Francisco Ruiz Herrera
La Mezquita Aljama de C贸rdoba La fe, la religi贸n isl谩mica y la historia omeya se hacen templo y arte arquitect贸nico
LA MEZQUITA ALJAMA DE CÓRDOBA La fe, la religión islámica y la historia omeya se hacen templo y arte arquitectónico
No tenemos tanta necesidad del apoyo de los amigos como de la confianza en su ayuda (Del Gnomologio vaticano)
S
on muchos los amigos y conocidos que tras nuestras visitas a la Mezquita de Córdoba me han animado en numerosas ocasiones a documentar y escribir mis explicaciones sobre el templo, y a los que agradezco su entusiasmo y confianza en la idea. Pero quiero agradecer aquí a Pedro Bermejo, amigo, por su esfuerzo y talento en maquetar las fotografías reproducidas en el contenido gráfico de este libro, y que realicé sobre la Mezquita como apoyo metodológico en las modestas clases, germen de este trabajo, que sobre el tema impartí a mis compañeros, alumnos del Círculo Románico de Madrid. También mi agradecimiento a mis amigos, Cristina Cardeñoso y Vicente Somoano por su ofrecimiento en la tediosa, paciente y, no menos importante, prolija corrección de textos, sugerencias y modificaciones sintácticas que tan acertadamente han llevado a cabo. Juanjo Tomé ha suplido mis carencias de conocimientos y medios informáticos en la confección de ficheros (tarea que no obstante ya le viene de largo) e impresión de borradores. Gracias, Juanjo. También mi reconocimiento a Javier Lerín y Alvaro Alvarado, autores del diseño gráfico, en que ha trascendido su profesionalidad para identificarse de manera particular con un compromiso estético. Impresos Izquierdo, en las personas de Mari Ángeles y César Izquierdo, con su vocación, entusiasmo, amistad y buen hacer han tenido la desinteresada responsabilidad de la coordinación y producción gráfica de este libro. Desde nuestra común afición taurina y desde dentro, ¡va por vosotros! Y… a mi mujer, por su silencioso apoyo durante las largas horas de estudio y redacción, y sus sosegadas prisas en la finalización de este trabajo, desde la callada confianza en que haga disfrutar a propios y extraños.
Francisco Ruiz Herrera
LA MEZQUITA ALJAMA DE CÓRDOBA La fe, la religión islámica y la historia omeya se hacen templo y arte arquitectónico
MADRID 2015
LA MEZQUITA ALJAMA DE CÓRDOBA La fe, la religión islámica y la historia omeya se hacen templo y arte arquitectónico
© Francisco Ruiz Herrera, 2015 Edición no venal
Ilustraciones El mundo islámico. Esplendor de una fe. Robinson, F. (1979). Atlas culturales del mundo. Barcelona: Ediciones Folio, S.A. Historia. Vol. 18: La expansión del Islam. Montesano, M., Cardini, F., Alcoba, D. y Prat, J. (2013). Barcelona: RBA Contenidos Editoriales, S.A.U. National Geographic. Mahoma, la voz de Alá. Delcambre, A.M. (1989). Madrid: Aguilar S.A. de Ediciones. Fotografías Francisco Ruiz Herrera Ilustraciones de las guardas Inicial Alvaro Alvarado Final Javier Lerín Diseño y maquetación Javier Lerín y Álvaro Alvarado
Impresión Impresos Izquierdo, s.a.
Depósito legal M-35563-2014
Contenido
Introducción
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EL ISLAM, EL PROFETA MAHOMA Y LA MEZQUITA, TEMPLO MUSULMÁN I. El Islam II. El profeta Mahoma III. La mezquita, el templo musulmán
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LA MEZQUITA ALJAMA DE CÓRDOBA Presentación I. Precedentes II. Arte cordobés, emiral y califal III. Cronología y aspectos generales de la construcción de la Mezquita IV. Fachada occidental y Patio de los Naranjos V. Inicio de la construcción. Oratorio de ‘Abd al-Rahmän I VI. Construcciones de Hisäm I VII. Primera ampliación de la Mezquita en el emirato de ‘Abd Al-Rahmän II VIII. Muhammad I IX. Al-Mundhir X. Abd-Alläh XI. Intervenciones de ‘Abd al-Rahmän III XII. La ampliación de Al-Hakam II XIII. Almanzor XIV. Fachada oriental
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93 101 107 109 111 119 143 153
A modo de epílogo
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Glosario
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Bibliografía
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Introducción
O
frecer solo una visión artística de la Mezquita de Córdoba se realiza perfectamente mediante una publicación sobre Historia del Arte o una buena guía turística, pero ofrecer un panorama artístico del templo en un período tan complejo en el que fue construido requiere elegir entre varias opciones alternativas. Aquí he elegido la sistematización histórica y cultural, un discurso diacrónico, como la opción más conservadora desde el punto de vista de la síntesis, también la menos espectacular. Esta opción, en beneficio del rigor histórico y cultural ofrece la ventaja añadida de considerar que la mejor aproximación a las obras de arte es situarlas previamente en el espacio y en el tiempo, es decir, en el horizonte de la época y la sociedad que las hicieron posibles. Y así, la fe, la religión islámica, la invasión bereber en al año 711 de la península ibérica que culminó con la llegada en el 755 de ‘Abd al-Rahmän al-Däjil (el inmigrado) convertido después en ‘Abd al-Rahmän I, y la historia omeya, alcanzaron en el tiempo la realidad plena, una magnífica entelequia, que se concretó en la Mezquita de Córdoba.
El mensaje religioso y la expansión musulmana La religión y la fe del islam había empezado hacia el año 611 de nuestra era, cuando Mahoma, nacido en el 570 ó 571, hijo de ‘Abd Alläh, un mercader de La Meca dado a la contemplación religiosa tuvo una visión. Mientras dormía en una cueva solitaria de la colina de Hira, cerca de La Meca, se le apareció el arcángel Gabriel y le dijo: “Lee”. Mahoma se negó, y el arcángel lo agarró fuertemente casi ahogándole, hasta que Mahoma le preguntó: ¿Qué debo hacer? Entonces el arcángel le dijo: “Predica en el nombre de tu Señor, el que te ha creado. Ha creado al hombre de un coágulo. ¡Predica! Tu Señor es el Dadivoso que ha enseñado a escribir con el cálamo, ha enseñado al hombre lo que no sabía”. Este fue el primero de los numerosos mensajes que Mahoma recibiría de Dios. Inspirado por tales mensajes, Mahoma empezó a predicar a la población de La Meca, exhortándola a abandonar los numerosos ídolos que adoraba y a someterse al Dios único e indivisible. Mahoma ganó pocos seguidores, mientras que suscitaba una gran hostilidad. Por ello, él y sus partidarios se exiliaron en el año 622 camino del oasis de Yatrib, conocido después por la ciudad de Medina, al noreste de La Meca.
INTRODUCCIÓN
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empezaron, tal vez por caminos distintos, la conquista de lo que fue más tarde Castilla y León. Se ignoran los detalles de esta campaña, mero paseo militar, según algunos, y en la que según otros, los invasores encontraron gran resistencia. Müsà continuó hasta Oviedo habiendo saqueado Amaya y Astorga, mientras que Täriq penetraba en Galicia. Fue entonces cuando debido a intrigas de la corte de Damasco, fueron llamados a Siria por el califa para justificar presuntas irregularidades y abusos políticos cometidos. A partir de ahí, de ellos jamás se supo. La península quedó entonces bajo la autoridad de ‘Abd al-‘Aziz, hijo de Müsà, que conquistó en una expedición lo que hoy es Portugal, en el oeste, y Cataluña y Narbona, en el este. Fueron también sometidas Málaga, Elvira –actual Granada– y reconoció la independencia de Teodomiro –Todmir–, conde godo de Orihuela, Alicante, Mula y Lorca, a cambio de un tributo anual. Durante tres años pacificó Hispania y establecido en Sevilla se casó con la viuda de Rodrigo, Egilona, y sucesivamente con otras hijas de nobles a las que iba abandonando. Sin embargo, ‘Abd al-‘Aziz fue muerto por instigación de Ayyüb, uno de los principales miembros del ejército conquistador, debido a que Egilona le había aconsejado independizarse de la influencia árabe y asumir el reino ibérico. Otras versiones señalan que el gobernador ‘Abd al‘Aziz se había casado con una mujer goda llamada Umm ‘Äsim –nada tiene que ver con Egilona– y que, establecido en Sevilla, había sido asesinado por cinco árabes notables de al-Andalus que actuaban bajo las órdenes directas de Sulaymän, califa de Damasco, a quien enviaron la cabeza de su víctima. Esas fuentes subrayan que ‘Abd al-‘Aziz había sido asesinado mientras leía el Corán en la mezquita que él había construido junto a la iglesia en que había fijado su residencia. Los acontecimientos de los cuarenta años siguientes son bastante confusos y no se conoce con claridad qué pudo haberles sucedido a los miembros de las distintas élites locales en el transcurso de las generaciones posteriores a la conquista, dado que son pocas las referencias disponibles respecto de las condiciones en que pudo haberse concretado la realidad a largo plazo. Las conquistas materializadas entre los años 711 y 721 como las campañas que habrían de desarrollarse posteriormente en el sur y el oeste de Francia a finales de la década del 720 y principios de la de 730 fueron llevadas a cabo por un conjunto de fuerzas militares relativamente reducido. Ninguna de las fuentes disponibles de consulta señala en modo alguno que llegaran a España a lo largo de este período refuerzos reseñables. De manera similar, también la siguiente oleada de inmigrantes habría de ser de índole militar. En el año 741 algunas de las unidades que el califa Hishäm había mandado partir de Siria para aplastar las revueltas bereberes de Ifriqiya recibirían el encargo de ocuparse, al modo de un destacamento, de un brote de violencia similar surgido entre otros bereberes –en este caso los de la península de Tánger–. Sin embargo, tras la gran derrota encajada por las tropas que el califa había enviado a Ifriqiya, estas fuerzas, al mando de Balj ibn Bishir, quedaron aisladas en esa remota región occidental. Y dado que en al-Andalus ya se estaba produciendo otro levantamiento bereber de características parecidas, se llegó al acuerdo de poner los medios necesarios para permitir que los hombres de Balj ibn Bishir cruzaran el estrecho y combatieran a los bereberes alzados en España. Y una vez en la península, allí decidiría permanecer ese pequeño ejército, pese a las violentas escaramuzas que habrían de enfrentarles, primero a los bereberes, y más tarde a los descendientes de los conquistadores llegados en el año 711, que no querían verse obligados a entregar siquiera una mínima fracción de los despojos territoriales conseguidos para proporcionar acomodo a los recién llegados. 16
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Estos dos episodios (el de la invasión inicial del año 711 y el de la llegada del contingente sirio de Balj ibn Bishir a finales del 741) serán los dos únicos movimientos por los que al-Andalus habrá de recibir nuevos aportes de población a gran escala en todo el siglo VIII. Ni siquiera en el año 755, fecha en la que un refugiado omeya sirio llamado ‘Abd al-Rahmän atravesará el estrecho, procedente del norte de África, para ponerse al frente de otra revuelta –esta vez coronada con éxito– contra el último gobernante de alAndalus, se nos dirá que se hubiera presentado en la península en compañía de un amplio número de seguidores. Según parece, los respaldos con los que contaba procedían fundamentalmente de los contingentes que se habían asentado en España en el año 741, procedentes de su Siria natal. De hecho, tras la llegada de Balj ibn Bishir y de sus tropas, el siguiente impulso migratorio de cierta importancia que registran las fuentes conocidas es el vinculado con una nueva oleada de colonos bereberes a los que los gobernantes omeyas invitarán a venir a al-Andalus a finales del siglo X. En ese territorio, al-Andalus, conquistado cuarenta y cinco años antes, ‘Abd alRahmän ibn ‘Abd al-Mawiya ibn Hishäm, se proclamó emir con el nombre de ‘Abd al-Rahmän I, fundando la dinastía omeya de Córdoba. Sus sucesores se mantuvieron en el poder casi tres siglos, algo inédito en un territorio en que hasta entonces no había conocido una dinastía tan estable. A partir de ‘Abd al-Rahmän III, llegaron incluso a asumir el título de califas, reclamando así la dirección espiritual de toda la comunidad musulmana. Doscientos setenta y cinco años después, un lejano descendiente de ‘Abd al-Rahmän I, era expulsado de Córdoba con la prohibición expresa de no poner los pies en la ciudad. En otoño del año 1031, después de interminables luchas fratricidas, el último de los califas de Córdoba, un bisnieto de ‘Abd al Rahmän III, llamado al-Mu’tadd, acaba de ser destituido por la gente de la ciudad que ha saqueado una vez más el alcázar, asiento durante generaciones del poder omeya y lugar en cuyo interior habían sido enterrados los sucesivos emires y califas de la dinastía omeya. Otro miembro de la familia se instala entre los restos del alcázar saqueado y ruega en vano ser proclamado califa a quien quiera escucharle. Pero ya los notables de la ciudad han decidido que no permitirán el nombramiento de un nuevo omeya y que todos los miembros de la familia deberán abandonar la capital del reino. Mientras espera la ejecución de esta orden, el ya depuesto al-Mu’tadd se refugia en la cercana Mezquita con su familia, teniendo entonces lugar la conmovedora escena que nos ha llegado así: Uno de los custodios de la aljama contó que lo primero que pidió… fue que le trajeran un pedacito de pan con que aplacar el hambre de una niñita suya que llevaba en brazos y cubría con sus mangas (protegiéndola) del frío de aquella noche y que se quejaba de hambre desconcertada de lo que la rodeaba. Aumentó su preocupación y pidió una lámpara para entretenerse a su luz con sus mujeres. Hacía llorar al que le hablaba, considerando las vicisitudes de la suerte… Es difícil imaginar un escenario más apropiado para el episodio final del drama. La Mezquita de los Omeyas de Córdoba, auténtico lugar de la memoria de esta dinastía, ampliada y retocada por todos sus gobernantes, se convierte en refugio de un desahuciado miembro de la familia que no tiene ni un mendrugo de pan con que aplacar el hambre de su hija y que se lamenta de su suerte a la luz de una tenue lámpara en un edificio que en la época del esplendor del califato se nos dice que por las noches estaba iluminado como si del pleno día se tratara.
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El Islam, el Profeta Mahoma y la mezquita, templo musulmรกn
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I. El Islam
Raíces bíblicas de la religión islámica La fundamental importancia que Abrahán tiene para la historia, la piedad y la teología de judíos, cristianos y musulmanes es incontrovertible, reflejándose con singular relieve tanto en el primer libro de la Torá, como en los Evangelios y en el Corán. Abrahán es el patriarca común de “Las gentes del libro”. Abram, al que Yahvé cambia el nombre por Abraham, significado de “padre de muchos pueblos” es, según los textos de la Torá, el iniciador y fundador del pueblo de Israel. Según la Biblia, además, es el patriarca espiritual de los cristianos y, según el Corán el padre biológico de todos los árabes. Abrahán vivió a principios del segundo milenio a.C. Descendiente de un clan politeísta establecido en Ur de Caldea, recibió de Yahvé la orden de abandonar su patria y dirigirse a una región desconocida que habría de convertirse en la Tierra Prometida. Tras una breve estancia en Egipto se estableció en Canaán con su mujer Sara y su sobrino Lot. Allí estableció una alianza con Yahvé y éste le prometió la tierra para él y su descendencia. Dice el libro del Génesis, 16 (1-16): Sarai, la mujer de Abram, no tenía hijos. Pero tenía una esclava egipcia, de nombre Agar, y dijo a Abram: “Mira, Yavé me ha hecho estéril; entra, pues, a mi esclava, a ver si por ella puedo tener hijos”. Escuchó Abram a Sarai. Tomó, pues, Sarai, la mujer de Abram, a Agar, su esclava egipcia, al cabo
de diez años de habitar Abram en la tierra de Canán, y se la dio por mujer a su marido Abram. Entró éste a Agar, que concibió, y viendo que había concebido, miraba con desprecio a su señora. Dijo, pues, Sarai a Abram: “Mi afrenta sobre ti cae; yo puse mi esclava en tu seno, y ella, viendo que ha concebido, me desprecia. Juzgue Yavé entre ti y mí. Y Abram dijo a Sarai: “Mira, en tus manos está tu esclava, haz con ella como bien te parezca”. Corrigióla Sarai, y ella huyó de su presencia; la encontró el ángel de Yavé junto a la fuente que hay en el desierto, camino del Sur, y le dijo: “Agar, esclava de Sarai, ¿de dónde vienes y adónde vas?”; y le respondió ella: “Voy huyendo de Sarai, mi señora”. “Vuelve a tu señora –le dijo el ángel de Yavé– y humíllate bajo su mano”; y añadió: “Yo multiplicaré tu descendencia, que por lo numerosa no podrá contarse. Mira, has concebido y parirás un hijo, Y le llamarás Ismael, Porque ha escuchado Yavé tu aflicción. Será un onagro de hombre; Su mano contra todos, y las manos de todos contra él. Y habitará frente a todos sus hermanos.” Dijo Agar a Yavé, que le había hablado, el nombre de Atta-El-Roi, pues se dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve? Por eso llamó al pozo Ber-Lajai-Roi. Parió Agar a Abram un hijo, y le dio Abram el nombre de
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Ismael. Tenía Abram ochenta y seis años cuando Agar le parió a Ismael. Una vez más Yahvé se apareció a Abrahán bajo la forma de tres hombres que le anunciaron el próximo nacimiento de un hijo a pesar de la avanzada edad de los cónyuges, Abrahán ya centenario y Sara, nonagenaria. Este hijo, Isaac, fue el hijo prometido, el heredero de la alianza eterna con Yahvé y el testimonio de su permanencia. Ismael “–Dios escucha y responde–” fue el patriarca antepasado epónimo y padre espiritual de doce grupos o tribus árabes de Transjordania y norte de Arabia descendientes de él. Junto con Isaac fue depositario de la promesa divina de extraordinaria fecundidad y descendencia: Y dijo Abraham a Dios… También te he escuchado en cuanto a Ismael. Yo le bendeciré y le acrecentaré y multiplicaré muy grandemente. Doce jefes engendrará, y le haré un gran pueblo;… Tomó, pues, Abraham a Ismael, su hijo, y a todos los siervos, los nacidos en casa y los comprados, todos los varones de su casa, y circuncidó la carne de su prepucio aquel mismo día, como se lo había mandado Yahvé… En el mismo día fueron circuncidados Abraham e Ismael, su hijo, y todos los varones de su casa, los nacidos en ella y los extraños comprados se circuncidaron con él. Génesis, 17 (18-27). Ismael recibe mediante la circuncisión el signo de la alianza con Dios antes que Isaac. Al igual que Isaac, salvado de morir en holocausto sobre el altar, también Ismael gozó de la especial protección divina: Y vio Sara al hijo de Agar, la egipcia, el que había ella parido a Abraham, burlándose; y dijo a Abraham: “Echa a esa esclava y a su hijo, pues el hijo de una esclava no ha de heredar con mi hijo, con Isaac”. Muy duro se le hacía esto a Abraham por causa de su hijo; pero le dijo Dios: “No te dé pena por el niño y la esclava; haz lo que te dice Sara, que es por Isaac por quien será llamada tu descendencia. También al hijo de la esclava le haré un pueblo, por ser descendencia tuya”. Se levantó, 22
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pues, Abraham de mañana; y tomando pan y un odre de agua, se lo dio a Agar, poniéndoselo a la espalda, y con ella al niño, y la despidió. Ella se fue, y anduvo errante por el desierto de Berseba. Se acabó el agua del odre, y echó al niño bajo un arbusto, y fue a sentarse frente a él a la distancia de un tiro de arco, diciéndole: “No quiero ver morir al niño”; y se sentó enfrente del niño, que lloraba en voz alta. Oyó Dios al niño, y el ángel de Dios llamó a Agar desde los cielos, diciendo: “¿Qué tienes Agar? No temas, que ha escuchado Yahvé la voz del niño que aquí está. Levántate, toma al niño y tómale de la mano, pues he de hacerle un gran pueblo”. Y abrió Dios los ojos a Agar, haciéndole ver un pozo, adonde fue y llenó el odre de agua, dando de beber al niño. Fue Dios con el niño, que creció y habitó en el desierto, y de mayor fue arquero. Habitó en el desierto de Farán y su madre tomó para él mujer de la tierra de Egipto. Génesis, 21 (9-21). A pesar de las circunstancias de la expulsión ésta no hizo perder a Ismael afecto para con su padre como se ve en Génesis, 25 (8,9): Expiró y murió Abraham… Isaac e Ismael, sus hijos le sepultaron en la caverna de Macpela, en el campo de Efrón, hijo de Seor, el jereo, frente a Mambré. Vivió Ismael ciento treinta y siete años, y expiró y murió yendo a reunirse con su pueblo. Sus hijos habitaron desde Evilá hasta el Sur, que está frente a Egipto, según se va a Asiria, frente a todos sus hermanos. Génesis, 25 (17,18). Con su concubina Quetura también Abrahán se convierte en ascendiente de dieciséis tribus árabes que habitaron a lo largo del desierto desde Siria hasta el mar Rojo. Volvió Abraham a tomar mujer de nombre Quetura… A los hijos de la concubina les hizo donaciones, pero viviendo él todavía, los separó de su hijo Isaac, hacia oriente, a la tierra de Oriente. Génesis, 25(1,6).
