Colaboraciones del proyecto "Carne: Materia prima"

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CARNE: MATERIA PRIMA

Colaboraciones

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Beats of Oblivion is an artistic project, aimed at the creative use of abandoned places. It involves the collaboration of artists and thinkers, who contribute with their work, thoughts and ideas, and try to recover past and present realities. It implies all types of ephemeral interventions, whose ultimate premise is total and absolute respect for the spaces and environments where they are made. On-site creations made ​​in one place, with that place and for that place.

Latidos del olvido es un proyecto artístico, encaminado a “reutilizar” lugares abandonados o deteriororados, a causa del paso del tiempo y el olvido. Cuenta con la colaboración de artistas y pensadores que aportan sus intervenciones y reflexiones intentando rescatar realidades del pasado y del presente. Se trata de intervenciones efímeras de todo tipo (fotografía, pintura mural, escultura, proyecciones…) cuya máxima premisa es el respeto total y absoluto de los espacios y entornos donde son realizadas. Creaciones in situ, realizadas en un lugar, con ese lugar y para ese lugar. 3


“Meat: raw material” This deserted place in the heart of the city surrounded by liveliness, voices and urban sounds- evokes boxes of silence and decadent stillness. In former times, it was a place where, day-to-day, people used to work, suffer and dream. Ironically, the deepest peace took possession of it and the appeasement experienced in its surroundings recreates in our minds the false eternity of those things which seem to keep out of time. Waste products remaining from mass production let us reconstruct the constant process of development of this industry, as if we were urban archaeologists. These products are transformed into remains, into material evidences of our civilizations. Although they are apparently dumb and inactive, they always announce something. Rubble is mixed with cardboards and labels as well as casings for sausages and trays for meat products. There are dozens of bundles of documents on the floor. Boots and vestiges that testify the economical 4

activity in this place. The firmest omen of the final victory of dirtiness and rubbish. Every crack is an unknown story. Every damp patch is a slap against the “progress” linked to the building in the past. Every single spoiled surrounding means a particular decline. Nowadays we go accompanied with the desolation and the utter degradation of the production. Traces of life involve us in a new adventure for urban explorers easily led by the magic and the mystery of neglected items.


Carne: materia prima Rodeado de vida, de voces, de sonidos urbanos, este lugar abandonado en el corazón de la ciudad evoca cajas de silencio y de decadente tranquilidad. En algún momento fue el lugar donde a diario se trabajaba, se sufría y se soñaba. Irónicamente la paz más absoluta se ha apoderado de él y el apaciguamiento experimentado en sus ambientes recrean en nuestra imaginación la falsa eternidad de aquellas cosas que parecen quedar al margen del tiempo. Los objetos residuales de la fabricación en serie nos permiten (como arqueólogos urbanos) reconstruir el devenir de esta industria. Se transforman en restos, en testimonios materiales de nuestras civilizaciones que, aunque mudos e inertes en apariencia, informan siempre de algo. Los escombros se mezclan con los cartones y etiquetas, tripas para hacer embutidos y bandejas de productos cárnicos. Aparecen decenas de legajos de documentos desperdigados por el suelo. Botas y restos que atestiguan la actividad

económica de este lugar. Es el más firme presagio de la victoria final de la suciedad y la basura. Cada grieta es una historia ignota. Cada mancha de humedad una bofetada al “progreso”, en algún momento asociado al edificio. Cada ambiente deteriorado una decadencia particular. Hoy nos acompañan la desolación y el abandono total de la producción, vestigios de vida, nos envuelven en una nueva aventura a los exploradores urbanos, dejándonos llevar por la magia y el misterio de lo abandonado.

