institucional (Allende)?, ii) ¿hasta dónde afectó al proceso la polémica interna del Partido (recordemos que militantes socialistas pidieron la renuncia de Allende o que traficaron influencias para lograr votos para el Congreso que venía en 1974?), iii)¿hasta dónde conspiró contra nosotros mismo la falta de una mayor teoría (me refiero a la falta de visión sobre los cambios del capitalismo?). Finalmente, una última interrogante... ¿hasta dónde hemos enredado la historia ocultando los hechos reales: la formación de gente, la importación de armas, etc.?, ¿hasta dónde el papel de víctimas ya no corresponde, porque la vida ha cambiado?). En otros términos, los socialistas deben asumir su propia historia; por ejemplo, deben reevaluarse los acuerdos del Congreso de La Serena, en enero de 1971, donde el gran consenso fue prepararse para la toma del poder. Señalo este aspecto histórico porque mientras falte este reconocimiento los intentos de cerrar las heridas del pasado reciente quedarán fuera de las manos de los actores reales, es decir en representantes de una historia que no vivieron ni conocieron.
Los años de la derrota Sobre esta experiencia (1973-1989) no necesito extenderme mucho. Es conocida por la mayoría. Recordemos a los primeros caídos (Arnoldo Camú) los detenidos desaparecidos de la reconstrucción clandestina (Carlos Lorca), los fallecidos en el exilio (Julio C. Jobet), los caídos en
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el combate internacionalista (Alberto Geraldo), los muertos prematuros (Renato Julio). Recordemos también a los sobrevivientes de la cárcel (Alfonso Guerra), de la tortura (Tito Martínez), de la clandestinidad (Eduardo Gutiérrez), a los que trabajaron por la causa todos los días del exilio (las hermanas Martínez), a los dirigentes vivos (Carlos Altamirano) y muertos (Don Cloro) y junto a ello recordemos que siempre tuvimos un norte, conducción y discusión política; así lo demuestra la lectura de los documentos de ese período. Esto independientemente de las desavenencias o conflictos. Así lo indican el documentos de los distintos grupos en que el partido se dividió: allí están los Mensajes, Cartas y Documentos de la Dirección Clandestina de Ponce, Lagos y Lorca, los de la Coordinadora Nacional de Regionales, los de la “Chispa” y andando en el tiempo los del PS/Altamirano, PS/Almeyda, PS/Unitarios, PS/Dirección Colectiva, PS/Salvador Allende, PS/Históricos, y grupos como “los suizos”...(en fin, pedimos disculpas por cualquier omisión). La confrontación de ideas y de proyectos políticos fue dura y tuvo una doble característica: fue una discusión en el interior para mantener la dirección en situación de clandestinidad, cuya gran posibilidad de recompensa fue la muerte (Eduardo Charmé) o la cárcel y la tortura (Oscar de la Fuente) y en el exterior fue una posibilidad para reintegrarse clandestino, donde también una gran posibilidad de recompensa fue la muerte (Carlos Godoy), o la captura (Juan Osses). Las discusiones fueron duras, porque eran sobre bases teóricas y con fines estratégicos, lo que queda claramente establecido
en la lectura de la abundante documentación de ese período. Pero nada de esto lo sabe la mayor parte de la militancia porque no hemos escrito la historia del Partido de aquellos años, ¿por qué?... Recordemos que nuestras polémicas se inscribieron en el marco de grandes transformaciones mundiales en que estuvieron presentes actores como el Vaticano, el Eurocomunismo, Moscú y la Socialdemocracia. Fueron los años en que a partir de Ariccia (Italia, 1979) fue dándose una nueva división entre tradición y renovación, división que aún nos lacera y cuyo trasfondo fue la gran discusión sobre estrategia y táctica para salir de la dictadura. Pero también fueron los años en que al final de la dictadura nos fortalecimos con el ingreso de fuerzas laicas (PR), cristianas (IC), intelectuales de izquierda de vuelta del marxismo (MAPU MAPU OC), sectores de la antigua izquierda revolucionaria (MIR) y del PC, síntesis política y cultural a la cual no le hemos sacado provecho enfrascados como estamos en el fortalecimiento de la actividad tendencial en función más del control del poder que de una perspectiva de largo plazo
Nota Extractos de una ponencia del historiador Patricio Quiroga ante militantes socialistas de La Florida.
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DEMOCRÁTICO Y REFORMISTA, EL ÚNICO SOCIALISMO POSIBLE por Freddy Cancino Militante del Partido Socialista de Chile. Miembro del Comité Central.
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osible y deseable, porque en nombre de altos valores de liberación se han hecho revoluciones que, fatalidad o burla de la historia, han terminado en desastres económicos, y más sufrimientos para los pueblos que se quería emancipar. Baste recordar el Terror jacobino de la Revolución francesa (que paradojalmente fue precursora de su propio antídoto, la Declaración de Derechos Humanos), y la larga masacre de la era estalinista. Sin embargo, hay que reconocer que bajo el término “revolución” hay más de una lectura. Un conjunto de reformas radicales, pero graduales como toda reforma, podría ser una revolución, es decir un cambio profundo que haga irreconocible un sistema anterior, aunque sin cambiar el marco institucional en que se realizaron los cambios; una “revolucionaria” reforma al sistema educacional chileno, por ejemplo (que harta falta hace). A veces hay una larga sucesión de cambios casi imperceptibles que terminan revolucionando sistemas de valores y culturales, la Revolución de las Flores de los años 60, otro ejemplo. Algo así se espera para finales del cuadrienio Bachelet en lo que respecta a la mujer en la sociedad chilena. Tampoco hablamos de la virtual revolución que, después de la caída del muro de Berlín en 1989, abatió en rápida sucesión los regímenes comunistas de Europa. Allí se trató, más que de masas revolucionarias que asaltaban el poder, de un verdadero estallido “desde dentro” de sistemas que ya no podían seguir en pie, castillos que se derrumbaron por su propio peso, el peso de sus fracasos y contradicciones.
¿Qué diferencia al socialismo reformista, de corte sociademocrático, del socialismo revolucionario? Digamos primero que la revolución no es una simple revuelta, no bastan las barricadas para hacer una revolución. Lo que constituye una revolución es la intención de cambiar de manera total un orden político y social existente, partiendo del supuesto que dicho orden es del todo irrecuperable. Diversamente el reformismo socialista considera que el orden existente es un marco válido (el sistema democrático republicano y las libertades económicas), aunque necesite de cambios y correcciones a favor de los trabajadores y categorías débiles y oprimidas. Es una contraposición que ha dividido la izquierda mundial, desde los tiempos de bolcheviques y mencheviques en dos grandes fuerzas: la izquierda comunista y la izquierda socialista democrática. El reformismo representa un filón de pensamiento y acción política que ha contribuido sin duda a cambiar el mundo en el último siglo. Al reformismo de inspiración socialista debemos, entre otras conquistas, la educación pública obligatoria, la asistencia sanitaria, la previsión social, todas como tareas y compromisos del Estado moderno. No resulta, pues, sorprendente si en otras latitudes la idea reformista goza de un prestigio y un respeto político desconocido en nuestra región, en la cual sus países de tanto en tanto son fascinados por populismos y nacionalismos que conducen a nuevas decepciones y fracasos. Es que la historia del reformismo socialista, o sea de una política capaz de hacer las cuentas con la complejidad de las sociedades y las democracias modernas, es una historia de avances y
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retrocesos, de errores y limitaciones, pero esencialmente de éxitos. Las derechas que en los países avanzados acceden democráticamente al gobierno, no logran (como querrían) desmantelar el Estado social construido por los socialistas de esas naciones. Pero el reformismo no es una etiqueta para cualquiera, en especial para la derecha, pues su cultura es genéticamente extraña a las grandes reformas. Es la cultura de izquierda la que se propone corregir la realidad, cambiar los ordenamientos políticos y sociales, aceptando la idea “militante” de pertenecer a la voluntad colectiva de transformar para mejor el mundo. En la derecha, en cam-
“Un conjunto de reformas radicales, pero graduales como toda reforma, podría ser una revolución, es decir un cambio profundo que haga irreconocible un sistema anterior, aunque sin cambiar el marco institucional en que se realizaron los cambios” bio, prevalece una cultura que se propone conocer y describir la realidad, profundizarla, quizás mejorarla, pero que no se plantea el problema de transformarla. El reformismo socialista no se da si falta la voluntad y la determinación de dejar el mundo un poco mejor y posiblemente más justo que el mundo que se heredó. Quien reduce, entonces, el reformismo a un simple método de cambios parciales, entrega una bandera a la derecha y obliga
a la izquierda a jugar a la defensiva o a ser eternamente denunciataria, testimonialmente presente pero políticamente ineficaz. ¿Qué quedaría del socialismo moderno si acepta la idea de que izquierda y derecha pueden competir en el terreno del reformismo, como fue la pretensión de Piñera en la pasada elección presidencial? El socialismo se desdibujaría perdiendo identidad y nitidez ante la sociedad y ante los electores. Por el contrario, a la derecha debe recordársele cotidianamente que ella es incapaz —estructuralmente— de jugar en el área de las grandes reformas, porque perdería parte de su propia identidad cultural y política. Por esto, el reformismo socialista es hoy la respuesta más viable, responsable y eficaz al neoliberalismo, no las fanfarrias obsesivas de quienes siguen hurgando respuestas (o consignas) en el recetario ortodoxo y plagado de lugares comunes de la izquierda revolucionaria, populista o nacionalista, que ha cosechado y cosecha tantos fracasos en América Latina, siempre trayendo la “buena nueva”, pero al final viejos sufrimientos, a los pueblos de la región, que luego son los únicos que pagan los raptus de sus inspirados líderes. Los ricos siempre se salvan de los experimentos de los mesías revolucionarios. La globalización ha sentenciado que el mercado es el único y verdadero dominador de la escena mundial. Pero la fuerza ciega del mercado no será capaz de gobernar las sociedades que en el mundo reclaman justicia y más igualdad, valores permanentes del socialismo. El mundo global requiere más gobierno político que el mundo anterior, pues si se
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confían los gobiernos a las solas fuerzas del mercado crecerán aún más los millones de personas excluidas del bienestar del trabajo, de la salud, la educación y una vejez digna y humana. El Estado social erigido por la socialdemocracia, aún con todos sus límites, es una garantía frente a ese panorama, y tiene validez política y económica. Esa es la senda que parece querer proseguir con más decisión el gobierno de Bachelet, senda que justamente despierta tanta esperanza entre los chilenos. El reformismo socialista chileno de hoy se mueve en un terreno conocido de siempre: el de la democracia y las libertades públicas, los valores que fueron el marco de Allende, el socialista que defendió arma en puño la democracia republicana de la época, como lo demostró en la imagen que recorrió el mundo y que hoy forma parte de la historia visual de Chile. Razón había en llamar “reformista” a Allende, sólo que al final muchos comprendimos que no era una descalificación: era un halago político. Ante la embriaguez temporal del leninismo que aquejó al socialismo chileno a fines de los años Sesenta, ideas totalmente ajenas a la tradición democrática de su propia historia, hubo sectores que custodiaron la tradición democrática del socialismo, los socialistas liderados por Aniceto Rodríguez entre otros, o el propio Allende, cuya vía chilena al socialismo en fin de cuentas era un proyecto de reformas profundas en el marco institucional de las libertades democráticas, colectivas y personales. Han transcurrido décadas de aquella experiencia, y no en vano. El PS recuperó la inspiración democrática de sus fundadores en el fatigoso esfuerzo de rescate y renovación de los
años 80. Hoy, el socialismo se concibe indisolublemente ligado a la democracia, valor permanente y a salvo de los ímpetus revolucionarios que a veces lo ponen en discusión, confundiendo el sistema de gobierno democrático, (“El peor de los sistemas, a excepción de todos los demás”, decía Churchill) con los desastres e injusticias del capitalismo salvaje de hoy. Las bases y los actores del reformismo moderno no se agotan en los límites de la izquierda histórica, ni tampoco terminan en los confines del socialismo chileno. En Chile ha habido y hay importantes vocaciones de reformismo social que van desde el siglo XIX, hasta las inspiraciones republicanas, laicas y del cristianismo progresista que han llevado a cabo grandes transformaciones y modernizaciones en el país, venciendo los conservadurismos de cada época. A ese filón, el socialismo debe aportar su propia voluntad de cambio social junto a sus vigentes valores de igualdad y libertad. El socialismo reformista y democrático no renuncia a la crítica al capitalismo, a la injusta apropiación de la plusvalía denunciada por Marx. Se mueve y actúa en el marco de esa visión crítica para lograr mayores estados de bienestar, seguridad y justicia para el mundo del trabajo. Cada uno en su intimidad podrá suspirar por modelos finales de socialismo, y legítimamente los conversará y diseminará en los anhelos de todos. El socialismo democrático hace suyos esos sueños, pero su tarea es lograr mayor felicidad y justicia para todos y no sólo para un puñado de privilegiados, pero aquí y ahora. Cierto, los objetivos inmediatos y mediatos del socialismo democrático y reformista no son espectaculares
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ni mueven a pasiones, escalofríos y fanatismos, pero al final irán modelando un Chile con miles de salas cunas, con mayor seguridad en la vejez, con una mejor y más extensa red de cobertura sanitaria, con más normas de protección laboral para hombres y mujeres, y con un firme y seguro crecimiento económico. Un país más próspero y mejor para los trabajadores y los excluidos de siempre. Disculpen si esto es poco
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“CECILIA” Y “CARMEN”: HISTORIA DE MUJERES SOCIALISTAS EN LA CLANDESTINIDAD por Juan Azócar Valdés
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En recuerdo y homenaje a Sara Donoso y Rosa Solís, jóvenes estudiantes de enfermería de la Universidad de Chile, de 23 y 24 años, a 35 años de su secuestro y desaparición a manos de la DINA.
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ara de Lourdes Donoso Palacios era la mayor de tres hermanos, nació el 11 de febrero de 1959 en Antofagasta y parte de su niñez la pasó en María Elena. Desde pequeña se sintió atraída por el arte y la pintura. Luego de cursar sus estudios secundarios en el Liceo de Niñas N° 5, ingresó a la carrera de Diseño en la Universidad Técnica del Estado (UTE), de la que desertó luego de un año de estudios. Su decisión, de acuerdo a lo que entonces le comentó a su madre, se debió “a la excesiva actividad política que se hacía en la UTE”, una situación que no le dejaba de incomodar, pese a que siempre había manifestado sensibilidad y preocupación por los temas sociales. Por ello, en 1970, tras un breve período como empleada en el Banco Español de Santiago, decidió prepararse para rendir por segunda vez la Prueba de Aptitud Académica. Con los óptimos resultados que obtuvo, decidió matricularse en la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile. En las aulas del viejo edificio de la escuela, en calle Zañartu, fue descubriendo que no pocas de sus compañeras tenían inquietudes parecidas a la suya: vocación por los cambios sociales y, ahora sí —en su caso—, muchas ganas de participar, de ser protagonistas activos de su tiempo. En los patios de la escuela conoció
a Rosa Solís Poveda, una compañera de carrera, tímida y de origen muy modesto, con la que llegó a establecer una entrañable relación. Rosa era de izquierda y, de a poco, fue integrando a Sara en las actividades de los alumnos pro Unidad Popular. La familia de Rosa era originaria de la localidad de Nehuentué, pequeña caleta de pescadores perdida bajo las lluvias y el sol de la comuna de Carahue, en la Provincia de Cautín. Había nacido el 27 de julio de 1951 y era la mayor de ocho hermanos. Debieron trasladarse a temprana edad a Lota, donde su padre encontró trabajo en las faenas mineras de la cuenca del carbón. Allí, al igual que sus hermanos, Rosa estudió en la escuela básica de la localidad de Caleta El Alto. Como muchas familias sureñas de la época, la de Rosa emigró en 1963 hacia la capital, buscando nuevas alternativas que le permitieran alcanzar el sueño de salir de la pobreza. Al llegar a Santiago, se instalaron en la Población Santa Mónica, en Conchalí, por entonces una zona semi rural que acogía a decenas de familias que habían arribado a la gran ciudad. La joven albergaba la ilusión de ser profesional, y se esforzaba por mantener un buen rendimiento. La enseñanza secundaria la cursó en los liceos Ramón Freire e Ignacio Carrera Pinto, ambos en el sector de Independencia, egresando del último a fines de 1970. Ese mismo año, durante de la campaña presidencial de Allende, Rosa se incorporó a diversas iniciativas que se realizaron en su población por el triunfo de la UP: distribuyendo entre sus vecinos el Programa con las “40 Medidas”, repartiendo propaganda en las ferias libres y participando en los actos y desfiles de la
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candidatura “de los pobres”, como ella misma solía recalcar. En 1971, comenzó a hacerse realidad su sueño de convertirse en la primera profesional de la familia: en marzo de ese año, ingresó a la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile. Motivada por su temprana vinculación política en su barrio, y en el marco de la efervescencia social que gatilló en todo el país el triunfo de la izquierda en las elecciones de 1970, Rosa se vinculó a las actividades políticas y culturales de los jóvenes socialistas de la Facultad de Medicina.
“Después de una cuantas vueltas, se detuvieron y me cambiaron a la parte posterior de la camioneta Chevrolet, en donde se encontraban las dos chicas enlaces del PS que funcionaban conmigo. En ese momento, la chica de los ojitos achinados me pidió disculpas por lo ocurrido, estaba aterrada”
junto a Sara y a otras de sus compañeras de Enfermería propiciaban la participación de todas las personas en el cuidado de su salud, al tiempo que contribuían a la organización social de las mujeres pobladoras. Una de las alumnas de la Escuela de Enfermería de esa promoción, Pilar Planet, hasta hoy rememora con cariño a sus dos compañeras. A Sara la recuerda como “sensible y solidaria, de mucho hablar, con su sonrisa espontánea y alegre, detrás de su pelo negro y su chasquilla hasta los ojos”, mientras que a Rosa la rememora como “una luchadora constante y tenaz, con unos ojos pequeñitos y expresivos, que nos mostraban a diario su sensibilidad y las palabras que a veces no se atrevía a decir”. Sumarios en la universidad Después del golpe de Estado, en el marco de una Universidad de Chile intervenida por las nuevas autoridades militares, hubo un verdadero desfile de alumnas y alumnos llamados a declarar, y una larga lista de resultados después de la “declaración”.
