En el coraz贸n de la vida Jetsunma Tenzin Palmo
Título original en inglés: Into the Heart of Life
Primera edición en español: Mayo 2014 © Editorial Albricias
Segunda Cerrada de Duraznos 3-58B San Juan Totoltepec México, 53270
editorialalbricias@gmail.com www.editorialalbricias.com
Traducción del inglés al español: Editorial Albricias Cuidado de la edición: Diana Luz Sánchez
Montaje de portada e interiores: Itzel García
Fotografía de portada cortesía: Dongyu Gatsel Ling ISBN 978-607-95895-3-0 Impreso en México
En papel sustentable, certificación del Consejo de Administración Forestal FSC (Forward Stewardship Council)
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En el coraz贸n de la vida Jetsunma Tenzin Palmo
Pr贸logo de Su Santidad Gyalwang Drukpa
ร ndice
Prรณlogo de S.S Gyalwang Drukpa
9
Prefacio
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1. La impermanencia
13
2. El karma, o causa y efecto
35
3. Crear felicidad
57
4. Las ocho preocupaciones mundanas
79
5. La renuncia
99
6. Las seis perfecciones
123
7. Loyong y bodhichitta
183
8. La fe y la devociรณn
223
9. La prรกctica del buen corazรณn
243
Agradecimientos
253
Con devoci贸n para Khamtrul Dongyu Nyima y Khamtrul Shedrup Nyima, que son el Coraz贸n de mi vida.
15 de Enero de 2011
S.S Gyalwang Drukpa
Jetsunma Tenzin Palmo es una consumada practicante espiritual y una maestra capaz de tocar los corazones de muchas personas a través de sus enseñanzas y su presencia. A pesar de que En el corazón de la vida es solo una pequeña colección de las muchas enseñanzas que ha dado a lo largo de los años, este libro contiene los principios básicos de cómo darle al Dharma de Buda un uso práctico. Algunas veces la filosofía budista resulta compleja y difícil de entender, especialmente complicada de implementar en la vida diaria si no se cuenta con un entendimiento claro. Jetsunma ha hecho que la filosofía budista sea muy fácil de comprender y de llevar a la práctica. Por ejemplo, explica la impermanencia como algo que “no solo tiene un interés filosófico. Es algo muy personal. Hasta que aceptamos y entendamos profundamente en nuestro propio ser que las cosas cambian momento a momento y que nunca se detienen, ni siquiera por un instante, solo entonces podemos soltar”. En un lenguaje sencillo, Jetsunma hace que todos comprendan tanto la impermanencia como la renuncia. A través de los diferentes capítulos ella usa ejemplos prácticos y su propia experiencia para ilustrar el sentido práctico del Dharma de Buda y la necesidad de practicarlo con un entendimiento genuino. Estoy verdaderamente asombrado de su habilidad para expresar teorías filosóficas complicadas en palabras sencillas. Esta es una habilidad que muchos no podemos igualar, yo mismo incluido. El libro está bien estructurado tanto para los principiantes que están genuinamente interesados en ser felices, como para los practicantes avanzados que necesitan que les recuerden el camino hacia la felicidad. Quiero felicitar a Jetsunma por ser capaz de compartir su entendimiento del Dharma en la vida diaria y estoy seguro que este libro beneficiará a muchos. Este es un libro para todos los que necesiten y quieran conocer el camino a la felicidad genuina.
S.S Gyalwang Drukpa
Prefacio
A mediados de la década de los noventa, cuando regresé a la India después de una extensa estancia en Italia, los altos lamas de mi monasterio en Tashi Jong me solicitaron que iniciara un monasterio para monjas. Le pregunté a Su Santidad el Dalai Lama qué pensaba sobre esto, y él me sugirió de modo muy optimista que le dedicara a esto dos años antes de regresar a mi retiro. Así pues, decidí llevar a cabo esta tarea, y mientras escribo esto ahora en 2010, el monasterio está floreciendo con más de setenta monjas, a pesar de que los edificios aún no están terminados por completo.
