OREMOS POR LA FIDELIDAD DEL SACERDOTE - Con el Santo Cura de Ars -
JAIME QUISPE PALOMINO, Pbro.
NIHIL OBSTAT
Revisado y autorizado por el Arzobispo Metropolitano de la Arquidiócesis de Huancayo - Mons. Pedro Ricardo Barreto Jimeno, s. j. Para uso de los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de la Arquidiócesis de Huancayo.
OREMOS POR LA FIDELIDAD DEL SACERDOTE Con el Santo Cura de Ars. AUTOR: Jaime Quispe Palomino. Pbro.
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: Nº 2010-07021 Impresión: Editora Imprenta Ríos S.A.C. Primera edición
Huancayo - 2010 - junio Perú
Ilustración de la tapa: La creación de Miguel Angel ( Capilla Sixtina) Ilustración de contratapa: La última Cena de Leonardo da Vinci.
DEDICATORIA: A los sacerdotes de la arquidi贸cesis de Huancayo que, con alma, coraz贸n y vida, dedican sus vidas al servicio del pueblo de Dios.
PRESENTACIÓN Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: Desde 19 de junio del 2009, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, hasta el 11 de junio del 2010, el Papa Benedicto XVI, ha propuesto celebrar en la Iglesia universal un Año sacerdotal “para favorecer la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia de su ministerio” Permítanme expresarles mi alegría y complacencia por el espíritu de creciente comunión que Dios viene infundiendo en el clero arquidiocesano de Huancayo por vivir este tiempo de especial renovación sacerdotal. Por eso animados por la experiencia eclesial de “Comunión y participación” queremos ofrecer a los sacerdotes y a las comunidades parroquiales un instrumento valioso para orar por las vocaciones sacerdotales y la fidelidad de aquellos que han recibido el don del sacerdocio ministerial al servicio de nuestra Iglesia. El Papa Benedicto XVI ha querido que este año sacerdotal se viva bajo esta consigna: “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”. Esta consigna deberá animar a cada sacerdote a vivir con alegría y fidelidad la llamada del Señor Jesús. Agradezco a todos los fieles laicos que han acompañado y acompañan con su oración y afecto a nuestros muy queridos sacerdotes. Deseo reconocer y agradecer a aquellos que, en fidelidad a Cristo, han gastado su vida en el ministerio sacerdotal. Todos nos sentimos fortalecidos como “Discípulos-misioneros de Jesucristo Buen Pastor” especialmente en esos tiempos en que la imagen del sacerdote es vilipendiada por algunos hermanos que con su conducta inmoral han escandalizado a personas inocentes. Por eso les invito a a seguir orando por los sacerdotes y seminaristas de la Iglesia y de manera especial por los de la Arquidiócesis de Huancayo. Para ello será muy útil servirse de las orientaciones de este libro.
A mis hermanos y hermanas, que dan vida a la actividad misionera de las comunidades parroquiales, a las religiosas y laicos, les invito a seguir orando por los sacerdotes para que vivan con fidelidad su vocación y respondan con generosidad a la vocación a la que Dios les ha llamado. Por estas consideraciones les presento este valioso libro que ha elaborado el Presbítero Jaime Quispe Palomino como fruto de oración y reflexión personal con el título: “Oremos por la fidelidad del sacerdote – con el santo cura de Ars”. En este libro podemos encontrar diez temas de reflexión y oración por los sacerdotes. Para vivir esta fidelidad sacerdotal, el Papa Benedicto XVI, ha puesto como ejemplo la vida de san Juan Bautista María Vianney, conocido como el santo cura de Ars. Este humilde cura rural, patrón de todos los sacerdotes, dio testimonio de santidad a base de amor, perseverancia, penitencia y oración. Es el testimonio más humilde que los sacerdotes pueden imitar para alcanzar la santidad en sus vidas. Queridos hermanos sacerdotes oren por ustedes mismos para que sean amigos de Jesucristo y fieles servidores de la Iglesia como lo fue el santo cura de Ars. El pueblo de Dios espera y confía mucho de ustedes. Por eso es necesaria una vida intachable en fidelidad a Dios y al ministerio recibido. Dejo este libro, “Oremos por la fidelidad del sacerdote –con el santo cura de Ars-“, como una herencia del año sacerdotal que se ha vivido. Que todos los fieles discípulos-misioneros de Jesucristo asuman la misión de orar por la fidelidad del sacerdote. Es mi deseo que este libro se utilice durante la adoración perpetua del Santísimo Sacramento y los días jueves de oración y adoración a Cristo Eucaristía. Agradezco y felicito al Presbítero Jaime Quispe Palomino por elaborar este libro de oraciones por la fidelidad del sacerdote. Al mismo tiempo animo a mis hermanos sacerdotes a dar testimonio de intimidad con el Señor y promover espacios de oración entre los fieles. Sólo así podemos redescubrir la belleza y la importancia del Sacerdocio y de cada Sacerdote, sensibilizando a todo el pueblo santo de Dios: Los consagrados y las consagradas, las familias cristianas, los que sufren y, sobre todo, los jóvenes tan sensibles a los grandes ideales vividos con auténtico empuje y constante fidelidad. Quiero terminar esta presentación con la oración que Jesús hace por sus primeros sacerdotes: “Padre Santo, guarda en tu nombre a los que me diste, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo los guardaba en tu nombre y los custodiaba… Conságralos en la verdad: tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad” (Juan 17, 11b -19). Huancayo, 23 de mayo, solemnidad de Pentecostés. Monseñor Pedro Ricardo Barreto Jimeno, s.j. Arzobispo Metropolitano de Huancayo
INTRODUCCIÓN El Papa Benedicto XVI, cada año, dedica una misión y visión determinada a la Iglesia Universal. Por eso, el 19 de junio del año pasado inauguró el “Año Sacerdotal” con el rezo de las segundas vísperas de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes. Dicho recorrido tendrá su clausura los días 9, 10 y 11 de junio del presente año 2010 en Roma. En la conmemoración de los 150 años de la muerte de San Juan Bautista María Vianney conocido como el Santo Cura de Ars, el Papa Benedicto XVI, ha puesto como ejemplo de pastor del rebaño de Cristo que es la Iglesia. Definitivamente, este santo de la piedad, la perseverancia y el servicio amoroso, es el patrón de los sacerdotes. Por eso que, al escribir la historia de la Iglesia marcada por un hito sacerdotal, el cura de Ars se presenta como un paradigma de sacerdote. “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote” es la consigna que el Papa Benedicto XVI ha encomendado a la Iglesia universal con motivo de celebrarse el Año Sacerdotal. Esta consigna invita a los sacerdotes a tomar conciencia de la fidelidad de sus vidas al servicio de Dios y de la Iglesia. También invita al Pueblo de Dios a asumir la responsabilidad de orar por la fidelidad al ministerio concedido el día de su ordenación sacerdotal. Así como Cristo fue fiel a la misión que el Padre le había encomendado así, también, el sacerdote debe ser fiel a la misión encomendada por Dios. Vivimos nuevos tiempos en el mundo de hoy que, muchas veces, ponen en tela de juicio la identidad del sacerdote. Por eso, en la invitación que hace el Papa Benedicto XVI, es sumamente importante orar por la fidelidad del sacerdote sabiendo que es escogido del Pueblo para servir al Pueblo de Dios.
Este libro de oraciones se presenta como una alternativa al Pueblo de Dios para orar por la fidelidad de los sacerdotes; privilegiadamente este Año Sacerdotal, pero también, todos los días de nuestras vidas. Este libro de oraciones comprende tres partes. La primera parte nos introduce al año de gracia que estamos viviendo actualmente, la segunda parte trata de las oraciones con diez temas determinados para la meditación de los fieles laicos y del mismo sacerdote y la tercera parte trata de una reflexión elaborada por el presbítero Pedro Hidalgo Díaz. Que este Año sacerdotal sea un año de gracia para ser vivida por la Iglesia que todos la conformamos. Con afecto de amigo y hermano. Jaime Quispe Palomino. Pbro.
PRIMERA PARTE
Oremos por la fidelidad del Sacerdote - Con el santo Cura de Ars
Jaime Quispe Palomino, Pbro.
CARTA DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI PARA LA CONVOCACIÓN DEL AÑO SACERDOTAL CON OCASIÓN DEL 150 ANIVERSARIO DEL DIES NATALIS DEL SANTO CURA DE ARS
Queridos hermanos en el Sacerdocio: He resuelto convocar oficialmente un “Año Sacerdotal” con ocasión del 150 aniversario del “dies natalis” de Juan María Vianney, el Santo Patrón de todos los párrocos del mundo, que comenzará el viernes 19 de junio de 2009, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús –jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación del clero–[1]. Este año desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo, y se concluirá en la misma solemnidad de 2010. “El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars[2]. Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma. Tengo presente a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de [1] [2]
Así lo proclamó el Sumo Pontífice Pío XI en 1929.
“Le Sacerdoce, c’est l’amour du coeur de Jésus” (in Le curé d’Ars. Sa pensée – Son Coeur. Présentés par l’Abbé Bernard Nodet, éd. Xavier Mappus, Foi Vivante 1966, p. 98). En adelante: NODET. La expresión aparece citada también en el Catecismo de la Iglesia católica, n. 1589.
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las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de “amigos de Cristo”, llamados personalmente, elegidos y enviados por Él? Todavía conservo en el corazón el recuerdo del primer párroco con el que comencé mi ministerio como joven sacerdote: fue para mí un ejemplo de entrega sin reservas al propio ministerio pastoral, llegando a morir cuando llevaba el viático a un enfermo grave. También repaso los innumerables hermanos que he conocido a lo largo de mi vida y últimamente en mis viajes pastorales a diversas naciones, comprometidos generosamente en el ejercicio cotidiano de su ministerio sacerdotal. Pero la expresión utilizada por el Santo Cura de Ars evoca también la herida abierta en el Corazón de Cristo y la corona de espinas que lo circunda. Y así, pienso en las numerosas situaciones de sufrimiento que aquejan a muchos sacerdotes, porque participan de la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones o por las incomprensiones de los destinatarios mismos de su ministerio: ¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de la sangre? Sin embargo, también hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes. En este sentido, la enseñanza y el ejemplo de san Juan María Vianney pueden ofrecer un punto de referencia significativo. El Cura de Ars era muy humilde, pero consciente de ser, como sacerdote, un inmenso don para su gente: “Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”[3]. Hablaba del sacerdocio como si no fuera posible llegar a percibir toda la grandeza del don y de la tarea confiados a una criatura humana: “¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría… Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia…”[4]. Explicando a sus fieles la importancia de los sacramentos decía: “Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote.
[3] Nodet, p. 101. [4] Ibíd., p. 97.
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Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote… ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá en el cielo”[5]. Estas afirmaciones, nacidas del corazón sacerdotal del santo párroco, pueden parecer exageradas. Sin embargo, revelan la altísima consideración en que tenía el sacramento del sacerdocio. Parecía sobrecogido por un inmenso sentido de la responsabilidad: “Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor… Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes… Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias… El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros”[6]. Llegó a Ars, una pequeña aldea de 230 habitantes, advertido por el Obispo sobre la precaria situación religiosa: “No hay mucho amor de Dios en esa parroquia; usted lo pondrá”. Bien sabía él que tendría que encarnar la presencia de Cristo dando testimonio de la ternura de la salvación: “Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida”. Con esta oración comenzó su misión[7]. El Santo Cura de Ars se dedicó a la conversión de su parroquia con todas sus fuerzas, insistiendo por encima de todo en la formación cristiana del pueblo que le había sido confiado. Queridos hermanos en el Sacerdocio, pidamos al Señor Jesús la gracia de aprender también nosotros el método pastoral de san Juan María Vianney. En primer lugar, su total identificación con el propio ministerio. En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su obra salvífica era y es expresión de su “Yo filial”, que está ante el Padre, desde toda la eternidad, en actitud de amorosa sumisión a su voluntad. De modo análogo y con toda humildad, también el sacerdote debe aspirar a esta identificación. Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro. El Cura de Ars emprendió en seguida esta humilde y paciente tarea de armonizar su vida como ministro con la santidad del ministerio confiado, “viviendo” incluso materialmente en su Iglesia parroquial: “En cuanto llegó, consideró la Iglesia como su casa… Entraba en la Iglesia antes de la aurora y no salía hasta después del Ángelus de la tarde. Si alguno tenía necesidad de él, allí lo podía encontrar”, se lee en su primera biografía[8]. [5] Ibíd., pp. 98-99. [6] [7] [8]
Ibíd., pp. 98-100. Ibíd., p. 183.
A. Monnin, Il Curato d’Ars. Vita di Gian-Battista-Maria Vianney, vol. I, Ed. Marietti, Torino 1870, p. 122.
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La devota exageración del piadoso hagiógrafo no nos debe hacer perder de vista que el Santo Cura de Ars también supo “hacerse presente” en todo el territorio de su parroquia: visitaba sistemáticamente a los enfermos y a las familias; organizaba misiones populares y fiestas patronales; recogía y administraba dinero para sus obras de caridad y para las misiones; adornaba la iglesia y la dotaba de paramentos sacerdotales; se ocupaba de las niñas huérfanas de la “Providence” (un Instituto que fundó) y de sus formadoras; se interesaba por la educación de los niños; fundaba hermandades y llamaba a los laicos a colaborar con él. Su ejemplo me lleva a poner de relieve los ámbitos de colaboración en los que se debe dar cada vez más cabida a los laicos, con los que los presbíteros forman un único pueblo sacerdotal[9] y entre los cuales, en virtud del sacerdocio ministerial, están puestos “para llevar a todos a la unidad del amor: ‘amándose mutuamente con amor fraterno, rivalizando en la estima mutua’ (Rm 12, 10)”[10]. En este contexto, hay que tener en cuenta la encarecida recomendación del Concilio Vaticano II a los presbíteros de “reconocer sinceramente y promover la dignidad de los laicos y la función que tienen como propia en la misión de la Iglesia… Deben escuchar de buena gana a los laicos, teniendo fraternalmente en cuenta sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, para poder junto con ellos reconocer los signos de los tiempos”[11]. El Santo Cura de Ars enseñaba a sus parroquianos sobre todo con el testimonio de su vida. De su ejemplo aprendían los fieles a orar, acudiendo con gusto al sagrario para hacer una visita a Jesús Eucaristía[12]. “No hay necesidad de hablar mucho para orar bien”, les enseñaba el Cura de Ars. “Sabemos que Jesús está allí, en el sagrario: abrámosle nuestro corazón, alegrémonos de su presencia. Ésta es la mejor oración”[13]. Y les persuadía: “Venid a comulgar, hijos míos, venid donde Jesús. Venid a vivir de Él para poder vivir con Él…”[14]. “Es verdad que no sois dignos, pero lo necesitáis”[15]. Dicha educación de los fieles en la presencia eucarística y en la comunión era particularmente eficaz cuando lo veían celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Los que asistían decían que “no se podía encontrar una figura que expresase mejor la adoración… Contemplaba la hostia con amor”[16]. Les decía: “Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es [9]
Cf. Lumen gentium, 10.
[10] Presbyterorum ordinis, 9. [11] Ibid.
[12] “La w es mirada de fe, fijada en Jesús. ‘Yo le miro y él me mira’, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario”: Catecismo de la Iglesia católica, n. 2715. [13] Nodet, p. 85. [14] Ibíd., p. 114. [15] Ibíd., p. 119.
[16] A. Monnin, o.c., II, pp. 430 ss.
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obra de Dios”[17]. Estaba convencido de que todo el fervor en la vida de un sacerdote dependía de la Misa: “La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!”[18]. Siempre que celebraba, tenía la costumbre de ofrecer también la propia vida como sacrificio: “¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!”[19]. Esta identificación personal con el Sacrificio de la Cruz lo llevaba –con una sola moción interior– del altar al confesonario. Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesonarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento. En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa. Pero él intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus parroquianos redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la presencia eucarística. Supo iniciar así un “círculo virtuoso”. Con su prolongado estar ante el sagrario en la Iglesia, consiguió que los fieles comenzasen a imitarlo, yendo a visitar a Jesús, seguros de que allí encontrarían también a su párroco, disponible para escucharlos y perdonarlos. Al final, una muchedumbre cada vez mayor de penitentes, provenientes de toda Francia, lo retenía en el confesonario hasta 16 horas al día. Se comentaba que Ars se había convertido en “el gran hospital de las almas”[20]. Su primer biógrafo afirma: “La gracia que conseguía [para que los pecadores se convirtiesen] era tan abundante que salía en su búsqueda sin dejarles un momento de tregua”[21]. En este mismo sentido, el Santo Cura de Ars decía: “No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”[22]. “Este buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes”[23]. Todos los sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros aquellas palabras que él ponía en boca de Jesús: “Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita”[24]. Los sacerdotes podemos aprender del Santo Cura de Ars no sólo una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia, que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del “diálogo de salvación” que en él se debe entablar. El Cura de Ars se comportaba de manera diferente con cada penitente. Quien se acercaba a [17] Nodet, p. 105. [18] Ibíd., p. 105. [19] Ibíd., p. 104.
[20] A. Monnin, o.c., II, p. 293. [21] Ibíd., II, p. 10.
[22] Nodet, p. 128. [23] Ibíd., p. 50.
[24] Ibíd., p. 131.
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su confesonario con una necesidad profunda y humilde del perdón de Dios, encontraba en él palabras de ánimo para sumergirse en el “torrente de la divina misericordia” que arrastra todo con su fuerza. Y si alguno estaba afligido por su debilidad e inconstancia, con miedo a futuras recaídas, el Cura de Ars le revelaba el secreto de Dios con una expresión de una belleza conmovedora: “El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!”[25]. A quien, en cambio, se acusaba de manera fría y casi indolente, le mostraba, con sus propias lágrimas, la evidencia seria y dolorosa de lo “abominable” de su actitud: “Lloro porque vosotros no lloráis”[26], decía. “Si el Señor no fuese tan bueno… pero lo es. Hay que ser un bárbaro para comportarse de esta manera ante un Padre tan bueno”[27]. Provocaba el arrepentimiento en el corazón de los tibios, obligándoles a ver con sus propios ojos el sufrimiento de Dios por los pecados como “encarnado” en el rostro del sacerdote que los confesaba. Si alguno manifestaba deseos y actitudes de una vida espiritual más profunda, le mostraba abiertamente las profundidades del amor, explicándole la inefable belleza de vivir unidos a Dios y estar en su presencia: “Todo bajo los ojos de Dios, todo con Dios, todo para agradar a Dios… ¡Qué maravilla!”[28]. Y les enseñaba a orar: “Dios mío, concédeme la gracia de amarte tanto cuanto yo sea capaz”[29]. El Cura de Ars consiguió en su tiempo cambiar el corazón y la vida de muchas personas, porque fue capaz de hacerles sentir el amor misericordioso del Señor. Urge también en nuestro tiempo un anuncio y un testimonio similar de la verdad del Amor: Deus caritas est (1 Jn 4, 8). Con la Palabra y con los Sacramentos de su Jesús, Juan María Vianney edificaba a su pueblo, aunque a veces se agitaba interiormente porque no se sentía a la altura, hasta el punto de pensar muchas veces en abandonar las responsabilidades del ministerio parroquial para el que se sentía indigno. Sin embargo, con un sentido de la obediencia ejemplar, permaneció siempre en su puesto, porque lo consumía el celo apostólico por la salvación de las almas. Se entregaba totalmente a su propia vocación y misión con una ascesis severa: “La mayor desgracia para nosotros los párrocos –deploraba el Santo– es que el alma se endurezca”; con esto se refería al peligro de que el pastor se acostumbre al estado de pecado o indiferencia en que viven muchas de sus ovejas[30]. Dominaba su cuerpo con vigilias y ayunos para evitar que opusiera resistencia a su alma sacerdotal. Y se mortificaba voluntariamente en favor de las almas que le habían sido confiadas y para unirse a la expiación de tantos [25] Ibíd., p. 130. [26] Ibíd., p. 27.
[27] Ibíd., p. 139. [28] Ibíd., p. 28. [29] Ibíd., p. 77.
[30] Ibíd., p. 102.
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pecados oídos en confesión. A un hermano sacerdote, le explicaba: “Le diré cuál es mi receta: doy a los pecadores una penitencia pequeña y el resto lo hago yo por ellos”[31]. Más allá de las penitencias concretas que el Cura de Ars hacía, el núcleo de su enseñanza sigue siendo en cualquier caso válido para todos: las almas cuestan la sangre de Cristo y el sacerdote no puede dedicarse a su salvación sin participar personalmente en el “alto precio” de la redención. En la actualidad, como en los tiempos difíciles del Cura de Ars, es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico. Pablo VI ha observado oportunamente: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio”[32]. Para que no nos quedemos existencialmente vacíos, comprometiendo con ello la eficacia de nuestro ministerio, debemos preguntarnos constantemente: “¿Estamos realmente impregnados por la palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos, más que lo que pueda ser el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deja una impronta en nuestra vida y forma nuestro pensamiento?”[33]. Así como Jesús llamó a los Doce para que estuvieran con Él (cf. Mc 3, 14), y sólo después los mandó a predicar, también en nuestros días los sacerdotes están llamados a asimilar el “nuevo estilo de vida” que el Señor Jesús inauguró y que los Apóstoles hicieron suyo[34]. La identificación sin reservas con este “nuevo estilo de vida” caracterizó la dedicación al ministerio del Cura de Ars. El Papa Juan XXIII en la Carta encíclica Sacerdotii nostri primordia, publicada en 1959, en el primer centenario de la muerte de san Juan María Vianney, presentaba su fisonomía ascética refiriéndose particularmente a los tres consejos evangélicos, considerados como necesarios también para los presbíteros: “Y, si para alcanzar esta santidad de vida, no se impone al sacerdote, en virtud del estado clerical, la práctica de los consejos evangélicos, ciertamente que a él, y a todos los discípulos del Señor, se le presenta como el camino real de la santificación cristiana”[35]. El Cura de Ars supo vivir los “consejos evangélicos” de acuerdo a su condición de presbítero. En efecto, su pobreza no fue la de un religioso o un monje, sino la que se pide a un sacerdote: a pesar de manejar mucho dinero (ya que los peregrinos más pudientes se interesaban por sus obras de caridad), era consciente de que todo era para su iglesia, sus pobres, sus huérfanos, sus niñas de la “Providence”[36], sus familias más ne[31] Ibíd., p. 189.
[32] Evangelii nuntiandi, 41.
[33] Benedicto XVI, Homilía en la solemne Misa Crismal, 9 de abril de 2009.
[34] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea plenaria de la Congregación para el Clero. 16 de marzo de 2009. [35] P. I.
[36] Nombre que dio a la casa para la acogida y educación de 60 niñas abandonadas. Fue capaz de todo con tal de mantenerla: “J’ai fait tous les commerces imaginables”, decía sonriendo (Nodet, p. 214).
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cesitadas. Por eso “era rico para dar a los otros y era muy pobre para sí mismo”. [37] Y explicaba: “Mi secreto es simple: dar todo y no conservar nada”[38]. Cuando se encontraba con las manos vacías, decía contento a los pobres que le pedían: “Hoy soy pobre como vosotros, soy uno de vosotros”[39]. Así, al final de su vida, pudo decir con absoluta serenidad: “No tengo nada… Ahora el buen Dios me puede llamar cuando quiera”[40]. También su castidad era la que se pide a un sacerdote para su ministerio. Se puede decir que era la castidad que conviene a quien debe tocar habitualmente con sus manos la Eucaristía y contemplarla con todo su corazón arrebatado y con el mismo entusiasmo la distribuye a sus fieles. Decían de él que “la castidad brillaba en su mirada”, y los fieles se daban cuenta cuando clavaba la mirada en el sagrario con los ojos de un enamorado[41]. También la obediencia de san Juan María Vianney quedó plasmada totalmente en la entrega abnegada a las exigencias cotidianas de su ministerio. Se sabe cuánto le atormentaba no sentirse idóneo para el ministerio parroquial y su deseo de retirarse “a llorar su pobre vida, en soledad”[42]. Sólo la obediencia y la pasión por las almas conseguían convencerlo para seguir en su puesto. A los fieles y a sí mismo explicaba: “No hay dos maneras buenas de servir a Dios. Hay una sola: servirlo como Él quiere ser servido”[43]. Consideraba que la regla de oro para una vida obediente era: “Hacer sólo aquello que puede ser ofrecido al buen Dios”[44]. En el contexto de la espiritualidad apoyada en la práctica de los consejos evangélicos, me complace invitar particularmente a los sacerdotes, en este Año dedicado a ellos, a percibir la nueva primavera que el Espíritu está suscitando en nuestros días en la Iglesia, a la que los Movimientos eclesiales y las nuevas Comunidades han contribuido positivamente. “El Espíritu es multiforme en sus dones… Él sopla donde quiere. Lo hace de modo inesperado, en lugares inesperados y en formas nunca antes imaginadas… Él quiere vuestra multiformidad y os quiere para el único Cuerpo”[45]. A este propósito vale la indicación del Decreto Presbyterorum ordinis: “Examinando los espíritus para ver si son de Dios, [los presbíteros] han de descubrir mediante el sentido de la fe los múltiples carismas de los laicos, tanto los humildes como los más altos, reconocerlos con alegría y fomentarlos con empeño”.[46] Dichos dones, que llevan a muchos a una vida espiritual más elevada, pueden hacer bien no sólo a los fieles laicos sino también a los mi[37] Nodet, p. 216. [38] Ibíd., p. 215. [39] Ibíd., p. 216. [40] Ibíd., p. 214.
[41] Cf. Ibíd., p. 112.
[42] Cf. Ibíd., pp. 82-84; 102-103. [43] Ibíd., p. 75. [44] Ibíd., p. 76.
[45] Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las primeras vísperas en la vigilia de Pentecostés, 3 de junio de 2006. [46] N. 9.
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nistros mismos. La comunión entre ministros ordenados y carismas “puede impulsar un renovado compromiso de la Iglesia en el anuncio y en el testimonio del Evangelio de la esperanza y de la caridad en todos los rincones del mundo”.[47] Quisiera añadir además, en línea con la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis del Papa Juan Pablo II, que el ministerio ordenado tiene una radical “forma comunitaria” y sólo puede ser desempeñado en la comunión de los presbíteros con su Obispo[48]. Es necesario que esta comunión entre los sacerdotes y con el propio Obispo, basada en el sacramento del Orden y manifestada en la concelebración eucarística, se traduzca en diversas formas concretas de fraternidad sacerdotal efectiva y afectiva[49]. Sólo así los sacerdotes sabrán vivir en plenitud el don del celibato y serán capaces de hacer florecer comunidades cristianas en las cuales se repitan los prodigios de la primera predicación del Evangelio. El Año Paulino que está por concluir orienta nuestro pensamiento también hacia el Apóstol de los gentiles, en quien podemos ver un espléndido modelo sacerdotal, totalmente “entregado” a su ministerio. “Nos apremia el amor de Cristo –escribía-, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron” (2 Co 5, 14). Y añadía: “Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos” (2 Co 5, 15). ¿Qué mejor programa se podría proponer a un sacerdote que quiera avanzar en el camino de la perfección cristiana? Queridos sacerdotes, la celebración del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney (1859) viene inmediatamente después de las celebraciones apenas concluidas del 150 aniversario de las apariciones de Lourdes (1858). Ya en 1959, el Beato Papa Juan XXIII había hecho notar: “Poco antes de que el Cura de Ars terminase su carrera tan llena de méritos, la Virgen Inmaculada se había aparecido en otra región de Francia a una joven humilde y pura, para comunicarle un mensaje de oración y de penitencia, cuya inmensa resonancia espiritual es bien conocida desde hace un siglo. En realidad, la vida de este sacerdote cuya memoria celebramos, era anticipadamente una viva ilustración de las grandes verdades sobrenaturales enseñadas a la vidente de Massabielle. Él mismo sentía una devoción vivísima hacia la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen; él, que ya en 1836 había consagrado su parroquia a María concebida sin pecado, y que con tanta fe y alegría había de acoger la definición dogmática de 1854”[50]. El Santo Cura de Ars recordaba siempre a sus fieles que “Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir de su Santa Madre”[51]. [47] Benedicto XVI, Discurso a un grupo de Obispos amigos del Movimiento de los Focolares y a otro de amigos de la Comunidad de San Egidio, 8 de febrero de 2007. [48] Cf. n. 17.
[49] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. Pastores dabo vobis, 74. [50] Carta enc. Sacerdotii nostri primordia, P. III. [51] Nodet, p. 244
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Confío este Año Sacerdotal a la Santísima Virgen María, pidiéndole que suscite en cada presbítero un generoso y renovado impulso de los ideales de total donación a Cristo y a la Iglesia que inspiraron el pensamiento y la tarea del Santo Cura de Ars. Con su ferviente vida de oración y su apasionado amor a Jesús crucificado, Juan María Vianney alimentó su entrega cotidiana sin reservas a Dios y a la Iglesia. Que su ejemplo fomente en los sacerdotes el testimonio de unidad con el Obispo, entre ellos y con los laicos, tan necesario hoy como siempre. A pesar del mal que hay en el mundo, conservan siempre su actualidad las palabras de Cristo a sus discípulos en el Cenáculo: “En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). La fe en el Maestro divino nos da la fuerza para mirar con confianza el futuro. Queridos sacerdotes, Cristo cuenta con vosotros. A ejemplo del Santo Cura de Ars, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz. Con mi bendición. Vaticano, 16 de junio de 2009.