Quienes la conocieron, la recuerdan como una mujer menuda, muy bajita, de pelo negro y risa sincera y contagiosa. Pese a su timidez, Rosa no ocultaba su idealismo y sus ansias de cambio, que canalizaba a través de una activa participación en la Vocalía de Acción Social de la FECH en su Facultad. En esa época era frecuente verla actuando en las jornadas de trabajos voluntarios que se hacían especialmente en las poblaciones de la zona norte de Santiago, en las que
Sara fue sumariada bajo el inverosímil cargo de haber sustraído unos uniformes y delantales de su escuela, aunque era evidente que eso no era sino parte de la burda excusa para el hostigamiento que se hizo frecuente contra los alumnos, docentes y funcionarios sospechosos de simpatizar con la izquierda. La sancionaron con un año de suspensión de la carrera. A Rosa, en tanto, las nuevas autoridades de la universidad le cancela-
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ron su matrícula. Sara logró retomar sus estudios recién en marzo de 1975, mientras que Rosa, imposibilitada de volver a clases, se las ingeniaba como ayudante de enfermería de forma independiente. Poco después, ambas comenzaron a laborar en el Consultorio del Servicio Nacional de Salud de Avenida Independencia Nº 134. Sara estaba contenta, porque su trabajo en ese consultorio había sido reconocido como práctica de internado por su escuela, uno de los requisitos para su titulación. Aunque Rosa aún no podía retomar sus estudios, compartía la alegría y la ilusión que embargaban a su amiga. En la clandestinidad Desde fines del año anterior, Sara y Rosa se habían incorporado a colaborar con el PS en la clandestinidad, efectuando funciones en un grupo de apoyo de Carlos Lorca, el ex dirigente de la FECH y ex diputado que formó parte de la Dirección Interior Clandestina de ese partido tras el golpe militar. En esas tareas, operaban bajo la orientación de Carolina Wiff Sepúlveda (“Marcela”), realizando funciones de enlace tanto entre la Comisión Política del PS como entre ésta y otros partidos. A esas alturas, ambas habían decidido abandonar sus hogares, para no comprometer a sus familias. Aura Póveda, madre de Rosa, indicó que Sara y su hija compartían un pequeño departamento en el centro de Santiago en el Portal Fernández
Concha, frente a la Plaza de Armas de Santiago. Posteriormente, recuerda, “ambas fueron trasladadas a una casa ubicada por Santos Dumont, y luego, casi coincidiendo con la última vez que supe de ella, a una vivienda en el sector de Peñalolén”. Marisol Bravo, que también colaboraba con otro de los equipos de apoyo a los clandestinos del PS, conoció a ambas jóvenes hacia fines de enero de 1974: “Ellas eran “Cecilia” y “Carmen”, las dos bajitas y muy amigas. “Cecilia” era de ojos picarescos, carita redonda, simpática, de conversación fácil y risa a flor de labios. “Carmen”, más menuda aún, tenía el rostro serio, los ojitos algo achinados y el pelo liso. Era tímida, pero muy cálida”. Con la primera que se relacionó fue con “Cecilia”. Marisol recuerda que “algo conversábamos mientras hacíamos los contactos y así me fui enterando que su familia era de derecha, que tenía un hermano al que amaba mucho, que vivía clandestina pero se comunicaba periódicamente con su familia para informarles que estaba bien. Luego me presentó a “Carmen”. Calculé que vivían juntas, pero ellas no lo confirmaron. Intuí un gran afecto entre ambas y pensé que podrían ser compañeras de universidad. No se los pregunté directamente. En ese tiempo era necesario saber lo menos posible”, rememora. Edith Donoso, otra colaboradora de la Dirección Interior del PS, recuerda que a la casa de seguridad de la calle Chile-España —entre Núñez de Arce y Alonso de Ercilla—, en la que estuvieron ocultos un tiempo Lorca y otros altos dirigentes socialistas en la clandestinidad (Exequiel Ponce, Jaime López y Luis Urtubia) “solían
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llegar dos chicas de enfermería, una de chasquilla y otra de ojitos achinados, que cumplían labores como enlaces y correos de la organización”. En efecto ambas amigas eran las enlaces de uno de los circuitos de comunicación entre las direcciones clandestinas del PS y del PC, que se había establecido a través de Carlos Lorca y José Weibel (subsecretario general de las JJCC, miembro de la cúpula del PC y desaparecido desde el 29 de marzo de 1976.) De ese importante y hasta ahora desconocido rol de Sara Donoso y Rosa Solís da cuenta Shaira Sepúlveda, que precisamente era la contraparte comunista de ambas amigas, y que se relacionaba directamente con Weibel: “En el año 1975 efectué labores de enlace entre mi partido, el PC, con el dirigente socialista Carlos Lorca. Para estos fines, tenía contactos con una joven militante del PS, de unos 22 años de edad, de baja estatura y de contextura delgada, que en alguna ocasión, recuerdo, me comentó que estudiaba enfermería”. Nuestra labor consistía en fijar puntos para el intercambio de documentación e informaciones de interés de nuestros respectivos dirigentes”, agrega. A mediados de junio, calculo, ella me dijo que el PS había decidido reemplazarla por otra compañera, que seguiría haciendo sus mismas funciones. Me la presentó, era una chica de unos 20 a 23 años, bajita también,
de cabello liso, ojos achinados y también relacionada con el tema de la enfermería”. La caída La casa de Santos Dumont a la que aludía la madre de Rosa era en realidad una residencia ubicada en la calle Juárez, casi en la esquina con Avenida La Paz, que el profesor Alberto Galleguillos, otro colaborador de la dirección del PS, había arrendado por petición de ésta. Según el testimonio de Galleguillos, esa vivienda era una suerte de “segunda casa de seguridad, a la que se trasladaban dirigentes y militantes importantes cuando caía algún compañero”. Galleguillos recuerda que a fines de junio de 1975, tras la caída de Ponce, Lorca y Lagos, se decidió una pronta evacuación de los compañeros que en ese instante se ocultaban en la casa de Juárez: “Me correspondió encargarme del traslado urgente de dos muchachas jóvenes, Rosa y Sara, a quienes, con mi hermano, llevamos en su auto a una casa de un ayudista que él tenía en Peñalolén. Las dos, enteradas de la caída de la Dirección Interior, estaban desechas, en muy mal estado anímico, y en una paupérrima situación económica”. Marisol Bravo, por esos mismos días, tuvo un último contacto con Sara Donoso. “Estaba preocupada, porque ya se sabía que había caído la Dirección Clandestina. Según ella, habían visto a Ricardo Lagos en la Clínica Presbiteriana Madre e Hijo —uno de los centros médicos en los que Michelle Peña controlaba su em-
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barazo— y él habría dado a entender que lo habían agarrado. De Michelle ella no sabía nada. Fijamos un nuevo punto y me dio el teléfono de su familia para que yo avisara si es que no llegaba. Llegó el día del contacto y el subsiguiente, y “Cecilia” no apareció”. Alberto Galleguillos, en el intertanto, regresó a ver a las dos chicas a la vivienda de Peñalolén, “pero inexplicablemente, ellas no se encontraban en la casa. Una vecina me comentó que la noche anterior, una de ellas había salido acompañada por dos hombres, sin regresar”. Shaira Sepúlveda, por su parte, se enteró en julio del 75 de la caída de Carlos Lorca, a través de José Weibel: “Por esos días me contactó la joven que ahora oficiaba de enlace mío con el PS, y acordamos juntarnos al día siguiente. Nosotros supusimos que tendría problemas de infra y de dinero, al haber quedado desconectada de su partido, por lo que el PC decidió que yo fuera a la cita y le proporcionara algo de dinero. Nos juntamos, intercambiamos alguna información, y le sugerí que viajara por algún tiempo a provincia, para sumergirse. Después de esa cita en que noté su nerviosismo y su falta de apoyo de su estructura partidaria, concurrí a un nuevo punto que acordamos con ella, que fijamos para el día 21 de julio, a las 18:00 horas, en Sucre con Salvador. Cuando llegué al lugar, ella caminó hacia mí y noté que quiso advertirme que estaba en una situación anómala. Efectivamente, en cuestión de segundos aparecieron cinco o seis hombres que me redujeron. Al lugar llegaron dos vehículos, una citroneta color blanco y una camioneta tipo
Chevrolet con una lona verde en su parte posterior. A mí me subieron rápidamente a la citroneta y me vendaron los ojos con cinta adhesiva. Después de una cuantas vueltas, se detuvieron y me cambiaron a la parte posterior de la camioneta Chevrolet, en donde se encontraban las dos chicas enlaces del PS que funcionaban conmigo. En ese momento, la chica de los ojitos achinados me pidió disculpas por lo ocurrido, estaba aterrada. Me dijo que había sido detenida días antes, y que su nombre era Rosa. Se notaba que ella y la otra chica, la que se relacionaba conmigo al principio, habían sido muy torturadas. Ella también me dijo su nombre verdadero: Sara. Al cabo de unos minutos, llegamos a una casa que supuse (y luego confirmé) era un inmueble ubicado en José Domingo Cañas. Al llegar, nos bajaron y nos sacaron las vendas. Después de unas horas, les perdí el rastro”. Efectivamente, Sara y Rosa fueron trasladadas desde el cuarte Ollague —nombre que la DINA daba al recinto de José Domingo Cañas— hasta Villa Grimaldi —el cuartel Terranova— en donde funcionaba la Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA y en donde se hallaban detenidos los miembros de la Dirección Clandestina del PS. Los hechos Alrededor del 7 de julio de 1975, Rosa había sido detenida por dos agentes de la DINA. Sara fue secues-
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trada pocos días después, a las 8:30 horas del 15 de julio de 1975, a la entrada del consultorio en el que se desempeñaba, desde donde se perdió su rastro. En el caso de Rosa, salvo el diálogo que Galleguillos tuvo con la vecina de la casa de Peñalolén, no existen testimonios de su detención. Respecto a Sara, los testigos, en su momento, no declararon por temor, pero se sabe que caminó con sus aprehensores por Independencia hacia el norte, en donde fue subida a una camioneta. Por Rosa se interpuso una denuncia de presunta desgracia el 7 de mayo de 1990, en el 21° Juzgado del Crimen de Santiago, fue rolada con el Nº 29548-2. Sin que pudiera determinarse el destino final de la víctima, el juez decretó el sobreseimiento temporal de la causa, confirmado por la Corte Marcial en mayo de 1992. Previamente, su familia realizó distintos trámites tendientes a dar con su paradero. Recorrieron postas, comisarías y hospitales, e incluso publicaron avisos periodísticos solicitando información. Todo fue infructuoso.
to Galleguillos fue detenido junto a su pareja, Silvia Ugalde. Después de varios días de apremios en Villa Grimaldi, la mujer reconoció, en un rincón de la guardia del recinto, a las jóvenes militantes Sara Donoso y Rosa Solís. “Estaban sentadas, muy golpeadas, y parecían protegerse acurrucándose una a la otra. Se veían dopadas, y estaban cubiertas por una frazada”. Minutos después, Silvia fue testigo de un comentario del agente Basclay Zapata, conocido como “El Troglo” por su brutalidad: Según Ugalde, Zapata estaba muy excitado, y hacía bromas respecto al aniversario de la Revolución Cubana. En un minuto, el “Troglo” miró despectivamente a las dos muchachas y gritó: “¡ya, estas dos gueonas, a celebrar el 26 de julio a Colonia Dignidad!”. Fue la última vez que las vio
El padre de Sara, Juan Donoso Oliva, se enteró de su captura a través de una llamada telefónica recibida el miércoles 16 de julio de 1975, a través de la cual la enfermera jefe del consultorio preguntaba por ella, señalando que no se había presentado a trabajar. Posteriormente, el padre confirmaría la detención de su hija por medio de informaciones que le entregaron compañeros de trabajo de la joven, que le comentaron que “Sara fue tomada por unas personas de civil que la subieron a viva fuerza a una camioneta de la que se ignoran mayores antecedentes”. A mediados de julio de 1975, Alber-
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LA UNIDAD FUE POSIBLE: SOBRE LA UNIFICACIÓN DEL PS DE 1989 por Camilo Escalona
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ace 25 años, el 29 de diciembre de 1989, se llevó a cabo el Acto político en que se consagró la reunificación del Partido Socialista de Chile. Con ello, se puso término a una década de un lamentable periodo de dispersión, que atomizo el socialismo en múltiples orgánicas, dañando duramente su convocatoria social y debilitando severamente su fuerza política. Desde que se instaló la dictadura en el poder, el Partido Socialista empezó a sufrir una dolorosa etapa de quiebres internos, ya evidenciadas en los tres años del gobierno del Presidente Allende, en que se genero una áspera critica “desde la izquierda”, al concepto de la vía chilena propiciada por el equipo de gobierno. Esa posición expresada en la consigna de Avanzar sin Transar, intento sobrepasar la conducción de la Unidad Popular. Tal idea tuvo diversas facetas en su desarrollo, entre ellas, convocando a una “Asamblea Popular” en la ciudad de Concepción, fomentando la toma de pequeñas empresas e industrias en las ciudades y predios en la economía campesina, todo lo cual condujo a un lamentable debilitamiento de la base de sustentación social del proceso que proponía a Chile avanzar hacia el socialismo en democracia, pluralismo y libertad. Quienes insistían en la gradualidad de las reformas y en una perspectiva de acuerdos nacionales de gran amplitud para su concreción, liderados por el propio Presidente Allende, eran despectivamente tildados de “reformistas”, no pocas veces con el hiriente epíteto de “amarillos”, como si la sola idea de asegurar un camino estratégicamente viable y acertado,
se convirtiera en una total abjuración y renuncia a los ideales socialistas; sin embargo, muchos militantes, de toda una vida, querían apoyar al Presidente Allende y no entorpecer el proceso de cambios planteando propósitos que tornaban imposible el despliegue del mismo; entre las figuras que llamaban a ordenar el Programa en torno a sus tareas esenciales, se distinguía el joven diputado y Secretario General de la Juventud Socialista, Carlos Lorca Tobar. El Partido Comunista también respaldaba tal orientación. Los que vaticinaban el “enfrentamiento” como inevitable se adentraban por un camino que conducía exactamente hacia donde los conspiradores más reaccionarios querían llevar el proceso político; a un sangriento golpe de Estado del cual emergiera un régimen de ultraderecha en el que se ahogaran, en medio de la represión y el terror, las conquistas populares alcanzadas en tantas décadas de lucha. Las posiciones de ultra izquierda no lograban percibir como la dispersión política que generaban con una retórica fuera de la realidad, en la que se amenazaba con la lucha armada en una confrontación de carácter definitivo, provocaban un daño irreparable a la “vía chilena” propiciada por Salvador Allende. Líderes socialistas de profundo arraigo popular, como la diputada Carmen Lazo, denominaban a tales actores infantilistas de izquierda como “guatapiqueros”, aludiendo al ruidoso pero inofensivo guatapique. Allende se afanaba en impulsar una vía institucional para las transformaciones que el se proponía hacer realidad. De esa convicción no cedió
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en ninguna circunstancia. Incluso afirmo ese camino la noche de la fracasada primera intentona golpista del 29 de Junio de 1973. Por ello, la idea de un “poder popular”, excluyente y sectario, que despreciaba décadas de lucha del movimiento popular fue levantada por personas recién llegadas, como la gran solución de un grupo de iluminados, a la postre, resulto ser una estrategia alternativa al objetivo allendista, cuyo efecto desmentía y desvirtuaba la opción de un socialismo que no proscribía las ideas, que respetaba el pluralismo y era garan-
“La institucionalidad democrática es la que contrarresta al mercado, de modo que es doblemente desafortunado intentar su desprestigio caricaturizandola como “neoliberal”, ya que de su fortaleza depende precisamente la lucha por reducir la desigualdad en Chile”
represión que lo cercaba y golpeaba duramente. De manera que imposibilitado de un amplio debate democrático, por esa persecución que destruía los esfuerzos de sus más abnegados militantes para reconstituirse en una fuerza nacional, que fuera un actor decisivo en la vuelta a un régimen democratico; nuevamente, en medio de la ofuscación de un debate interno sin solución, el Partido Socialista se dividió después del Pleno, que la Dirección Única, interior-exterior, realizara en Mayo de 1979, en la ciudad de Berlín, en rigor el segundo “Pleno de Argel”, como se les llamó entonces. El primero de esos eventos había instalado aquella Dirección Única, un año antes en la misma ciudad, luego que en la clandestinidad en Chile se lograra rearticular un Comité Central, como el centro direccional legítimo y ampliamente reconocido, luego de las dolorosas pérdidas sufridas en los años anteriores. Lamentablemente, esa Dirección Única no resistió las divergencias y se dividió en un clima de recriminaciones y enconadas acusaciones cruzadas.
