17 minute read

APCH Literaria 2021

Next Article
Culturales

Culturales

Letras brillantes

Lou Ann Torres y Jorge Quispe Correa fueron los ganadores del Concurso de Relatos Cortos convocado por la Asociación Peruano China, una iniciativa abierta a todos los amantes de la literatura. Ellos se impusieron en las categorías Cuento y Anécdota, respectivamente. Veamos a continuación sus trabajos.

Advertisement

“Hogar”

Autor: Lou Ann Torres

Primer lugar categoría Cuento

Comunicadora social que nació y vive en Huaraz, Lou Ann Torres Torres estudia una maestría a distancia en Escritura Creativa en la Universidad de Salamanca. De ascendencia japonesa, se inspiró en su abuela para construir el personaje de la madre en “Hogar”. Es una gran lectora de ciencia ficción de autores sinoestadounidenses. Le apasiona escribir y lo hace con gran talento, como podemos ver en el cuento que se llevó el primer puesto del concurso de APCH.

20 años antes

Había hecho un largo viaje para salvar a mi madre, no para soportar su enfado. —¡Ying Yue! —dijo ella.

Incliné la cabeza instintivamente, como si al hacerlo me estuviera protegiendo del torrente de palabras en chino. Ma suele hacer eso: usar el nombre que ya no uso y desfogar su ira en un idioma que no entiendo; y lo hace porque aquello representa un reproche en sí mismo, un amargo recordatorio de mi fracaso como hija. Quizá no comprendía la mayor parte de su discurso, pero sí el amargo sonido de su decepción. —Ma, tienes que venir conmigo, por favor.

Ella me ignoró y continuó hablando, como si yo fuera una intrusa en su conversación con un tercero. Bajé la mirada y acepté su reproche en silencio. Pensé que eventualmente se cansaría y al menos me haría pasar a la casa. Pero estaba equivocada. Me tuvo en la calle y no me invitó a entrar.

En vano traté de crear otra estrategia para convencerla, ya era muy tarde para actuar como la niña que ella recordaba. En lugar de llegar como la hija pródiga arrepentida, había llegado como la jefa al mando; y en mi premura por hacer las cosas bien, había olvidado que, en la casa, la jefa era ella.

Al fin, mi madre se calló y se dio la vuelta. Entró a la sala, y como no cerró la puerta tras sí, lo tomé como una buena señal y la seguí.

Me quité los zapatos, los dejé en la entrada y caminé hacia el comedor. Todo en aquel lugar me traía recuerdos. Mi casa, que durante mi infancia me parecía un maravilloso espacio acogedor en donde podía encontrar refugio, ahora me parecía un lugar deprimente y decrépito. ¿En qué momento comencé a ver la verdad de las situaciones? —Lávate las manos y siéntate a comer —me ordenó. —Ya comí —mentí con rapidez.

Me miró con suspicacia y luego dio rápidos pasos hacia mí. No me moví de donde estaba y supuse que ella sabía mi secreto.

Existe un prejuicio irracional contra nosotros, los gen infinito. Los medios de comunicación han hecho la propaganda adecuada para que la sociedad nos acepte, pero nada detiene la cadena informativa más eficaz de todas: el chisme. A menudo me sorprende la rapidez con la que la verdad se distorsiona; es como un producto maleable que toma forma y durabilidad según el individuo que la posee: una vez que es manoseada

y modificada a conveniencia, se pasa a la siguiente persona. La cadena tóxica no hizo nada por contribuir a la humanidad; todo lo contrario, retrasó por años los avances tecnológicos que el gobierno realizó secretamente con los gen infinito.

En aquel entonces, si les hubiéramos dicho que teníamos la cura para el cáncer, ¿nos hubieran creído? ¿Hubieran aceptado la reforma con los brazos abiertos? ¿O hubieran, como se temía en primer lugar, rechazado la tecnología por ignorancia y prejuicio?