La palabra isläm en su sentido tradicional, como la usan los musulmanes, se refiere a la religión verdaderamente divina enseñada por Muhammad –Mahoma–, para ellos el último y más grande de los profetas, y su mensaje completa e invalida todas las revelaciones anteriores. Las tres religiones proféticas se hallan referidas al Dios uno, al Creador del universo y Dios de Abrahán. El judaísmo recibió su nombre de un pueblo, “Israel” y más exactamente, de la tribu de “Judá”. El cristianismo fue así denominado en alusión a su personaje central “Cristo” (Jesús de Nazaret). El nombre, del islam –del verbo árabe aslama, “rendir, someterse, entregarse”– confiesa a Dios en el sentido de rendición, sumisión, entrega a Él. Fe en el Dios uno (tauhïd), del verbo “declarar uno” (wahhada) derivado del sustantivo “uno, único” (wähid). Este es el dogma fundamental del islam. Al no distinguirse en árabe mayúsculas de minúsculas, la palabra isläm puede tener dos significados: • isläm, escrito así, con minúscula, significa la acción de someterse a Dios: “Vuestro Dios es un Dios único. ¡Sedle sumisos!”(al-sura –azora– del Corán). • Isläm, escrito con mayúscula, significa la religión de quienes ponen en práctica tal sumisión a Dios: “Dios atestigua que no hay dios sino Él… La religión, ante Dios, consiste en la sumisión” (al-sura –azora– del Corán). En el Corán siempre se alude a los creyentes en Dios como “musulmanes” (masculino, muslimün; femenino, muslimät), nunca “mahometanos” (el nombre del Profeta solo se menciona cuatro veces en el Corán). La imagen que hoy podría servir como símbolo típico de los judíos es el judío piadoso, en pie, con la Torá en las manos e inclinando repetidamente la cabeza ante el muro del Templo de Jerusalén; la de los cristianos, recogiéndose piadosamente en la celebración de la Eucaristía. La imagen típica de los musulmanes es la de su oración ritual postrados ante Dios con la frente apoyada en el suelo. Lo central para el islam no es un nuevo sistema social, ni una ideología política, ni una antropología ni siquiera una teología. Es más bien una entrega a Dios de carácter completamente práctico, tal y como se concreta en la oración, en la actitud de fe
y en determinados ritos y obligaciones. Así, por ejemplo, el “versículo del trono” (al-sura –azora– 2, 255) reza: El Dios, no hay dios, sino Él, el Viviente, el Subsistente. Ni la somnolencia ni el sueño se apoderan de Él. A Él pertenece cuanto hay en los cielos y en la tierra. ¿Quién intercederá ante Él si no es con su permiso? Sabe lo que está delante y detrás de los hombres, y éstos no abarcan de su ciencia si no es lo que Él quiere. Su trono se extiende por los cielos y la tierra, y no le fatiga la conservación de esto. Él es el Altísimo, el Inmenso.
Página del Corán en caracteres de escritura kúfica, así llamada por el primer centro de enseñanza islámica en Kufa (Irak). Middle East Photographic Archive, Londres.
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La fe y confianza en Dios es consustancial a la palabra Abrahán. Abrahán es modelo de creyente y por esa fe se entiende la superación de las pruebas a que se ve sometido por Dios: la expulsión de su hijo Ismael y el sacrificio de su otro hijo Isaac. Es esa fe y confianza la que inspira la religión islámica. Antes, incluso del mensaje de Mahoma existió entre los árabes un movimiento monoteísta de reforma (el politeísmo era muy común) referido a fe y confianza en Dios del Padre Abrahán. Sus seguidores, hanifes, –“los entregados a Dios”– se significaron como los seguidores o devotos del Dios único de manera que en el Corán se les asocia al concepto de “monoteísta musulmán”. Después de Moisés, Abrahán es el personaje bíblico que más veces se menciona en el Corán. En sus primeros capítulos, por así llamarlos, es presentado como una persona que lucha contra la idolatría de su padre Teraj y sus compatriotas por lo que se le identifica como portavoz de la verdad. En capítulos posteriores cobra protagonismo Ismael, quien ya había sido mencionado con anterioridad sin referencia directa a Abrahán y de quien descienden los árabes, a diferencia de los judíos, descendientes de Isaac y su hijo Jacob. Ismael apoya a su
padre Abrahán en levantar la Ka’ba o Kaaba en La Meca y convertirla en puro lugar de adoración monoteísta de Dios. El Corán llama a Abrahán, “amigo de Dios”, el representante de un monoteísmo inequívoco. Es la figura prototipo del rechazo de la idolatría que reprueba de forma radical como ofensa a Dios toda veneración de valores o personas terrenales; modelo de la salvación de la fe monoteísta e intercesor en la salvación de los justos. En el islam el monoteísmo estricto es verdaderamente designio y programa. Un único Dios sin par y sin acompañante alguno. Así, se afirma en el Corán: “Ni junto a Él hay Dios alguno. Si así fuera, cada Dios se iría con los que hubiese creado, y tal vez unos estuviesen por encima de otros”. Si existieran varios dioses, rivalizarían entre ellos y se disputarían esferas de influencia. Por ello, la lucha del profeta Mahoma se dirige primero contra el verdadero politeísmo, tal y como se hallaba extendido en especial entre los nómadas árabes, quienes desde tiempos inmemoriales aceptaban la existencia de toda una serie de dioses con más o menos el mismo rango. Es contra estas divinidades secundarias, sean del tipo que fueren contra las que se dirige la confesión
Representación alegórica de los siete artículos de la fe, en el casco de un barco (según Cragg): Creo en Dios, en su ángel, sus libros y sus profetas, el último día, la predestinación, el bien y el mal, y la resurrección después de la muerte.
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Panel ornamental de un Corán del siglo XVI. British Library, 1405, folio 400a.
de fe islámica que, formulada más precisamente diría: “No hay divinidad (iläh) sino el Dios (Alläh)”. Alläh es una contracción de al-iläh (la divinidad); no es un nombre propio como Zeus, sino un apelativo como theös. Además, los musulmanes –a diferencia de los judíos, quienes solo tardíamente comenzaron a evitar, por respeto, el nombre “Yahvé”– no tienen el más mínimo problema en pronunciar directamente el nombre Alläh. Al contrario, todo el uso que se haga de él será poco; de ahí que, incluso en la actualidad, aparezca en todo tipo de nombres como Abd-alläh (“siervo de Alá”) o en expresiones como in sä’alläh (“si Dios quiere”), de uso frecuente en el día a día o en la vigorosa y contundente profesión de fe “No hay dios sino el Dios” –lä iläha illä lläh–.
El Corán El Corán, palabra derivada del siríaco, qeryana, significado de salmodio, lectura en voz alta, predicación, es el libro sagrado que constituye el punto central del islam. Se trata de un libro vivo que se recita continuamente por los musulmanes en voz alta, en público; Qur’an procede del verbo qara’a –leer en voz alta, leer en público, recitar– y pretende transmitir al fin las revelaciones hechas a Mahoma de la palabra de Dios. Se trata de un libro coherente y homogéneo transmitido por un único profeta, Mahoma, que se ordena atendiendo a su extensión en ciento catorce secciones o capítulos que reciben cada una el nombre árabe de süra, suwar en plural, traducidas por sura o azora. Cada azora se divide en äya, plural ayat, traducidas por aleya. Esta voz, de ascendencia hebraica –ot– tenía en la época de Mahoma un sentido sumamente vago pues tanto significa señal, milagro o prodigio, como versículo. Por esta razón deberíamos entender en el contexto en que se encuentra la palabra aleya, como versículo. Con sus seis mil seiscientas sesenta y seis aleyas es el Corán la obra árabe más antigua en prosa. En el nombre de Dios (bi-smi-lläh), el Clemente (ar-rahmän), el Misericordioso (arrahim). La alabanza a Dios, Señor de los mundos. El Clemente, el Misericordioso.
Dueño del Día del Juicio. A Ti te adoramos y a Ti pedimos ayuda. Condúcenos al camino recto, camino de aquéllos a quienes has favorecido, que no son objeto de tu enojo y no son los extraviados. Con esta sura o azora comienza el Corán. Designada con varios nombres es conocida comúnmente por al-fätiha, “la abriente”, “la que inicia el texto”, con la que regularmente comienza también la oración canónica de los musulmanes. Y dice la azora 2: En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Ese libro, no hay duda en él, es más guía para los piadosos, quienes creen en lo desconocido, asisten a la oración y que, de los bienes que les dimos, gastan en limosnas; quienes creen en lo que te fue revelado, en lo que fue revelado con anterioridad a ti y en las postrimerías; ellos están convencidos. Esos están en el buen camino que conduce a su Señor, esos serán los bienaventurados. Las anteriores suras contienen las enseñanzas básicas del Corán. La unidad y unicidad de Dios, el origen y sustentador de todo lo creado, guía de la vida, norma como verdad de la fe auténtica, posibilidad verdadera de la superación, pauta ética de actuación, fundamento permanente del derecho islámico y alma de la oración islámica. El Corán, como fuente de instrucción es complementado por los hadïth –relatos– nombre que se da a una recopilación de actos y palabras del Profeta que primero fueron transmitidos oralmente y luego puestos por escrito. El Corán y los hadïth forman la base de la sharï’a o Ley de Dios, un cuerpo elaborado por sucesivas generaciones de juristas y teólogos para conseguir el nivel de conocimiento más intelectual y religioso de los creyentes así como la expresión más completa del carácter de la civilización islámica. A diferencia de otros sistemas legales, la sharï’a no se basa esencialmente en los actos legislativos de los gobiernos,
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Suras del Corรกn. Manuscrito iluminado de 1389. Bayerische Staatsbibliothek, Munich.
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aunque las decisiones del Profeta y de los que gobernaron la comunidad islámica después de él, tal y como las ha transmitido la tradición, han contribuido de forma importante a su desarrollo. Su fuente, a ojos de los musulmanes, es la revelación, manifestada a través del Corán y los hadïth y ampliada e interpretada después por los juristas sirviéndose para ello de métodos contrastados de razonamiento e interpretación. La sharï’a abarca todos los aspectos de la vida pública y privada de los musulmanes. En algunas de sus estipulaciones, sobre todo las relativas a la propiedad, el matrimonio, las herencias y otros asuntos de categoría personal, constituye un código legal normativo que debía ser obedecido e impuesto por la sociedad; en otras, en particular las prescripciones políticas, se trata, más bien, de un sistema de ideales a los que los individuos y la sociedad debían aspirar y esforzarse para conseguir. Los eruditos musulmanes dividían la ley en dos partes principales: una, relativa a la mente y el corazón de los creyentes, es decir, un conjunto de dogmas y doctrinas aplicables a la moralidad individual, y otra sobre actos externos en relación con Dios y con el hombre, o sea, con elementos de derecho civil, penal y constitucional. El objetivo de estas dos partes consistía en definir un sistema de deberes cuyo cumplimiento permitiría al creyente llevar una vida recta en este mundo y prepararse así para el otro.
• diablos o demonios (sayätin); inducen al mal en general o “el Mal” (as-saitän) Satán, también llamado diablo (iblis). • genios (yinn); un inmenso conjunto de fuerzas naturales localizadas, que nacidas del fuego, son seres intermedios entre los hombres y los ángeles. Ser musulmán significa, sobre todo, proclamar la confesión de fe en Dios y en su Enviado. Tras la profesión de fe, el segundo deber (fard) principal del musulmán es la oración (salät) de marcado carácter ritual. Esta práctica ritual diaria puede realizarse en la casa, en la mezquita o en cualquier lugar donde se encuentre el fiel. Otra clase de oración personal es la du’ä, oración personal, espontánea, no limitada por reglas o rituales de ningún tipo. La oración obligatoria, el salät, que se debe realizar cinco veces al día constituye el acto de devoción
Los elementos estructurales o pilares del islam En la estructuración de la observancia y práctica religiosa son cinco las obligaciones que pasan por ser las centrales para el musulmán y que determinan, ordenan y caracterizan su vida. El primero de estos pilares (arkän) lo constituye el testimonio o profesión de fe (sahäda) en el Dios Uno, Creador y Juez todopoderoso y clemente, y en Muhammad –Mahoma– su profeta, siendo el mínimo imprescindible a que ha de someterse el creyente. No obstante, esta fe en Dios conlleva también otra basada en seres espirituales sobrehumanos: • ángeles (malä’ika); mensajeros de Dios y sobre todo, Gabriel, el portador de las revelaciones al profeta Mahoma.
Oración en la mezquita, óleo de Gérôme. Mathaf Gallery, Londres.
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específicamente islámico y rito fundamental de esa comunidad. Parece que Mahoma realizaba la oración tres veces al día, dos a lo largo del mismo y una por la noche; más tarde se introdujo una tercera oración diurna y posteriormente otra hasta llegar a las cinco actuales. Condición imprescindible para la oración es la purificación del cuerpo (tahúr) de toda clase de impureza que entiende el musulmán (necesidades fisiológicas, relaciones sexuales, menstruación, suciedad de cuerpo…), purificación que el creyente realiza personalmente, aunque al fin, más que una prescripción higiénica, se trata de una purificación espiritual de la persona que va a ponerse en la presencia de Dios. Se lleva a cabo mediante el lavado o ablución (wudü) que puede ser mayor, consistente en un baño o ducha, o menor: lavar las manos hasta las muñecas, interior de la boca, nariz, rostro y otra vez manos hasta los codos, tres veces; frotar y enjuagar cabeza desde la frente hasta la nuca, finalizando con tres enjuagues desde los pies hasta los tobillos. Efectuada la ablución, el creyente debe elegir un lugar limpio y ponerse de pie orientándose hacia La Meca. Mediante genuflexiones para tocar el suelo con la frente, las palmas de las manos y los antebrazos en sucesivas postraciones, comienza la oración con una declaración de intenciones (nïya), subrayando que la oración se dirige solo a Dios, así como con las palabras Allähu akbar, “Dios es el más grande”. Continua rezando la primera azora del Corán, “A Ti te adoramos y a Ti pedimos ayuda…” para finalizar con loas y alabanzas a Dios. Un muecín o almuédano (mu’addin) adscrito a una mezquita realiza el llamamiento (adän) o convocatoria pública a la oración: fayr –al amanecer, cuatro horas y treinta y un minutos-; dhur –mediodía, trece horas y ocho minutos- ; asr –por la tarde, dieciséis horas y cinco minutos-; maghrib –inmediatamente después de ponerse el sol, diecinueve horas y cuarenta y un minutos-; isha –en la noche, veintiuna horas y cuatro minutos–. Son varias las fórmulas de llamada a la oración; la canónica más común a través de repeticiones es: Dios es el más grande (cuatro veces) Doy testimonio que no hay más dios que Dios (dos veces) Doy testimonio de que Muhammad es el mensajero de Dios (dos veces) 28
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Acudid a la oración (dos veces) Acudid a triunfar (dos veces) Dios es el más grande (dos veces) No hay dios sino el Dios. Fue el ex esclavo Bilar el primero que desempeñó el papel de muecín. Al salät obligatorio pertenece la oración colectiva, comunal u oración semanal del mediodía de los viernes realizada en la mezquita. Se trata de un acto litúrgico en el que se predica un sermón (jutbá) de carácter exhortativo seguido de un laudatorio o sermón descriptivo. Aunque revestidos de ritual, en la actualidad adquieren en ocasiones un marcado cariz político. Esta oración fue introducida por Mahoma durante su estancia en Medina y aunque en origen se entendía el viernes como día de reunión, no era solo reunión para dar culto a Dios ya que ese día solía ser
La llamada del muecín, óleo de Gérôme. Kunsthalle, Hamburgo.
el del mercado semanal. En ningún otro día le resultaba más fácil al Profeta congregar a la gente para la oración y el sermón que en el día en que la gente acudía al mercado. Con lo cual, el culto divino se fija al mediodía ya que el mercado había terminado y a los visitantes les daba tiempo para volver a casa antes de anochecer; la actividad laboral solo cesa durante el tiempo que dura el culto dando tiempo a cada cual atender a sus negocios antes y después de la celebración y realizar, además, la oración en la ciudad donde se encuentra la “mezquita de los viernes” (gran mezquita) y no en los pueblos desde donde se desplazaban sus habitantes al mercado de la ciudad. La responsabilidad ante Dios y ante los demás constituyen en el islam una unidad que se concreta en la justicia, término que para el musulmán se asocia a la caridad, llevadas a cabo mediante la limosna que es su tercer elemento estructural. La limosna constituye un deber bajo la forma de un tributo social legalmente estipulado. En el Corán no se encuentra, sin embargo, ninguna distinción entre la limosna voluntaria (sadaqa) y la limosna obligatoria (zakät), empleados con frecuencia como sinónimos. Finalmente quedó la primera para designar el donativo voluntario y zakät refiriéndose a la obligatoriedad de pagar un impuesto en favor de los necesitados, concretándose en una azora del Corán los beneficiarios: el impuesto ha de beneficiar sobre todo a los pobres e indigentes, a los deudores que, sin su culpa, se encuentran en dificultades, a los esclavos que quieran pagar su rescate, a los que voluntariamente pelean por la fe y a los viajeros carentes de recursos. Los musulmanes deben mostrarse agradecidos por los bienes que el Creador les regala manifestando a través del tributo social su arrepentimiento por las omisiones y la súplica del perdón divino. El islam conoce el ayuno como acto de penitencia y constituye su cuarto pilar fundamental. Mahoma introdujo y prescribió para los musulmanes el deber del ayuno (siyäm,swan) como mandato divino. Para el musulmán el ayuno es expresión de penitencia y cancelación del pecado, contribuye al dominio del espíritu sobre el cuerpo y sus instintos y fomenta la piedad y disposición del perdón mutuo. No se lleva a cabo en días aislados, sino a lo largo de todo un mes, mes de ramadän (28-30 días) y tiene
carácter absoluto, es decir, durante todo el día, desde la aurora al crepúsculo, una completa abstinencia de comida, bebida, relaciones sexuales y hasta incluso ni enjuagarse la boca ni fumar. No obstante esta rigidez se atenúa por ciertas exenciones y facilidades para personas mayores y enfermas, niños, mujeres embarazadas y que dan el pecho, viajeros, quienes realizan pesados trabajos corporales e incluso el profeta Mahoma, tras recibir una revelación, levantó la prohibición de mantener relaciones sexuales durante el mes de ramadán. Los día de ayuno no cumplidos se exige sean recuperados. El comienzo del ramadán, determinado por la costumbre ancestral de la observación de la luna nueva con que comienza el noveno mes del calendario lunar islámico –introducido a raíz de una revelación recibida por Mahoma poco antes de su muerte– se retrasa once días con cada año solar a causa de la menor duración del año lunar, de modo que el ramadán comienza cada año once días antes. Sin embargo, los musulmanes compatibilizan este sombrío tiempo de penitencia con otro de carácter marcadamente festivo de forma que el ramadán constituye un tiempo de fiesta en que se acentúan las relaciones y reuniones personales y familiares. Tras el crepúsculo se cena mucho, y a veces, en ocasiones magníficos banquetes (fatür). Este ayuno y festejos compartidos fomentan la consolidación de la comunidad contribuyendo a que se sumen a este ámbito musulmanes no piadosos que en el resto del año descuidan sus obligaciones. El fin del ramadán y del ayuno concluye con el `id al-fitr, la gran festividad que dura tres días donde se incluye el del sacrificio (yaum al-adhä) del animal que se determine, generalmente un cordero. La Meca es la ciudad natal del profeta Mahoma, donde está la Ka’ba (dado de juego, construcción cúbica) o Kaaba, “casa de Dios”, “la primera casa construida por los hombres” donde se encuentra la Piedra Negra. Según la tradición musulmana la primera Kaaba fue construida por Adán después de haber sido expulsado del Paraíso. Esta primera Kaaba fue arrastrada por el diluvio y reconstruida luego por Abrahán y su hijo Ismael que engastaron en el ángulo sudeste del nuevo edificio la Piedra Negra traída por el arcángel Gabriel, desde hace siglos resquebrajada y hoy rodeada por un anillo de piedra y una montura de plata.
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Alegoría de la Kaaba, miniatura turca pintada en el interior de una caja geográfica.
La Kaaba es un edificio cúbico de quince metros de altura, diez de profundidad y doce de fachada donde se abre una puerta a dos metros aproximadamente del suelo y en su ángulo sudeste se halla encastrada la famosa Piedra Negra, originalmente blanca y que se ha ido ennegreciendo en el tiempo por el pecado de los hombres. Construida la Kaaba con la piedra gris azulada de las montañas que rodean La Meca, está completamente cubierta con la kiswä, funda de brocado negro caligrafiado en oro que se renueva cada año al final del mes de peregrinación musulmán; la vieja cortada a pedazos, es vendida como recuerdo a los peregrinos. La puerta de la Kaaba, donde cuelga el burkü (velo de tejido egipcio) se abre tres veces al año. El jerife (descendiente de Mahoma por la línea de Alí y Fátima) de 30
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La Meca lava previamente en su alrededor el pavimento con una escoba de hojas de palmera y agua sagrada del pozo del zem-zem y luego con agua de rosas. En la Arabia politeísta preislámica existían desde tiempos antiguos peregrinaciones anuales y semestrales, en concreto a comienzos de la primavera y con motivo de la recolección de otoño. A este respecto, La Meca sobresalía en su entorno gracias a la Kaaba y a otros santuarios. Tal antigua práctica arábiga de peregrinación siguió vigente en el contexto musulmán monoteísta. El Profeta mantuvo los distintos lugares de culto y las prácticas antiguas. Purificado de rasgos politeístas y en un nuevo ámbito espiritual, todo ello fue fundido en un único conjunto de ritos y, por medio de su vinculación
con la historia de Abrahán e Ismael puesta fructíferamente al servicio del islam. Esta peregrinación tuvo suma importancia, no solamente para la reconciliación de Mahoma con La Meca, tras su extrañamiento a Medina, sino para la integración de los pueblos musulmanes, cada vez más numerosos. Así pues, se comprende que La Meca se constituya en el gran centro de peregrinación –hadjdj– y la peregrinación –häyy– en el quinto pilar básico del islam. La peregrinación supone una fase capital en la vida del creyente; las palabras del Profeta son explícitas: “El que cumple los ritos de la peregrinación correctamente y no comete obscenidades quedará tan puro como un recién nacido”. La Meca es para los musulmanes la madre de todas las ciudades (umm al-qurä), un lugar sagrado, inviolable (harim), una ciudad estrictamente prohibida para los no musulmanes (al-haram, el santuario) en un círculo alrededor de cinco kilómetros de radio con centro en la Kaaba. Aunque Medina también es una exclusiva ciudad sagrada los musulmanes no tienen obligación de visitar la tumba del Profeta, allí radicada. Son condiciones necesarias para peregrinar haber ya alcanzado la pubertad, estar en perfecto uso de razón, contar con los medios económicos suficientes para hacer el viaje y no dejar en suspenso ningún pleito o diferencia con otro. Todo musulmán adulto debe realizar esta práctica al menos una vez en su vida, aunque si se da la circunstancia, muy normal, de imposibilidad económica se puede hoy delegar en un representante. Se da el caso que una familia o incluso un pueblo entero ahorra para que al menos uno de ellos pueda participar en la peregrinación y llevar después, delante de su nombre, el título honorífico de peregrino (häyy). Aquéllos que cualquier otra razón les impida peregrinar pueden confiar este deber, incluso por testamento, a otros que lo hagan en su lugar. Las mujeres necesitan el permiso del marido y deben viajar suficientemente acompañadas. El dü ‘l-hiyya, mes sagrado de la gran peregrinación es el duodécimo del año hegiriano o islámico, teniendo lugar la
misma entre los días ocho y trece de ese mes. Además de ésta existe otra de menor importancia, la umra o visita, que puede realizarse en cualquier época del año con un ritual consistente en dar siete vueltas en torno a la Kaaba, pero que no confiere el envidiado título de häyy. El punto de partida de todos los peregrinos debe ser la ciudad de Jeddah, aunque la mayoría de ellos se dirigen primeramente a Medina para inclinarse ante la tumba del Profeta. Durante este primer rito y sobre todo antes de alcanzar el perímetro sagrado de La Meca el creyente debe adquirir el estado de sacralización (ihräm) despojándose de cualquier tipo de vestido cosido, colocarse un vestido blanco sin costuras simbolizando su abandono de la vida mundana y la igualdad de todos, dejar de afeitarse y peinarse, no cortarse el pelo ni las uñas, no utilizar perfumes, no cubrirse la cabeza ni utilizar velo, calzar solo sandalias como mucho, abstenerse de mantener relaciones sexuales, purificarse con frecuentes abluciones y repitiendo la oración de ritual labbaika
Caravana de peregrinos, ilustración de Al Uasiti, siglo XIII, para el Maqamat de Al Hariri. Bibliothèque Nationale, Paris.