tía de permanencia de las libertades políticas y derechos fundamentales. En consecuencia, en el seno del Partido Socialista habían se formado heridas profundas que rompieron la frágil institucionalidad partidaria después del Golpe de Estado. Fue así que, al constituirse la Dirección Interior en la clandestinidad, se opuso de inmediato a la misma una orgánica que se denomino Coordinadora Nacional de Regionales, generándose una ruptura que debilitaba, aún más al Partido, en medio de la cruenta
De modo que al reactivarse la lucha democrática, al calor de las Protestas populares, iniciadas en Mayo de 1983, el socialismo chileno estaba separado en diversas orgánicas. Es obvio que tal situación mermaba seriamente su contribución a la causa libertaria del pueblo de Chile. Soy testigo, de como Clodomiro Almeyda, hizo uso de todo su ascendiente y autoridad personal, aceptando incluso la organización de su ingreso clandestino a Chile, para colaborar al logro de la unidad socialista; la orgánica dirigida por Carlos
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Briones, Ricardo Núñez y Jorge Arrate, confluyo con tales propósitos convergentes y unitarios. En otros líderes como Manuel Mandujano y Juan Gutiérrez estaba presente la misma voluntad. Desde lo más genuino del sentimiento del pueblo socialista se abrió paso y se impuso la unidad. Luego del triunfo del NO a Pinochet, en el Plebiscito del 5 de Octubre de 1988, era fundamental organizar una amplia base de sustentación de la transición que se iniciaba y para ello era esencial contar con un sólo Partido Socialista, que respaldara al nuevo gobierno, así como, para que contribuyera desde su condición de fuerza de izquierda, a la unidad con el centro político y derrotara cualquier brote de dispersión o inestabilidad, como añoraba Pinochet para intentar, otra vez, alcanzar el poder. En este proceso unitario la revalorización de la democracia jugó un rol fundamental. En efecto, las luchas del movimiento popular chileno permitieron la acumulación de fuerzas necesarias para ganar con Allende, las elecciones presidenciales de Septiembre de 1970. Desde la transformación, durante décadas, de la institucionalidad democrática se hizo posible pensar en aquella proeza de participación social y cambio revolucionario. Sin embargo, estando en pleno gobierno, encabezado por el líder histórico de la izquierda chilena, surgieron voces de algunos teóricos desencantados por un avance popular que no se había apegado a sus esquemas, los que descalificaban la tarea realizada aduciendo que era un simple acomodo a la “democracia burguesa”. Con ese argumento, paradojalmente, se podía llegar a
renegar del gobierno de la Unidad Popular; eso es lo que explica que ciertos miembros del propio Comité Central plantearan que se debía cancelar la participación socialista en el mismo, debido a que, supuestamente, ya no representaba sus objetivos históricos. Aprendiendo de los errores cometidos, en la reunificación del socialismo se proclamó, solemnemente, que sin democracia no hay socialismo. Como es sabido, la transición democrática en Chile coincidió con el derrumbe del muro de Berlín y el término de la experiencia comunista en la ex Unión Soviética y los países de Europa del Este, fenómeno de alcance global que provoco la más potente oleada neoliberal que se haya conocido. Se sabe como se glorifico el mercado y denostó el rol del Estado, aún así a nuestros gobiernos democráticos, instalados después de 1990, les corresponde el mérito de haber iniciado el camino dirigido a restablecer las políticas sociales y a revalorizar la gravitación esencial del espacio público, para avanzar en la reposición de la institucionalidad destruida por la dictadura en beneficio del mercado. Aunque sea en otro contexto, de muy distinta naturaleza, no hay que volver a caer en el error de despreciar lo conquistado y lo avanzado en otras etapas, que es lo que ocurre cuando se descalifica la tarea realizada para consolidar y afianzar la democracia, menoscabando el proceso de cambios democráticos de los últimos 25 años como simple “administración del modelo neoliberal”. Desde esa idea se pretende repudiar el proceso democrático que ha transformado la institucionalidad política,
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a pesar de las dificultades con que se ha tropezado para reformar el carácter excluyente y concentrador que adquirió, por la acción del régimen dictatorial, la estructura económico-social del país. Se confunde, por algunos deliberadamente, que en democracia sólo es posible reformar y modificar la estructura económica desde la institucionalidad política para lo cual se requiere mayoría y que, evidentemente, no se pueden confundir ni mucho menos considerar ambas, la política y la economía como una misma cosa. Cuando se mete todo en un mismo saco se cae en la confusión y falta de claridad. Lamentablemente, esa debilidad conceptual conlleva la tentación de configurar falsos adversarios, acusando de conservadurismo a quienes no lo padecen y usando el ataque personal cuando no hay argumentos. Ese es el error de fondo de quienes han asumido la llamada posición refundacional, cuya expresión más desafortunada es la idea de la “retroexcavadora”. La equivocada pretensión de querer partir de cero, ignora en los hechos, lo que ha costado cada una de las conquistas populares que han robustecido el ancho abanico de las fuerzas que respaldan a Bachelet y hecho posible alcanzar el gobierno de la nación. Además, cuando la crítica a la que me he referido se hace virulenta se expresan cuestionamientos o rivalidades personales que deben ser dejadas de lado. Los errores puntuales o el mal desempeño o evolución de tal o cual persona, en ningún caso podrá invalidar el proceso en su conjunto. Ya que se trata de un esfuerzo que permitió que hoy en Chile se viva en democracia y se haya prosperado
y crecido, no obstante, el conjunto de bloqueos institucionales con que los ideólogos del régimen militar pretendieron congelar el país, en el marco de la tutela autoritaria. Los actores políticos y la reflexión intelectual deben mirar más allá de lo puntual y lo inmediato; en el nuevo periodo que vive Chile es crucial que se eleve la mirada pues las repuestas que se necesitan para dignificar la política no pasan por lo accesorio, sino que por definir lo esencial: como transitar por un proceso de reformas que afiancen una mayoría nacional que permita gobernar el país y asegurar que los cambios maduran y fortalecen una institucionalidad democrática capaz de resistir y ser preeminente frente a las fuertes tendencias a reproducir la desigualdad que marcan este ciclo del desarrollo humano. Tengo la convicción que será posible lograr el propósito que lo público sea preeminente, con más y no con menos gobernabilidad democrática en la comunidad nacional. No cabe la menor duda que la reimplantación de la democracia es una tarea inacabada. Lo que falta por hacer cubre toda una etapa histórica que va más allá de la duración del actual gobierno, para dotar a la institucionalidad de la fuerza para derrotar la desigualdad; es decir, de la capacidad de impedir que la marcha espontánea de la economía provoque el aumento de la acumulación y concentración de la riqueza en escasos controladores del poderío económico de la nación. La institucionalidad democrática es la que contrarresta al mercado, de modo que es doblemente desafortu-
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nado intentar su desprestigio caricaturizandola como “neoliberal”, ya que de su fortaleza depende precisamente la lucha por reducir la desigualdad en Chile. De manera que acentuar su legitimidad es la misión de quienes se proponen derrotar efectivamente la opción neoliberal en el país. A 25 años de la reunificación del Partido Socialista reivindico y rescato su rol en la gran tarea de reinstalar la democracia en tierra chilena. Soy socialista desde niño y se el sacrificio que costó cada conquista o posición lograda; por ello, me son ajenas las modas pasajeras que ignoran o pretenden ignorar la contribución irreemplazable del socialismo a la libertad de Chile. Ahora, sin fatigas y sin complejos, hay que abrir paso, con amplitud, firmeza y perseverancia a la renovación y dignificación de la política, viabilizando las reformas contra la desigualdad, que consoliden definitivamente el régimen democrático en tierra chilena
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“Palacio de La Moneda” por Comité Editorial Revista “Igualdad y Democracia”
DOSSIER PS
Palabras Clave: Partido Socialista – Participación Política – Representación.
REFLEXIONES SOBRE EL PARTIDO SOCIALISTA: A 25 AÑOS DE RECUPERADA LA DEMOCRACIA por Marcelo Varas Santibáñez y Cristóbal Vega Carrillo Ya recuperada la democracia, el Partido Socialista de Chile, ha tomado el rol de contenedor del “equilibrio institucional”, transformándose en una suerte de “pívot” canalizador de las Fuerzas Políticas preexistentes y de las nuevas plataformas de participación. Esto no sin complicaciones, tanto en la relación partido-estado como en la dimensión partido-ciudadanía, quedando como un efecto manifiesto, la caída porcentual de la participación ciudadana en los últimos procesos electorales en Chile. En suma, ello no solo debilita la democracia como mecanismo, sino que también la perjudica en su sentido como valor. Por consiguiente el objetivo de este ensayo es revisar, reflexionar y explicar la misión que tiene el Partido Socialista en la búsqueda de representar efectivamente a los sectores más populares, considerando su dimensión teórica y contexto en el que juega un papel hoy como agente intermedio o canalizador entre la sociedad civil y el Estado (movilización e instaurador de debates propuestos desde la ciudadanía).
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“El Socialismo salvará a los pueblos del mundo de la miseria, de la pobreza, Del hambre, de la desigualdad” (Hugo Chávez Frías)
de este mecanismo político para la percepción social del Partido Socialista.
El Partido Socialista y un escenario obligado Ha veinticinco años de una de las victorias más importantes de la Democracia a nivel mundial. La “Concertación de Partidos por el NO” —Coalición que integra el Partido Socialista— se funda entre otras cosas como un mecanismo dispuesto a dar contienda electoral a la Dictadura y sus pretensiones de permanecer en el poder, esto también significo ser un eje central a la hora de observar la historia política de los últimos años. Lo anterior es quizás una historia ya sabida, la “cara b” de lo que significo ser parte de este contexto es lo que miraremos. Es decir en que se ha traducido para el Partido Socialista el estar inmerso en su último pacto de alianzas partidarias hasta el día de hoy (Concertación por la Democracia, Nueva Mayoría), además de tener que cargar con la presencia de herencias o como diría Peter Siavelis “Enclaves de la Transición y Democracia Chilena” como el sistema electoral Binominal (hoy ya reformado) —considerando los efectos que tuvo para el Partido durante los años que se tuvo que lidiar con él— además de la Constitución Política del 80’. A modo aclaratorio, estas líneas no se dirigen a establecer una valorización negativa a la política de alianzas —de las cuales el partido ya ha participado a lo largo de su historia— , sino que a establecer la significancia
Entrando en materia, la consistencia de La Concertación —ya en democracia— en gran medida recayó en figuras del Partido Socialista, considerando la condición de la alianza que contenía una mezcla importante de ideologías, es por esto que era de suma importancia mantener la cohesión a fin de poder consolidar la democracia como régimen, con la presencia aun de Pinochet en el escenario político y social del país. Al margen de esto, la Concertación debió aprender o más bien adaptarse a gobernar con las reglas instauradas en dictadura, es por esto, que los lineamientos de base en términos de “movilización social” fueron desplazados a un segundo plano (al menos en lo práctico) y los horizontes políticos en cuanto a mantener la administración estatal, fueron los prioritarios para la coalición, meta que se concretaría con las victorias democráticas de Patricio Aylwin (DC) Eduardo Frei (DC), Ricardo Lagos (PPD) y principalmente para las aspiraciones de los Socialistas chilenos la Presidencia de Michelle Bachelet (PS). Es en esta misma línea que la segunda tarea (movilización ciudadana), se convirtió en una estrategia de bloque, es decir, de la Concertación y es en este sentido que a pesar de lograr grandes objetivos en torno a la administración del poder, se pierde una de las distinciones más importantes del partido, “la de ejercer rasgos de identidad en la parte de la sociedad que se sentía afín con la izquierda”. Se gesto una sensación de homogeneización de militantes de la Concertación, probablemente no en las
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dinámicas internas de cada partido, sino que en la impresión ciudadana, el sector popular y trabajador perdió gradualmente afinidad e identificación con el Partido Socialista. Un factor importante que justifica lo anterior, es el sistema Presidencial fuerte que se mantiene en el país, cuestión que dificulta bastante la idea de gobernar en Coaliciones, en sentido de mantener una cierta claridad en el accountability o mecanismo de fiscalizar que podría generar el Partido Socialista en el marco de plantear sus principios ideológicos en el escenario político y social, cuestión que a su vez pudo ser una herramienta de movilización social, tomando en consideración el nuevo contexto histórico. Dentro de las misiones de cara a la superación del periodo de transición democrática, es el fortalecimiento sistemático de la identidad política e ideológica tomando como factores importantes la reconfiguración del las Coaliciones (Nueva Mayoría), además de Contar con un segundo periodo presidencial de Michelle Bachelet, lo que tambien ha significado avanzar hacia reformas apuntadas a garantizar los Derechos Sociales más importantes para el desarrollo de los individuos. Cuestión que en suma podría significar un nuevo acercamiento a los sectores sociales que pretende representar y defender el Partido Socialista de Chile, planteando una renovación de energías que dejen en su merecido lugar en la historia la reconquista democrática y se direccionen a encarnar las diversas temáticas que aquejan a los sectores más populares del país a fin de mantener un alto grado de fidelidad con los principios plasmados en la fundación de esta institución y
la imagen que esto podría dejar a la ciudadanía, además de poder en estos tiempos reconocer y canalizar las demandas ciudadanas en la políticas de Estado.
De la Sociedad Civil: El guion del Partido Socialista La participación ciudadana es una de las características esenciales de un régimen democrático, por lo tanto se vuelve un pilar fundamental para analizar el funcionamiento de dicho régimen y sus instituciones; dicho de otro modo, la participación de la ciudadanía no es un mero indicador, sino que constituye al régimen democrático en sí mismo. Sin embargo, en los últimos años, Chile ha sido el escenario de diversas manifestaciones que sugieren —o al menos diagnostican— un cambio estructural en la matriz sociopolítica, es decir, además del Estado, la estructura político partidaria o sistema de representación y la base social o sociedad civil (Garretón, 1992:4); Como consecuencia los canales de participación han cambiado, así como la forma de asociarse entre colectividades y la socialización política. En este sentido, diversos autores han planteado que “existe un estrecho vínculo entre el fenómeno de la desafección con la democracia que se observa en los últimos años en América Latina y en Chile con el surgimiento de formas asociativas” (Castillo Azúa; Navarro; Viveros, 2010:1). Es así como los mecanismos de identificación también han cambiado, dando una nueva cara a la ciudadanía. El punto crítico que enfrentan las instituciones en este escenario —
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del cual autores como Garretón dan cuenta hace tiempo— es el de la representación política. ¿Dónde quedan los partidos políticos —en tanto instituciones de representación de intereses ciudadanos— en el desafío que significa la construcción democrática? ¿Por qué la democracia chilena no ha logrado fortalecerse? El informe de Auditoría de la Democracia (2014) es claro en los desafíos que quedan por delante; es así como señala la democratización de la institucionalidad, modernización de los partidos políticos, entre otros. En suma, la representación política es central en la consecución de la gobernabilidad democrática, dado que debe velar y garantizar ciertos mínimos en la articulación de la relación sociedad/Estado. Por otro lado, el Partido Socialista, como elemento crucial para el desarrollo institucional y democrático, surge como un “partido de masas”, que lleva consigo desde sus orígenes convergencias de diferentes demandas provenientes de sectores populares, obreros y excluidos de la sociedad, por lo cual debiese —al menos en el sentido más romántico— ser un canal que contribuya a tomar, garantizar y extender espacios en donde logren confluir dichos segmentos del Chile actual. Casi por sentido común cabría preguntarse ¿De qué manera el Partido Socialista está contribuyendo a la consolidación democrática? ¿Desde qué trinchera está dando la lucha? De esta manera, el objetivo es contribuir al debate actual sobre la participación ciudadana y la crisis de representación, en miras del rol que debe cumplir el Partido Socialista. Por lo tanto, esperamos exponer algunas ideas que ayuden al robuste-
cer la convicción de que el Partido es pieza fundamental en la conformación de una sociedad socialista, en la que imperen los principios que ello supone. Para dichos efectos, la hipótesis central es que la tensión existente entre la ciudadanía y las instituciones de representación política, viene dada por un estancamiento del quehacer político por parte del Partido Socialista. Es decir, un estancamiento de ejes dialécticos y estructurales, que le han impedido ser garante, motor y extensión de los procesos sociales actuales; versus un cambio en la cultura política (Almond 1965:15) de la ciudadanía y la forma en que concibe las instituciones democráticas. Considerando que los partidos políticos —sobre todo el ideológico de masas— deben ser capaces de construir identidades colectivas, donde el particularismo es transformado en demandas generales. (Della Porta 1996:92)
Nuevos perfiles de asociación: El telón del Partido Socialista En los últimos años, Chile ha vivido diferentes momentos de convulsiones sociales, que han puesto en jaque el funcionamiento de las instituciones políticas en diferentes períodos de Gobierno. A modo de ejemplificar, es posible enunciar la denominada “Revolución Pingüina” de 2006 durante el primer gobierno de Michelle Bachelet; el “movimiento Aysén” o “freirina” durante el año 2012, a manos del gobierno de Sebastián Piñera; o el actual escenario de movilización estudiantil con motivo de nuevas exigencias de reforma
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al sistema educacional, en el segundo período de Bachelet. No obstante, todos estos movimientos tienen ejes transversales que van más allá de las demandas momentáneas. A saber, nos entregan una radiografía de la manera en que la sociedad civil va mutando, y cómo las instituciones republicanas se van haciendo cargo de dichos procesos. En efecto, la concentración excesiva y poco fecunda del debate político, sumado a la búsqueda de consenso fuera de los espacios públicos formales ha contribuido a la sensación de crisis de la democracia representativa. La crisis de la representación se relaciona, entonces, con el complejo problema de la traducción de la voluntad ciudadana en el seno de la toma de decisiones de la sociedad. O sea, cómo ejerce el pueblo su soberanía. Este hecho se representa, con datos tanto cuantitativos como cualitativos, claramente en la encuesta CEP de julio del año pasado (CEP, 2014) con preguntas que aluden, por ejemplo, a la identificación política de las personas, quienes en un continuo de Izquierda a Derecha, aproximadamente el 48% señala no pertenecer o identificarse con ninguna posición; así mismo, contamos con el dato duro —más allá de los sesgos que todo tipo de encuesta por muestro tiene— de que el Gobierno tiene una aprobación del 32%, muy por debajo de lo que podríamos denominar como ‘representativo’. Otro elemento fundamental a considerar es lo sucedido en las elecciones presidenciales del 17 de Noviembre del año 2013, en dónde la actual mandataria resultó electa. Lo novedoso de este proceso, es que por primera vez se pondría en marcha la ley 20.568, referente al voto voluntario e inscrip-
ción automática. Lo anterior se hace más interesante de analizar y, a la vez, inquietante, es que uno de los hechos que generó mayor polémica fue la gran abstención, la cual llegó a 58,21%. Estos datos ciertamente arrojan más preguntas que respuestas. En suma, en el paradigma clásico de la identificación Partido-Estado (Garretón 1992:20) de principios de los 90’s, la participación de la sociedad civil se ve profundamente absorbida, dado que esta matriz debía sentar las bases institucionales para un nuevo régimen. Por lo tanto, la articulación de la sociedad civil se veía bajo determinados y acotados contextos, como el del proceso eleccionario. Por el contrario, lo que vemos al analizar los nuevos movimientos sociales, son nuevas formas de articular la ciudadanía que efectivamente dan cuenta de una socialización política —por cierto no exenta de contradicciones— latente, constante, poco uniforme, pero altamente interesante. En el plano interno, los efectos se pueden ver a nivel estructural, en relación —por ejemplo— a la reformar al Sistema Binominal, con el fin de que en tanto sistema electoral se convierta en mecanismo de transmisión de voluntad ciudadana permitiendo así una representación clara de la pluralidad de opiniones e intereses de la sociedad (Valenzuela 2010). Sin embargo, la estabilidad y evolución del sistema democrático no se sustenta solamente en las reglas constitucionales, como esta. Por el contrario, es necesario generar bases estructurales que canalicen las voluntades individuales y colectivas, para formalizar las exigencias ciudadanas.