Mi trabajo como gen infinito me ataba a un secretismo total y absoluto, pero mi madre no era parte del contrato de confidencialidad. Al menos, no para mí. Ella era el único pedazo de familia que me quedaba, y si tenía los medios para salvarla, lo haría aunque me jugara la vida. —Ma, quiero que vengas conmigo. ¿Recuerdas cuando me contaste que mis abuelos salieron de China para buscar un mejor futuro? Me dijiste que dejar tu hogar te dejó un vacío que nadie podía llenar; pero que salir fue la mejor decisión. Ahora quiero que tomes la misma decisión, por tu bien, y me acompañes a un lugar mejor.

Ella me miró con una expresión que no supe distinguir. ¿Decepción? —Tú ves y entiendes con tus ojos, pero yo veo y entiendo con los ojos de mis antepasados. ¿Qué te hicieron, Ying Yue? —dijo.

Ignoré su comentario. Podríamos discutir después, ahora era momento de abordar la nave y salir. No me quedaba mucho tiempo. —Ven conmigo, te lo ruego. —Tomé a mi madre por las manos—. Tendrás la mejor atención, te lo prometo. He arreglado todo para que te cuiden y…

Ella me soltó la mano y retrocedió. —¿Me dejarás allí? No iré.

Negué con la cabeza. Abrí la boca para explicarle que no sería así, que iría a visitarla cada cierto tiempo y la llamaría varias veces al día; pero ella, como si leyera mis pensamientos, retrocedió unos pasos más y me dedicó una sonrisa triste. —Te…

No pude completar la frase. En ese instante, la puerta se abrió y la nave atrajo mi cuerpo. No tuve tiempo para gritar ni para despedirme. Lo último que vi fue la expresión de dolor de mi madre. Quería decirle que yo sabía que ella moriría lenta y dolorosamente, que no tendría oportunidad de recuperarse, que solo yo tenía la cura, y que si no la salvaba ahora, moriría en agonía. Tenía la certeza de que ocurriría porque lo había visto y había viajado desde el futuro para impedirlo.

9 años antes

Examino mi imagen en la pantalla. He conservado mi rostro porque quiero que mamá me reconozca al verme. Mi cuerpo puede ser de metal, pero mis facciones narran la historia del ADN que mis padres escribieron para mí. Estoy segura de que mamá apreciará ver mi rostro humano. Y aunque tengo anhelos de verla otra vez, no quiero que nuestra reunión termine como nuestro último encuentro.

Nunca entendí por qué no podía viajar a un punto determinado del tiempo. Seguro que mis profesores lo explicaron en los momentos en que yo estaba diseñando la cura para mi madre. De haber sabido que sería tan complejo, hubiera prestado atención a lo que decían mis maestros. En aras de la verdad, escuchar una conferencia en tus pensamientos no es el método más efectivo de enseñanza. Presumo que si hubiese tenido el conocimiento, no habría dado por sentado que no se puede viajar a la época que a uno se le antoja ni quedarse ilimitadamente sin al menos cambiar un hecho significativo que interrumpa el curso del presente. —Lanzamiento en 5 segundos.

La voz de mi nave me recuerda que tengo tres minutos para convencer a mi madre. Esta vez estoy preparada: descargué una función que me permite entender y hablar en chino; además, tengo fotografías escaneadas en mi mano, por si tengo que apelar al sentimentalismo de mi madre.

Me inclino en señal de respeto, antes que ella abra la puerta. Con el rostro mirando al suelo, le hablo en chino y le digo que quiero que me acompañe a un viaje; mas cuando levanto la mirada, lo primero que veo no son sus zapatos.

Ella mueve su silla de ruedas y se acerca a mí. Tiene el rostro con las arrugas más marcadas, y una de sus mejillas cuelga inerte. Todo su cuerpo tiembla, pero no de alegría por verme, sino por la enfermedad que la consume. Estira un brazo y yo la tomo. —Mi Ying Yue —dice con los ojos brillosos—. Al fin has vuelto a casa.

Intento tragar saliva y contener una emoción que hace tiempo no he sentido. —No tenemos mucho tiempo. Te llevaré ahora. —Vienes a verme después de tiempo y no me honras con tu paciencia.

Tiene razón, no puedo evitarlo. Veo cómo los segundos transcurrían con rapidez en mi pupila derecha, junto con el progreso del análisis del cuerpo completo de mamá. Veo al monstruo que devora cada órgano de su cuerpo y el ritmo con el que se lleva a mi madre.