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olaboraciones

Julián Alonso Silvano Andrés de la Morena Iván del Arco Santiago Ulises Faragüit Fco. José Francisco Carrera Eva Lavilla Rey Borja Lucena Góngora

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Detritus-Landia I

Habría que inventar un nuevo término para los lugares que ya no nos pertenecen, los que abandonamos o de los que hemos sido expulsados. Marc Augé acuñó el de los no lugares para esos espacios de la postmodernidad en los que el ser queda en suspenso, donde la transitoriedad corroe la esencia del individuo (si es que tal cosa existe de forma objetiva). No nos gusta el concepto de arqueología industrial, demasiado emparentado con el espíritu romántico de la ruina porque sólo rescata aquello que es estéticamente bello e institucionalmente útil; las antiguas estaciones de ferrocarril y las fábricas de ladrillo con sus hermosas chimeneas son ahora centros cívicos de la democracia postindustrial. ¡Tan hermosas que han borrado definitivamente las huellas de la explotación y el hollín! Sin embargo aquí hay una apuesta clara por el feísmo, que es una expe-

riencia estética e intelectual tan fértil como la contemplación de la más bella de las arquitecturas. Lo que un día fue lugar de trabajo es hoy umbral hacia otra dimensión. Entramos a las tripas de la sociedad, accedemos al laberinto de puertas desvencijadas y mobiliario arrumbado. No sólo pasado y abandono pretérito. El ruido nos anuncia el encuentro con seres fagocitados por la voraz alimaña, hombres desdibujados que recorren nuestras ciudades como espectros en su búsqueda de un refugio. Tenemos miedo. Basura, detritus… grandes contenedores urbanos de suciedad y recuerdos. “El horror, el horror” era el grito ahogado de Kurtz, pero nosotros no estamos en la selva tropical. Y sin embargo el blanco azulejo nos devuelve una imagen fría y húmeda (un escalofrío), la sorprendente soledad de una silla recrea espacios de tortura pasada y presente… Entonces recurrimos a la única estrategia artística y vital que se nos antoja posible: la Re-apropiación. Lo que 9


importa es el espacio vivido y aprehendido por las personas. Es el proceso de encarnación que incorpora sentido y significado. En cada uno de esos lugares hemos prendido notas con las que escribir nuestra autobiografía, un discurso del yo que necesita asirse a lo material para conjurar el miedo a disolverse en paisajes urbanos que no nos reconozcan como suyos. Para no ser nunca más fantasmas de nuestras propias vidas, para ser carne y piedra, con permiso de Richard Sennett. Eva Lavilla Rey

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Detritus-Landia II

Somos carne. Y sin embargo enfrentamos la carne con una arcada. Las tripas del animal del que nos nutrimos, las tripas de una sociedad que consume, deglute y expulsa nos dan asco. Nuestro interior nos da asco, por eso hemos metamorfoseado nuestra materia en un espacio corporal aséptico, bienvenidos al Disney de la carne. Esta es la ridícula solución provisional a la que nos hemos agarrado, la que plastifica la piel para negar el tiempo y la enfermedad. Somos herederos de una tradición que asquea la realidad corporal, que separa quirúrgicamente la podredumbre de la razón. Somos presos de todo tipo de dualismos materia-alma, naturaleza-cultura, mujer-hombre que hemos aprendido como verdades irrefutables desde la fe y la filosofía; así prendados de la idea platónica del alma quedamos atrapados en un mundo sin extensión,


hologramas de una vida incompleta, seres descarnados y creíamos “divinos”. Pero eso era entonces…. Ahora cerramos la escotilla desde el otro lado, temerosos del virus invasor de la conciencia, hemos construido sofisticados mataderos del yo, del nosotros. Entregamos fácilmente nuestra alma para convertirnos en zombis, carne desposeída. Alegres víctimas no inocentes en procesión hacia el Gran Sacrificio intercambiando plenitud por un simulacro acharolado. Pero está bien, nos decimos. Está bien, convencidos de estar viviendo un borrador, la previa a un partido decisivo. Y sin embargo somos esa carne que despreciamos por su gravedad y por ser recuerdo constante de la única certeza que quisiéramos olvidar. Somos esa carne de la que cuelga un reloj como una argolla y que va desprendiendo su lastre a diario, allí quedan las escamas entre las sábanas de nuestra cama (constato admirada cada mañana cuánta muerte había en mí ayer). Carne embutida en una idea de nosotros

que nos constriñe y que nos libera a veces. Un cuerpo que ha aprendido a vivir. Proponemos una terapia de choque: proponemos un espejo que nos devuelva una imagen apropiada de nosotros y del mundo que habitamos. Y una estrategia táctil de reapropiación, seguros de que no podremos ignorar lo que ya hemos tocado y manipulado. Proponemos descubrir que no somos ángeles incorpóreos sino materia hecha verbo, materia que huele, suda, materia corrompible, materia que piensa, materia que ama. Somos Carne, carne torturada, clasificada, marcada, carne que se embota y se consume. Pero además seres encarnados que aman. Carne que ama. Eva Lavilla Rey

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Aquí y ahora

El brillo trepanó azul

Pero aquí y ahora, ya no hay ojos que contemplen la línea de aquel horizonte entre el azul y el blanco del invierno.