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allähuma, “a tu servicio, oh Dios”; ¡labbaika!, ¡labbaika!, “aquí estoy yo ¡oh Dios!, aquí estoy yo ¡oh Dios!, presente ante vosotros, delante de vosotros”, salmodian los peregrinos cuando vislumbran a lo lejos la Kaaba, el santuario central de la gran mezquita de La Meca. El primer rito de la peregrinación y uno de los más importantes, es el recorrido en torno a la Kaaba, el tawaf. El fiel dará siete vueltas en sentido contrario al de las agujas del reloj, las tres primeras a un ritmo bastante rápido y las otras cuatro más lentamente, terminando en el ángulo del santuario en que se encuentra la Piedra Negra para acabar besándola (hecho muy difícil de cumplir hoy por la extraordinaria afluencia de peregrinos). No lejos de la Kaaba se alzan las colinas de Safä y Marwa, distantes entre sí unos cuatrocientos cincuenta metros
y entre las cuales, Agar esclava de Abrahán, a quien éste había abandonado siguiendo el mandato de Yahvé, corrió siete veces con su hijo Ismael sediento en busca de agua hasta verla brotar milagrosamente del pozo del Zem-Zem. Hay que rehacer siete veces el itinerario de Agar antes de beber el agua de la fuente sagrada, recitando al mismo tiempo las plegarias adecuadas, rito que constituye el sai. La siguiente fase, siguiendo el mismo camino del Profeta lleva al peregrino hasta Mina, pequeña aldea del desierto situada a unos cuatro kilómetros de La Meca, donde pasará cuatro noches antes de dirigirse hacia la meseta de Arafat, dieciséis kilómetros más allá. Arafat es el lugar de recogimiento, el éxtasis y la oración, donde el peregrino se obliga a permanecer de pie (el wuquf) desde el mediodía hasta la puesta del sol junto al Monte de la Misericordia o de la Gracia (Jabal alRahma) lugar donde el Profeta La enorme concurrencia habló a sus compañeros en su peda siete vueltas a la Kaaba, regrinación del adiós. primer sitio donde se cree Anocheciendo toma un nuevo se adoró al único Dios. destino: Muzadalifah, una inmensa cantera no lejos de Mina. Allí, antes del amanecer los peregrinos recogen cuarenta guijarros que conservarán cuidadosamente para el próximo rito, el de las lapidaciones (jamrat), clave en el desarrollo de la peregrinación. Los fieles seguirán el primer día de la fiesta del adha (sacrificio) el itinerario de Abrahán y su hijo Isaac hasta el lugar donde Yahvé le ordenó sacrificarle en prueba de obediencia y adoración. El recorrido, de trescientos metros, se divide en intervalos por tres pilares de piedra que señalan los lugares donde el demonio se apareció a Abrahán tratando de convencerle desoyese el mandato divino. Abrahán, sin embargo, siguió su camino hasta el lugar designado para el sacrificio y se dispuso a obedecer a Dios, pero en el último momento le mandó detener su brazo al comprobar el acatamiento realizado,
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mandándole recoger un cordero atrapado en las zarzas cercanas para que el Patriarca degollase como ofrenda en vez de su hijo. La pilastra más cercana a La Meca se llama al-jamrat al-aqaba hacia la que el peregrino el primer día de la fiesta del adha y como símbolo del demonio, lanzará las primeras siete piedras de que se aprovisionó. Sobre la segunda pilastra, al-jamrat al-wusta, el segundo día arrojará veintiuna piedras y el tercer día de fiesta, sobre la tercera pilastra, al-jamrat al-saghra, las veintiuna restantes. Los ritos de la peregrinación se completan durante los tres días siguientes con el sacrificio del cordero en memoria del sagrado momento en que Dios, conmovido por la fe y obediencia de Abrahán sustituyó a Isaac por el animal. El sacrificio ritual es el de un cordero o una cabra y si el animal sacrificado es una vaca o incluso un camello, los gastos pueden ser compartidos hasta por siete peregrinos. El primer tercio del animal sacrificado se destina al peregrino, el segundo se da en ofrenda y el tercero
se destina como alimento de los pobres. Al final se afeita, practica las abluciones, da otras siete vueltas a la Kaaba recitando plegarias, se despoja de su túnica blanca, inconsútil, y regresa a su vida ordinaria tras cumplir el precepto que ha durado entre diez días y tres semanas. Recordando las raíces del islam como una de las grandes religiones monoteístas y al hilo del documento fundacional, el Corán en cuanto palabra de Dios, el mensaje central del Dios Uno que envía a Muhammad como profeta, al igual que sus cinco elementos estructurales o pilares, ¿cuáles son el centro y fundamento de la religión islámica, de la fe de los musulmanes?; ¿cuál es su sustancia permanente? Con independencia de distintas interpretaciones históricas, políticas, sociales y antropológicas, el contenido fundamental de esta fe no es otro que: “¡No hay dios sino el Dios, y Muhammad es su Profeta!”. Al margen de esta confesión no existe la fe islámica, la religión islámica.
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II. El Profeta Mahoma
La venida de un profeta Bajo el ardiente sol de verano de mitad de los años quinientos, una caravana de camellos propiedad de Abd al-Muttalib se desplaza lentamente hacia el sur procedente de Siria, camino de la península arábiga. Él es hijo de esta zona desértica, donde se hallan los arenales inmensos de Nufud, de Rub-al-Jali el “desierto de los desiertos” y la cadena montañosa de Hedjaz. Conoce bien los mercados de Damasco a los que viaja con frecuencia, también lo hace a veces a Iraq y conoce profundamente Arabia del Sur, la Arabia Felix, la “Arabia Feliz” que se disputan bizantinos y persas. Los hombres del desierto son extraordinariamente supersticiosos; creen que no hay que disgustar a los djinns, los astutos geniecillos que están en todas partes, en las fuentes, en las piedras, en los árboles y es importante ganar sus favores, pues si no te pueden caer encima toda clase de desgracias: esterilidad, demencia, epidemias… De aquí la necesidad de los sacrificios para estar a buenas con esos poderes sobrenaturales. Pero los nómadas veneran también a otras divinidades. Abd al-Muttalib habitaba precisamente cerca del santuario de la Kaaba en La Meca donde se rendía culto a tres diosas principales: Al-Lat, la diosa por excelencia, Al-Ozza, la “poderosísima” y Manat, cuyas tijeras cortan los hilos del destino. Pero en La Meca, el gran Dios era Hobal, un ídolo de coralina roja. Además, en el edificio se encontraban alojadas otras divinidades, al parecer más de trescientas sesenta. Los habitantes de La Meca eran sumamente tolerantes y habían
reunido a todas aquellas divinidades, como en un museo, para que cualquier visitante tuviera la oportunidad de venerar a sus propios dioses y para que todos los árabes consideraran a La Meca como el gran centro de peregrinación. Al final del siglo VI, en La Meca coexistían unos pocos comerciantes riquísimos y un número creciente sin cesar de casi indigentes. Todos los días Abd al-Muttalib veía una pobreza mayor en sus calles. El tráfico comercial y religioso solo aprovechaba a algunos que él conocía tan bien, los que no respetaban ya las leyes del desierto y reunían considerables fortunas gracias a los peregrinos y a los beneficios de sus caravanas que iban a Siria, Iraq y
Mahoma predicando en Medina, miniatura (siglo XIV) del Libro de las Tradiciones de los Siglos, de Al Biruni. Edinburgh University Library, Edimburgo.
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Yemen. Los cambios producidos por esa fiebre comercial no los entendía Abd al-Muttalib que se sentía en un mundo extraño; nadie ayudaba a las viudas y huérfanos, los pobres morían de hambre, no se respetaba la asabiyyä –la sociedad familiar y tribaly solo primaba el interés por el dinero. Los cambios sociales fueron tan brutales que aquella sociedad tan cerrada contempló cómo algunas mujeres habían llegado hasta incluso a independizarse y creando sus negocios, comerciar por su cuenta. Este hundimiento del código beduino había engendrado un profundo malestar. Muchos deseaban que cambiase aquella situación. Las esperanzas de un pueblo hastiado reclamaban que algo o alguien le pudiese liberar de ese caos, de esa desgracia. Ese alguien fue un hombre que iba a nacer muy pronto. En el año 570. Abd al-Muttalib tenía más de setenta años y se sentía ya muy débil. Presentía que su último hijo, ‘Abd Alläh, el que le había dado Fátima, hija de Amr, del clan coraixí de los Majzüm, tendría un destino diferente al de sus otros hijos. ‘Abd Alläh se había casado con Amina, hija de Wahb, que sin duda le daría una numerosa descendencia y la riqueza en hijos varones compensaría con creces la pobreza que amenazaba a la familia de Abd alMuttalib, pues el jefe del clan de los Hässim estaba arruinado. El original hebreo de los Evangelios cristianos anuncia al Espíritu Santo como el paracletos, el “abogado”. Los musulmanes leyeron periclitos, “el más alabado” que en árabe se traduce como mohamet. De esta forma el Corán indica el nacimiento de Mahoma anunciado por profetas anteriores. La tradición rodea de acontecimientos sorprendentes el nacimiento de Mahoma (Ahmad, Muhammad). Así, se cuenta que los judíos del oasis de Yathrib fueron informados del acontecimiento por la aparición de una estrella en el cielo y los magos de Persia, adoradores de Zaratustra, vieron apagarse el fuego sagrado que ardía en su templo desde hacía mil años; que los ángeles rodearon la Kaaba, tirando piedras a los djinns que espían todo lo que ocurre en el universo; no hubo necesidad de cortar el cordón umbilical de la criatura y que los ángeles le lavaron y las mujeres lo encontraron limpio como el cristal. También a su abuelo Abd al-Muttalib se le reveló por un sueño portentoso la futura grandeza de su nieto: soñó que veía un árbol nacido de sus espaldas cuya cima 36
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llegaba hasta el cielo y sus ramas se extendían a Oriente y Occidente. Irradiaba una luz que era sesenta veces más fuerte que el sol y la adoraban tanto persas como árabes. Igualmente, fue grande la sorpresa del anciano cuando vio el pie de su nieto dejar la misma huella que la producida por Abrahán en la Piedra Negra de la Kaaba. Se dice, al fin, que en el momento de nacer una luz tan intensa iluminó que su madre, Amina, pudo ver en la noche los palacios sirios y los zocos de Damasco como si fuese de día. Sobre la fecha exacta del nacimiento de Mahoma, nadie, ni su abuelo ni sus padres lo sabían. Parece ser que nació el año del Elefante, llamado así porque un emir abisinio marchó desde Yemen hasta La Meca con un gran ejército y un elefante de guerra que causó estupor. Los eruditos musulmanes sitúan el año del Elefante sobre los 570 ó 571, aunque para otras fuentes esta referencia bélica no concuerda, empero, con otros datos cronológicos de la vida del Profeta. Y hay opiniones más precisas que, incluso, dicen que nació el día veintisiete de agosto del año 570 de nuestra era. ‘Abd Alläh no pudo conocer a su hijo, pues murió pocas semanas antes de que éste naciera. No dejaba muchos bienes a su viuda: una esclava, cinco camellos y un pequeño rebaño de corderos. Amina recurrió entonces a su suegro Abd al-Muttalib, jefe del clan de los hassimíes, que la acogió en su casa. Mahoma no vivió mucho tiempo con su madre en casa del abuelo. Como a todos los recién nacidos le afeitaron la cabeza y sus cabellos fueron colocados en el platillo de una balanza para dar su peso en oro a los pobres, gesto simbólico porque el peso no puede dar para gran cosa. Había también la costumbre de enviar a los hijos de determinados clanes a algunas tribus del desierto donde se les buscaba una nodriza. Se invocaban sobre todo motivos de salud: el aire allí era muy puro, el niño crecería más fuerte en contacto con el medio, pero también motivos sociales al convertirse el pequeño en hermano de leche de los hijos de otra tribu que según el código beduino los hacía hermanos de sangre. La nodriza de Mahoma, Halima, lo amamantó en las regiones montañosas de Taif desde donde con seis años regresó con su madre y la esclava Umm Ayman al oasis de Yathrib. Pero la convivencia fue corta; al poco tiempo muere su madre y el huérfano es llevado por Umm Ayman a La Meca a casa de su abuelo.
Matrimonio de Mahoma con Jadicha Dos años después muere Abd al-Muttalib quedando Mahoma con ocho años de edad sin ningún pariente por línea directa. Fue recogido por un tío paterno, Abd-Manaf, más conocido por Abü Tälib (es tanto el honor para un árabe tener un hijo varón que el padre abandona su propio nombre para tomar el de su hijo precedido de la palabra Abü, “padre de”, “el padre de Tälib”) y muy pronto se estableció un extraordinario afecto entre tío y sobrino que fue creciendo y consolidándose con los viajes realizados durante muchos años con las caravanas en tareas de comerciantes. En aquella modesta familia llegó Mahoma a su juventud cuando decidió casarse. En la sociedad beduina el matrimonio común e ideal era entre primos, por lo que Mahoma pidió casarse en varias ocasiones con su prima Umm Häni pero su tío Abü Tälib se lo negó. Esta negativa iba, sin embargo, a cambiar radicalmente su vida. Su tío le dice que es un hombre pobre y que no pudiendo asegurarle un bienestar debe buscar un trabajo donde obtenerlo. Trabaja primero como pastor, como camellero, después como viajante de comercio y es ahí donde conoce a una mujer, Jadicha, hija de Jowaylid, viuda y casada antes dos veces. Era muy rica y dirigía personalmente sus negocios, en especial el del tráfico de caravanas. Jadicha se había fijado en Mahoma y empezó encargándole la organización y dirección de algunos viajes a Siria, pero lo que quería era casarse con él. Sin embargo y a pesar de las insinuaciones de Jadicha, Mahoma no parecía comprender sus intenciones por lo que la viuda recurrió a una intermediaria, Nafissa bint Monya, que recordaba: Jadicha me envió a ver a Mahoma para sondearle. Le dije: –Muhammad, ¿por qué no te casas? Me contestó: –No tengo bienes suficientes para casarme. Le contesté: –¿Y si hubiese alguien que tuviese riquezas para los dos? ¿Si te ofreciera la belleza, la fortuna, una situación honrosa y acomodada, la aceptarías? Me preguntó: –¿De qué mujer me estás hablando? –De Jadicha–, le respondí.
–¿Qué tengo que hacer?–, me dijo. –Eso corre de mi cuenta y yo también haré lo que sea necesario–, le aseguré. Mahoma aceptó aunque el proyecto chocaba con la dificultad de al ser ella muy rica y él pobre el clan de la mujer se opondría enérgicamente. Se cuenta que Jadicha embriagó a su padre con vino, pues creía no poder alcanzar su consentimiento de otro modo. Cuando se encontró de nuevo sereno, se vio ya vestido con el traje, que según la costumbre, regalaba como homenaje el futuro yerno al suegro con motivo de la boda. El matrimonio se celebró cuando Mahoma tenía veinticinco años y Jadicha, cuarenta. De ser el pariente pobre de una familia que se veía obligada a ganarse el sustento trabajando para otros, se convirtió por su matrimonio en un personaje respetado, rico y sin preocupaciones materiales. Pero su felicidad familiar no era completa; su mujer no traía al mundo más que hijas: Zaynab, Roqqayya, Fátima y Umm Kulthum. Los varones que les nacieron, murieron muy pequeños y entre los árabes no hay mayor desgracia que carecer de herederos varones. En realidad el remedio era fácil ya que era común la poligamia y en cualquier caso un hombre rico podía tener concubinas y esclavas, pero Mahoma mientras vivió Jadicha no quiso tomar otra mujer. Adoptó a dos varones: su joven primo Alí, hijo de su tío Abü Tälib que se lo había entregado en acogida ante la ruina económica familiar y a un esclavo, Zäyd, regalo de Jadicha al que había dado la libertad, originario de la tribu de Kalb, bastante cristianizada.
Las revelaciones del Profeta Poco se conoce de la vida de Mahoma durante los quince años siguientes a su matrimonio aparte de una sencilla historia jalonada de éxitos comerciales. Cuando tenía sobre cuarenta años tomó la costumbre de retirarse durante noches enteras a meditar a una caverna de la colina de Hira, cerca de La Meca, en la ruta de Taif, para entregarse a la oración y meditación, práctica no muy habitual entre aquellas gentes. ¿Razones? En La Meca, así como en sus viajes, Mahoma no solo conoce la religión politeísta
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de comerciantes y peregrinos, sino que también aprende de judíos y cristianos por boca de ellos mismos y sin duda simpatiza con aquellos buscadores de Dios, que situados al margen de aquella pluralidad de dioses anhelan una fe pura, la fe en Dios uno, el Dios de Abrahán.
Mahoma y el ángel Gabriel, miniatura persa. Universidad de Edimburgo.
Y es en aquella fría noche del año 611 cuando se produce la revelación de Dios. Aunque difícil de contrastar la veracidad histórica del relato, el más antiguo conservado es el del sobrino de la que después de enviudar de Jadicha fue la esposa preferida de Mahoma, Aixa, en que describe con ocasión del regreso al hogar familiar después de varios días y noches de soledad en el desierto, una primera visión o aparición y de la que Mahoma se asusta tanto que busca la protección de su mujer. Dice: Finalmente, La Verdad vino inesperadamente a él y le dijo: Oh Muhammad, tú eres el Enviado de Dios. El Enviado de Dios dijo: Estaba de pie, pero me hinqué de rodillas; luego me alejé de allí a rastras, y los hombros me temblaban; después, entré en la habitación de Jadiya y le dije: Arrópame, arrópame, hasta que el miedo me abandone. Entonces vino a mí y me dijo: Oh Muhammad, tú eres el Enviado de Dios. Él (Muhammad) dijo: Pensé en arrojarme desde una peña, pero mientras tal pensaba, se me apareció y dijo: Oh Muhammad, yo soy Gabriel, y tú el Enviado de Dios. 38
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Entonces dijo: Proclama. Yo dije: ¿Qué debo proclamar? Él (Muhammad) dijo: Entonces me agarró y me apretó tres veces con intensidad, hasta que quedé exhausto; luego dijo: Proclama en nombre de tu señor, quien te ha creado. Y yo proclamé. Y me acerqué a donde estaba Jadiya y dije: Temo inmensamente por mí, y le conté mi vivencia. Ella dijo: ¡Alégrate! Por Dios, nunca permitirá Dios que caigas en el deshonor: haces el bien que te corresponde, dices la verdad, devuelves lo que se te confía, sobrellevas esfuerzos, atiendes al huésped, ayudas a los colaboradores de La Verdad. Jadicha, que tiene entonces cincuenta y cinco años se hace su confidente, tranquiliza y reconforta a Mahoma que teme ser objeto de la burla de los djinns que se apoderan de la mente de los hombres, condenándoles a errar sin juicio por el desierto. Y hay también otra persona que igualmente le alienta en su vivencia personal de revelación comparándola con la vivida por Moisés. Se trata de un convertido al cristianismo, Waraqa ibn Naufal, primo de su mujer, conocedor de las Sagradas Escrituras y de la Torá. No compara la experiencia de Mahoma con la de Jesús, profeta, sino con la de Moisés, y habla de un nämüs (por referencia al griego nómos –ley– de Moisés) que ha sido entregada a Mahoma. Pero también se inquieta cuando le anuncia que su propio pueblo le expulsará al no creer muchos en esa revelación. Mahoma se va acostumbrando poco a poco a estas experiencias místicas que se renuevan, pero eso no impide que sean para él una experiencia dolorosa. Pasa horas enteras inconsciente, como ebrio, tembloroso y sudando en abundancia. Oye ruidos extraños, cadenas que se arrastran, campanas, batir de alas. “Ni una sola vez –dijo más tarde– tuve una revelación sin que creyese que me arrebataban el alma”.