Hubo un tiempo en el que yo también tuve un monstruo, pero por ser un gen infinito, logré hacerme un trasplante en el ojo y ahora tengo la tecnología más avanzada del mundo en lugar de la parte mortal y orgánica. Estoy agradecida porque la ceguera me ha dado una visión que puede salvar. Si mamá acepta ir conmigo, el prospecto de la muerte será un miedo lejano que jamás la tocará, una anécdota sin gracia que podremos recordar en el futuro. —Lávate las manos. Antes vamos a comer. ¿Hay alguna relación entre la comida y el amor? Cuando vuelva preguntaré a alguno de mis compañeros si hay un estudio del comportamiento de los humanos en ese sentido. —Te prometo que comeremos algo después, cuando estemos en la nav… el auto.

Queda un minuto.

Antes, cuando tenía un corazón, sentía que se aceleraba en momentos que me producían ansiedad. Gracias a que cambié mi cuerpo, ahora no tengo esa sensación, pero sí veo que las conexiones internas trabajan con mayor celeridad que de costumbre. —¿Dónde estás viviendo ahora? —Hong Kong. —Tragué saliva. No quería mentirle—. Pero me voy a mudar.

Ella levanta la mirada y ahora me sujeta con ambas manos. No entiendo qué quiere hacer, hasta que veo que intenta jalarme hacia abajo, para que tenga mi rostro de cerca. —¿A dónde iremos?

Ah, plural. —Yo me iré a otro lugar, por cosas del trabajo; pero tú te quedarás en Hong Kong. Pensé que te gustaría porque —porque la ciudad es la más humana que tenemos— hay mucha vegetación.

Ella me suelta y gira su silla de ruedas.

No escucho qué dice a continuación porque el tiempo se terminó y ya estoy de vuelta en la nave.

2 años antes

—Muéstrame la secuencia de recuerdos.

Las memorias se reproducen en la pantalla de la nave y analizo la secuencia de acontecimientos. Consulté e investigué acerca del tema con algunos historiadores del comportamiento humano. Entre todos llegamos a la conclusión de que no puedo apelar a los sentimientos porque es una cualidad particular de los humanos; así que debo usar la fuerza. —¿Activar el holograma? —Sí. En una época primitiva todavía se requiere una identificación visual para evitar causar alarma entre los nativos. Abrir la ventana.

Dos mujeres están de pie. Una de ellas está recostada en una cama. Análisis confirman que es el objetivo. No, no quiero que me recuerdes por qué estoy aquí. En base a los recuerdos entiendo que debo salvarla. —Señora Qingzhao, aquí está su agua.

El hablante es joven, pequeño, para los estándares de la época. Su vestidura tradicional indica que es del personal médico. —¿Quién es usted? —Mi nombre es <01-ER5J>, y vengo a llevarme al individuo que lleva el nombre de Qingzhao. —Señora Qingzhao, ¿conoce a esta mujer? —Ella… no es mi Ying Yue. —¡Seguridad! ¡Auxilio! Una mujer quiere secuestrar a una paciente. ¡Auxilio! ¡Por aquí!

Protocolo de seguridad advierte que es un peligro interferir y/o causar un evento que ponga en riesgo la seguridad del presente. Apagar holograma. —Nave, repite una vez por qué es importante que salvemos a la mujer. —Los recuerdos indican que es vital salvarla, pero no precisa el porqué. —¿Una misión sin fundamento? Elimina la secuencia.

Tiempo indeterminado

¿Quieres que te cuente algo? Eres una máquina que me ayuda a caminar, pero no veo por qué no puedo contarte historias. En parte, me recuerdas a mi hija, Ying Yue. Ella solía aferrarse de mis piernas y pedir que le contara una historia; no le importaba el tema, solo quería que le narrara algo para que luego se disfrazara de algún personaje y recreara su escena favorita. Tú no harás lo mismo que ella, supongo; pero sí me prestas atención.