Cuando aquel brillo trepanó azul

Aquí ya es todo soledad y ausencia, hueso enterrado, caminos sin herradura y calles que no escuchan el balido de la oveja ni el mirlo inquieto que va de la chimenea a la teja. El ser no es aquí. Oquedad tras todos los adobes cansados y el río, desamparado por la azada, vuelve a sus fueros de antaño y el jilguero no tiene oídos para el canto. Aquí huyeron los tiempos. Me lo dice el dolor de esa pared despanzurrada, que enseña todos los restos de memoria en sus entrañas. Nadie conoce aquí un presente, tras huir la palabra. Silvano Andrés de la Morena Del libro La línea del tiempo

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el gozne de tu vientre, las estrellas cansaban el camino entre el caucho del asfalto. Todo soledad en el silencio blanco del neón, de poco sirvió el grito de mi voz medrosa. Tu mano buscaba, entre la sangre que soñaba libertad, recta el auxilio de una mano. Solos, sin ladridos de perros a lo lejos, miramos nuestras caras amarillas, con la rabia de las palabras que se ignoraban en la niebla del brillo azul en el asfalto. Silvano Andrés de la Morena del libro “Cuchillos de mudanza”


In memoriam

Memoria, es la palabra que mejor define el espacio asolado por el tiempo y el olvido de moradores fugados, que obligados por nuevas realidades, dejaron al libre destino los designios de este espacio cárnico. Las albas y silenciosas salas son un canto a la decrepitud, a la fugacidad del tiempo, a la nueva comprensión del concepto de la vanitas en nuestro siglo XXI.Vanitas vanitatis, vanidad de vanidades, término cuya hermenéutica se pierde en realidades superficiales, analogías eternas entre el pasado y el presente. La vanidad del progreso ha desocupado este lugar, donde otrora hedores de muerte ni siquiera presagiaban su muerte misma. Sin embargo, el verdadero significado de la vanitas es el recuerdo de la fugacidad y los límites existenciales, por lo que el tiempo es protagonista inexorable cual parca del destino que en cualquier momento corta el hilo y, súbito, todo se desvanece, esgrime el aliento de la vida. La actividad cesa, las voces tornan súbito murmullo,

silencio, tan solo roto por los impremeditados y caprichosos pasos de quien burla turbar la paz de este lugar anónimo. El viento discurre entre corrientes que con sus aleatorios bamboleos generan estruendos que estremecen rompiendo los solitarios y rítmicos sonidos de las pisadas de un visitante eventual, de un aventurero que busca rescatar por un momento el recuerdo del viejo matadero. Sólo recuerdo, inútil rescate de un espacio que está sentenciado por la triada del destino y por el hombre mismo. El abandono es metáfora de la materia, su vetusta utilidad torna analogía de su futuro, es imagen de una destrucción irremediable, realidad sin retorno. La rudeza y fuerza de su antiguo tejido industrial se desmorona bajo el espectro del abandono. Los hedores de sangre tornan cemento convertido en su propia defunción. Deceso romántico como aquel que profesaba John Ruskin, quien promulgaba la belleza de la decrepitud y el fin de una muerte anunciada, pues una arquitectura como el hombre nace, se desarrolla y se extingue. Parece que 13