Inicialmente fue muy difícil saber cómo despertar el interés y generar fondos para el monasterio. No soy un Rinpoché encarnado, ni siquiera soy tibetana. Por si esto fuera poco, tengo un cuerpo femenino dentro de una tradición patriarcal. Dado que yo no puedo conferir empoderamientos o bendiciones, ¿qué podría yo ofrecer que pudiera ser de utilidad? Entonces comencé a dar pláticas de Dharma, compartiendo la experiencia de la práctica espiritual con audiencias compuestas predominantemente por gente laica con familias, trabajos y una vida social regular. Esto es muy distinto de cómo era en los tiempos cuando el Dharma se impartía principalmente en congregaciones monásticas. Cuando viajo alrededor del mundo, mi preocupación siempre ha sido ¿cómo puede el Dharma ser de ayuda para la gente en su vida diaria? ¿Cómo puede ser usado el Dharma para que aligere nuestras vidas y le dé significado a nuestra existencia? Personalmente, siento que el mundo nunca ha
tenido más necesidad de las enseñanzas del Buda, dominados como estamos por la avaricia, la agresión y el énfasis en la realización personal: nuestros antiguos compañeros, los tres venenos. Este libro contiene algunas de las pláticas que he dado a través de los años a audiencias de Oriente y Occidente, unidas por el reto común de hacer de sus vidas algo significativo dentro de la sociedad en la que habitan. Este no es un libro de prácticas esotéricas o métodos avanzados de meditación. El contenido de este libro tiene que ver con practicantes ordinarios preocupados por traducir las instrucciones del Dharma en una experiencia constante de vida. Uno de los aspectos importantes del Dharma trata de la transformación de nuestras actitudes y mentes ordinarias en una forma altamente positiva que traiga beneficio no solo a nosotros mismos, sino a todos aquellos que tienen contacto con nosotros. El problema principal que enfrentamos es cómo cambiar una mente llena de pensamientos y emociones negativas –codicia, enojo, ansiedad, envidia, y demás– en una mente más pacífica y amigable, con la cual sea muy placentero para todos (incluidos nosotros mismos) convivir. Este libro presenta en una forma sencilla algunos consejos para ayudar a los practicantes comunes a hacer uso del Dharma para llevar vidas más significativas. Nuestra mente, con su incesante corriente de pensamientos, recuerdos, opiniones, esperanzas y miedos, es nuestra constante compañera, de la cual no podemos escapar ni siquiera en sueños. Tiene mucho sentido el cultivar una valiosa compañera para nuestra travesía.
1. La impermanencia
En los sutras se relata un paseo del Buda y sus discípulos por la selva. El Buda se agachó, recogió un puñado de hojas y preguntó a quienes lo rodeaban: “¿Qué cantidad de hojas es mayor, la que hay en la selva o la que hay en mi mano?”
Los discípulos contestaron: “Las hojas que hay en la selva son infinitas, las hojas que sostienes en tu mano son muy pocas”. El Buda dijo: “Esa es una analogía de cuánto he comprendido y cuánto les estoy explicando. Aun así, lo que les he explicado es todo lo que necesitan para lograr su propia liberación”. Debemos entender que, de entre toda la vastedad de conocimiento que obtuvo cuando su mente se abrió completamente en su experiencia de iluminación, el Buda seleccionó solo aquellos elementos más esenciales, los que eran más importantes de comprender, para lograr la liberación de este reino de nacimiento y muerte. Al inicio de su misión, el Buda enfatizó lo que se denomina las tres marcas o los tres signos de la existencia, las tres características de todo lo que abarca nuestra experiencia y que negamos de manera habitual y persistente. El primer signo de la existencia es la insatisfacción. La vida como normalmente la vivimos, de una manera confusa y muy perturbada, no es satisfactoria. Es dukkha. Dukkha es lo opuesto a sukha, que significa bienestar, placer, cuando todo transcurre de manera agradable. No significa exactamente felicidad; es más bien una sensación de que las cosas transcurren con fluidez.