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CARTA DEL PREFECTO DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO Queridos Sacerdotes: El Año Sacerdotal, promulgado por nuestro amado Papa Benedicto XVI, para celebrar el 150 aniversario de la muerte de San Juan María Bautista Vianney, el Santo Cura de Ars, está a punto de comenzar. Lo abrirá el Santo Padre el día 19 del próximo mes de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y de la Jornada Mundial de Oración para la santificación de los Sacerdotes. El anuncio de este año especial ha tenido una repercusión mundial eminentemente positiva, en especial entre los mismos Sacerdotes. Todos queremos empeñarnos, con determinación, profundidad y fervor, a fin de que sea un año ampliamente celebrado en todo el mundo, en las diócesis, en las parroquias y en las comunidades locales con toda su grandeza y con la calurosa participación de nuestro pueblo católico, que sin duda ama a sus Sacerdotes y los quiere ver felices, santos y llenos de alegría en su diario quehacer apostólico. Deberá ser un año positivo y propositivo en el que la Iglesia quiere decir, sobre todo a los Sacerdotes, pero también a todos los cristianos, a la sociedad mundial, mediante los mass media globales, que está orgullosa de sus Sacerdotes, que los ama y que los venera, que los admira y que reconoce con gratitud su trabajo pastoral y su testimonio de vida. Verdaderamente los Sacerdotes son importantes no sólo por cuanto hacen sino, sobre todo, por aquello que son. Al mismo tiempo, es verdad que a algunos se les ha visto implicados en graves problemas y situaciones delictivas. Obviamente es necesario continuar la investigación, juzgarles debidamente e infligirles la pena merecida. Sin embargo, estos casos son un porcentaje muy pequeño en comparación con el número total del clero. La inmensa mayoría de sacerdotes son personas dignísimas, dedicadas al ministerio, 21
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hombres de oración y de caridad pastoral, que consuman su total existencia en actuar la propia vocación y misión y, en tantas ocasiones, con grandes sacrificios personales, pero siempre con un amor auténtico a Jesucristo, a la Iglesia y al pueblo; solidarios con los pobres y con quienes sufren. Es por eso que la Iglesia se muestra orgullosa de sus sacerdotes esparcidos por el mundo. Este Año debe ser una ocasión para un periodo de intensa profundización de la identidad sacerdotal, de la teología sobre el sacerdocio católico y del sentido extraordinario de la vocación y de la misión de los Sacerdotes en la Iglesia y en la sociedad. Para todo eso será necesario organizar encuentros de estudio, jornadas de reflexión, ejercicios espirituales específicos, conferencias y semanas teológicas en nuestras facultades eclesiásticas, además de estudios científicos y sus respectivas publicaciones. El Santo Padre, en su discurso de promulgación durante la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero, el 16 de marzo pasado, dijo que con este año especial se quiere “favorecer esta tensión de los Sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia del ministerio”. Especialmente por eso, debe ser una año de oración de los Sacerdotes, con los Sacerdotes y por los Sacerdotes; un año de renovación de la espiritualidad del presbiterio y de cada uno de los presbíteros. En el referido contexto, la Eucaristía se presenta como el centro de la espiritualidad sacerdotal. La adoración eucarística para la santificación de los Sacerdotes y la maternidad espiritual de las religiosas, de las mujeres consagradas y de las mujeres laicas hacia cada uno de los presbíteros, como propuesto ya desde hace algún tiempo por la Congregación para el Clero, podría desarrollarse con mejores frutos de santificación. Sea también un año en el que se examinen las condiciones concretas y el sustento material en el que viven nuestros Sacerdotes, en algunos casos obligados a subsistir en situaciones de dura pobreza. Sea, al mismo tiempo, un año de celebraciones religiosas y públicas que conduzcan al pueblo, a las comunidades católicas locales, a rezar, a meditar, a festejar y a presentar el justo homenaje a sus Sacerdotes. La fiesta de la comunidad eclesial es una expresión muy cordial, que exprime y alimenta la alegría cristiana, que brota de la certeza de que Dios nos ama y que hace fiesta con nosotros. Será una oportunidad para acentuar la comunión y la amistad de los Sacerdotes con las comunidades a su cargo. Otros muchos aspectos e iniciativas podrían enumerarse con el fin de enriquecer el Año Sacerdotal. Al respecto, deberá intervenir la justa creatividad de las Iglesias locales. Es por eso que en cada Conferencia Episcopal, en cada Diócesis o parroquia o en cada comunidad eclesial se establezca lo más pronto posible un verdadero y propio programa para este año especial. Obviamente será muy importante comenzar este año con una celebración significativa. En el mismo día de apertura del Año Sacerdotal, el día 19 de junio, con el Santo Padre en Roma, se invita a las Iglesias locales a participar, en el modo más convenien te, a dicha in22
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auguración con un acto litúrgico específico y festivo. Serán bien recibidos todos aquellos que, en ocasión de la apertura, podrán estar presentes, con el fin de manifestar la propia participación a esta feliz iniciativa del Papa. Sin duda, Dios bendecirá este esfuerzo con grande amor. Y la Virgen María, Reina del Clero, intercederá por todos vosotros, queridos Sacerdotes. Cardenal Claudio Hummes Arzobispo Emérito de San Pablo Prefecto de la Congregación para el Clero
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INAUGURACIÓN DEL AÑO SACERDOTAL EN EL 150° ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE SAN JUAN MARÍA VIANNEY REZO DE LAS SEGUNDAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Basílica de San Pedro, Viernes 19 de junio de 2009 Queridos hermanos y hermanas: En la antífona del Magníficat dentro de poco cantaremos: “Nos acogió el Señor en su seno y en su corazón”, “Suscepit nos Dominus in sinum et cor suum”. En el Antiguo Testamento se habla veintiséis veces del corazón de Dios, considerado como el órgano de su voluntad: el hombre es juzgado en referencia al corazón de Dios. A causa del dolor que su corazón siente por los pecados del hombre, Dios decide el diluvio, pero después se conmueve ante la debilidad humana y perdona. Luego hay un pasaje del Antiguo Testamento en el que el tema del corazón de Dios se expresa de manera muy clara: se encuentra en el capítulo 11 del libro del profeta Oseas, donde los primeros versículos describen la dimensión del amor con el que el Señor se dirigió a Israel en el alba de su historia: “Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (v. 1). En realidad, a la incansable predilección divina Israel responde con indiferencia e incluso con ingratitud. “Cuanto más los llamaba —se ve obligado a constatar el Señor—, más se alejaban de mí” (v. 2). Sin embargo, no abandona a Israel en manos de sus enemigos, pues “mi corazón —dice el Creador del universo— se conmueve en mi interior, y a la vez se estremecen mis entrañas” (v. 8). ¡El corazón de Dios se estremece de compasión! En esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús la Iglesia presenta a nuestra contemplación este misterio, 25
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el misterio del corazón de un Dios que se conmueve y derrama todo su amor sobre la humanidad. Un amor misterioso, que en los textos del Nuevo Testamento se nos revela como inconmensurable pasión de Dios por el hombre. No se rinde ante la ingratitud, ni siquiera ante el rechazo del pueblo que se ha escogido; más aún, con infinita misericordia envía al mundo a su Hijo unigénito para que cargue sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder del mal y de la muerte, restituya la dignidad de hijos a los seres humanos esclavizados por el pecado. Todo esto a caro precio: el Hijo unigénito del Padre se inmola en la cruz: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Símbolo de este amor que va más allá de la muerte es su costado atravesado por una lanza. A este respecto, un testigo ocular, el apóstol san Juan, afirma: “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19, 34). Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias porque, respondiendo a mi invitación, habéis venido en gran número a esta celebración con la que entramos en el Año sacerdotal. Saludo a los señores cardenales y a los obispos, en particular al cardenal prefecto y al secretario de la Congregación para el clero, así como a sus colaboradores, y al obispo de Ars. Saludo a los sacerdotes y a los seminaristas de los diversos colegios de Roma; a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles. Dirijo un saludo especial a Su Beatitud Ignace Youssif Younan, patriarca de Antioquía de los sirios, que ha venido a Roma para encontrarse conmigo y manifestar públicamente la “ecclesiastica communio” que le he concedido. Queridos hermanos y hermanas, detengámonos a contemplar juntos el Corazón traspasado del Crucificado. En la lectura breve, tomada de la carta de san Pablo a los Efesios, acabamos de escuchar una vez más que “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo (...) y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2, 4-6). Estar en Cristo Jesús significa ya sentarse en los cielos. En el Corazón de Jesús se expresa el núcleo esencial del cristianismo; en Cristo se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios. El evangelista san Juan escribe: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas. Aunque es verdad que la invitación de Jesús a “permanecer en su amor” (cf. Jn 15, 9) se dirige a todo bautizado, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, Jornada de santificación sacerdotal, esa invitación resuena con mayor fuerza para nosotros, los sacerdotes, de modo particular esta tarde, solemne inicio del Año sacerdotal, que he convocado con ocasión del 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars. Me viene inmediatamente a la mente una hermosa y con26
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movedora afirmación suya, recogida en el Catecismo de la Iglesia católica: “El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús” (n.1589). ¿Cómo no recordar con conmoción que de este Corazón ha brotado directamente el don de nuestro ministerio sacerdotal? ¿Cómo olvidar que los presbíteros hemos sido consagrados para servir, humilde y autorizadamente, al sacerdocio común de los fieles? Nuestra misión es indispensable para la Iglesia y para el mundo, que exige fidelidad plena a Cristo y unión incesante con él, o sea, permanecer en su amor; esto exige que busquemos constantemente la santidad, el permanecer en su amor, como hizo san Juan María Vianney. En la carta que os he dirigido con motivo de este Año jubilar especial, queridos hermanos sacerdotes, he puesto de relieve algunos aspectos que caracterizan nuestro ministerio, haciendo referencia al ejemplo y a la enseñanza del santo cura de Ars, modelo y protector de todos nosotros los sacerdotes, y en particular de los párrocos. Espero que esta carta os ayude e impulse a hacer de este año una ocasión propicia para crecer en la intimidad con Jesús, que cuenta con nosotros, sus ministros, para difundir y consolidar su reino, para difundir su amor, su verdad. Y, por tanto, “a ejemplo del santo cura de Ars —así concluía mi carta—, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz”. Dejarse conquistar totalmente por Cristo. Este fue el objetivo de toda la vida de san Pablo, al que hemos dirigido nuestra atención durante el Año paulino, que ya está a punto de concluir; y esta fue la meta de todo el ministerio del santo cura de Ars, a quien invocaremos de modo especial durante el Año sacerdotal. Que este sea también el objetivo principal de cada uno de nosotros. Para ser ministros al servicio del Evangelio es ciertamente útil y necesario el estudio, con una esmerada y permanente formación teológica y pastoral, pero más necesaria aún es la “ciencia del amor”, que sólo se aprende de “corazón a corazón” con Cristo. Él nos llama a partir el pan de su amor, a perdonar los pecados y a guiar al rebaño en su nombre. Precisamente por este motivo no debemos alejarnos nunca del manantial del Amor que es su Corazón traspasado en la cruz. Sólo así podremos cooperar eficazmente al misterioso “designio del Padre”, que consiste en “hacer de Cristo el corazón del mundo”. Designio que se realiza en la historia en la medida en que Jesús se convierte en el Corazón de los corazones humanos, comenzando por aquellos que están llamados a estar más cerca de él, precisamente los sacerdotes. Las “promesas sacerdotales”, que pronunciamos el día de nuestra ordenación y que renovamos cada año, el Jueves santo, en la Misa Crismal, nos vuelven a recordar este constante compromiso. Incluso nuestras carencias, nuestros límites y debilidades deben volvernos a conducir al Corazón de Jesús. Si es verdad que los pecadores, al contemplarlo, deben sentirse impulsados por él al necesario “dolor de los pecados” que los vuelva a conducir al Padre, esto vale aún más para los ministros sagrados. A este respecto, ¿cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, 27
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que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en “ladrones de las ovejas” (cf. Jn 10, 1 ss), ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya sea porque las atan con lazos de pecado y de muerte? También se dirige a nosotros, queridos sacerdotes, el llamamiento a la conversión y a recurrir a la Misericordia divina; asimismo, debemos dirigir con humildad una súplica apremiante e incesante al Corazón de Jesús para que nos preserve del terrible peligro de dañar a aquellos a quienes debemos salvar. Hace poco he podido venerar, en la capilla del Coro, la reliquia del santo cura de Ars: su corazón. Un corazón inflamado de amor divino, que se conmovía al pensar en la dignidad del sacerdote y hablaba a los fieles con un tono conmovedor y sublime, afirmando que “después de Dios, el sacerdote lo es todo... Él mismo no se entenderá bien sino en el cielo” (cf. Carta para el Año sacerdotal). Cultivemos queridos hermanos, esta misma conmoción, ya sea para cumplir nuestro ministerio con generosidad y entrega, ya sea para conservar en el alma un verdadero “temor de Dios”: el temor de poder privar de tanto bien, por nuestra negligencia o culpa, a las almas que nos han sido encomendadas, o —¡Dios no lo quiera!— de poderlas dañar. La Iglesia necesita sacerdotes santos; ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos. En la adoración eucarística, que seguirá a la celebración de las Vísperas, pediremos al Señor que inflame el corazón de cada presbítero con la “caridad pastoral” capaz de configurar su “yo” personal al de Jesús sacerdote, para poderlo imitar en la entrega más completa. Que nos obtenga esta gracia la Virgen María, cuyo Inmaculado Corazón contemplaremos mañana con viva fe. El santo cura de Ars sentía una filial devoción hacia ella, hasta el punto de que en 1836, antes de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, ya había consagrado su parroquia a María “concebida sin pecado”. Y mantuvo la costumbre de renovar a menudo esta ofrenda de la parroquia a la santísima Virgen, enseñando a los fieles que “basta con dirigirse a ella para ser escuchados”, por el simple motivo de que ella “desea sobre todo vernos felices”. Que nos acompañe la Virgen santísima, nuestra Madre, en el Año sacerdotal que hoy iniciamos, a fin de que podamos ser guías firmes e iluminados para los fieles que el Señor encomienda a nuestro cuidado pastoral. ¡Amén!
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INDULGENCIAS CON OCASIÓN DEL AÑO SACERDOTAL DECRETO Se enriquecen con el don de sagradas indulgencias algunas prácticas de piedad que se realicen durante el Año sacerdotal convocado en honor de san Juan María Vianney. Ya se acerca el día en que se conmemorará el 150° aniversario de la piadosa muerte de san Juan María Vianney, cura de Ars, que aquí en la tierra fue un admirable modelo de auténtico pastor al servicio de la grey de Cristo. Dado que su ejemplo ha impulsado a los fieles, y principalmente a los sacerdotes, a imitar sus virtudes, el Sumo Pontífice Benedicto XVI ha establecido que, con esta ocasión, desde el 19 de junio de 2009 hasta el 19 de junio de 2010 se celebre en toda la Iglesia un Año sacerdotal especial, durante el cual los sacerdotes se fortalezcan cada vez más en la fidelidad a Cristo con piadosas meditaciones, prácticas de piedad y otras obras oportunas. Este tiempo sagrado comenzará con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, Jornada de santificación de los sacerdotes, cuando el Sumo Pontífice celebre las Vísperas ante las sagradas reliquias de san Juan María Vianney, traídas a Roma por el obispo de Belley-Ars. Benedicto XVI concluirá el Año sacerdotal en la plaza de San Pedro, en presencia de sacerdotes procedentes de todo el mundo, que renovarán su fidelidad a Cristo y su vínculo de fraternidad. Esfuércense los sacerdotes, con oraciones y obras buenas, por obtener de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, la gracia de brillar por la fe, la esperanza y la caridad, y otras virtudes, y muestren con su estilo de vida, pero también con su aspecto exterior, que están plenamente entregados al bien espiritual del pue29
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blo, que es lo que la Iglesia siempre ha buscado por encima de cualquier otra cosa. Para conseguir mejor este fin, ayudará en gran medida el don de las sagradas indulgencias que la Penitenciaría apostólica, con este Decreto, promulgado de acuerdo con la voluntad del Sumo Pontífice, otorga benignamente durante el Año sacerdotal. A. A los sacerdotes realmente arrepentidos, que cualquier día recen con devoción al menos las Laudes matutinas o las Vísperas ante el Santísimo Sacramento, expuesto a la adoración pública o reservado en el sagrario, y, a ejemplo de san Juan María Vianney, se ofrezcan con espíritu dispuesto y generoso a la celebración de los sacramentos, sobre todo al de la Penitencia, se les imparte misericordiosamente en Dios la indulgencia plenaria, que podrán aplicar también a los presbíteros difuntos como sufragio si, de acuerdo con las normas vigentes, se acercan a la confesión sacramental y al banquete eucarístico, y oran según las intenciones del Sumo Pontífice. A los sacerdotes se les concede, además, la indulgencia parcial, también aplicable a los presbíteros difuntos, cada vez que recen con devoción oraciones aprobadas, para llevar una vida santa y cumplir santamente las tareas a ellos encomendadas.
B. A todos los fieles realmente arrepentidos que, en una iglesia u oratorio, asistan con devoción al sacrificio divino de la misa y ofrezcan por los sacerdotes de la Iglesia oraciones a Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, y cualquier obra buena realizada ese día, para que los santifique y los modele según su Corazón, se les concede la indulgencia plenaria, a condición de que hayan expiado sus pecados con la penitencia sacramental y hayan elevado oraciones según la intención del Sumo Pontífice: en los días en que se abre y se clausura el Año sacerdotal, en el día del 150° aniversario de la piadosa muerte de san Juan María Vianney, en el primer jueves de mes o en cualquier otro día establecido por los Ordinarios de los lugares para utilidad de los fieles. Será muy conveniente que, en las iglesias catedrales y parroquiales, sean los mismos sacerdotes encargados del cuidado pastoral quienes dirijan públicamente estas prácticas de piedad, celebren la santa misa y confiesen a los fieles. También se concederá la indulgencia plenaria a los ancianos, a los enfermos y a todos aquellos que por motivos legítimos no puedan salir de casa, si con el espíritu desprendido de cualquier pecado y con la intención de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres acostumbradas condiciones, en su casa o donde se encuentren a causa de su impedimento, en los días antes determinados rezan oraciones por la santificación de los sacerdotes, y ofrecen con con30
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fianza a Dios, por medio de María, Reina de los Apóstoles, sus enfermedades y las molestias de su vida. Por último, se concede la indulgencia parcial a todos los fieles cada vez que recen con devoción en honor del Sagrado Corazón de Jesús cinco padrenuestros, avemarías y glorias, u otra oración aprobada específicamente, para que los sacerdotes se conserven en pureza y santidad de vida. Este Decreto tiene vigor a lo largo de todo el Año sacerdotal. No obstante cualquier disposición contraria. Dado en Roma, en la sede de la Penitenciaría apostólica, el 25 de abril, fiesta de San Marcos evangelista, año de la encarnación del Señor 2009. Cardenal James Francis Stafford Penitenciario mayor Gianfranco Girotti, o.f.m.conv. Obispo titular de Meta, Regente
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CARTA DE LOS OBISPOS DEL PERÚ A SUS SACERDOTES “El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”, repetía extasiado el Santo Cura de Ars. El Papa Benedicto XVI cita esta expresión emotiva y conmovedora al comienzo de la carta que dirige a los sacerdotes el 18 de junio del presente año, con motivo de la convocatoria del Año Sacerdotal en conmemoración del 150 aniversario del “dies natalis” de San Juan María Vianney, Patrono del clero secular. Con este motivo y con el mayor afecto, los Obispos del Perú nos dirigimos a ustedes, queridos Sacerdotes, para expresarles lo que sentimos con ocasión de esta celebración tan significativa. Ustedes comparten con nosotros la misión recibida del Señor para apacentar su Grey y juntos conformamos la íntima fraternidad sacramental, que está en la raíz de todo fruto misionero: “Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). Todos hemos de aunar sentimientos y actitudes en el seguimiento de Cristo y en el desempeño del ministerio sacerdotal, tomando como ejemplo a tantos santos Sacerdotes. Entre ellos, nuestro Patrono San Juan María Vianney a quien acudimos con el fin de recibir luz, entusiasmo y fortaleza a través del ejemplo de su vida marcada por la generosidad, el espíritu de oración y el desprendimiento de los bienes de la tierra. A él acudimos pidiendo su intercesión, por ser el más preclaro ejemplo para los sacerdotes del mundo entero. Unamos nuestra oración a la de todos los fieles de nuestras comunidades, a quienes invitamos a orar por los sacerdotes, a fin de que la iniciativa del Santo Padre de celebrar el año sacerdotal constituya una ocasión de renovación auténtica en nuestro ministerio sacerdotal, siguiendo la estela del Santo Cura de Ars. 33
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Un buen pastor, según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que Él puede conceder a una Parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina. Así valoraba San Juan María su sacerdocio. Y así hemos de valorarlo nosotros. De esa gran estima, nacerá no sólo nuestro respeto hacia la vocación recibida, sino el deseo de entregarnos a ella con toda radicalidad. De esa entrega vendrá nuestra felicidad y el buen espíritu religioso de las comunidades que nos han sido confiadas. En el momento presente, sabemos que más que nunca hemos de ayudarnos mutuamente a conservar la alegría de nuestra vocación, y con tal fin, queremos animarlos a seguir adelante, a la vez que les prevenimos contra algunos riesgos, propios del tiempo histórico que nos toca vivir, resaltando algunas características del ministerio de San Juan María Vianney que pueden resultar especialmente ejemplares para nosotros. Somos, hermanos sacerdotes, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz. La mayor urgencia en los días que vivimos es procurar que el corazón no se endurezca ante las graves dificultades que podemos experimentar en nuestro ministerio, sea por las dificultades inherentes a nuestro ministerio sacerdotal, sea por la hostilidad que podemos comenzar a experimentar en algunos ambientes, y sobre todo, por el dolor y sufrimiento que acompañan la vida de nuestro pueblo empobrecido, con graves carencias y dolencias. Esto resulta tanto más lacerante porque en el mundo globalizado asistimos al derroche de grandes riquezas y a la corrupción de muchos de los que ostentan el poder político y económico. “La mayor desgracia para nosotros, los párrocos, deploraba el Santo, es que el alma se endurezca”. Se refería al peligro que corre el pastor de acostumbrarse al estado de pecado o a la indiferencia en que viven muchos feligreses y contagiarse de él. Ante estos hechos, el testimonio de San Juan María es elocuente. Su momento histórico, muy diferente al nuestro, no fue fácil para un Sacerdote. Vivió su infancia en medio de la Revolución Francesa. El anticlericalismo feroz y la irreligiosidad triunfaron durante un buen tiempo. En la familia de San Juan María debieron ocultar al Párroco y celebrar ocultamente la Eucaristía durante varios años. Él mismo pasó por la dolorosa experiencia de haberse convertido en prófugo y, por lo tanto, amenazado hasta de la pena de muerte, en cierto momento de su vida. Al ser nombrado Párroco de Ars, su propio Vicario General le dijo que no había mucho amor en esa Parroquia y por lo tanto que él debería ponerlo. Si algo nos muestra la figura del Santo Cura de Ars es de lo que es capaz un sacerdote cuando toma absolutamente en serio su ministerio. La transformación total que experimentó su parroquia y la impensable influencia que tuvo su confesionario en toda Francia, muestran el milagro que llega a realizar Dios, con un Sacerdote de dotes humanas muy comunes, pero entregado del todo a su misión, con identificación plena entre sus aspiraciones humanas y sus grandes 34
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ideales sacerdotales y proyectos pastorales. El testimonio del Santo Cura de Ars nos invita a todos los Sacerdotes a superar algunas tentaciones que también a él le asediaron. En medio del gran éxito de su misión, decía que más que la presunción le tentaba la desesperación, porque sentía que la misión lo superaba. Sin una vigilancia eficaz y oportuna, podemos caer fácilmente en el desaliento y creer que nada se puede hacer. Del desaliento, podemos pasar inconscientemente al escepticismo y quedarnos en las mínimas funciones pastorales, a la espera de tiempos mejores. Por otra parte, en los días que vivimos, el Sacerdote puede tener en sus manos muchos medios para disimular su desánimo y sus omisiones pastorales. Junto al gran ejemplo de San Juan María Vianney para quien el descanso lo constituían la oración, el confesionario y la totalidad de una vida de trabajo ministerial, hemos de recordar aquella advertencia de San Ignacio de Antioquía: No queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y los deseos mundanos en el corazón. Que no habite la envidia entre vosotros. Por ello, queridos Sacerdotes, nos urge meditar y orar recordando algunos consejos mediante los cuales San Gregorio Magno exhortaba a los Obispos de su tiempo, consejos que igualmente pueden valer para cada uno de nosotros. Él se ponía en primer lugar a la hora de hacerlo y exhortaba a evitar ser arrastrados a una vida mundana, buscando el honor del ministerio episcopal o sacerdotal, abandonando, en cambio, las obligaciones propias de este ministerio. Recomendaba no descuidar la predicación e invitaba a prestar atención para no caer en el placer del prestigio que dan el nombre y el cargo pero, olvidando la virtud que este nombre y este ministerio exigen. Advertía también que así se viviría la experiencia dolorosa de ver cómo los que estaban bajo el cuidado sacerdotal, terminaban abandonando a Dios, hundidos en el pecado, y nada se había dicho y poco se había hecho para darles la mano y sacarlos del abismo. Ahora bien, queremos concluir esta carta poniendo como ejemplo luminoso algunas de las actitudes en las que San Juan María Vianney destacó y que pueden constituir una guía de nuestra conducta para alcanzar la santidad sacerdotal y la eficacia ministerial. 1.-El Santo Cura de Ars tenía una voluntad firme, decidida e inamovible de ser Sacerdote y de realizarse a sí mismo como tal. Esa voluntad venía de una gratitud honda y de una confianza plena en el Dios que lo llamó. Desde muy joven expresó a su madre el deseo de ser Sacerdote. El camino le resultó espinoso, pero él perseveró con gran tesón hasta alcanzar la ordenación sacerdotal. A partir de ella, su entrega pastoral fue total. Era su vida. 2.- Unidad de vida con una entrega radical y total al ministerio pastoral, con pobreza de medios y con gran austeridad. 35
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Ponía gran atención a sus feligreses, virtud que le permitía penetrar en el alma de los que acudían a su confesionario hasta conocer su interior de modo que podía alentar a los arrepentidos y llorar por los pecados de quienes se confesaban superficialmente, supliendo la falta de contrición de éstos. 3.- El Santo Cura de Ars amaba. Amor a Dios sobre todo. ¡Cómo hablaba del amor y de la misericordia del Buen Dios! De esa fuente primera aprendió a amar. Amor a la Eucaristía. “Está ahí, está ahí”, fue la predicación única de un día en que no le salieron otras palabras, llorando mientras señalaba con el dedo al Sagrario. Tenía un amor tierno a la Virgen María y decía “En el corazón de María no hay más que misericordia”. 4. Tenía una predilección especial por los enfermos. Siempre encontró tiempo para visitar a los más dolientes de su Parroquia. En los años difíciles del siglo XIX, el Santo Cura de Ars tuvo pocos secretos. Como dice el Papa Benedicto XVI, él sabía que: las almas cuestan la sangre de Cristo y el Sacerdote no puede dedicarse a su salvación sin participar personalmente en el “alto precio” de la Redención. La oración permanente, la pobreza -vivía una austeridad testimonial- llegaron hasta el extremo de poder decir que moría a gusto porque ya no le quedaba nada personal y decir a los pobres que él era tan pobre como ellos. Esa oración y esa pobreza eran sus dos armas. Queridos Sacerdotes, con la gracia de Dios, que en este Año Sacerdotal, logremos vivir las virtudes del Santo Cura de Ars. Para ello oramos con ustedes y con todos nuestros fieles, invocando la Bendición abundante del Buen Dios sobre todos sus Sacerdotes. LOS OBISPOS DEL PERÚ Lima 12 de Noviembre de 2009
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SEGUNDA PARTE
EL SANTO CURA DE ARS EN EL AÑO DEL SACERDOTE “¡Cuan consoladores y suaves son los momentos pasados con este Dios de bondad! ¿Estás dominado por la tristeza? Ven un momento a echarte a sus pies, y quedarás consolado. ¿Eres despreciado del mundo? Ven aquí, y hallarás un amigo que jamás quebrantará la fidelidad. ¿Te sientes tentado? Aquí es donde vas a hallar las armas más seguras y terribles para vencer a tu enemigo. ¿Temes el juicio formidable que ha tantos santos ha hecho temblar? Aprovéchate del tiempo en que Tu Dios es Dios de misericordia y en que tan fácil es conseguir el perdón. ¿Estás oprimido por la pobreza? Ven aquí, donde hallarás a un Dios inmensamente rico, que te dirá que todos sus bienes son tuyos, no es en este mundo sino en el otro”. (San Juan María Vianney, Sermón sobre el Corpus Christi) “Nadie hubiera imaginado que aquél párroco con fama de inculto y de asceta exagerado pudiera llegar a atraer a tanta gente que quería confesarse con él y oír su palabra personal, exigente y al mismo tiempo atenta y amable. Nadie lo hubiera imaginado, pero el hecho es que su forma de vivir fue un reclamo para muchísimas personas. Aquél hombre era un santo, se decían, y merecía la pena ir a verlo, y recibir algún destello de su santidad” (Josep Lligadas, Juan María Vianney: el Cura de Ars, , p. 4)
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Siervo por amor Una noche de sudor, en una barca en pleno mar, mientras el día amanece ya, aún sus redes vacías están. Pero la voz que te llama, otro mar te enseñará y a la orilla de sus corazones, sus redes lanzará. Ofrece toda tu vida Como María al pie de la cruz: Y serás, siervo de todo hombre, siervo por amor, sacerdote de la humanidad. Avanzaba en el silencio, entre lágrimas esperaba que la semilla antes esparcida, cayera sobre tierra fértil. De fiesta está tu corazón, porque el trigo que ondea. Ya ha madurado bajo el sol y se puede almacenar. Ofrece toda tu vida Como María al pie de la cruz: Y serás, siervo de todo hombre, siervo por amor, sacerdote de la humanidad. Una noche de sudor, en una barca en pleno mar....., Ofrece toda tu vida...... Ofrece toda tu vida....... Avanzaba en el silencio, entre lágrimas esperaba..... Ofrece toda tu vida......