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Es justamente en este punto donde el rol del Partido Socialista se vuelve clave, o al menos ese debe ser el desafío, dado que las soluciones hasta el momento —necesarias, por cierto— no han dirigido sus dardos al fondo del problema.
La utopía Socialista y el pragmatismo político: Cuadro Final En la declaración actual de principios del Partido Socialista, contenida en un documento que fue suscrito el 8 de Marzo de 1990, en el primer punto se establece que “El Socialismo es la más plena expresión de la democracia. En tal virtud, el Partido Socialista de Chile proclama su inclaudicable voluntad de contribuir siempre a la defensa y al constante perfeccionamiento de la Democracia”. Esta voluntad inclaudicable, se traduce en un principio vector del Partido, dado que significa —en términos simples— que como principio no se transgrede ni se transa, no se renuncia ni se pospone. Así mismo sostiene que más allá de los medios, el fin será el perfeccionamiento de la Democracia; entendida no sólo como forma de gobierno, sino que como una concepción llena de valores y principios. Sin embargo, debe convivir con diversas dimensiones que van más allá del quehacer político, que tienen que ver con la función de administrar la polis, es decir, la política. No obstante —para despejar dudas sobre algún manto de ingenuidad— es claro que el Partido debe convivir con otras instituciones democráticas con las cuales busca construir un proyecto, aparentemente Republi-
cano. De esta manera, es ineludible tener que re-interpretar principios como el señalado, ya que deben distinguir a qué tipo de sociedad apuntan, basado en ciertos objetivos de transformación política, económica, cultural y de convivencia social. Como consecuencia intrínseca, se redefinen ejes programáticos, la orgánica interna y por sobre todo— el modo influir en la sociedad y el tipo de agente de cambio que será (si es que lo será). Del mismo modo, el Partido Socialista de Chile debe convivir constantemente con un intento de revestirse de valor político, recuperando elementos esenciales para la democracia y reconfigurando su marco socioeconómico. Sin embargo, tal como plantea De la Maza: “…la democratización alcanzada hasta ahora en el marco de la transición política desde 1990, no ha modificado el marco socioeconómico estructural heredado de la dictadura, no ha recuperado el rol regulador del estado en áreas claves, no ha logrado involucrar la participación social, ni disminuir las desigualdades de poder existentes en la sociedad, todos ellos factores que limitan severamente el desarrollo de la sociedad civil” (De la Maza 2003:3). En efecto, el sistema político chileno nunca supo cuando dar fin a la denominada “transición” para dar pié al desarrollo de un Estado Democrático consolidado, delineando valores bien definidos e instituciones políticas bien establecidas. En cambio, hubo un estancamiento por parte de las instituciones políticas, las que paulatinamente fueron dejando de dar
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abasto para las nuevas exigencias de una ciudadanía cada vez más activa, empoderada y crítica. Como consecuencia, interactúan “mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX” (Hobsbawn 1998:27). Esta cita resulta especialmente interesante y ad hoc sobre la tesis de que efectivamente las nuevas formas de asociatividad y socialización, rompen ciertos vínculos con las lógicas de tiempos pasados, replicadas durante tantos años. El hecho es que, a modo de tener un punto de analogía con respecto al principio señalado, durante este último tiempo el partido se ha visto remecido por casos de corrupción, fraudes y malas prácticas. Tal es el denominado “Caso Caval”, que vino a poner en juego la estructura de partido, al nivel de disciplina interna y a la influencia de poder por parte de los timoneles. A nuestro juicio personal, la prueba fue absolutamente reprobada. Es claro que no puede enjuiciarse al partido por la acción de uno de sus militantes —más aún si el compromiso de dicho militante ha sido cuestionado—; pero lo que sí se le debe atribuir, es la manera de enfrentar estas situaciones. “El Caso Caval” fue altamente mediático, dado las condiciones de quienes se vieron involucrados, el nivel de exposición pública y la expectativa de respuesta partidaria. Suponiendo que el Partido Socialista buscará, con inclaudicable voluntad defender y perfeccionar la Democracia, el acto de guardar silencio, dar explicaciones poco creíbles de cómo se informaron de lo que sucedía, y haber aceptado
una renuncia por parte del militante sin previa sesión con el Tribunal de Disciplina, deja bastantes dudas sobre el propósito en boga. Por otro lado, es verdad que como militantes reconocemos el funcionamiento interno del partido y damos cuenta de limitaciones existentes en él; pero no debemos ser la preocupación central en este escenario, puesto que formamos parte de la organización colectiva intentando robustecer la tarea del Partido. ¿Cuál es dicha tarea? Ser una institución representativa del pueblo, de la masa, de la ciudadanía, de las personas sobre principios socialistas, buscando una sociedad más justa, más equitativo, menos desigual. Es Cierto que aproximadamente un 5% de la población milita en algún partido político, pero los partidos no están hechos sólo para sus militantes. ¿La sociedad civil habrá comprendido, igual que nosotros, que el Partido Socialista hizo lo que (medianamente) pudo? Tristemente, el Partido estaba más preocupado de los misiles arrojados por los demás partidos políticos, principalmente de la Alianza, que de buscar una solución realmente fecunda. ¿Qué hacemos los militantes con los principios programáticos que debemos defender, en los que decidimos creer, que el Partido hoy no resguarda? Las bases del pensamiento del Partido Socialista están plasmadas desde el Primer Congreso General Ordinario celebrado en 1933. En él se reconoce que la relación que sugiere el capitalismo, divide a la sociedad en dos clases; la que se apropia de los medios de producción y se beneficia con ellos, y la que trabaja, produce y sólo depende de su salario. Es entonces, cuando el Partido toma en sus hombros la tarea de elevar la dig-
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nidad de la clase trabajadora, como medio de transformación social. Nos parece, sin tantas vueltas de tuerca, que el actual escenario que cruza el Partido Socialista no contribuye en ello. De hecho, esta situación totalmente delicada para la consolidación del correlato político de nosotros, socialistas, se da fundamentalmente por caer ante prácticas permitidas en una sociedad de mercado, basada en lógicas absolutamente capitalistas. Otro principio que da forma al Partido, es aquél que lo realza como promotor de la organización del pueblo para su más efectiva participación. Es decir, busca hacer confluir formalmente las demandas del pueblo, para incidir en el quehacer nacional, en la agenda de gobierno, rechazando prácticas burocráticas. Se concibe así mismo como un instrumento de cambios democratizadores, en prejuicio de transar hasta terminar convirtiéndose en un agente de continuidad, de burocratización y de repetición de lógicas mayormente liberales. El hecho de modificar y reinterpretar sus principios, no debiesen significar una transgresión sustancial de lo que supone —en el fondo— la ética Socialista; aquella que busca un desprendimiento de lo propio, que busca una convergencia del humanismo, aquella que promueve una conciencia socialista. Sin esta utopía como base de la estructura del Partido, pierde absoluto sentido la identidad del Partido y por ende confunde su razón de ser. ¿Podríamos señalar que el Partido Socialista tiene un papel preponderante, activo y fundamental en la consecución de las reformas actuales (cumplidas, en agenda y en
proyecto)? La pregunta se reviste se valor si entendemos que el origen estructural de la crisis planteada, radica en que el modelo de Democracia ponderado durante los últimos 25 años, se agotó. En este sentido, no es descabellado pedir, sugerir e incluso exigir un papel activo del Partido en la búsqueda de un plebiscito para una nueva constitución ya que será el camino que soslaye la crisis de representatividad, dado que atacará el fondo de ella y no se quedará obsoleto en la forma; es decir, sólo un cambio de constitución logrará dar cuenta del eslabón perdido en la relación sociedad civil/Estado, y ayudará a encontrar ese vínculo extraviado. Para no parecer enamorados de un cambio a la Constitución como único camino, es preciso señalar que esta gran reforma no reviste, por sí sola, de legitimidad al sistema político actual; pero podemos —al menos— convenir en que será un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso hacia la construcción del Socialismo. Insistimos en que, como Socialistas, debemos refundar las ideas esenciales transformadoras que delinearán la sociedad civil que se conforme; tenemos el deber de ser consecuentes y realistas; tenemos el deber de ser utópicos y pragmáticos, pero sobre todo utópicos. Pero, compañeros, el partido debe entender que aún hay tiempo; que a pesar de la desconfianza ciudadana en la política, hay una creciente demanda para mayor democracia en todas las instituciones (Jeanne 2014:123). Pero, para ello debemos volver a reconstruir un correlato socialista democrático, sensato, coherente y profundo
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Autores Marcelo Varas Santibáñez Cientista Político, Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile, Militante Juventud Socialista de Chile. marcelomatias.varas@gmail.com
Cristóbal Vega Carrillo Cientista Político, Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile, Militante Juventud Socialista de Chile. cristobal.vegac@ gmail.com
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DOSSIER PS
DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS DE LOS ESTUDIANTES SOCIALISTAS DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE www.socialistasuchile.cl
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L
os Socialistas de la Universidad de Chile conformamos una organización política estudiantil de izquierda que tiene como objetivo la transformación profunda de nuestra sociedad. En el contexto actual la lucha política debe estar orientada la erradicación del neoliberalismo. Esto se traduce en la conquista de derechos sociales garantizados por el Estado. Junto con eso, luchamos por una profundización de la democracia, que permita un protagonismo real de las mayorías sociales. La educación es un ejemplo paradigmático de un derecho social que ha sido entregado al mercado. En ese sentido, la transformación de la Universidad de Chile y de todo el modelo educacional, hacia un modelo democrático, alejado de toda lógica de mercado y que forme profesionales y técnicos al servicio del pueblo, constituye uno de los principales desafíos de nuestra organización. El modelo neoliberal instaurado por la dictadura destrozó buena parte de la organización de la sociedad. El individualismo se instaló como un valor preponderante. Ante eso, creemos en la necesidad urgente de fortalecer la organización colectiva de los sectores oprimidos. En ello, los movimientos sociales juegan un rol fundamental, levantando demandas que expresan intereses de dichos sectores y que han permitido resquebrajar la hegemonía neoliberal. Es un deber de los socialistas participar activamente de estos e impulsarlos, permitiendo generar avances en la superación del modelo actual que permitan vislumbrar un horizonte de emancipación. Consideramos —de la mano con lo anteriormente dicho— que el Socia-
lismo solo se puede construir con una democracia plena, es por tanto, que entre ambos (socialismo y democracia) existe una relación indisoluble. Defendemos, por tanto, la democracia como una vía para transformar la realidad, modificando el carácter del Estado y el modelo económico sobre el cuál éste descansa. Sólo así la democracia podrá ser profundizada, generando un mayor protagonismo popular. Es por lo mismo que creemos que los procesos de transformación a los cuales apuntamos requieren de mayorías sociales. El neoliberalismo chileno ha fragmentado la sociedad y ha generado modificaciones profundas en la estructura de clases. Consideramos una tarea fundamental la articulación de diversos sectores sociales cuyos intereses son irreconciliables con los de la clase empresarial, mediante el desarrollo de una conciencia de clase efectiva en consideración de las características de la estructura social actual, que complejiza pero no elimina las contradicciones fundamentales. El socialismo debe ser expresión política de dicha articulación. Por otro lado, reivindicamos el latinoamericanismo como un rasgo fundamental del socialismo chileno. Los procesos de avance que a lo largo de todo nuestro continente emergen deben ser referencia para nuestra reflexión y praxis política. Sólo el camino de cooperación entre los pueblos latinoamericanos nos brindara una real capacidad de emancipación de las presiones de potencias foráneas que buscan intervenir política y económicamente en la región. Utilizamos como método de interpretación de la realidad el marxismo,
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enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos del constante devenir social. En nuestra organización confluyen militantes de la Juventud Socialista y compañeros que no militan en ella. Reconocemos el Partido Socialista (PS) como una herramienta estratégica que debe estar al servicio de la clase trabajadora. Sin embargo, aquello no nos hace desconocer el pasado reciente del PS, alejado de los principios socialistas y de las demandas de los sectores oprimidos, como tampoco aquellas cuestiones que manifiestan una continuidad con los gobiernos de la Concertación en la política que lleva adelante el Partido. Es por eso que nos planteamos como una tarea la recuperación de la identidad y del carácter revolucionario del Partido y su Juventud. Defendemos la unidad en la acción como un principio que orienta nuestra praxis política. Como principios rectores de nuestra organización asumimos un funcionamiento plenamente democrático, en el cual cada uno de nuestros miembros, independiente de si milita o no en la Juventud Socialista, tiene el mismo derecho a manifestar sus opiniones y tomar decisiones en nuestros espacios de definición política, apuntando siempre a un diálogo fraterno, con perspectiva crítica. Adherimos profundamente al principio de autonomía en nuestras decisiones y a la unidad en la acción, defendiendo siempre las posiciones que definamos en nuestras instancias soberanas, fruto del debate democrático
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Matias Asun, https://www.flickr.com/photos/ matiasasun/6020075651
EDUCACIÓN
Palabras claves: Educación – Capital Cultural – Reproducción Social
EL CAMPO DE LA EDUCACIÓN Y EL CAPITAL CULTURAL por Jaime Illanes S. El presente artículo tiene el propósito de reflexionar y describir el estado actual de la educación en Chile a partir de algunos datos y consideraciones generales. Al mismo tiempo, busca ensamblar dicha realidad a partir de ciertos conceptos sociológicos como el de capital cultural, los procesos de reproducción de una cultura dominante y otras manifestaciones del capital (económico, social y político). Finalmente, se extraen ciertas conclusiones con la firme convicción de hacer posible en Chile una educación pertinente y de calidad para todas y todos.
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Algunas consideraciones preliminares Hay algo verosímil en la sociedad actualmente, que la educación tal como esta no da para más. La reforma al sistema educacional chileno que está en proceso y discutiéndose en uno de sus pilares fundamentales en el parlamento tiene un propósito deliberado, que es hacerla sin fines de lucro cuando el Estado aporta los recursos, sin copago de parte de los apoderados y sin selección o segregación hacia alumnos y sus familias. También busca la calidad y pertinencia de sus contenidos en correspondencia a las demandas y desafíos de una sociedad compleja, tecnológicamente más exigente y empoderada en términos de participación e inclusión. Pues bien para que las cosas resulten y puedan suceder aquello que la inmensa mayoría reclama, la educación en todos sus niveles debe ser sustraída de las lógicas mercantiles y de apropiación exclusiva de los privados. Debe dejar de ser vista como un bien de consumo y ser parte de un derecho social garantizado, que este dentro de la esfera de los mínimos necesarios que los habitantes de un Estado moderno acceden por solo el hecho ser miembros de ese Estado. En otras palabras, la educación debe ser una función prioritariamente pública y complementada con una educación privada y no al revés. Esto que al parecer es de Perogrullo, en la actualidad está siendo un campo en disputa por actores sociales y políticos, principalmente por la derecha chilena y sus partidarios. La razón central, es que en la educación se juega hoy y hacia el futuro, una
nueva forma de reproducción social, es decir, las condiciones de posibilidad concreta que sean también, otros los agentes (el demos) que participen en la transformación cultural y por lo mismo, la realidad sea vista con otro cristal no solo él de la clase dominante, que se impone hegemónicamente producto del capital que posee y los beneficios que de ello se deriva. No hay que perderse, en las actuales condiciones imperantes, la escuela trasmite y socializa la cultura de la clase dominante, que no es otra que la cultura del dinero, de la segregación y el individualismo, es decir, del cosismo obnubilado de las apariencias. Por tanto referirse —en este estado imperfecto— al concepto de capital cultural es refrescar la mirada a un concepto sociológico clásico, pero también contemporáneo que nos aporta mucho para comprender la situación actual y algunas razones de porque tuvimos que esperar tanto tiempo, para hacer posible reformas en el statu-quo de la educación chilena. Entonces, una revisión de esta forma de capital, nos podría dar luces en la dirección deseada, que no es otra que la progresiva transformación estructural al sistema educacional chileno. El capital cultural es algo que se va adquiriendo, está íntimamente ligado con los procesos cognitivos y educativos. Durante la década de 1970, Bourdieu exploró el impacto del capital cultural y llegó a la conclusión de que, por lo regular, los padres de niveles socioeconómicos más altos proveen a sus hijos de ciertas habilidades y actitudes que les permiten acercarse a las instituciones educa-
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tivas con mayor familiaridad y comodidad, ya que estas se encuentran dentro de su habitus; estos niños serán, por lo tanto, más proclives a ser exitosos académicamente. “El capital cultural muchas veces se manifiesta a través de los intereses y el consumo cultural del individuo” (Hampden-Thompson 2012, 104) Por el contrario, los niños que crecen en ambientes violentos y/o pobres suelen presentar un déficit de capital cultural; esto está estrechamente relacionado con el hecho de que las necesidades de tipo económico exigen que los niños abandonen la escuela a edades muy tempranas para ponerse a trabajar. El desarrollo de sus capacidades de interacción social también se ve minado: las calles representan un espacio peligroso, obligándolos a pasar la mayor parte del tiempo dentro de casa, y la socialización es uno de los factores que incrementan en la mayoría de las veces el capital cultural de una persona.
vo de socialización, lo segundo que dicho habitus es fundamental para apropiarse de un bien cultural y lo tercero la institucionalización que asume el capital cultural en forma de diplomas o certificaciones. Al respecto Bourdieu nos señala. “Un título escolar se evalúa bajo un mercado, el de los títulos escolares. Su valor es relativo y depende de su posición en el seno de la escala relativa de los títulos escolares” (Bourdieu 1991, 92). Lo anterior queda refrendado por el autor al señalarnos que es: “… a través del título escolar o académico se confiere reconocimiento institucional al capital cultural poseído por una persona determinada Esto permite, entre otras cosas, comparar a los poseedores del título e incluso intercambiarlos (sustituyendo a uno por otro). Mediante la fijación del valor dinerario preciso para la obtención de un determinado título académico; resulta posible incluso averiguar un “tipo de cambio” que garantiza la convertibilidad entre el capital cultural y el capital económico. Dado que el título es producto de una conversión del capital económico en capital cultural, la determinación del valor cultural del poseedor de un título, respecto de otros, se encuentra ligada indisolublemente al valor dinerario por el cual puede canjearse a dicho poseedor en el mercado laboral” (Bourdieu 1983, 147).
