Cultura: modernidad y postmodernidad
Víctor Manuel Sánchez Tapia1 Francisco Javier Ramírez Díaz2
Resumen La cultura es tópico que se define desde diferentes posturas y corrientes de pensamiento, lo cual ha generado una diversidad de concepciones sobre ella, que, en su mayoría, la abstraen de su fundamento sociohistórico, provocando un reconocimiento parcial del individuo al agruparlo en función de una identidad formal. Si en el postmodernismo el estudio de los núcleos humanos se ancla en el consumo, en el modernismo es en la producción como lo hace el marxismo, teoría que ofrece una explicación más objetiva, porque considera al trabajo humano en sus dos atributos, técnico e histórico social como fuentes originarías de la cultura del hombre, crean un sentido humano y expresan el grado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales, en sus contradicciones histórico-sociales y en la conciencia que de ellas tiene el hombre. Palabras clave Cultura, identidad, consumo, praxis
1.
Introducción
El papel que juega la cultura para la comprensión del hombre y cómo en ella se expresan las condiciones en las cuales se está desarrollando, es tópico que ha causado polémica, principalmente desde el origen de la antropología y la sociología, ciencias que se han preocupado por desentrañar las preguntas ¿Qué es el hombre?, ¿Qué es la cultura? Ya que dependiendo de la respuesta primera se responderá la segunda.
El artículo esboza la tesis de que el estudio de la cultura debe ser más objetivo, evitar romper con el carácter ontocreador del hombre y la clase social, cuya relación enmarca los rasgos distintivos de los núcleos humanos, lo social, sin reducirlos a la cuestión individual, como pretende el postmodernismo al incluir la identidad y la diferencia como categorías básicas para explicarlos, donde se toma como aspecto importante el consumo cultural y el cómo ha sido transformado por el mercado. Lo anterior se desprende de que, en las teorías de la modernidad, los núcleos humanos se anclan en la producción, mientras que en las de la
postmodernidad lo hacen en el consumo. El marxismo, como “teoría moderna”, ofrece una explicación más real al considerar al trabajo humano en sus dos atributos, técnico e histórico-social, como fuentes originarias de la cultura de los núcleos humanos, por ser la base para su reproducción material y espiritual, y su explicación del devenir social. Sin embargo, aún aquí, no es tarea sencilla por el hecho de ser tópico dejado de lado, por centrarse más en las categorías económicas de producción y plusvalía, conllevando a perder la perspectiva de que la lucha de clases, como proceso histórico, determina y es determinada por la cultura, expresada como producción, consumo, ideología, poder, religión, ciencia, arte, etc.
2. Dilucidaciones sobre cultura
El término cultura engloba modos de vida, ceremonias, arte, invenciones, tecnología, sistemas de valores, derechos fundamentales del ser humano, tradiciones, símbolos y creencias. En un principio se le concebía sólo como la realización espiritual del hombre, en donde lo más importante era su representación como ser; cultura subjetiva o personal, después, se le define a partir de los bienes culturales, los cuales se llegan a concebir como cultura objetiva o real (valores, religión, construcciones, etc.). Posteriormente, al parejo del desarrollo de las ciencias sociales, se complementan ambas, sin perder su caracterización primordial1. Sin embargo, al separarse de esa manera, se deja de concebir al hombre como un sujeto práctico, que, a través de la cultura, se expresa, toma conciencia de sí mismo, cuestiona sus relaciones, busca nuevos significados y crea obras que le trascienden como individuo. Por lo tanto, esas concepciones al centrarse en el símbolo, el mito, la religión y/o el leguaje, la consideran como elemento importante para el análisis de toda forma de organización social; por ello, el concepto muestra contar con un sinfín de
