¡Que viva Perón, carajo! de Isabel Zelaya

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¡Que viva Perón, carajo! Relatos de la concejal Rudecinda Mamaní Isabel Zelaya



María Isabel Zelaya ¡Viva Perón, carajo!- Relatos de la concejal Rudecinda Mamani. I. Narrativa Argentina. Primera Edición. Itzcuintle Ediciones. Junio del 2015. 15 x 21 cm - 49 pág.

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Estos relatos los escribi贸 Rudecinda quien ha sido concejal sin saber nada de pol铆tica



Advertencia En esta historia los nombres de los protagonistas han sido cambiados para proteger su identidad, sin embargo, en el fondo, todos le dieron sabor a las experiencias relatadas. La mayoría de ellos, menos uno, podría decirse que “son buena gente” Ja, ja, ja, dicen que reír ilumina como la luz, pero es gratis.



¡Que viva Perón, carajo!

Afiliada peronista Rudecinda Mamani, una vecina bien educada, hija de padres peronistas, casada con un empresario de clase media alta, entre 2001 y 2003 tuvo la posibilidad de participar en la política local del peronismo, resultando electa concejal en una ciudad del interior en donde todos los vecinos se conocían, se saludaban amablemente, y estaban ligados por vínculos familiares o de amistad cultivada por años. Excepto por la existencia de aquello que se denominaba El Padrón Electoral, podría decirse que esta ciudad era casi un paraíso. El Padrón Electoral era una suerte de Fichero de Nombres Clasificados, con cruces y rayas, según el grupo político con el que se identificaban los votantes. Este hecho, en tiempos de campañas electorales, era motivo de extrañas algarabías y asombrosas confrontaciones. Rudecinda no se preocupaba por este detalle. Ella se consideraba una leal afiliada peronista y punto.

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CAPÍTULO III Las sesiones ordinarias

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De ordinarias, nada. Eran todas con matices de extraordinarias, en el sentido más literal de la palabra. Fervorosas discusiones. Bancas inquietas. Voces exaltadas. Alguna que otra improcedencia. Se imponía un cuarto intermedio y la continuación indefinida en el tiempo de las sesiones ordinarias. Proyectos de ordenanza con intenciones altruistas. Muy creativos. Había que crear el “grupo de defensores del pueblo”, la “casa de los desamparados”, “el consejo de vecinos”; las defensas para el río y los puentes para unir a los hermanos. El presupuesto iba y venía por todas las comisiones y al momento de sacar el despacho, la sesión quedaba sin quórum, debido a que surgía la necesidad de volver a revisar los números y asegurar una distribución equitativa. Extraordinariamente, el jefe comunal seguía gobernando feliz, con o sin presupuesto, presuponiendo que la conveniencia estaba en que se siga discutiendo lo indiscutible. Subrayados en la carta orgánica. Interpretaciones sometidas a consultas de los asesores. Reuniones imprevistas y otras bien planificadas. La actuación de cada concejal era envidiada por los mejores actores. ¡Qué calidad! ¡Cuánto compromiso! Había que ponerse en los zapatos de los pobres, los excluidos, los necesitados; en el lugar de cada ciudadano. Un trabajo realmente titánico y extraordinario. Los hermanos municipales recurrían periódicamente a las pancartas y El Bombo bien amado irrumpía en la plaza, frente al edificio municipal haciéndose oír apasionadamente. El Bombo marcaba el compás del entusiasmo. Había que cocer bien las habas y enseñarles a los atorrantes que el agua no se masca. La lucha entre buenos y malos era el guión de las escenas, pero