El gran intelectual francés Pierre Bourdieu lo definía como “un instrumento de poder al nivel del individuo bajo la forma de un conjunto de cualificaciones intelectuales producidas por el medio familiar y el sistema escolar. Es un capital, pues por su esencia misma, se puede acumular a lo largo del tiempo y también, en cierta medida, se trasmite a los hijos, la asimilación de este capital en cada generación es una condición de la reproducción social. Como todo capital, da un poder a su poseedor” (Bourdieu 1991, 92). De esta forma de conceptualización asumida por Bourdieu se puede extraer algunos aspectos importantes: lo primero el valor dado al habitus cultural, como un circuito sucesi-
Otros investigadores que han seguido la tradición sociológica contemporánea se pronuncian a establecer que:
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“El capital cultural genera ventajas cuando las familias tienen el conocimiento y la competencia para alinearse con signos de estatus cultural alto ampliamente compartidos e institucionalizados (actitudes, preferencias, conocimiento formal, comportamientos, bienes materiales y credenciales) utilizados para la exclusión social y cultural” (Lamont y Lareau 1988, 156) Recientemente y por la importancia de los problemas de la educación en muchas partes del mundo, han resurgido con bríos nuevas interrogantes sobre el concepto y sus acepciones, por ejemplo: ha trascendido la noción de culturas de estatus de élite o patrones de consumo coherente o estilos de vida, referenciados en citas anteriores (ejemplo de ello se puede encontrar en: Dimaggio 1982). Hay quienes lo definen como el currículum de las escuelas de elite (Cookson y Persel 1985a), la maestría simbólica de prácticas (Avión y Szelenyi 1987); la capacidad de ejecutar tareas de alta complejidad (Goulder 1979) y la participación en los eventos de la cultura de elite (Dimaggio and Mohr 1985); a su vez otros investigadores, miran al capital cultural como símbolo de acuerdo con las clases específicas que interesan a las familias (Dubin 1986), las ideas y conceptos adquiridos en los encuentros previos (Collins 1987). Todo esto da cuenta de los signos de vitalidad y reacomodo del concepto de capital cultural por parte de investigadores en estudios, relacionados a los niños y jóvenes en las escuelas y/o universidades. Hoy en día, la investigación empírica ha gravitado hacia la última y más
genérica conceptualización de capital cultural de Bourdieu, que liga capital cultural con competencias técnicas y habilidades. Estos estudios examinan “las maneras en que los recursos culturales ayudan a las familias a ajustarse a los estándares dados por instituciones como la escuela (Lareau y Weininger, 2003: 586). Aquí hay una cierta imbricación con el concepto de capital humano que tanto empeño coloco Bourdieu de diferenciar como dos cosas enteramente distintas. En perspectiva, lo que queda en evidencia en este estado de cosas, es la importancia del capital cultural como una forma de reproducción social, como mecanismo de exclusión social y cultural, como símbolo de cultura refinada o alta cultura, ligado casi exclusivamente a las clases altas y por tanto poseedoras del capital económico, el capital social y el capital político. Por lo anterior, queda de manifiesto que la escuela es tan importante como mecanismo de socialización, diferenciación y segregación, es el campo de mayor disputa en la actualidad, una forma anquilosada de educación reproductora de una sociedad de castas o estamental.
Problematizaciones alrededor del capital cultural Algunas problematizaciones posibles de encarar en el ámbito del capital cultural, van desde una analítica conceptual sobre el término —el significado y el significante— sus implicancias empíricas, las diversas conceptualización del término, sus
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formas de transmisión, los diferentes indicadores para su tratamiento correcto y los efectos en las prácticas sociales de los sujetos en términos de cultura legítima o alta cultura o bien señalando, al capital escolar como forma de reproducción social. Actualmente estaría cobrando mucha significación social y económica, las tasas de convertibilidad entre capital económico y capital cultural, por medio de los títulos y/o certificaciones formales, y su posterior expresión en dinero de dichos títulos en el mercado del trabajo, es decir, en niveles de remuneraciones, condiciones de trabajo y posiciones sociales en la jerarquía de cargo o funciones en la estructura organizacional. Entonces, producto de la mercantilización de la educación y a su vez producto de la globalización con todo lo que esto trae aparejado, en especial el progresivo aumento en todo el mundo y en singular en Europa y Estados Unidos, del flagelo de la concentración de la riqueza y la desigualdad del ingreso, ha ido permitiendo, acentuando la importancia del capital cultural como medio de exclusión social y cultural. Significa lo anterior, que dicha variable adquiere el rango de predominio y reconocimiento ya sea para los más, de ser un vehículo que supere su condición actual y puede pasar a una más favorable, para los menos, ser fuente conservación de sus condiciones de privilegios y reproducción social y cultural, en tanto clase privilegiada, que por medio de la cultura de elite y/o alto status, reproduce las condiciones de existencia de dicha clase social. Un problema cada vez más visibili-
zado por la inmensa ciudadanía, es que habrían distintas valoraciones del capital cultural, sobretodo en aquel que se institucionaliza a través de títulos y/o grados que los sujetos adquieren en el proceso formal de enseñanza a lo largo de su vida activa. Entonces, la escuela, los centros de estudios, las universidades se van diferenciándose, segmentándose, para captar y atraer aquellos sujetos con mayor capital incorporado en su habitus y objetivizado en su persona, para también atraer el capital económico que está detrás de dicho capital cultural, a cambio, ellos (la escuela), entregan distintos niveles y densidad de capital escolar, que posteriormente hará la diferencia ya sea, en el mercado del trabajo, en la maestría simbólica de las prácticas sociales, en la participación en eventos de la cultura de elite, es decir, en grados diferenciado de integración a cultura dominante. Como decía Bourdieu, “Las estrategias de conversión de capital económico en capital cultural constituyen una de las variables que más han influido en la explosión educativa y en la inflación de títulos. Son estrategias, en suma, determinadas por la estructura de las oportunidades de beneficio vigente para los diferentes tipos de capital” (Bourdieu 1983, 148). Todo lo anterior, no es más que una evidencia concreta de que aun cuando la población chilena tenga más años de escolaridad, una formación técnica y profesional mejor dotada, esto no se refleja necesariamente en movilidad social, mejoramientos de las rentas del trabajo o disminución de la desigualdad de ingreso y la riqueza.
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Hablar hoy en día de la meritocracia nacionales, es una retórica que rara vez corresponden con los hechos: a menudo se utilizan con el propósito de justificar las desigualdades existentes, es decir, esconder las enormes desigualdades sociales en la era global. Al respecto un economista cuyo espíritu va muy bien, con la época presente, Thomas Piketty nos recuerda en un artículo suyo publicado en The Financial Times: “.. el ingreso a las universidades estadunidenses —alguna vez de las más abiertas del mundo— es muy desigual. La construcción de sistemas de educación superior que combinen eficiencia e igualdad de oportunidades es un gran desafío para todos los países. La educación masiva es importante, pero no garantiza una distribución justa de los ingresos y la riqueza. La desigualdad de ingresos en los Estados Unidos se ha agudizado desde la década de 1980, debido principalmente a los enormes ingresos de las personas en el estrato superior” (Piketty 2014) ¿Cómo se refleja esto en nuestra realidad? Lo primero que debemos comentar es que nuestro país es uno de los países con más alto índice de segregación social en la escuela: 53 puntos —índice de Duncan— contra 9 de Finlandia, 26 de Estados Unidos y 40 de otros países latinoamericanos como Colombia y México (Dupriez 2010). Esto se agudiza al extremo en los colegios pagados: según un estudio reciente (Valenzuela y otros 2013) llega a 90 puntos en la misma escala.
Un segundo aspecto a señalar, es que en Chile la gestión privada de la educación es mayoritaria —con una matrícula bajo control privado que llega al 60%, en contraste con el 18% de los países de la OCDE—, se afirma que Chile es el país donde el financiamiento privado de la educación tiene mayor peso. Según los datos entregados por el foro chileno por el derecho a la educación, el 40% del gasto en educación en Chile proviene de los privados. Lo que se intensifica en educación superior, donde esta cifra se dispara a un 76%. Las consecuencias de todo esto son claras, no solo hay alta segregación escolar, sino también, que en un porcentaje muy alto (87%) de las familias chilenas, solo consideran escuelas frecuentadas por alumnos con características socio-económicas similares. A todo esto hay que sumarle la alta desigualdad de ingresos y alta concentración de la riqueza. Para muestra un dato clave, el número de súper ricos en Chile no ha variado entre el 2013-2014, alcanzado una cifra de alrededor de 515 chilenos, es decir, 0.003% de la población en Chile, pero lo que sí ha ocurrido es que su patrimonio aumentó en un contexto de desaceleración económica. Según el ranking, para América Latina y el Caribe, los súper ricos chilenos aumentaron su patrimonio en 15,4% en comparación a 2013, ocupando el segundo lugar después de Bolivia, donde aumentó 20%. Pero, como explica Gonzalo Durán, de la Fundación Sol “en Bolivia aumenta el patrimonio de los súper ricos y al mismo tiempo aumenta la cantidad de número de ricos en 19,5%. Lo que hace que en Chile el
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grado de concentración de la riqueza sea aún más agudo” (Duran 2014). Las posibles causas de este panorama se encuentran por una parte en la alta estratificación del sistema educativo chileno, producto de la profunda segregación de las escuelas particulares pagadas en todos sus niveles y también por nuestra herencia cultural y social. La elite chilena ha sido clasista, segregacionista y excluyente por centurias. Se adiciona a lo anterior, la enorme concentración de la riqueza y el patrimonio en manos del 1% de la población chilena, y alta desigualdad entre las rentas del trabajo y las rentas del capital. En suma, como dice Mario Waissbluth de Educación 2020: “… hemos construido en Chile un sistema educativo para ultrarricos, ricos, medios ricos, clase media alta, media media, media baja, pobres e indigentes. Es como una torta de milhojas cuidadosamente estratificada donde casi no hay mezcla socioeconómica o académica cuestión no menor, suele venir de la mano” (Waissbluth 2014). Las cifras hablan por nuestra realidad, y no hace más que corroborar una tesis sobre capital cultural, aquella que se expresa como un medio de exclusión social y cultural, en otras palabras, una función que en definitiva sirve de base para la exclusión de trabajos, recursos y grupos de alto status, en sintonía con la tendencia de la desigualdad social que corroe al mundo. Entonces, si a lo anterior le sumamos capital económico y social el panorama se ensombrece aún más. Capital cultural y capital social se enriquecen mutuamente, se asumen como estrategias que utilizan las personas
y grupos sociales para segregarse de los demás, estructuras de oportunidades de beneficio para los que tienen distintas formas de capital. Así la reproducción social y cultural se mantiene a lo largo del tiempo, la cultura dominante se reproduce continuamente y la estratificación social se profundiza a través de las diferentes formas de capital económico, cultural, social y político. Esto que hemos venido evidenciando, es un problema y un problema con mayúscula la pregunta que uno debería hacerse es: ¿es posible que el capital cultural en su forma objetivada e institucionalizada actualmente, no sea un medio de exclusión social, sino muy por el contrario de cohesión e integración a la sociedad y de profundización civilizatoria de la humanidad? ¿Qué cosas habría que hacer para que esto suceda? Una posible respuesta es atacar decididamente el tema de la desigualdad, la exclusión, la segregación y la discriminación. El problema central es que la tendencia mundial no es están promisoria, dado que los países desarrollados y más igualitarios gradualmente se están haciendo mucho más desiguales, la concentración del ingreso y el patrimonio en muy pocas manos es una cruda realidad de la era global. Entonces, la tarea es aún más titánica, los esfuerzos deben ser mancomunados y el rol del Estado para enfrentar dicho flagelo es insustituible. En todo el mundo se cree, que la educación es la clave para alcanzar el desarrollo, la movilidad social y la integración, esto seguiría siendo cierto al menos, si las inversiones en capital escolar no estuvieran condicionadas por los niveles socioeconó-
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micos de las familias, si la escuela fuera un espacio de encuentro entre los distintos segmentos sociales, si la calidad de la misma, permitiera adquirir las competencias que la sociedad globalizada demanda y en donde la cultura dominante fuese la identidad colectiva de la ciudadanía. En síntesis, un ejercicio de problematización en relación al capital cultural, implica también hacerlo sobre la estructura social en el que descansa, las formas que acceden los individuos a los frutos del crecimiento económico y de oportunidades, por tanto, dar cuenta del estado de situación en relación a la equidad, al bienestar y los derechos sociales de las personas. En suma, que tan equitativo o desiguales son los ingresos y la riqueza de sus habitantes.
A modo de conclusiones Aquellos países que han abordado adecuadamente la diversidad de los actores sociales y con acercamientos individualizados a sus aprendizajes, han sido también los que tienen mejores sistemas escolares. La evidencia de los datos no miente por ejemplo, el informe PISA 2009.
nómico, cultural y político. Esto es lo más importante si realmente deseamos cambiar las prácticas tradicionales de reproducción social. A la fecha de estas páginas, ha sido aprobada en el parlamento la primera parte de la reforma educacional, que termina con el lucro, el copago y la selección en el sistema escolar. Un primer paso, que debe seguir avanzando con la desmunicipalizaciòn de la educación, el mejoramiento de las condiciones de los profesores y la gratuidad de la educación superior. Habrá que complementar el cambio de la institucionalidad en educación, con un cambio de prácticas sociales y culturales, que nos permita crear espacios de cohesión social y fraternidad que contribuyan con climas de confianza, unidad y colaboración. La tarea no es fácil, lo importante que el proceso de transformación ya partió y como dijera el ministro de educación al final de la jornada parlamentaria “creo que al final del día y esperando los proyectos que quedan, tengamos claro que la democracia ha construido sus propios fundamentos sobre lo que debe ser una educación para todas y todos”
En segundo aspecto a resaltar, es el tema de la distribución del ingreso y la riqueza, en la medida que dicha distribución sea más equitativa, esto impactara en una educación más inclusiva que respete y valore las diferencias entre sus habitantes. La educación de elite en Chile no se justifica, al menos que queramos sostener y acrecentar las segregaciones y la concentración del poder eco-
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Jason Kristofer, https://www.flickr.com/photos/jkristofer/317090108
DECLARACIÓN
DINERO Y POLÍTICA CARTA DE LA COMISIÓN ECONÓMICA DEL PARTIDO SOCIALISTA por Comisión Económica Partido Socialista de Chile
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Marzo de 2015
Estimados miembros de la Comisión Política y Parlamentarios: La Comisión Económica ha seguido con gran preocupación los acontecimientos nacionales de los últimos meses relacionados con dinero y política, tráfico de influencias, corrupción en el ámbito público y privado y especulación. Por cierto, estos socavan la confianza de la ciudadanía en la institucionalidad, sus representantes y el sistema político, en general. La situación es particularmente grave ad portas de la formulación e implementación de reformas de gran calado, que apuntan a temas importantes y sentidos por los chilenos en la perspectiva de profundizar la democracia y combatir la desigualdad, que han esperado su turno por largos años. Necesitamos recobrar con urgencia la confianza de la ciudadanía y legitimar las instituciones para llevar a cabo estos profundos cambios que tenemos en agenda y cuya consolidación es de horizonte largo. En este mismo sentido valoramos la iniciativa de la Presidente Bachelet de creación del “Consejo Asesor para Regular la Relación entre Dinero y Política”. Desde nuestra Comisión nos ofrecemos desde ya a aportar al proceso de discusión y análisis de ideas e iniciativas, ya sea en esta fase y/o posteriormente, apoyando la discusión parlamentaria de nuestra bancada en relación a estos temas.
Estimamos que el Partido Socialista, independiente de que pudiera haber gente de sus filas involucradas en este tipo de situaciones que deban enfrentar sus responsabilidades personales y tenga como consecuencia aquello que ha señalado su presidente, “caiga quien caiga”, está en condiciones para asumir un claro liderazgo en el esfuerzo por impulsar iniciativas, que restablezcan las confianzas y comprometan al Gobierno en la revisión de la institucionalidad actual en la perspectiva de garantizar la total separación de los negocios y el dinero con la política y reivindicar el rol de los partidos políticos en la vida ciudadana. 1. Cambio cultural y formación valórica. Estimamos que nuestra sociedad y especialmente, sus elites políticas, económicas, profesionales, generadoras de opinión, han sido profundamente permeadas por el neoliberalismo, su ideología y sus contravalores y lo que hace necesario e impostergable hacer un trabajo de largo aliento en el ámbito cultural y de la educación. El rasgo predominante del cambio cultural que impuso la dictadura fue privilegiar el éxito individual por sobre lo colectivo, anulando el carácter social de la vida de los ciudadanos con una pérdida de difícil reparación en lo cultural y ético, anulando el traspaso entre generaciones, especialmente, de valores y tradiciones republicanas. Fue imponiéndose la “cultura de lo fácil”, donde el éxito económico llegó a justificar conductas que dieron paso a que “el fin justifica los medios”, afectando profundamente las formas de relacionarse, de construir la sociedad y de llevar a cabo la actividad empresarial. En ese sentido,
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se estima que el esfuerzo debe hacerse en la formación de las personas fundamentalmente en los siguientes niveles: • Fortalecimiento de la formación ética y valórica en general, a través de la malla curricular regular, en la educación básica y media y superior, en las entidades de educación pública y privada, reponiendo la educación cívica en la educación básica y media, como la profundización de temas que vinculen lo ético con la formación técnica profesional. • Formación en ética empresarial, ética pública y ética del trabajo en las carreras de pregrado y en la formación de postgrado en carreras relacionadas con administradores de empresas, administradores públicos, ingenieros, abogados, economistas, etc. En ese sentido sería interesante propiciar algunos encuentros con decanos y/o rectores de universidades. • Formación de las personas que ingresan a cargos públicos de dirección/o de elección popular. Esto pudiera hacerse a nivel de Gobierno y también pudiera plantearse a nivel de Partidos políticos (en nuestro caso). • Formación en ética empresarial en organizaciones gremiales. • Formación y promoción de la ética en asociaciones de profesionales.