la justicia poética se ha hecho eco de este espacio. El matadero muere, y poco a poco, cambiante por la acción inconsciente de plurales acciones inconexas, muta y se desmorona lentamente, como las palabras sin lector caen en el olvido, como el silencio roto por vidrios que se resquebrajan, como los papeles de archivos derribados vuelan sin sentido, como las cuerdas se balancean cual reloj que ha comenzado su marcha atrás... ¡Oh, cruda realidad! Nada es eterno. De nuevo la muerte se muestra alegoría de la única eternidad, la rueda del mundo que nunca perece. Y así, entre grafitis, desconocidos invitados a la última cena, las sombras refuerzan el ambiente metafísico que desprende el espacio, blanco, abandonado, espíritu tétrico que aún se respira entre las salas decadentes, recrean un órfico ambiente en continua noche, donde el blanco torna oscuridad y el negro manifiesta el patetismo de la muerte. La sombra que en otras ocasiones es doble de la realidad, se convierte en espectro e incertidumbre, imagen universal y ex14

presionista, eco de una existencia pasada y olvidada, espejismo fantasmagórico del hoy que no atisba su futuro. Sin embargo, este ambiente dantesco, en apariencia carente de caminos, encuentra su luz en la expresión estética de la obra de Paye, Enrique, Javier y Diego, quienes dejan su impronta en efímeras intervenciones arrojadas a un futuro incierto. Sin embargo, su obra resucitará a este espacio en cada persona que lo observe y lo sienta, que lo recuerde y oníricamente traslade sus sentimientos por un momento a épocas de ferviente actividad. Sus imágenes son esas nuevas vanitas del siglo XXI, membranzas del ayer, ecos del mañana. Así, la alegoría de la muerte, el desvanecimiento irreversible, decae en pro de la resurrección de su memoria. Y de este modo, cada vez que apreciemos y sintamos su obra, dejándonos empapar por la frescura de su juventud, pensemos: per semper, in memoriam,“Carne: materia prima”. Iván del Arco Santiago


El libro del olvido III Cada noche se acerca a un estanque y ese estanque es distinto cada día. El cielo se ilumina de repente y tiembla. Ve su rostro reflejado en un agua clara y cristalina mas no se reconoce.

lo acepta y así se duerme, arropada quedamente en su tristeza, silenciosa y blanca y luminosa como el mármol, lo acepta, lo olvida, se duerme y no vuelve a soñar nunca más. Francisco José Francisco Carrera.

Cierra los ojos y sueña dentro del sueño, sueña que no es capaz de soñar. Es el vacío lo que sueña, es la nada. Al abrir los ojos el estanque se ha secado y su vida, su eterna, incierta vida se oscurece de repente y ya no tiembla, 15


No le sonrías nunca

Su vida -sus recuerdoses una colección de postales insulsas, instantáneas de un tiempo inexistente, frustraciones a todo color, recuerdos de lugares, poses, días encerrados en las dos dimensiones - trece por dieciocho de su cerebro plano. Julián Alonso

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Espacios vacios

El Espacio sólo existe cuando hay algo que lo ocupa, y que permanece en él. El espacio en si es una entelequia, un presupuesto, el lugar donde se ha de conjugar el verbo ser. Pero este verbo es, a su vez, la identidad que se realiza con otros verbos. Se es-algo, y ese algo es otro verbo, se es trabajador, se es orante, se es viajero…por tanto no se es ser-puro sino ser-actor. Las fábricas se convierten es espacios privilegiados, en testigos eternos de verbos eternos que transforman la sustancia bruta destilando vida. A través de sus puertas entraron obreros, seres también definidos por su acción, por su humanidad. A través de los ventanales la luz pasa a formar parte de la materia trabajada. Son construcciones imposibles, templos alquímicos de fuerza y oro de manera que la eternidad del metal noble es el en-si de la fábrica, que graba la vida de una comarca concreta. Se ha convertido en algo más que en un edificio, es la expresión plástica de expe-


riencias humanas. Es la metamorfosis de la oxidación como cambio de sustancia interna. El abandono es la desaparición de ese Ser que da ser al espacio. Este alejamiento de ese ser no implica la desaparición del espacio, pero lo transfiere a otro tiempo verbal: el pretérito, entonces es cuando decimos “esto fue una iglesia”, “esto fue una estación”, “esto fue una fábrica”…el pretérito es tan fuerte que marca de identidad eterna al espacio, le da nombre y le lleva a un nuevo presente: la antigua fábrica, la vieja estación…El abandono es el vaciamiento interno, el extrañamiento, la alienación, el sin sentido. Como el amante que es abandonado y experimenta el vacío y el vértigo de la eterna soledad, así los edificios parecen derrumbarse en espíritu. Y en cuanto humanos nos resistimos a ello, queremos ver a través de sus paredes, y contemplar su contenido verbal, de vida de dynamis de acción perpetua. Descubrimos que los espacios y los tiempos van uniéndose en constantes

intersecciones, haciendo eternos bucles. Que el no-ser, al igual que el Ser no es algo abstracto, sino que se realiza en una realidad material, porque el espíritu no es más que una manifestación, una irradiación de la materia. Ulises Faragüit.