La predicación Sus primeros discípulos fueron sus parientes más cercanos: Jadicha, su esposa, Alí y Zäyd, sus hijos adoptivos. Al margen de estas personas que vivían con él, el primer converso fue Abü Bäkr. Hombre
de carácter firme, su valor y buen sentido eran admirados por todos cuantos le conocían. Era tres años más joven que el Profeta y fue su mejor amigo. Otros conversos, mucho más jóvenes se reclutaron de entre los hijos de buenas familias y clanes influyentes de La Meca, caso de Uthmän ibn Affän en que rumores atribuían su conversión al amor que sentía por Roqqayya, una de las hijas de Mahoma. Había también personas sin fortuna como Khabbab ibn al-Aratt, el herrero, hijo de una mujer encargada de circuncidar niños. Gente de rango muy bajo como el liberto Sohayb ibn Sinan, el Rumí, es decir, el Bizantino, así llamado por sus cabellos rubios y esclavos como Bilal, el esclavo negro al que Abü Bäkr había salvado de la muerte. Mahoma recibió la orden divina de convertir al islam, en primer lugar, a sus parientes más cercanos, es decir, a los hijos de Abd al-Muttalib, sus tíos. El jefe del clan de Hässim era Abü Tälib, el tío que lo había recogido, pero Mahoma sabía bien que sus exhortaciones serían vanas y sus tíos no figurarían entre los creyentes. Abü Tälib era un hombre poco decidido, honrado, pero que no se atrevería a abandonar la religión politeísta se sus antepasados. El segundo personaje del clan era Abü Bäkr, hermano de Abü Tälib, también su tío, hombre riquísimo y muy interesado en que no disminuyera el número de peregrinos que iban a La Meca pues los beneficios que obtenía de ellos eran tan importantes como los que sacaba de sus caravanas. Para él, comercio y religión van siempre juntos y tomaba las divagaciones de Mahoma acerca de un único dios como una amenaza para la prosperidad de sus negocios. El tercero era Hämza, paladín del código de honor de los beduinos. La vida era para él una competición, una demostración de valor y fuerza. Los problemas religiosos no le interesaban en absoluto. El cuarto, Abbäs, era simplemente un usurero y estaba muy lejos de creer en el dios único del que hablaba su sobrino, y el último, Abü Lähab, siempre estuvo en su contra. Solo al cabo de tres años comienza Mahoma su actividad pública proclamando denodadamente el poder y la bondad de Dios y, a la vista del inminente Juicio, insta a las personas al agradecimiento, la generosidad y la solidaridad social. La unicidad de Dios vendrá después con la redacción del Corán. Transmite todo menos un mensaje cómodo. Antes
bien, en una época de coyuntura favorable, en la que la rica ciudad de La Meca controlaba el tránsito de caravanas desde Yemen hasta Gaza y Damasco, el anuncio que Mahoma hace de una forma de vida alternativa, la predicación de un camino duro y empinado, como así lo define, resulta sumamente indeseado.
Persecución de Mahoma Mahoma no se convierte de inmediato, como esperaba, en profeta de su pueblo, sino más bien en un peligroso y a la vez amenazado personaje marginal. Sus enemigos en La Meca son sobre todo, los grandes comerciantes afectados por sus admoniciones y los miembros dirigentes de los clanes poderosos como los majzüm y los umaiya (del que más tarde surgiría la dinastía de los omeyas). ¿Un profeta salido del clan de los hässimíes, nada influyente? ¡Inconcebible! Así se explica que sea descalificado como un kähin (vidente), sähir (mago) o persona con especiales capacidades sobrenaturales, como era habitual en la primitiva religión árabe. ¿Un encargo de Dios a un miembro de la tribu de los hässimíes? En La Meca la gente se mofa de ideas tan extravagantes como la resurrección, el Juicio final, el tormento del fuego eterno y le pide que haga milagros como prueba de su mensaje. Los poderosos de La Meca ven en este nuevo profeta una peligrosa amenaza para su privilegiada situación económica, social y religiosa. La insistencia de Mahoma en una nueva ética de la justicia con vistas al inminente Juicio y su llamamiento a través de duras palabras, amenazas de castigo y solemnes juramentos a la conversión y a la solidaridad entre las gentes suponen una amenaza para la actitud egoísta y materialista de los ricos comerciantes y negociantes. Y así comenzó un terrible hostigamiento para el Profeta. Aunque la solidaridad tribal le preservaba, en principio, de persecuciones más serias, sus escasos discípulos eran víctimas de presiones morales y físicas. Ir por la calle empezaba a ser peligroso ante el continuo lanzamiento de piedras. Mahoma se organizó para resistir a las persecuciones, gracias a un miembro del clan que más le odiaba, el de los majzüm, también coraixíes, llamado Al-Arqäm ibn
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Abd-Manäf, que ofreció como refugio a los adeptos de la nueva religión su vasta y bien situada casa. Es significativo que Mahoma tuviera que refugiarse en casa de Al-Arqäm; el Profeta ya no tenía clan; era un hombre desgraciadamente solo. La vida en La Meca era cada día más difícil para él. El negocio de Jadicha estaba totalmente arruinado y la situación de sus discípulos muy comprometida. La situación se hizo tan peligrosa que en al año 615 el Profeta aconsejó a algunos miembros de la comunidad que huyeran a Abisinia. El grupo compuesto por ochenta y nueve varones y dieciocho mujeres, estaba dirigido por su primo Djafär, hijo de Abü Tälib y hermano de su hijo adoptivo Alí y del que formaba parte Uthmän ibn Affä y su esposa Roqqayya, hija de Mahoma. Viniendo de Arabia, atravesaron el mar Rojo y una vez llegados a aquel país, la actual Etiopía, fueron bien recibidos por el Negus, rey cristiano. ¿Fueron seleccionados los emigrados porque el Profeta no confiaba en la firmeza de sus creencias? ¿Había cierta rivalidad en La Meca entre Uthmän, su yerno, y Abü Bäkr, el hombre ponderado, cuya opinión tenía tanto valor para Mahoma? Se piensa que esta emigración fue la solución de ciertos conflictos embrionarios e incluso un pretexto para alejar de La Meca a algunos creyentes cuyas opiniones se alejaban de las de Mahoma. Lo que sí es seguro es que en esta primera emigración se reveló una corriente mutua de simpatía entre musulmanes y cristianos etíopes, de forma que las relaciones se hicieron tan cordiales con el tiempo que alguno de los emigrantes, impresionados por las iglesias y las ceremonias litúrgicas cristianas se convirtieron a la nueva fe recién descubierta. Este fue el caso de Sükrän ibn Amr, cuya esposa, Sauda, acabó refugiándose en casa de Mahoma en La Meca, para una vez viudo casarse con él. A Sauda siguió pronto el resto de emigrados no convertidos, que volvieron a reunirse con los musulmanes que se habían quedado en Arabia. El año 619 fue un año nefasto y de duelo para Mahoma. Muere su mujer, Jadicha, con sesenta y cinco años. Llevaban casados veinticinco años en los que había sido su consejera, su compañera, depositaria de su conciencia y su primera discípula. Dos días después de la muerte de Jadicha, muere Abü Tälib cuando estaba a punto de cumplir noventa 40
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años. La desaparición de su tío fue dramática para él, que se quedó sin protector. Fue Abü Lähab el que sucedió a su difunto hermano al frente del clan de los Hässim y enemigo jurado del Profeta al haber contraído matrimonio con una mujer del clan de los omeyas que le eran totalmente hostiles. El nuevo jefe del clan cede también a la presión de los coraixíes y, finalmente, suspende el deber tribal de protección. Poco tiempo después de enviudar de Jadicha se casó con Sauda, la devota que se refugió en su casa cuando su marido se hizo cristiano en Abisinia. No se sabe si se encontraba ya viuda o divorciada. Aunque poco atractiva era una excelente ama de casa y podía ocuparse muy bien de la educación y cuidado de sus hijas. Mahoma nunca aceptó que su abuelo, tíos y parientes más cercanos no renegasen de su antigua fe para convertirse a la que él predicaba, cosa que llevó a reconvenirles pública y muy duramente. Esto le valió a Abü Lähab para llegar a enjuiciarlo ante el sanedrín del clan: –¿No ha sostenido ese impostor que tanto Abd al-Muttalib como Abü Tälib están con los idólatras ardiendo en las llamas del infierno?–. Para los árabes semejantes expresiones eran una blasfemia, un crimen contra la estirpe. Mahoma se convirtió en un objeto de horror, un apestado, un impostor, alguien que había vulnerado la ley del clan. Un hombre excluido de su clan era un hombre socialmente muerto. Cualquiera podría matarle, venderle, maltratarle o vejarle, sin temor a venganza alguna porque su tribu ya no le defendería. A partir de este momento residir en La Meca se hace imposible para Mahoma; sus enemigos comienzan a hostigarle, sus vecinos llegan a arrojarle un útero de oveja mientras reza, le arrojan sandalias, la gran afrenta para un árabe, le echan arena en la cabeza… No le queda más remedio que abandonar la maldita ciudad de La Meca. El Profeta buscó refugio fuera de su tribu en los alrededores de La Meca, en la ciudad de Taif, pero no tiene éxito; la gente se ríe de él y lo expulsa. Quizá hubieran acogido a un fugitivo en busca de protección, pero no a un “enviado de Dios” que pretende convertirse en líder y desprecia todos sus dioses. Tras su vuelta a La Meca, Mahoma, prófugo y privado de todo derecho, tiene dificultades para volver a obtener de algún jefe de clan garantía de protección. Carece de toda base política y apenas gana
algunos adeptos. La comunidad musulmana no llega ni a los cien miembros. En el verano de 620 los peregrinos acudieron en gran número a la Kaaba. Tratando Mahoma de reclutar nuevos discípulos conoce a seis habitantes de Yathrib que habían llegado en peregrinación. Yathrib era una ciudad antiquísima de origen babilónico, distante trescientos kilómetros de La Meca, asentada en un oasis rico en aguas subterráneas con grandes bosques de palmeras y huertos. Éstos se sintieron muy atraídos e impresionados por la personalidad del Profeta y quedaron admirados de sus revelaciones. Al año siguiente, cinco de aquellos hombres volvieron acompañados de otros siete. Eran, pues, doce que se reunieron secretamente en el desfiladero montañoso de ‘Aqaba en los alrededores de La Meca en que se formuló el “Primer Juramento de ‘Aqaba”, pidiendo Mahoma a los habitantes de Yathrib que le protegieran y a los familiares que le seguían, fórmula clásica de juramento utilizada por el que no tenía clan y quería entrar en alguno. Con esa actitud afirmaba también que la ley del clan había quedado superada y no tenían importancia los lazos de parentesco y la sangre, sino la de una alianza fundada sobre un ideal común. A la idea de tribu sucedía la de la comunidad, la umma.
La hégira En junio de 622 fueron setenta y cinco peregrinos de Yathrib –setenta y tres hombres y dos mujeres– los
que juraron en la garganta de ‘Aqaba vivir y combatir por el islam, lo que en concreto significaba: creer en el Dios uno, no robar, no calumniar, no cometer adulterio, obedecer al Profeta, ofrecerle garantía de protección y pelear por la fe. Mahoma se había convertido en un jefe, no de tribu, sino religioso y político. Este nuevo juramento, “Segundo Juramento de ‘Aqaba”, se conoce como “juramento de guerra” y el anterior como “juramento de las mujeres”. A partir de la fecha anterior y dada la desesperada situación que se vive en La Meca, los discípulos del Profeta comienzan uno tras otro a emprender el camino del oasis de Yathrib y hacia allí partió Mahoma en secreto una mañana de primeros de septiembre. Esa misma mañana escapó a un intento de asesinato: Alí, su primo, se había acostado en su cama y cuando llegaron los hombres dispuestos a matarle ya se encontraba lejos. Alí escapó indemne, pero salieron en persecución de aquél. Gracias a los servicios de un guía, el Profeta y su fiel amigo Abü Bäkr, quien luego se convertiría en el primer califa, habían salido furtivamente de la ciudad yendo hacia el sur, en dirección opuesta a Yathrib, pero los perseguidores no se dejaron engañar por la estratagema y siguieron sus huellas. Cuenta la leyenda que estando escondidos en una gruta, los fugitivos estuvieron a punto de ser descubiertos y solo se salvaron gracias a un milagro: una araña tejió una tupida tela a la entrada de la cueva y una paloma se puso allí mismo a incubar sus huevos. Al ver aquello los perseguidores no registraron la caverna, pues pensaron que hacía tiempo
El Profeta en camino hacia Medina, miniatura persa de La Historia maravillosa de Mahoma en verso. Bibliothèque Nationale, París.
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parten su animadversión. Si el Profeta había asumido originariamente distintas costumbres religiosas de los judíos, ahora va a introducir dos grandes y significativas modificaciones en la constitución del islam como religión autónoma junto al judaísmo y al cristianismo: • En vez del día del ayuno con oración con ocasión de la fiesta judía del Yom Kippur o Kippur –“día de la expiación o del gran perdón”–, día de penitencia y de oración para la expiación de las faltas cometidas, el tiempo del ayuno obligatorio se extiende durante todo un mes islámico, el tiempo del ramadän. • En vez de la oración practicada con la vista puesta en Jerusalén, como se hace en el cristianismo oriental, la oración orientada –qibla– hacia La Meca. La agresión de aquellos musulmanes no se dirigió contra los judíos en cuanto pueblo o raza, sino por razones religiosas contra las tres grandes tribus judías de Medina. Tras haber rechazado sus pretensiones religiosas, para Mahoma se han vuelto políticamente sospechosos y, por lo que se refiere a las luchas que militarmente pretende iniciar contra los mequíes, su comportamiento es impredecible; al fin y al cabo se han negado a ser miembros de la comunidad musulmana. Por eso, finalmente, Mahoma no vacila a la hora de desembarazarse una a una de las tribus judías, lo que le resulta tanto más fácil dada la desunión de éstas. A cada victoria sobre sus enemigos de La Meca sigue una victoria sobre sus enemigos, los judíos. En su misma ciudad, en su oasis, los judíos son depurados, asediados, atacados y masacrados. No son, sin embargo, los judíos quienes representan la verdadera amenaza contra la seguridad de Medina, sino la ciudad de La Meca, a la que deliberadamente se provoca. Toda la estrategia de Mahoma durante años tiene como objetivo hacerse con el control de su ciudad y su tribu natal y esto no se logra sin violencia. Al principio se trata de batidas (una antigua costumbre beduina de asalto que rige como una ley del desierto) contra intereses coraixíes. Quienes se habían vistos obligados a emigrar de La Meca toman gustosamente parte en estos asaltos, que les permiten crearse una base para la subsistencia económica. En diciembre del año 623 los emigrados robaron un cargamento de mercancías de una caravana que se dirigía de La Meca a Siria y llevaron triunfalmente 44
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a Medina el botín y los prisioneros. Se llama a este episodio la algara Nakhlä. Sin embargo, en el combate murió uno de los hombres de La Meca, llenando esto de consternación a la comunidad medinesa, ya que el hecho había ocurrido durante un mes sagrado, el mes de rayab, durante el cual está prohibido verter sangre y el hecho suscitó una gran censura. Pero una revelación divina llegó al punto para decir que los pecados de los mequíes eran mucho más graves que un asesinato cometido en un mes sagrado: el mensaje de Mahoma colocaba así la causa de Dios por encima de la ley del desierto. Y estas batidas, que fundamentalmente responden a razones económicas, pronto se convierten en una guerra de fe que se lleva a cabo contra los infieles de La Meca por orden divina, o sea en un “combatir en el camino de Dios”, en palabras de Mahoma, no para gloria de los hombres sino para alabanza de Dios, en una perspectiva teocéntrica.
Batalla de Bard, miniatura persa. Biblioteca de Topkapi.
La verdadera guerra contra La Meca dura, con interrupciones, seis años (624-630) y, en ella, Mahoma se revela no solo como un auténtico jefe de Estado, sino como un estratega y excelente jefe militar. En 624, los musulmanes, en clara inferioridad numérica, derrotan después de un frustrado asalto, antes de concluir el mes sagrado de rayab, a una importante caravana de más de un millar de camellos que volvía de Gaza hacia La Meca escoltada por tres centenas de comerciantes coraixíes dirigidos por Abü Süfyan. En la emboscada tendida por emigrados y medineses en el pozo de Badr, bifurcación de los caminos hacia La Meca y Medina desde Siria, los mequíes tuvieron setenta y cuatro muertos, dejaron cuarenta prisioneros y los de Mahoma perdieron solo catorce hombres. Fue la primera victoria importante del Profeta y a partir de ahí ya no se habla de batidas ni asaltos, sino de guerra santa. Y justo a continuación se procede a la expulsión de Medina de los judíos qainuqä’ (en su mayoría, armeros y orfebres) que se ven obligados a abandonar sus propiedades. En la primavera del año 625 los mequíes buscaron el desquite de su derrota en Badr. Unos tres mil hombres de los que doscientos montaban a caballo se pusieron en marcha hacia Medina. Al frente de este auténtico ejército iba Abü Süfyan, a quien secundaba en el mando el jefe de la caballería, Khalid ibn al-Walid, un hábil estratega. Mahoma decidió esperar al enemigo al pié del monte Uhud, pero del millar de hombres que disponía trescientos desertaron. A pesar de este abandono, los hombres del Profeta entraron en combate. Los mequíes estaban ya casi vencidos cuando los partidarios de Mahoma, olvidando sus órdenes de contención y viendo la batalla ganada, se lanzaron sobre el enemigo. Sin embargo los de La Meca lograron recuperarse y cargaron contra los de Medina que se veían derrotados por momentos. Las mujeres de La Meca que acompañaban a los combatientes les arengaban gritando los nombres de los muertos de Badr, mientras los mequíes recorrían el campo de batalla rematando a los heridos. El tío del Profeta, el valiente Hämza, había quedado atravesado de parte a parte por la lanza de un esclavo abisinio a quien su dueño había prometido la libertad si salía indemne. Las mujeres mutilaban a los cadáveres. Hind, esposa de Abü Süfyan, abrió materialmente en canal a Hämza, que ha-
bía matado a su padre en Badr y le devoró el hígado. El Profeta estaba herido con su rostro bañado en sangre por una pedrada que le había roto el labio y partido varios dientes. Pero los mequíes no quisieron explotar su victoria, para demostrar que su acción iba solo contra Mahoma y los emigrados y no contra el conjunto de los habitantes de Medina. A raíz de esta jornada, la situación del Profeta en el oasis se deterioró peligrosamente y solo la cohesión de sus fieles le permitió volver a hacerse dueño de la situación. Poco después tiene lugar aquí la expulsión de los judíos nadïr, cuyas palmeras Mahoma, violando una ley no escrita del arte de la guerra, ordena talar, haciéndoles abandonar Medina con lo puesto. En 627, diez mil hombres, seiscientos de ellos a caballo y en camellos, vuelven contra Medina. Su jefe era el mismo, Abü Süfyan que les había mandado en Badr y Uhud. Siguiendo los consejos de un esclavo persa, Salman al-Farisi, los medineses excavaron una gran trinchera y armaron a tres mil hombres. La trinchera quedó terminada en seis días e inmediatamente apareció el enemigo. Las tropas de Abü Süfyan en sucesivas andanadas trataron inútilmente franquear el obstáculo y así durante dos semanas, por lo que entonces iniciaron la táctica del asedio. Pero el decimoquinto día una violenta tempestad arrasó el campamento de los sitiadores dispersando tropas, caballos y camellos, teniendo que levantar el sitio y volverse a La Meca. La llamada “batalla de la trinchera” no tuvo un claro vencedor. Y seguidamente se perpetra el exterminio de los judíos quraiza. Seiscientos de esta tribu que se habían mantenido neutrales en la recién disputada “batalla de la trinchera”, son asesinados en un solo día y sus mujeres e hijos repartidos entre los musulmanes. Mahoma, que tiene derecho a la quinta parte del botín, envía a las mujeres que le han correspondido a Nayd, en la Arabia central, para canjearlas por caballos y armas. La Meca era la ciudad enemiga por excelencia, la ciudad de la que Mahoma había sido expulsado y le había condenado al exilio. De ahí el asombro de sus seguidores, cuando tomó la decisión, después de un supuesto sueño revelador, de ir en peregrinación a La Meca. En febrero de 628, dejó Medina acompañado de mil quinientos seguidores; van desarmados y visten el tradicional traje de los peregrinos. Cuando se enteran de esta marcha los coraixíes
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de La Meca, no dan crédito; no pueden impedir la entrada en la ciudad a unos peregrinos, pero es que estos hombres son sus peores enemigos. Mahoma acampa en Hodaybiyya, a las puertas de la ciudad. Los mequíes, ante tal obstinación, le proponen lo que se conocerá como el “Pacto de Hodaybiyya”: Mahoma podrá pasar tres días en La Meca, pero al año siguiente. Para los discípulos es una auténtica decepción, pero el Profeta se da cuenta de haber conseguido un verdadero triunfo, mucho más de lo que se esperaba. En la primavera de 628, Mahoma atacó los castillos de Khaybar, un rico oasis a unos ciento cincuenta kilómetros al norte de Medina habitado por judíos. Constituían la ciudad un conjunto de casas de adobe, chozas y siete castillos diseminados entre los huertos. Estos judíos eran sedentarios y, según la costumbre árabe, destinaban una parte de su cosecha a comprar la protección de los beduinos vecinos para poder dedicarse pacíficamente a la agricultura. La tribu de los nadïr expulsada de Medina por Mahoma se había refugiado allí. Reunió un ejército de mil seiscientos hombres que tras seis semanas de asedio fueron rindiendo las fortalezas, una tras otra. Muchos de los judíos que no habían conseguido escapar quedaron como cautivos de los vencedores, entre ellos la hermosa Safiyya, que Mahoma tomó como esposa después de mandar dar muerte a su marido, que trataba de esconder sus bienes para escapar de la rapiña. Otros llegaron a un acuerdo con el Profeta: seguirían trabajando en el oasis como aparceros y entregarían a los musulmanes la mitad de sus cosechas, lo mismo que entregaban antes a los beduinos, para no ser atacados. En marzo de 629, Mahoma y sus fieles peregrinaron a La Meca, aprovechando el viaje para reconciliarse con su clan. Su pariente más hostil, Abü Lähab, había muerto en el año 624 y le había sucedido en la jefatura de la tribu su tío Abbäs que estaba dispuesto a hacer concesiones. Mahoma también, y así, empezó por casarse con Maymuna, hermana de la mujer de Abbäs. Contrajo también matrimonio con Umm Habiba, hija del poderoso Abü Süfyan, convirtiéndose en yerno del personaje más influyente de La Meca. Intentaron, también los musulmanes adentrarse en la zona bizantino-cristiana pero fueron derrotados en Mu’ta, al sudoeste del mar Muerto (en la actual Jordania). 46
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Después del sitio de Khaybar se cuenta el suceso en que Mahoma estuvo a punto de perder la vida por mano de una mujer. Una judía, muy bella, Zaynab, allí capturada había visto morir a su padre y a su marido en los combates. Para envenenarle le cocinó y sirvió a la mesa carne de cordero emponzoñada pero al primer bocado, Mahoma le halló un gusto extraño y, dejando de comer, dijo que el cordero le acababa de avisar que estaba envenenado. Conducida ante el Profeta la judía hizo una declaración muy sutil que le salvó la vida: “No hay profeta –dijo– sin revelaciones celestes, y yo he querido, si no eras más que un impostor, vengar las desgracias de mi pueblo; pues si eres el verdadero enviado del Señor, sabía perfectamente que éste no te dejaría sucumbir a semejante emboscada”. Mahoma la perdonó, pero a pesar de la protección divina se resistió de aquel envenenamiento durante el resto de su vida, admitiéndose, incluso, que murió cuatro años después a consecuencia del accidente. En enero de 630, con el pretexto de haber sido asesinado un musulmán, Mahoma rompe el pacto de Hodaybiyya y encabeza un ejército de diez mil hombres que se dirigen contra La Meca. Abü Süfyan se convierte y convence a prominentes mequíes que acepten las condiciones del Profeta: entrada libre y sin resistencia de los musulmanes en La Meca con la sola contrapartida de conservar vida y bienes de los que no se les opongan; consigue el dominio absoluto sobre su ciudad natal. Era el once de enero del año 630. Mahoma y su ejército entran en La Meca. El Profeta se dirige a la Kaaba, da siete vueltas en torno a ella, derriba todos los ídolos, y declara sagrado el recinto del santuario. La leyenda dice que lo hizo solo con la ayuda de su bastón, aunque otra versión narra que golpeó a los ídolos en los ojos con la punta de su arco antes de ordenar que los derribaran y quemaran. Ha conquistado La Meca sin derramamiento de sangre logrando un extraordinario triunfo, tanto político como religioso. Junto a los coraixíes, Mahoma derrota ese mismo año en Hunain a un ejército de la ciudad de Taif y otras tribus emparentadas que dobla al suyo en número logrando un inmenso botín. Mahoma anuncia que a partir de ese momento, no habrá más aristocracia que la de la piedad. Los orgullosos coraixíes, al hacerse musulmanes, unen la nobleza al islam. Numerosas tribus beduinas se
les juntan. En Arabia del sur, los jefes religiosos y civiles del oasis cristiano de Najran firman un tratado por el que los cristianos se colocan bajo la protección de los musulmanes a cambio del pago de un tributo. En el norte, Mahoma encontrará apoyos entre las tribus cristianas de la frontera bizantina, su poder aumenta de forma extraordinaria y regresa al final a Medina que empieza a ser un Estado reconocido y temido. En el mes de marzo de 632, Mahoma volvió en peregrinación a La Meca. Hizo oraciones y sacrificios, se cortó el pelo y la barba, según costumbre y predicó el Mensaje. Así es como quedaron definitivamente establecidas las reglas de la peregrinación. Terminadas las ceremonias el Profeta regresó a Medina. Esta peregrinación quedaría en la memoria de los musulmanes con el nombre de “Peregrinación del adiós”, pues tres meses después murió. De vuelta a Medina, el estado de salud de Mahoma se revela sumamente insatisfactorio. Comienza a tener fiebre y fuertes dolores de cabeza; los dolores abdominales eran tan intensos que no podía evitar los gritos de dolor. Tan debilitado está que llega a ceder la dirección de la oración diaria a su fiel amigo Abü Bäkr. Sin embargo, el martes, 26 de mayo de 632 llamó a Ossama, uno de sus jefes militares y le encargó el mando de una nueva expedición contra unas aldeas de Transjordania. El jueves le entregó el estandarte de combate y le dio las últimas instrucciones. Poco después, cayó postrado en cama. Ya no pasa, como tenía por costumbre, las noches por turno en los aposentos de sus diferentes esposas. La tradición cuenta que pidió a éstas poder permanecer junto a su esposa favorita Aixa, la hija de Abü Bakr. El lunes, ocho de junio de 632, por la mañana, el enfermo pareció mejorar. Se levantó para la oración y todos creyeron en la curación del Profeta. Pero en la misma jornada al volver a acostarse, empezó a delirar y pronunciar frases incoherentes. Aixa, con la cabeza del Profeta recostada en su regazo, le vio levantar los ojos, mirarla fijamente, apretar su mano y morir. Creyó oírle decir: “…el compañero más alto…” Así supo ella que el arcángel
Gabriel se le había aparecido. Le levantó la cabeza, la colocó sobre la almohada, le besó y comenzó a golpearse el pecho y la cara con gritos de Ällähu akbar –Dios es el más grande–. Era el día ocho de junio de 632, año décimo de la hiyra –hégira–. Tenía sobre sesenta y dos años. Para todo buen musulmán está demostrado que Mahoma fue transportado una noche al cielo por un animal fantástico, llamado Älburäq, especie de ser alado con cara de mujer, cuerpo de caballo y cola de pavo, y después de pasar por los siete cielos, llegó al trono de Dios.
Tumba del Profeta en Medina, miniatura de una “Guía del peregrino”, siglo XVIII. Bibliothèque Nationale, París.
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Alminar y vista parcial del patio de la Gran Mezquita de KairuĂĄn en TĂşnez.
III. La mezquita, el templo musulmán
Dos meses después de la llegada y asentamiento La oración canónica del musulmán puede hacerse en cualquier lugar y cualquier lugar en que el musul- de Mahoma en Medina, y sobre el terreno comprado mán se postre y ore se convierte para él en mezquita a unos huérfanos, estaba construida una casa, mo(donde quiera que hagáis la salät –oración– ese sitio delo originario de todas las mezquitas. Un edificio es una mezquita, decía Mahoma); allí ingresa en un muy sencillo con un patio cuadrado, rodeado de tiempo singular, en un lugar sagrado. Lo único que muros de adobe, dentro del cual hay un espacio cuhay que cuidar es que el lugar no sea impuro y para bierto con un tejado de barro y hojas de palmera, ello basta una pequeña alfombra transportable. La un sencillo pulpito y, tras la muerte del Profeta, en fe musulmana no necesita, de hecho, ninguna casa el sitio donde él se colocaba para la oración, una sagrada para cobrar expresión. Y la elemental natu- señal que indica la qibla, quibla, –quibla, alquibla– ralidad de esta oración ritual en el día a día ha con- dirección orientándose hacia La Meca. En el patio, como era la costumbre de los árabes de aquella tribuido sin duda, a la difusión del islam. Antes de la construcción de las primeras mez- época, es donde solía encontrare con los represenquitas un lugar de oración comunitaria lo constitu- tantes de las distintas tribus, se discutían asuntos ían una explanada al aire libre –musalla–, un orato- políticos o se pronunciaban sermones. Junto al muro oriental se levantaban las cabario, que en determinados casos y ñas construidas con troncos y hojas lugares fueron centros sagrados de de palmera para Mahoma y sus mugran tradición. jeres. La palabra mezquita, al árabe masMahoma vivía en Medina acomyid, que en el Corán aparece veintiopañado de sus nueve esposas: Sauda, cho veces, significa sencillamente “lucon la que había contraído matrimogar de culto” y, en cualquier caso, se nio tras enviudar de Jadicha, antes de refiere a distintos santuarios. Aunque la hégira; Aixa, desposada con diez a diferencia del etíope mesyad –“igleaños y comprometida desde hacía sia”, “templo”–, no procede del aratres, hija de su gran amigo Abü Bärk; meo, sí que podría derivar del árabe Hafsa, hija de Omar ibn al-Khatab, sayada –“postrarse”– con lo cual deque en su día juró matar a Mahoma signaría el “lugar donde uno se poscon sus propias manos y luego se contra”, o sea, “el lugar de adoración”. En virtió; Umm Salama, viuda de uno de La Meca, donde, antes de la emigraLa Masyd an Nabaui, –la mezquita del Profeta–, azulejo sus primos; Zaynab, que fue mujer de ción, la oración ritual no era un deber, hispanoárabe del siglo XV. Zäyd, su hijo adoptivo; Safiyya, judía los musulmanes no poseían todavía Museo de Arte Islámico, El Cairo. a la que Mahoma mató a su marido ningún lugar de culto propio.
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en Khaybar; Jowayriya, hija del jefe de la tribu de los Bann-I-Mostaliq; Umm Habiba, hija de su enemigo Abü Süfyan, y Maymuna, hermana de la mujer de su tío Abbäs. A éstas hay que añadir algunas concubinas de las que las más célebres son María la Copta, una cristiana regalo del gobernador de Egipto y Rayhana la Judía. Este número tan elevado de mujeres respecto a la reglamentación que el Profeta había promulgado, se explica por su preocupación por asegurar la existencia de viudas y huérfanos, pues si algunas eran hermosas, como Zaynab, por la que sintió una loca pasión, otras eran piadosas viudas a quienes la muerte de sus maridos las habían dejado sin recursos. En el origen de la mayoría de los matrimonios de Mahoma, encontramos también la razón política o el respeto de la ley del desierto. En cualquier caso, la sola flaqueza de Mahoma fue su amor por las mujeres, amor que por otra parte, fue tardío, pues hasta su viudez permaneció fiel a su primera esposa, Jadicha. No se preocupaba de ocultar esta pasión, sino que solía decir: “Las cosas que más amo del mundo son las mujeres y los perfumes, pero lo que más me conforta el alma es la oración”. La edad de las mujeres con quienes se casaba no era inconveniente y si Aixa solo tenía diez años cuando la tomó por esposa, Maymuna tenía cincuenta y uno. Su esposa favorita fue Aixa, la dulce Aixa en cuyos brazos murió. La quiso hasta el punto que acusada por algunos, entre otros por su primo e hijo adoptivo Alí, de mantener un idilio con un joven camellero, el Profeta aseguró no dudar de su inocencia al haber recibido de Alá, a través del arcángel Gabriel, una revelación manifestándole su total fidelidad. La mezquita trasciende de la palabra edificio para ser sobre todo, un espacio, manifestando un carácter multifuncional. Es al mismo tiempo: baytAlläh –casa de Dios–; recinto para el culto divino; lugar de reuniones políticas, negociaciones y administración de justicia; lugar de oración y recogimiento personal y centro de enseñanza y estudios teológicos. Tras la muerte del Profeta, esta casa de Medina no solo se convirtió también en su sepultura, sino además en el lugar donde se realizaba la toma de posesión del califa, en sede del gobierno y punto de encuentro social hasta que estas funciones pasaron a desarrollarse después en centros específicos. Si50
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guiendo el modelo de la casa construida por Mahoma, enseguida comenzaron a erigirse mezquitas por todas las ciudades del mundo musulmán. En general y básicamente una mezquita dispone de: • Un espacio abierto o patio –shan– con una función práctica, además de estética, que suele adoptar planta rectangular, flanqueado en tres de sus lados por galerías perimetrales –riwäq– cubiertas, sirviendo de espacio de tertulia y otras finalidades sociales y de enseñanza. • Una fuente –mid’a– o pilón –azacayä– para las abluciones rituales obligatorias antes de la entrada del creyente, descalzo, en el templo para la oración. Se suele situar en el patio o en el interior de sus muros. • Un alminar o torre –saumä’a–, comúnmente llamado minarete, desde donde el muecín o almuédano llama a la oración –salät–. • Una cámara del tesoro –bayt-al-mal–; recoge los bienes comunitarios y la limosna voluntaria –sadaqa– y obligatoria –zakät– a favor de los necesitados y obras piadosas. Al comienzo, o en las primeras mezquitas se situaba en el patio; posteriormente y en la mayoría se construyeron en el interior. • Un oratorio cubierto a modo de sala, lugar sagrado –haräm–, para congregar a los fieles. Un esquema clásico es el de sala hipóstila o de soportes de columna –liwan–. • Un muro de orientación o dirección –qibla, quibla–, quibla, alquibla, hacia La Meca. • Un nicho de oración o mihrab –mihräb– (tomado probablemente de la arquitectura religiosa cristiana), practicado en la alquibla y que la identifica. Inexistente en las primeras mezquitas, se piensa que el primero fue construido por el emir al-Walid (706710) relacionándose también su origen con los nichos de orientación de las sinagogas o con los ábsides de las construcciones palaciegas sasánidas. El imán se sitúa delante de él para conducir la oración y constituye el lugar sagrado por excelencia. De reducidas dimensiones adopta forma circular o poligonal. • La maqsura, recinto acotado, situado ante el mihrab y reservado para el imán durante la oración colectiva y para dignatarios. Durante la época de los omeyas cordobeses se convirtió en elemento imprescindible donde rezaban emires, califas y cortesanos.
• Un púlpito –minbar–, alminbar, a la derecha del mihrab según miran los orantes. Se utiliza para decir el sermón de los viernes –jutbá–; su uso se remonta al Profeta Mahoma. Probablemente sería una sede elevada, desde donde dirigía sus discursos y que luego pasó a ser ocupada por el presidente del culto divino. • Una plataforma –dikka– en línea con el mihrab, desde la que los “respondedores” –muballiq– siguen al unísono las oraciones, posturas y gestos del imán, de modo que los distintos estadios de la
oración puedan seguirse en espacios grandes y audiencias numerosas. • Un atril –kursi–, que sostiene el Corán para recitación pública. • También esteras y alfombras, pues, para rezar, el suelo ha de estar cultualmente limpio y puro (de ahí la obligación de permanecer descalzo). Si el islam se hiciera edificio sería una mezquita. Tal es la razón por la que toda comunidad musulmana se representa a sí misma por su mezquita-aljama –djami–, reunirse, y allí rezar.
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La Mezquita Aljama de C贸rdoba
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as artes, en el pensamiento islámico, nunca aparecen como algo aislado, como algo con grado propio, sino en el ámbito amplísimo de las ‘ulüm o ciencias que abarcan un gran número de saberes o habilidades útiles propias del ser humano. Entre estas ciencias, las artes suelen ocupar los lugares inferiores en orden a su valoración. El pensador cordobés Ibn ‘Abd al-Barr al-Namari, que vivió en la segunda mitad del siglo XI escribe: “En todas las religiones hay tres ciencias: superior, inferior e intermedia. La superior es la ciencia de la religión sobre la que nadie puede opinar al margen de la revelación de Dios contenida en sus libros y en la palabra escrita de sus profetas, ¡Dios ruegue por ellos! La ciencia intermedia trata de los saberes mundanos y consiste en conocer las cosas por semejanza demostrando su especie y su género, como sucede con la medicina y la geometría. Las ciencias inferiores son el dominio de las artes de los diferentes tipos de trabajos como la navegación, la equitación, la irrigación, la pintura, la caligrafía y otras actividades semejantes, que son tantas que no caben en un libro ni pueden relatarse, y a las cuales se accede por adiestramiento de los miembros corporales del ser humano”. En el mundo islámico, pues, las que conocemos por bellas artes ni tan siquiera fueron tenidas por una ciencia de grado intermedio. El ejercicio de las mismas, al menos en los primeros tiempos de expansión del Islam, no fue propio de gente de alcurnia, si bien el Profeta tuvo siempre
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palabras de elogio hacia aquéllos que cumplían su trabajo con dignidad: “Dios ama al comerciante honrado y al artesano activo y leal porque Él es sabio” –se lee en el Corán–. Si no fuese por el enfoque ontológico sobre las artes de Ibn ‘Abd al Barr al-Namari, se podría concluir sobre su equivocación porque a pesar de ello, al pintor, al escultor, al calígrafo, al yesero, al arquitecto se les exigía una alta perfección en el desempeño de su oficio porque como dice Ibn Jaldün, “…El arte es una facultad adquirida por la cual se obra en una cosa que es un objeto de trabajo y reflexión…” A tenor de los principios que alimentan el pensamiento estético musulmán, una obra de arte, es decir, una obra bella, es una invención y una creación del hombre, producto de la capacidad de concebir armónica y proporcionadamente una unidad desde sus partes. Por ello, en la civilización del Islam, la percepción del grado máximo de belleza exige una percepción racional abstracta y no de carácter únicamente sensual. Pero aunque, como afirmó Avicena, el alma de los creyentes tienda a alcanzar la belleza suprema y duradera –belleza que es atributo de Dios–, también es capaz de hallar el reflejo de esa belleza en este mundo, en la realidad de la vida cotidiana; esa es la belleza que se manifiesta en cosas que, aún siendo accidentales y efímeras, aspiran, por su armonía y proporción a la totalidad de lo supremo, un concepto, una idea de lo Supremo, de la Divinidad que tiene su némesis en la Mezquita de Córdoba.
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I. Precedentes
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oco se sabe a ciencia cierta sobre el enclave originario de la actual Mezquita de Córdoba, aunque sí la existencia a mediados del siglo V de una iglesia, a través de la confirmación arqueológica de la superposición de tres períodos estratigráficos históricos perfectamente diferenciados de los que el más antiguo pertenecería a una iglesia martirial dedicada a San Vicente, respondiendo a la tendencia generalizada al culto a dicho santo en la España visigoda. Posiblemente la muralla sur de la ciudad no estaba construida o no se conservaba en esta época, por lo que San Vicente se ubicaría a extramuros de la urbe, y en una zona clave a nivel geográfico ya que se sitúa junto al puente o vado del río así como junto a la antigua vía augusta romana, posterior cardo máximo. Es en esta iglesia basílica donde se ubicó la nueva sede episcopal, y ello debió estar motivado por la conveniencia de situarla en un lugar con prestigio religioso que sirviese a la vez como elemento integrado de una planificación urbanística consciente y desarrollada plenamente desde el poder bizantino. Es posible que sea a mediados del siglo VI cuando se amuralle la zona sur de la ciudad como referencia de las antiguas murallas romanas y se organice un auténtico escenario de poder, germen cristalizador de la ciudad. Hallazgos arqueológicos confirman que junto a la iglesia de San Vicente se alzaba todo un conjunto de edificaciones surgidas del nuevo orden político y religioso, con la catedral y edificios de servicio y del poder civil. A partir de aquí, referencias arqueológicas e históricas permiten deducir que San Vicente era la Iglesia Mayor, quedó en poder de los cristianos tras la conquista bereber por un pacto de capitulación, estaba separada por una calle del palacio de los gobernadores visigodos, en ella tendrían los musulmanes su primera aljama en Córdoba y sería destruida para sobre ella comenzar la construcción de la Mezquita actual.
PRECEDENTES
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II. Arte cordobés, emiral y califal
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l período cordobés, que abarca los tres primeros siglos de la historia de alAndalus, con la ciudad de Córdoba como capital, se subdivide desde el punto de vista político en tres etapas: emirato dependiente, emirato independiente y califato. La primera etapa, la de más corta duración (711-756), es conocida como emirato dependiente de Damasco porque durante ese período al-Andalus es gobernada por walíes (gobernador de una provincia o de una parte de la misma, en diversos estados árabes) con poder delegado del califato omeya. La conquista se llevó a cabo muy rápidamente tras la invasión de Täriq en el año 711, al mando de un ejército de doce mil hombres, en su mayoría bereberes, completada en el 712 por la invasión del gobernador Müsà ibn Nusayr, al mando de otro ejército de dieciocho mil hombres, esta vez en su mayoría árabes, con jefes qaysíes y yemeníes, con lo que en el año 714 el reino hispano-visigodo había quedado sometido casi en su totalidad. Müsà y Täriq son llamados a Damasco por el califa al-Walid para que le rindiesen cuentas de las nuevas conquistas. Durante el emirato dependiente asistimos al asentamiento árabe en la península ibérica y al intento fracasado de expansión hacia la Galia, detenida por el príncipe franco y mayordomo de palacio merovingio, Carlos Martel en las cercanías de Poitiers (año 734). En esta etapa se manifiestan ya abiertamente las rivalidades entre los diferentes clanes árabes inmigrados. Esta etapa concluye en el año 756 con la proclamación en Córdoba como emir independiente de ‘Abd al-Rahmän al-Däjil (el inmigrado), un príncipe omeya superviviente de la matanza de su familia a manos de los abbasíes en el año 750; hijo de una mujer bereber, huye hacia occidente buscando refugio en el norte de África, la tierra de su madre; de ahí pasa a al-Andalus y con su proclamación se inicia el emirato independiente (756-929). ‘Abd al-Rahmän I utiliza el prestigio político de la familia omeya para imponer su autoridad sobre los clanes árabes rivales del al-Andalus, creando el estado omeya de occidente con la idea política de convertir la ciudad de Córdoba en una nueva Damasco. El emirato independiente concluye en el año 929 con la proclamación como califa y príncipe de los creyentes de ‘Abd al-Rahmän III, dando así origen a la etapa califal (929-1031). La proclamación del califato cordobés responde inicialmente a la necesidad de contrarrestar la fuerza religiosa que había adquirido el nuevo califato
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fatimí de Ifrïqiya, el cual amenazaba seriamente los intereses políticos y económicos de Córdoba en el Magreb. De esta manera se produce en el siglo X la coexistencia de tres califatos, auténtico cisma religioso del Islam: el califato abbasí, de Bagdad; el califato fatimí, de Mahdiyya y El Cairo, y el califato omeya, de Córdoba. El califato es, ciertamente, la etapa de mayor esplendor de todo el período cordobés, etapa en que se funda la nueva ciudad palatina de Madinat az-Zahra. Si bien desde el punto de vista artístico todo el período cordobés ofrece una extraordinaria coherencia, alcanzando su plenitud en la época califal, se mantiene para mayor precisión histórica, la división entre arte emiral (siglos VIII y IX, sobre todo las obras de ‘Abd al-Rahmän I, ‘Abd al-Rahmän II y Muhammad I) y arte califal (siglo X, obras de ‘Abd al-Rahmän III, de al-Hakam II y Almanzor, el caudillo amirí durante el califato de Hishäm II). No obstante y por economía metodológica mantendremos una sola visión de conjunto para las etapas emiral y califal, aunque matizando siempre la evolución cronológica.