2. Regulación del financiamiento de campañas y partidos políticos: Revisar ésta, recogiendo los avances ya en curso: Pérdida de escaño cuando hay financiamiento irregular; no más aportes de empresas a campañas políticas; tope de aportes individuales a campañas políticas; revisar límite de gasto electoral y asignar recursos en proporción a votaciones históricas; hacer más fluido, transparente, oportuno y fiscalizable el gasto electoral; reforzar facultades fiscalizadoras de SERVEL; financiamiento a funcionamiento de partidos políticos; y reducir el gasto en propaganda y publicidad en calle a cambio de ampliar entrega de información con participación ciudadana respecto de los programas y políticas públicas. 3. Otras regulaciones a revisar: Aumento considerable de las sanciones y penas por fraude, cohecho y corrupción en general, ya sea en ámbito público o privado, poniendo al día la estructura de sanciones con los estándares existentes en los países de la OECD. Asimismo, esto es válido para las atribuciones de los entes fiscalizadores relacionados con estos temas. • Promover la delación compensada en el ámbito tributario • Perfeccionamiento de la regulación del mercado de derivados financieros (por ejemplo, forwards y otros) y sus sanciones.
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4. Concepto de empresa. Creemos que los socialistas debemos ser claros en plantear el concepto de empresa que promovemos. Nosotros no tenemos una actitud “antiempresa”, al revés, estimamos que ésta tiene un rol insustituible en la vida económica, en la generación de riqueza y empleo. Pero al mismo tiempo rescatamos un concepto de empresa productiva en la generación de bienes y servicios, que hace inversión real y que innova, socialmente responsable con sus consumidores, sus trabajadores, con la comunidad donde opera, con el medio ambiente y con la legalidad vigente en el país. En otras palabras, empresas que son económica, social y ambientalmente sustentables. No creemos en la responsabilidad social empresarial (RSE) que sólo se dedica a la filantropía y que por otro lado, transgrede la legalidad, o empresas que se dedican a especular o dedican gran esfuerzo de sus profesionales en planear cómo defraudar al fisco o abusar de sus clientes. 5. Revisión de la Institucionalidad. Las modificaciones regulatorias que se planteen deben tener un correlato en la institucionalidad correspondiente y ésta debe ser sometida a revisión. ¿Cómo se organiza mejor la institucionalidad relacionada con controles, fiscalización y regulación? ¿Cómo lograr una mayor eficiencia de estas entidades? ¿Qué vacíos, superposiciones, contradicciones y carencias presenta en la actualidad? Estas son algunas de las preguntas que debemos responder en esta materia. También es necesario establecer reglas claras respecto a la “puerta giratoria” de altos directivos del sector público o privado que
transitan entre entidades de estos con claros conflictos de intereses. Esto es particularmente importante con relación a personeros que ocupan cargos directivos en organismos reguladores. 6. Control Social. Estimamos que un medio eficaz para evitar este tipo de situaciones lo constituye una mayor participación de la sociedad civil a través de la deliberación democrática. Por ejemplo, instrumentos eficaces y que no han tenido la suficiente difusión e implementación son los Consejos de Participación Ciudadana, en el ámbito de los diferentes organismos públicos y que debiéramos impulsar con mucho mayor fuerza. Asimismo, el mayor empoderamiento y atribuciones de las organizaciones ciudadanas (como las organizaciones de consumidores) y la implementación de iniciativas del tipo Ombudsman. Por otra parte, la reivindicación del rol de los colegios profesionales en el desempeño ético de sus miembros. En resumen, ampliar los canales que permitan difundir la información posibilitando advertir con anticipación los tsunami en materia de corrupción, cohecho, fraude, delitos y abusos que afecten los bienes públicos, la estabilidad y funcionamiento de las instituciones republicanas y la fe pública. 7. Especulación de terrenos. Estimamos que debemos reponer la iniciativa planteada por el Senador Montes en materia de tributaria, de gravar en forma importante la plusvalía generada en situaciones de especulación en la venta de terrenos. Además, se debe revisar los proce-
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sos y garantizar el financiamiento suficiente para cambiar los Planes Reguladores y revisar la cadena de decisiones correspondiente, velando por la transparencia y trazabilidad de dichos procesos. Desde ya quedamos a su disposiciรณn para intercambiar puntos de vista sobre los temas planteados y otros que vayan surgiendo y reafirmamos nuestra oferta de colaboraciรณn expresada en los pรกrrafos iniciales de esta carta. Los saluda fraternalmente,
Comisiรณn Econรณmica Partido Socialista de Chile
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COLUMNA
CHILE POR BUEN CAMINO: MUJER, PAZ Y SEGURIDAD por Rodrigo Cárcamo Hun Militante PS. . Magister en Ciencia Política y Política Pública. Miembro del Taller de Defensa y Fuerzas Armadas del Instituto Igualdad. Correo: rodrigo. carcamo@igualdad.cl
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H
ace algunos días, en dependencias del Centro Conjunto para Operaciones de Paz (CECOPAC), la Presidenta Michelle Bachelet encabezó el lanzamiento del segundo Plan de Acción Nacional (NAP, por sus siglas en inglés y en adelante PAN) para la implementación de la Resolución 1325/2000 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Chile, desde la aparición de la presente Resolución, se ha adjudicado, con legítimo derecho, un protagonismo y vanguardia en lo que a política de género e inclusión se refiere. En el año 2009, fue el primer país a nivel regional en dar a conocer un primer
“Lo meritorio, al día de hoy, y que ya se había reflejado en el primer PAN, fue el trabajo conjunto de carteras, en efecto, dispares en lógicas operativas, funciones y objetivos” PAN de carácter global en la administración pública, igualado por Argentina, solo que en este caso desde una perspectiva sectorial de defensa. Sumado a la contribución de contingente, principalmente en la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), que concentra el mayor número de cuadros de los países del continente, el aporte en política exterior regional es incuestionable. Si se quiere, esto no ha sido más
que un efecto natural de políticas incrementales y detalladamente orgánicas, inter e intrasectoriales, que tuvieron su intensificación cuando la Presidenta se desempeñó como Ministra en la cartera de Defensa Nacional y en su primer mandato mediante la Agenda pro Equidad 2006-2009. Lo meritorio, al día de hoy, y que ya se había reflejado en el primer PAN, fue el trabajo conjunto de carteras, en efecto, dispares en lógicas operativas, funciones y objetivos. Esta labor combinada y conjunta entre el Servicio Nacional de la Mujer, el Ministerio de Defensa y el Ministerio de Relaciones Exteriores, en un marco de voluntad política, por lo demás necesaria, llevó a que la transversalización del enfoque de género en las políticas del aparato estatal tomara su sitial de excelencia; y no solo en lo que a Misiones de Mantenimiento de la Paz (UNPKO) se refiere. Para ser justos, previamente ya se contaba con iniciativas cristalizadas en los Programas de Mejoramiento de la Gestión (PMG) con enfoque de género. Los compromisos asumidos por un Estado para la cooperación sur-sur y procesos de twinning, es decir, el intercambio de conocimiento y buenas prácticas en la región, tal cual ambos PAN, obedecen a un deseo, al menos en este campo de trabajo, de convivencia basado en la solidaridad, la paz y la seguridad internacionales. De toda lógica y obviedad. Esto conlleva a que el Estado no solo sea generador de políticas, sino que por sobre todo proyecte lo interno ante lo externo, exporte prácticas y sea proactivo. El PAN en si mismo, no es tan importante como lo que significa, su impacto como insumo, para la cooperación internacional;
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en misiones de paz o retroalimentación con vecinos. Chile actualmente, y según el Departamento de Operaciones para el Mantenimiento de la Paz (DPKO, por sus siglas en inglés), es partícipe de 4 misiones, de un total de 16 pertenecientes a la ONU: MINUSTAH (Haití); UNFICYP (Chipre); UNMOGIP (India y Pakistán); y UNTSO (Medio Oriente). La quinta es EUFOR-ALTHEA (Bosnia y Herzegovina), bajo mando europeo, no entrando en el campo de la principal organización internacional. Con todo, el aporte de las mujeres es invaluable para la consecución de los fines propios de las operaciones de peacekeeping, pero también de peacebuilding. Variados estudios, para aquel modelo de intervención, basados en evidencia empírica, afirman que la presencia y gestión del contingente femenino contribuye al mejoramiento de la comunicación con sus pares receptoras, incrementa la confianza con la población objetivo, reduce los incidentes relacionados con acoso, explotación sexual y violación, como posibilita la obtención de información privilegiada desde fuentes directas. Pero tal vez es la visibilidad de la problemática de género en las sociedades receptoras producto de la presencia de las mujeres desplegadas, esas traumáticas experiencias consecuencia de patrones culturales o métodos naturalizados propios de conflictos armados, el aporte de mayor trascendencia. En lo que concierne al posconflicto, el aporte no es menos importante, tal cual lo refrenda la R 2122/2013, complementaria a la 1325/2000. En realidad podría decirse que es en esta etapa de intervención en dónde la mujer debiese consolidar todo su potencial. La participación de las muje-
res pasa a ser decisiva para que las estructuras políticas, económicas, sociales y mecanismos de seguridad ciudadana faciliten la obtención de una mayor igualdad entre hombres y mujeres de la sociedad receptora. La idea es que construyan desde su experiencia, desarrollen nuevas funciones y concreten mayores responsabilidades. No obstante, el riesgo asociado radica en que esta idea en abstracto no tenga su correlato en un mayor acceso a recursos y poder de decisión. A fin de cuentas de eso trata, en el fondo, la R 1325/2000: la redistribución del poder. La Resolución complementaria antedicha, en conjunto con la 1820/2008, 1888/2009, 1889/2009, 1960/2010 y 2106/2013, todas abarcando distintas aristas de la problemática de género, expresa enfáticamente, en su numeral 7, letra (b), el deber que tienen los Estados miembros de las Naciones Unidas y contribuyentes de las Misiones de Paz, a elaborar “… mecanismos de financiación dedicados exclusivamente a apoyar la labor y aumentar la capacidad de las organizaciones que fomentan el desarrollo del liderazgo de las mujeres y su plena participación en todos los niveles de adopción de decisiones respecto de la aplicación de la resolución 1325 (2000)…”. El PAN 2015, como se deduce, sigue dicha línea. En suma, todo lo dicho, la inversión iniciada hace ya más de una década, delata que la tarea aún esta inconclusa. Resta un trecho significativo para posicionar a la mujer, militar y civil, en el lugar que le corresponde. Este desafío no solo debe arroparse en un axioma derivado de la moralidad, entendiéndolo como un subsidio a desventajas sistémicas nacionales, sino que también en base a
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competencias. A la vez, es imperativo asumir que esta tarea, a la vez que desafío, que significa la equidad de género debe ser rasgo constitutivo del ejercicio de la función pública y, en consecuencia, una responsabilidad tanto de mujeres como de hombres
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Rodrigo Balladares Muñoz, http://goo.gl/KrHcrR
ENSAYO
Palabras claves: Sociedad/Política – crisis – tensión – factores multicausales
REFLEXIONES EN TORNO A LA TENSIÓN ENTRE SOCIEDAD Y POLÍTICA EN LA ACTUALIDAD* Compiladores Jaime Illanes Silva y Henry Saldívar En este ensayo analizamos las diversas aristas por medio de las cuales podemos afirmar de por qué consideramos que la relación entre sociedad y política están en crisis, ya sea que el sistema político no realiza correctamente la intermediación de la ciudadanía con el Estado, o bien porque la participación y la representación desde la política no goza de reconocimiento y legitimidad por parte de la sociedad civil. También se pasa revista a los principales factores que consideramos configuran un escenario de tensión en el binomio sociedad/política y que desencadenan malestar y desafección entre el sistema social y el sistema político. Argumentando que el carácter de la crisis en dicho binomio, es de naturaleza multiforme, cuyas condicionantes son multicausales.
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I.- UNA APROXIMACION CONCEPTUAL AL DEBATE
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l presente documento, pretende resumir y compilar los principales aspectos del debate, ponencias e intervenciones, que se produjeron en las sesiones del taller que ha abordado el comportamiento actual del binomio Sociedad/Política. Su resultado es una conceptualización y ejercicio explicativo de por qué consideramos que dicha interacción de la sociedad y la política están en crisis o a lo menos en tensión, de qué forma se manifiesta y cuáles son los factores que configuran un escenario de tensiones entre sociedad y política. Dado que desde un comienzo se acordó que la crisis que afecta la relación del binomio antes señalado es de carácter “multiforme”, es decir, presentaba varios aspectos y distintos niveles de profundidad, el objetivo fue identificar los distintos factores que influyen y caracterizan la tensión del binomio. Lo primero que habría que precisar, es que un fenómeno social caracterizado como “multiforme”, implica no solo una condición muticausal, sino también un carácter multifacético en cuanto a consecuencias que arroja sobre distintos aspectos de lo social y en la estructura social del cual emerge e interactúa. Una segunda constatación es que necesitamos de un abordaje más analítico y descriptivo, para desentrañar la noción de “crisis” que le atribuimos a la relación sociedad/política, en un contexto de cambio epocal, en el cual
los movimientos sociales Latinoamericanos y Chileno, se encuentran cada vez más empoderados y han hecho explicito un malestar social. Esto los lleva a demandar derechos ciudadanos integrales, profundizar otros, y por tanto a exigir un contrato social, en donde la participación, la inclusión y la igualdad sean el basamento de nuevas relaciones sociales con el Estado y la política. A este respecto cabe señalar que si bien es cierto no es posible separar enteramente los contenidos de las demandas de la acción concientizadora histórica de los partidos, lo que sí es posible es advertir unas variantes significativas en la relación entre el movimiento social y el sistema de partidos tradicionalmente vinculados con la reforma social. Cuando hablamos de crisis en el binomio sociedad/política, hablamos de crisis de representación y de participación, en cuanto a sus mecanismos, cómo así mismo, a los contenidos que hacen de la participación y la representación un espacio en disputa por los distintos actores de la política. La crisis se expresa también en una desafección social crítica. Esto es, cuando las demandas/expectativas de la sociedad civil ya no son recogidas por los partidos políticos que intermedian entre la sociedad y Estado, lo que equivale a decir, que los ciudadanos no se sienten representados por los políticos. También hay que considerar que la actual es una crisis de época, de relatos, el fin de la forma en que lo político se expresó y experimentó durante decenios. Se trataría de una crisis de la política actual, no de lo político, en tanto dimensión constitutiva de sociedad y en tanto tal reclama nuevas formas de mediación, entre Estado y
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ciudadanía. Los supuestos que hemos intentado aislar como bases del discurso crítico de la sociedad civil acerca de la crisis de la política, nos permiten ver cómo la lógica de la representación existente impacta en las propias prácticas y discursos de la ciudadanía sobre la crisis. Tal como señala McPherson, “la forma más importante en que todo el conjunto de instituciones y relaciones sociales configura a la gente como factores políticos se encuentra en la manera en que configuran la conciencia que tienen las gentes de sí mismas” (MacPherson 1991) Por otra parte, la respuesta de la sociedad civil ante la crisis de la política tiene dos extremos, que, aunque enlazados, no deben superponerse a la hora de ser evaluados. Por un lado, aparece un malestar respecto de lo dado y, por otro, una propuesta de solución de la crisis. La propuesta, por cierto, es un mal modo de canalizar ese malestar, pues —como se ha visto— su contenido redundaría en una vuelta atrás, en un retorno de la política a la época de los notables (liderazgos carismáticos). No obstante, si sólo se evaluara la totalidad de la respuesta de la sociedad por su extremo ideológico, de propuesta (lo cual, no obstante, hay que hacer), se correría el riesgo de no atender al malestar que en ella subyace. Y lo valioso de ese malestar, incluso mientras que —como ahora— se encuentra en un momento puramente negativo, de rechazo de lo dado, es que es capaz de sacar a la luz la problemática central de nuestros días: la de la crisis de legitimidad de las formas de la política actualmente existentes.
La sociedad, a través de su malestar, ha planteado este problema, aunque, mediante sus propuestas, lo esté resolviendo de modo regresivo, contestatario o en la mayoría de las veces alejándose de la política. Esto tampoco ayuda mucho a la crisis, dado que la sociedad civil se debería entender como el conjunto de relaciones, instituciones y prácticas sociales a través de las cuales se produce y distribuye el conjunto de valores socialmente establecidos, es decir, “como el conjunto de todas las relaciones sociales productoras de sentido” (Gramsci 1930) Entonces, es la sociedad la que no está legitimando esta dimensión de la política, pues ve un abandono de prácticas sociales constructoras de sentido, y una falta de capacidades ya sea por medio de la representación, o la participación, para recoger las nuevas demandas/expectativas de la ciudadanía, y dotarse así de legitimación en sus prácticas y en sus resultados. La crisis entre sociedad/política, es una crisis de sentido, de producción y distribución de valores socialmente reclamados y esperados por la ciudadanía, por lo mismos ellos no ven en la política el instrumento de mediación y catalizador para llevar dichos sentidos a la esfera del Estado. Por otro lado, la política ha devenido en un ámbito profesionalizado en donde ciertas elites son las que concentran y articulan las dosis necesarias de poder y su representación en las esferas estatales. Todo esto se reafirma aún más en nuestro país si analizamos el informe del PNUD del 2014, donde hay algunas falencias que hay que abordar y trabajar, básicamente en los temas
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de la representación y la participación, como los nudos más sentidos por parte de la ciudadanía. Por tanto, el diagnostico sobre el binomio sociedad/política, muestra que la crisis se manifiesta donde los ciudadanos participan y se representan, que nos es otra cosa que la relación de la política con la sociedad y de la sociedad civil con la política. También en el eje entre política y dinero, en donde, el tema de la trasparencia, la rendición de cuenta y la probidad quedan al debe, por decir lo menos. El resultado más palpable de lo anteriormente dicho, es que la sociedad civil se tiende autonomizar de la política y se empodera al margen de ella. La política empieza la búsqueda de sentido que le devuelva el sitial que una vez tuvo, en donde represento el sentido más genuino de la ciudad en la construcción y desarrollo del Estado nacional. Dicho aspecto en el caso chileno no se puede conciliar, al menos que se haga una reingeniería profunda al sistema político. Entonces, trabajar e identificar factores más explícitos de dicha crisis, pasa por identificar la mayor cantidad posibles de causas, como forma de evitar adscribirse a posiciones unívocas. Y por lo mismo contribuye, a darle una mayor densidad descriptiva y analítica al debate. Los factores que se enuncian, si bien tratan de configurar un orden temático, no incluyen un criterio de “jerarquía” como decisivo en cuanto a la influencia de éstos en las características particulares de la crisis que ha pretendido abordarse en la reflexión, referido al binomio Sociedad/Política.