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todos estaban conscientes de que cada uno era el más bueno de todos o, en el peor de los casos, el menos peor de los peores. Este nivel de auto reflexión confirmaba la hipótesis de Mamani de que en realidad todos eran buena gente, pero algo confundidos en este marco de discursos creados para la ocasión, donde al fin y al cabo la verdad y la justicia social afloraban como agüita fresca de manantial. Y así era no más. Después de despellejar a los de la supuesta oposición se celebraba el éxito de las ordenanzas aprobadas por mayoría y todos contentos. El Bombo descansaba. La paz reinaba. El sol brillaba. A medida que transcurría el año legislativo los míos y los tuyos pasaban a ser “los nuestros” y una suerte de inspiración patriótica los unía por metas comunes en interesantes auditorías públicas, codo a codo con los vecinos, en una práctica muy saludable para la democracia en esa ciudad. Los consejos vecinales aportaban sus ideas y proyectos. En el medio, algunas “picardías políticas” hacían su aparición, pero eran minimizadas con el diálogo, o simplemente neutralizadas con una dosis medicinal de Fernet con Coca y en rueda de amigos. De esta manera se imponía una suerte de romance entre los hombres de la política, muchachos peronistas de buena cepa, con la camiseta del PJ o la camiseta del Frente, de la UCR o de cualquiera, total, la esencia era la misma. Ella por versiones de otros viejos peronistas sabía a ciencia cierta que todos habían mamado de la misma teta. Las damas, entre ellas Rudecinda y las demás mujeres del pueblo, acompañaban el romance desde una perspectiva expectante, pero sin lograr incidir directamente en la toma de decisiones. Las decisiones se acordaban en los niveles de mando, por parte de los expertos varones.

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La presidenta del concejo y las otras mujeres eran valoradas por su alto nivel de intuición y sensibilidad, pero la razón y el hilado fino sobre las reglas de juego y la posterior toma de decisiones les correspondían a los “comandantes”. Las minas son gritonas y emotivas, pero los machos somos nosotros, decían entre bambalinas los hombres-gato. Este hecho parecía no inmutar para nada ni a la compañera presidente del deliberante ni a la concejala peronista. Ellas estaban seguras que los hombres no eran sinceros y que en realidad en las sesiones ordinarias y extraordinarias, las dos mujeres eran valiosas independientemente de la cuestión de género. El único problema de Rudecinda era no saber jugar al ajedrez y no tener cintura política, sencillamente porque no era política, y en conclusión la mayoría de las veces no comprendía el pensamiento político afín a la idea de “retroceder nunca, rendirse jamás” que llevaba a judicializar situaciones que bien podrían resolverse con un diálogo franco. Las sesiones ordinarias pasaron a ser una suerte de acertijos en donde, con suerte para ella, podía guiarse por el sentido común, que a veces no era el más común de los sentidos habida cuenta de los condicionamientos lógicos, producto de los vínculos creados en un ambiente de confrontación permanente… Extraña manera de demostrar la pasión. Porque sin duda alguna el apasionamiento por la misión existía y pelearse era también una forma de demostrar el involucramiento. Por otro lado, algo había inferido sobre el “coqueteo” entre candidatos que especulaban para incrementar adeptos. En este afán eran duramente criticados. Las discusiones y peleas quizás servían para definir territorios de poder. Como analogía se le ocurría pensar en esa frase conocida que decía “porque te quiero te aporreo” y llegaba a la conclusión de

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que cada cual se involucraba en la medida de su pasión., y tener pasión entonces, no era malo. En el peronismo el corazón está primero y no hay medias tintas, esto siempre ha sido así, puro apasionamiento.

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“Que se vayan todos” El estruendo de bombas y el sonido acompasado de El Bombo, despertaron a Rudecinda. Las bombas y El Bombo. Éste último sonaba fragoroso. Sus bramidos expresaban indignación. ¿Qué le ocurría a, El Bombo bien amado? Él había nacido para celebrar, acompañar manifestaciones y petitorios y era como la voz del corazón. El Bombo era el corazón popular latiendo fuerte. Pero entonces, esa mañana, daba la impresión de que ese corazón estaba a punto de sufrir un infarto. Rudecinda se apresuró a salir. Este alboroto no era natural. Algo pasaba. Llegó a la plaza, frente al palacio municipal. Cientos de vecinos con pancartas decían “que se vayan todos”

-¡Ay!, ¡Dios mío! Si nos vamos todos, ¿quiénes gobernarán?

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Itzcuintle Ediciones San Salvador de Jujuy - Junio del 2015 Impreso en taller Bonifacio Contactos: itzcuintle.ediciones@outlook.com.ar



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