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III. Cronología y aspectos generales de la construcción de la Mezquita
‘Abd al-Rahmän I (786-788). Arrasada la antigua iglesia de San Vicente se construye sobre ella lo que sería patio (actual Patio de los Naranjos) y el primer oratorio al que se accede a través de la actual Puerta de las Palmas. Consta de once naves (en sentido norte-sur) y doce tramos (en sentido este-oeste) abriéndose a la calle por la Puerta de San Sebastián, con más propiedad bab al-wuzara –Puerta de los Visires–. El patio se comunica con la calle por la Puerta de los Deanes. Hisäm I (788-796). Se construye una sala de abluciones en el lateral este de la Mezquita y en el patio el primer alminar. Ampliación de ‘Abd al Rahmän II (833). Prolonga en ocho tramos hacia el sur el oratorio primitivo de ‘Abd al-Rahmän I, son remodeladas las tribunas destinadas a las mujeres y se elevan las techumbres. Se abre a la calle esta ampliación del oratorio con la Puerta de San Miguel o de los Obispos. Murió el emir sin ver acabada la totalidad de su obra. Muhammad I (852-886). Finaliza las obras emprendidas por su padre, ‘Abd al-Rahmän II, se restauran los laterales del templo y reforma la Puerta de los Visires –bab al-wuzara–. al-Mundhir (886-888). Son restauradas diversas naves de la Mezquita y construye en su interior una cámara del tesoro –bayt al-mal–. ‘Abd Alläh (888-912). Se construye un pasadizo elevado –sabat– uniendo el alcázar omeya con la Mezquita y una maqsura. ‘Abd al-Rahmän III (929-961). El patio de origen es ampliado hacia el norte, se derriba el alminar de Hishäm I, erigiendo uno nuevo y se realizan obras diversas en las fachadas antiguas. al-Hakam II (961-976). Se añaden doce nuevos tramos hacia el sur y se abren al oeste y al exterior cuatro nuevas puertas: Espíritu Santo, Postigo de Palacio o Puerta de la Paloma, San Ildefonso y Sabat. Almanzor (976-1002). Entre los años 987 o 991 y 1000 realizó una ampliación de ocho naves hacia el este, derribando el pabellón de abluciones construido por
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Hisäm I, expropiando casas y eliminando calles. Se abrieron al exterior ocho puertas (aunque una no tiene muy definida su datación). Con la ampliación de Almanzor quedó configurada la Mezquita en su estado actual: diecinueve naves y treinta y dos tramos en su interior, un rectángulo de 180 metros de largo por 130 metros de ancho y una superficie total construida de 23.400 m2. Tras las obras llevadas a cabo entre los siglos XIII y XVI para la construcción del templo cristiano en su interior, conserva ochocientas cincuenta y seis columnas de las mil trece originarias.
al-Hakam II
‘Abd al-Rahmän II
Almanzor
‘Abd al-Rahmän I
‘Abd al-Rahmän III
Plano de la Mezquita mostrando la cronología de la construcción.
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IV. Fachada occidental y Patio de los Naranjos
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ruzado el puente romano y donde se ubica el Triunfo de San Rafael se encontraba desde la conquista de Córdoba por los bereberes (primeros de octubre del año 711) un gran espacio abierto que servía de musalla u oratorio musulmán al aire libre. Junto a ella otro gran espacio como centro de reunión –musara–, convocaba a la multitud en la celebración de grandes fiestas, final del Ayuno, de los Sacrificios… y acontecimientos de todo tipo, celebración de victorias militares, desfiles, competiciones hípicas y una especie de partido de polo, espectáculo éste que junto al tiro con arco y el acto del amor constituyen, según los árabes, la visión preferida de los ángeles. Desde esos lugares y en sentido sur-norte arrancaba la calle principal –mahayya al-uzma– o calle mayor árabe construida sobre un antiguo cardo máximo romano, prolongación de la Vía Augusta y delimitada en sus extremos por sendos decumanum
Calle mayor árabe –mahayya al-uzma–, hoy Calle Torrijos.
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Detalle del Palacio Episcopal. Puerta del Sabat.
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o vías trazadas en dirección oeste-este. Esta calle principal dividía en dos la medina, dejando a un lado, a la izquierda el Alcázar del emir y a la derecha el muro largo de la mezquita mayor. El Palacio Episcopal situado frente a la fachada occidental de la Mezquita está edificado sobre los restos de un palacio visigodo (Balat Ludrig), fue sede del gobernador, después Alcázar del emir (qasr al-jilafa). Tras la conquista de Córdoba en 1236, Fernando III donó el edificio al nuevo obispo Lope de Fitero, siendo desde entonces sede del obispado cordobés. En su interior puede aun contemplarse su origen árabe y la primera importante reforma realizada en el siglo XV con una construcción de estilo gótico ojival. Tras un incendio sufrido a mitad del siglo XVIII se le modificaron dependencias y fachadas configurándose así su actual aspecto exterior. Si se comienza a recorrer el muro oeste de la Mezquita en sentido sur-norte la primera puerta que se encuentra es la Puerta del Sabat construida entre los años 970-972 durante el califato de al-Hakam II. Debe su nombre al sabat o puente pasadizo que desde esta puerta unía el templo, cruzando la calle, con el alcázar califal. Esta puerta junto a las tres siguientes forman parte del oratorio de este califa. Continúa el muro con la Puerta de San Ildefonso, el Postigo de Palacio o Puerta de la Paloma y la Puerta del Espíritu Santo. La primera y la tercera son de gran similitud arquitectónica y decorativa con un extraordinario exponente del arte califal. Vanos con arcos de herradura ciegos sirviendo de descarga y enmarcados por alfiz. En la parte superior, un conjunto de arquillos de herradura, también ciegos y entrelazados se decoran en su interior con motivos geométricos. A los lados de las puertas sendas ventanas con celosías se abren bajo arcos polibulados con también decoración geométrica en su interior y atauriques en las albanegas en similitud con las del arco central
Puerta de san Ildefonso.
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Postigo de Palacio o Puerta de la Paloma.
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Puerta del EspĂritu Santo.
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Puerta de San Miguel o Puerta de los Obispos.
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de las puertas. La segunda, Postigo de Palacio, es también de gran belleza. Su estructura decorativa original se puede apreciar en arquillos y pequeñas columnas, aunque el alfiz, el arco rematado en estilo gótico y las ventanas laterales fueron profundamente redecorados en el siglo XV. La Puerta de San Miguel o Puerta de los Obispos pertenece al emirato de ‘Abd al-Rahmän II conservando solo del original el arco de herradura formado por dovelas alternantes en piedra y ladrillo y el espacio del tímpano recubierto con decoración geométrica en ladrillo rojo y piedra caliza blanca. En el siglo XVI y bajo el obispado de Don Juan Daza, cuyo escudo figura sobre el dintel, sufrió una importante remodelación al estilo gótico recercándose el arco de herradura con molduras para adaptar a modo de alfiz. La repisa superior constituye un tejaroz con un adorno a modo de bolas. Fue el emir ‘Abd Alläh quien ordenó construir el primer sabat que unía la Mezquita a través de esta puerta de acceso con el alcázar omeya. La Puerta de San Sebastián, también llamada Puerta de San Esteban y como debiera ser conocida con más propiedad, bab al-wuzara o Puerta de los Visires pertenece al emirato de ‘Abd al-Rahmän I, y fue una de las cuatro puertas que la Mezquita tendría al exterior; ésta, reservada a los altos dignatarios que daba acceso directo al oratorio. La Puerta de San Sebastián, construida sobre sillería de piedra arenisca trazada a soga y tizón presenta un vano con dintel abovedado y arco de herradura de descarga con dovelas de ladrillo y piedra, decoradas éstas con labores de ataurique. Las celosías, aquí reutilizadas, parecen ser procedentes de la antigua basílica de San Vicente, sobre la que fue edificada la Mezquita. Los laterales presentan una estructura almenada conseguida con sillares rehundidos que dan forma a merlones labrados con motivos vegetales. Setenta años después, una de las actuaciones más importantes de Muhammad I fue la reforma de esta puerta con un nuevo repertorio de motivos y técnica de talla, siempre respetuosos con el diseño original, la incorporación del primer alfiz del edificio y la aparición de la primera inscripción árabe de la Mezquita, tal como aparece en el intradós del arco y en la horizontal superior del dintel.
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Puerta de los Visires –bab al-wuzara– o Puerta de San Sebastián.
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Puerta de los Deanes.
Sigue la fachada con la Puerta de los Deanes, perteneciente también a ‘Abd alRahmän I, así llamada por ser en su día el acceso de entrada de los nuevos deanes a la Catedral para tomar posesión de sus cargos. Su cara interna, original, presenta un dintel con arco de herradura compuesto de dovelas alternas de piedra y ladrillo. Se aprecia en el frontal exterior un arco con una herradura muy poco cerrada generando un casi paralelismo entre intradós y extradós. Remodelada en el siglo XIV se remata en su parte superior con una cornisa con motivos a modo de almenas. Es junto con la Puerta de San Sebastián, construidas por el emir, la que da acceso desde la calle al patio de la Mezquita. Finaliza el recorrido por el muro oeste en el Postigo de la Leche. Se debe su nombre al ser el lugar en que madres desgraciadas depositaban a sus hijos lactantes con el deseo y esperanza de ser recogidos por el cabildo catedralicio. Trazada en
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Postigo de la Leche.
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mezcla de estilos gótico y renacentista se debe su obra al arquitecto Hernán Ruiz I quién recibió el encargo del obispo Don Juan Daza entre los años 1505 y 1510. Presenta una portada con un arco conopial enmarcada en molduras sustentando una cornisa donde se apoya un arco ciego de medio punto en el que en su parte superior otra cornisa se decora con pequeñas figuras. Por lo que se refiere a su origen formal como edificio, el modelo más primitivo de mezquita fue una sala con patio, precursor éste del Patio de los Naranjos, así llamado al replantarse en su interior árboles de esta especie en el siglo XVI donde antes hubo palmeras. Se trata de un patio porticado en tres de sus lados en el que en tiempo de los árabes se realizaban todo tipo de actividades públicas. Data de tiempos de ‘Abd al-Rahmän I y tuvo importantes modificaciones con ‘Abd alRahmän III. El historiador hispano-árabe Ibn Hayyan contaba que el alfaquí –sabio o doctor de la ley entre los musulmanes– Sa’sa’a ibn Salam al-Shami plantó árboles causando con ello un gran debate social y jurídico. Se dice también que con las modificaciones de ‘Abd al-Rahmän III, años 950, lo cubrió con toldos a fin de proteger de las altas temperaturas veraniegas a los fieles que no cabían en la sala de oración. Hoy existen más de un centenar de naranjos, palmeras, cipreses y el olivo que da nombre a una fuente barroca del siglo XVII llamada Fuente de Santa María o del Caño del Olivo. Otra, llamada Fuente del Cinamomo por el árbol que estuvo plantado junto a ella, fue construida en el siglo XVIII y proporciona con la anterior el agua de riego que corre por las acequias que discurren por el recinto.
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Las tres galerías que rodean el patio estaban constituidas en origen por arcos de herradura y de medio punto coronados por una cornisa y un friso de merlones escalonados. Los arcos del muro norte del oratorio que apean sobre cimacios estaban abiertos y facilitaban la entrada de luz a la Mezquita, pero al fundarse después capillas laterales cristianas fueron cegados. El piso era de tierra prensada y losas de piedra caliza. El conjunto sufrió importantes remodelaciones a principios del siglo XVI, obra de Hernán Ruiz el Viejo, que alteró el espacio de los pórticos redistribuyéndolos en módulos de tres arcos peraltados con alfiz apoyados sobre capiteles y columnas reutilizadas. Conquistada Córdoba por Fernando III el Santo en 1236, el alminar construido por ‘Abd al-Rahmän III en este lugar fue convertido en campanario. En 1589 una fortísima tormenta lo dejó en muy mal estado por lo que en 1593 el cabildo catedralicio acordó su reedificación sobre un proyecto de Hernán Ruiz III en que se envolvía la construcción original con un cuerpo donde se ubicaban las campanas; un conjunto manierista, estilo artístico difundido por Europa en el siglo XVI, caracterizado por su expresividad y artificiosidad. En el siglo XVII el obispo Fray Diego de Mardones encargó a Juan Sequero de Matilla la terminación de la torre añadiendo el cuerpo del reloj, siendo rematada en 1664 por Gaspar de la Peña con una linterna sobre la que se colocó una imagen de piedra de San Rafael, obra de Pedro de Paz con la colaboración de Bernabé Gómez del Río, autor del arcángel situado en el pretil del Puente Romano. El campanario alberga doce campanas sobresaliendo la llamada “Gorda”. A diez metros, al sur de la torre, una lápida de granito señala el lugar donde entre los años 788 a 796 el emir Hisäm I construyó el primer alminar de la Mezquita. 74
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En el muro norte y junto a la torre campanario se abre la Puerta del Perdón llamada así por ser el lugar donde el cabildo catedralicio perdonaba el pago de diezmos. Construida en origen por ‘Abd al-Rahmän III, siglo X, fue muy reformada en el siglo XIV en que adquirió en su cara exterior su actual aspecto mudéjar, con un arco de herradura apuntado enmarcado en un alfiz con labores de yesería de atauriques en las albanegas, donde figuran los escudos de Castilla y León. La portada actual se debe a la remodelación llevada a cabo por Sebastián Vidal a mediados del siglo XVII en la que, respetando el arco ojival construye un arco de medio punto en que a modo de arrabá acoge tres arcos polibulados con pinturas al fresco de la Asunción de la Virgen María, en el centro, y en los laterales de San Miguel y San Rafael, obras 76
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del pintor cordobés Antonio del Castillo. Remata el arco un friso decorado con triglifos con un relieve en el centro representando al Padre Eterno. En el extremo de este muro septentrional y sobre la fachada oriental la Puerta de la Grada Redonda presenta un dintel con molduras y ornamentación churrigueresca. Reformada en 1738 por Tomás Jerónimo de Pedrajas debe su nombre a la existencia de una grada de piedra posteriormente reutilizada en la Fuente del Cinamomo del Patio de los Naranjos. Frente a la Puerta del Perdón y en el muro sur del patio se encuentra la Puerta de las Palmas o Arco de las Bendiciones, puerta principal de acceso a la Mezquita. Se llama Puerta de Las Palmas aludiendo a la liturgia del Domingo de Ramos y
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sobre el nombre de Arco de las Bendiciones hay dos versiones: una se refiere a la ceremonia de bendición del pendón real con motivo de la coronación del monarca, en que el teniente alférez tras realizar tres inclinaciones ante la Santa Cruz entregaba el estandarte real al alférez mayor entonándose a continuación el Te Deum. Y la otra versión recuerda la bendición de las banderas de los ejércitos cristianos que se dirigían a la conquista de Granada. Presenta una reforma mudéjar sobre la antigua fachada de ‘Abd al-Rahmän III. El pabellón plateresco que corona la portada, obra de Hernán Ruiz I el Viejo en el año 1553 se decora con un relieve representando la Anunciación de la Virgen María a través de dos imágenes, la Virgen y el Ángel, cada una en una hornacina. 78
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V. Inicio de la construcción. Oratorio de ‘Abd al-Rahmän I
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n enero del año 750 las fuerzas omeyas sirias se dirigieron hacia el río Tigris en un intento desesperado de hacer frente a la rebelión chií que ahora parecía disponer de todas las bazas para la victoria: una gran preparación bélica con marcadas convicciones religiosas, empuje, ansias de triunfo, el apoyo de un gran número de correligionarios y, sobre todo, el apoyo moral de la gran familia abbasí, originaria de La Meca y emparentada en segundo grado con Mahoma, pues al-Abbäs, su fundador, era primo hermano del Profeta. La batalla resultó ser un estrepitoso fracaso para los omeyas ya que por una mala planificación logística la mayor parte de sus fuerzas se ahogó en un afluente del río Tigris y el resto fueron materialmente aniquilados en la lucha con los rebeldes chiíes y sus aliados y jefes militares abbasíes, que entraron a saco en Damasco y pasaron materialmente a cuchillo a quien tuviera una relación familiar o personal con los dirigentes omeyas. Los abbasíes no pudieron evitar que de la masacre se escapara un pequeño grupo del que formaba parte ‘Abd al-Rahmän ibn Abd al-Mawiya ibn Hishäm un varón de veinte años, nieto del califa Hishäm ibn Abd al-Malik y, por tanto, con derecho a reivindicar su ascendencia califal. Cuando los abbasíes peinaron la zona buscando encontrar a los fugitivos, ‘Abd al-Rahmän y sus acompañantes se dirigieron en su huida hacia el río Éufrates y sin dudarlo el joven se arrojó al agua en un intento de alcanzar la orilla opuesta donde sus enemigos no tenían jurisdicción. Ya puesto a salvo comprobó que el grupo se había dispersado sin saber hacia dónde ir, y pudiendo ver horrorizado cómo su hermano Yahya, que no sabía nadar, era alcanzado por los abbasíes, decapitado, descuartizado y sus despojos echados al río. Sólo se habían salvado, él, su fiel liberto Bädr y Selim, también liberto de una de sus hermanas. Su destino era claro: tenía que alcanzar a toda costa la parte más occidental del califato, la región de Trípoli (en la actual Libia) donde era mayoría la tribu bereber de los Nafza, a la que pertenecía Räh, su madre, una cautiva bereber norteafricana. Así, según las ancestrales tradiciones árabes, ‘Abd al-Rahmän recibiría de su familia materna, refugio, apoyo moral e incluso económico. A partir de aquí, con el apoyo familiar, su incuestionable ambición y la autoridad personal que le confería ser conocedor de su ascendencia, parece que el joven comenzó a plantearse hacerse con el control de la región de Ifriqiya (la actual Túnez), territorio hacia el que se había dirigido en su continuada emigración hacia occidente.