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1 “FIDELIDAD DE CRISTO, FIDELIDAD DEL SACERDOTE”
“Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios, y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti” (San Juan María Vianney)
“En una época en que se habían difuminado todas las fronteras, las del amor y del deber, las de lo divino y del sentimiento que tendía a sustituirse a él, el Cura de Ars era el hombre que había amado suficiente como para saber cuáles son las condiciones de la fidelidad” (Jean de Fabregues, El santo cura de Ars, p. 121)
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1.- SALUDOS Esta invocación inicial se puede rezar tres veces o de acuerdo a la circunstancia.
P/. Infinitamente sea alabado Jesucristo, el amigo fiel y confiable.
R/. Alabado sea, por toda la eternidad, en el Santísimo Sacramento del altar.
Alma de Cristo. San Ignacio de Loyola
Alma de Cristo, Cuerpo de Cristo, Sangre de Cristo, Agua del costado de Cristo, Pasión de Cristo, ¡Oh, buen Jesús!, Dentro de tus llagas, No permitas que me aparte de Ti. Del enemigo, En la hora de mi muerte, Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos.
santifícame. sálvame. embriágame. lávame. confórtame. óyeme. escóndeme. defiéndeme. llámame. Amén
2.- TEXTO BÍBLICO El texto bíblico es precedido por un canto de aclamación.
a.- Canto:
Busca primero Busca primero el reino de Dios y su justicia Divina. Busca primero el reino de Dios y su justicia Divina.
Por la igualdad de los hombres. En esta tierra luchar por el amor Por la igualdad de los hombres.
Aleluya…
Aleluya, aleluya, aleluya. Aleluya, aleluya. Aleluya, aleluya, aleluya. Aleluya, aleluya.
Gloria al Padre, al Hijo redentor Y al Espíritu Santo. Gloria al Padre, al Hijo redentor Y al Espíritu Santo.
En esta tierra luchar por el amor
Aleluya… 42
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La lectura del Evangelio o Epístola puede hacer el sacerdote, el diácono, el seminarista o, también, el ministro de la Palabra. Se puede proclamar desde el ambón.
b.- Segunda carta del Apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2,13-17 “Pero nosotros tenemos que dar gracias en todo momento por ustedes, hermanos amados por el Señor, pues ustedes son la parte de Dios, y fueron elegidos para que se salvaran mediante la fe verdadera y fueran santificados por el Espíritu. Con este fin los llamó mediante el Evangelio que predicamos, y los destinó a compartir la gloria de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y guarden fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra o por carta. Que los anime el propio Cristo Jesús, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado dándonos en su misericordia un consuelo eterno y una esperanza feliz. El les dará el consuelo interior y los hará progresar en todo bien de palabra o de obra”.
3.- REFLEXIÓN1 El sacerdocio, mucho más que un servicio. Queridos hermanos y hermanas: El pasado viernes 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación de los sacerdotes, tuve la alegría de inaugurar el Año sacerdotal, convocado con ocasión del 150° aniversario del “nacimiento para el cielo” del cura de Ars, san Juan Bautista María Vianney. Y al entrar en la basílica vaticana para la celebración de las Vísperas, casi como primer gesto simbólico, visité la capilla del Coro para venerar la reliquia de este santo pastor de almas: su corazón. ¿Por qué un Año sacerdotal? ¿Por qué precisamente en recuerdo del santo cura de Ars, que aparentemente no hizo nada extraordinario? La divina Providencia ha hecho que su figura se uniera a la de san Pablo. De hecho, mientras está concluyendo el Año paulino, dedicado al Apóstol de los gentiles, modelo de extraordinario evangelizador que realizó diversos viajes misioneros para difundir el Evangelio, este nuevo año jubilar nos invita a mirar a un pobre campesino que llegó a ser un humilde párroco y desempeñó su servicio pastoral en una pequeña aldea. Aunque los dos santos se diferencian mucho por las trayectorias de vida que los caracterizaron —el primero pasó de región en región para anunciar el Evangelio; el segundo acogió a miles y miles de fieles permaneciendo siempre en su pequeña parroquia—, hay algo fundamental que los une: su identificación total con su propio ministerio, su comu(1)
Audiencia general del Papa Benedicto XVI; el miércoles 24 de junio del 2009.
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nión con Cristo que hacía decir a san Pablo: “Estoy crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19-20). Y san Juan María Vianney solía repetir: “Si tuviésemos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras el cristal, como el vino mezclado con agua”. Por tanto, como escribí en la carta enviada a los sacerdotes para esta ocasión, este Año sacerdotal tiene como finalidad favorecer la tensión de todo presbítero hacia la perfección espiritual de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio, y ayudar ante todo a los sacerdotes, y con ellos a todo el pueblo de Dios, a redescubrir y fortalecer más la conciencia del extraordinario e indispensable don de gracia que el ministerio ordenado representa para quien lo ha recibido, para la Iglesia entera y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido.
4.- CANTO Sugerimos esta canción. Puede entonarse otra que vaya en relación al tema. También se puede remplazar con música instrumental que favorezca a la meditación
EL PROFETA No temas arriesgarte porque contigo yo estaré, no temas anunciarme porque en tu boca yo hablaré. Te encargo hoy mi pueblo para arrancar y derribar, para edificar destruirás y plantarás. Tengo que andar… Deja a tus hermanos, deja a tu padre y a tu madre, abandona tu casa porque la tierra gritando está. Nada traigas contigo porque a tu lado yo estaré, es hora de luchar porque mi pueblo sufriendo está. Tengo que andar…
Antes que te formaras dentro del vientre de tu madre, antes que tu nacieras te conocía y te consagré. Para ser mi profeta de las naciones yo te escogí. Irás donde te envíe y lo que te mande proclamarás. Tengo que andar, tengo que hablar, ay de mí si no lo hago. Cómo escapar de ti, como no hablar, si tu voz me quema dentro. Tengo que andar, tengo que luchar, ay de mí si no lo hago. Cómo escapar de ti, como no hablar, si tu voz me quema dentro.
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5.- SALMO Se puede rezar o cantar. Se puede rezar a dos coros o al unísono.
LA FIDELIDAD DEL SEÑOR DURA POR SIEMPRE 89(88), 2-7.9.15.18.2022.25.29
E
•
•
•
l amor del Señor por siempre cantaré, tu fidelidad proclamaré de siglo en siglo; yo digo: tu favor es eterno, al hacer el cielo, pusiste en él tu fidelidad. • Una alianza hiciste con tu preferido le juraste a David, tu servidor: “Establecí tu linaje para siempre, asenté tu trono de siglo en siglo.” Señor, los cielos celebran tus maravillas, y tu fidelidad, la asamblea de los santos. Pues, ¿en las nubes, quién es igual al Señor? ¿quién se le parece entre los hijos de los dioses? • Señor, Dios de los ejércitos, ¿quién como tú? ¡Poderoso Señor, tu fidelidad te envuelve! Justicia y derecho son la base de tu trono, Amor y Fidelidad van delante de ti. En una visión tú hablaste en otro tiempo refiriéndote a tu amigo, tú dijiste: “He prestado mi apoyo a un valiente, lo he sacado del pueblo y exaltado. • Encontré a David mi servidor, y lo ungí con óleo santo, lo sostendrá mi mano y mi brazo lo fortalecerá. Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán, mi Nombre le asegurará la victoria. Para siempre mi amor le mantendré, y seré fiel a mi alianza con él. 45
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6.- PLEGARIA a.- Para que nuestros sacerdotes, fieles al mandato divino, sean ardorosos y fervorosos anunciadores del mensaje de la “Buena Noticia” de salvación. - Acompaña e inspira en ellos la responsabilidad de guiar fielmente a la Iglesia por medio de tu Palabra y la Eucaristía. b.- Para que nuestros sacerdotes, fieles al ministerio del Orden sacerdotal, sean asiduos y piadosos en mostrar el amor de Dios; que en sus manos se consagra el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo. - Acompaña e inspira en ellos la responsabilidad de guiar fielmente a la Iglesia por medio de tu Palabra y la Eucaristía. c.- Para que nuestros sacerdotes, fieles al celibato asumido libremente el día de la ordenación, sean defensores y anunciadores del “evangelio de la fidelidad”; comenzando por ellos mismos. - Acompaña e inspira en ellos la responsabilidad de guiar fielmente a la Iglesia por medio de tu Palabra y la Eucaristía. Se puede añadir, espontáneamente, intenciones particulares.
7.- ORACIÓN
LETANÍAS DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE Señor, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros… Señor, ten piedad de nosotros… Cristo Jesús, óyenos… Cristo Jesús, escúchanos… Dios Padre celestial, Dios Hijo Redentor del mundo R/. Ten misericordia de nosotros Dios Espíritu Santo, Trinidad Santa, que sois un solo Dios, Jesucristo, Sacerdote y víctima Jesucristo, Sacerdote eterno según el orden de Melquisedec Jesucristo, Sacerdote enviado por el Padre para evangelizar a los pobres Jesucristo, que en la Última Cena instituiste el rito de tu Sacrificio perenne Jesucristo, Sacerdote siempre vivo para interceder por nosotros Jesucristo, Pontífice ungido por el Padre, del Espíritu Santo y de Poder 46
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Jesucristo, Pontífice tomado de entre los hombres Jesucristo, Pontífice constituido a favor de los hombres Jesucristo, Pontífice de nuestra fe Jesucristo, Pontífice de la Nueva Alianza más excelsa que la de Moisés Jesucristo, Pontífice del verdadero Santuario Jesucristo, Pontífice de los bienes futuros Jesucristo, Pontífice santo, inocente y casto Jesucristo, Pontífice fiel y misericordioso Jesucristo, Pontífice encendido de celo por Dios y por los hombres Jesucristo, Pontífice perfecto para siempre Jesucristo, Pontífice que con tu propia Sangre penetraste el cielo Jesucristo, Pontífice que nos iniciaste en una nueva vida Jesucristo, Pontífice que nos amaste y lavaste los pecados con tu Sangre Jesucristo, Pontífice que te diste a Ti mismo como Oblación y Víctima a Dios Jesucristo, Oblación de Dios y de los hombres Jesucristo, Oblación Santa e Inmaculada Jesucristo, Oblación mansa Jesucristo, Oblación pacífica Jesucristo, Oblación de reconciliación y paz Jesucristo, Oblación en la cual tenemos confianza y acceso al Padre Jesucristo, Oblación viva por los siglos En tu misericordia, R/. Perdónanos, Jesús. En tu misericordia, R/. Escúchanos, Jesús. De un temerario ingreso en el clero, R/. Líbranos, Señor. De pecado de sacrilegio De espíritu de incontinencia Del torpe lucro De todo pecado de simonía De la indigna dispensa Del amor del mundo y de su vanidad De una indigna celebración de tus misterios Por tu eterno sacerdocio Por la santa unción con la cual el Padre te constituyó Sacerdote Por tu espíritu sacerdotal Por el ministerio con el cual glorificaste al Padre en la tierra Por la cruenta inmolación de Ti mismo hecha una vez en la cruz Por el divino poder, que invisiblemente ejerces por medio de tus ministros Para que te dignes conservar en tu santo servicio al orden sacerdotal. Para que te dignes conceder a tu pueblo pastores según tu Corazón
Para que te dignes llenarlos del espíritu de tu sacerdocio Para que los labios de tus ministros guarden tus enseñanzas Para que te dignes enviar fieles operarios para tu mies
R/. Te rogamos, óyenos.
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Para que te dignes multiplicar los fieles dispensadores de tus misterios Para que te dignes darles un servicio perseverante en tu voluntad Para que te dignes concederles mansedumbre en el ministerio, acierto en la acción y constancia en la oración Para que te dignes promover por medio de ellos el culto al Santísimo Sacramento en todo lugar Para que te dignes acoger en tu reino a aquellos que te sirvieron dignamente Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, Perdónanos, Señor. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, Escúchanos, Señor. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,
Cristo, Sacerdote, Cristo, Sacerdote,
R/. Ten piedad de nosotros. R/. Óyenos. R/. Escúchanos.
Oración: Oh Dios, santificador y guardián de tu Iglesia, suscita en ella por medio de tú Espíritu idóneos y fieles dispensadores de tus misterios, para que, con tu ayuda, el pueblo cristiano por medio de su ministerio y ejemplo sea guiado por el camino de la Salvación. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
8.- PROPÓSITO De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, cinco avemarías y cinco glorias; pidiendo por la fidelidad a Cristo que le ha llamado a la vocación del ministerio sacerdotal.
9.- RECUERDA QUE
“Valoramos y agradecemos con gozo que la inmensa mayoría de los presbíteros vivan su ministerio con fidelidad y sean modelo para los demás, que saquen tiempo para su formación permanente, que cultiven una vida espiritual que estimula a los demás presbíteros, centrada en la escucha de la Palabra de Dios y en la celebración diaria de la Eucaristía: “¡Mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa prolongada!” (Documento de Aparecida, N° 191) 48
2 LA SANTIDAD
“El sacerdote es el amor del corazón de Jesús” (San Juan María Vianney)
“Desde el primer paso pareció como si se hubiera precipitado en la santidad. Era, más sencillamente, que había vivido siempre en el amor. Y desde entonces, habiendo arrancado de su Soberano Maestro aquel sacerdocio que le configuraba con El, caminaría todo derecho por una senda espantosamente desolada, pero cuya desolación era tan sólo interior, pues todo –amor, caridad, penitencia- estaba desde entonces en él”. (Jean de Fabregues, El santo cura de Ars, p. 70)
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1.- SALUDOS P/. Sea bendito y alabado Jesucristo, Señor nuestro, en el Santísimo sacramen sacramento del altar. R/. Por siempre sea alabado el Santo de todos los santos: Jesucristo Camino, Verdad y Vida.
Oración de San Juan María Vianney: Te amo, mi Dios, y mi solo deseo es amarte hasta el último respiro de mi vida. Te amo, oh Dios infinitamente amable, y prefiero morir amándote antes que vivir un solo instante si amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es aquella de amarte eternamente. Dios mío, si mi lengua no pudiera decir que te amo en cada instante, quiero que mi corazón te lo repita tantas veces cuantas respiro. Te amo, oh mi Dios Salvador, porque has sido crucificado por mí, y me tienes acá crucificado por Tí. Dios mío, dame la gracia de morir amándote y sabiendo que te amo. Amén.
2.- TEXTO BÍBLICO a.- Canto: Hombre de barro ¿Cómo le cantare......
¿Cómo le cantare al Señor? ¿Cómo le cantaré? ¿Cómo le cantare al Señor? Si hombre de barro soy.
El nos llama a la santidad. Que los sacerdotes, forjen cada día su vida de santidad.
El está en los monte y en el mar, el llena el silencio de la noche en calma y camina en la ciudad.
¿Cómo le cantare.....
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b.- Evangelio de Juan 15, 9-17 “Como el Padre me amó, así también los he amado yo: permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa. Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre. Ámense los unos a los otros: esto es lo que les mando”.
3.- REFLEXION1 Vocación universal a la santidad en la Iglesia Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad. Es menester, en primer lugar, que los pastores del rebaño de Cristo cumplan con su deber ministerial, santamente y con entusiasmo, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno sacerdote, pastor y obispo de nuestras almas; cumplido así su ministerio, será para ellos un magnífico medio de santificación. Los escogidos a la plenitud del sacerdocio reciben como don, con la gracia sacramental, el poder ejercitar el perfecto deber de su pastoral caridad con la oración, con el sacrificio y la predicación, en todo género de preocupación y servicio episcopal, sin miedo de ofrecer la vida por sus ovejas y haciéndose modelo de la grey (cf. 1 Pe 5, 3). Así incluso con su ejemplo, han de estimular a la Iglesia hacia una creciente santidad. Los presbíteros, a semejanza del orden de los Obispos, cuya corona espiri(1)
Texto extraído del capítulo V, de la Constitución dogmática “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II, N°41.
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tual forman participando de la gracia del oficio de ellos por Cristo, eterno y único Mediador, crezcan en el amor de Dios y del prójimo por el ejercicio cotidiano de su deber; conserven el vínculo de la comunión sacerdotal; abunden en toda clase de bienes espirituales y den a todos un testimonio vivo de Dios, emulando a aquellos sacerdotes que en el transcurso de los siglos nos dejaron muchas veces con un servicio humilde y escondido, preclaro ejemplo de santidad, cuya alabanza se difunde por la Iglesia de Dios. Ofrezcan, como es su deber, sus oraciones y sacrificios por su grey y por todo el Pueblo de Dios, conscientes de lo que hacen e imitando lo que tratan. Así, en vez de encontrar un obstáculo en sus preocupaciones apostólicas, peligros y contratiempos, sírvanse más bien de todo ello para elevarse a más alta santidad, alimentando y fomentando su actividad con la frecuencia de la contemplación, para consuelo de toda la Iglesia de Dios. Todos los presbíteros, y en particular los que por el título peculiar de su ordenación se llaman sacerdotes diocesanos, recuerden cuánto contribuirá a su santificación el fiel acuerdo y la generosa cooperación con su propio Obispo. Son también participantes de la misión y de la gracia del supremo sacerdote, de una manera particular, los ministros de orden inferior, en primer lugar los diáconos, los cuales, al dedicarse a los misterios de Cristo y de la Iglesia, deben conservarse inmunes de todo vicio y agradar a Dios y ser ejemplo de todo lo bueno ante los hombres (cf. 1 Tim 3,8-10; 12-13). Los clérigos, que llamados por Dios y apartados para su servicio se preparan para los deberes de los ministros bajo la vigilancia de los pastores, están obligados a ir adaptando su manera de pensar y sentir a tan preclara elección, asiduos en la oración, fervorosos en el amor, preocupados siempre por la verdad, la justicia, la buena fama, realizando todo para gloria y honor de Dios. A los cuales todavía se añaden aquellos seglares, escogidos por Dios, que, entregados totalmente a las tareas apostólicas, son llamados por el Obispo y trabajan en el campo del Señor con mucho fruto.
4.- CANTO
TOMAD SEÑOR. Todo es vuestro, disponed según vuestra voluntad.
Tomad Señor y recibid, toda mi libertad. Mi memoria mi entendimiento y toda mi voluntad.
Dadme vuestro amor y gracia que esa me basta. Dadme vuestro amor y gracia que esa me basta.
Vos me lo disteis y a vos Señor lo torno. 52
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5.- SALMO LA SANTIDAD CONSISTE EN HACER LA VOLUNTAD DE DIOS 40(39)
•
Esperaba en el Señor con gran confianza,
él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor, me sacó de la fosa fatal del barro del pantano; puso mis pies sobre roca y aseguró mis pasos. •
Puso en mi boca un cántico nuevo,
de alabanza a nuestro Dios. •
Muchos al verlo temerán
y pondrán su confianza en el Señor.
¡Cuántas maravillas has hecho, Señor, mi Dios,
cuántos proyectos en favor nuestro! Nadie se te puede comparar.
•
•
Yo quisiera publicarlas y contarlas,
pero son demasiado para enumerarlas.
Entonces dije: “Aquí estoy,
de mi está escrito en el rollo del Libro.
He elegido, mi Dios, hacer tu voluntad, y tu Ley está en el fondo de mi ser”. • Proclamé tu camino en la gran asamblea, no me callé, Señor, tú bien lo sabes. •
No encerré tus decretos en el fondo de mi corazón: proclamé tu fidelidad y tu socorro.
No oculté tu amor y tu verdad en la gran asamblea.
¡Tú, Señor, no me niegues tu ternura,
que tu amor y tu verdad me guarden siempre!
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6.- PLEGARIA a.- Para que nuestros amados sacerdotes, “ministros del sacramento de la Palabra y del Pan”, presidan la Eucaristía apasionados por Cristo. - Que todos los días nos animen a caminar por el sendero de la santidad; a través del testimonio de sus vidas. b.- Para que nuestros amados sacerdotes, fieles a Cristo y al ministerio sacerdotal, “nos enseñen amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas y con toda el alma”. - Que todos los días nos animen a caminar por el sendero de la santidad; a través del testimonio de sus vidas. c.- Para que nuestros amados sacerdotes, escogidos por el Señor para ser testimonio vivo de santidad para nuestros tiempos, sigan siendo “cooperadores eficaces en la construcción de la civilización del amor”. - Que todos los días nos animen a caminar por el sendero de la santidad; a través del testimonio de sus vidas. Se pueden añadir, espontáneamente, intenciones particulares.
7.- ORACIÓN
DANOS SACERDOTES SANTOS (Letanías) Para que los sacerdotes sean santos como el Padre que está en los cielos es santo: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes ofrezcan continuamente la Santa Misa por su santificación y la santificación del mundo entero: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes puedan adorar a Cristo Eucaristía siempre y en todo lugar: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes proclamen fielmente el Evangelio y sean luz en el camino de santidad: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes, en el Sacramento de la Confesión, nos reconcilien a 54
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la fidelidad con Dios y con nuestros hermanos: Señor, danos Sacerdotes santos. Para que los obispos y sacerdotes sean fieles a Jesucristo: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes sean fieles a la misión de la Iglesia: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes sean fieles a la vocación recibida: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes correspondan a las plegarias que el pueblo dirige a Dios por su santificación: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes caminen libres de todo obstáculo que impida alcanzar la santidad: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes renueven fielmente sus promesas sacerdotales que hicieron el día de su ordenación: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes celebren los sacramentos en gracia y santidad: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes animen a la Iglesia, familia de Dios, a vivir en santidad: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes transmitan el amor de Cristo a quiénes se encuentran desamparados: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes transmitan a los niños el amor de Cristo Eucaristía: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes compartan a los jóvenes el deseo de un mundo más justo, fraterno y solidario: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los sacerdotes promuevan la santidad en las familias: Señor, danos sacerdotes santos. Para que los seminarios sean semilleros en santidad de vida: Señor, danos sacerdotes santos.
8.- PROPÓSITO De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, 55
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cinco avemarías y cinco glorias; para que los sacerdotes se conserven en pureza y santidad de vida.
9.- RECUERDA QUE
“El sacerdote tiene una especial vocación a la santidad. ¡Cristo tiene necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes santos!” (Juan Pablo II, Don y Misterio, p.9)
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3 “IN PERSONA CHRISTI”
“El sacerdote, de un lado, se entenderá solamente en el cielo. Si lo comprendiéramos en la tierra nos moriríamos, no de miedo sino de amor…Después de Dios el sacerdote es todo” (San Juan María Vianney)
“Lo que estallaba en aquellos profundos ojos, en aquella luz de la mirada, era algo más que las fatigas del cuerpo...Quedaba uno impresionado de su mirada que parecía ver las cosas del otro mundo…desde entonces, ya no fue únicamente responsable del pequeño rebaño de Ars, sino de cuantos acudían a él de todas partes” (Jean de Fabregues, El santo cura de Ars, p. 186)
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1.- SALUDOS
P/. Bendito sea Dios que nos ha bendecido en la persona de Cristo presente en el Santísimo sacramento del altar. R/. Sea por siempre bendito y alabado Jesucristo, vida plena para todos los hombres. Padre Nuestro: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén. Ave María: Dios te salve, María llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte. Amén Gloria: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. 58
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2.- TEXTO BÍBLICO a.- Canto: Cristo mío. Siento tu presencia en mi vida, siento que alimentas tú mi alma, vida en abundancia tú me has dado, vives dentro de mi corazón. Siento tu presencia en mi vida, siento que alimentas tú mi alma, vida en abundancia tú me has dado, vives dentro de mi corazón. Te darás, te darás, te darás en cuerpo y sangre. Me alimenta tu palabra y tu amor.
Es tu pan y vino convertidos en la fuente y culmen de todo mi ser. Oh… Cristo mío, eres el pan del cielo. Oh… Cristo mío, toma, toma mi vida. Eres el camino y la vida, eres salvación, eres Señor. Eres el camino y la vida, eres salvación, eres Señor.
b.- Segunda carta del Apóstol san Pablo a los Corintios 6, 3-10 “Nos preocupamos en toda circunstancia de no dar a otro ningún pretexto para criticar nuestra misión; al contrario, de mil maneras demostramos ser auténticos ministros de Dios que lo soportan todo: las persecuciones, las privaciones, las angustias, los azotes, las detenciones, las oposiciones violentas, las fatigas, las noches sin dormir y los días sin comer. Se ve en nosotros pureza de vida, conocimiento, espíritu abierto y bondad, con la actuación del Espíritu Santo y el amor sincero, con las palabras de verdad y con la fuerza de Dios, con las armas de la justicia, tanto para atacar como para defendernos. Unas veces nos honran y otras nos insultan; recibimos tanto críticas como alabanzas; pasamos por mentirosos, aunque decimos la verdad; por desconocidos, aunque nos conocen. Nos dan por muertos, pero vivimos; se suceden los castigos, pero no somos ajusticiados; nos tocan mil penas, y permanecemos alegres. Somos pobres, y enriquecemos a muchos, no tenemos nada, y lo poseemos todo”. 59
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3.- REFLEXIÓN1 In persona Christi Capitis… En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa “in persona Christi Capitis” (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6): El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Si, ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius Christi) (Pío XII, enc. Mediator Dei). “Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis erat figura ipsius, sacerdos autem novae legis in persona ipsius operatur” (“Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua ley era figura de EL, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación suya” (S. Tomás de A., s.th. 3, 22, 4). Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza de la Iglesia se hace visible en medio de la comunidad de los creyentes. Según la bella expresión de San Ignacio de Antioquía, el obispo es typos tou Patros, es imagen viva de Dios Padre (Trall. 3,1; cf Magn. 6,1). Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, es decir del pecado. No todos los actos del ministro son garantizado s de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en los sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede impedir el fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que la condición humana del ministro deja huellas que no son siempre el signo de la fidelidad al evangelio y que pueden dañar por consiguiente a la fecundidad apostólica de la Iglesia. Este sacerdocio es ministerial. “Esta Función, que el Señor confió a los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio” (LG 24). Está enteramente referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y de su sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad de la Iglesia. El sacramento del Orden comunica “un poder sagrado”, que no es otro que el de
(1)
Texto extraído del Catecismo de la Iglesia Católica, N° 1548 al 1552.
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Cristo. El ejercicio de esta autoridad debe, por tanto, medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor de todos (cf. Mc 10,4345; 1 P 5,3). “El Señor dijo claramente que la atención prestada a su rebaño era prueba de amor a él” (S. Juan Crisóstomo, sac. 2,4; cf. Jn 21,15-17). El sacerdocio ministerial no tiene solamente por tarea representar a Cristo –Cabeza de la Iglesia– ante la asamblea de los fieles, actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia (cf SC 33) y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico (cf LG 10).
4.- CANTO EL DETALLE Qué detalle, Señor, has tenido conmigo, cuando me llamaste, cuando me elegiste, cuando me dijiste que tú eras mi amigo. Qué detalle, Señor, has tenido conmigo.
Han pasado los años, y aunque aprieta el cansancio, paso a paso te sigo, sin mirar hacia atrás.
Te acercaste a mi puerta y pronunciaste mi nombre. Yo temblando te dije: aquí estoy, Señor.
Qué alegría yo siento, cuando digo tu Nombre, qué sosiego me inunda, cuando oigo tu voz.
Tú me hablaste de un Reino, de un tesoro escondido, de un mensaje fraterno, que encendió mi ilusión. Yo dejé casa y pueblo, por seguir tu aventura, codo a codo contigo, comencé a caminar.
qué emoción me estremece, cuando escucho en silencio, tu palabra que aviva, mi silencio interior.
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5.- SALMO QUE TODOS LOS HOMBRES HABITEN EN LA CASA DE DIOS 15(14) • Señor, ¿quién entrará bajo tu tienda y habitará en tu montaña santa? • El que es irreprochable y actúa con justicia, el que dice la verdad de corazón y no forja calumnias; • el que no daña a su hermano ni al prójimo molesta con agravios; • el que menosprecia al criminal, pero honra a los que temen al Señor; y si bien al jurar se perjudicó, no se retracta de lo que ha dicho; • el que no presta dinero a interés ni acepta sobornos para perjudicar al inocente. Quien obra así jamás vacilará.
6.- PLEGARIA a.- Para que los sacerdotes, que celebran los sacramentos de la Iglesia en la persona de Cristo, sean fieles reflejos de la presencia de Dios en medio de su pueblo. - Que sintamos en ellos la presencia viva de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. b.- Para que los sacerdotes, a quienes Dios ha encomendado el pastoreo y guía del pueblo santo de Dios que es la Iglesia, asuman responsablemente la misión de ser otros cristos en la tierra. - Que sintamos en ellos la presencia viva de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. c.- Para que los sacerdotes, que presiden la celebración de la “Cena del Señor”, sean dignos representantes de la presencia de Dios en medio de su pueblo. - Que sintamos en ellos la presencia viva de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. Se pueden añadir, espontáneamente, intenciones particulares. 62
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ORACIÓN DE SAN FRANCISCO Señor, hazme un instrumento de tu paz:
donde haya odio, donde haya ofensa, donde haya discordia, donde hay error, donde haya duda, donde haya desesperación, donde haya tinieblas, donde haya tristeza,
ponga yo amor, ponga yo perdón, ponga yo armonía, ponga yo verdad, ponga yo la fe, ponga yo esperanza, ponga yo la luz, ponga yo alegría.
Oh, Señor, que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar, en ser comprendido, como en comprender, en ser amado, como en amar. Porque dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado, muriendo se resucita a la vida. Amén.
8.- PROPÓSITO De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, cinco avemarías y cinco glorias; para que los sacerdotes vivan y sean fieles reflejos de la persona de Cristo.