II.- FACTORES DIAGNOSTICADOS QUE INFLUYEN Y PERMITEN COMPRENDER LA CRISIS DEL BINOMIO SOCIEDAD/ POLÍTICA. 1.- El Capitalismo y el modelo neoliberal: Uno de los temas que cobro notoriedad y que fueron abordados más intensamente durante las sesiones del conversatorio fue la incidencia, como factor de la crisis, la noción del capitalismo, en general, y del neoliberalismo, en particular. Naturalmente, el análisis de este factor implicó un debate más de fondo acerca de varias cuestiones, algunas de las cuales no se encuentran explicitadas en dicho documento y que por lo demás necesitarían por sí misma una reflexión a parte. En general podría decirse que, si bien ninguno de los participantes en dicha instancia minimizó la influencia decisiva del capitalismo como factor, la mayoría se inclinó en manifestar que, dada la fisonomía de la crisis, particularmente su carácter “multiforme”, el señalar al capitalismo como factor predominante o excluyente, constituía si no un error, un acercamiento limitado al problema que antes de echar luz implicaba una simplificación que empequeñecía el debate o la fisonomía de la crisis. Un argumento que tuvo siempre presente en el caso de nuestra realidad, aquel factor explicativo que tiene que ver que la crisis en Chile entre sociedad y política, es inducida en gran medida por el modelo de capitalismo implementado por los llamados “chicago boys”. No obstante, dicho fac-
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tor no agota ni determina por sí una explicación causal, sino solo grados correlación alta aunque de manera positiva y directa. Aunque digámoslo derechamente el mercado capitalista es algo mucho más complejo que la simple compra-venta.
la política ha perdido su concepción épica y proyectiva, transformándose en un aparato procedimental con sus clivajes jurídicos, económico-sociales y en un entorno donde el juego es básicamente el poder, un poder para hacer, tener y dominar.
El mercado capitalista es una importantísima agencia de socialización de los individuos, y por ende de “un tipo de civismo”, de producción, difusión y reafirmación de normas y valores, y de los códigos simbólicos distintivos que le dan un significado concreto al sentido de la sociabilidad, la solidaridad y la comunidad de naciones capitalistas” (Acanda 2006 y Amaral 2008).
Yendo más al fondo de esta cuestión, la tesis que empezó a imperar consiste más bien en situar el tema en las características del modelo capitalista implementado en Chile, bajo la dictadura militar en concreto, el neoliberal “de carácter individualista y práctica oligarca. Promotor de la cultura privatizadora de bienes y servicios públicos del Estado, que está en la base de la desigualdad social actual”1. Esta última argumentación explicaría, el concepto, que otros modelos, también capitalistas pero de diferente cuño (capitalismo de bienestar), permitirían mejores grados de igualdad social o al menos grados menores desigualdad del que hemos vivido en Chile.
La sociedad civil es el espacio de definición de los valores éticos sobre los cuales se construye un complejo social, que sirven de normas al funcionamiento de sus componentes, así como de la interrelación entre ellos. Lo que está por verse si una sociedad civil, entroncada en una economía capitalista y neoliberal es el prototipo de sociedad que quiere la inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo y en particular de Chile. La razón fundamental para afirmar lo anterior, radica que la crisis por la que atraviesa la política en el seno de la sociedad moderna es mucho más profunda de lo que pareciera y el capitalismo como patrón de acumulación lo acentúa, pero no permite desde su cosmovisión explicarla totalmente, dado que en ella hay también componentes valoricos con sus manifestaciones éticas y morales del sujeto que deviene en político y sus intereses en tanto sujeto social. Un aspecto complementario es que
A su turno, una serie de reflexiones en consuno asumió que si bien esta postura sin duda ha de considerarse como efectiva, las diferencias entre un modelo y otro no desvirtúan la consideración general en torno a que el capitalismo, como sistema generador de grados crecientes de desigualdad y, per sé cambiante, actuará excluyentemente cada vez que le sea rentable, cuestión que se advierte en el ataque más o menos frontal que ha hecho al Estado de Bienestar en los países de Europa. Finalmente, se explicitaron los peligros de centrar el análisis del capitalismo como “modelo” y no como lo 1 Contribuciones al debate sobre “sociedad y política” de Henry Saldivar, documento de discusión interna.
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que podría llamarse “realidad”, aspecto este último que permitiría acercarse con razonabilidad al acontecer social, en particular a las prácticas sociales actuales que los individuos manifiestan, por ejemplo: El excesivo consumismo, egoísmo y endeudamiento como forma de integración a la sociedad de mercado. 2. El maridaje entre “la política y los negocios” o a la inversa entre “dinero y política”: La concepción neoliberal de la economía y el mercado como único ente asignador de recursos, ha devenido en un poder empresarial, más allá de toda lógica, transformándose en un poder fáctico que ha corrompido a aquellas esferas de lo publico en donde la ciudadanía puede representarse y hacer valer sus opciones y derechos. Consecuentemente, el poder empresarial en la búsqueda constante de aumentar su plusvalía y la rentabilidad de sus capitales, ha hecho pesar su poder en el campo de la política, vía el lobby y la defensa de sus privilegios corporativistas, allanándose a solventar en muchos aspectos el quehacer de la política y de los políticos, ya sea através de financiamiento ilegal a las campañas políticas, en otros casos, forzando que determinados agrupaciones políticas nazcan y se articulen en función de los intereses de dicho sector y de una concepción comprensora de lo económico que privilegie sus demandas, es decir, aquellas de la clase dominante. Todo lo anterior ha traído una pérdida de confianza y credibilidad en el sistema político, una desafección de la ciudadanía con todo lo que tiene ver con la política, un resquebrajamiento de ciertas instituciones llamadas a tutelar por el bien público, por la trasparencia y probidad, en
donde el eje de la discusión ciudadana y por cierto del Estado, son los standards éticos de visibilidad y funcionamiento de las instituciones —en particular— en los sistemas políticos y económicos del país. 3.- La influencia corrosiva del individualismo en la participación política: Se interpelo en torno a este factor y advirtiendo que la promoción neoliberal del individualismo —reducido principalmente a la exclusiva dimensión económica material— ha influido negativamente en la participación política y es una causa plausible de explicación de la tendencia a la baja de la misma. Desde esta línea argumental, se acotó que este individualismo exacerbado no se aviene a las prácticas colectivas, que en su génesis implican cooperación, confianza, solidaridad y redes sociales asociativas, muy por el contrario la practica comportamental del individualismo lleva en su carácter, dosis relevante de egoísmo, nihilismo y relativismo como formas de juzgar la cotidianeidad de la vida. En el ámbito de acción referida a los partidos políticos, la esencia de aquellos de inspiración liberal y conservadora, ha sido reforzar modelos y formas de proceder en consonancia con el individualismo de mercado y laisse-faire, por la otra vereda, los partidos de inspiración social cristiana y de izquierda cuya matriz ideológica y organizativa se adscribe más a una concepción colectiva y asociativa de los procesos sociales, esto también han sido permeados actualmente por prácticas y acciones derivadas de la fragmentación, especialización de la vida moderna y tecnológicamente digital. La elitizaciòn de sus estructuras de-
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cisionales, la tecno burocratización de su formas organizativas, ciertas prácticas de grupos cerrados o departamentalizadas han desincentivados especialmente en los jóvenes un mayor compromiso con la política y con la participación política. Así la participación política decrece, la política de los partidos pierde atracción y convicción, por tanto los sujetos se vuelven cada vez más distante con la política partidaria, todo esto se conjuga en que la sociedad civil se distancia, se despolitiza y una larga cadena de eventos constructores de sentido queda al margen de una participación autentica de la ciudadanía, concentrándose mayormente en los gobiernos de turno, o en grupos oligarquizados de la sociedad de consumo. 4.- El poder dominante y su influjo inquisitivo en el debate de ideas: Se identificó en este factor, el poder que podría llamarse “dominante”, que cumple también el rol de ente invisibilizador del debate de ideas. En particular de aquellas que no son afines al poder de la clase dominante. En este aspecto del debate deben incluirse diversas cuestiones que se analizaron en torno a la cuestión de la ideología. Para muchos la ideología no representa un factor determinante al menos en lo que al arribo democrático al poder se refiere, siendo en este caso la ideología un factor más débil a la hora de concordar un determinado acuerdo programático que articula el actuar de una coalición política, como sería el caso de Chile. (Un ejemplo a señalar es la experiencia de trabajo programático para arribar al programa de gobierno de la nueva mayoría). Otras posiciones repararon en el hecho de que existen, no obstante, cuestiones ideológicas
de influjo negativo de importancia en la crisis en comento, particularmente atendido a que existe un sector político importante (La derecha conservadora) que ha pretendido naturalizar —ideológicamente— los procesos sociales y un determinado estado de cosas, restringiendo así, al menos en este plano, las posibilidades de cambio social. No obstante lo anterior, la batalla en el plano cultural y que ciertas ideas predominen, marcara el sendero de plausibilidad de cambios sociales, en la dirección de inclusividad, diversidad y tolerancia. En el caso de Chile, los grandes valores fundacionales (de las fuerzas democrático-populares que desplazaron a la dictadura y lideraron la reconstrucción democrática del país) “dicen relación con la democracia, la importancia de la justicia social, el valor de los derechos humanos, de la verdad y la justicia, el valor de la participación, son susceptibles de traducirse a la dimensión político-programática sobre la base de una coincidencia primera, que es entender el valor y centralidad de la política como construcción humana y no como una mera labor técnica de administración de lo existente” (Valle 2009). Desde ese punto de vista, contextualizando que la política se encarna en la sociedad, esta última no podría ser asumida como una realidad dada sobre la cual no podemos intervenir sino solo para conocer sus movimientos, adaptarnos a éstos y desenvolvernos con elementos instrumentales y de ingeniería social para no interferir en las leyes inmanentes que guiarían su desarrollo natural. Si fuese así, la sociedad y política adquirirían una condición inmanente. Lo que equivaldría a sos-
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tener, el fracaso de la ilustración y por tanto la vuelta al mito, es decir, la naturalización de lo social. La significación de la política se deriva por tanto en primer lugar, en palabras de Norbert Lechner “de nuestra concepción de la sociedad puesto que si concebimos la sociedad como un orden natural, armónico, espontáneo, autorregulado y sujeto a reglas inmanentes resultado de causas heterónomas, no habrá lugar para la política como actividad humana consciente de creación y recreación de las condiciones materiales de existencia” (Lechner 1981). 5.- El carácter autoritario del Estado Nacional: Se identificó éste como uno de los factores relevantes en la tensión que existe en el binomio Sociedad/Política, atendido a que tiende a comportarse como estructura restrictiva de la democracia, con mecanismos de participación deficientes y creciente burocratización. Este aspecto evidentemente está presente en la demanda de una nueva Constitución en Chile, generada a su vez por un mecanismo de participación inclusivo. Por ejemplo, vía asamblea constituyente. La concepción autoritaria en el seno del Estado, no solo se expresa en los aspectos de estructura de organización, en su andamiaje jurídico, sino también en un ethos cultural de la sociabilidad, que ha llevado a ser considerada la sociedad chilena como muy clasista, desigual y discriminatoria. 6.- La Globalización: Se analizo este factor considerando siempre, que se trata todavía de un proceso en curso, sin embargo, se concluyó que las formas y expresiones dominantes de la globalización hacen que lo político deje de jugar un rol relevante en
la sociedad. En este sentido se acotó que el proceso de globalización antes que profundizar prácticas colaborativas o de profundización de los procesos democráticos, se ha centrado en aspectos fundamentalmente financieros y comerciales, debilitando en muchos casos el entramado social, contribuyendo a la profundización del modelo neoliberal y por ende en prácticas sociales individualistas de parte de la sociedad. Por otra parte es una globalización que tiende a minimizar la importancia de lo “local”, imponiendo rutinas de comportamiento que en la mayoría de las veces no se condice con los niveles de desarrollo alcanzado, poniendo nudos a procesos de integración social, identidad en la diversidad y a la concepción de un Estado descentralizado que permita reconocimiento a la otredad en la convivencia humana. 7.- La técnica y la tecnología: Se relevo dicho factor atendido el influjo que la técnica y las nuevas tecnologías han tenido en la vida social y política. Antes que un factor negativo, se destaco la “tensión” que la tecnología y la técnica ha producido en la relación entre sociedad y política. Se discutió en torno a la imposibilidad de otorgar “sentido” a los procesos técnicos y al influjo de éstos en los procesos políticos. Dicha tensión se visibiliza en prácticas cada vez más individuales del hacer y actuar; el producto del trabajo es cada vez una expresión desgajada de lo que se entendía como algo socialmente necesario, en dicho escenario, la soledad y desencantamiento empieza a deambular en la cotidianeidad de la vida moderna. Esto lleva a desembocar que la política no encanta con su práctica cotidiana y que los procesos sociales empiezan a configurarse al
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margen de sentido colectivo, en un devenir propio de la subjetividad individual. 8.- La modernidad inconclusa o la modernización excluyente: Como expresión de la crisis de los proyectos emancipadores que vienen desde la ilustración. Se abordó también en el debate acerca del la crisis del los denominados “socialismos reales” y su influjo negativo en la construcción de alternativas al modelo capitalista dominante. Asimismo se discutió en particular acerca de la crisis de la centralidad de la noción de sujeto: “dado que, la modernidad nos ha inculcado que el sujeto ha sido pensado como centro y origen, como objeto y destinatario, de toda la acción y de todo pensamiento. Todo esto que ha estado presente el discurso moderno, pero que no se ha trasvasijado en la práctica, ha significado muchas cosas, por ejemplo: un proceso creciente de autonomizaciòn de cada una de las tres dimensiones de la cultura, es decir, la racionalidad instrumental por un lado, la moral practica por otro y la estética entregada en mayor medida a los especialistas”2. Sin perjuicio de lo cual algunos sostuvimos a propósito de este punto que “sólo nos queda seguir batallando por una profundización de la democracia y sus libertades individuales y colectivas, es decir, radicalizar los contenidos sustantivos de la republica”3, sino también abrir espacio y participación para un debate reflexivo que alimente la praxis coti2 Aportes para el debate de Jaime Illanes, documento de discusión interna. 3 Ídem
diana, en donde la cultura sea el producto dinámico de lo social devenido en cultural. De otro lado, se expuso que el tema de la centralidad del objeto por sobre el sujeto, más bien ha afectado a los Estados Nacionales, tradicionalmente entendido como el núcleo centralizador de una nación o de varias naciones. 9.- La desigualdad: desde una perspectiva más visible, hubo consenso que las enormes brechas que existen entre los ciudadanos, en lo económico, social y cultural, también es un factor determinante para la fisonomía de la crisis que se advierte en el binomio Sociedad/Política. Evidentemente este punto se explica también por alguno de los factores apuntados precedentemente, sin embargo, como causa eficiente de la fragmentación del tejido social, este fenómeno no puede desatenderse. Un enfoque sociológico de esta realidad, entendida como una visibilización de lo concreto tiene una transversalidad más allá de la dimensión material. No obstante, el flagelo multinacional que encarna la globalización tal como se expresa actualmente es la desigualdad cada vez más galopante en el orbe que ha llevado incluso en naciones altamente desarrolladas ―como es el caso de Inglaterra― a un proceso creciente de concentración de la riqueza. En el caso de Chile es un tema acuciante que permanentemente está en la palestra, actualmente un estudio de la OCDE “la sociedad en una mirada 2014” (Society at a Glance). En dicho estudio, la organización para el desarrollo económico hace un panorama social de los treinta y cuatro países que conforman dicho club. Los aspectos más relevantes guardan relación a: desigualdad, pobreza y gasto
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social. El estudio confirma la desigualdad en Chile, ocupando el país el primer lugar en materia de desigualdad de ingresos. La pregunta que tenemos que hacernos ¿por qué persiste la elevada desigualdad en un país que casi ha cuadruplicado su producto interno bruto en los últimos 20 años? Hay muchas razones que lo explican, incluso las diferencias de ingresos entre los sexos, lo claro de todo esto es que Chile es un país muy desigual, un flagelo que hay que erradicar decididamente con voluntad política transformadora. La desigualdad es la cara más visible de la violencia social, poniendo cortapisa a la cohesión social, a los procesos democráticos y a la profundización de la democracia. Todos estos aspectos relevados aquí contribuye a una reducción de la política apartándola de bases valóricas y trascendentes, y encuadrarla en el sólo marco de políticas públicas, de la gestión administrativa-técnica y caracterizada por las relación instrumental entre medios y fines. Esta cosificación de la política, nadie la quiere, menos aún cuando hay que cometer grandes tareas y desafíos pendientes para que nuestro sistema político y la gobernanza del mismo, sea acorde a códigos éticos de transparencia, probidad y de autonomía entre la política y el dinero.
importancia de cada uno de ellos en la crisis multiforme entre sociedad/ política, para lo cual, podría hacerse un tipo de contrastación empírica en una muestra de sujetos sociales con fines esencialmente cualitativo-comprensivo
Notas * Documento de trabajo del Taller Sociedad y Política del Instituto Igualdad. Verano de 2015.
Compiladores Jaime Illanes Silva Henry Saldívar Miembros del Taller de Sociedad y Política. del Instituto Igualdad.
En síntesis, este acotado diagnostico analítico-descriptivo ha querido relevar aquellos factores más apremiante de la crisis entre sociedad y política, por cierto en estos no se agota la discusión, pero es un primer peldaño para avanzar, una tarea plausible a realizar a futuro, es jerarquizar la
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Referencias bibliográficas •
Gramsci, A. 19130. Cuadernos de la Cárcel. s/e.
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Lechner, N. 1981. Especificando la política. Artículo sobre Estado y Política en America Latina. Depto. Estudios políticos del CIDE: México.