En 1854, mi padre conoció a un hombre que llegó a su aldea, proclamando que había una tierra nueva, con espacio libre para criar una familia y tener dinero… ¿Qué? No, 1854 según el tiempo en la Tierra. En aquel entonces tú no existías y yo era muy pequeña como para conocer los detalles. ¿Me dejas continuar? Lo siguiente que recuerdo es que estábamos en un barco. Mis papás tenían poco equipaje porque todo lo habíamos vendido o regalado a nuestros vecinos. Recuerdo que lloraron cuando… ¿Qué es llorar? Tú me has visto hacerlo, en ocasiones; es cuando de mis ojos brota agua. ¿Que por qué? Lloramos cuando estamos heridos, en el cuerpo o en el corazón, pero también cuando estamos tan felices que la alegría no nos cabe dentro. Déjame continuar. Mis papás lloraron cuando salimos de casa, y cuando viajábamos en el barco. En una de las veces que mi mamá lloró, le pregunté a mi papá si ella lloraba porque habíamos dejado nuestro hogar. ¿Y sabes qué me dijo? Dijo que estábamos viajando hacia nuestro hogar. Era muy pequeña, y distraída, para entenderlo, pero cuando fui grande lo entendí…

En la noche, cuando me levanto sudando y asustada, no es porque tenga miedo o esté enferma: es porque recuerdo a Ying Yue. En mi sueño, ella aparece, me abraza y desaparece sin decir más; y cuando veo a mi alrededor estoy sola en un desierto. Cuando se fue de casa, sentí que mi vida se fue con ella; y la vez que volvió a casa y ya no se llamaba Ying Yue, fue como si parte de mi historia se hubiera perdido. ¿Estoy divagando? Tenme paciencia. Últimamente revivo recuerdos que no evoco conscientemente.

No sé por qué te cuento esto. Mi historia no tiene final porque está incompleta y llena al mismo tiempo. Cuando mis padres dejaron China pensé que habíamos dejado nuestro hogar, pero papá lo había entendido antes que yo; por eso ahora siento que me falta algo: me falta mi Ying Yue y, sin embargo, siento que está y que no está aquí. ¿Que eso no tiene sentido? Ah, ustedes, máquinas, no sienten como nosotros. Si pudieras hacerlo verías que hogar no rima con lugar… ¿Cómo me dijiste que te llamabas? Oh, no puedo pronunciar eso. Escríbelo aquí. Eso es, gracias. Eres muy amable. Intentaré buscarte en mi siguiente vida, <01-ER5J>.

“El cerdo de Guangzhou”

Autor: Jorge Isaacs Quispe Correa Angulo

Primer lugar categoría Anécdota

Licenciado en Administración con una maestría en Administración Pública, sin embargo la verdadera vocación de Jorge Quispe Correa fue siempre la escritura: novela, microrrelatos, cuento y poesía. Tiene dos libros publicados, “Trazos primarios” (relatos) y “Pasajeros de lo efímero” (microrrelatos). Algunos de sus textos se han publicado en revistas y blogs de América Latina, España y Alemania. Participa en talleres de escritura creativa. En uno de ellos escribió ‘El cerdo de Guangzhou’, una fantasía histórica inspirada en un pequeño cerdo rojo de cerámica.

Una mañana, alrededor del 220 a. C. y luego de una serie de derrotas iniciales que le costó cien mil hombres, el Rey Qin Shi Huang logró someter a las tribus de Guangzhou, al sur de China. La algarabía de los vencedores fue tal que, temiendo no poder controlar a sus hombres, el General a cargo de la campaña les dio total libertad para que tomasen cuanto pudiesen como botín de guerra, salvo aquellos artículos que podrían ser de interés al Rey. An Xun, campesino forzado a servir como soldado, tomó posesión de un pequeño cerdo rosado que temblaba escondido entre unas gardenias manchadas de sangre. Aquel pequeño animal le había traído recuerdos de su niñez en Danyang, de cuando su abuelo se esmeraba en enseñarle el arte de criarlos. Lo cobijó entre sus brazos como una forma de protegerlo de lo que acontecía a su alrededor.