9.- RECUERDA QUE
El sacerdote en la Misa “ofrece el santo sacrificio in persona Christi, lo cual quiere decir más que en nombre o en vez de Cristo. In persona quiere decir en la identificación específica sacramental con el Sumo y eterno sacerdote, que es el autor y el sujeto principal de éste su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie” (Pablo VI, Mysterium fidei, N°8) 63
4 MINISTROS DE LA EUCARISTÍA
“¡Cómo es espantoso ser sacerdote! ¡Cómo es de compadecer un sacerdote cuando dice Misa como una cosa Ordinaria! ¡Cómo es desventurado un sacerdote sin interioridad!” (San Juan María Vianney)
“Había llegado a un pueblo donde, salvo algunas familias aisladas, la vida cristiana ya no era más que indiferencia y formas exteriores en vía de desaparición. Había cerrado el camino a las fuerzas que minaban aquella vida cristiana; había reanimado las almas vacilantes y encendido nuevos focos de amor. Pero, sobre todo, había enseñado a tiempo y a deshora, oportuna e inoportunamente, lo que era el amor de Dios, lo que era la Eucaristía, lo que era el santo sacrificio de la Misa” (Jean de Fabregues, El santo cura de Ars, p. 148)
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1.- SALUDOS P/. Adoremos a nuestro Señor Jesucristo “Pan de vida eterna”. R/. Adorado sea Jesucristo, “Pan vivo bajado del cielo”. Angelus. P/. El Ángel del Señor anunció a María. R/. Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. P/. Dios te salve, María... R/. Santa María...
P/. He aquí la esclava del Señor. R/. Hágase en mí según tu palabra.
Dios te salve, María... Santa María...
P/. Y el Verbo se hizo carne. R/. Y habitó entre nosotros.
Dios te salve, María... Santa María...
P/. Ruega por nosotros, santa Madre de Dios. R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.
Oremos: Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, por los méritos de su pasión y su cruz, lleguemos a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.
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2.- TEXTO BÍBLICO a.- Canto: Canta aleluya. Canta aleluya al Señor, canta aleluya al Señor. Canta aleluya, canta aleluya, canta aleluya al Señor. Canta aleluya al Señor, canta aleluya al Señor. Canta aleluya, canta aleluya, canta aleluya al Señor. b.- Evangelio de Juan 6,1-15 “Después Jesús pasó a la otra orilla del lago de Galilea, cerca de Tiberíades. Le seguía un enorme gentío, a causa de las señales milagrosas que le veían hacer en los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús, pues, levantó los ojos y, al ver el numeroso gentío que acudía a él, dijo a Felipe: «¿Dónde iremos a comprar pan para que coma esa gente?» Se lo preguntaba para ponerlo a prueba, pues él sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientas monedas de plata no alcanzarían para dar a cada uno un pedazo.» Otro discípulo, Andrés, hermano de Simón Pedro, dijo: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es esto para tanta gente?» Jesús les dijo: «Hagan que se sienta la gente.» Había mucho pasto en aquel lugar, y se sentaron los hombres en número de unos cinco mil. Entonces Jesús tomó los panes, dio las gracias y los repartió entre los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, y todos recibieron cuanto quisieron. Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que han sobrado para que no se pierda nada.» Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos que no se habían comido: eran las sobras de los cinco panes de cebada. Al ver esta señal que Jesús había hecho, los hombres decían: «Este es sin duda el Profeta que había de venir al mundo.» Jesús se dio cuenta de que iban a tomarlo por la fuerza para proclamarlo rey, y nuevamente huyó al monte él solo”.
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3.- REFLEXIÓN1
Los presbíteros, ministros de los sacramentos y de la Eucaristía Dios, que es el solo Santo y Santificador, quiso tener a los hombres como socios y colaboradores suyos, a fin de que le sirvan humildemente en la obra de la santificación. Por esto congrega Dios a los presbíteros, por ministerio de los obispos, para que, participando de una forma especial del Sacerdocio de Cristo, en la celebración de las cosas sagradas, obren como ministros de Quien por medio de su Espíritu efectúa continuamente por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia (SC 7). Por el Bautismo introducen a los hombres en el pueblo de Dios; por el Sacramento de la Penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia; con la unción alivian a los enfermos; con la celebración, sobre todo, de la misa ofrecen sacramentalmente el Sacrificio de Cristo. En la administración de todos los sacramentos, como atestigua San Ignacio Mártir, ya en los primeros tiempos de la Iglesia, los presbíteros se unen jerárquicamente con el obispo, y así lo hacen presente en cierto modo en cada una de las asambleas de los fieles (LG 28). Pero los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan (Santo Tomás, STh III,q3,a3). Pues en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia (STh III,q63,a3), es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo que, con su Carne, por el Espíritu Santo vivificada y vivificante, da vida a los hombres que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual, la Eucaristía aparece como la fuente y cima de toda la evangelización; los catecúmenos, al introducirse poco a poco en la participación de la Eucaristía, y los fieles ya marcados por el sagrado Bautismo y Confirmación, por medio de la recepción de la Eucaristía se injertan plenamente en el Cuerpo de Cristo. Es, pues, la celebración eucarística el centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero. Enseñan los presbíteros a los fieles a ofrecer al Padre en el sacrificio de la misa la Víctima divina y a ofrendar la propia vida juntamente con ella; les instruyen en el ejemplo de Cristo Pastor, para que sometan sus pecados con corazón contrito a la Iglesia en el Sacramento de la Penitencia, de forma que se conviertan cada día más hacia el Señor, acordándose de sus palabras: “Arrepentíos, porque se acerca el Reino de los cielos” (Mt 4, 17). Les enseñan, igualmente, a participar en la celebración de la sagrada litur-
(1) Texto extraído del capítulo II del decreto del Concilio Vaticano II “Presbyterorum Ordinis”, sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros, N° 5.
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gia, de forma que en ella lleguen también a una oración sincera; les llevan como de la mano a un espíritu de oración cada vez más perfecto, que han de actualizar durante toda la vida, en conformidad con las gracias y necesidades de cada uno; llevan a todos al cumplimiento de los deberes del propio estado, y a los más fervorosos les atraen hacia la práctica de los consejos evangélicos, acomodada a la condición de cada uno. Enseñan, por tanto, a los fieles a cantar al Señor en sus corazones himnos y cánticos espirituales, dando siempre gracias por todo a Dios Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo (SC 122-127). Las alabanzas y acciones de gracias que elevan en la celebración de la Eucaristía los presbíteros, las continúan por las diversas horas del día en el rezo del Oficio Divino, con que, en nombre de la Iglesia, piden a Dios por todo el pueblo a ellos confiado o, por mejor decir, por todo el mundo. La casa de oración en que se celebra y se guarda la Sagrada Eucaristía, y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe de estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas (Pablo VI, Mysterium Fidei, AAS 57). En ella son invitados los pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva de quien por su Humanidad infunde continuamente la vida divina en los miembros de su Cuerpo (LG 28). Procuren los presbíteros cultivar convenientemente la ciencia y, sobre todo, las prácticas litúrgicas, a fin de que por su ministerio litúrgico las comunidades cristianas que se les han encomendado alaben cada día con más perfección a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
4.- CANTO
DANOS HAMBRE DE DIOS. Danos hoy hambre de Dios; aliméntanos Señor, y que el fruto de tu amor limpie el rencor, nos de la paz, traiga el perdón.
El pan que todos compartimos, en una misma comunión, es el encuentro con Cristo hermano, que dio su vida para salvarnos.
Hacia Emaús iban dos amigos sintiendo gran tristeza por Jesús; y no supieron que el mismo Cristo, era quien iba en su camino.
El sembrador salió a su campo, buscando el fruto del trabajo; vio las espigas que florecían, pensó en sus hijos con alegría.
La noche está muy avanzada, dijeron los amigos de Emaús, y cuando vieron el pan partido, reconocieron a Cristo vivo.
Si el don de Dios tu conocieras; le dijo, Cristo a la mujer; “le pedirías el agua viva, que siempre sacia la sed de vida”. 69
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-“Quien come el pan, que yo le diera, eternamente vivirá”. Unos se fueron desalentados, los que quedaron, la fe encontraron.
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“Yo soy el pan que da la vida”, nos dijo a todos el Señor; y aquella noche, mientras comían, el Pan de Vida se dio en comida.
5.- SALMO El Señor es mi parte de herencia 16 (15) Guárdame, oh Dios, pues me refugio en ti. Yo le he dicho: “Tú eres mi Señor, no hay dicha para mí fuera de ti”. Los dioses del país son sólo mugre, ¡malditos sean los que los escogen y corren tras ellos! Tan sólo penas cosecharán. No les ofreceré yo sacrificios ni llevaré sus nombres a mis labios. El Señor es la herencia que me toca y mi buena suerte: ¡guárdame mi parte! Me marcaron un sitio de delicias, ¡magnífica yo encuentro mi parcela! Yo bendigo al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye mi conciencia. Ante mí tengo siempre al Señor, porque está a mi derecha jamás vacilaré. Por eso está alegre mi corazón, mis sentidos rebosan de júbilo y aún mi carne descansa segura: pues tú no darás mi alma a la muerte, ni dejarás que tu amigo se haga polvo. Me enseñarás la senda de la vida, gozos y plenitud en tu presencia, delicias para siempre a tu derecha.
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6.- PLEGARIA
a.- Te pedimos por los sacerdotes, que son tus “socios y colaboradores”, para que sean servidores humildes en la labor santificadora del ministerio que les has concedido. - Jesucristo, “Pan de vida eterna”, escucha nuestra plegaria. b.- Te pedimos por los sacerdotes, “ministros de los sacramentos y de la Eucaristía”, para que sigan animando a la familia de Dios que es la Iglesia con el don más grande de la Eucaristía. - Jesucristo, “Pan de vida eterna”, escucha nuestra plegaria. c.- Te pedimos por los sacerdotes, “discípulos y misioneros de la Eucaristía”, para que los cinco panes y dos peces que llevan los fieles a la Misa se conviertan en alimento de alegría y esperanza para la vida. - Jesucristo, “Pan de vida eterna”, escucha nuestra plegaria. Se pueden añadir, espontáneamente, intenciones particulares.
7.- ORACIÓN
LETANÍAS POR LOS SACERDOTES: A tu representante en la tierra, el Papa Benedicto XVI, • Dale Señor tu corazón de Buen Pastor. A los Obispos puestos por el Espíritu Santo, • Compromételos con sus ovejas, Señor. A los párrocos, • Enséñales a servir y a no desear ser servidos, Señor. A los confesores y directores espirituales, • Hazlos Señor, instrumentos dóciles de tu Espíritu. A los que anuncian tu palabra, • Que comuniquen espíritu y vida, Señor. A los asistentes de apostolado seglar, • Que lo impulsen con su testimonio, Señor. A los que trabajan con los niños, • Que enseñen la predilección que tienes hacia ellos, Señor. 71
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A los que trabajan por la juventud, • Que la comprometan contigo, Señor. A los sacerdotes escritores, • Asísteles con los dones del Espíritu Santo, Señor. A los que trabajan entre los pobres, • Haz que te vean y te sirvan en ellos, Señor. A los que atienden a los enfermos, • Que les enseñen el valor del sufrimiento, Señor. A los que asisten en las cárceles, • Que lleven palabras de aliento y esperanza, Señor. A los sacerdotes formadores, • Que enseñen el valor de la perseverancia y la santidad, Señor. A los sacerdotes dedicados a la misión, • Que anuncien a los pueblos la vida plena en abundancia que viene de ti, Señor. A los sacerdotes pobres, • Asístelos en sus necesidades, Señor. A los sacerdotes enfermos, • Devuélveles la buena salud, Señor. A los sacerdotes jóvenes, • Que vivan constantemente la ilusión de servirte, Señor. A los sacerdotes ancianos, • Dales alegre esperanza, Señor. A los tristes y afligidos, • Consuélalos y acógelos en tu regazo, Señor. A los sacerdotes turbados, • Dales la paz que brota de tu interior, Señor. A los que están en crisis, • Muéstrales tu camino, Señor. A los calumniados y perseguidos, • Defiende su causa, Señor. A los sacerdotes tibios, • Inflámalos con tu amor, Señor. A los desalentados, • Reanímalos con la nueva esperanza, Señor. A los que aspiran al sacerdocio, • Dales la perseverancia, Señor. A todos los sacerdotes, 72
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A todos los sacerdotes,
A todos los sacerdotes,
A Todos los sacerdotes,
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• Dales fidelidad a Ti y a tu Iglesia, Señor. • Dales obediencia y amor al Papa, Señor. • Que vivan en comunión con su Obispo, Señor.
• Condúcelos por el camino de la santidad, Señor. Que todos los sacerdotes, • Sean uno como Tú y el Padre, Señor. Que todos los sacerdotes, • Celebren cada día la Eucaristía, Señor. Que todos los sacerdotes, • Te amen en la Eucaristía, Señor. Que todos los sacerdotes, • Promuevan la justicia como Tú eres justo. Que todos los sacerdotes, • Colaboren en la unidad del presbiterio, Señor. Que todos los sacerdotes, • Conserven la fidelidad al ministerio que les has concedido, Señor. Que todos los sacerdotes, llenos de Ti, • Vivan con alegría en el celibato, Señor. A todos los sacerdotes, • Dales la plenitud de tu Espíritu y transfórmalos en Ti, Señor. A todos los sacerdotes, • Que sean discípulos y misioneros cada día, Señor. • De manera especial te ruego por aquellos sacerdotes por quienes he recibido tus gracias; el sacerdote que me bautizó, los que han absuelto mis pecados reconciliándome contigo y con tu Iglesia, aquellos en cuyas Misas he participado y que me han dado tu cuerpo en alimento, los que me han transmitido tu palabra y conducido hacia TÍ. Amén.
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8.- PROPÓSITO
De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, cinco avemarías y cinco glorias; para que los sacerdotes sean auténticos y piadosos ministros de la Eucaristía.
9.- RECUERDA QUE
“Nunca podré expresar mi gran alegría al celebrar diariamente la Misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de mi mano… Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. Han sido las Misas más hermosas de mi vida” (Francisco Javier Nguyen Van Thuan, Testigos de esperanza, p. 174).
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5 LA ORACIÓN ES EL MOTIVO DE ALEGRÍA DEL SACERDOTE “La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación entre la criatura y el creador” (San Juan María Vianney)
“Un parroquiano le preguntó una vez, porqué cuando predicaba hablaba tan alto y cuando oraba tan bajo, y él le dijo: “Ah, cuando predico le hablo a personas que están aparentemente sordos o dormidos, pero en oración le hablo a Dios que no es sordo” (San Juan María Vianney) “Oraba y se mortificaba para dominar la carne, pues experimentaba también, en la parte baja de su naturaleza, los estímulos del mal” (Francis Trochu, El Cura de Ars: El atractivo de un alma pura, p. 134) “¿Qué era, pues, lo que había pasado sobre aquella indiferente aldea?...Había pasado un gran viento de oración, un torrente de unión a Dios por la plegaria y la voluntad de hacer, no lo que era concebible o posible, sino, muy simplemente, lo que había que hacer…En la que el heroísmo no tenía otro alimento que la oración, otro fin que conducir a la oración, ni otra preocupación que la de cumplir la voluntad de Dios” (Jean de Fabregues, El santo cura de Ars, p. 151) 75
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1.- SALUDOS P/. Adorado sea Jesucristo, nuestro Maestro, en el santísimo sacramento del altar. R/. Ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. La carta a los Hebreos nos dice: Hermanos santos, que gozan de una vocación sobrenatural, fíjense en Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe; él merece la confianza de Dios que le dio este cargo, lo mismo que la mereció Moisés en la casa de Dios (3,1-2). Pues la Escritura dice: Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec. (7, 17) Aquí tienen, pues, la figura del Hijo de Dios, el sacerdote que permanece para siempre.(7,3) Es necesario que sean constantes en hacer la voluntad de Dios, para que consigan su promesa. (10,36) Ofrezcamos a Dios en todo tiempo, por medio de Jesús, el sacrificio de alabanza, que consiste en celebrar su Nombre. (13,15) Nosotros tendremos parte con Cristo, pero con tal de que mantengamos hasta el fin nuestra convicción del principio. (3,14) Cuidado, hermanos, que no haya entre ustedes alguien de mal corazón y bastante incrédulo como para apartarse del Dios vivo. Más bien, anímense mutuamente cada día (3,12-13) Hijo, no te pongas triste porque el Señor te corrige, no te desanimes cuando te reprenda; pues el Señor corrige al que ama (12,5-6) Que se mantenga en ustedes el amor fraterno. (13,1) Padre nuestro… Dios te salve María… Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.
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2.- TEXTO BÍBLICO a.- Canto: Aleluya por esa gente Los que tienen y nunca se olvidan que a otros les falta, los que nunca usaron la fuerza sino la razón, los que dan una mano y ayudan a los que han caído, esa gente es feliz porque vive muy cerca de Dios. Aleluya, aleluya, por esa gente que vive y que siente en su vida el amor (2) Los que ponen en todas las cosas amor y justicia, los que nunca sembraron el odio, tampoco el dolor, los que dan y no piensan jamás en una recompensa, esa gente es feliz porque vive muy cerca de Dios. Los que son generosos y dan de su pan un pedazo, los que siempre trabajan pensando en un mundo mejor, los que están liberados de todo lo que ambicionan, esa gente es feliz porque vive muy cerca de Dios. b.- Carta del Apóstol san Pablo a los Colosenses 1,9-14 “Por eso, tampoco nosotros hemos cesado de rezar por ustedes desde el día en que recibimos esas noticias, y pedimos a Dios que alcancen el pleno conocimiento de su voluntad, mediante dones de sabiduría y entendimiento espiritual. Que lleven una vida digna del Señor y de su total agrado, produciendo frutos en toda clase de buenas obras y creciendo en el conocimiento de Dios. Que se muestren fuertes en todo sentido, fortalecidos por la gloria de Dios; que puedan sufrir y perseverar sin perder la alegría. Y que den gracias al Padre que nos preparó para recibir nuestra parte en la herencia reservada a los santos en su reino de luz. El nos arrancó del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo amado. En él nos encontramos liberados y perdonados”.
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3.- REFLEXIÓN1 Hermosa obligación del hombre: orar y amar. Considérenlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro. El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oran y aman, habrán hallado la felicidad en este mundo. La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión. Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada. Hijos míos, el corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol. Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Miren: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y, creanme, que el tiempo se me hacía corto. Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros. Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: «Sólo dos palabras, para deshacerme de ti..».
(1)
De una catequesis de san Juan María Vianney sobre la oración. A. Monnin, Esprit du Curé d´Ars, Paris 1899, pp. 87-89.
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Jaime Quispe Palomino, Pbro.
Muchas veces pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.
4.- CANTO PuEBLO DE REYES Pueblo de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal, pueblo de Dios, bendice a tu Señor. Te cantamos, oh Hijo amado del Padre te alabamos, eterna Palabra, salida de Dios. Te cantamos, oh Hijo de la Virgen María, te alabamos, oh Cristo nuestro hermano, nuestro Salvador. Te cantamos a Ti, esplendor de la Gloria, te alabamos, Estrella radiante que anuncia el día. Te cantamos, oh Luz que iluminas nuestras sombras, te alabamos, Antorcha de la nueva Jerusalén. Te cantamos, Mesías que anunciaron los Profetas, te alabamos, oh Hijo de Abraham e Hijo de David. Te cantamos, Mesías esperado por los pobres, te alabamos, oh Cristo nuestro Rey de humilde corazón. Te cantamos mediador entre Dios y los hombres, te alabamos, oh Ruta viviente del cielo. Te cantamos, Sacerdote de la Nueva Alianza, te alabamos, Tú eres nuestra paz por la sangre de la cruz. Te cantamos, Cordero de la Pascua eterna, te alabamos, oh Víctima que borras nuestros pecados. Te cantamos, oh Templo de la Nueva Alianza, te alabamos, oh Piedra Angular y Roca de Israel. Te cantamos, Pastor que nos conduces al Reino, te alabamos, reúne a tus ovejas en un redil. Te cantamos, oh Cristo manantial de la gracia, te alabamos, oh Fuente de agua viva que apaga nuestra sed.
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Oremos por la fidelidad del Sacerdote - Con el santo Cura de Ars
Jaime Quispe Palomino, Pbro.
Te cantamos, oh Viña plantada por el Padre, te alabamos, oh Viña fecunda, nosotros tus sarmientos. Te cantamos, oh Cristo maná verdadero, te alabamos, oh Pan de la vida que el Padre nos da. Te cantamos, Imagen de Dios invisible, te alabamos, oh Rey de justicia y Rey de paz. Te cantamos, Primicias de aquellos que duermen, te alabamos a Ti el viviente principio y fin. Te cantamos. Tu eres exaltado en la gloria. Te alabamos a Ti que vendrás a juzgar la tierra.
5.- SALMO Llamé al Señor y él me respondió 34,2-14.19 Bendeciré al Señor en todo tiempo, no cesará mi boca de alabarlo. • Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren . Engrandezcan conmigo al Señor y ensalcemos a una su nombre. • Busqué al Señor y me dio una respuesta y me libró de todos mis temores. Mírenlo a él y serán iluminados y no tendrán más cara de frustrados. • Este pobre gritó y el Señor lo escuchó y lo salvó de todas sus angustias. El ángel del Señor hace sus rondas junto a los que le temen y los guarda. • Gusten y vean cuán bueno es el Señor ¡dichoso aquel que busca en él asilo! Teme al Señor, pueblo de los santos, pues nada les falta a los que le temen. Los ricos se han quedado pobres y con hambre, pero a los que buscan al Señor nada les falta. • Vengan, hijos, y pónganme atención, quiero enseñarles el temor del Señor. ¿Cuál es el hombre que anhela vivir y desea gozar días felices? 80
Oremos por la fidelidad del Sacerdote - Con el santo Cura de Ars
Jaime Quispe Palomino, Pbro.
• Guarda tu lengua del mal, tus labios de palabras mentirosas. Pero tiene puestos sus ojos en los justos y sus oídos pendientes de sus clamores. • En cuanto gritan, el Señor escucha, y los libra de todas sus angustias. • El Señor está cerca del corazón deshecho y salva a los de espíritu abatido.
6.- PLEGARIA a.- Por nuestros queridos sacerdotes, “maestros en la oración”, para que con la fuerza del Espíritu Santo alimenten sus vidas con la fe, la esperanza y el amor. - Que sean ejemplo de oración y perseverancia para la Iglesia. b.- Por nuestros queridos sacerdotes, “fruto de la oración del Pueblo de Dios”, para que sirvan con amor, empeño y generosidad a la Iglesia. - Que sean ejemplo de oración y perseverancia para la Iglesia. c.- Por nuestros queridos sacerdotes, “mediadores entre Dios y los hombres”, para que ofrezcan la Eucaristía por nuestra salvación y por la salvación del mundo entero. - Que sean ejemplo de oración y perseverancia para la Iglesia. Se pueden añadir, espontáneamente, intenciones particulares.
7.- ORACIÓN LETANÍAS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - Señor, ten piedad de nosotros. - Cristo, ten piedad de nosotros. - Señor, ten piedad de nosotros. - Cristo, óyenos. - Cristo, escúchanos. - Dios, Padre Celestial, Ten misericordia de nosotros. - Dios Hijo, Redentor del mundo Ten misericordia de nosotros. - Dios, Espíritu Santo, Ten misericordia de nosotros. - Santísima Trinidad, que eres un solo Dios, Ten misericordia de nosotros. 81
Oremos por la fidelidad del Sacerdote - Con el santo Cura de Ars
Jaime Quispe Palomino, Pbro.
- Corazón de Jesús, Hijo del Eterno Padre, Ten piedad de nosotros. - Corazón de Jesús, formado en el seno Ten piedad de nosotros. de la Virgen Madre por el Espíritu Santo, - Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios, Ten piedad de nosotros. - Corazón de Jesús, de infinita majestad, Ten piedad de nosotros. - Corazón de Jesús, templo santo de Dios, - Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo, - Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, - Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad, - Corazón de Jesús, santuario de la justicia y del amor, - Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor, - Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes, - Corazón de Jesús, digno de toda alabanza, - Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones, - Corazón de Jesús, en quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría, y de la ciencia, - Corazón de Jesús, en quien reside toda la plenitud de la divinidad, - Corazón de Jesús, en quien el Padre se complace, - Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido, - Corazón de Jesús, deseado de los eternos collados, - Corazón de Jesús, paciente y lleno de misericordia, - Corazón de Jesús, generoso para todos los que te invocan, - Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad, - Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados, - Corazón de Jesús, colmado de oprobios, - Corazón de Jesús, triturado por nuestros pecados, - Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte, - Corazón de Jesús, traspasado por una lanza, - Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo, - Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra, - Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra, - Corazón de Jesús, víctima por los pecadores, - Corazón de Jesús, salvación de los que en ti esperan, - Corazón de Jesús, esperanza de los que en ti mueren, - Corazón de Jesús, delicia de todos los santos Ten piedad de nosotros. - Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, Perdónanos Señor. - Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, Óyenos Señor. - Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, Ten piedad de nosotros. - Jesús, manso y humilde de Corazón, Haz nuestro corazón semejante al tuyo. 82
Oremos por la fidelidad del Sacerdote - Con el santo Cura de Ars
Jaime Quispe Palomino, Pbro.
Oración Oh Dios todopoderoso y eterno, mira el Corazón de tu amantísimo Hijo, las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te ofrece y concede el perdón a éstos que piden misericordia en el nombre de tu mismo Hijo, Jesucristo, el cual vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
8.- PROPÓSITO De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, cinco avemarías y cinco glorias; para que los sacerdotes sean maestros en la oración.
9.- RECUERDA QUE
“Es necesario orar mucho para mantenernos fieles en cualquier situación” (Charles de Foucault)
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6 EL SACERDOTE BUEN PASTOR
“Un buen pastor, según el corazón de Dios, es el más grande tesoro que Dios pueda otorgar a una parroquia, es uno de los más preciados de la misericordia divina”. (San Juan María Vianney)
“La caridad no se practica solo con el dinero. Pueden visitar un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas…”. (San Juan María Vianney) “El 9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A Misa los domingos no asistían sino un solo hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: “las gentes de esta parroquia en lo único que se diferencian de los animales, es que…están bautizados”… Allí estará Juan María Vianney de párroco durante cuarenta y un años, hasta su muerte, y lo transformará todo” (P. Eliécer Sálesman, Vida de Santos III, p. 205)
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Oremos por la fidelidad del Sacerdote - Con el santo Cura de Ars
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1.- SALUDOS P/. Seas por siempre bendito y alabado. R/. Mi dulce y amado Jesucristo en el santísimo sacramento del altar. Padre Nuestro: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén. Ave María: Dios te salve, María llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte. Amén Gloria: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
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2.- TEXTO BÍBLICO
a.- Canto: abre mis labios, Señor. Abre mis labios, Señor para poderte alabar; abre mi corazón, para poderte adorar. Abre mi oído, Señor para poderte escuchar; abre mi corazón, para poderte adorar. Abre mi mente, Seños para poderte entender; abre mi corazón, para poderte adorar. b.- Evangelio de Juan 10, 1-5.9-11.14-18 “En verdad les digo: El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por algún otro lado, ése es un ladrón y un salteador. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El cuidador le abre y las ovejas escuchan su voz; llama por su nombre a cada una de sus ovejas y las saca fuera del corral. Cuando ha sacado todas sus ovejas, empieza a caminar delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. A otro no lo seguirían, sino que huirían de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Yo soy el Buen Pastor y conozco los míos como los míos me conocen a mí, lo mismo que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y yo doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este corral. A esas también las llevaré; escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño con un solo pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para retomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo mismo la entrego. En mis manos está el entregarla y el recobrarla: éste es el mandato que recibí de mi Padre”. 87
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3.- REFLEXIÓN1 Todos los buenos pastores se identifican con el único pastor Cristo apacienta a sus ovejas debidamente, discierne a las que son suyas de las que no lo son. Mis ovejas escuchan mi voz -dice- y me siguen. En estas palabras descubro que todos los buenos pastores se identifican con este único pastor. No es que falten buenos pastores, pero todos son como los miembros del único pastor. Si hubiera muchos pastores, habría división y, porque aquí se recomienda la unidad, se habla de un único pastor. Si se silencian los diversos pastores y se habla de un único pastor, no es porque el Señor no encontrara a quien encomendar el cuidado de sus ovejas, pues cuando encontró a Pedro las puso bajo su cuidado. Pero incluso en el mismo Pedro el Señor recomendó la unidad. Eran muchos los apóstoles, pero sólo a Pedro se le dice: Apacienta mis ovejas. Dios no quiera que falten nunca buenos pastores, Dios no quiera que lleguemos a vernos faltos de ellos; ojalá no deje el Señor de suscitarlos y consagrarlos. Ciertamente que, si existen buenas ovejas, habrá también buenos pastores, pues de entre las buenas ovejas salen los buenos pastores. Pero hay que decir que todos los buenos pastores son, en realidad, como miembros del único pastor y forman una sola cosa con él. Cuando ellos apacientan, es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no pretenden hacer oír su propia voz, sino que se complacen en que se oiga la voz del esposo. Por esto, cuando ellos apacientan, es el Señor quien apacienta; aquel Señor que puede decir por esta razón: «Yo mismo apaciento», porque la voz y la caridad de los pastores son la voz y la caridad del mismo Señor. Ésta es la razón por la que quiso que también Pedro, a quien encomendó sus propias ovejas como a un semejante, fuera una sola cosa con él: así pudo entregarle el cuidado de su propio rebaño, siendo Cristo la cabeza y Pedro como el símbolo de la Iglesia que es su cuerpo; de esta manera, fueron dos en una sola carne, a semejanza de lo que son el esposo y la esposa. Así, pues, para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta «Pedro, ¿me amas?» Él respondió: «Te amo.» Y le dice por segunda vez: «me amas?» Y respondió: «Te amo.» Y le pregunta aun por tercera vez: «¿Me amas?» Y respondió: «Te amo. » Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo, el que es único apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando parte del que es único. (1)
Del sermón de san Agustín, obispo, sobre los pastores, Sermón 46, 29-30: CCL 41, 555-557.