definiciones, a causa de la postura teórica en que se halle el investigador y la disciplina. Por ejemplo, en la antropología, se refiere a los conocimientos, las creencias, el arte, la moral, las leyes, las costumbres y todas las disposiciones y hábitos que el ser humano adquiere en tanto es miembro de una sociedad. En la sociología, se le percibe como el proceso de producción simbólica, cultivo de ciertas capacidades humanas y formas de vida concretas que la gente lleva en común; en otras palabras, es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o grupo social en un periodo determinado (Bisbal, 1999:33). En esta perspectiva tanto la antropología y la sociología consideran que la cultura es el conjunto de actividades y productos, tanto materiales como espirituales, que distinguen a una sociedad de otra. Sea ésta forma o contenido de lo social, se entiende que es aquello que le da sentido a la manera en que una sociedad está estructurada, que brinda un significado ideal a la existencia de sus miembros y les dota de esencia, de identidad. Aunque, expresa Cassirer (1997:50), “es innegable que el pensamiento simbólico y la conducta simbólica se hallan entre los rasgos más característicos de la vida humana y que todo el progreso de la cultura se
basa en estas condiciones”, la relación hombre-sociedad se presenta como eje de la cultura, donde se encierra la distinción entre el hombre y los animales, que a decir de Ramírez (2006:32), el instinto gregario del hombre lo asocia y conforma como una sociedad de seres vivos; pero, por su necesidad de reproducirse y su atributo de ser conciente, le conduce a construir una nueva realidad: la sociedad; “Comparado con los demás animales el hombre no sólo vive una realidad más amplia sino, por decirlo así, en una nueva dimensión de la realidad” (Cassirrer, 1997:47). En cambio, los animales que al igual actúan por instinto y asociación, no tienen desarrollada aún esa la capacidad de concientizar y visualizar su producto antes de comenzarlo, capacidad creadora que permite al ser conciente transformar a la naturaleza y a sí mismo para asegurar su supervivencia. Existe una diferencia innegable entre las reacciones orgánicas y las respuestas humanas (Cassirer, 1997:47). Al inventar se crea y aprende de otros, modifica constantemente las formas de su vida social… ¡crea cultura! De ésta manera, la cultura se define, a decir de Lemos (1976:13), como el conjunto de conocimientos captados durante la práctica de la vida, mediante la experiencia cotidiana, impulsada a resolver los problemas que tanto el medio físico como social, presentan al individuo.
3. Cultura y posmodernismo
En el postmodernismo, la definición de cultura está anclada en el símbolo y el consumo porque se considera que todo bien, sea cual sea su cualidad, contiene simbolismo, valor económico y valor simbólico; se apoya en las categorías de multiculturalidad, diversidad, identidad y diferencia, utilizadas para explicar los fenómenos culturales en la sociedad de consumo y en la idea de que el ser individual necesita formarse una identidad y a la vez diferenciarse de otros, por esta vía simbólica. El símbolo surge de la idea expresa en Cassirer (1997:47) “El hombre no puede escapar de su propio logro, no le queda más remedio que adoptar las condiciones de su propia vida; ya no vive solamente en un puro universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdidumbre complicada de la experiencia humana”. La afirmación en el consumo, sostenida por Marcuse y criticada por Weber (1975:16), se explica por la sustitución del estado de penuria social de la clase obrera por la sociedad de consumo, ya que para el filósofo francés, bajo el capitalismo clásico el obrero era una bestia de carga que producía con el trabajo de su cuerpo las necesidades y los lujos de la vida de otros, mientras él vivía en la indigencia y la miseria; que en el neocapitalismo, al contrario, satisface las necesidades elementales de las masas. Consecuentemente, el consumo llega a dar forma a sus necesidades fundamentales porque el sistema se impone a los individuos no tanto por la represión directa como por la manipulación eficaz de sus necesidades. Bell (1976:49), resaltando a la identidad, que es tratada desde la funcionalidad, donde lo más importante no es el cómo se puede desarrollar el individuo de acuerdo a sus relaciones con los medios de producción, sino de acuerdo con lo que se siente ser y como quiere ser, a medida en que se disuelve la estructura social tradicional de clases, explica que “es cada vez mayor el número de individuos que desean ser identificados, no por su base ocupacional (en sentido marxista), sino por sus gustos culturales y sus estilos de vida”. Entonces, la identidad se presenta como el reconocimiento de las cualidades inter-relacionales e inter-dependientes de las redes de significación que definen los procesos de cognición y la existencia como seres sociales y la diferencia es la base y la posibilidad de toda diferenciación, y por ello, de toda clasificación y definición; Nizamis (2001:98) afirma que la diferencia es la cualidad o el estado de ser distinto o disimilar, siendo la base sustancial de la diversidad como componente del ser social1.
Para estas teorías. la diversidad se presenta como componente del ser social, y se le considera como la mayor de las riquezas culturales humanas y no como instrumento para la exaltación y/o degradación de la identidad y la diferencia; lo que se busca es respetar la igualdad humana esencial y la búsqueda de la semejanza fundamental trata de dejar de lado lo que hace superficialmente distintos a los individuos ya que, al enfrentar formas de vida diferentes, se presenta la tolerancia1 como condición fundamental para la convivencia social, en otras palabras, qué condiciones y prerrequisitos deben cumplir las identidades para ser aceptadas, dando paso a la multiculturalidad. Sin embargo esa semejanza, explica Díaz-Polanco (2006:8), se encuentra construida desde posiciones que subordinan a quienes no suscriben la idea de lo humano supuestamente colocada por encima de las culturas. La multiculturalidad, dice Díaz-Polanco (2006:35), se presenta como la glorificación de las diferencias étnicas y culturales tradicionales bajo el paraguas de la inclusión universal, exaltando la diferencia como cuestión cultural, mientras disuelve la desigualdad y la jerarquía que las mismas identidades diferenciadas contienen y pugnan por expresar.
3.1. Sus categorías fundamentales: identidad y diferencia
Existen muchos trabajos realizados sobre la construcción de identidades: la identidad en la cultura, la identidad en la música, la identidad de los jóvenes, etc., donde, primordialmente, los símbolos explican la pertenencia de clase, nación e ideología, y se le presenta como panacea para explicar todas las relaciones humanas, Para Nizamis (2001:98) “…las nociones de esencia e identidad han suministrado a la cultura occidental una ficción provechosa y habitual, tanto en forma de unas metafísicas de la persona individual (el alma eterna atomista), de objetos individuales (comprendiendo esencias materiales o ideales, como las propiedades universales eternas), del lenguaje (significados o conceptos esenciales y permanentes), del género (masculinidad y feminidad como entes esenciales fijos) o incluso del valor económico (por ejemplo, la noción de que los objetos y el trabajo humano poseen un valor esencial que puede ser medido y representado en forma de dinero, para así ser intercambiado).”
La idea de la identidad tiene su origen en el existencialismo, filosofía del individualismo y particularismo, donde lo primario es lo singular de lo que se percibe; la particularidad de esta existencia humana o aquella otra, donde toda conciencia es siempre un dirigirse hacia algo, es conciencia de y, por eso, se proyecta hacia fuera, hacia el objeto o ser en sí. El existencialismo muestra un camino individualmente creativo de hacerse a sí mismo, a pesar de lo dado o de toda circunstancia, revelando la importancia de la búsqueda de la identidad. Ha sido tomada últimamente como categoría para vislumbrar aspectos del hombre que no se habían considerado anteriormente, “hasta tal punto que la ‘identidad’ se ha convertido ahora en un prisma a través del cual se descubren, comprenden y examinan todos los aspectos de interés de la vida contemporánea” nos dice Díaz-Polanco (2006:15), reforzando su definición de sentido de pertenencia y reconocimiento que un individuo tiene respecto a su grupo, a una colectividad, a su cultura. Así, identidad y diferencia, están presentes de manera importante en las tesis de la globalización, al ser
Sin embargo, esas concepciones se basan en una agrupación de sujetos bajo la distinción estamental, núcleos humanos definidos por su participación funcional, la realización de una actividad que les identifica de manera formal por las labores que realizan y les son necesarias para su reproducción material y espiritual. Toman en cuenta sólo uno de los atributos del trabajo humano, que cambia con cada transformación técnica de la relación Mp/Ft, diferenciación técnica a la que hacen causa de la aparición de nuevos núcleos funcionales de una comunidad humana. Weber (1975:36), quien afirma que cuando el capitalismo se impone como modo de producción dominante, el trato, las relaciones entre personas, toman el carácter de una cosa, adquieren una objetividad ilusoria que, por su propio sistema de leyes, riguroso, enteramente cerrado y racional en apariencia, encubre cualquier huella de su esencia fundamental, y da paso a la concepción ahistórica de la cultura, donde los cambios en las relaciones de propiedad sobre los medios de producción no tienen relación alguna con los cambios culturales que se originan en la sociedad, concepción errónea, como se verá más adelante.
4. Cultura en el Marxismo
En su Prólogo a la Contribución, Marx (1978) sostiene que cuando se estudian los cambios ocurridos en las sociedades, se debe diferenciar entre los conflictos ocurridos en el terreno de las relaciones sociales fundamentales y aquellas formas ideológicas a través de las cuales los hombres van cobrando conciencia del conflicto y luchan por resolverlo. Sin embargo, hay que recalcar que, si no se acepta que el simbolismo constituye un principio fundamental de la conciencia del hombre “la cuestión acerca del origen del lenguaje, del arte y de la religión no encontrará respuesta y quedaremos abandonados frente a la cultura como ante un hecho dado que parece, en cierto sentido, aislado y, por consiguiente, ininteligibible.” (Cassirer, 1997:50) Así, el marxismo se presenta como una de las teorías más desarrollada para la explicación de la cultura. Ossowski (1972:238) confirma el planteamiento anterior: “El marxismo ha planteado el problema de la superestructura ideológica de las distintas formaciones sociales, el estudio de las concepciones de la estructura de clases a través de los siglos nos muestra la existencia de una persistente superestructura ideológica de los sistemas clasistas que se impone por encima de las diferencias de sistemas.”, al considerar a la cultura como parte de la superestructura de la sociedad, expresada como ideología que es determinada por el papel que juega la clase que gobierna la producción y las contradicciones sociales que ello engendra.
Para Marx (1978:37), “los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia”. Esas formas determinadas de conciencia son expuestas por Ossowski (1972:11-12) como “el contenido mental característico, para determinados medios, de los conceptos, las figuraciones, las convicciones y valoraciones que les son más o menos comunes a los hombres de ciertas esferas sociales, y que en la conciencia de los diferentes individuos se hallan fortalecidos por la sugerencia recíproca, por el convencimiento de que están igualmente compartidos por los demás miembros de ese mismo grupo.”
Al hablar de grupos en el marxismo se hace referencia a la diferenciación dicotómica que se origina a partir de las relaciones sociales; se les llama clases “a los grandes grupos de gentes (sic) que se diferencian por el lugar que ocupan en el sistema históricamente determinado de la producción social” (Ossowski, 1972:14), porque, para el capitalismo, su reproducción se da bajo la hegemonía social de dos
la burguesía, y la que hace uso de esos medios, el proletariado, relación que expresa el otro atributo del trabajo humano: la relación propiedad de los factores objetivos de la producción y la forma de enajenación del trabajo que de ello se desprende (P/Te), o sea lo histórico-social, responsable del desarrollo material y espiritual, cuyo contenido es la lucha de clases que se expresa como cultura.
4.1. Sus categorías fundamentales: clases sociales y sus contradicciones
En la sociedad capitalista, explica Weber (1975:37), “el proletariado vive el antagonismo de clase […] en tanto que clase productiva entra en antagonismo con los que llevan la voz cantante sobre su trabajo y sus productos: la patronal y su gobernante. Los intereses son aquí rigurosamente contradictorios, y en esta contradicción estructural engendra un conflicto permanente, una lucha de clases elemental cuya apuesta es el precio de la fuerza de trabajo y las condiciones de su explotación.” A través de esta lucha, los trabajadores toman consciencia de sí mismos, del papel que juegan en la producción, de sus intereses como productores, del antagonismo que los opone al patrón, toman consciencia de su identidad y de la de su adversario.
De esa manera, la identidad estamental, que llega hasta donde el sujeto comparte características sociales y se diferencia de otros, en tanto sea la música o libros que consuma, donde sus inclinaciones estarán determinadas por su visión más general del mundo, es superada por los rasgos identitarios y esenciales del ser social, que están en función a las relaciones de producción que porta, lo que Marx llega a llamar la esencia de las clases sociales, debido a que “el pensamiento del hombre, deviene en ideología a causa de su práctica y se llega a constituir la conciencia de una clase social” (Ramírez y Morales, 2006:49). Además, como explica Weber (1975:30), “el proletariado es una clase universal por sus sufrimientos universales (subrayado mío), no reivindica derechos personales, porque no se le ha causado ningún daño particular, sino un daño absoluto. No está en oposición particular con un aspecto cualquiera del sistema sino en oposición general con sus presupuestos. Reivindicando simplemente el derecho a una vida humana”. Sin embargo, comparte las ideas, los valores, la concepción del mundo de la clase dominante y ocupa el lugar que ésta le asigna en las relaciones capitalistas de producción. Para el marxismo, el concepto de clase social se liga directamente con toda la concepción de la cultura en tanto ésta es fruto de la ideología, el poder y acción motivadas por los intereses de clase (Ossowski, 1972:94), que se presentan en las distintas formaciones sociales por encima de las diferencias de sistemas. Por lo tanto, para explicar el grado de desarrollo en que se encuentran las formas ideológicas de las clases es necesario distinguir los intereses materiales que persiguen de las formas en que se representan dichos intereses. En la cultura se expresan esas formas ideológicas que juegan un papel muy importante para la explicación de la realidad puede ser comprensible sin formas a través de las cuales se puede explicar.
Consecuentemente la cultura se divide en material y espiritual, las herramientas de trabajo son producciones materiales, las pinturas, música, esculturas son creaciones humana, por lo tanto, lo que importa para el estudio de la cultura, no es el qué se hace, sino cómo se hace y con qué se hace, lo cual no es fácil percibir. Como expresión inmediata, dice Kosik (1976:126), ésta se manifiesta bajo determinadas formas históricas que adquieren autonomía y se transfieren a la conciencia acrítica, como formas autónomas respecto del hombre y su actividad; apreciada como práctica inmediata, es erróneo porque no contempla al hombre como ser práctico que reproduce su propia historia y conduce a reflexionar al todo social, formado y constituido por la estructura económica y espiritual como fruto de ese carácter histórico y práctico del hombre que reproduce esas condiciones. La excelsitud de la praxis humana se alcanza cuando funde la causalidad de lo dado con su finalidad porque descubre con ella el sentido de las cosas y crea un sentido humano, que se expresa en el grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales, en sus contradicciones histórico-sociales y en la conciencia que de ellas tiene el hombre.
.4.2. Cultura y praxis
Como toda creación cultural (artesanal, preartística, precientífica) nace de la necesidad del trabajo colectivo impuesta por la naturaleza, explica Lemus (1976:15); entonces, la cultura, como resultado de la actividad humana, es premisa y resultado de un todo estructurado: la sociedad. Toda práctica que incide en el conocimiento y transformación del mundo, es reflexión y acción cuya finalidad es modificar las cosas reales; a aquello que existe fuera de la conciencia y es necesario para la existencia del hombre (Ramírez, 2008:45); por ello toda expresión cultural está ligada con las distintas etapas del desarrollo social, viéndose enriquecida en el tiempo a causa de la acumulación de conocimientos acerca de la relación hombre-hombre y hombre-naturaleza. Como criatura, el hombre, a decir de Ramírez (2008:85), es lo positivo y resultado de su propia actividad, complemento de su naturaleza interna y externa, que cohesiona a la población en un todo y que opera como resultado y estímulo para el desarrollo social.
Es la praxis lo que da significado a los productos del hombre; es, a la vez, la base fundamental para su desarrollo cultural. Como todo es cultura, esa transformación no puede ser reducida nada más a donde el hombre se expresa como relación material, ya que el hombre, es ser ontocreador, transformador, contemplador, conocedor, etc. Así, el hombre concreto produce y reproduce la realidad social, al mismo tiempo que es producido y reproducido históricamente en ella. Partiendo de su propia base económica material, crea su conciencia (Kosik, 1967:139). Por estas cualidades, específicamente humanas, culturalmente tiene un comportamiento estético donde se expresa, exterioriza o se reconoce a sí mismo, en la naturaleza y a ésta fuera de él, en las obras de arte que son creaciones suyas (Sánchez, 1969:75). La esencia del hombre, afirma Kosik (1967), es unidad de su objetividad con su subjetividad; es parte de la naturaleza, es naturaleza, y en ella crea una realidad que la supera; al ser dirigido por una finalidad utilitaria, como primera condición histórica, la praxis se presenta a manera de forma inmediata de crear y reproducir su existencia, “amalgama de fuerza física y finalidad conciente, que contiene en sí la posibilidad para transmitir, de una generación a otra, ciertos bienes materiales e intelectuales que trascienden la finitud del sujeto individual” (Ramírez, 2008:59). Por lo tanto, el hombre es sujeto objetivo; es ser creador de una realidad social con los materiales otorgados por la naturaleza y siguiendo sus leyes; así, se explica la importancia de la economía, como “estructura fundamental de la objetivación humana, como esqueleto de las relaciones sociales, como la característica básica de dicha objetivación, como fundamento económico que determina la superestructura” (Kosik. 1967:136). El trabajo material transforma a la naturaleza y éste se impone como sólido basamento para que, desde ahí, se erija toda estructura social (Ramírez, 2008:49). Si el trabajo humano, expone Ramírez (2008:26), es “actividad compleja y síntesis de procesos múltiples en los que se involucra la consciencia, la voluntad y al movimiento como actuar efectivo”, por lo tanto, “todo trabajo condensa procesos ideológicos, de poder y acción social sólo que determinados por las condiciones históricas en que se realiza”. Correspondiéndose con lo que afirma Lemos (1976:23-24), “la cultura se relaciona con las tres bien conocidas funciones señaladas por la sicología (sic) clásica; es decir, aquellas por las cuales la consciencia se conecta con el mundo exterior para captarlo (afectividad), conocerlo (inteligencia) y modificarlo (voluntad)”, y, continúa Lemos, “toda modificación consciente de la naturaleza por el hombre es una creación y toda creación humana es producto de las tres funciones antedichas, pero con el predominio de una de ellas sobre las otras dos: cuando impera el factor emocional, surge una creación artística; si prevalece la función intelectual, el producto es científico; cuando prepondera la accionalidad o voluntad, aparece una obra técnica.”
.5 Conclusiones.
La sociología contemporánea, ha dado tal importancia a la categoría de identidad y sus efectos sobre la cultura, que ha nublado la percepción de lo que da sentido y valor a la vida humana, de su contenido, puesto que reconocer a la identidad con base en la relación de clase o en el grupo funcional de la sociedad a la que pertenece, depende de la disociación funcional que se hace del hombre como productor/consumidor (Ramírez, 2008:85). Es posible construir los núcleos humanos bajo esos postulados y, al parecer, así se ha hecho. Pero, la identidad como algo determinado por factores como el consumo de lo cultural, tipo de literatura, música que guste, etc., debe valorarse con detenimiento, porque, si bien es un elemento constitutivo del sistema social, con una finalidad específica o genérica para la construcción de los núcleos humanos, no es el que ocupa la mayor jerarquía dentro del sistema sino es subsidiario de la producción, dentro del proceso complejo de producción/consumo. El planteamiento postmoderno parte del reconocimiento parcial del individuo para agruparlo en función de una identidad formal, puesto que su interés es estudiar la historia cultural de las minorías, razón por la que su objeto de estudio es el conflicto cotidiano en su escala más reducida y sus explicaciones excluyen a las razones económicas, para abrir paso a los valores morales y éticos. Pero, Marx (1978:38) expone que: “Así como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época de trastorno por la conciencia de sí misma; es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productoras sociales y las relaciones de producción” La cultura ha sido tipificada en muchas formas y definiciones, pero siempre abstrayéndola de su fundamento sociohistórico concreto, donde siempre requerirá de la identidad y de la diferencia. Sin embargo, cultura es la manera como los grupos sociales responden los retos de la supervivencia, y como se explican a sí mismos y a los demás en su entorno, su pasado, su presente y su futuro, además de constituir la vía de expresión de sus formas de existencia. Al igual, significa el conjunto de comportamientos mentales y voluntarios, de la selección y graduación de los valores de un grupo, históricamente determinado, frente al cual no pueden las clases sociales esforzarse por permanecer extrañas, indiferentes y neutrales. Por lo tanto, es el conjunto de conocimientos y circunstancias que una generación históricamente determinada trasmite a otra como resultado de su reproducción social y que la segunda recibe, modifica y continúa, en función de su misma actividad. Cultura, no es conjunto de ideas, comportamientos o valoraciones eternas y postuladas por un grupo, como pretende explicar el postmodernismo.