Al día siguiente de culminada la campaña, An Xun decidió retornar a su pueblo llevando al cerdo en una pequeña jaula hecha de bambú. Durante el trayecto, se preguntaba si las cosas continuarían tal y como las había dejado o si habrían cambiado. Al llegar, luego de un larguísimo viaje, sintió profunda tristeza cuando vio que su aldea había sido arrasada por miembros de la dinastía Han que rechazaban al Rey. Apesadumbrado, se instaló sobre los restos de lo que había sido su casa. El chillido del cerdo le hizo salir de ese estado. Tan rápido como pudo, empezó a armar una pequeña choza con los materiales que pudo recolectar. Las nubes anunciaban que una lluvia intensa pronto iniciaría y era conveniente apurarse.

Esa noche, al ver la triste tonalidad que la luz de la luna llena proporcionaba a los restos de su poblado, An Xun lloró desconsoladamente. No podía dejar de recordar la prosperidad y felicidad de antaño. El cerdo, que reposaba apaciblemente en su regazo, levantó la mirada hacia su dueño al no sentir las caricias que le prodigaba hasta hacía solo unos instantes. An Xun, entre lágrimas, besó el lomo del animal con la ternura con la que un padre da las buenas noches a su hijo. Lo abrazó fuerte como si en su calor fuera a encontrar el consuelo que necesitaba. An Xun, demolido por el cansancio, se quedaría dormido unos minutos después.

Al día siguiente unos niños notaron que sobre el lomo del cerdo había un lunar en forma de corazón. An Xun diría los siguientes días que el lunar había aparecido en el lugar donde él besó al cerdo aquella noche. Fueron los niños quienes corrieron la voz a los niños de las poblaciones vecinas de la existencia de un cerdo con un lunar extraño. De pronto, el acostumbrado silencio que imperaba en el pueblo se

tornó en una melodía compuesta por las risas de los niños que visitaban al cerdo. An Xun, emocionado por la fama que iba adquiriendo el animal, les permitía cargarlo e incluso besarlo. Grande sería su sorpresa al descubrir, las mañanas siguientes, el surgimiento de más lunares en forma de corazón por todo el cuerpo del cerdo.

Dos meses después una tormenta inclemente destruyó lo poco que quedaba del pueblo. An Xun y sus vecinos estaban destrozados por la pena. Sintieron que todos los esfuerzos por reconstruir al poblado habían sido en vano. Sin hablarse y envueltos por todas las lágrimas del mundo se pusieron a remover los escombros. De pronto, sin que nadie se percatase, el cerdo comenzó a sacudirse hasta hacer que las marcas en forma de corazón de su cuerpo se desprendiesen y, como movidas por un viento mágico, se transporten hasta los corazones de los devastados pobladores para darles esperanza y fuerzas para no rendirse. An Xun y sus vecinos sintieron como si, en cierta forma, hubieran vuelto a nacer. La reconstrucción del pueblo se hizo de forma rápida y prosiguieron meses de bonanza y de paz.

La fama del cerdo trascendió fronteras y pronto llegó a oídos del ahora Primer Emperador de China Qin Shi Huang. Con un argumento tan contundente como que era un honor para él que el Emperador tomase como regalo al cerdo, a An Xun no le quedó más remedio que entregarlo. Se cuenta que el cerdo, en la corte del Emperador, siguió brindando esperanza, alegría y aliento a aquellos que lo necesitasen. Incluso Qin Shi Huang fue consolado gracias al extraño don del cerdo al enterarse de la muerte de cerca de cien mil hombres acontecida durante la construcción del proyecto que sería posteriormente conocido como La Gran Muralla China.

En marzo de 1974 cerca de Xi’an (provincia de Shaanxi) se halló bajo el mausoleo del Emperador Qin Shi Huang unos compartimentos que albergaban miles de soldados y caballos hechos de terracota. Se presume que luego de su fallecimiento fueron colocados allí por Li Si, su consejero, en la creencia que aun en el más allá este pudiera seguir teniendo tropas a su mando. En una esquina, en un pabellón destinado a los generales de este ejército de terracota, se observa la presencia de una pequeña estatua del cerdo de Guangzhou, con su cuerpo tatuado de corazones, eternizando de esta manera su disponibilidad de dar esperanza y sosiego al mundo entero.

This article is from: