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IPNUSAC
Editorial
Arqueología y trastorno de identidad disociativo
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Durante la primera quincena de febrero del año en curso se hicieron públicos novedosos hallazgos que, a decir del gran despliegue mediático observado, apuntan a “revolucionar” el conocimiento hasta ahora prevaleciente sobre la cultura maya prehispánica.
La información divulgada por la Fundación Patrimonio Cultural y Natural Maya (PACUNAM), con el aval del Ministerio de Cultura y Deportes consiste en que, resumidamente, un escáner de alta tecnología detectó 60 mil estructuras arqueológicas mayas en el norte de Guatemala, ocultas bajo el suelo y la espesa selva. Los vestigios fueron encontrados en los dos últimos años con la tecnología LiDAR (Light Detection And Ranging), que por medio de sensores desde una aeronave escaneó 2 mil 100 km2 en Petén. Entre los hallazgos a los que se habría llegado con la tecnología LiDAR se menciona fue la localización de una nueva pirámide de 30 metros de altura que había sido identificada como un cerro natural en Tikal, así como un sistema de foso y muralla de 14 kilómetros en el mismo sitio arqueológico. Entre otras conclusiones preliminares a las que llega PACUNAM está la de que, en su auge, las tierras bajas mayas fueron ocupadas por 10 millones de habitantes, una población mucho mayor que se estimaba hasta ahora.
El momento cúspide de estas revelaciones se alcanzó el 11 de febrero cuando el canal de televisión de la estadounidense National Geographic trasmitió un documental titulado Tesoros perdidos de los mayas, el cual fue ampliamente promocionado en los días previos y posteriores a través de las redes sociales.
Se trataba de que “ningún guatemalteco” dejara de ver la trasmisión.
En conjunto este asunto, sin duda, tiene gran significación arqueológica, histórica, cultural, económica, social y política. Como suele decirse, mucha tela que cortar. Para empezar, la ratificación de la ruta privatizadora en que se encuentra el patrimonio histórico-cultural existente en tierras peteneras.
Con un escuálido presupuesto de Q 560 millones anuales (aprobado en 2017 y vigente también en 2018), ¿qué puede ser y hacer el Ministerio de Cultura y Deportes frente al poderío económico, tecnológico y la solidez institucional de las entidades foráneas que conducen esta novedosa investigación arqueológica? Lamentablemente, en el mejor de los casos, está condenado a actuar como aval pasivo de lo que se hace y se dispone fuera de Guatemala en relación a su patrimonio arqueológico.
Muy relacionado con lo anterior se encuentra el enfoque que en algunos ámbitos empieza a ser predominante respecto de los hallazgos: el conocimiento y la comprensión profunda de la cultura maya pasa a segundo plano, dando lugar a las renovadas cuentas alegres sobre “el potencial turístico” de Tikal y su entorno petenero. ¿A quién beneficiaría ese enfoque utilitarista; de verdad creen que producirá “derrame” y “desarrollo” para las y los guatemaltecos marginados de siempre?
Punto que conecta con otra dimensión que estos hallazgos arqueológicos dejan de nuevo al descubierto: tenemos una sociedad que padece de trastorno de identidad disociativo (TID) colectivo, pues es capaz de maravillarse y glorificar a los mayas de un pasado lejano, pero es insensible ante el drama de marginación, exclusión, explotación y discriminación en que subsiste una mayoría de los mayas actuales.
El padecimiento de ese TID colectivo tiene raíces profundas en la historia colonial y republicana de Guatemala, de donde nace una lacerante realidad que muchas y muchos guatemaltecos sencillamente no pueden o no quieren ver. En su vibrante ensayo Guatemala nuestra, escrito en los años 50 del siglo pasado, el humanista cubano Juan Marinello lo hizo notar: qué folclóricos, qué coloridos los trajes de las indígenas guatemaltecas, pero el turista maravillado no es capaz de ver que los hijos de esas indígenas tienen hambre y ellas van descalzas.