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Arte y fábrica

El arte puede servir a propósitos variados. Puede aspirar a construir refugios y defensas contra una realidad a menudo amenazante, a ensamblar un cielo protector en el que sea posible olvidarse de lo oscuro. Tenemos así un arte tranquilizador, como un medio amable y suave en el que abandonarnos a la ensoñación o la ternura. Sí, La realidad es siempre excesiva. Pero, tarde o temprano, el arte tiene que empeñarse en lo indecible , es decir, en la tentativa de mirar realmente cómo aparecen las cosas ante nosotros, como se reúnen en constelaciones que comúnmente evitamos atender, y cómo cada una de ellas desafía realmente nuestra capacidad de soportar. En este sentido, el arte no construye paraísos artificiales, sino que más bien es capaz de arruinarlos para arrojarnos la oportunidad de mantener la mirada ante lo que siempre esta ahí, ante el mundo en su materialidad escandalosa, ante nuestra 18

vida tan frágil en él, nuestra vida siempre inferior a la que las teorías filosóficas, las promesas políticas o las películas de Hollywood a menudo quieren darnos. La vida del más mundano de todos los seres –porque eso somos al fin y al caboambiciona en el arte más mundo. La aportación del proyecto coral “latidos del olvido” ha de entenderse de esta manera, como una plasmación de la ambición por sumergirse en lo real, aunque sea a veces insoportable; una intervención que, lejos de debilitar la presencia del mundo, nos ofrece la experiencia del arte como una intensificación de la realidad, tal y como gustaba de decir Nietzsche. El paisaje de abandono en el que nos introducimos es el escenario de una batalla hace tiempo entablada y perdida. Es la fábrica, el lugar por antonomasia de lo moderno. El marco en el que el trabajo se transformó en una guerra, en una llamada desesperada a la movilización total de todas las fuerzas y todas las vidas, en la epifanía de una economía que en el siglo XX tomó el casi


exclusivo avatar de economía de guerra y se apoderó de todos los recursos con el único imperativo de la producción. Todo es procesado en la automática actividad fabril. En este espacio casi solemne, el de una industria cárnica abandonada, los azulejos blancuzcos despiden un breve fulgor entre la inmundicia; por todas partes, restos indistintos de instrumentos, de herramientas, de albaranes y anotaciones escrupulosas, de cosas que se usaron en una lucha en ocasiones atroz, en ocasiones monótona y tediosa. En el desamparo se esparce desordenado todo lo que un ejército empleó, todo lo que gastó, todo lo que dejó precipitadamente atrás en su retirada inesperada y caótica. Queda el paisaje de una batalla, el marco en el que ya sólo es posible adivinar sombras terroríficas, o dolientes, o gestos desesperados de espectros que siguen trabajando, que siguen siendo reclutados por las mañanas en un llamamiento que no termina ni siquiera con la muerte y se repite como la muerte. Las figuras arrancadas al silencio de los azulejos están

trazadas con sobriedad, con contención, con la disciplina de no deslizarse hacia el sentimentalismo, sólo apuntando lo que no puede callarse ni ocultarse; sobre el pálido soporte de lo que fue un matadero se esbozan cuerpos en tensión detenida, contorsiones y movimientos cristalizados, acciones corporales atrapadas en su sola ejecución y sin la esperanza de llegar ya nunca a fin alguno. Esas imágenes convocadas en negro tienen el poder y la memoria de una belleza, pero de una belleza desolada, sin azúcares, como la evocada por Rilke al comenzar sus “Elegías de Duino”: una belleza que es anuncio de lo terrible. Borja Lucena Góngora,

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