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PERFIL: MIKA KUBO
from Carlos Adyan
MIKA KUBO:
EL DESAFÍO DE SER MEXICANA-JAPONESA EN UNA SOCIEDAD CLICHÉ
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POR: SALVATORE LAUDICINA
MEXICANA Y ORGULLOSA DE SUS RAÍCES, LA ACTRIZ DE ‘LA SUERTE DE LOLI’ COMPARTE LA EXPERIENCIA DE CRECER EN UN HOGAR BIRACIAL, LA BÚSQUEDA DE SU IDENTIDAD Y EL SIGNIFICADO DE SER UNA ACTRIZ ASIÁTICA MEXICANA EN EL CINE Y LA TELEVISIÓN.
Ala distancia, obedeciendo los mandatos de una tecnología que aparentemente conectaba cuerpos y pensamientos en tiempos de pandemia, mi mente era el escenario de una guerra campal entre las estéticas preestablecidas y los cuestionamientos propios. Ese prototipo físico de ‘lo latino’ con el que crecí, era demolido por la fisonomía de Mika Kubo.
Ella ni se inmutó. Estaba acostumbrada a ese asombro prudente, insonoro pero implacable, que siempre la atrapaba cuando alguien la conocía y conocía su historia. Para apaciguar la incesante mirada de mis silencios, trajo a colación un recuerdo reciente, idóneo para esta escena.
“Ayer volví a ver una película de Disney que me encanta. Pero a diferencia de otras ocasiones, la vi con una mirada completamente distinta. Hay un personaje femenino dentro de la película que es asiático. En una de las escenas ella está en un restaurante chino, tratando de hablar en inglés con acento chino”, relataba con un dejo dulce muy ameno al oído. “No pude evitar incomodarme porque al investigar la carrera de la actriz, pude darme cuenta de que posee rasgos asiáticos pero es estadounidense y siempre hace el mismo papel”.
Minutos antes, mientras aguardaba por su aparición al otro lado de la pantalla, mi imaginación pueril y mi ansiedad periodística sostenían un acalorado debate. Mientras la primera exaltaba el rostro de Kubo y aseguraba que pudo ser una actriz idónea para los filmes del legendario cineasta japonés Akira Kurosawa, la segunda se centraba exclusivamente en el hecho de que, más allá de su apariencia, era orgullosamente azteca.
Sí, su rostro narraba con la belleza de sus delicados rasgos orientales (herencia materna) la llegada de los japoneses a México a finales del siglo XIX y el proceso de mestizaje ocurrido en el siglo XX, producto de estas migraciones. Pero en aquellos ojos rasgados y esa piel de porcelana titilaban las memorias invaluables de su infancia en Quintana Roo. Sin temor a exageraciones, podía aseverarse que la mirada le olía a pan de muerto y la impecable tez destilaba el brillo de los atardeceres ensoñadores de esta ciudad.
Uno podía ir más allá e intuir, incluso, que sus antepasadas paternas sembraron sus bellezas autóctonas en ese rostro, digno de admiración. De ahí que lo interracial y lo multirracial fueran un capítulo obligado en la historia de nuestras sociedades y no podían mirarse como algo externo o ajeno. En este punto, no había vuelta atrás. Lo que había comenzado como una entrevista para hablar de su personaje en la telenovela La suerte de Loli, se transformó en una lección de vida inspiradora. La actriz había quedado en un segundo plano. Necesitaba aprender de la mujer de carne y hueso que alguna vez sufrió por los estereotipos de una sociedad cliché.
“No sólo es mi realidad. Es la realidad de muchas personas que han nacido en hogares interraciales y tienen que lidiar con los estereotipos y la guerra interna de construir una
identidad donde no se sienten ni de un lado ni del otro. Quizás por ser actriz, mi historia sea más notoria. Pero allá afuera, hay muchos que están librando su propia batalla”.
Era inevitable intentar armar, con hipótesis y suposiciones, el rompecabezas de una historia de vida donde prevalecía el diálogo intrínseco con dos culturas. Diálogo que quizás hoy tenía mucho más valor, cuando Kubo se enfrentaba a la ironía de abrir las puertas del cine estadounidense con una fisonomía que no complacía los caprichos de la televisión en español.
Grabadora encendida, oídos adiestrados y armisticio temporal de la guerra entre mi imaginación y mi ansiedad. Debía conversar con el México japonés de sus ojos y el Japón mexicano de su dulzura encantadora.
El descubrimiento
De entrada, gobernado por el hábito de imaginar mientras contemplaba su bello rostro de rasgos japoneses, uno corría el riesgo de creer que lo asiático era algo sagrado en la vida de Mika Kubo. Entonces su honestidad, cruda pero seductora, hizo trizas las escenas fabricadas en mi mente.
“La verdad, no tuve influencia de las tradiciones japonesas en mi crianza. Aunque mi madre es japonesa, su padre era de los Estados Unidos y llegó a este país siendo muy pequeña”, confesó. “Consecuencia de esto, tuvo una educación muy americana y su identidad se formó desde los principios y tradiciones de la cultura estadounidense”.
Sólo una palabra era permitida y apta en ese instante tan íntimo: nikkei, expresión con la que se nombraba a los japoneses que residen fuera del país y a sus descendientes. La confesión de Kubo invitaba a reflexionar en torno a esos nativos que al abandonar su país, rompieron con las tradiciones culturales de su cultura primaria. Después de Brasil, Estados Unidos era el país con mayor número de población nikkei en el continente americano.
“Yo no sabía que era asiática. Lo supe en mi pre-adolescencia, cuando llegué a los Estados Unidos. Antes de vivir en este país, no había visto otras personas asiáticas y no había sentido la distinción étnica”.
