Soy de Samaria

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Soy de la región de Samaria Por: Ismael Conchacala Gil Quiero contarles un poco de mi vida y para comenzar quiero iniciar diciendo de donde vengo. Me crie en una región llamado Samaria. Mis ancestros habitaron en este lugar y antiguamente ellos tuvieron reyes al igual que otras regiones. También tenemos ancestro judío aunque ellos siempre preferían negarnos.

2 Reyes 17; 18.9-12

Nuestra región llego a tener una ciudad, Samaria, muy importante para nuestra gente. Pero un día, el mal llegó a nuestra tierra, cuando el rey de Asiria nos llevo a vivir a su región, muchos de los nuestros fueron asesinados y esclavizados. Así comenzamos a mezclarnos con la gente de ese lugar. Mientras pasaba los años ya fue difícil mantener culturalmente una identidad y las costumbres propias de nuestra región. 2 Reyes 17.34-31 Nosotros los samaritanos, así como nos los han contado nuestros abuelos, no hemos vivido en paz, la guerra ha estado presente y hemos permanecido de exilio en exilio. Lo que hemos aprendido es que esta situación nos ha llevado a nuevas costumbres, comida y distintas maneras de entender la espiritualidad. Aunque esto también se nos ha convertido un motivo más para ser señalados por aquellos que se consideran que guardan la pureza étnica. Antes nos llaman samaritanos, y no estaba mal como gentilicio, pero en realidad hace tiempo para los judíos se convirtió en una buena manera de ofender a nuestra gente, con estas palabras nos descalificaban y nos hacían sus enemigos. Los judíos pensaban que eran elegidos por Dios, que ellos solo conocen e interpretan las leyes, porque tenían templos en su ciudad y a nosotros nos consideraban fuera de esa bendición. Para ellos, eran tanta las ofensas que sentían con nuestra presencia que preferían una ruta más larga para no cruzar en nuestra tierra pagana y evitar que se encontraran con gente sin Dios, como nosotros. La gente de esa región también somos gente de bien y es cierto que nos ofendíamos cuando nos trataban con esa indiferencia. Los samaritanos siempre hemos tratado de aprender y convivir con otras personas, con nuevas costumbres que hemos adquirido en el camino. El pasado nos ha enseñado a reconocer a otros que no piensan y viven como nosotros, por eso hemos tratado de hacer el bien a quienes nos hacen daño y amar a los que nos odian, claro está, que no todos hacen eso. Hemos vivido muchas cosas como pueblo, algunas malas, pero también hemos vivido cosas buenas, mi gente han visto cosas extraordinarias. Y lo mejor de esta historia es el encuentro


que tuve con un hombre llamado Jesús de Nazaret, quien a pesar de ser judío pensaba diferente y como maestro, fue excelente. Nosotros mismo habíamos creado una barrera entre Judíos y samaritanos. Por ejemplo algunas veces no recibíamos ningún judío en nuestra aldea para que no nos hiciera sentir ofendidos y ofenderlos a ellos. Sin embargo en aquellos días, se dice que Jesús pidió quedarse en una aldea samaritana pero la gente se resintió, porque él iba a Jerusalén. La gente nunca entendió que para él era urgente pasar en la región de samaria.