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Y parece que no se habla de los pastores, pero sí se habla. Los pastores pueden gloriarse, pero el que se gloría que se gloríe del Señor. Esto es hacer que Cristo sea el pastor, esto es apacentar para Cristo, esto es apacentar en Cristo, y no tratar de apacentarse a sí mismo al margen de Cristo. No fue por falta de pastores -como anuncié el profeta que ocurriría en futuros tiempos de desgracia que el Señor dijo: Yo mismo apacentaré a mis ovejas; como si dijera: «No tengo a quien encomendarlas.» Porque, cuando todavía Pedro y los demás apóstoles vivían en este mundo, aquel que es el único pastor, en el que todos los pastores son uno, dijo: Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Que todos se identifiquen con el único pastor y hagan oír la única voz del pastor, para que la oigan las ovejas y sigan al único pastor, y no a éste o a aquél, sino al único. Y que todos en él hagan oír la misma voz, y que no tenga cada uno su propia voz: Les ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: pónganse de acuerdo y no anden divididos. Que las ovejas oigan esta voz, limpia de toda división y purificada de toda herejía, y que sigan a su pastor, que les dice: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen.
4.- CANTO ERES MI PASTOR. Eres mi pastor, oh Señor, Nada me faltará si me llevas tú. En tus verdes campiñas me hiciste reposar, y en tus límpidas aguas mi sed puedo calmar. Senderos de justicia trazaste para mí, ellos son el camino
para llegar a ti. Preparas un banquete frente a los que me odian, la mesa está ya lista la copa se desborda. Bondad, misericordia me siguen por doquier, habite yo en tu casa por los siglos. Amén.
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5.- SALMO EL SEÑOR ES MI PASTOR 23 (22) • El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes pastos él me hace reposar y a donde brota agua fresca me conduce. • fortalece mi alma. Por el camino del bueno me dirige, por amor de su nombre. • Aunque pase por quebradas muy oscuras, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo, tu bastón y tu vara me protegen. • Me sirves a la mesa frente a mis adversarios, con aceites perfumas mi cabeza y rellenas mi copa. • Me acompaña tu bondad y tu favor mientras dura mi vida, mi mansión será la casa del Señor por largo, largo tiempo.
6.- PLEGARIA a.- Por los sacerdotes, llamados por el Señor a ser pastores del pueblo de Dios, para que sean fieles “imitadores de Jesucristo Buen Pastor”. Roguemos al Señor. - Danos, Señor, pastores según tu corazón. b.- Por los sacerdotes, escogidos entre los hombres para servir a los hombres, para que sean “servidores disponibles y amables” que guíen al pueblo santo de Dios. Roguemos al Señor. - Danos, Señor, pastores según tu corazón. c.- Por los sacerdotes, que encuentran en la Eucaristía el fundamento del ministerio sagrado, para que nos alimenten y nos guíen por sendas de paz y justicia. Roguemos al Señor. - Danos, Señor, pastores según tu corazón. Se pueden añadir, espontáneamente, intenciones particulares. 90
Oremos por la fidelidad del Sacerdote - Con el santo Cura de Ars
Jaime Quispe Palomino, Pbro.
7.- ORACIÓN ORACIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA EL AÑO SACERDOTAL “Señor Jesús: En San Juan María Vianney Tú has querido dar a la Iglesia la imagen viviente y una personificación de tu caridad pastoral. Ayúdanos a bien vivir en su compañía, ayudados por su ejemplo en este Año Sacerdotal. Haz que podamos aprender del Santo Cura de Ars delante de tu Eucaristía; aprender cómo es simple y diaria tu Palabra que nos instruye, cómo es tierno el amor con el cual acoges a los pecadores arrepentidos, cómo es consolador abandonarse confidencialmente a tu Madre Inmaculada, cómo es necesario luchar con fuerza contra el Maligno. Haz, Señor Jesús, que, del ejemplo del Santo Cura de Ars, nuestros jóvenes sepan cuánto es necesario, humilde y generoso el ministerio sacerdotal, que quieres entregar a aquellos que escuchan tu llamada. Haz también que en nuestras comunidades –como en aquel entonces la de Ars– sucedan aquellas maravillas de gracia, que tu haces que sobrevengan cuanto un sacerdote sabe ‘poner amor en su parroquia’. Haz que nuestras familias cristianas sepan descubrir en la Iglesia su casa –donde puedan encontrar siempre a tus ministros– y sepan convertir su casa así de bonita como una iglesia. Haz que la caridad de nuestros Pastores anime y encienda la caridad de todos los fieles, en tal manera que todas las vocaciones y todos los carismas, infundidos por el Espíritu Santo, puedan ser acogidos y valorizados. Pero sobre todo, Señor Jesús, concédenos el ardor y la verdad del corazón a fin de que podamos dirigirnos a tu Padre celestial, haciendo nuestras las mismas palabras, que usaba San Juan María Vianney: ‘Te amo, mi Dios, y mi solo deseo es amarte hasta el último respiro de mi vida. Te amo, oh Dios infinitamente amable, y prefiero morir amándote antes que vivir un solo instante si amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es aquella de amarte eternamente. Dios mío, si mi lengua no pudiera decir que te amo en cada instante, quiero que mi corazón te lo repita tantas veces cuantas respiro. 91
Oremos por la fidelidad del Sacerdote - Con el santo Cura de Ars
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Te amo, oh mi Dios Salvador, porque has sido crucificado por mí, y me tienes acá crucificado por Ti. Dios mío, dame la gracia de morir amándote y sabiendo que te amo´. Amén
8.- PROPÓSITO De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, cinco avemarías y cinco glorias; para que los sacerdotes sean fieles pastores, con las palabras y ejemplos, del rebaño encomendado.
9.- RECUERDA QUE
“Nuestra fidelidad al Evangelio nos exige proclamar en todos los areópagos públicos y privados del mundo de hoy, y desde todas las instancias de la vida y misión de la Iglesia, la verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana” (Documento de Aparecida N° 390)
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7 SACERDOTE DISCÍPULO-MISIONERO
“El buen Dios, que no tiene necesidad de ninguno, se sirve de mí para su gran trabajo…” (San Juan María Vianney)
“Si la vida y la acción de todo cura son siempre un misterio de poder en la debilidad, de riqueza en la pobreza, de influencia transformadora y vencedora en definitiva en la humildad y en el silencio, la vida y la acción de un cura santo, como el cura de Ars, es misterio sobre misterio… Pues bien, de entre todos los discípulos de Jesús, puede afirmarse que el que llega a hacer de modo habitual y permanente cosa mayores que los demás discípulos y aun a las veces que el maestro, es el discípulo-cura” (Francis Trochu, El Cura de Ars: El atractivo de un alma pura, p. 10)
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1.- SALUDOS P/. Adorado sea Jesucristo en el santísimo sacramento del altar. R/. Ahora y siempre sea adorado. Padre nuestro (meditado) Se puede rezar de forma intercalada y pausada.
Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea Tu nombre: • Padre bendito, que has escogido a nuestros sacerdotes para ser discípulos - misioneros tuyos, ayúdales a santificar tu nombre con el testimonio de sus vidas. Venga a nosotros Tu Reino: • Que nuestros sacerdotes, discípulos - misioneros tuyos, sean constructores infatigables del mundo donde reine la paz y la justicia, la alegría y la felicidad. Hágase Tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo: • Que nuestros sacerdotes, pastores amables y generosos, correspondan a la voluntad que tú les has llamado para ser discípulos - misioneros tuyos. Danos hoy nuestro pan de cada día: • Alimenta a nuestros sacerdotes con tu cuerpo y tu sangre, manjares agradables al corazón y la misión, y puedan responder fielmente al ejercicio ministerial de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: • Que nuestros sacerdotes estén atentos y vigilantes al sacramento de la reconciliación para merecer el perdón de nuestros pecados. No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal: • Protege a nuestros sacerdotes de todo tipo de tentación y condúcelos por el camino de la fidelidad y felicidad al ministerio sagrado que tu mismo les has concedido. Amén.
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2.- TEXTO BÍBLICO a.- Canto:
Tu Palabra me da vida.
Tu Palabra me da vida, confío en ti Señor. Tu Palabra es eterna, en ella esperaré.
Dichos el que guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. Postrada en el polvo está mi alma, devuélvame la vida tu Palabra. Mi alama está llena de tristeza, consuélame, Señor, con tus promesas.
Dichoso el que con vida intachable, camina en la ley del Señor.
b.- Evangelio de Mateo 10, 5-12 “Estos son los Doce que Jesús envió con las instrucciones siguientes: «No vayan a tierras de paganos, ni entren en pueblos de samaritanos. Diríjanse más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. A lo largo del camino proclamen: ¡El Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. No lleven oro, plata o monedas en el cinturón. Nada de provisiones para el viaje, o vestidos de repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el que trabaja se merece el alimento. En todo pueblo o aldea en que entren, busquen alguna persona que valga, y quédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar en la casa, pidan la bendición de Dios para ella”.
3.- REFLEXIÓN1
Identidad y misión de los presbíteros. (Desafíos)
El primer desafío dice relación con la identidad teológica del ministerio presbiteral. El Concilio Vaticano II establece el sacerdocio ministerial al servicio del sacerdocio común de los fieles, y cada uno, aunque de manera cualitati(1)
Textos extraídos del Documento de Aparecida, N° 193 al 197 y 199.
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vamente distinta, participa del único sacerdocio de Cristo (Cf. LG 10). Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos ha redimido y nos ha participado su vida divina. En Él, somos todos hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros. El sacerdote no puede caer en la tentación de considerarse solamente un mero delegado o sólo un representante de la comunidad, sino un don para ella por la unción del Espíritu y por su especial unión con Cristo cabeza. “Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir a favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios” (Hb 5,1). El segundo desafío se refiere al ministerio del presbítero inserto en la cultura actual. El presbítero está llamado a conocerla para sembrar en ella la semilla del Evangelio, es decir, para que el mensaje de Jesús llegue a ser una interpelación válida, comprensible, esperanzadora y relevante para la vida del hombre y de la mujer de hoy, especialmente para los jóvenes. Este desafío incluye la necesidad de potenciar adecuadamente la formación inicial y permanente de los presbíteros, en sus cuatro dimensiones humana, espiritual, intelectual y pastoral (Cf. PDV 72). El tercer desafío se refiere a los aspectos vitales y afectivos, al celibato y a una vida espiritual intensa fundada en la caridad pastoral, que se nutre en la experiencia personal con Dios y en la comunión con los hermanos; asimismo al cultivo de relaciones fraternas con el Obispo, con los demás presbíteros de la diócesis y con laicos. Para que el ministerio del presbítero sea coherente y testimonial, éste debe amar y realizar su tarea pastoral en comunión con el obispo y con los demás presbíteros de la diócesis. El ministerio sacerdotal que brota del Orden Sagrado tiene una “radical forma comunitaria” y sólo puede ser desarrollado como una “tarea colectiva” (PDV 17). El sacerdote debe ser hombre de oración, maduro en su elección de vida por Dios, hacer uso de los medios de perseverancia, como el Sacramento de la confesión, la devoción a la Santísima Virgen, la mortificación y la entrega apasionada a su misión pastoral. En particular, el presbítero es invitado a valorar, como un don de Dios, el celibato que le posibilita una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo y lo hace signo de su caridad pastoral en la entrega a Dios y a los hombres con corazón pleno e indiviso. “En efecto, esta opción del sacerdote es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega de sí mismo por el Reino de Dios” (SCa 24). El celibato pide asumir con madurez la propia afectividad y sexualidad, viviéndolas con serenidad y alegría en un camino comunitario (Cf. PDB 44). Otros desafíos son de carácter estructural, como por ejemplo la existencia de parroquias demasiado grandes, que dificultan el ejercicio de una pastoral adecuada: parroquias muy pobres, que hacen que los pastores se dediquen a otras tareas para poder subsistir; parroquias situadas en sectores de extrema violencia e inseguridad, y la falta y mala distribución de presbíteros en las Iglesias del Continente. 96
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El Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración; de presbíteros-misioneros; movidos por la caridad pastoral: que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos; de presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de misericordia, disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación.
4.- CANTO Mensajeros de la paz. El Señor envió a sus discípulos, los mandó de dos en dos.
La cosecha es abundante les dijo el Señor al partir.
Es hermoso ver bajas de las montañas, los pies del mensajero de la paz. (2)
Pídanle al dueño del campo que envíe obreros a su mies. Al entrar en una casa saluden anunciando la paz.
Los mandó a las ciudades y lugares donde iba El.
5.- SALMO Todos los pueblos te conocerán 67 (66) • ¡Que Dios tenga piedad y nos bendiga, nos ponga bajo la luz de su rostro! • Para que conozcan en la tierra tu camino, tu salvación en todas la naciones. • Que los pueblos te den gracias, oh Dios, que todos los pueblos te den gracias. • Que los poblados se alegren y te canten, 97
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pues tú juzgas los pueblos con justicia, tú riges a los pueblos de la tierra. • Que los pueblos te den gracias, oh Dios, que todos los pueblos te den gracias. • Ha entregado la tierra su cosecha, Dios, nuestro Dios, nos dio su bendición. Que nos bendiga Dios, y sea temido hasta los confines de la tierra.
6.- PLEGARIA a.- Para que nuestros queridos sacerdotes profundicen su identidad sacerdotal en el amor a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. - Que sean discípulos - misioneros tuyos para que nuestros pueblos tengan vida plena en abundancia. b.- Para que nuestros queridos sacerdotes reaviven el don de la vocación sacerdotal y puedan servir con disponibilidad a nuestra santa Madre Iglesia. - Que sean discípulos - misioneros tuyos para que nuestros pueblos tengan vida plena en abundancia. c.- Para que nuestros queridos sacerdotes dediquen su vida a la misión evangelizadora de nuestros pueblos; especialmente de aquellos que viven alejados de la Iglesia. - Que sean discípulos - misioneros tuyos para que nuestros pueblos tengan vida plena en abundancia. Se pueden añadir, espontáneamente, intenciones particulares.
7.- ORACIÓN Oración del Papa Juan Pablo II por los sacerdotes. (De la Exhortación Apostólica “Pastores Dabo Vobis”)
Oh María, Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes: acepta este título con el que hoy te honramos para exaltar tu maternidad 98
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y contemplar contigo el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus hijos, oh Santa Madre de Dios. Madre de Cristo, que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne por la unción del Espíritu Santo para salvar a los pobres y contritos de corazón: custodia en tu seno y en la Iglesia a los sacerdotes, oh Madre del Salvador. Madre de la fe, que acompañaste al templo al Hijo del hombre, en cumplimiento de las promesas hechas a nuestros Padres: presenta a Dios Padre, para su gloria, a los sacerdotes de tu Hijo, oh Arca de la Alianza. Madre de la Iglesia, que con los discípulos en el Cenáculo implorabas el Espíritu para el nuevo Pueblo y sus Pastores: alcanza para el orden de los presbíteros la plenitud de los dones, oh Reina de los Apóstoles. Madre de Jesucristo, que estuviste con Él al comienzo de su vida y de su misión, lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre, lo acompañaste en la cruz, exhausto por el sacrificio único y eterno, y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo: acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su formación y acompaña a tus hijos en su vida y en su ministerio, oh Madre de los sacerdotes. Amén. También se puede decir la siguiente oración.
Oración por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Señor Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, 99
Oremos por la fidelidad del Sacerdote - Con el santo Cura de Ars
Jaime Quispe Palomino, Pbro.
rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, enciende en nuestros corazones el amor al Padre que está en el cielo y la alegría de ser cristianos. Ven a nuestro encuentro y guía nuestros pasos para seguirte y amarte en la comunión de tu Iglesia, celebrando y viviendo el don de la Eucaristía, cargando con nuestra cruz, y urgidos por tu envío. Danos siempre el fuego de tu Santo Espíritu, que ilumine nuestras mentes y despierte entre nosotros el deseo de contemplarte, el amor a los hermanos, sobre todo a los afligidos, y el ardor por anunciarte al inicio de este siglo. Discípulos y misioneros tuyos, queremos remar mar adentro, para que nuestros pueblos tengan en Ti vida abundante, y con solidaridad construyan la fraternidad y la paz. Señor Jesús, ¡Ven y envíanos! María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros. Amén.
8.- PROPÓSITO De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, cinco avemarías y cinco glorias; para que los sacerdotes sean fieles discípulosmisioneros tuyos.
9.- RECUERDA QUE
“La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (Documento de Aparecida N° 201).
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8 LA “COMMUNIO SACRAMENTALIS” “Debemos vivir en comunión con nuestros hermanos para que se cumpla la oración de Jesucristo: “Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti”. (San Juan María Vianney)
“El austero señor Balley poseía una piedad sincera y tierna: “solía llorar mientras decía Misa”. Su discípulo (el cura de Ars), que le ayudaba revestido de blanco sobrepelliz, aprendió de él la manera digna de tratar los divinos misterios…Su obediencia era perfectísima. En casa del señor Balley, decía, jamás hice mi voluntad” (Francis Trochu, El Cura de Ars: el atractivo de un alma pura, p. 106-107).
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1.- SALUDOS P/. Infinitamente sea alabado Jesucristo, “Maestro de comunión y misión”, en el santísimo sacramento del altar. R/. Adorado sea Jesucristo que nos invita a vivir el amor y la unidad en el presbiterio, la Iglesia y el mundo entero. Padre Nuestro: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén. Ave María: Gloria: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
2.- TEXTO BÍBLICO a.- Canto: Fortaleza mía. Te amo, Señor, fortaleza mía, roca mía, castillo mío, libertador. Dios mío, en quién confiaré, si mi escudo eres tú y la roca de mi salvación.
Te amo, Señor, fortaleza mía, roca mía, castillo mío, libertador. Dios mío, en quién confiaré, si mi escudo eres tú y la roca de mi salvación. 102
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b.- Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 4,1-7 “Yo, «el prisionero de Cristo», les exhorto, pues, a que se muestren dignos de la vocación que han recibido. Sean humildes, amables, comprensivos, y sopórtense unos a otros con amor. Mantengan entre ustedes lazos de paz y permanezcan unidos en el mismo espíritu. Un solo cuerpo y un mismo espíritu, pues ustedes han sido llamados a una misma vocación y una misma esperanza. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todos, que actúa por todos y está en todos. Cada uno de nosotros ha recibido su talento y Cristo es quien fijó la medida de sus dones para cada uno”.
3.- REFLEXIÓN1 El Obispo con su presbiterio Al describir la Iglesia particular, el decreto conciliar Christus Dominus la define con razón como comunidad de fieles confiada a la cura pastoral del Obispo «cum cooperatione presbyterii». En efecto, entre el Obispo y los presbíteros hay una communio sacramentalis en virtud del sacerdocio ministerial o jerárquico, que es participación en el único sacerdocio de Cristo y, por tanto, aunque en grado diferente, en virtud del único ministerio eclesial ordenado y de la única misión apostólica. Los presbíteros, y especialmente los párrocos, son pues los más estrechos colaboradores del ministerio del Obispo. Los Padres sinodales renovaron las recomendaciones y exhortaciones sobre la relación especial entre el Obispo y sus presbíteros, que ya habían hecho los documentos conciliares y reiterado más recientemente la Exhortación apostólica “Pastores dabo vobis”. El Obispo ha de tratar de comportarse siempre con sus sacerdotes como padre y hermano que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico. El afecto especial del Obispo por sus sacerdotes se manifiesta como acompañamiento paternal y fraterno en las etapas fundamentales de su vida misterial, comenzando ya en los primeros pasos de su ministerio pastoral. Es fundamental la formación permanente de los presbíteros, que para todos ellos es una «vocación en la vocación», puesto que, con la variedad y complementariedad de los aspectos que abarca, tiende a ayudarles a ser y actuar como sacerdotes al estilo de Jesús.
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Texto extraído de la Exhortación Apostólica Post sinodal “PASTORES GREGIS” del Papa Juan Pablo II, sobre el obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo. Publicado el 16 de octubre del 2003, N°47.
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Uno de los primeros deberes del Obispo diocesano es la atención espiritual a su presbiterio: «El gesto del sacerdote que, el día de la ordenación presbiteral, pone sus manos en las manos del obispo prometiéndole ‘respeto y obediencia filial’, puede parecer a primera vista un gesto con sentido único. En realidad, el gesto compromete a ambos: al sacerdote y al obispo. El joven presbítero decide encomendarse al obispo y, por su parte, el obispo se compromete a custodiar esas manos ». En otros dos momentos, quisiera añadir, el presbítero puede esperar razonablemente una muestra de especial cercanía de su Obispo. El primero, al confiarle una misión pastoral, tanto si es la primera, como en el caso del sacerdote recién ordenado, como si se trata de un cambio o la encomienda de un nuevo encargo pastoral. La asignación de una misión pastoral es para el Obispo mismo una muestra significativa de responsabilidad paterna para con uno de sus presbíteros. Bien se pueden aplicar a esto aquellas palabras de san Jerónimo: «Sabemos que la misma relación que había entre Aarón y sus hijos se da también entre el Obispo y sus sacerdotes. Hay un sólo Señor, un único templo: haya pues unidad en el ministerio [...]. ¿Acaso no es orgullo de padre tener un hijo sabio? Felicítese el Obispo por haber tenido acierto al elegir sacerdotes así para Cristo». El otro momento es aquel en que un sacerdote deja por motivos de edad la dirección pastoral efectiva de una comunidad o los cargos con responsabilidad directa. En ésta, como en otras circunstancias análogas, el Obispo debe hacer presente al sacerdote tanto la gratitud de la Iglesia particular por los trabajos apostólicos realizados hasta entonces como la dimensión específica de su nueva condición en el presbiterio diocesano. En efecto, en esta nueva situación no sólo se mantienen sino que aumentan sus posibilidades de contribuir a la edificación de la Iglesia mediante el testimonio ejemplar de una oración más asidua y una disponibilidad generosa para ayudar a los hermanos más jóvenes con la experiencia adquirida. El Obispo ha de mostrar también su cercanía fraterna a los que se encuentran en la misma situación por enfermedad grave u otras formas persistentes de debilidad, ayudándolos a «mantener vivo el convencimiento que ellos mismos han inculcado en los fieles, a saber, la convicción de seguir siendo miembros activos en la edificación de la Iglesia, especialmente en virtud de su unión con Jesucristo doliente y con tantos hermanos y hermanas que en la Iglesia participan de la Pasión del Señor». Asimismo, el Obispo debe seguir de cerca, con la oración y una caridad efectiva, a los sacerdotes que por cualquier motivo dudan en su vocación y su fidelidad a la llamada del Señor, y de algún modo han faltado a sus deberes. Finalmente, no debe dejar de examinar los signos de virtudes heroicas que eventualmente se hubieren dado entre los sacerdotes diocesanos y, cuando lo crea oportuno, proceder a su reconocimiento público, dando los pasos necesarios para introducir la causa de canonización. 104
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4.- CANTO DOCE HOMBRES: Doce hombres y el Maestro, doce panes y la vida, doce copas y una alianza, se mezclaban aquél día.
Un cordero, el maestro una ofrenda, su vida una muerte, el camino forman nuestra Eucaristía.
Donde Jesús lavándole los pies, les enseñaba lo que es la vida. Donde Jesús derramando su sangre, les perdonaba su maldad vivida. Eucaristía.
Donde Jesús se hace carne viva y nos ofrece como pan de vida. Donde Jesús nos baña con su sangre y nos ofrece como alianza nueva. Eucaristía, Eucaristía. La gracia santa de la paz. Eucaristía, Eucaristía. Signo sagrado de unidad. Eucaristía, Eucaristía. Presencia viva de Jesús. Eucaristía, Eucaristía. El don más grande del amor de Dios.
Muchos hombres un maestro, muchos panes una vida, muchas copas una alianza, se comparten hoy en día. Donde Jesús con su Resurrección, Solo nos pide amarnos siempre y sin medida. Donde Jesús con su Eucaristía, nos da la gracia de la nueva vida. Eucaristía.
5.- SALMO ACLAMEMOS JUNTOS EL PODER DEL SEÑOR 81(80) • Aclamemos a Dios, nuestra fuerza, Alabemos al Dios de Jacob, Entonen los salmos y toquen los tambores, la melodiosa cítara y el arpa.
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• Que suene los clarines para el primero del mes, para la luna llena, el día de nuestra fiesta. Pues es una ley en Israel, una ordenanza del Dios de Jacob; un decreto que impuso a José, cuando salió de la tierra de Egipto. • Oyó, entonces, una voz desconocida: “Yo quité la carga de su espalda, sus manos han dejado la canasta.” En la angustia gritaste y te salvé, te respondí en el secreto de la nube, te puse a prueba en las aguas de Meribá: • Ojalá me escucharas, Israel: No tengas en tu casa un dios extraño, ni te prosternes ante un dios de afuera: Yo soy Yavé, tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto. • Abre tu boca y te la llenaré”. Pero mi pueblo no me quiso oír, e Israel no me obedeció. Los dejé, pues, que siguieran sus caprichos y caminaran según su parecer. •
“Ah, si mi pueblo me escuchara, si Israel fuera por mis caminos, sometería en un instante a sus enemigos, volvería mi mano contra sus opresores. • Los enemigos del Señor le adularían y su espanto jamás terminaría. Pero a él, con flor de trigo lo alimentaría y con miel de la roca lo saciaría”.
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6.- PLEGARIA a.- Por nuestros queridos sacerdotes, fieles colaboradores del Obispo, “para que desempeñen su ministerio sacerdotal en las funciones de enseñar, santificar y apacentar la grey de Dios”. - Que la comunión de los sacerdotes con el Obispo sea ejemplo de comunión para la Iglesia. b.- Por nuestros queridos sacerdotes, constituido por la ordenación en el orden de los presbíteros, “para que vivan unidos entre sí por la íntima fraternidad sacramental”. - Que la comunión entre los sacerdotes sea ejemplo de comunión para la Iglesia. c.- Por nuestros queridos sacerdotes, “padres y maestros para el Pueblo de Dios”, para que trabajen juntamente con los fieles laicos en el servicio a los pobres, enfermos y necesitados de la misericordia de Dios. - Que la comunión de los sacerdotes con los fieles laicos sea ejemplo de comunión para la Iglesia. Se pueden añadir, espontáneamente, intenciones particulares.
7.- ORACIÓN SAN PABLO NOS DICE: Oren sin cesar (1 Ts 5,17) • Para que fructifique el ministerio de nuestros sacerdotes en comunión con el Obispo. Revistámonos de la fe y del amor (1 Ts 5,8) • Para que se sientan acogidos los sacerdotes por la comunidad. Vivan en paz entre ustedes (5, 13b) • De acuerdo a las enseñanzas de nuestros sacerdotes. En toda ocasión den gracias (1 Ts 5, 18) • Por el servicio disponible e incondicional que realizan nuestros sacerdotes. Anímense mutuamente y ayúdense unos a otros a crecer juntos, como lo están haciendo (1Ts 5,11)
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• Que nuestros sacerdotes crezcan en gracia y santidad cada día. Ténganles mucho aprecio y cariño por lo que hacen (1 Ts 5, 13) • Para que nuestros sacerdotes se sientan animados en la misión que Dios les ha encomendado. Estén siempre alegres (1 Ts 5, 16) • Por tener sacerdotes disponibles al servicio de la comunidad. En toda ocasión den gracias a Dios (1 Ts 5,18) • Por tener sacerdotes fieles a Cristo en el ejercicio de su ministerio.
8.- PROPÓSITO De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, cinco avemarías y cinco glorias; para que los sacerdotes vivan la comunión del presbiterio y sean obedientes al Obispo.
9.- RECUERDA QUE
“Es necesario que esta comunión entre los sacerdotes y con el propio Obispo, basada en el sacramento del Orden y manifestada en la concelebración eucarística, se traduzca en diversas formas concretas de fraternidad sacerdotal efectiva y afectiva” (Pastores dabo vobis N° 74)
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9 MINISTROS DEL PERDÓN DE DIOS
“Cuando el sacerdote da la absolución, no hay que pensar más que una cosa: que la sangre del Buen Dios corre por nuestra alma lavándola y volviéndola bella como era después del bautismo” (San Juan María Vianney)
“Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia. Yo estoy dispuesto a sufrir todo aquello que tú quieras, por todo lo que dure mi vida… para que se conviertan” (San Juan María Vianney) “El rostro se había cincelado, hundido, reducido también. La tez morena del aldeano había dejado sitio a las palideces de un hombre agobiado que seguía pasándose de diez a quince horas en el confesionario” (Jean de Fabregues, El santo Cura de Ars, p. 186)
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1.- SALUDOS P/. Sea por siempre bendito y alabado Jesucristo, Hijo del Padre misericordioso. R/. Por siempre sea alabado el Maestro de la reconciliación y el perdón. ORACIÓN POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES Santa Teresita del Niño Jesús Oh Jesús que has instituido el sacerdocio para continuar en la tierra la obra divina de salvar a las almas protege a tus sacerdotes (especialmente al Padre ..............) en el refugio de tu SAGRADO CORAZÓN. Guarda sin mancha sus MANOS CONSAGRADAS, que a diario tocan tu SAGRADO CUERPO, y conserva puros sus labios teñidos con tu PRECIOSA SANGRE. Haz que se preserven puros sus Corazones, marcados con el sello sublime del SACERDOCIO, y no permitas que el espíritu del mundo los contamine. Aumenta el número de tus apóstoles, y que tu Santo Amor los proteja de todo peligro. Bendice sus trabajos y fatigas, y que como fruto de su apostolado obtenga la salvación de muchas almas que sean su consuelo aquí en la tierra y su corona eterna en el Cielo. Amén.
