La mansión

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CRÉDITOS Diseño, diagramación e ilustración Rudy Alexander López Fajardo Estudiante de Diseño Gráfico USAC DISEÑO VISUAL 7


Q

ue estas historias sean para mis hijos, aquellos niños que dejan su niñez por la adolescencia...

que las lean primeramente con su mente infantil, que vuelvan a leerlas más tarde y que traten de comprender o sobrepasen entendiendo lo que se escribió con toda sencillez en un amanecer. No les cuento sino lo que me contó Pedro Culán, un viejo cazador de animales y visiones en nuestro mundo tropical, el biotopo del quetzal, tan cruel, tan bello y tan complejo. Que se agraden que se acostumbren al estilo repetidor y sencillo de Pedro Culán, el cazador cakchiquel, fue de nuestros primeros y verdaderos padres. Que se acostumbren a conocer los nombres de las cosas y de los seres que los rodean y que han de rodearlos en ese mundo en que han de vivir, pensar y morir en esta vida. La selva vierte el enorme coco de sus secretos... Muchos resbalaron y cayeron, pero muchos fueron tragados, absorbidos... ¡Ya sólo queda la urgencia de volver a la selva!

PEDRO CULÁN





Todos los panoramas de las selvas guatemaltecas son muy bellos... aquí y allá crecen los enormes árboles, los pequeños arboles elevando sus brazos has Caj, el cielo, y cambiando de día señales con Gij, el sol, y de noche con Ic, la luna, o tratando de alcanzar desde la oscuridad de Uleu, la tierra, la gran luciérnaga de los reinos de Chumil, la estrella...

¡Algo obscuras estaban las paredes, como ahumadas agrietadas!...


De un momento a otro, se wmovió uno de los arboles extraños y apareció el ser, la cosa más increíble. Era una cosa que caminaba erguida sobre dos patas con una piel de diferentes colores... y los más extraño de todo que a su lado caminaba otro ser nunca visto, que se parecía mucho a Utiu, el coyote, de pronto el que se parecía a Utio alzo la cabeza y lo vio... inmediatamente comenzó a gritar a hacer un ruido espantoso que los pelos del cuerpo de Itzul se erizaron de miedo. Allí se quedó como fascinado. Entonces oyó otro ruido y vio que el ser de las dos patas le apuntaba con un palo negruzco... cuando miro la cara de este ser vio que lo miraba a él muy fijamente... Itzul sintió verdadero frío en su corazón, Sintió que su cuerpo se helaba, que sus propias patas, sus fuertes garras temblaban... nunca había experimentado Itzul cosa tan terrible. Tanta impresión hizo a Culán la muerte de su perro que paro admirando a Itzul, Así fue como Itzul se cansó de caminar, de vagar, de ambular.

El día que vió, el día que conoció al hombre ese día se cansó de vivir.




Este es el mundo de Iboy, el armado, e Ixociboy, su hembra. Caminaban uno junto al otro, haciendo un ruidito como de ronquido, suave y prologado, que era como se manifestaban su cariĂąo.


Cuando el enemigo llegaba, no podía verlo... Se admiraba de no poder descubrir a Iboy, ni siquiera de ver donde se había metido. Pero esto solo lo hacían cuando el peligro era muy grande. La mayoría de las veces esperaban al enemigo en actitud sumisa. Si pasaba a su lado sin prestarles atención, ellos lo celebraban grandemente; si los atacaba, se replegaban en sus corazas. Los chicleros llegaban al Sarstún… los cortadores de madera llegaban a Akanyá, el río, y a todos los ríos, ahuyentando la paz de los moradores del Mundo Verde. Sólo Rchab-Quih, Sochoj, Qantí, la barba amarilla, Timbo y todas las víboras, estaban muy contentas de que Iboy muriera…

Que muriera el ser que las destruía a ellas… ¡a ellas que eran el azote del hombre!...




Para ello la espero pacientemente sobre la rama de Chee, el ĂĄrbol lista para caer sobre ella cuando pasara y estrujarla hasta el fin con su formidable abrazo y gozarse con el temblor de sus bigotes blancos que nunca habĂ­an temblado.

con el llanto de su boca que nunca habĂ­a llorado...


Los vientos de la selva seguían pregonando la maldad de Cux, la comadreja... Los vientos de la selva seguían llevando su mala fama de oreja en oreja, de hocico hocico, de belfo en belfo. ¡Y lo peor de todo era que nadie podía contradecirlos!

Los vientos de la selva tenían razón. Cux la comadreja, era una malvada; y por vez primera los habitantes del Mundo Verde, tuvieron un buen pensamiento para Achi, el hombre, su matador, su vencedor.