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Y dukkha es lo opuesto. Es mal-estar. Es cuando las cosas no suceden como queremos que lo hagan. Pero, por supuesto, las cosas se desarrollan como lo hacen, nos guste o no. Esa insatisfacción subyacente es una de las principales características de nuestra existencia como seres no iluminados. El segundo signo de la existencia es la impermanencia. El tercer signo de la existencia es que en sí mismo nada tiene existencia propia. En otras palabras, tratamos de solidificar todo. Tratamos de solidificar los objetos externos, y en particular a nosotros mismos. Casi de manera automática creamos en nuestro interior un núcleo aparentemente sólido al que denominamos “yo” y organizamos todas las cosas para que giren a su alrededor: yo pienso esto, yo siento esto, yo soy esto, esto es mío, este es quien soy. Por lo general jamás nos preguntamos: “¿Quién es este ‘yo’, esta araña en el centro de la telaraña?” La impermanencia. Tratamos de hacer que las cosas permanezcan como están; nos aferramos a la idea de permanencia. Normalmente nos resistimos mucho a la idea de cambio, en especial al cambio de lo que valoramos. Claro que nos agrada que las cosas cambien cuando se trata de algo que no nos gusta, pero cuando se trata de algo que nos gusta, entonces nos aferramos a ello. Por supuesto, existen varios niveles de cambio. Existe el cambio burdo: el clima cambia constantemente, los océanos cambian todo el tiempo, la tierra está cambiando. Con el transcurso del tiempo todo se transforma por completo. Existe un cambio más sutil en nuestra vida diaria, donde siempre están sucediendo cosas. Primero nos llegan relaciones, hogares y posesiones, y luego las perdemos. Nuestros cuerpos cambian. Comenzamos siendo seres pequeñitos, indefensos, vulnerables, y luego crecemos. Maduramos, envejecemos, morimos. Y existe un cambio aún más sutil, el cambio momentáneo. Nada permanece igual durante dos instantes seguidos. La vida es como un río, siempre fluye. Heráclito, el filósofo
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griego, afirmó que ningún hombre entra al mismo río dos veces. Pero, de hecho, tampoco el mismo hombre puede entrar nunca al río dos veces. Todo está cambiando. Como resultado de esto, sufrimos. La vida es insatisfactoria porque siempre está cambiando. No tiene ese núcleo sólido al que siempre tratamos de aferrarnos. Queremos seguridad y creemos que nuestra felicidad reside en dicha seguridad. Por lo tanto, tratamos de hacer que las cosas sean permanentes. Nos compramos casas que parecen muy permanentes y las amueblamos. Nos comprometemos en relaciones que esperamos duren para siempre. Tenemos hijos y esperamos que ellos también consoliden esta idea de identidad, algo que será constante. Tenemos hijos y los amamos, esperando que ellos nos amen a su vez, y que esto continúe por mucho, mucho tiempo a lo largo de nuestras vidas. Nuestros hijos son nuestra seguridad. Pero no hay seguridad en esto, porque la seguridad es muy insegura. La verdadera seguridad solo proviene de sentirse cómodo con la inseguridad. Si estamos tranquilos con el flujo de las cosas, si estamos tranquilos al estar inseguros, entonces esa es la máxima seguridad, ya que nada puede hacernos perder el equilibrio. Mientras sigamos tratando de solidificar, de detener el flujo del agua, de construirle un dique para mantener las cosas como están porque esto nos hace sentir seguros y protegidos, tendremos problemas. Esa actitud va en contra de todo el flujo de la vida. Todo cambia, momento a momento a momento. Aun en la física descubrimos que los objetos que parecen muy sólidos y estables, en realidad se encuentran en un estado de movimiento constante. Los objetos no son estables; no permanecen fijos e inmutables aunque nuestros sentidos nos den la impresión distorsionada de que sí lo hacen. Nos miramos los unos a los otros. Te veo hoy. Y mañana me parecerás igual. Pero no eres el mismo. En ese periodo han ocurrido muchas cosas, incluso a nivel celular. Las células crecen y mueren; están en constante cambio. Y
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nosotros estamos cambiando también, en la mente, momento a momento a momento. Aunque intentemos solidificar las cosas y mantenerlas exactamente como han sido siempre, ya que eso nos hace sentir muy seguros, no podemos hacerlo. Es como esos castillos antiguos. Construimos paredes muy gruesas y sólidas, y pensamos que van a durar para siempre, que ningún embate las hará cambiar. Pero eso es un engaño. Por más que quisiéramos sujetarnos del río que es nuestra vida, este seguirá fluyendo de todos modos. No podemos sujetar el río aferrándonos a él. La manera de atrapar un río es sostener suavemente. No es necesario sufrir. Sufrimos porque nuestra mente está engañada y no vemos las cosas como son. Tenemos miedo, miedo a perder y sentimos dolor cuando perdemos. Pero la naturaleza de las cosas es surgir, durar por un tiempo y luego dejar de existir. A nuestra cultura le resulta muy difícil el tema de la pérdida. Le va mejor cuando se trata de comprar. En nuestra cultura de consumo, sobre todo en la actualidad, todo se trata de comprar, comprar, comprar. Tiramos las cosas que estaban de moda ayer pero que hoy ya no lo están, para comprar cosas nuevas. Sin embargo, no tenemos esa actitud hacia nuestros cuerpos o hacia los cuerpos de los demás. No se nos ocurre que nosotros también necesitamos reciclarnos de vez en cuando, pero es así. Resulta paradójico que en nuestra sociedad todos hablen abiertamente del sexo, lo cual es un gran tabú en otras sociedades. Pero en nuestra sociedad el gran tabú es la muerte. Crecí en el seno de una familia de espiritistas. Mi madre era espiritista, y en nuestra casa celebrábamos sesiones todas las semanas. En mi casa la muerte era un tema cotidiano, un asunto del que hablábamos con mucho entusiasmo e interés. No era morboso. En las pocas ocasiones de mi vida en que realmente pensé: “Estoy a punto de morir”, mi siguiente reacción siempre fue: “Veamos qué sucede”. Creo que esto se debe a que desde pequeña la muerte ha sido un tema abierto.