Lucas 9:51-56 Juan 4.4

Jesús vino a enseñar a Judíos y samaritanos para que no nos siguiéramos insultando. El nos quería abrir el camino para que pudiéramos seguir cultivando nuestros valores y enseñarnos ser gente; el de amar a nuestros enemigos. Es difícil, Lucas pero él hacía la invitación a todos, sin importar, si son Judíos o samaritanos. 6:27-36 El enseñaba “amar a los que nos maldicen, perdonar a los que nos ofenden”. ¡Qué difícil era amar a los judíos! O ¡qué difícil para que ellos nos amaran! Se dice que un día, mientras Jesús enseñaba, un líder conocedor de la palabra de Dios tratando de quedar bien le pregunto: “¿Qué debemos hacer para vivir bien incluso después de la muerte?” Todos esperaban que el dijera: “Hagan como hacen los judíos” o “sigan el ejemplo de líderes religiosos y los que conocen la ley”. Otros quizás esperaban que Lucas Jesús iba a decir: “Sigan mi ejemplo”. Pero no fue así. Lo que dijo fue 10:25-37 algo inesperado, él puso a un samaritano como ejemplo de cómo ser gente. En el fondo, los Judíos estaban incómodos, algunos disgustados y lo que Jesús decía, no solo era una burla para ellos, sino, una verdadera ofensa. Jesús narró lo bueno que había sido uno de lo nuestro con un Judío, su enemigo. Pero también conto que los líderes religiosos no habían ayudado a uno de los suyos. Esta noticia corrió en nuestra región. En aquellos días una mujer samaritana también conto como Jesús la había tratado y liberado de muchas culpas. Ella decía a todas las personas que, él era el salvador. Fue necesaria esa conversación, ya que nosotros los samaritanos siempre habíamos vivido con una carga por no tener la Juan posibilidad de ir adorar a Dios en el templo como los judíos. Desde ese 4:23 encuentro Jesús quitó esa carga. La conversación que tuvo con la samaritana nos enseñó que en esas montañas también se podía adorar a Dios y que la verdadera comunión con Dios era en espíritu. Yo soy de esos samaritanos afortunados, pero poco se habla de mí, me conocen como “los diez leprosos”. Me había unido a un grupo de judíos leprosos y ellos me habían recibido. Entre los leprosos no importaba si éramos Judíos o Samaritanos, la descendencia no se contaba. Es triste decir, pero solo esta condición nos había podido unir. Los judíos dejaron


de ser escogido por Dios y nosotros los samaritanos y nos convertíamos doblemente excluido y sobre todo, como los más alejados de Dios. Hemos escuchado de Jesús desde nuestra cueva. Los caminos eran opuestos y la posibilidad de encontrarnos con un judío, sin lepra, era imposible. Sobre todo porque le seguían mucha gente “sano”. Por eso como leprosos nos habíamos acostumbrado a vivir de los sobrados de la gente, lejos de la multitud y cada vez que veíamos a otros sanos cerca gritábamos: ¡somos leprosos! Un día Jesús iba para Jerusalén y pasaba entre Samaria, nuestra región, y Galilea. Ese día íbamos entrando a un pueblo, era nuestra costumbre caminar de manera disimulada entre los arbustos, evitando ser vistos. Nosotros, los diez enfermos de lepra, y de repente nos vimos cerca a Jesús y su gente. Entonces asustados nos quedamos a cierta distancia. Estaba cerca de nosotros, el mismo que había hablado con una mujer de nuestro pueblo en un pozo, el mismo que puso como modelo a uno de los nuestros. No sabíamos si correr a escondernos como de costumbre o gritar ¡Soy un leproso! Pero en medio de muchas dudas, ese día decidimos lanzar un grito de esperanza: Lucas 17: 11-17 “¡Jesús, maestro ten compasión de nosotros!” De mi parte, grite sintiendo sanidad en mi cuerpo, con la esperanza de que Jesús nos iba a sanar. Mirándonos, Jesús, desde la distancia nos dijo: “Vayan y preséntense a los sacerdotes”. La respuesta de Jesús no fue nada bueno y me fui cabizbajo, sobre todo, porque los sacerdotes no nos recibirían sí aun seguíamos con la lepra. Entonces nos dirigíamos al camino opuesto, con una profunda tristeza. Pero mientras dábamos pasos, resultó que quedamos limpios de la lepra que nos había aquejado por años. Al verme sano no dude en correr hacia Jesús, gritando: “¡gracias Dios, grande eres Dios, gracias maestro!” Me tire a los pies, le bese los pies, como un acto de agradecimiento. Yo estaba muy asombrado de lo que había hecho Jesús por nosotros. Lo que yo no sabía, en ese momento, era que Jesús también estaba asombrado, que yo siendo samaritano había ido a sus pies agradecerle, por eso con tristeza pregunto: “¿donde están los otros nueve?” Ese día Jesús reconoció que los extranjeros éramos más sensibles en romper barreras culturales, reconocer la bondad de Dios. Entonces me dijo: “Levántate y vete, tu fe te ha sanado”. Desde ese día Jesús sano mi cuerpo, también mi espíritu, restauro Hechos mi dignidad y la de nuestro pueblo, muchas cosas han empezado a cambiar 5:8 con las enseñanzas de Jesús. Ser de samaria y ser leproso no fue nada fácil Lucas pero Jesús cambio mi historia. 24:47-48


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