Fragmentación: el no pertenecer
México, Japón. Dos países radicalmente opuestos y un cuerpo que los albergaba en sus genes. Aparentemente simple cuando se observaba desde afuera y no se estaba obligado a dividirse el alma en busca de respuestas.
“Muchas veces llegué a romperme por dentro porque no me identificaba ni con un lado ni con el otro. Literalmente, era no pertenecer. Es muy complejo encontrar tu identidad en una sociedad donde los estereotipos pesan y los latinos poseen un rostro radicalmente opuesto al mío”.
Actuar para huir, huir para enfrentar
Corriendo apresuradamente por los pasillos de la memoria, los recuerdos de Kubo se escondían en lugares estratégicos. Les divertía ser descubiertos por mis preguntas, mientras la pequeña Mika –aquella que jugaba con personalidades ajenas porque no encontraba la propia- asomaba la cabeza por los rincones y aplaudía el talento de la Mika actriz que se ganó el corazón de los televidentes con Angie, su personaje en La suerte de Loli. “Desde niña, siempre mostré inquietud por meterme en la piel y la vida de otras personas. Durante mucho tiempo, quise ser otras mujeres menos yo. Al no tener claro quién era, no me apetecía estar en la piel de Mika Kubo”.
Tras escucharla, el verbo huir adquirió un significado liberador y sanador. Literalmente, la actuación era la medicina emocional y espiritual de un alma frágil pero valiente.
“La actuación te permite ponerte en los zapatos de otros y entender la complejidad del ser humano. Sería absurdo darle vida a un personaje y no aprender de su historia. Esa ha sido una gran escuela para mí no sólo como actriz, sino también como persona”.
Prototipo hegemónico
Mientras más hablaba con Kubo, más me olvidaba de su apariencia asiática y descubría a una mujer la-
tina demasiado orgullosa de sus raíces mexicanas y de esa infancia inolvidable en Quintana Roo. Eso, en parte, me obligaba a desprenderme de lo que visualmente significaba ‘ser latino’ para los medios de comunicación, conceptos que uno solía interiorizar y legitimar en sus discursos.
Con una postura crítica frente a esta realidad que aún afectaba a muchas personas multirraciales dentro y fuera de los Estados Unidos, desnudó su pensamiento con esa propiedad que obsequian las experiencias obtenidas al interpretar su personaje más retador: ella.
“Nos han implantado un modelo físico de lo que significa ‘ser latino’ y todo lo que sea contrario a él, debe ser discriminado y excluido, incluso entre los mismos latinos. Pero este prototipo obedece a unos intereses tanto económicos como políticos, intereses que trascienden a los medios de comunicación y condicionan nuestra forma de reconocernos y reconocer al otro”.
El precio de ser multirracial
Tras la respuesta anterior, era justo que la Mika actriz hiciese su aparición triunfal en esta charla. Antes de La Suerte de Loli, Kubo trazó un camino de puertas tocadas e intentos fallidos en su país natal. Entre un chance y otro, su belleza asiática fungía como una sombra aciaga en esa lucha incansable por un lugar y un nombre propios en la televisión mexicana.
“Hice castings en México durante cuatro años para distintas producciones. En ese proceso he tenido que enfrentarme a realidades como enterarme de que pese a que mi físico era el ideal para el personaje por ser una mexicana asiática, preferían a una mexicana y le adaptaban un look asiático. Ese es otro ejemplo claro de las realidades que deben enfrentar las personas multirraciales en la televisión latina”.
Pero irónicamente esta belleza asiática también hacía de las suyas en la historia de Mika Kubo en el cine estadounidense. Si bien Los Ángeles le obsequió la oportunidad de participar en películas como ‘Bumblebee’ (Paramount Pictures), y series como ‘Monkart’ (Netflix) y ‘Float’ (Disney), también pagaba un alto precio por su fisonomía.
“Curiosamente en los Estados Unidos, debo enfrentar una realidad distinta porque si bien por mi apariencia física tengo mayor número de oportunidades, no puedo representar a una mexicana asiática y termino representando a una asiática que habla coreano o japonés. Por lo tanto, debo renunciar a mi identidad para cumplir con las exigencias de la industria y la estética que se quiere vender”.
Casi sin darse cuenta, sus palabras comenzaron a reflexionar sobre el significado de ganar un papel en la novela de Telemundo. Para muchos, era un logro. Para ella, una batalla ganada a la hegemonía estética de los medios de comunicación.
“Estoy muy agradecida con Telemundo, Miguel Varoni y toda la producción de la telenovela. El formar parte de esta historia lo defino como un proceso donde se comienza a entender que ser latino va mucho allá del físico. Hay que comenzar a derribar estructuras de pensamiento que nos han influenciado durante años”. Un final y una conclusión
Mientras en mi cielo oscurecía, el sol galopaba a su antojo en el cielo californiano de Kubo. Horas antes de esta charla, se preparaba para presentar un casting. Atrás ha quedado Angie. Era tiempo de cazar nuevos sueños en la jungla audiovisual.
“El objetivo no es simplemente obtener personajes por mi apariencia japonesa, sino también que se creen personajes de latinos multirraciales. Tomará tiempo pero no es algo imposible de lograr. Nada me haría más feliz que representar orgullosamente a una mexicana japonesa en el cine y la televisión”.
Minutos después, casi a punto de finalizar la entrevista, mi imaginación pueril y mi ansiedad periodística retomaron su acalorado debate. Pero a diferencia de la primera vez, ninguna de la dos defendió con ferocidad sus pensamientos.
Habían concluido amigablemente que Mika Kubo era orgullosamente mexicana- asiática y que si Akira Kurosawa hubiese tenido el placer de conocerla, se habría enamorado perdidamente del México japonés de sus ojos y el Japón mexicano de su dulzura encantadora.