2.- TEXTO BÍBLICO a.- Canto: Ten piedad de mí.
Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades, borra mis rebeliones. 110
Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mis pecados. Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mis pecados.
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O también.
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Tú que siempre nos perdonas. Tú que siempre nos perdonas, porque nos quieres mucho. Tú que siempre nos perdonas, Señor ten piedad. Tú que siempre nos escuchas, porque nos quieres mucho. Tú que siempre nos escuchas, Cristo ten piedad. Tú que siempre nos ayudas, porque nos quieres mucho. Tú que siempre nos ayudas, Señor ten piedad.
b.- De la segunda carta del Apóstol san Pablo a los Crintios 5,17-6,2 “Toda persona que está en Cristo es una creación nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha llegado. Todo eso es obra de Dios, que nos reconcilió con él en Cristo y que a nosotros nos encomienda el mensaje de la reconciliación. Pues en Cristo Dios estaba reconciliando el mundo con él; ya no tomaba en cuenta los pecados de los hombres, sino que a nosotros nos entregaba el mensaje de la reconciliación. Nos presentamos, pues, como embajadores de Cristo, como si Dios mismo les exhortara por nuestra boca. En nombre de Cristo les rogamos: ¡déjense reconciliar con Dios! Dios hizo cargar con nuestro pecado al que no cometió pecado, para que así nosotros participáramos en él de la justicia y perfección de Dios. Somos, pues, los ayudantes de Dios, y ahora les suplicamos que no hagan inútil la gracia de Dios que han recibido. Dice la Escritura: En el momento fijado te escuché, en el día de la salvación te ayudé. Este es el momento favorable, éste es el día de la salvación”.
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3.- REFLEXIÓN1 Ser auténticos ministros de la misericordia de Dios. Redescubramos con alegría y confianza este Sacramento. Vivámoslo ante todo para nosotros mismos, como una exigencia profunda y una gracia siempre deseada, para dar renovado vigor e impulso a nuestro camino de santidad y a nuestro ministerio. Al mismo tiempo, esforcémonos en ser auténticos ministros de la misericordia. En efecto, sabemos que en este Sacramento, como en todos los demás, a la vez que testimoniamos una gracia que viene de lo alto y obra por virtud propia, estamos llamados a ser instrumentos activos de la misma. En otras palabras –y eso nos llena de responsabilidad– Dios cuenta también con nosotros, con nuestra disponibilidad y fidelidad, para hacer prodigios en los corazones. Tal vez más que en otros, en la celebración de este Sacramento es importante que los fieles tengan una experiencia viva del rostro de Cristo Buen Pastor. Permitidme, pues, que me detenga con vosotros sobre este tema, como asomándome a los lugares en que cada día –en las Catedrales, en las Parroquias, en los Santuarios o en otro lugar– os hacéis cargo de la administración de este Sacramento. Vienen a la mente las páginas evangélicas que nos presentan más directamente el rostro misericordioso de Dios. ¿Cómo no pensar en el encuentro conmovedor del hijo pródigo con el Padre misericordioso? ¿O en la imagen de la oveja perdida y hallada, que el Pastor toma sobre sus hombros llenos de gozo? El abrazo del Padre, la alegría del Buen Pastor, ha de encontrar un testimonio en cada uno de nosotros, queridos Hermanos, en el momento en que se nos pide ser ministros del perdón para un penitente. Para ilustrar aún mejor algunas dimensiones específicas de este especialísimo coloquio de salvación que es la confesión sacramental, quisiera proponer hoy como “icono bíblico” el encuentro de Jesús con Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10).En efecto, me parece que lo que ocurre entre Jesús y el “jefe de publicanos” de Jericó se asemeja a ciertos aspectos de una celebración del Sacramento de la misericordia. Siguiendo este relato breve, pero tan intenso, queremos descubrir en las actitudes y en la voz de Cristo todos aquellos matices de sabiduría humana y sobrenatural que también nosotros hemos de intentar expresar para que el Sacramento sea vivido en el mejor de los modos. (1)
Texto extraído de la carta del Papa Juan Pablo II a los sacerdotes; con motivo de celebrarse el Jueves Santo del año 2002, N°4.
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4.- CANTO UNA VEZ MÁS REZARÉ ción, del amigo la traición, yo no dudo me perdone Dios amigo.
Una vez más rezaré, de rodillas me pondré, puede ser que una vez más Él me perdone. Le diré que lucho en vano, que pequé pues soy humano, pueda ser que una vez más Él me perdone. Para un Dios que conoció la tentación, del amigo la traición, yo no dudo me perdone Dios amigo. Para un Dios que conoció la tenta-
Yo vi sufrir a mi hermano, y no le tendí la mano, pueda ser que una vez más Él me perdone. Lo vi pobre y desahuciado, yo con los brazos cruzados, pueda ser que una vez más Él me perdone. Para un Dios…
5.- SALMO TEN PIEDAD DE MÍ, OH DIOS, EN TU BONDAD 51 (50) • Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta. Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame tú de mi pecado. • Pues mi falta yo bien la conozco y mi pecado está siempre ante mí; contra ti, contra ti sólo pequé, lo que es malo a tus ojos yo lo hice. • Por eso en tu sentencia tú eres justo, no hay reproche en el juicio de tus labios. Tú ves que malo soy de nacimiento, pecador desde el seno de mi madre. 113
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• Mas tú quieres rectitud de corazón, y me enseñas en secreto lo que es sabio. Rocíame con agua, y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve. • Haz que sienta otra vez júbilo y gozo y que bailen los huesos que moliste. Aparta tu semblante de mis faltas, borra en mí todo rastro de malicia. • Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un firme espíritu. No me rechaces lejos de tu rostro ni me retires tu espíritu santo. • Dame tu salvación que regocija, y que un espíritu noble me dé fuerza. Mostraré tu camino a los que pecan, a ti se volverán los descarriados. • Líbrame, oh Dios, de la deuda de sangre, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza. • Un sacrificio no te gustaría, ni querrás si te ofrezco, un holocausto. Mi espíritu quebrantado a Dios ofreceré, pues no desdeñas a un corazón contrito. • Favorece a Sión en tu bondad: reedifica las murallas de Jerusalén; entonces te gustarán los sacrificios, ofrendas y holocaustos que se te deben; entonces ofrecerán novillos en tu altar.
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6.- PLEGARIA a.- Por nuestros amados sacerdotes, ministros del sacramento del perdón; para que administren en nosotros la infinita misericordia de Dios. - Que sean fieles representantes tuyos en la reconciliación con nuestros hermanos. b.- Por nuestros amados sacerdotes, oyentes de la Palabra de Dios y la palabra de los hombres; para que permanezcan disponibles al oír nuestras confesiones y puedan mostrarnos el camino de la salvación. - Que sean fieles representantes tuyos en la reconciliación con nuestros hermanos. Por nuestros amados sacerdotes, predicadores de la conversión, para que en sus labios estén las Palabras de Jesucristo que nos dice: “conviértanse y crean en la Buena noticia de la salvación”. - Que sean fieles representantes tuyos en la reconciliación con nuestros hermanos. Se pueden añadir, espontáneamente, intenciones particulares.
7.- ORACIÓN PENITENCIA Y RECONCILIACIÓN. Señor, ayúdame a comprender que, por el sacramento de la penitencia, obtenga la reconciliación con Dios y recupere la gracia que me diste en el sacramento del bautismo. Señor, ayúdame a comprender que, por el sacramento del perdón, obtenga la reconciliación con nuestra santa madre Iglesia que me hace formar parte de la gran familia de Dios. Señor ayúdame a comprender que, por el sacramento de la misericordia, obtenga para mi vida presente y futura la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales. Señor ayúdame a comprender que, por el sacramento de la confesión, obtenga la remisión de las penas temporales que me atan a consecuencias de los pecados cometidos. Señor, ayúdame a comprender que, por el sacramento de la reconciliación, obten115
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ga la paz y la serenidad de mi conciencia, el alivio y el consuelo espiritual de mi alma. Señor, ayúdame a comprender que, por el sacramento de la purificación, se acrecienta en mí las fuerzas espirituales y ser valiente para afrontar el combate de la fe. Señor, ayúdame a comprender que, por el sacramento de la conversión, debo dirigir la mirada en aquél Padre que acogió misericordiosamente a su hijo extraviado por la iniquidad. Señor, ayúdame a comprender que, por el sacramento que administran nuestros amados sacerdotes, me sienta perdonado de todos mis pecados y mi alma esté dispuesta para la salvación eterna. Amén.
8-. PROPÓSITO De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, cinco avemarías y cinco glorias; para que los sacerdotes sean fieles dispensadores de los misterios de Dios; sobre todo en el sacramento de la reconciliación.
9.- RECUERDA QUE
“Nos presentamos, pues, como embajadores de Cristo, como si Dios mismo les exhortara por nuestra boca. En nombre de Cristo les rogamos: ¡déjense reconciliar con Dios!”, 2 Cor 5,20.
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10 MARÍA MADRE DEL SACERDOTE
“Cuando nuestras manos han tocado aromas, perfuman todo lo que tocan. Hagamos pasar nuestras oraciones a través de las manos de la Santa Virgen, las perfumará” (San Juan María Vianney)
“El vicario general señor Courbón, bueno y sencillo, sintióse inclinado a la indulgencia… Se limitó a preguntar: - ¿Juan María Vianney es piadoso?...¿Es devoto de la Santísima Virgen?...¿Sabe rezar el Rosario? - Sí; es un modelo de piedad – respondió el señor Balley. - ¿Un modelo de piedad? Pues bien, yo lo admito. La gracia de Dios hará lo que falte”. (Francis Trochu, El Cura de Ars: el atractivo de un alma pura, p. 121)
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1.- SALUDOS P/. Adorado sea Jesucristo, el Hijo de la Virgen María, presente en el santísimo sacramento del altar. R/. Adorado, alabado y glorificado sea Jesucristo en el santísimo sacramento del altar. Ave María (meditado) Dios te salve maría: María, madre nuestra, te saludamos en nombre de nuestros sacerdotes elegidos por tu hijo Jesucristo. Llena eres de gracia: María, madre nuestra, que la gracia descienda sobre nuestros amados sacerdotes para conducirlos por el camino de la santidad. El Señor está contigo: María, madre nuestra, que recibiste la buena noticia del ángel; acompaña a nuestros sacerdotes en su vida ministerial. Bendita tú eres entre todas las mujeres: María, madre nuestra, elegida para ser la madre del salvador; acompaña a nuestros sacerdotes por el camino de la fidelidad. Y bendito es el fruto de tu vientre Jesús: María, madre nuestra, que llevaste en tu vientre al salvador; acoge a nuestros sacerdotes en tu regazo y anímalos a ser discípulos y misioneros de la Iglesia. Santa María, madre de Dios: María, madre nuestra, que en tu vientre se encarnó nuestro amado Jesucristo; acompaña a tus hijos sacerdotes por el camino de la fidelidad a la vocación recibida. Ruega por nosotros pecadores: María, madre nuestra, que nuestros sacerdotes estén siempre dispuestos a la reconciliación con Dios y con nuestros hermanos. Ahora y en la hora de nuestra muerte: María, madre nuestra, no ceses de acoger nuestras plegarias en favor de nuestros sacerdotes; ahora y por siempre. Amén.
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ORACIÓN: María, maestra en la contemplación del rostro de Cristo, guíanos al Santísimo Sacramento del altar para encontrar a aquél que es el Camino, la verdad y la Vida. Tú que acogiste a Dios en tu vientre, acoge las plegarias que te dirigimos por nuestros sacerdotes. Como Cristo ha experimentado el amor de una madre, también nuestros sacerdotes sientan el amor de la madre del salvador. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros y especialmente por nuestros sacerdotes. Amén.
2.- TEXTO BÍBLICO a.- Canto: Mi pensamiento Mi pensamiento eres tu Señor. Mi pensamiento eres tu Señor. Mi pensamiento eres tu Señor. Mi pensamiento eres tú. Porque tú me has dado la vida, porque tú me has dado el existir, porque tú me has dado cariño, me has dado amor. Mi alegría eres tu Señor. Mi alegría eres tu Señor. Mi alegría eres tu Señor. Mi alegría eres tú.
Porque tú… Mi esperanza eres tu Señor. Mi esperanza eres tu Señor. Mi esperanza eres tu Señor. Mi esperanza eres tú. Porque tú… Mi fortaleza eres tu Señor. Mi fortaleza eres tu Señor. Mi fortaleza eres tu Señor. Mi fortaleza eres tú.
b.- Evangelio de Lucas 1, 39-56 “Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!» María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones 119
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me dirán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre. María se quedó unos tres meses con Isabel, y después volvió a su casa”.
3.- REFLEXIÓN1 En la escuela de María, mujer “Eucarística” María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería « señal de contradicción » y también que una « espada » traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el «stabat Mater» de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de « Eucaristía anticipada » se podría decir, una « comunión espiritual » de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como « memorial » de la pasión. ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22,19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz. « Haced esto en recuerdo mío » (Lc 22,19). En el « memorial » del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: « !He aquí a tu hijo¡ ». Igualmente dice también a todos nosotros:
(1)
Texto extraído de la Carta encíclica “Ecclesia de Eucharistia” del Papa Juan Pablo II. Publicado el 17 de abril, Jueves Santo, del año 2003, N° 56 y 57.
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«¡He aquí a tu madre!» (cf. Jn 19, 26.27). Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.
4.- CANTO MAGNIFICAT Mi alma glorifica...
Mi alma glorifica al Señor, mi Dios, gozase mi espíritu en mi salvador. El es mi alegría, es mi plenitud, El es todo para mí. Ha mirado la bajeza de su sierva, muy dichosa me dirán todos pueblos, porque en mí ha hecho grandes maravillas, el que todo puede cuyo nombre es santo. Mi alma glorifica... Su clemencia se derrama por los siglos, sobre aquellos que le temen y le aman, desplegó el gran poder de su derecha, dispersó a los que piensan que son algo.
Derribó a los poderosos de sus tronos, ensalzó a los humildes y a los pobres, los hambrientos se saciaron con sus bienes, y alejó de sí vacíos a los ricos. Mi alma glorifica... Acogió a Israel su humilde siervo, acordándose de su misericordia, como había prometido a nuestros padres, a Abraham y descendencia para siempre. Mi alma glorifica...
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5.- SALMO ALABEN AL SEÑOR HUMILDES DE CORAZÓN 113(112) ¡Aleluya! ¡Alaben, servidores del Señor, alaben el nombre del Señor! ¡Bendito sea el nombre del Señor ahora y para siempre! ¡De donde sale el sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor! ¡El Señor domina a todas las naciones, su gloria está por encima de los cielos! ¿Quién es como el Señor, nuestro Dios, que se sienta en las alturas, pero que se inclina para ver los cielos y la tierra? Al pobre lo recoge desde el polvo, de la mugre retira al desvalido, para darle un asiento entre los nobles, con los grandes de su pueblo. Da un hogar a la mujer estéril, ahora feliz madre de sus hijos.
6.- PLEGARIA a.- Por nuestros sacerdotes, que consagraron sus vidas a María, para que sigan el ejemplo de servicio y fidelidad al designio de salvación de la Iglesia. - Santa María, mujer humilde, intercede por nuestros sacerdotes ante tu Hijo Jesucristo. 122
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b.- Por nuestros sacerdotes, que sienten la inspiración de María en el ejercicio del ministerio sacerdotal, para que transmitan a la feligresía los dones y virtudes recibidos. - Santa María, mujer humilde, intercede por nuestros sacerdotes ante tu Hijo Jesucristo. c.- Por nuestros sacerdotes, amados privilegiadamente por la madre de Dios, para que encuentren ternura y consuelo en su maternal intercesión. - Santa María, mujer humilde, intercede por nuestros sacerdotes ante tu Hijo Jesucristo. Se pueden añadir, espontáneamente, intenciones particulares.
7.- ORACIÓN
LETANÍAS AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA Señor, ten piedad... Cristo, ten piedad... Señor, ten piedad... Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos Dios Padre celestial Ten misericordia de nosotros. Dios Hijo Redentor del mundo Ten misericordia de nosotros. Dios Espíritu Santo Ten misericordia de nosotros. Santa Trinidad, un solo Dios Ten misericordia de nosotros. Santa María, Corazón Inmaculado de María Ruega por nosotros. Corazón de María, lleno de gracia Ruega por nosotros. Corazón de María, vaso del amor más puro Corazón de María, consagrado íntegro a Dios Corazón de María, preservado de todo pecado Corazón de María, morada de la Santísima Trinidad 123
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Jaime Quispe Palomino, Pbro.
Corazón de María, delicia del Padre en la Creación Corazón de María, instrumento del Hijo en la Redención Corazón de María, la esposa del Espíritu Santo Corazón de María, abismo y prodigio de humildad Corazón de María, medianero de todas las gracias Corazón de María, latiendo al unísono con el Corazón de Jesús Corazón de María, gozando siempre de la visión beatífica Corazón de María, holocausto del amor divino Corazón de María, abogado ante la justicia divina Corazón de María, traspasado de una espada Corazón de María, coronado de espinas por nuestros pecados Corazón de María, agonizando en la Pasión de tu Hijo Corazón de María, exultando en la resurrección de tu Hijo Corazón de María, triunfando eternamente con Jesús Corazón de María, fortaleza de los cristianos Corazón de María, refugio de los perseguidos Corazón de María, esperanza de los pecadores Corazón de María, consuelo de los moribundos Corazón de María, alivio de los que sufren Corazón de María, lazo de unión con Cristo Corazón de María, camino seguro al Cielo Corazón de María, prenda de paz y santidad Corazón de María, vencedora de las herejías Corazón de María, de la Reina de Cielos y Tierra Corazón de María, de la Madre de Dios y de la Iglesia Corazón de María, que por fin triunfarás Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, Perdónanos Señor. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, Escúchanos Señor. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, Ten misericordia de nosotros.
P/. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios. R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de Nuestro Señor Jesucristo. Oremos: Tú que nos has preparado en el Corazón Inmaculado de María una digna morada de tu Hijo Jesucristo, concédenos la gracia de vivir siempre conformes a sus enseñanzas y de cumplir sus deseos. Por Cristo tu Hijo, 124
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Jaime Quispe Palomino, Pbro.
8.- PROPÓSITO De acuerdo a las normas de indulgencias, con ocasión de celebrarse el “Año sacerdotal”, los fieles pueden rezar piadosamente cinco padre nuestros, cinco avemarías y cinco glorias; para que los sacerdotes encuentren en la virgen María, madre de Dios, valentía en las dificultades y complacencia en las alegría.
9.- RECUERDA QUE
“Me dirijo en particular a ustedes, queridos hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, y a ustedes, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, se conviertan en sus diligentes promotores” (Rosarium virgines mariae N° 43)
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TERCERA PARTE EL SACERDOTE, AMIGO DE JESÚS, MEDIACIÓN DEL AMOR DE CRISTO.
EL SACERDOTE, AMIGO DE JESÚS, MEDIACIÓN DEL AMOR DE CRISTO Pedro Hidalgo Díaz, Pbro.
1. Situación del mundo actual y necesidad del ministerio sacerdotal.
Benedicto XVI conoce bien la situación de nuestro mundo y es consciente de que no siempre aparece clara la necesidad del ministerio sacerdotal. Con gran realismo les decía a los sacerdotes de la diócesis de Aosta: «La gente parece no tener necesidad de nosotros, parece inútil todo lo que hacemos» [1]. Y esto es comprensible en el mundo occidental, pues, según el Papa, es «un mundo cansado de su propia cultura, un mundo llegado al momento en el cual no hay ya evidencia de la necesidad de Dios» y en el cual parece que el hombre podría construirse por sí mismo. En un mundo así la vida cristiana es vista como algo subjetivo, «se hace difícil creer», la Iglesia «parece una cosa anticuada», sus propuestas no necesarias [2]. Si no se percibe la necesidad de Dios, ni la de la Iglesia, es natural que no se vea la necesidad ni utilidad del ministerio ordenado. Ya antes de su elección a la Sede de Pedro, el actual Pontífice, entonces Cardenal Ratzinger trataba de la ausencia de Dios como problema central de nuestro tiempo. Decía entonces el actual papa: «el problema central de nuestro tiempo es la ausencia de Dios, y por ello el deber prioritario de los cristianos es testimoniar al Dios vivo. Creo que antes que todos los moralismos,
[1] [2]
BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Aosta, 25 de julio del 2005. BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Aosta, 25 de julio del 2005.
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que todos esos deberes que tenemos, de lo que hemos de dar testimonio con fuerza y claridad es del centro de nuestra fe. Hemos de hacer presente en nuestra fe, en nuestra esperanza y en nuestra caridad la realidad del Dios vivo» [3]. El mundo necesita del testimonio del Dios vivo pues hay una cierta ausencia de Dios en el pensamiento y en la vida de los hombres. El Cardenal Joseph Ratzinger describía la situación dramática del mundo de hoy al respecto, del modo siguiente: “Dios se ha vuelto para nosotros un Dios lejano, abstracto. Ya no tenemos el valor de creer que esta criatura, el hombre, sea tan importante a los ojos de Dios, que Dios se ocupa y preocupa con nosotros y por nosotros. Pensamos que todas estas cosas que hacemos son en definitiva cosas nuestras, y que para Dios, si es que existe, no pueden tener demasiada importancia. Y así hemos decidido construirnos a nosotros mismos, reconstruir el mundo, sin contar realmente con la realidad de Dios, la realidad del juicio y de la vida eterna. Pero si en nuestra vida de hoy y de mañana prescindimos de la vida eterna, todo cambia, porque el ser humano pierde su gran honor, su gran dignidad”[4]. La ausencia de Dios en la vida del hombre sólo puede traer deshumanización, oscurecimiento de la verdadera dignidad del ser humano. Un sector especialmente tocado por esta crítica situación es el de los jóvenes de hoy. Mirando el mundo juvenil se puede percibir la dificultad de la propuesta de la fe. El papa afirma que a los jóvenes se les hace difícil vivir como cristianos, pues «el contexto cultural, el contexto mediático, ofrece exactamente lo contrario que el camino hacia Cristo. Parece que hace imposible ver a Cristo como centro de la vida y vivir la vida como Jesús nos la muestra». Pero, con corazón de pastor que conoce al hombre en profundidad, el Santo Padre afirma «que muchos sienten cada vez más la insuficiencia de todas esas ofertas, de ese estilo de vida que al final deja vacíos». Propone entonces un estilo pastoral para llegar a los jóvenes de hoy. Dice el papa al clero de Roma: «Los jóvenes deben sentir que no decimos palabras no vividas por nosotros mismos, sino que hablamos porque hemos encontrado y buscamos encontrar cada día de nuevo la verdad como verdad para mi vida». Sólo quien se esfuerza por asimilar la propia vida a la vida del Señor logra que sus palabras puedan ser creíbles y adquiere una lógica visible y convincente [5]. Pero, no obstante las dificultades que el mundo actual puede presentar a la vivencia de la fe, el papa está firmemente convencido de que el sacerdote es necesario porque – dice a los sacerdotes de Baviera – los hombres necesitan a Dios, aún si no lo reconocen, pues en lo más íntimo «esperan a Dios, está la espera de una directiva que sea luz, que indique el camino. La espera de una pa[3] [4] [5]
J. RATZINGER, Ser cristiano en la era neopagana, Madrid 1995, 203. J. RATZINGER, Ser cristiano en la era neopagana, 204.
BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 07 de febrero del 2008).
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labra que sea más que una palabra. Se trata de una esperanza, una espera del amor que, más allá del instante presente, nos sostenga y acoja eternamente» [6]. El sacerdote es necesario para donar la alegría de la fe, para mostrar «la alegría que Dios existe y se preocupa por nosotros, que nosotros tenemos acceso a Dios»; la misión sacerdotal, bella y difícil, es «”construir la Casa de Dios” en el mundo de hoy», dice el papa a los sacerdotes de Albano [7]. Tarea urgente, pues si el hombre sucumbe a la concepción neopagana y excluye de su vida a quien es el Fundamento real de todas las cosas, sólo se denigra a sí mismo y se desintegra [8]. En este mundo que vive etsi Deus non daretur, el sacerdote tiene un lugar importante, convirtiéndose en mediación de Dios mediante su ministerio. Tratando de san Juan María Vianney, el Sucesor de Pedro afirma: «Bien sabía él que tendría que encarnar la presencia de Cristo dando testimonio de la ternura de la salvación» [9]. Encarnar la presencia de Cristo, rostro humano de Dios, es ciertamente una altísima meta del ministerio sacerdotal. Se sigue, entonces, que el sacerdocio es absolutamente necesario, pues permite que la salvación traída por el Hijo de Dios a los hombres sea realidad siempre viva y actual. En su encuentro con el clero de Roma, este año, Benedicto XVI afirmó con contundencia: «nosotros debemos enseñar a ser hombre. Debemos enseñar este gran arte: cómo ser un hombre» [10]. De allí se sigue que, mientras haya hombres sobre la tierra, necesitados de aprender el camino de la verdadera humanidad que sólo Cristo esclarece, el sacerdocio será necesario. El sacerdote ha de ser anunciador de Dios, mediación del amor de Dios, convencido de que: “Tampoco la idea de Dios es en modo alguno el polo opuesto de la libertad humana, sino, por el contrario, su presupuesto y su fundamento. Cuando se excluye del lenguaje racional el discurso sobre Dios como si fuese algo no científico y se lo relega a la esfera meramente subjetiva y edificante, ya no se está hablando adecuadamente del hombre, de su dignidad y de sus derechos. El discurso sobre Dios entra constitutivamente en el discurso sobre el hombre”[11]. Porque: “La humanización del hombre y su conocimiento de Dios son inseparables precisamente porque el hombre es la imagen de Dios”[12]. [6]
BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes y diáconos de Baviera, 14 de se tiembre del 2006.
[9]
Carta del Santo Padre Benedicto XVI para la convocatoria de un Año Sacerdotal en ocasión del 150º aniversario del dies natalis del Santo Cura de Ars (Carta Año Sacerdotal).
[7] [8]
BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Albano, 31 de agosto del 2006. J. RATZINGER, Una mirada a Europa, Madrid 1993, 197.
[10] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 26 de febrero del 2009. [11] CARD. J. RATZINGER, La fe como camino, Madrid 2005, 96.
[12] J. RATZINGER, El Dios de los cristianos, Salamanca 2005, 30.
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2. Enseñar el gran arte: cómo ser hombre. En su primer encuentro con los sacerdotes de Roma, el recién electo papa Benedicto XVI les decía: «somos enviados no a anunciarnos a nosotros mismos o nuestras opiniones personales, sino el misterio de Cristo y, en Él, la medida del verdadero humanismo» [13]. El verdadero humanismo, que la Iglesia aprende de la contemplación del Verbo Encarnado, ayuda a formar hombres, tarea en la cual ha de empeñarse de modo especial el sacerdote. La vocación sacerdotal es una experiencia de humanización ya que supone escoger la vida y ayudar a los hombres a hacer una opción por la vida, ayudarles a vivir como hombres de verdad. La verdadera opción por la vida es una opción por Dios, de allí que el sacerdote enseña a ser hombres ayudando a las personas a descubrir que «la vida humana es una relación» y «la relación fundamental es con el Creador, de otro modo, las demás relaciones son frágiles». Es preciso, entonces, ayudar a los hombres a descubrir que un mundo sin Dios, «un mundo que ha olvidado a Dios, pierde la vida y cae en una cultura de muerte» [14]. El núcleo de la pastoral que el sacerdote debe realizar es «ayudar a hacer una verdadera opción por la vida, renovar la relación con Dios como la relación que nos da vida y nos muestra el camino hacia la vida. Y así amar de nuevo a Cristo, que, siendo el Ser más desconocido, al que no llegábamos y que permanecía enigmático, se convirtió en un Dios conocido, un Dios con rostro humano, un Dios que es amor» [15]. El Papa, desde su primera homilía afirmó con convicción: “Nosotros existimos para mostrar Dios a los hombres. Y sólo allí dónde se ve a Dios, comienza verdaderamente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios viviente, conocemos qué cosa es la vida”[16]. El sacerdote ayuda a la tarea de verdadera humanización mostrando con el testimonio de su vida y con su enseñanza – que es la de Cristo –, que «el hombre se hace hombre cuando se supera infinitamente; por tanto, es más hombre cuando menos cerrado está en sí mismo, cuanto menos “limitado” está (…) el hombre verdadero es el que más se abre, el que no sólo toca lo infinito – ¡el Infinito! – sino el que es uno con él: Jesucristo» [17], el hombre es más humano cuanto más abierto se encuentra, cuanto más relación es [18]. El hombre se realiza, entonces, en el amor que, muchas veces – por no decir siempre –, va de la mano del dolor. No es posible el amor sin el dolor «porque el amor implica siempre una renuncia a mí, un salir de mí, un aceptar al otro en su alteridad, [13] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 15 de mayo del 2005.
[14] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 02 de marzo del 2006.
[15] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 02 de marzo del 2006).
[16] BENEDICTO XVI, Homilía en la inauguración del ministerio petrino, 24 de abril del 2005). [17] J. RATZINGER, Introducción al cristianismo, Salamanca 1970, 202.
[18] Cf. J. RATZINGER, Curso de teología dogmática: Escatología, v. IX, Barcelona 1980, 148.