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rendida pleitesía por las altas personalidades y representantes de la sociedad de alAndalus. Tenía veintiséis años. Rápidamente, ‘Abd al-Rahmän I, ya con el título de emir se empeñó en la construcción del Estado, aceptando implícitamente la autoridad de los abbasíes como califas de los musulmanes desde su nueva capital, Bagdad, ordenando suprimir su nombre de las advocaciones de las mezquitas; así se mantuvo la situación en el territorio de al-Andalus hasta que su descendiente ‘Abd al-Rahmän III proclamara el califato de Córdoba en el año 929. Las crónicas lo muestran como un hombre bastante alto, abundante cabellera rubia con bucles que caían sobre las sienes, casi siempre vestido de blanco, aspecto muy agradable, simpático, aunque dejaba traslucir un carácter enérgico. Una cosa le afeaba: era tuerto, al haber perdido un ojo de muchacho en una trifulca. Poeta bastante aceptable, cuando hablaba en público se mostraba como un elocuente y experimentado orador. Su apodo de “el inmigrado”, aparte de su procedencia, quedó siempre demostrado por las continuas añoranzas de su patria chica que llegó a reflejar en sus versos: Viajero que vas a mi patria, lleva allí el saludo de una mitad de mí mismo a mi otra mitad. Mi cuerpo, tú lo sabes, está en un lugar, pero mi corazón y mis sentimientos están en otro. ‘Abd al-Rahmän I había fundado un estado y la comunidad que dirigía necesitaba una representación arquitectónica, sobre todo en la capital, Córdoba. Y así lo hizo mediante la continuidad de lo que los antiguos conquistadores del lugar habrían establecido compartiendo el importante espacio cristiano del complejo de San Vicente. Fue en 785, treinta años después de su entrada en al-Andalus cuando ‘Abd al-Rahmän I logró contar con suficiente apoyo político en el conjunto del país y una comunidad de seguidores lo bastante grande en su capital como para dar el paso de la representación edilicia de su estado en ella: la construcción de una mezquita aljama. Y así lo hizo, intuyendo incluso su cercana muerte, sobre el preexistente complejo religioso cristiano donde ya oraban los musulmanes, compartiendo culto, en una gran estrechez de espacio con gran incomodidad física e indignidad institucional. La compra del templo y unos terrenos ajenos fue negociada en cien mil dinares (desde 763 la ceca de Córdoba emitía una moneda de plata –dirhem– siguiendo los modelos omeyas), permitiendo también reedificar las iglesias situadas extramuros y que habían sido demolidas con la invasión de 711. Las obras y cimentaciones se iniciaron entre julio y septiembre de 786 y a su muerte, en el 788, estaban prácticamente finalizadas aunque no terminadas. Se dice que con la construcción de la Mezquita el emir quiso realizar una obra pía pensando en la proximidad de su muerte. ‘Abd al-Rahmän I, quiso que el diseño de la primera Mezquita fuese lo más original posible, tratando de retrotraer la imagen del estado omeya implantado en la península a los mismos inicios del islam y de la dinastía que el emir encarnaba: un trasunto de la casa del Profeta en Medina, un recinto recogido y un patio. La planta general conforma un cuadrado perfecto dividido en dos mitades iguales, una al norte, el sahn o patio abierto al aire libre, sin pórtico, y otra al sur, la sala de oración hipóstila, haräm o liwan. El cuadrado constituye una figura fundamental en 82
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la arquitectura clásica y en la omeya oriental. Sus distintos desarrollos proporcionales condicionarían las sucesivas ampliaciones del edificio. La disposición de la Mezquita en dos rectángulos equivalentes para patio y oratorio tiene su mejor precedente en la mezquita de Damasco construida entre los años 705 y 715. El oratorio constaba de once naves en sentido vertical abiertas al patio y cubiertas exteriormente con tejado a doble vertiente, cada una de ellas con doce tramos o intercolumnios horizontales, la nave central más ancha y las laterales extremas más estrechas que el resto, todas en dirección al muro de qibla anómalamente orientado al sur por factores tales como: el aprovechamiento del solar disponible impuesto por sus límites, el influjo de las mezquitas de Siria, para las que la orientación sagrada a La Meca quedaba al sur, y por la inclinación topográfica del terreno, ligeramente descendente hacia el Guadalquivir, es decir sentido noroeste-sureste, dirección en ligero desvío hacia el sur que en Córdoba tomaría camino para la peregrinación a la ciudad santa del Islam. El resultado sigue de forma simbólica el esquema de la planta del oratorio de la mezquita de al-Aqsà de Jerusalén, construida entre 709 y 715. La mezquita de al-Aqsà se encuentra en el lado más notable de la ciudad para los árabes, haciendo juego constructivo con la de la Cúpula de la Roca, terminada en 691, y conformando un programa panorámico referido a la apropiación territorial del islam y del nuevo orden, tanto religioso como político, último eslabón de la tradición de Abrahán. ‘Abd al-Rahmän se legitimó así, invocando las tradiciones de sus antepasados al tomar
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posesión del antiguo templo cristiano y con ello de la antigua ciudad y el territorio que desde ella se dominaba. El Islam, una vez más, había llegado y hecho suyo cuanto le precedía. Las once naves del oratorio de ciento cuarenta y dos columnas están separadas por un original sistema de superposición de soportes y arcos. El soporte está formado en la parte inferior por una columna de la que arrancan arcos de herradura con función de entibo; en la parte superior, se superpone a la columna un pilar del que parten arcos de medio punto. Es una disposición cuyo antecedente islámico más inmediato está en la mezquita de Damasco, donde sólo se usan columnas para sustentar el doble orden de arcos, también de herradura y de medio punto, éstos dobles y más pequeños, pero cuenta también con antecedentes hispanorromanos, si bien aplicados a obras de ingeniería, acueductos que sólo emplean pilares y arcos de medio punto, como el de Segovia o el de Los Milagros, en Mérida. Sobre los arcos de medio punto cordobeses se eleva el muro que soporta los canales de desagüe de las aguas de los tejados a doble vertiente que cubren las naves; opción tomada de la arquitectura romana. Las arcadas de Córdoba comparten con las de Los Milagros, y con otros muchos ejemplos clásicos y omeyas orientales, la elección de los materiales; ladrillo rojo y piedra caliza, aunque limitado a las dovelas, lo que presta al conjunto una elasticidad estructural a la vez que un llamativo efecto cromático referente de la arquitectura omeya. Sin embargo, el alzado cordobés contrasta con unos y otros por su aspecto de inversión; si en Damasco y los acueductos romanos las proporciones decrecen en altura, en Córdoba crecen, dando la paradójica impresión de colgadura, más que de sustento. Este efecto, intencionado, procuró dar amplitud y diafanidad a la planta o superficie donde la comunidad creyente se congregaba. Los elementos de las columnas, plintos, basas (en muchas no se utilizan para ser vistas como parte del desarrollo del orden de las columnas, sino que arrancan directamente del suelo) así como columnas y capiteles, éstos corintios y compuestos fechados entre los siglos I al VII, son todos reaprovechados de épocas romana y visigoda y su emplazamiento no se estima arbitrario, ya que su selección y disposición cumplen funciones simbólicas. Efectivamente, si en principio obedece a razones prácticas, ya que es más rápido y barato edificar con materiales ya elaborados, se trata de otro rasgo propio de la arquitectura omeya de Oriente, en especial de la religiosa: la reutilización y exposición programática de materiales clásicos y sobre todo sustentantes, retomando así la mezquita de ‘Abd al-Rahmän la idea del Islam sostenido por cuanto le antecede, expuesto a modo de trofeo a la vez que se arroga de legitimidad y muestra de ambiciones imperiales. Sobre los capiteles cargan cimacios visigodos en tronco de pirámide invertida de base cuadrada y sobre los mismos una
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pieza cruciforme, monolítica, que sirve a su vez de arranque del pilar en su proyección transversal y del arco de herradura en su proyección longitudinal, llave maestra de este tipo de soporte que lo trata con eficacia. El vuelo transversal de esta pieza cruciforme se salva mediante unos característicos modillones de rollos, elemento creado entonces permitiendo aumentar el ancho de las pilastras (con precedente remoto en la decoración en ángulo de los acantos romanos) y que alcanzará posteriormente desarrollo en el arte andalusí. Aunque no se ha conservado el suelo del oratorio, investigaciones arqueológicas revelan que estaba elaborado con una gruesa capa de argamasa de cal con preparación de tierra apisonada teñida de almagra y cubierto de esteras de esparto a manera de alfombras. Se situaba a unos diez centímetros más alto que el actual, con lo que esta cota revela que las basas no eran elementos tenidos en cuenta sino como calzo de los fustes, por lo que aquéllas podían estar o no a la vista y arrancar los fustes directamente del suelo. La techumbre era un alfarje o techo plano de madera, muy posiblemente con decoración floral tallada como la que vemos remodelada. La fachada del oratorio hacia el patio mostraba una arquería que daba acceso a las naves, con arco central mayor que los laterales, posteriormente remodelada por ‘Abd al-Rahmän III. Del recinto exterior de la Mezquita de ‘Abd al-Rahmän I solamente se ha conservado el muro occidental, los tres restantes desaparecieron en las sucesivas ampliaciones. El muro es de piedra sillar de caliza, aparejada a soga y tizón con trabazón de argamasa de cal casi pura. Está dotado de contrafuertes rectangulares, a modo de torreones, rematado todo en su parte superior con merlones escalonados, simbología militar que relacionaba la mezquita, el templo, con la fortaleza de Dios. Entre sus dos torreones centrales abre lateralmente a la calle la sala de oración la puerta llamada de San Sebastián, bab al-wuzara –Puerta de los Visires o Ministros–. La fachada ofrece la composición característica en triple eje vertical: el eje central formado por la puerta y sobre ella un friso con arcos de herradura ciegos, y los ejes laterales formados por las puertas simuladas sobre las que se abren vanos adintelados, cerrados con celosías y cobijados con arcos. Esta composición de fachada en triple eje encuentra precedentes próximos en los palacios omeyas, y más remotos en la arquitectura palatina del tardío imperio romano. El patio se abre a la calle por la Puerta de los Deanes, cuyo lado interior conserva un dintel adovelado y un arco de herradura de descarga con dovelas de piedra y ladrillo. ‘Abd al-Rahmän I murió en septiembre de 788, dos años después de comenzada su obra y casi viéndola finalizada. Dice 86
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el cronista árabe Ibn Idhari que “…la suma que gastó el imán ‘Abd al-Rahmän en la construcción de la aljama fue de ochenta mil monedas de buen peso”. Como resumen escenográfico: mucho se ha discutido y matizado sobre la valoración de las aportaciones islámicas orientales, y del peso de la tradición local, romanovisigoda, en la configuración de esta primera Mezquita, enfatizando unos aspectos u otros según criterios y enfoques. Entre los aportes islámicos de clara raíz omeya, se cuenta en primer lugar la misma tipología de la mezquita, creación del Islam, cuya planta de tipo basilical con las naves en dirección longitudinal al muro de qibla sigue la pauta de la primera mezquita de al-Aqsà, en Jerusalén, mezquita que sin embargo ya había sufrido la reforma abbasí del año 780, evolucionando a la planta en “T”, con lo que se destaca el arcaísmo intencional del modelo cordobés. La cubierta exterior de tejado a dos aguas aparece también en Siria y Palestina. Algunos elementos de carácter ornamental, como los merlones escalonados del remate de los muros o las celosías ca88
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ladas del cierre de las ventanas, encuentran su precedente en la gran mezquita de Damasco, lo que se cohonesta con el programa político de ‘Abd al-Rahmän I. Sin embargo, otros elementos de esta primera Mezquita no están tan claramente definidos en su adscripción artística; así para el sistema de superposición de arquerías se han señalado como precedentes, por un lado, los acueductos hispanorromanos como el de Mérida, donde no solo hay arcos superpuestos para ganar altura con solidez, sino alternancia de piedra e hiladas de ladrillo, y por otro, los modelos omeyas, en la mezquita de Damasco, alAqsà y Quairuan en Túnez. Tal vez la discusión más tópica, en cuanto a precedentes se refiere, es la centrada en torno al arco de herradura, cuya presencia en lo romano tardío e hispano-visigodo es indiscutible, habiéndose destacado incluso el módulo del arco con el peralte en un tercio del radio. Y sin embargo tampoco puede olvidarse que este elemento formal, considerado tan autóctono, aparece en lo omeya en la gran mezquita de Damasco, si bien no con uso tan determinante. En todo caso, su origen romano es indiscutible, por lo que su presencia no es extraña en todo el ámbito geográfico del antiguo imperio romano. Con otros elementos, como con el sistema de triple eje de la fachada de la bab al-wuzara o Puerta de San Sebastián, sucede otro tanto: derivan de lo omeya que a su vez lo hace de lo imperial romano tardío y bizantino. Finalmente, para otros elementos se acepta el influjo de la tradición constructiva local, como es el caso del sistema de aparejo de los sillares a soga y tizón o los ya referidos modillones de rollo, derivados de los acantos clásicos de esquina. En definitiva, se corrobora en Córdoba el mismo comportamiento artístico del Islam ya visto en oriente durante el período omeya: su capacidad para asimilar las tradiciones locales y adaptarlas a las necesidades de la nueva cultura islámica. 90
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VI. Construcciones de Hisäm I
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l morir el emir ‘Abd al-Rahmän I en 788 fue sucedido por su hijo Hisäm. Sin embargo, su hermano mayor, Sulaymän, nacido en Siria y llegado a al-Andalus después que su padre se hiciera con el poder, se negó a aceptarle, entendiendo que el acceso al trono de su hermano se había producido de forma irregular. La sucesión de los emires tenía una fuerte jerarquización dinástica de la familia y el hijo mayor del emir reinante era de siempre un determinante criterio sucesorio, algo que no se dio en la designación de Hisäm al no ser el primogénito. Fue proclamado emir con treinta años recién cumplidos y fue preferido por ‘Abd al-Rahmän I, a pesar del perfil más parecido de Sulaymän con su padre, pero cansado de tanto sacrificio, tanta pelea y tanta lucha a lo largo de su vida, optó por el hombre más pacífico, religioso y sencillo que era su segundo hijo. También hay que decir el importante papel que tuvo en la decisión su madre, Holal, la favorita de ‘Abd al-Rahmän, el extraordinario influjo del harén y por deriva el total apoyo cortesano. Siendo Sulaymän gobernador de Toledo al producirse la sucesión, se hizo jurar por la población de la ciudad fidelidad absoluta y seguimiento hasta la muerte disponiéndose a combatir al nuevo emir. Esta rebelión fue el único caso durante el emirato en que la disputa dinástica, siempre abierta a conspiraciones y golpes palaciegos, desembocó en un conflicto armado que además fue largo y complejo. El tercer hijo de ‘Abd al-Rahmän I, ‘Abd Alläh, pese a haber apoyado inicialmente al nuevo emir, se distanció de éste uniéndose a las filas del rebelde. Entre ambos pusieron en serios aprietos a su hermano, a quien combatieron desde Toledo hasta la lejana Tudmïr (hoy región de Murcia) y tras sanguinarias luchas en que los rebeldes se vieron prácticamente derrotados, el conflicto solo cesó cuando Hisäm se avino a compensar a sus dos hermanos con el pago de sesenta mil dinares, a cambio de lo cual ambos consintieron en abandonar al-Andalus y establecerse en el norte de África. Los problemas para Hisäm no solo llegaron de parte de sus hermanos. Por alguna razón, tal vez también ligada a querellas dinásticas, este emir encarceló a su hijo primogénito, ‘Abd al-Malik, quien permaneció encerrado diecisiete años hasta su muerte. Esta circunstancia facilitó la sucesión de al-Hakam I, que con toda seguridad era el segundo hijo del emir y que llegó al poder a la muerte de su padre en el año 796.
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Hombre muy piadoso emprendió una guerra santa contra el norte dirigiéndose por el valle del Ebro hasta Álava, se enfrentó directamente al rey Bermudo I causándole un destrozo considerable en sus tropas y moral, atacó Asturias y llegó hasta Barcelona, Gerona, la Septimania francesa y Narbona. Con el botín y dinero conseguido en sus aceifas, hizo grandes obras en Córdoba. Se puede decir que dio un impulso a una ciudad, que era pequeña y crecía a ojos vista por las continuas llegadas de emigrantes procedentes de Siria y Arabia. Su mayor obra civil fue la reparación y consolidación del gran puente romano que daba acceso a la ciudad, muy deteriorado por las importantes avenidas de agua que habían destruido parte de sus arcos. Era hombre que vestía con tremenda sencillez, de piel muy blanca y pelo rojizo, gustaba hacer obras de caridad, mezclarse con el pueblo y ocuparse de aquellas prácticas religiosas que según los alfaquíes posibilitaban llevar las almas al Paraíso. Disfrutaba con el campo y la poesía. Tenía una modesta almunia en la que pasaba el tiempo plantando árboles frutales y cuidando de sus plantas y flores. También una de sus aficiones favoritas era la caza de patos, muy abundantes en las orillas del Guadalquivir. El día 3 de abril del año 796, murió este príncipe bueno, a pesar de encarcelar de por vida a su hijo, religioso y amante de su pueblo. No había cumplido aún cuarenta años. Hisäm I dotó a la Mezquita de una sala de abluciones en su lateral este, facilitando así al templo un servicio público de gran importancia para realizar el ritual previo a
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la oración.. Las fuentes, de planta cuadrada y pintadas de almagra se adosaban al muro junto al que discurría un canal de abastecimiento de agua que unía todas las fuentes bajo arquillos de descarga. En la pared y centrada con la fuente se abría un caño con salida de agua hacia un desagüe inferior. Frente a las fuentes se abrían pilas con pavimento de almagra. El agua pasaba de un canal a la pila mediante una compuerta que regulaba el consumo y abastecimiento. Las aguas sobrantes y sucias pasaban directamente a las cloacas que discurrían bajo las letrinas y fuentes. Las letrinas eran del tipo de placa con orificio alargado en su centro y suelo también de almagra. Los ángulos de unión con los muros eran cuartos de círculo o bocel aplicando técnicas clásicas de impermeabilización e higiene en obras hidráulicas a base, igualmente, de enfoscado de almagra. Hizo construir también azaquefas, saquifas o tribunas-galerías cerradas con celosías en la pared norte del oratorio para que las mujeres pudiesen seguir la oración. No quedan actualmente restos de las mismas. Esta primera Mezquita quedaría completada con la construcción de un alminar (788-796) que se hallaba emplazado fuera del recinto del patio y que fue derribado y sustituido por el de ‘Abd al-Rahmän III. Parece ser que fue el primero de los edificados en al-Andalus sustituyendo, en este caso, uno de los torreones del contiguo alcázar omeya desde donde se llamaba a la oración. Sus cimientos están identificados por una losa de granito en el Patio de los Naranjos localizada a unos diez metros al sur de la actual torre. De fábrica de sillería tirada a soga y tizón, tenía planta cuadrada de unos seis metros de lado y una altura de entre dieciocho y veinte metros, según fuentes arqueológicas, albergando una escalera en su interior. Hisäm, el primer heredero del emirato omeya de al-Andalus, terminó así una obra inconclusa añadiendo alminar y pabellón de abluciones, imprescindibles en una mezquita. No será la última vez que un soberano concluya los trabajos o proyectos de su antecesor en la Mezquita de Córdoba. Desde un punto de vista político, habla claramente de la continuidad de lo emprendido por ‘Abd al-Rahmän I. Fue con Hisäm I cuando comenzó el Estado su firme consolidación política e institucional cuyo modelo fue el recuerdo histórico y social de sus antepasados omeyas.
CONSTRUCCIONES DE HISÄM I
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Capitel de la ampliaciテウn de 窶連bd al-Rahmテ、n II.
VII. Primera ampliación de la mezquita en el emirato de ‘Abd al-Rahmän II
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roclamado emir al-Hakam I no tuvo mucha suerte con su descendencia. Su primogénito, Hisäm, intentó asesinarle para asegurarse la descendencia, por lo que el emir juró que nunca le daría el poder y puso por delante a sus otros hermanos. Esta circunstancia permitió de nuevo que a su muerte en 822 le sucediera ‘Abd al-Rahmän, quien posiblemente era el segundo de sus hijos por edad. ‘Abd al-Rahmän II nació en Toledo en 792 en una de las estancias de su padre en dicha ciudad. Hijo de una esclava, Halawah, fue un muchacho inteligente y valiente que comenzó desde joven acompañando a su padre en diversas batallas. Recibió una esmerada educación de maestros que le transmitieron el conocimiento en profundidad de la lengua árabe, humanidades y las ciencias de la época. El día 24 de mayo del año 822, con treinta años, fue proclamado emir del al-Andalus. Su emirato fue de gran inestabilidad política: tuvo que sofocar cruentamente en Tudmïr las luchas intestinas entre yemeníes y ma’adies arrasando en la contienda las ciudades de Lorca y Ello (Hellín) y construyendo a cambio la ciudad de Murcia. La rebelión de Toledo en que los sublevados dominaron la ciudad entre 834 y 837 concluyó con las tropas del emir destruyendo cosechas, almunias y todo lo que podía constituir supervivencia para los resistentes. La secuencia de Mérida fue parecida a la de Toledo en que los cristianos sublevados de la región buscaron líderes que encontraron en el rey cristiano Alfonso II quien les envió ayuda militar y en el rey franco Ludovico Pío que se limitó a buenos consejos, con lo que el emir dirigiendo personalmente un ejército en la primavera de 829 sitió la ciudad y recurrió al expeditivo método de destrucción de las cosechas. En agosto de 844 los normandos, manchus llamados por los árabes, asolaron las costas de Galicia para después desembarcar en Lisboa librando una sangrienta batalla saldada con un cuantioso botín, para después continuar hacia la desembocadura del Guadalquivir. Remontaron el río hasta Sevilla ocupándola sin resistencia ante la huida de habitantes y defensores, dándose allí también al pillaje y al botín. Tras la sorpresa inicial ‘Abd al-Rahmän, reuniendo en Córdoba un gran contingente de tropas de infantería y caballería ligera se enfrentó al invasor en noviembre de 845 en unas dehesas próximas a Sevilla derrotándole en un alarde de arrojo y táctica militar. Al día siguiente, en un espectáculo de terror y asco, las cabezas de los manchus colgaban de los tejados de Sevilla, eran clavadas en postes o puestas sobre troncos de palmeras, como horrorosos trofeos de guerra de un día en que un primer miedo dio paso a una crueldad infinita. El emir
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cluso, estaban un escalón por encima y eran una especie de núcleo duro de cortesanos que mandaban hasta en el emir y en el reino más de lo que parecía. Y a este grupo pertenecía Nasr, un eunuco de origen cristiano tachado de impío, un tipo ambicioso, inteligente, culto, conocedor del arte de la guerra –participó directamente con grave riesgo de su vida en la batalla contra los normandos en Sevilla–, instigador, que con la ayuda de Tarub se convirtió en la persona más cercana a ‘Abd al-Rahmän e influyente de la corte, llegando a tener dominado a su señor. Acabó mal sus días. Durante la segunda mitad del siglo IX surgieron conflictos a la hora de decidir el que de todos los descendientes del emir debía suceder a su padre. La tremenda capacidad reproductiva de ‘Abd al-Rahmän tuvo como resultado una amplia prole de cuarenta y cinco hijos y elegir heredero se reveló como un problema complejo. Algunos de los miembros más destacados de la administración optaban por el mayor de todos ellos, Muhammad; otros, en cambio, lo hacían por ‘Abd Alläh, hijo de Tarub, la favorita del emir. El argumento que daban los valedores de esta candidatura consistía en invocar los precedentes de los emires Hisäm y al-Hakam, quienes habían gobernado a pesar de no ser ninguno de ellos el hermano mayor. Las maquinaciones de este segundo grupo, encabezado por la madre de ‘Abd Alläh, Tarub, y por Nasr, el eunuco, llevaron a una conspiración que intentó asesinar al emir. Había un médico muy afamado que entre los múltiples brebajes que preparaba ofrecía uno que decía ser muy eficaz para remediar dolores de vientre, y al que Nasr pidió le elaborase una pócima que su ingestión causase fatales consecuencias. Pero Hairan, así se llamaba el galeno, preparada la mezcla y apreciando indicios suficientes de su destino, se arrepintió e hizo llegar al emir la noticia de la trama. Pretextando éste ante Nasr un falso dolor de vientre, le ofrece su fiel vasallo como remedio el fatal compuesto pero el emir le pide que lo beba él primero, pero en términos de orden. El eunuco no tuvo más remedio que hacerlo, con los funestos resultados que nos podemos imaginar. Salvo en el aspecto físico, ojos claros, no muy alto, pelo rubio y tintado en ocasiones de alheña, un tic nervioso permanente en un ojo, no se pareció mucho a su bisabuelo ‘Abd al-Rahmän I, fundador de la dinastía que había ganado el reino por las armas, tampoco a su abuelo Hisäm, hombre de carácter apocado y sumamente piadoso, ni a su padre, al-Hakam I, un déspota que no tuvo escrúpulos de ordenar el exterminio de sublevados y rebeldes. Impregnó de cultura la corte llenándola de libros de astronomía, música y filosofía, construyó puentes y caminos, edificó alcázares, realizó una acometida de aguas en Córdoba traídas de la sierra, con canalizaciones y pilones por toda la ciudad, levantó un malecón en la orilla del Guadalquivir protegiendo la ciudad de las crecidas del río, amplió la Mezquita, edificó la mezquita mayor de Jaén… y como estadista dio al estado omeya una fuerza y organización envidiables. Una tarde de septiembre de 852, ‘Abd al–Rahmän II subió a una terraza del alcázar. Deseaba contemplar el magnífico espectáculo que ofrecía la ciudad, el río y la campiña circundante. Entonces reparó en los cuerpos mutilados de unos mártires cristianos, colgados en sus patíbulos y que le molestaban a la vista, por lo que mandó quemasen sus despojos. En ese momento sufrió una apoplejía que le llevó a la muerte aquella misma noche antes de que se apagase la hoguera que abrasaba a esos pobres desgraciados. Tenía apenas sesenta años. La primera ampliación de la Mezquita se ordenó por ‘Abd al-Rahmän II en el año 832, comenzando las obras en el 833 bajo la supervisión de Nasr y Masrur, los 98
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más importantes eunucos cortesanos de su séquito. La ampliación prolongó las once naves de la sala de oración en ocho tramos más hacia el sur, con la clara connotación simbólica de seguimiento de la orientación preestablecida, derribando para ello el muro de qibla y manteniendo los contrafuertes como pilares de enlace. Esta primera ampliación permite plantear varias consideraciones que han sido válidas para las que seguirán en adelante: mantiene las medidas proporcionales; manifiesta un profundo respeto por el modelo original por lo que mantiene con mínimas alteraciones su disposición y estructura; y responde a las necesidades de la comunidad musulmana, en progresivo aumento (se han podido establecer cálculos indirectos de población a partir de las plazas de oración en la Mezquita). Las fuentes indican que el templo de ‘Abd al-Rahmän I había quedado pequeño para la comunidad de fieles, por lo que muchos no acudían a él para hacer la oración comunitaria de los viernes, decidiendo por tanto el emir ampliar el oratorio de su antepasado. Las obras fueron concluidas por su hijo y sucesor Muhammad I (852-866). La superficie de esta ampliación de ocho tramos equivalía a dos terceras partes de la del oratorio primitivo, unos mil setecientos noventa y seis metros cuadrados, con una capacidad para seis mil novecientos treinta y seis fieles. El número de puertas se amplió a siete, quedando tres en el patio y cuatro, dos a cada lado en las fachadas este y oeste del oratorio. Recorrida la nave central del oratorio de ‘Abd al-Rahmän I, unos contrafuertes, una leve rampa y un arco indican el comienzo de la ampliación. Las arquerías fueron del mismo tipo de las de ‘Abd alRahmän I, es decir, de doble orden; arcos de herradura en el inferior y de medio
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punto en el superior, con alternancia de dovelas de ladrillo y piedra, sostenidos mediante columnas con pilares superpuestos, característica general del edificio. La mayoría de las columnas siguen procediendo de construcciones romanas y visigodas, carecen de basa, los fustes arrancan directamente del suelo y en la pieza cruciforme de apoyo del arco los modillones de rollo desaparecen sustituidos por un cuarto de bocel. Las dos últimas columnas de la nave central, donde se abría el mihräb presentan estrías helicoidales y acanaladuras interrumpidas por pares de fajas. De las ochenta columnas añadidas solo quedan cincuenta al haber sido desmontadas en las obras del crucero catedralicio. Las novedades formales de esta ampliación se refieren a la labra por vez primera de capiteles de los que se conservan dieciséis, inspirados en modelos clásicos romanos añadidos de una mayor estilización, aplicando en uno la técnica del trépano o “nido de avispa”, efecto obtenido por las perforaciones del violín o trépano. Como rasgo de jerarquización espacial se añadió un primer anuncio de la planta en “T”, consistente en destacar la zona más importante, el muro de qibla y el mihräb, mediante la combinación de una nave central con un transepto o nave transversal adyacente y en paralelo a aquellos dos elementos. El origen de esta planta en “T” quizás fuese una evolución del modelo damasceno de naves paralelas al muro de qibla mas otra axial. Este anuncio de planta se hizo en varias fases: primero fue insinuar una pequeña cámara cuadrangular ante el mihräb situando un par de fustes simétricos de tipo acanalado y tradición bizantina, únicos en el edificio, coronados por capiteles de nueva talla y encajando otras dos columnas iguales entre sí en el muro de qibla, como remate de las arquerías que definen la nave central. El segundo fue crear una pequeña prolongación transversal a ambos lados, lo que se logró colocando otro par de columnas simétricas en la qibla, esta vez como remate de las arquerías colaterales. No hubo bóveda ante el mihräb al no haber espacio para ella, ni transepto estructural, sino este juego visual tan sutil como perfectamente observable en el propio edificio. Se continuaba de esta forma con la estructura anterior del oratorio, pero al introducir la planta en “T” se añadía un elemento completamente nuevo. Los techos y las cubiertas siguieron la misma estructura o disposición que en la fase fundacional.