•
MacPherson, CB. 1991. La democracia liberal y su época. Alianza, Madrid
RESEÑA
PENSAR Y PODER. RAZONAR Y GRAMÁTICA DEL PENSAR HISTÓRICO DE HUGO ZEMELMAN por EAZ
Hugo Zemelman. 2012. Pensar y Poder. Razonar y gramática del pensar histórico México: Siglo XXI
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l destacado intelectual socialista Hugo Zemelman (19312013) refiriéndose al período de la Unidad Popular solía decir que en ese período no hubo pensamiento. El acto de pensar autónomo estuvo colonizado en esos años por una forma “ideológica” de pensamiento, que traía consigo todas las respuestas a la realidad, por lo que hacía innecesario el pensar propiamente tal. Ya sabemos que una recepción cuasi religiosa de la ideología no solo no trae las respuestas necesarias a la realidad sino que trae respuestas incompletas o erróneas, y clausura el acercamiento de los sujetos que están protagonizando el cambio de social a la posibilidad de pensar la realidad, con un sentido histórico, a partir de su propia experiencia y de la indeterminación de ésta.
histórico autónomo versus un pensar a partir de una ubicación en una clase social que determina desde fuera del sujeto su “ideología” son algunas de las señas de identidad del pensamiento de Zemelman. “Pensar y poder” recoge, en parte, el pensamiento de este gravitante intelectual latinoamericano y socialista chileno. En él se explora de manera muy especial las posibilidades y límites que el lenguaje abre y restringe a la posibilidad de este despliegue de un pensar histórico autónomo de los sujetos de la emancipación
Si hubiese que destacar un aporte de Zemelman a la teoría crítica y a la izquierda es la comprensión que el tema epistemológico —es decir, como nos acercamos y comprendemos la realidad, es un tema profundamente político. Lo es al menos en dos sentidos: por un lado, porque define la relación entre práctica social y pensamiento, y lo hace en el caso de Zemelman a favor de una comprensión de la realidad marcada por su indeterminación: la primera ley de la historia sería su radical indeterminación. Y en segundo lugar, porque con este acercamiento produce un desplazamiento del saber teórico a los sujetos que producen pensamiento. En este sentido para Zemelman los sujetos del cambio no están predeterminados en su conciencia, sino que son construidos históricamente. Realidad abierta e indeterminada, importancia de los sujetos, pensar
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RESEÑA
PIGMENTOCRACIES: ETHNICITY, RACE AND COLOR IN LATIN AMERICA DE EDWARD TELLES por Javier Castillo J.
Sociólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Estudiante de Doctorado en Estadística Social de la Universidad de Manchester, Reino Unido.
Telles, Edward. 2014. Pigmentocracy: Ethnicity, Race and Color in Latin America. Chapel Hill: The University of North Carolina Press.
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l presente número de Igualdad y Democracia tiene como tema central el análisis de la historia e identidad del Partido Socialista de Chile, con el fin de actualizar la vigencia de su proyecto político. En ese contexto, el libro “Pigmentocracy: Ethnicity, Race and Color in Latin America”, editado por el sociólogo y profesor de la Universidad de Princeton Edward Telles, se transforma en un texto de lectura obligatoria por iluminar los diversos y profundos efectos de la raza sobre el estatus socioeconómico en América Latina, una discusión muy poco frecuentada por los intelectuales más importantes del socialismo chileno. Junto con ello, constituye un justo homenaje para el médico chileno y militante comunista Alejandro Lipschutz, quien a mediados del siglo pasado acuñó el término pigmentocracia para describir el particular influjo de la raza en los mecanismos de jerarquización social de Latinoamérica. Tradicionalmente, la forma de observar los problemas raciales en América Latina ha estado profundamente influida por el mito fundacional de cada una de sus repúblicas. El mestizo, actor central de esta mitología nacional, se erigió en síntesis de los principales grupos raciales —amerindios, africanos y europeos— que poblaron Latinoamérica desde la instauración del dominio ibérico y representó el anhelo de las nacientes repúblicas por terminar con la sociedad de castas engendrada durante el período colonial, en la cual el porcentaje de “sangre” europea marcaba la posición de los sujetos en la jerarquía social. Tan efectiva ha sido esta articulación discursiva que, desde su aparición y
hasta el día de hoy, el mundo político y la intelectualidad del continente han tendido a negar la existencia de grupos raciales, o al menos fenotípicamente, diferentes en sus respectivos países. Por añadidura, el racismo y la discriminación racial suelen ser descartados del panorama de problemas sociales a resolver por los gobiernos de la región. De un modo similar, cuando los economistas, politólogos y sociólogos latinoamericanos se refieren a las principales desigualdades del continente lo hacen señalando a la clase social de origen como el principal factor de inmovilidad y barrera a superar. Así, toda asociación entre raza y estatus socioeconómico no sería más que el resultado de la posición social heredada del período colonial por negros e indígenas, más no de la supervivencia de un criterio racial de jerarquización social. En el mejor de los casos, la intelectualidad latinoamericana acepta una versión cultural de la discriminación racial que circunscribe su existencia a los pocos rincones geográficos y grupos sociales donde el esfuerzo de homogenización lingüística de los estados no ha surtido efecto. Ante tamañas limitaciones conceptuales, “Pigmentocracy: Ethnicity, Race and Color in Latin America”, constituye un faro de luz para investigar el efecto de la raza sobre el estatus socioeconómico en América Latina. En ese sentido, este libro entrega tres innovaciones teórico-metodológicas que permiten abordar este problema en toda su magnitud y sin los sesgos antes mencionados. En primer lugar, esta investigación diferencia claramente los conceptos de etnia y raza, estableciendo para el primero una base cultural y para el segundo una fenotípica. A la par de esta dis-
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tinción, Telles y su equipo argumentan que al centrarse en un concepto de raza basado en el fenotipo es posible capturar un tipo de discriminación y fuente de desigualdad mucho más cotidiana y frecuente que aquella basada en las costumbres y el lenguaje. Luego de esto y como segunda innovación, los autores plantean la necesidad de abordar la diversidad de fenotipos a partir del color de la piel, pues a su juicio es la característica física más notoria y decidora a la hora de evaluar la cercanía o lejanía de un sujeto con respecto al estereotipo blanco tan valorado por las élites latinoamericanas. De este modo, el libro rescata la tradición de Lipschutz y su concepto de pigmentocracia para describir los resabios de la sociedad colonial y su jerarquización basada en el grado de cercanía con el fenotipo caucásico europeo. Finalmente y como tercera innovación, los investigadores detrás de este libro argumentan que para capturar fenómenos como la discriminación no es posible seguir utilizando preguntas sobre auto-adscripción étnico-racial, pues éstos cristalizan como problema social cuando otro hace una evaluación subjetiva de las características del sujeto discriminado. Con estas premisas, Telles lideró una investigación en cuatro países de América Latina: Brasil, Colombia, Perú y México. Los dos primeros fueron elegidos por representar la mayor población afrodescendiente del continente, mientras los dos últimos tienen la mayor cantidad de población indígena. Cada capítulo del libro está enfocado en uno de estos países y aborda una particular característica del problema racial latinoamericano. Complementariamente, el último capítulo presenta un análisis compa-
rado de los resultados expuestos en los acápites anteriores. Los principales resultados que este libro ofrece pueden resumirse en cinco. Primero, la raza y la etnia son conceptos multi-dimensionales que pueden medirse de diversas maneras. Segundo, no es posible capturar la desigualdad racial en toda su magnitud cuando se utilizan preguntas de auto-adscripción étnica. Tercero, el color de la piel es el factor más adecuado —aunque poco considerado— para captar la real dimensión de la desigualdad racial en América Latina. Cuarto, aun cuando es difícil de observar en diseños no experimentales, muchos latinoamericanos atestiguan haber visto o sufrido episodios de discriminación racial. Y quinto, la mayoría de los latinoamericanos apoyan a los movimientos pro derechos de la población indígena y afrodescendiente. En términos generales y para concluir, la reflexión teórica y los insumos estadísticas que aporta “Pigmentocracy: Ethnicity, Race and Color in Latin America” son fundamentales para enriquecer la discusión programática del socialismo chileno. Luego de años de negación de la diversidad y discriminación racial existente en Chile, incluyendo el connotado “Vengo de Chile, un país pequeño (…) donde la discriminación racial no tiene cabida” de Salvador Allende ante la Asamblea General de Naciones Unidas, la lectura atenta del trabajo de Edward Telles nos obliga a afrontar una de las causas más antiguas y profundas de la desigualdad en este rincón del mundo. Es responsabilidad de la izquierda en general y del socialismo en particular correr el velo que naturaliza un mundo jerarquizado entre en razón
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del aspecto caucรกsico de sus habitantes
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RESEÑA
SOCIEDAD CIVIL Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA. REFLEXIONES Y PROPUESTAS REGIONALES, DEL ÁREA DE INVESTIGACIÓN JURÍDICA INSTITUTO IGUALDAD por JIS
Investigador Instituto Igualdad. Correo: jaime.illanes@igualdad.cl
Soto, Victor y Moreno, Jorge. 2014. Sociedad Civil y Participación Política. Reflexiones y Propuestas Regionales Santiago: Instituto Igualdad y Fundación Friedrich Ebert Stiftung,
Área de Investigación Jurídica
138 pp.
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ste libro es producto de algunas de las actividades realizadas por el área jurídica de Instituto Igualdad, durante el año 2014. Es el resultado de un proyecto en donde participaron un equipo de trabajo constituido principalmente por jóvenes profesionales en roles de coordinadores, investigadores principales y asociados. La finalidad principal de dicho texto es dar cuenta a los lectores interesados en estos temas, de los resultados obtenidos en tres encuentros regionales y de las propuestas presentadas a los foros sobre la relación (déficit y desafíos) entre sociedad civil y participación política. Por tanto, el libro se enmarca dentro del campo sociedad y política, en particular, busca develar la tensión entre representación y participación, que no es otra cosa que referirse a la democracia —a la calidad de ella— en la sociedad chilena. Por tanto al interpelarse por la participación política no hacen otra cosa que interrogarse por la democracia en su encrucijada fundamental, es decir, en sus carencias, desvelos y tareas por enfrentar. No es un libro de corte teórico, pero contribuye a profundizar y extender ideas al campo académico, para reflexionar y sustentar con fundamento analítico, aspectos gravitacionales de la ciencia de la política en su giro instrumental, es decir, en sus coordenadas de cotidianeidad, por tanto, los temas tratados son de gran relevancia para el Chile actual, se inscriben en este esfuerzo, la participación política, la descentralización territorial, el desarrollo local y la modernización de la gestión publica.
se pone de manifiesto, para deliberar sobre aquellos tópicos que hay que mejorar, transformar y cambiar para que la actividad de la política vuelva a su sitio genuino de representar — con acción legitimadora— a la ciudadanía y el Estado sea un renovado servidor público con garantías explicitas de derechos y obligaciones, dentro de un sistema democrático, plenamente participativo, vinculante y territorialmente descentralizado, en todas aquellas decisiones de política publica que afectar desigualmente a los habitantes. Es un libro con aspectos de diagnósticos y de proposiciones, que tiene mucho sentido después que los movimientos sociales irrumpieran con sus demandas e hicieran sentir su malestar, el abuso de un sistema económico de cuño neoliberal y altamente concentrador de la riqueza y de los ingresos. La actualidad de los temas que recoge el texto hace que adquiera vigencia sus contenidos, se complementa con experiencias de organización social que ponen el acento en la participación y la cooperación. En síntesis, el conjunto de ponencias y experiencias registradas en el libro en comento, son un gran aporte en la perspectiva de dotar al sistema político chileno de aquello que la ciudadanía reclama al unísono “más democracia y más participación”
El tema de una nueva cultura política
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RESEÑA
MENÉNDEZ, REY DE LA PATAGONIA DE JOSÉ LUIS ALONSO por EAZ
Alonso, José Luis. 2014. Menéndez, Rey de la Patagonia Santiago: Catalonia. 351 pp.
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ue la historia no termina nunca de escribirse o bien que nuevos descubrimientos historiográficos abren relecturas profundas del pasado, es de esas verdades que está especialmente presente en el libro sobre uno de los llamados “pioneros de la Patagonia” chilena, José Menéndez. Exaltado, con pocos matices por la historiografía chilena y magallánica como un hombre de “esfuerzo” y de “trabajo”, aparece una figura muy distinta en el libro del historiador español Marchant: un hombre ambicioso y muy poco escrupuloso, vinculado indeleblemente al exterminio de los pueblos indígenas de la Patagonia. Es un hecho conocido, pero silenciado, el verdadero holocausto que tuvo lugar al sur del mundo, en tierras chilenas patagónicas, con los pueblos indígenas que habitaban la zona. Diversos trabajos historiográficos han intentado borrar las huellas de este exterminio. Para ello, han desarrollado diversas teorías como la transmisión de nuevas enfermedades desde los colonos a los indígenas, o bien de supuestas peleas internas de los indígenas. Sin embargo, Marchant muestra de manera documentada la existencia de una política sistemática de aniquilamiento de los indígenas patagónicos, operado en el marco de la conformación de los grandes terratenientes magallánicos, a partir de la entrega a estos inmigrantes de las grandes extensiones de la Patagonia, en las tierras que ocupaban los pueblos indígenas.
beerto de Agostini. Este señala “exploradores, estancieros y soldados no tuvieron escrúpulo en descargar su máuser contra los infelices indios, como si se tratase de fieras o de piezas de caza, ni de arrancar del lado de sus maridos y de sus padres a las mujeres y a las niñas para exponerlas a todos los vituperios; de arrancarlas de sus hogares para llevarlas a tierras extrañas en nombre de la Ciencias, y de exhibir estos desgraciados indígenas en público, como los seres más desgraciados del género humano”. Sin embargo, las presiones de los poderes obligaría al salesiano Agostini a autocensurarse, y la siguiente generación de salesianos abandonará la línea de dejar testimonio y denunciar el exterminio indígena. Posteriormente una condescendiente y tibia historiografía magallánica minimizará la desaparición de los pueblos indígenas patagónicos o divulgará algunas de estas teorías sobre causas “naturales” de la muerte generalizada de estas. El libro de Marchant vuelve a poner el dedo en la llaga de uno de los episodios más silenciado de nuestra historia nacional: la historia del genocidio indígena que tuvo lugar en las tierras magallánicas. Y en la cual participaron muchos de los “pioneros” que hoy dan nombre —a modo de homenaje— a las principales calles de Punta Arenas
Un aspecto interesante de este libro es el rol jugado por los salesianos en la Patagonia. El libro reconoce una primera etapa de denuncia de estos del exterminio indígena, particularmente por parte del sacerdote Al-
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CINE
Flickr Instituto Igualdad
LA ISLA MÍNIMA: UNA HISTORIA DE IMPUNIDAD DE ALBERTO RODRÍGUEZ por Raquel Águila Año: 2014 Director: Alberto Rodríguez País: España
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a isla mínima es una película dirigida por Alberto Rodríguez, ambientada en plena transición a la democracia, que narra un brutal asesinato que transcurre en un pueblo perdido de la España postfranquista. Las primeras escenas no hacen más que deslumbrar al espectador con imágenes maravillosas de las marismas del río Guadalquivir, para luego desembocar en una historia de intriga algo simplista que se va construyendo en torno a la investigación policial del cruento asesinato de dos jóvenes. Un thriller policíaco que no cierra del todo y que a ratos se estanca en un relato demasiado plano para cumplir con las exigencias del género; no deja de ser rescatable por la originalidad del recurso que utiliza el director para retratar el entramado político y social de un país aún resentido por una dictadura de 36 años, que se nos presenta como un elemento circunstancial, pero que a medida que avanza la historia se vuelve determinante en la narrativa de la película. El relato comienza en 1980 (tan sólo 5 años después de la muerte del dictador), marcada por el encuentro de dos policías madrileños, Juan y Pedro, quienes fueron enviados a investigar la desaparición de dos hermanas. En tanto avanza la investigación, van saliendo a la luz enrevesados detalles que van formando una ficción macabra de violaciones y asesinatos en serie, a la vez que se develan antecedentes sobre el pasado político de los protagonistas.
pero a la vez de camaradería que se da entre los policías, no aclarándose del todo —retratando con una profundidad abismante el sentir propio de la transición— si Pedro teme, desconfía o bien establece una relación de complicidad con Juan, sobre quien sabemos fue franquista, pero de quien desconocemos su participación en el régimen hasta el final de la película; la investigación policial sobre los crímenes que sugieren la participación de un hombre poderoso en ellos, quien parece estar al alero de una compleja maquinación de encubrimiento por parte de los habitantes del pueblo y; por último, la delicada confusión que se da en el ambiente rural entre la policía, las instituciones de justicia y el poder económico. Un testimonio lento y desolador que no deja de inquietar al espectador, quien hacia el final de la película parece ser el único que sigue clamando por verdad y justicia; estableciendo un ritmo que se apropia y se hace uno con las imágenes estériles de aquel rincón olvidado de España, donde la impunidad parece ser el leimotiv de la vida del pueblo. Si vamos a ver La isla mínima con la expectativa de ver una buena película policíaca, probablemente salgamos decepcionados. La isla mínima es en realidad una historia sobre los juegos perversos entre poder e impunidad de la vida en transición, sobre la violencia e injusticia constituyente de las estructuras sociales, sobre el afán frustrado de la búsqueda de la verdad
A medida que avanza el largometraje se muestra la superposición de 3 realidades que dan forma a la historia: la relación de desconfianza,
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PRÓXIMO NÚMERO DOSSIER
“EL DERECHO A LA CIUDAD” La ciudad es el resultado de decisiones, y nuestras ciudades, marcadas por la segregación social y espacial, son consecuencia de ello. La creciente polarización de este tipo de desarrollo no sólo es carente de ética sino que es insostenible, ya que los recursos son escasos: el suelo, la capacidad de inversión del Estado, los recursos naturales. El próximo dossier buscar sentar las bases para la necesaria discusión sobre la construcción de la ciudad.
Envía tus artículos, ensayos, columnas, reseñas o comentarios a revista@igualdad.cl y serán publicados el próximo número
FECHA LÍMITE 30 DE SEPTIEMBRE DE 2015
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