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implica un don de mí mismo, un salir de mí mismo», pero esto no es algo dañino como muchos podrían sostener, no es apocamiento ni aniquilamiento personal. Todo lo contrario, «en el sufrimiento del perderme por el otro, por el amado, por Dios, me hago grande y mi vida encuentra el amor y en el amor su sentido». El papa insiste en que es importante ayudar sobre todo a los jóvenes a encontrar este amor verdadero, «que en la renuncia se hace grande y así ayudarles también a descubrir la bondad interior del sufrimiento que me hace más libre y más grande» [19]. Es éste un camino totalmente diverso al que el mundo pretende proponer como camino de realización humana, centrado en la autoafirmación, la competencia, el olvido del otro, el goce sin límites. Benedicto XVI indica que el sacerdote enseña a ser hombre propiciando el encuentro de los hombres con Jesucristo. Se trata de «entrar en el conocimiento y luego en la amistad con Cristo para caminar con Él». El papa enseña que el punto fundamental de la cura pastoral es «atraer la atención hacia la opción por Dios, que es la vida. Sobre el hecho que Dios existe. Y existe en un modo muy concreto. Y enseñar la amistad con Jesucristo». Y no se trata de amistad con alguien del pasado, sino con alguien que está presente en la Iglesia, su cuerpo, de allí la necesidad de formar comunidades que reflejen el ser auténtico de la Iglesia [20]. La fe en Cristo no es algo del pasado, la fe «muestra hoy el camino, enseña a vivir como hombre» y permite que los cristianos sean «fermento en nuestra sociedad con tantos problemas y con tantos peligros y también tanta corrupción que existe» [21]. La Iglesia, a través de los sacerdotes, debe afrontar el desafío de la «formación del corazón» de los hombres. Benedicto XVI recuerda que a la persona no le basta la formación profesional, sino que es preciso formar el corazón, «y el corazón no puede ser formado sin, al menos, el desafío de la presencia de Dios», es preciso ayudar a salir de la esclavitud intelectual, en la cual muchos viven, que oscurece sus corazones y sus mentes [22]. Hablando de los oratorios, en los cuales los jóvenes son recibidos, el papa Benedicto enseña algo que, análogamente, puede aplicarse a toda actividad pastoral del sacerdote. Dice el Santo Padre que el sentido de un oratorio es la formación de una personalidad madura, especialmente necesaria hoy, cuando existe una pobreza cultural porque si bien se conocen tantas cosas, no hay una conexión interior pues falta una visión común del mundo. Por eso «una solución cultural inspirada por la fe de la Iglesia, por el conocimiento que Dios nos ha donado, es absolutamente necesaria». De esto se sigue la exigencia de que «el sacerdote como educador, debe, él mismo estar bien formado y ser coloca[19] BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes de Belluno-Feltre y Treviso, 24 de julio del 2007. [20] R. GUARDINI, La realtà della Chiesa, Brescia 1967-1979, 181-194, particularmente 193. [21] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 26 de febrero del 2009. [22] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 22 de febrero del 2007.
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do en la cultura hodierna, rico en cultura para ayudar a los jóvenes (a los hombres) a entrar en una cultura inspirada por la fe». Benedicto XVI manifiesta su preocupación frente a los conocimientos sin una orientación interior, sin orientaciones éticas (las que el sacerdote debe ofrecer), pues sin orientaciones éticas el hombre queda a su arbitrio, sin las orientaciones para ser verdaderamente hombre. Los sacerdotes de Roma oyen que el santo Padre les dice: «nosotros tenemos realmente una misión de formación cultural y humana profunda, que se abre a todas las riquezas de la cultura de nuestro tiempo, pero da también el criterio, el discernimiento para probar cuánto es cultura verdadera y cuánto podría ser anti-cultura» [23]. Un privilegio del sacerdote en la tarea de ayudar a las personas a ser hombres, seres humanos de verdad, es que ninguna profesión, dice el papa, da «la posibilidad de conocer al hombre como es en su humanidad y no en el rol que tiene en la sociedad. En este sentido, podemos realmente estudiar al hombre como es en su profundidad, fuera de los roles, y aprender también nosotros a ser hombres, aprender el ser hombre en la escuela de Cristo». Pero si el nivel del conocimiento del ser humano que el sacerdote alcanza le ayuda en la tarea de humanización, más le ayuda «aprender al hombre, al hombre de hoy, pero siempre en la escucha atenta del Señor y aceptando en mí la semilla de la Palabra» [24]. La Iglesia, a través de los sacerdotes, ofrece la posibilidad de ser hombres a todas las personas, también a quien ha fallado, a quien se equivocó. Da una posibilidad de reconstruirse, que viene de Dios, posibilidad que sólo la Iglesia puede ofrecer, pues es don de Dios. A los sacerdotes de Roma, Benedicto XVI les dijo: “Un hombre sincero sabe que es culpable, que debe recomenzar, que debe ser purificado. Y esta es la maravillosa realidad que nos ofrece el Señor: es una posibilidad de renovación, de ser nuevos. El Señor comienza con nosotros de nuevo y nosotros podemos recomenzar así también con los otros en nuestra vida. Este aspecto de la renovación, de la restitución de nuestro ser después de tantas cosas equivocadas, después de tantos pecados, es la gran promesa, el gran don que la Iglesia ofrece. Y que, por ejemplo, la psicoterapia no puede ofrecer. La psicoterapia hoy está muy difundida y es incluso necesaria frente a tantas psiches destruídas o gravemente heridas. Pero las posibilidades de la psicoterapia son muy limitadas: sólo puede tratar de volver a equilibrar un poco un alma desequilibrada. Pero no puede dar una verdadera renovación, una superación de estas graves enfermedades del alma. Por eso, siempre es provisional y nunca definitiva. El sacramento de la penitencia nos brinda la ocasión de renovarnos hasta [23] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 26 de febrero del 2009. [24] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 26 de febrero del 2009.
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el fondo con el poder de Dios —Ego te absolvo—, que es posible porque Cristo tomó sobre sí estos pecados, estas culpas. Me parece que hoy esta es una gran necesidad. Podemos ser sanados nuevamente. Las almas que están heridas y enfermas, como es la experiencia de todos, no sólo necesitan consejos, sino también una auténtica renovación, que únicamente puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado”[25]. El sacerdote ayuda a los hombres en la tarea de humanización con su trabajo «humilde, cotidiano de convertir los corazones. Y de crear justicia en los corazones»; el trabajo del párroco es «fundamental no sólo para la parroquia sino para la humanidad». Si no hay justos, la justicia permanece abstracta, por eso el trabajo sacerdotal es «fundamental para llegar a los grandes objetivos de la humanidad». El Santo Padre enseña a los sacerdotes de la Urbe que «todos debemos educar a la justicia» [26]. La preocupación del Papa es clara y se formula sintéticamente, en palabras suyas: «realmente nosotros debemos enseñar a las personas a ser hombres. Debemos enseñar este gran arte: cómo ser hombre» [27]. Cabe, entonces, la pregunta: ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo enseñar a las personas a ser hombre? San Juan María Vianney lo consiguió «encarnando la presencia de Cristo», objetivo que él tuvo muy presente en su ser y quehacer diario, testimoniando así la ternura de la salvación. Recuerda el papa Benedicto que «el Santo Cura de Ars se dedicó a la conversión de su parroquia con todas sus fuerzas, insistiendo por encima de todo en la formación cristiana del pueblo que le había sido confiado» [28]. ¿Cómo se dedicó san Juan María Vianney a la conversión de sus fieles? El papa afirma al respecto: «El Cura de Ars consiguió en su tiempo cambiar el corazón y la vida de muchas personas, porque fue capaz de hacerles sentir el amor misericordioso del Señor» [29]. La conversión - humanización se produce sólo allí dónde se experimenta el amor misericordioso del Señor, por eso Benedicto XVI nos recuerda que «urge también en nuestro tiempo un anuncio y un testimonio similar de la verdad del Amor: Deus caritas est (1 Jn 4, 8)» [30]. Sólo la experiencia del amor misericordioso de Dios convierte. Y por eso el sacerdote, que busca la conversión de los hombres, ha de hacerse testigo del amor divino. ¿Cómo anunciar y testimoniar el amor divino? Sólo desde la vivencia de una amistad con Jesucristo se puede experimentar que Dios es Amor y, consecuentemente, testimoniar ese amor. Habiendo visto lo que se espera del sacerdote como tarea a favor de los hombres, veamos lo que el papa enseña acerca de la identidad sacerdotal. [25] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 07 de febrero del 2008. [26] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 26 de febrero del 2009. [27] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 26 de febrero del 2009. [28] Carta Año Sacerdotal. [29] Carta Año Sacerdotal. [30] Carta Año Sacerdotal.
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3. El núcleo del sacerdocio es ser amigos de Cristo. La amistad con Cristo es, para Benedicto XVI, el elemento determinante de la identidad sacerdotal, pues Cristo es la raíz del ministerio sacerdotal. En su primer encuentro con el clero romano, el actual obispo de Roma les decía: “Es indispensable, entonces, volver siempre de nuevo a la raíz de nuestro sacerdocio. Esta raíz, como bien lo sabemos, es una sola: Jesucristo, el Señor. Es Él a quien el Padre ha enviado, es Él la piedra angular (1 Pe 2, 7). En Él, en el misterio de su muerte y resurrección, el reino de Dios viene y se cumple la salvación del género humano” [31]. Sólo desde Cristo puede entenderse el sacerdote católico, pues su ministerio es prolongación del ministerio de Cristo. Claramente lo decía el papa Benedicto a los sacerdotes de la diócesis de Aosta: Todo nuestro compromiso sólo dará fruto si es expresión de lo que somos. Si en nuestros hechos mostramos estar profundamente unidos a Cristo: ser instrumentos de Cristo, bocas por las que habla Cristo, manos con las que actúa Cristo. El ser convence y el obrar sólo convence si es realmente fruto y expresión del ser [32]. El ministerio sacerdotal exige, pues, una relación con Cristo. No una relación de cualquier índole, sino una relación de amistad. El sacerdote está llamado a ser, ante todo, amigo de Cristo. Al respecto, en la Catedral de Santa María y San Corbiniano, en Frisinga, recordando el día de su ordenación, dijo el Santo Padre: «cuando el Cardenal Faulhaber nos dijo: “Iam non dico vos servos, sed amicos” – “Ya no os llamo siervos, sino amigos”, entonces experimenté la ordenación sacerdotal como iniciación en la comunidad de los amigos de Jesús, que son llamados a estar con Él y a anunciar su mensaje» [33]. Esta experiencia de su propia ordenación como inserción en la comunidad de los amigos de Jesús dirige el pensamiento teológico del papa sobre el ministerio sacerdotal. Enseña Benedicto XVI que Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida ha de ser, para el sacerdote, el tema de su pensar, el argumento de su hablar y el motivo de su vivir [34]. Y es que, mediante la ordenación, el sacerdote es totalmente injertado en Cristo para que, partiendo de él y actuando en su nombre desarrolle en comunión con Jesucristo el servicio del único Pastor, a través del cual Dios es el único pastor [35]. El sacerdocio «es un encontrarse en el misterio de Jesucristo» [36], porque el significado profundo del ser sacerdote es «llegar a ser amigo de Jesucristo».
[31] BENEDICTO XVI, Discurso al clero de Roma, 13 de mayo del 2005.
[32] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de la diócesis de Aosta, 25 de julio del 2005.
[33] BENEDICTO XVI, Discurso a los sacerdotes y diáconos permanentes de Baviera, 14 de setiembre del 2006. [34] BENEDICTO XVI, Discurso a los sacerdotes de Brindisi, 15 de junio del 2008. [35] BENEDICTO XVI, Homilía en el IV domingo de Pascua, 7 de mayo del 2006. [36] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 13 de abril del 2006.
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La relación del sacerdote con Cristo ha de ser vivida bajo el estilo de la amistad. Dice a propósito el Papa: “Ya no os llamo siervos, sino amigos. Este es el significado profundo del ser sacerdote: llegar a ser amigo de Jesucristo. Por esta amistad debemos comprometernos cada día de nuevo. Amistad significa comunión en el pensar y en el querer. En esta comunión de pensamiento con Jesús debemos ejercitarnos, como nos dice san Pablo en la carta a los Filipenses (cf. Flp 2, 2-5). Y esta comunión de pensamiento no es algo meramente intelectual, sino también una comunión de sentimientos y de voluntad, y por tanto también del obrar. Eso significa que debemos conocer a Jesús de un modo cada vez más personal, escuchándolo, viviendo con él, estando con él”[37]. Comunión de pensamiento, sentimientos, voluntad y obrar con Jesucristo, es una exigencia para todo sacerdote, pues es el único modo de vivir la amistad con Cristo y encarnar su presencia para los hombres. ¡Amigo de Cristo! Eso está llamado a ser el sacerdote, amigo que por el contacto con el Señor es transformado y aprende a pensar, a sentir, a querer y a obrar como Jesucristo para que Cristo obre a través de su ministro. Aunque la lejanía de Cristo no afecte la validez del sacramento, ser su amigo es el «núcleo esencial del sacerdocio» [38], de allí que al cultivo de esa amistad ha de empeñarse con especial solicitud todo presbítero en la Iglesia. Dicha amistad con Cristo supone la participación en el mismo camino del Señor tanto en su dimensión de cruz – que incluye fracasos, contradicciones, sufrimientos, desprecio y persecución –, cuanto en su aspecto de alegría y consuelo, que brotan del encuentro con Él [39]. El sacerdote se hace existencialmente amigo de Cristo y realiza su ser cuando, en el pleno uso de su libertad, sobre todo en la administración de los sacramentos, puede decirle a Cristo «yo estoy aquí para que tú puedas disponer de mí»; entonces, se pone a disposición de Cristo, identificándose con su entrega «por todos» [40]. La amistad con Cristo conduce a cargar con el yugo de Cristo, a aprender de él y estar siempre dispuesto a seguir su ejemplo, aprendiendo la mansedumbre y la humildad; la humildad de Dios que se manifiesta al hacerse hombre [41]. El sacerdote ha de tener claro que es importantes que la unidad ontológica con Cristo se haga viva en la conciencia y, así, en la actuación: todo lo que hago, lo hago en comunión con él. Precisamente al hacerlo, estoy con él. La variedad y lo a menudo verdaderamente contradictorio [37] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 13 de abril del 2006. [38] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 13 de abril del 2006.
[39] BENEDICTO XVI, Discurso en las Vísperas marianas con los sacerdotes, religiosos, diáconos y seminaristas, Mariazell, 8 de setiembre del 2007. [40] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 05 de abril del 2007. [41] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 05 de abril del 2007.
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de mis actividades conforman una tarea: todo es ser con Cristo, actuación instrumental en comunión con él [42]. En la homilía de la Misa Crismal del jueves santo del 2008, el papa Benedicto XVI enseña que la Plegaria Eucarística II de nuestro misal «describe la esencia del ministerio sacerdotal con las palabras que usa el libro del Deuteronomio (cf. Dt 18, 5.7) para describir la esencia del sacerdocio del Antiguo Testamento: astare coram te et tibi ministrare.» [43]. Estar en la presencia del Señor y servirle son dos actitudes propias del sacerdote veterotestamentario que, aplicadas al sacerdocio del Nuevo Testamento adquieren profundidad. Estar en la presencia del Señor es mirar al Señor, vivir para Él como el sacerdote de la antigua alianza. Pero ahora, esto comporta también la eucaristía como centro de la vida sacerdotal; la misión de velar, estando en guardia ante las fuerzas amenazadoras del mal; hacerse cargo de los hombres ante el Señor que, a su vez, se hace cargo de todos nosotros ante el Padre [44]. Servirle en su presencia significa la celebración de la Eucaristía, realizar un servicio a Dios y un servicio a los hombres, con todo lo que esto significa. Cristo rindió al Padre un culto que consistió en entregarse hasta la muerte por los hombres. El sacerdote debe insertarse en ese culto, en ese servicio. Pero además, servir al Señor es aprender a conocer al Señor en su Palabra y darlo a conocer a todas aquellas personas que él encomienda; servir significa también cercanía, intimidad con el Señor y obediencia, entrega a su voluntad [45]. Estar en la presencia del Señor y servirle es un modo de ser amigo del Señor, de vivir en intimidad con Él, identificado con su voluntad, ofreciendo el logiké latréia. Podemos ahondar en la esencia del ministerio sacerdotal como amistad con el Señor, acogiendo el comentario que el Santo Padre hace de una de las súplicas de la oración sacerdotal. «Conságralos en la verdad» es una súplica de Jesús al Padre por sus discípulos. Benedicto XVI, en la Misa Crismal de este año, dijo: “Conságralos en la verdad, quiere decir, pues, en lo más profundo: hazlos una sola cosa conmigo, Cristo. Sujétalos a mí. Ponlos dentro de mí. Y, de hecho, existe en último término un único sacerdote de la Nueva Alianza, Jesucristo mismo. Y el sacerdocio de los discípulos sólo puede ser, por tanto, participación en el sacerdocio de Jesús. Nuestro ser sacerdotes no es más que un nuevo y radical modo de unificación con Cristo. Ésta se nos ha dado sustancialmente para siempre en el Sacramento”[46]. [42] J. RATZINGER, Convocados en el camino de la Fe, Madrid 2004, 175. [43] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 20 de marzo del 2008. [44] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 20 de marzo del 2008. [45] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 20 de marzo del 2008. [46] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 09 de abril del 2009.
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¡Qué hermoso es comprender el sacerdocio como unificación con Cristo! ¡Qué hondura del misterio y qué exigencias se desprenden! Esta unificación ontológica con Cristo, producida en toda ordenación sacerdotal válida, ha de convertirse en unificación existencial y personal. El papa recuerda la posibilidad de que la vida del sacerdote no se desarrolle entrando en la verdad del Sacramento, con lo cual el nuevo sello del ser recibido en el sacramento puede convertirse en un juicio de condena. ¿Cómo lograr, entonces, la necesaria unión con Cristo, propia de quien quiere tomar en serio el don del ministerio? Será la renuncia, la abnegación, el modo propio de unificarse con Cristo, de vivir la amistad con él, que brota de la consagración a Dios. El Santo Padre afirma con contundencia: “Unirse a Cristo supone la renuncia. Comporta que no queremos imponer nuestro camino y nuestra voluntad; que no deseamos llegar a ser esto o lo otro, sino que nos abandonamos a Él, dónde sea y del modo que Él quiera servirse de nosotros. «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20) ha dicho San Pablo al respecto. En el «sí» de la Ordenación sacerdotal hemos hecho esta renuncia fundamental al querer ser autónomos, a la «autorrealización». Pero es necesario cumplir día tras día este gran «sí» en los muchos pequeños «sí» y en las pequeñas renuncias. Este «sí» de los pequeños pasos, que en su conjunto constituyen el gran «sí», sólo se podrá realizar sin amargura y sin autocompasión si Cristo es verdaderamente el centro de nuestra vida. Si entramos en una verdadera familiaridad con Él. En efecto, entonces experimentamos en medio de las renuncias, que en un primer momento pueden causar dolor, la alegría creciente de la amistad con Él; todos los pequeños, y a veces también grandes signos de su amor, que continuamente nos da. «Quien se pierde a sí mismo, se guarda». Si nos arriesgamos a perdernos a nosotros mismos por el Señor, experimentamos cómo su palabra es verdadera”[47]. En definitiva, sólo desde una relación auténtica, viva, honda, vital con Cristo puede entenderse al sacerdote. El papa Benedicto lo ha enseñado reiteradamente como se ha brevemente señalado. En la carta de anuncio oficial del año sacerdotal describe la vocación sacerdotal como «vocación de “amigos de Cristo”, llamados personalmente, elegidos y enviados por Él». El sacerdote ha de poder encontrar siempre su ser en Cristo para ser aquello que debe ser. La homilía pronunciada en las II Vísperas de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, inaugurando el Año Sacerdotal, le permitió al Santo Padre decirnos acerca del Corazón de Cristo: “Su Corazón llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos, a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de Él, y siguien[47] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 09 de abril del 2009.
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do su ejemplo, poder hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas”[48]. Ser sacerdote, amigo de Cristo, exige aceptar el llamado del Corazón de Jesús a hacer contra al «amor carnal y mundano», como enseñaba el santo sacerdote Ignacio de Loyola [49], se trata de aceptar el llamado a descentrarse de uno mismo. Ser sacerdote y amigo de Cristo exige «vaciarse de todo lo que no es Dios para alcanzar a Dios», como lo entendió el santo sacerdote Juan de la Cruz. Se trata de vivir la proexistencia como el Sumo y Eterno Sacerdote para ser, existencialmente, don de amor sin reservas. Casi para concluir este apartado viene bien recordar lo que el recién elegido papa Benedicto decía al clero romano: “Queridos sacerdotes de Roma, el Señor nos llama amigos, nos hace amigos suyos, se fía de nosotros, nos confía Su Cuerpo en la Eucaristía, nos confía la Iglesia. Entonces hemos de ser en verdad sus amigos, tener con Él un mismo sentir, querer lo que Él quiere y no querer lo que Él no quiere. Jesús mismo nos dice: «Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando» (Jn 15, 14). Sea éste nuestro común propósito: realizar, todos unidos, su santa voluntad, en la cual se encuentra nuestra libertad y nuestra alegría”[50]. La amistad viva con Cristo permite al presbítero dar el primer paso y fundamental del método pastoral del santo Cura de Ars que el Santo Padre pone de relieve. Escribe al respecto el papa en la Carta por el Año Sacerdotal: “Queridos hermanos en el Sacerdocio, pidamos al Señor Jesús la gracia de aprender también nosotros el método pastoral de san Juan María Vianney. En primer lugar, su total identificación con el propio ministerio. En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su obra salvífica era y es expresión de su “Yo filial”, que está ante el Padre, desde toda la eternidad, en actitud de amorosa sumisión a su voluntad. De modo análogo y con toda humildad, también el sacerdote debe aspirar a esta identificación”. Si bien «la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro» - como lo recuerda Benedicto XVI en la misma carta antes citada- no puede dejarse de considerar «la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro» En definitiva, el sacerdote ha de ser un amigo de Cristo, ha de dejarse conquistar por el Señor Jesús, ser de él, su fiel amigo. En la inauguración del Año Sacerdotal el Sucesor de Pedro proponía como modelos de esta actitud a san Pablo y al Santo Cura de Ars. “¡Dejarse conquistar plenamente por Cristo! Este ha sido el objetivo de [48] BENEDICTO XVI, Homilía en la apertura del Año Sacerdotal en el 150º aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, 19 de junio del 2009.[49] Ejercicios espirituales, n. 97. [50] BENEDICTO XVI, Discurso al clero de Roma, 13 de mayo del 2005.
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toda la vida de san Pablo, a quien hemos dirigido nuestra atención durante el Año Paulino que llega a su conclusión; esta ha sido la meta de todo el ministerio del Santo Cura de Ars, a quien invocaremos particularmente durante el Año Sacerdotal, éste sea también el objetivo principal de cada uno de nosotros”[51]. Conviene ahora recordar lo que el Santo Padre propone y sugiere para vivir existencialmente, en el día a día, la relación íntima con Jesucristo que hace fecundo el ministerio sacerdotal porque configura la persona del sacerdote con su misión. 4. Ser sacerdote, ser amigo de Jesús significa ser hombre de oración.
Si hay un ejercicio espiritual que promueve la amistad con Jesucristo, el Señor, éste es la oración. De allí que el papa, en reiteradas ocasiones, trate de la necesidad de la oración en la vida del sacerdote. En el primer encuentro con el clero romano, en los primeros treinta días de su pontificado, Benedicto XVI habló de la necesidad de la oración en la vida del sacerdote como exigencia natural del llamado del Señor a los apóstoles, tal como lo presenta el evangelio de Marcos. Uno de los fines del llamado del Señor es «estar con Él». Decía entonces el Santo Padre: “Cristo Resucitado nos llama a ser sus testigos y nos dona la fuerza de su Espíritu, para serlo de verdad. Es necesario, pues, estar con Él (cfr Mc 3,14; Hch 1, 21-23). Como primera descripción del munus apostolicum,en Mc 3, está descrito lo que el Señor pensaba que debiera ser el significado de un apóstol: estar con Él y estar disponible para la misión. Las dos cosas van juntas y sólo estando unidos con Él estamos también y siempre en movimiento con el Evangelio hacia los otros. Luego es esencial estar con Él, así se anima la inquietud y somos hechos capaces de llevar la fuerza y la alegría de la fe a los otros, de dar testimonio con toda nuestra vida y no sólo con alguna palabra”[52]. Era su primer encuentro con su presbiterio. Hablando a sus próvidos colaboradores, el Papa hablaba a todos los sacerdotes y dejaba claro lo que él considera esencial para el presbítero, en orden a poder cumplir la misión de comunicar la fuerza y la alegría de la fe. Ese elemento esencial es estar con el Señor, la oración que, en cuanto une al Señor permite que el sacerdote sea auténtico testigo con su vida. En el mismo encuentro, reconociendo las fatigas del ministerio, Benedicto XVI enseña que para resistir es preciso una ascesis sacerdotal que no ha de ser vista como un peso que hace más gravosa la jornada sino [51] BENEDICTO XVI, Homilía en las II Vísperas de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, Inauguración del Año Sacerdotal, 19 de junio del 2009. [52] BENEDICTO XVI, Discurso al clero de Roma, 13 de mayo del 2005.
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como ayuda para que a través de la acción ministerial aprendamos a superarnos, a dejar y donar nuestra vida. En esa propuesta ascética la oración es presentada como la más importante prioridad pastoral. Dijo el papa: “Para que realmente nuestra acción sea en sí misma nuestra ascesis y nuestro donarnos, para que no quede todo esto sólo en deseo, tenemos, sin duda, necesidad de momentos para templar nuestras energías incluso físicas, y sobre todo para orar y meditar, entrando en nuestra interioridad y encontrando dentro de nosotros al Señor. Por eso el tiempo para estar en la presencia de Dios en la oración es una verdadera prioridad pastoral, no es una cosa que está al lado del trabajo pastoral, estar delante del Señor es una prioridad pastoral, en último término, la más importante” [53]. En otro momento, el Santo Padre se refirió al pastor como hombre de oración, que está ante el Señor «orando por los otros, que tal vez no saben orar, no quieren orar o no encuentran el tiempo para orar», el diálogo con Dios es presentado como propio del pastor y auténtica acción pastoral [54]. ¿Por qué puede ser importante la oración para el pastor de almas? La respuesta se hace evidente al pensar la vida de Jesús de Nazaret. Él se retiraba a solas a orar, su obrar nacía de su estar inmerso en el Padre; desde el amor del Padre Él se dirigía hacia los hombres para hacer presente el Reino. Análogamente, el sacerdote sólo puede ir hacia los hombres, llevando el «tesoro» del amor divino en la medida que hace el esfuerzo de conocer a Dios desde dentro, de conocer a Cristo desde dentro, estando con Él [55]. Benedicto XVI afirma con convicción que sin una relación personal con Dios, todo lo demás no funciona en el sacerdote, pues no se puede entregar Dios y la realidad divina ni la verdadera vida humana a los hombres si no existe una relación profunda, verdadera, de amistad con Dios en Jesucristo [56]. No obstante lo difícil que a veces pueda parecer, a causa de las diversas urgencias y emergencias pastorales, el papa insiste en la prioridad de la oración para el ministerio del presbítero, pues el momento de la oración es el que hace fecundo el ministerio por la acción de la gracia; así, la oración no es sólo algo beneficioso para el presbítero que ora y logra así su perfección personal sino que es un servicio a la comunidad. A los sacerdotes de Bríndisi les dirige unas palabras conmovedoras, salidas del corazón del sucesor de Pedro que quiere confirmar en la fe a sus hermanos: “Queridos hermanos sacerdotes, para que su fe sea fuerte y vigorosa hace [53] BENEDICTO XVI, Discurso al clero de Roma, 13 de mayo del 2005.
[54] BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Albano, 31 de agosto del 2006.
[55] BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes y diáconos permanentes de Baviera, 14 de setiembre del 2006. [56] BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes de Belluno-Feltre y Treviso, 24 de julio del 2007.
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falta alimentarla, como bien saben, con una oración asidua. Por tanto, sean modelos de oración, transfórmense en maestros de oración. Que sus jornadas estén marcadas por los tiempos de oración, durante los cuales, a ejemplo de Jesús, se dediquen al diálogo regenerador con el Padre. Sé que no es fácil mantenerse fieles a estas citas diarias con el Señor, sobre todo hoy que el ritmo de la vida se ha vuelto frenético y las ocupaciones absorben siempre en mayor medida. Sin embargo, debemos convencernos: el momento de la oración es el más importante en la vida del sacerdote, es el momento en que actúa con más eficacia la gracia divina, dando fecundidad a su ministerio. Orar es el primer servicio a la comunidad. Por eso, los momentos de oración deben tener una verdadera prioridad en nuestra vida. (…) Pero si no estamos interiormente en comunión con Dios, no podemos dar nada tampoco a los demás. Por eso, Dios es la primera prioridad. Siempre debemos reservar el tiempo necesario para estar en comunión de oración con nuestro Señor”[57]. En el encuentro con los sacerdotes de Bressanonne, el Santo Padre trató también acerca de la importancia de la oración como prioridad fundamental de la existencia sacerdotal, recordando la enseñanza de San Carlos Borromeo que decía que no se puede cuidar el alma de los demás si se deja que la propia se pierda. Insistió además diciendo: “Quisiera entonces subrayar: por más compromisos que puedan llegar, es una verdadera prioridad encontrar cada día, diría, una hora de tiempo para estar en silencio para el Señor y con el Señor, como la Iglesia nos propone (…) para poder enriquecernos siempre interiormente (…) Y a partir de eso ordenar luego las prioridades”[58]. En la primera Misa Crismal que el papa Benedicto presidió como Sucesor de Pedro recordó la importancia de la oración para el sacerdote, fue enfático en afirmar que «el núcleo del sacerdocio es ser amigos de Cristo» para luego decir «ser amigo de Jesús, ser sacerdote significa ser hombre de oración». Porque el actuar exterior, si no brota de la oración es infructuoso, el Santo Padre señala que el tiempo que se ocupa para la oración es en verdad tiempo «de una actividad auténticamente pastoral» [59]. Hace algunos años, el Cardenal Ratzinger escribía acerca de la oración considerándola prioridad pastoral y descanso que permite renovar el amor: “Tiempo para Dios, para el propio estar interior ante él, es una prioridad pastoral que, en cierto modo, y valga la redundancia, es prioritaria respecto a todas las demás prioridades que son igualmente importantes. No es una carga añadida, sino la respiración del alma, sin la cual nos quedamos necesariamente [57] BENEDICTO XVI, Discurso a los sacerdotes de Brindisi, 15 de junio del 2008.