A

lau, el tepeizcuinte, es otro de los habitantes, otro de los moradores de la mansión, el Mundo Verde. Su vida y su historia, es bella y sencilla, tan bella tal vez como su cuerpo, como su faz. Cuando esta historia principia, Alau el tepeizcuinte y su hembra Ixocalau se hallaban muy tranquilos, uno al lado del otro, comiendo s Sakul, el plátano, que un fuerte viento había botado de lo alto del árbol llamado platanar. Verdaderamente apurada se vio la hembra de Alau, que ya sentía que sus carnes entraban a formar parte del placer de las mandíbulas de Mez, el gato de monte... Mez corría mucho más rápidamente, mucho más raudamente que ella, así que pronto la alcanzo...

En cambio la hembra de Mez, que es muy ágil y ligera de peso, saltaba tras el cómodamente, muy concienzudamente. Alau, el tepeizcuinte, es el mejor nadador y buceador de cuantos animales habitan en las grandes extensiones a excepción, tal vez, de Yatiu, el perro de agua. Una gran mole, de cuerpo obscuro se hallaba tendido entre los manglares, precisamente en el sitio que Alau eligió para salir del agua...

Este gran cuerpo, esta gran mole eran Ain, el lagarto, de escamas viejísimas, enlodadas y duras como Suy, el tecomate. Tendido a la luz de la luna estaba Ain esperando que algún habitante de la selva llegara a beber. Cuando esto sucediera, Ain trataría de comer.


¡Por fin Alau sintió bajo sus patas la arena del rio! Sin detenerse un instante comenzó a correr y se internó entre las selva. No se atrevió a lanzarse nuevamente al agua y retornar al otro lado donde tenía su vivienda donde Ixcalau, su hembra, estaba esperándolo con gran intranquilidad.


Mucho y muy grande fue el susto de Alau, que ya se aprestaba a romper las hojas y los bejucos en su carrera de miedo, imaginándose ver aparecer la horrenda faz de Ain, el lagarto.

Poco aprendió Alau de lo mucho que su amigo, el viejo y sabio Lamyá, le contó… No sabemos cuánto puedo comprender, cuánto pudo quedar pintado, grabado en sus pensamientos… Sólo se sabe que temió desde entonces a Achi con todos los latidos de su tierno corazón, así como el eterno compañero de este, a Tzíi, el perro, el Gran renegado, y que desde entonces él y su compañero devoran con gran avidez y precisión a Sakul, el plátano, durante el reino de Agá, la noche, probablemente porque temen que de un momento a otro no quede ni uno más para embadurnar de placer sus bigotes.



D

istintas en verdad, eran estas inmensas montañas que habían logrado llegar a enterrar las puntas de sus árboles en la entraña misma de Caj, el cielo. Allí no existía suampo traidor, de aguas negras y muertas. Allí no había el calor agobiante de la selva costeña, ni el horro de la maraña exuberante, devoradora, terrible... Allí Gij, el sol, manda sus rayos de manera acariciante, como el suspiro de un niño, débil a través del llanto de las nubes... Sin embargo estos grandes bosques eran, como digo, distintos a las selvas costeñas. Allí no hay tanto y tan variado bejuco, ni existe el cerrado guamilar, ni el infranqueable caulotal, ni la mancha del verde camalote.

Allí puede verse todo a la distancia que lo permite lo cerrado de la arboleda, lo cerrado de los pinos, pero sin maraña, sin chiriviscos; y tampoco reverbera el ambiente con la mancha del zancudo, ni se ensordece con la necedad del chiquilín o la chicharra. Este altísimo paraíso tiene asimismo sus moradores, sus habitantes de sangre roja, que lo recorren y viven en el sus existencias.

Ahora bien, otro morador de los espacios de Jorón, el frío, era Gug, el quetzal... En verdad era el habitante más bello, más hermoso de todos los que recorren las inmensas extensiones del Mundo Verde…


¡Conocíasele con el nombre de Gug! El pájaro serpiente porque verdaderamente parecía un pajarito muy lindo seguido siempre por dos y más serpientes de bellísimos colores…




Tan solo se limitó a mover su divina cabeza de un lado a otro. Luego dijo: “Batz, es siempre Batz...” Pero la vida de la familia de Batz siguió como siempre, y este mismo, pronto se olvidó de su aventura y volvió a corretear por sobre la alfombra de helechos, persiguiendo a sus compañeros o a Ixocbatz, su hembra. Desde el día en que murió Coj por aventurarse a perseguir a Coy hasta lo más delgado y débil de Chaj, el pino, desde ese instante la faz de Coy creció en importancia a los ojos de sus compañeros... Cooy tuvo miedo, tuvo gran espanto y pataleo, chillo y trato de morder...

Si Gug hubiera podido verlo; seguramente habría dicho: Batz, es siempre Batz...


Esta bellísima obra, ganadora en 1942 del primer premio en la categoría “Libro de la juventud”, en el concurso realizado por la casa editorial de New York Farrar & Reinhart, contiene, según palabras del autor, las historias que encontó Pedro Culán, el viejo cazador de cakchiquel, sobre quien la selva “virtió el enorme coco de sus secretos”...

Para que fueran transmitidas a sus hijos y a los hijos de sus hijos.


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