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Estoy profundamente agradecida por ello, porque en nuestra sociedad hablar de la muerte por lo general incomoda a la gente. ¡Hay tanta gente que tiene miedo a su muerte o a la de los demás! No aceptamos que todo lo que surge, dura un tiempo y luego deja de existir. Pero así es el ciclo. Todo es impermanente. Y no aceptarlo es lo que nos causa dolor. En nuestras relaciones vivimos divididos entre esperanzas y temores, porque nos aferramos demasiado, tenemos mucho miedo de perder. Todo fluye. Y este flujo no está conformado únicamente por objetos externos. También incluye las relaciones. Algunas relaciones duran mucho tiempo, otras no, así son las cosas. Algunas personas se quedan durante un buen rato, otras se van muy rápido. Así es como son las cosas. Cada año nacen y mueren millones y millones de personas. Nuestra falta de aceptación en Occidente es bastante asombrosa. Rechazamos la posibilidad de llegar a perder a alguien a quien amamos. Con frecuencia somos incapaces de decirle a alguien que está muriendo: “Nos hizo muy felices haberte tenido entre nosotros, pero ahora por favor ten un viaje muy feliz y seguro hacia el más allá”. Esta negación es la que nos produce dolor. La impermanencia no solo tiene un interés filosófico. Es algo muy personal. Hasta que aceptamos y entendemos profundamente en nuestro propio ser que las cosas cambian momento a momento y que nunca se detienen, ni siquiera por un instante, solo entonces podemos soltar. Y cuando realmente soltamos en nuestro interior, el alivio es enorme. Paradójicamente, eso libera una dimensión de amor totalmente nueva. Hay gente que piensa que alguien desapegado es una persona fría. Pero eso no es verdad. Cualquiera que haya conocido a grandes maestros espirituales que realmente son desapegados, se siente inmediatamente impresionado por su calidez para con todos los seres, no solo con quienes les resultan agradables o con los que están relacionados. El no-apego libera algo muy profundo en nuestro interior,
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porque libera ese nivel de miedo. Todos tenemos mucho miedo: miedo de perder, miedo de cambiar, una incapacidad para simplemente aceptar. Así, la impermanencia no es un tema meramente académico. En realidad tenemos que aprender a percibirla en nuestra vida diaria. Una de las primeras cosas que nos impresiona en la práctica budista de la atención, de estar presentes en el momento, es cómo las cosas fluyen continuamente, apareciendo y desapareciendo constantemente. Es como una danza. Y tenemos que darle espacio a cada ser para que ejecute su danza. Todo está danzando; incluso las moléculas dentro de las células están bailando. Pero nos hacemos la vida tan pesada. Nos hacemos de cargas increíblemente pesadas que llevamos a cuestas como una gran mochila llena de piedras. Pensamos que cargar esta mochila pesada es nuestra seguridad, que nos apuntala en el suelo. No nos percatamos de la libertad, la ligereza de simplemente dejarla caer, soltarla. Eso no significa que tengamos que renunciar a nuestras relaciones; no significa que tengamos que renunciar a nuestra profesión, o a nuestra familia, o a nuestro hogar. No tiene nada que ver con eso; no es un cambio externo. Es un cambio interno, es el cambio de aferrarse fuertemente a sostener con suavidad. Hace poco visité Adelaide, Australia, y alguien me mostró una tira cómica que enseñaba a sostener las cosas. La primera caricatura describía cómo sostener las cosas con delicadeza, como si fueran un pollito recién nacido; la segunda mostraba diversas maneras de sostener cosas hábilmente, con honor y respeto, pero sin apretar. Y el último cuadro decía: “Después de eso, tenemos que soltar. Pero eso es un tema totalmente diferente... nos ocuparemos de él más tarde”. Sí, tenemos que saber cómo sostener las cosas con ligereza y alegría. Esto nos permite estar abiertos al flujo de la vida. Cuando solidificamos, perdemos mucho. En las relaciones que entablamos con nuestras parejas, nuestros hijos y con los demás, es posible que los solidifiquemos al asignarles ciertos