[58] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de la diócesis de Bressanone, 06 de agosto del 2008. [59] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 13 de abril de 2006.
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sin aliento, perdemos el aliento espiritual, el aliento del Espíritu Santo. También son importantes y oportunas otras formas de descanso, pero la manera fundamental de descansar de la obra y aprender a amar de nuevo es la búsqueda interior del rostro de Dios, que siempre nos devuelve de nuevo la alegría en Dios”[60]. La oración es, además, auténtica prioridad pastoral porque prepara a salir al encuentro de los hombres a quienes hay que servir. Enseña el Santo Padre Benedicto: “Orando nos encontramos también con los sufrimientos del pueblo de Dios hoy. Estas oraciones nos hacen pensar en la vida de cada día y nos guían al encuentro con la gente de hoy. Nos iluminan en este encuentro, porque a él llevamos no sólo nuestra propia y pequeña inteligencia, nuestro amor de Dios, sino que aprendemos a través de la Palabra de Dios, a llevarles Dios. Esto es lo que ellos esperan: que les llevemos el “agua viva”, de la que habla hoy san Columbano”[61]. La oración es auténtica prioridad pastoral porque forma el corazón del pastor, lo asemeja al de Jesús, el Buen Pastor, y así pone los cimientos de toda actividad pastoral. En la Misa Crismal de este año, el Sucesor de Pedro habló a los sacerdotes sobre el estar inmersos en la Verdad, en Cristo, proceso al cual pertenece también la oración “en la cual ejercitamos la amistad con Él y también aprendemos a conocerlo: su modo de ser, de pensar, de actuar. Orar es un caminar en comunión personal con Cristo, exponiendo ante Él nuestra vida cotidiana, nuestros logros y nuestros fracasos, nuestras fatigas y nuestras alegrías. Es un simple presentarnos nosotros mismos ante Él. Pero para que esto no se convierta en un autocontemplarse, es importante que aprendamos continuamente a orar, orando con la Iglesia” [62]. Conviene, entonces, conocer algo de lo que Benedicto XVI piensa sobre la oración de la Iglesia: la liturgia, y en especial la Eucaristía, centro y culmen de la vida litúrgica. 5. Espacios de libertad energizantes que ayudan a encontrar a Jesús: Eucaristía y Liturgia de las horas. El sacerdote, amigo de Cristo, aprende en la Eucaristía el amor de Cristo y, consecuentemente, el amor por la Iglesia, por eso cada sacerdote debiera poder decir «la Santa Misa es en modo absoluto el centro de mi vida y de toda mi jornada» [63], les dice el papa a los sacerdotes de la Urbe. La Santa Misa ha de [60] J. RATZINGER, Convocados en el camino de la Fe, 176-177.
[61] BENEDICTO XVI, Incontro con i sacerdoti della diocesi di Albano ,31 agosto 2006. [62] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 09 de abril del 2009. [63] BENEDICTO XVI, Discurso al clero de Roma, 13 de mayo del 2005.
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ser celebrada «realmente en coloquio con Dios», como experiencia orante, así, la celebración eucarística y la liturgia de las horas se convierten en «zonas de libertad, de vida interior» que la Iglesia ofrece al sacerdote como riqueza, enseña Benedicto XVI. Y en la Eucaristía y la liturgia de las horas – dice el papa – «encontramos no sólo a la Iglesia de todos los tiempos, sino al mismo Señor, que habla con nosotros y espera nuestra respuesta. Aprendemos así a orar insertándonos en la plegaria de todos los tiempos y encontramos también al pueblo» [64]. A los sacerdotes de Baviera el papa les presenta la Santa Misa y la Liturgia de las horas como «espacios libres», que donan energía espiritual para cumplir el servicio propio del presbiterado: “Sólo podemos servir a los demás, sólo podemos dar, si personalmente también recibimos, si nosotros mismos no quedamos vacíos. Por eso la Iglesia nos propone espacios abiertos que, por una parte, son espacios para un nuevo «expirar» e «inspirar» y, por otra, son centro y fuente del servicio. Ante todo está la celebración diaria de la santa misa. No la celebremos como una cosa de rutina, como algo que «debo hacer»; celebrémosla «desde dentro». Ensimismémonos en las palabras, en las acciones, en el acontecimiento que allí se realiza. Si celebramos la misa orando; si nuestro decir «Esto es mi cuerpo», nace realmente de la comunión con Jesucristo que nos impuso las manos y nos autorizó a hablar con su mismo «yo»; si realizamos la Eucaristía con íntima participación en la fe y en la oración, entonces no se reduce a un deber exterior, entonces el ars celebrandi viene por sí mismo, pues consiste precisamente en celebrar partiendo del Señor y en comunión con él, y así en el modo necesario para los hombres. Entonces nosotros mismos recibimos como don siempre nuevo un gran enriquecimiento y, a la vez, transmitimos a los hombres más de lo que tenemos, es decir, de la presencia del Señor. El otro espacio abierto que la Iglesia, por decirlo así, nos impone y también nos libera al dárnoslo es la liturgia de las Horas. Tratemos de rezarla como auténtica oración, como oración en comunión con el Israel de la Antigua y de la Nueva Alianza, como oración en comunión con los orantes de todos los siglos, como oración en comunión con Jesucristo, como oración que brota de nuestro yo más profundo, del contenido más profundo de estas plegarias”[65]. En otra ocasión, al clero de Albano, explica el ars celebrandi. La primera dimensión del ars celebrandi: “Es que la celebración es oración y coloquio con Dios: Dios con nosotros y [64] BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Albano, 31 de agosto del 2006.
[65] BENEDICTO XVI, Discurso a los sacerdotes y diáconos permanentes de Baviera, 14 de setiembre del 2006.
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nosotros con Dios. Por tanto, la primera exigencia para una buena celebración es que el sacerdote entre realmente en este coloquio. Anunciando la Palabra, él mismo se siente en coloquio con Dios. Es oyente de la Palabra y anunciador de la Palabra, en el sentido de que se hace instrumento del Señor y trata de comprender esta palabra de Dios, que luego debe transmitir al pueblo. Está en coloquio con Dios, porque los textos de la santa misa no son textos teatrales o algo parecido, sino que son plegarias, gracias a las cuales, junto con la asamblea, hablo con Dios. Así pues, es importante entrar en este coloquio. San Benito, en su «Regla», hablando del rezo de los Salmos, dice a los monjes: «Mens concordet voci». La vox, las palabras preceden a nuestra mente. De ordinario no sucede así. Primero se debe pensar y luego el pensamiento se convierte en palabra. Pero aquí la palabra viene antes. La sagrada liturgia nos da las palabras; nosotros debemos entrar en estas palabras, encontrar la concordia con esta realidad que nos precede” [66]. Y dirigiéndose al clero de Roma, el Santo Padre volverá a tratar de la oración litúrgica indicando que en la Liturgia, el Señor enseña a orar, que la liturgia es oración. Dijo el papa: “En la liturgia el Señor nos enseña a rezar, primero dándonos su Palabra y después introduciéndonos mediante la plegaria eucarística en la comunión con su misterio de vida, de cruz y de resurrección. San Pablo dijo en una ocasión que «no sabemos cómo pedir para orar como conviene» (Rm 8, 26): nosotros no sabemos cómo rezar, qué cosa decir a Dios. Por eso Dios nos ha dado las palabras para la oración, sea en el Salterio, sea en las grandes oraciones de la sagrada liturgia, sea en la misma Liturgia eucarística. Aquí nos enseña a rezar. Entramos en la oración que se ha formado a lo largo de los siglos bajo la inspiración del Espíritu Santo, y nos unimos al coloquio de Cristo con el Padre. Por tanto, la liturgia es sobre todo oración: primero escucha y luego respuesta, sea en el salmo responsorial, sea en la oración de la Iglesia, sea en la gran plegaria eucarística. La celebramos bien, si la celebramos con actitud «orante», uniéndonos al misterio de Cristo y a su coloquio de Hijo con el Padre. Si celebramos la Eucaristía de este modo, primero como escucha y después como respuesta, es decir, como oración con las palabras indicadas por el Espíritu Santo, la celebramos bien. Y la gente es atraída a través de nuestra oración común hacia la comunidad de los hijos de Dios”[67]. El Santo Padre Benedicto afirma la necesidad de la celebración diaria de la Eucaristía «como encuentro fundamental, donde el Señor habla conmigo y yo con el Señor, que se da a mis manos», también la importancia de la Liturgia de
[66] BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Albano, 31 de agosto del 2006. [67] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 22 de febrero del 2007.
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las Horas mediante la cual el sacerdote se inserta en la gran oración de todo el Pueblo de Dios y la oración personal como condición para ser buenos sacerdotes, sin esto «se pierde la sustancia de nuestro ministerio» les dice a los sacerdotes de la diócesis de Belluno-Feltre y Treviso, e insiste: “Ser un hombre de Dios, en el sentido de un hombre en amistad con Cristo y con sus santos es el primer imperativo”[68]. La comunión sacramental eucarística permitirá la consolidación de la amistad con Cristo que transforma y permite llevar la luz de Dios al mundo. En el encuentro de este año con el clero romano, dijo el papa a los sacerdotes: “Debemos aprender a celebrar la Eucaristía, aprender a conocer de cerca a Jesucristo, el Dios con rostro humano; entrar realmente en contacto con él, aprender a escucharlo; aprender a dejarlo entrar en nosotros. Porque la comunión sacramental es precisamente esta inter-penetración entre dos personas. No tomo un pedazo de pan o de carne; tomo o abro mi corazón para que entre el Resucitado en el contexto de mi ser, para que esté dentro de mí y no sólo fuera de mí; para que así hable dentro de mí y transforme mi ser, me dé el sentido de la justicia, el dinamismo de la justicia, el celo por el Evangelio. Esta celebración, en la cual Dios no sólo se acerca a nosotros, sino que entra en el tejido de nuestra existencia, es fundamental para poder vivir realmente con Dios y para Dios, y llevar la luz de Dios a este mundo”[69]. La Eucaristía es, para el sacerdote, escuela de vida, de conformación con Cristo, en ella se aprende a donar la vida pues «la vida no se dona solo en el momento de la muerte y no sólo en el modo del martirio. Es necesario aprender día a día que yo no poseo la vida para mí mismo», es preciso ponerse a disposición de aquello para lo cual el Señor necesita al sacerdote, en ese donarse se hace la experiencia de la libertad y la plenitud del ser, el papa les dice a unos ordenandos de Roma que «en el ser útiles, en el ser una persona de la cual hay necesidad en el mundo, nuestra vida se hace importante y bella. Sólo quien dona la propia vida la encuentra» [70]. Además de encontrar en la Eucaristía el centro de su ser y misión, el sacerdote ha de propiciar que los hombres se acerquen al misterio eucarístico y desde esa experiencia lleven la paz de Cristo al mundo. En la primera celebración de ordenación presbiteral que presidió como Obispo de Roma, dijo a los ordenandos: “En su nombre pueden decir: «Esto es mi Cuerpo – Esta es mi Sangre». Déjense atraer siempre de nuevo a la Santa Eucaristía, a la comunión de vida con Cristo. Consideren como centro de cada jornada el poder celebrarla de [68] BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes de Belluno-Feltre y Treviso, 24 de julio del 2007. [69] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 26 de febrero del 2009.
[70] BENEDICTO XVI, Homilía en las Ordenaciones sacerdotales, 07 de mayo del 2006.
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modo digno. Conduzcan a los hombres siempre de nuevo a este misterio. A partir de ella, ayúdenles a llevar la paz de Cristo al mundo”[71]. La eucaristía bien celebrada posibilita que los todos los fieles vivan la experiencia real de ser un solo cuerpo en Cristo, insertando su oración en la de la Iglesia de todos los tiempos, como se expresa en la intercesión por la Iglesia de toda Plegaria eucarística. Dice el Papa: “Celebrar la Eucaristía quiere decir orar. Celebramos correctamente la Eucaristía cuando entramos con nuestro pensamiento y nuestro ser en las palabras que la Iglesia nos propone. En ellas está presente la oración de todas las generaciones, que nos llevan consigo por el camino hacia el Señor. Y, como sacerdotes, en la celebración eucarística somos aquellos que, con su oración, abren paso a la plegaria de los fieles de hoy. Si estamos unidos interiormente a las palabras de la oración, si nos dejamos guiar y transformar por ellas, también los fieles tienen al alcance esas palabras. Y, entonces, todos nos hacemos realmente «un cuerpo solo y una sola alma» con Cristo” [72]. A los diáconos que serían ordenados presbíteros Benedicto XVI les dice que para ser dignos ministros deben alimentarse incesantemente de la Eucaristía; «acercándose al altar, su cotidiana escuela de santidad, de comunión con Jesús, del modo de entrar en sus sentimientos, para renovar el sacrificio de la Cruz, descubrirán siempre más la riqueza y ternura del amor del divino Maestro, que hoy les llama a una más íntima amistad con Él» [73]. 6. El contacto con la Palabra de Dios desarrolla la amistad con Jesús.
El papa Benedicto tiene conciencia meridiana acerca de la función que la Palabra de Dios cumple en la formación del corazón del hombre, y en especial, del sacerdote. No por casualidad quiso que la última Asamblea General del Sínodo de los Obispos tratase de La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia. En la misa inaugural de la XII Asamblea del Sínodo de los obispos el papa decía: “Es indispensable que los cristianos de todos los continentes estén preparados para responder a quienes les pidan razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15), anunciando con alegría la Palabra de Dios y viviendo sin componendas el Evangelio (…) Todos comprobamos cuán necesario es poner en el centro de nuestra vida la Palabra de Dios, acoger a Cristo como nuestro único Redentor, como Reino de Dios en persona, para hacer que su luz ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los [71] BENEDICTO XVI, Homilía en las Ordenaciones sacerdotales, 15 de mayo del 2005. [72] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 9 de abril del 2009.
[73] BENEDICTO XVI, Homilía en las Ordenaciones sacerdotales, 29 de abril del 2007.
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demás sectores de la sociedad y de nuestra vida”[74]. Esta tarea es especialmente urgente para los presbíteros. Y es que para el papa la Palabra de Dios es la auténtica realidad. Decía en la meditación de la primera congregación general de la última Asamblea del Sínodo de Obispos “«In aeternum, Domine, verbum tuum constitutum est in caelo... Firmasti terram, et permanet». Se habla de la solidez de la Palabra. Es sólida, es la verdadera realidad sobre la cual podemos fundar nuestra vida. Recordemos las palabras de Jesús que sigue esas palabras del Salmo: «Los cielos y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará jamás». En realidad, humanamente hablando, la palabra, nuestra palabra humana casi no es nada, es un suspiro. En cuanto es pronunciada, desaparece. Parece que no es nada. Pero la palabra humana tiene ya una fuerza increíble. Son las palabras que luego crean la historia; son las palabras que dan forma a los pensamientos, los pensamientos de los cuales viene la palabra. Es la palabra que forma la historia, la realidad. Con mayor razón, la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad. Y, para ser realistas, debemos contar precisamente con esta realidad. Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas, que se tocan, serían la realidad más sólida, más segura. Al final del Sermón de la Montaña el Señor nos habla de las dos posibilidades de construir la casa de nuestra vida: sobre arena o sobre roca. Sobre arena construye quien construye sólo sobre las cosas visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera, sobre el dinero. Aparentemente estas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada. Así, todas estas cosas, que parecen la verdadera realidad con la que podemos contar, son realidades de segundo orden. Quien construye su vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que es apariencia, construye sobre arena. Únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad. Por eso, debemos cambiar nuestro concepto de realismo. Realista es quien reconoce en la Palabra de Dios, en esta realidad aparentemente tan débil, el fundamento de todo. Realista es quien construye su vida sobre este fundamento que permanece siempre. Así, estos primeros versículos del Salmo nos invitan a descubrir qué es la realidad y a encontrar de esta manera el fundamento de nuestra vida, cómo construir la vida”[75]. La Palabra divina es también fundamento de la vida y el ministerio del [74] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa inaugural de la XII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 05 de octubre del 2008.
[75] BENEDICTO XVI, XII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, Homilía en la Hora Tercia, 06 de octubre del 2008.
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sacerdote. A través de la Palabra se conoce a Jesús. Es preciso, dice el papa, «escucharlo – en la lectio divina –, es decir, leyendo la Sagrada Escritura en un modo no académico, sino espiritual; así aprendemos a encontrar a Jesús presente que nos habla. Debemos razonar y reflexionar en sus palabras y su actuar delante de Él y con Él». La lectura verdadera de la Sagrada Escritura es oración, emerge de la oración y conduce a la oración. Sólo en esa escucha de la Palabra se desarrolla la amistad con el Señor y sólo así se puede ejercitar el ministerio sacerdotal, llevando a Cristo y su evangelio a los hombres [76]. La Palabra fundamenta todo porque «Todo fue hecho por Ella y sin Ella no se hizo nada» (Jn, 1, 3). La realidad nace de la Palabra, es creatura Verbi. Todo es creado por la Palabra y todo está llamado a servir a la Palabra. También el ministerio sacerdotal. En la catedral de Notre-Dame, en París, en el encuentro con los consagrados, el papa decía: “La Palabra de Dios nos ha sido dada para ser el alma de nuestro apostolado, el alma de nuestra vida de sacerdotes. Cada mañana, la Palabra nos despierta. Cada mañana, el Señor mismo nos «abre el oído» (Is 50,5) para los salmos del Oficio de Lecturas y Laudes. A lo largo de la jornada, la Palabra de Dios se convierte en la materia de la oración de la Iglesia entera, que así quiere dar testimonio de su fidelidad a Cristo. Según la célebre fórmula de san Jerónimo, que será retomada por la XII Asamblea del Sínodo de los Obispos, en el próximo mes de octubre: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo» (Prólogo del comentario a Isaías). Queridos hermanos sacerdotes, no tengan miedo de dedicar mucho tiempo a la lectura, a la meditación de la Escritura y al rezo del Oficio divino. Porque casi sin saberlo, la Palabra leída y meditada en la Iglesia actúa sobre ustedes y les transforma. Como manifestación de la Sabiduría de Dios, si ella se convierte en la «compañera» de sus vidas, será su «consejera para el bien», su «consuelo en las preocupaciones y tristezas» (Sab 8,9)” [77]. En la Misa crismal de este año, relacionando el ministerio sacerdotal con la súplica de Jesús al Padre «conságralos en la verdad», el Santo Padre comenta la explicación de Jesús «tu Palabra es la verdad» y, en ese comentario, muestra la importancia de la Palabra de Dios por su acción performativa en el presbítero. Dijo entonces Benedicto XVI: “Y Jesús añade: «Tu palabra es verdad». Por tanto, los discípulos son sumidos en lo íntimo de Dios mediante su inmersión en la palabra de Dios. La palabra de Dios es, por decirlo así, el baño que los purifica, el poder creador que los transforma en el ser de Dios”. Aprovecha entonces el Sucesor de Pedro para motivar un examen de los [76] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 13 de abril del 2006.
[77] BENEDICTO XVI, Homélie des beepers avec les pretres, les religieuses et religieux, les séminaristes et les diacres, Paris, 12 - setiembre- 2008.
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presbíteros acerca de su actitud ante la Palabra de Dios: “Y entonces, ¿cómo están las cosas en nuestra vida? ¿Estamos realmente impregnados por la palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos, más que lo que pueda ser el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deja una impronta en nuestra vida y forma nuestro pensamiento? ¿O no es más bien nuestro pensamiento el que se amolda una y otra vez a todo lo que se dice y se hace? ¿Acaso no son con frecuencia las opiniones predominantes los criterios que marcan nuestros pasos? ¿Acaso no nos quedamos, a fin de cuentas, en la superficialidad de todo lo que frecuentemente se impone al hombre de hoy? ¿Nos dejamos realmente purificar en nuestro interior por la palabra de Dios? (…) ¿Sabemos aprender de Cristo la recta humildad, que corresponde a la verdad de nuestro ser, y esa obediencia que se somete a la verdad, a la voluntad de Dios? «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad»: esta palabra de la incorporación en el sacerdocio ilumina nuestra vida y nos llama a ser siempre nuevamente discípulos de esa verdad que se desvela en la palabra de Dios”[78]. Algunas de estas preguntas el Papa las vuelve a proponer en su Carta con ocasión del Año Sacerdotal colocando antes de ellas la frase «para que no nos quedemos existencialmente vacíos, comprometiendo con ello la eficacia de nuestro ministerio, debemos preguntarnos constantemente». Así, la Palabra de Dios tiene una función performativa en la vida del sacerdote y es garantía de eficacia ministerial, pues a través del contacto con ella el sacerdote se convierte en testigo y – escribe S. S. Benedicto en la carta aludida – «es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico». Y recuerda luego que el Siervo de Dios Pablo VI ha observado oportunamente: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio» [79]. El sacerdote se deja hacer por la Palabra y sirve a la Palabra. La Palabra es el contenido de su predicación, de su anuncio, del anuncio que humaniza y llena de alegría. Este contacto con la Palabra supone una ascesis que el Cardenal Ratzinger explicaba del modo siguiente: “El servicio de la Palabra exige del sacerdote la participación en la kénosis de Cristo, el abrirse y el perecer en Cristo. Que él no habla de sí mismo, sino que porta el mensaje de otro no significa, ciertamente, una falta de participación personal, sino lo contrario: un perderse dentro de Cristo que asume el camino de su misterio pascual y, de esta forma, conduce al verdadero encuentro consigo mismo y la comunión con él, que es la Palabra de Dios en persona. Esta es[78] BENEDICTO XVI, Homilia en la Misa Crismal, 9 de abril del 2009. [79] PABLO VI, Carta Encíclica Evangelii nuntiandi, 41.
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tructura pascual del «no yo» y, así, del plenamente del «yo mismo», muestra cómo, de forma totalmente definitiva, el servicio de la Palabra, más allá de todo lo funcional, lleva hacia el Ser y presupone el sacerdocio como sacramento”[80]. Podríamos concluir estas consideraciones con un párrafo del discurso de S. S. Benedicto XVI a los consagrados en la Catedral de Asís, el año 2007. Dijo entonces: “La lectio divina, la centralidad de la Eucaristía, la liturgia de las Horas y la adoración eucarística, la contemplación de los misterios de Cristo en la perspectiva mariana del rosario, aseguran el clima y la tensión espiritual sin los cuales todos los compromisos pastorales, la vida fraterna, incluso el compromiso en favor de los pobres, correrían el peligro de naufragar a causa de nuestras fragilidades y de nuestros cansancios”[81]. 7. La caridad pastoral, mediación del amor de Dios, consecuencia de la amistad con Cristo.
La amistad con Jesucristo transforma a todo creyente. Pero esa transformación es especialmente exigida al sacerdote, llamado por su vocación y misión a una identificación con la persona y la misión de Jesucristo. Podemos sostener que esta identificación en verdad ha comenzado a lograrse cuando en el presbítero se percibe la caridad pastoral. El Santo Padre Benedicto XVI decía a los sacerdotes de Roma «La verdadera contemplación se demuestra en las obras de caridad. Luego, el signo de que verdaderamente hemos orado, que hemos tenido el encuentro con Cristo, es que somos “para los demás”» [82]. Una dimensión de la caridad pastoral es saber escuchar. Saber escuchar en una doble dimensión: escuchar a Dios y escuchar al hombre de nuestro tiempo. Para anunciar y ser testigos se debe escuchar interiormente la Palabra de Cristo para que asimilada forme y transforme el ser del sacerdote; y por otra parte se ha de escuchar al hombre de hoy, al hombre del que el sacerdote es en cierta manera responsable. Se trata de escuchar para dar razón de la fe y para que la Palabra pueda ser respuesta para el hombre de hoy [83]. La auténtica caridad pastoral permite que la pastoral se viva no como trabajo administrativo o estrategia sino como actividad espiritual. Si el pastor es movido por la caridad pastoral, si se ha encontrado con Cristo en la oración y [80] J. RATZINGER, Convocados en el camino de la Fe, 166-167.
[81] «La lectio divina, la centralità dell’Eucaristia, la Liturgia delle Ore e l’adorazione eucaristica, la contemplazione dei misteri di Cristo nella prospettiva mariana del Rosario, assicurano quel clima e quella tensione spirituale, senza cui tutti gli impegni pastorali, la vita fraterna, lo stesso impegno per i poveri, rischierebbero di naufragare a causa delle nostre fragilità e delle nostre stanchezze.» 17 junio 2007.
[82] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 22 de febrero del 2007. [83] BENEDICTO XVI, 15 mayo del 2005.
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los sacramentos y de allí procede su actividad pastoral «es un hombre de caridad, vivida y realizada. Y así todos los actos simples de coloquios, encuentros, todo lo que se debe hacer, se convierten en actos espirituales en comunión con Cristo. Su “pro omnibus” se convierte en nuestro “pro meis”. » [84]. La caridad pastoral supone vivir una relación íntima con Cristo y, por medio de él, con el Padre, desde esa experiencia el sacerdote puede comprender verdaderamente a los hombres, pues «sólo a la luz de Dios se entiende la profundidad del hombre». El pastor conoce con el corazón, “pero esto es realizable sólo si el Señor ha abierto nuestro corazón; si nuestro conocer no ata a las personas a nuestro pequeño yo privado, a nuestro pequeño corazón, sino por el contrario, les hace sentir el corazón de Jesús, el corazón del Señor. Debe ser un conocer con el corazón de Jesús y orientado hacia él, un corazón que no ata al hombre a mí sino que lo guía hacia Jesús haciéndolo libre y abierto”[85]. El corazón del sacerdote está llamado a la identificación con el corazón de Jesucristo, el sacerdote ha de sumergirse en la bondad de Jesús, en el amor verdadero del Señor. Decía el papa en la Misa Crismal de este año que: “El amor verdadero no cuesta poco, puede ser también muy exigente. Opone resistencia al mal, para llevar el verdadero bien al hombre. Si nos hacemos uno con Cristo, aprendemos a reconocerlo precisamente en los que sufren, en los pobres, en los pequeños de este mundo; entonces nos convertimos en personas que sirven, que reconocen a sus hermanos y hermanas, y en ellos encuentran al mismo Cristo”[86]. ¡Éste es el modo de vivir plenamente el ministerio sacerdotal!
[84] BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 22 de febrero del 2007.
[85] BENEDICTO XVI, Homilía en las ordenaciones presbiterales, 07 de mayo del 2006. [86] BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa Crismal, 09 de abril del 2009).
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APÉNDICE RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS SACERDOTALES.
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RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS SACERDOTALES.
Este rito se lleva a cabo en la Misa Crismal; correspondiente a la Semana Santa. Obispo: Amados hijos: Al conmemorar hoy el día en que Cristo, nuestro Señor, comunicó su sacerdocio a los Apóstoles y a nosotros, ¿quieren ustedes renovar las promesas que hicieron el día de su ordenación, ante su obispo y ante el pueblo santo de Dios? Sacerdotes: Sí, quiero. Obispo: ¿Quiéren ustedes unirse íntimamente a nuestro Señor Jesucristo modelo de nuestro sacerdocio, renunciando a sí mismos y reafirmando los compromisos sagrados que, impulsados por el amor a Cristo y para el servicio de la Iglesia, hicieron ustedes con alegría el día de su ordenación sacerdotal? Sacerdotes: Sí, quiero. ¿Quiéren ser fieles dispensadores de los misterios de Dios, por medio de la sagrada Escritura y de las demás acciones litúrgicas, y cumplir fielmente con el sagrado oficio de enseñar, a ejemplo de Cristo, Cabeza y Pastor, no movidos por el deseo de los bienes terrenos, sino impulsados sigilosamente por el bien de los hermanos? Sacerdotes: Sí, quiero. 154
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En seguida, dirigiéndose al Pueblo de Dios, el Obispo prosigue: Y ustedes, queridos hijos, oren por sus sacerdotes; que el Señor derrame abundantemente sobre ellos sus dones celestiales, para que sean fieles ministros de Cristo, Sumo sacerdote, y los conduzcan a ustedes hacia él, que es la fuente única de salvación. Pueblo de Dios: Cristo, óyenos; Cristo escúchanos. Obispo: Oren también por mí, para que sea fiel al ministerio apostólico, encomendado a mis débiles fuerzas, y que sea entre ustedes una imagen viva y cada vez más perfecta de Cristo Sacerdote, Buen Pastor, Maestro y Servidor de todos. Pueblo de Dios: Cristo, óyenos; Cristo, escúchanos. Obispo: El Señor nos conserve a todos en su amor y nos lleve a todos, pastores y ovejas, a la vida eterna. Todos: Amén.
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BIBLIOGRAFÍA -
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ÍNDICE:
Presentación Introducción Primera parte Carta del sumo pontífice Benedicto XVI para la convocación Carta del prefecto de la congregación para el culto Inauguración del “Año sacerdotal Indulgencias con ocasión del “Año sacerdotal Carta de los obispos del Perú a sus sacerdotes
5 7 9 11 21 25 29 33
Segunda parte “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote” La santidad “In persona Christi” Ministros de la Eucaristía La oración es motivo de alegría del sacerdote El sacerdote buen pastor Sacerdote discípulo-misionero “La communio sacramentalis” Ministros del perdón de Dios María madre del sacerdote
37 41 49 57 65 75 85 93 101 109 117
Apéndice Renovación de las promesas sacerdotales
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Tercera parte El Sacerdote, amigo de Jesús, mediación del amor de Cristo
Bibliografía Índice
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