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VIII. Muhammad I
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l morir ‘Abd al-Rahmän II en el año 852 los partidarios del primogénito Muhammad tuvieron que recurrir a un rocambolesco ardid para proclamarle emir, evitando así las asechanzas de su hermano ‘Abd Alläh que albergaba serias aspiraciones de ser el heredero ayudado por las intrigas de su madre, Tarub. El pueblo no quería a ‘Abd Alläh. Los alfaquíes, menos todavía. No se hacía respetar y sus costumbres eran tremendamente licenciosas, con continuas borracheras y escándalos que eran conocidos en toda la ciudad y en el reino, y su religiosidad era menos que escasa. Lo primero que hicieron los seguidores de Muhammad fue jurar sobre el Corán que sería él su emir y no otro. Ante esta evidencia, Sadün y Casïm, dos de los principales cortesanos que inicialmente habían propuesto a ‘Abd Alläh, pidieron disculpas a los demás y también juraron obediencia a Muhammad. Sadün rogó a sus compañeros que le concedieran el honor de ser el que anunciara al nuevo soberano la elección que acababan de hacer. Ahora se trataba de llevar a la práctica una propuesta de muy difícil realización. No había amanecido cuando Sadün se asomó a una de las terrazas del alcázar y quedó impresionado. Era una de esas noches oscuras de Córdoba en que se ven todas las estrellas del firmamento y no se intuye ni siquiera el resplandor del agua del río bajando mansamente. Luego, fijó sus ojos en el lugar adonde debía dirigirse, al palacio de Muhammad, al otro lado del río. Para llegar hasta allí era necesario atravesar justamente los jardines del palacio de su hermano y rival ‘Abd Alläh, en esta otra orilla. Un grave problema porque si era descubierto, su plan fracasaría pues el primero que consiguiera ocupar el alcázar sería declarado heredero, y gracias a la cercanía el hijo de Tarub tenía una considerable ventaja. Pero lo haría; seguro que lo haría. El primer obstáculo era superar el palacio de ‘Abd Alläh. Pudo comprobar que todo el mundo estaba despierto, pero no a causa del duelo por la muerte de ‘Abd alRahmän sino por una de esas interminables juergas en que el príncipe y sus más allegados empleaban las noches. Había estado con ellos tantas veces que sabía que estaban todos borrachos. El problema era no ser descubierto por los guardianes cuando volviera acompañado por el otro príncipe. Al llegar al palacio de Muhammad lo encontró recién levantado y le anunció sumisamente que los eunucos de palacio le habían elegido sucesor al trono de su padre que acababa de morir. Muhammad no creía absolutamente nada de cuanto le decía el eunuco; sabía que Sadün era un de-
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Reconstruyó entre los años 855 y 856 la puerta de la fachada de los Visires –bab al-wuzara– o puerta de San Sebastián en la zona de ‘Abd al-Rahmän I. Sus proporciones constituyen un paso importante en la evolución formal del arco de herradura cordobés: la puerta es adintelada y adovelada, y sobre ella cabalga un arco de herradura ciego, con función de descarga, enjarjado, peraltado en la mitad de su radio, y con sus trasdós e intradós concéntricos, proporciones que se mantienen hasta la transformación califal. El arco de herradura se enmarca mediante un alfiz formado por pequeñas piezas de piedra arenisca de grano fino que están decoradas; las albanegas se cubren con placas de piedra caliza que ocupan toda la superficie y las dovelas alternantes son de ladrillo y piedra, pareándose éstas simétricamente en su decoración a partir de la clave, donde la decoración difiere del resto. La inscripción de la rosca del vano y su dintel diametral –el epígrafe más antiguo conservado en la Mezquita– documenta el año, 241 de la hégira (855-856) donde se refleja la intervención del emir: Ha ordenado el emir –que Alläh lo ilumine– Muhammad hijo de ‘Abd al-Rahmän, la restauración de lo que él ha creído necesario en esta mezquita y su consolidación con la esperanza de la retribución de Alläh para su provecho y recompensa (en la vida futura por esta obra). Y ella ha sido terminada en el año 241 de la hégira con la bendición de Alläh y su ayuda, Masrur y… La forma artística y decorativa por excelencia en el templo musulmán es la epigráfica y de ahí que sea la expresión del carácter musulmán más extendida la escritura cali-
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gráfica árabe. La razón de ello se encuentra en la personalidad del Profeta y en la índole de su mensaje. Mahoma aseguraba que él era un simple ser humano que solo se diferenciaba de los demás en que había sido nombrado mensajero entre Dios y los hombres. El islam, por consiguiente, a diferencia del cristianismo, no se basaba en la vida, experiencias y martirio excepcional de un profeta milagroso. Pero el libro divino, el Corán, y su mensaje eran de importancia suprema, hasta el punto de que, en el islam, las inscripciones, y, en particular, las que contenían pasajes apropiados del Corán, ocuparon enseguida el lugar que tenía en otras religiones la iconografía figurativa. Es evidente que la piadosa inscripción se convertía más que nada en un símbolo dirigido a Dios pasando a ser una hermosa afirmación de los musulmanes. Aunque el libro sagrado no refiere nada en cuanto a la estética en pintura y escultura, sí contiene una serie de afirmaciones precisas que repercutieron en la producción de formas escultóricas: Oh vosotros que creéis, sabed que el vino, los juegos de azar, las estatuas y las flechas de adivinación son males nacidos de Satán. Esta revelación suponía la condena de estatuas figurativas como oposición a la idolatría rendida a las imágenes. Por eso no es de extrañar que desde los primeros monumentos de la arquitectura islámica los musulmanes apenas representaran formas humanas y animales, dando lugar a la creación de diseños artísticos más inocentes: decoraciones vegetales, geométricas y epigráficas.
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IX. al-Mundhir
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robablemente hijo mayor de Muhammad I, le sucedió en el año 886 con cerca de cuarenta años. Hijo de Ayal, una esclava cristiana, se le describe como un hombre moreno, alto, pelo rizado teñido de alheña y cara marcada por las huellas de la viruela. Cuentan también que fue un emir bueno para sus súbditos, generoso y muy valiente. Su reinado (886-888) duró muy poco; apenas dos años. Fue el más corto de la dinastía omeya. También su descendencia fue inusualmente corta, de sólo cinco hijos, ninguno de los cuales reinaría por razones trágicas. Sus dos escasos años en el poder fueron tremendamente convulsos con rebeliones internas en Zaragoza, Tudela, Mérida, Toledo, y la más importante, la protagonizada por el muladí Umar ibn Hafsün acantonado en Bobastro, ciudad-fortaleza en los montes de Málaga. El emir murió en el ataque y sitio de la fortaleza en junio de 888, quizá envenenado por su propio hermano ‘Abd Alläh con el preparado mortal contenido en un apósito colocado sobre una sangría que le había sido practicada. Reparó las galerías altas –saquifas– de la Mezquita, depósitos de agua, restauró las galerías del patio y la dotó de una cámara del tesoro –bayt al-mal–, componente común de las mezquitas de Oriente desde época temprana.
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X. ‘Abd Alläh
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os hijos de al-Mundhir eran de corta edad para sucederle a su muerte, por lo que ‘Abd Alläh, asesinado su hermano ocupó el trono con cuarenta y cuatro años, los mismos que tenía al-Mundhir cuando murió. Se nos presenta al emir con buena presencia física, alto, rubio, buenas dotes de orador, culto, amante de la poesía, sencillo, sobrio –jamás probaba el vino–, muy religioso, pero también tremendamente cruel y sanguinario. La época de ‘Abd Alläh está marcada por la extensión de rebeliones y guerras internas por todo al-Andalus. Todas estas rebeliones acrecientan los muchos problemas de la propia familia omeya ligados de alguna forma con el desarrollo de las mismas. El emir nombró en vida como heredero a Muhammad, el primero de los once hijos varones que tuvo; su padre, nos dice una fuente, “…le había dado siempre una educación en relación con la dignidad de heredero que le había reservado y le trataba de una manera especial”. A Muhammad se le encomendaron algunas misiones importantes de carácter diplomático y militar en territorios como Sevilla, desgarrados por luchas entre facciones rivales. Es posible que en el curso de estas misiones el príncipe se significara por su apoyo a determinados bandos, llegando incluso a ser acusado, infundadamente, de estar actuando en connivencia con Umar ibn Hafsün, el rebelde muladí de Bobastro. A comienzos del año 891 su padre le hizo encarcelar, ordenó redactar ante testigos un acta en la que se le desposeía de su condición de heredero y permitió que fuera asesinado en su presencia por su hermano no uterino Mutarrif, quien mantenía una fuerte rivalidad con su víctima. Durante los años siguientes Mutarrif actuó como persona de confianza de su padre, tanto en las relaciones con los rebeldes de Sevilla, donde su hermano había fracasado, como en la conducción de algunas exitosas campañas militares. Sin embargo, también en este caso parece que el príncipe se granjeó la hostilidad de algunos medios tanto del ejército como del grupo de renombrados alfaquíes que le acusaban de comportamientos reprobables para todo buen musulmán, de tal manera que en el año 894 también fue ejecutado acusado de conspirar contra su padre. La peculiar exterminación que el emir ‘Abd Alläh realizó entre miembros de su propia familia se completó con la ejecución en el año 897 de su hermano Hisäm, acusado de traición que nunca fue contrastada ni probada y más adelante la de su hermano al-Quasim, también acusado de infundadas sospechas de conspiración.
‘ABD ALLÄH
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Cuando el emir murió en otoño de 912 a los setenta y dos años de edad la sucesión tomo un cariz inédito: en lugar de ser heredado por alguno de sus hijos, el poder pasó a su nieto ‘Abd al-Rahmän, hijo de aquel Muhammad, el primogénito cuyo asesinato fue consentido y presenciado por ‘Abd Alläh. Construyó un paso cerrado elevado –sabat– sobre la calle que unía el alcázar con la fachada occidental del oratorio de la Mezquita, y un pasadizo interior (algunas fuentes dicen era una cortina, otras de madera) desde el final del acceso del sabat hasta el mirhäb, evitando así que los fieles fuesen molestados e interrumpiesen su oración a la llegada y salida del emir. Dice el relato árabe de Ibn Hayyan:
El sabat según L. Golvin.
Venía… todos los viernes a la hora de la oración y volvía por el mismo camino oculto que pasaba hacia el alcázar… Entraba por el lado occidental de la mezquita… y al verlo la gente se ponía de pie hasta que acudía a la maqsura, actitud que molestaba a los devotos. Y entonces le escribió el alfaquí Sa’id ibn Yamir diciéndole: “Dios haga al imán un digno y piadoso fiel, los hombres deben ponerse sólo de pie ante Dios, el Creador, sin embargo ante ti se levantan apenas te ven llegar. ¡Oh, no! Tú no debes aceptar y dar a tu pueblo la verdad, pues sólo la verdad te hará llegar a la presencia de Dios… Desde entonces el emir ‘Abd Alläh ordenó al pueblo que no se levantara cuando los viernes llegara o se fuera de la mezquita aljama. Esta orden, sin embargo no fue aceptada por una minoría. Entonces ordenó construir el pasadizo conocido por al-sabat… Aparte de posibilitar el acceso a la Mezquita al emir sin ser visto por la gente, ritual muy usual en el Oriente, el pasadizo servía para observar al pueblo escuchando las conversaciones, comentarios y críticas de sus súbditos. La única huella visible del sabat de ‘Abd Alläh es la puerta de acceso al oratorio (Puerta de San Miguel). No quedan restos materiales del pasadizo interior de la Mezquita. 112
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XI. Intervenciones de ‘Abd al-Rahmän III
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bd al-Rahmän III nació en el año 890, hijo de Muhammad y Muzna, una concubina esclava descrita como rumiyya, es decir, cristiana, procedente tal vez del norte de la Península. De acuerdo con algunos escritos, su abuela por parte paterna era Oneca o Íñiga, casada con el emir ‘Abd Alläh e hija de Fortún Garcés, un vasco llegado a Córdoba como prisionero donde casó y echó raíces. La reina de Navarra, Toda, pretendía por ello tener una relación de parentesco con el que sería califa omeya. Los cronistas cortesanos nos han transmitido una descripción del aspecto y semblanza de ‘Abd al-Rahmän: Fue su piel blanca, sus ojos azules y su rostro atractivo, de buena facha, aunque algo recio y rechoncho. Sus piernas eran cortas hasta el extremo de que el estribo de su silla de montar bajaba apenas un palmo de ésta. Cuando montaba a caballo parecía alto, pero a pie resultaba bastante bajo. Se teñía la barba de negro. Su sello real, como el de sus antepasados, tenía la siguiente inscripción: «’Abd alRahmän está satisfecho con la decisión de Dios». Pero su sello anular y califal decía: «Por la gracia de Dios alcanza la victoria ‘Abd al-Rahmän an Nasir». La elección de ‘Abd al-Rahmän III como sucesor del emir ‘Abd Alläh parece que tuvo lugar en vida de este último. Las fuentes narran cómo ‘Abd Alläh había mostrado preferencia por su nieto ‘Abd al-Rahmän al instalarlo con él en el alcázar, mientras sus hijos no vivían allí. En algunas fiestas hizo que se sentase en el trono para recibir los saludos del ejército, y se dice que en su lecho de muerte ‘Abd Alläh dio su anillo a su nieto, lo cual era una forma de designarle como sucesor. Esto se podría entender así ya que que el emir parecía sentir una gran desconfianza hacia sus propios hijos, y un nieto le debía parecer menos peligroso, pues al tener menos edad podía controlarlo mejor. Los altos dignatarios de la dinastía bien pudieron pensar lo mismo y también cabe la posibilidad de que se le eligiese porque se veía en él a alguien que podía hacer frente con mayores posibilidades de éxito a los peligros que amenazaban a la dinastía omeya. Cuando ‘Abd al-Rahmän III fue nombrado emir, recibiendo el juramento de fidelidad el jueves, 15 de octubre de 912 en el Salón Perfecto –al Maylis al-Kamil– del alcázar de Córdoba los omeyas de al-Andalus atravesaban el peor momento de su historia. Las rebeliones de árabes, muladíes y bereberes de la segunda mitad del siglo IX (lo que se co-
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Allí se instaló, además de la residencia del califa, el aparato central de la administración del Estado. Se levantaron cuarteles para el ejército y viviendas para la numerosa servidumbre. Incluso se previeron estancias para los soberanos gobernantes y diplomáticos de otros estados que acudían hasta ‘Abd al-Rahmän. Madinat azZhara fue concebida para materializar su gloria. Una rigurosa etiqueta presidía todos sus actos y contribuía a la consolidación de su imagen de poder. Todo estaba sometido a un estricto protocolo que se inspiraba en los modelos de la corte bizantina y en el lujo de los califas abbasíes. Sin embargo, tras el boato y el brillo palaciego, en al-Andalus los problemas derivados de la propia conquista de la península seguían latentes. Podían adivinarse, en medio de su fastuosidad, las ambiciones de palacio por arrogarse aquel poder y las inmensas riquezas que éste representaba. Ello subraya el punto más débil de aquel estado: la autocracia. La soberanía radicaba únicamente en el califa, autoridad de la que emanaban todos los poderes del estado, organizado a partir del modelo instaurado por los abbasíes. Además, en su condición de máximo representante espiritual, el califa sumaba al poder civil el religioso. Un califa débil, sin las capacidades necesarias que requería el ejercicio de sus funciones, podía abocar al estado a una crisis de grandes proporciones y conducir al desastre. La autoproclamación de ‘Abd al-Rahmän III como Califa, amir al mu’minim – Príncipe de los Creyentes– y an-Nasir lidin Alläh -“el que trae la victoria a la religión de Dios”-, implicaba un pretencioso programa político de carácter universalista. Si él era el califa legítimo, los restantes estados musulmanes y emiratos independientes deberían reconocerle como el único, el verdadero, y todos los demás serían usurpadores. De suceder tal cosa, los pueblos deberían abandonar su fidelidad respecto a los califas de Bagdad y Qairuán. Sin embargo, en la práctica no pudo hacer valer su autoridad más allá del limitado territorio de la península ibérica y parte del norte de África, y el ambicioso y pretendido universalismo de la Córdoba califal quedó reducido a un ámbito geográfico relativamente limitado. En cualquier caso, pese al fracaso del sentido universalista que ‘Abd al-Rahmän III quiso imprimar a su reinado, la España árabe conoció de su mano un esplendor y florecimiento análogos a Bag116
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dad y Constantinopla, con una compleja organización al servicio del estado y una política exterior e interior fuerte y perfectamente trazada. Ese prestigio interno y externo es el que explica el respeto y reconocimiento entre sus contemporáneos por sus logros políticos, artísticos y culturales. La religiosa y prestigiada escritora alemana Roswitha o Hrotsvitha (935-975) cuyos protagonistas están tomados de las leyendas hagiográficas calificó a la Córdoba de ‘Abd al-Rahmän como “ornato del mundo”. El 15 de octubre del año 961 murió a los setenta años en el Alcázar de Córdoba, en pleno apogeo de su poder y fama, después de casi cuarenta y nueve años en el poder, diecisiete como emir y treinta y dos como califa. La intervención de ‘Abd al-Rahmän III en la Mezquita fue menospreciada durante algún tiempo por la crítica histórica ya que afecta solamente a la zona del patio. Lo amplió hacia el norte en la misma proporción que ‘Abd al-Rahmän II había ampliado la sala de oraciones, y lo dotó de pórticos a imitación de la gran mezquita de Damasco, y de un nuevo alminar, además de reparar en el año 958 la fachada al patio de la citada sala u oratorio. La reparación y refuerzo de esta fachada, en peligro de derrumbe por el terremoto ocurrido entre los años 880 y 881, consistió en la colocación de un muro de fachada delantero con once arcos de herradura siendo el mayor el central, único ingreso desde el patio. Todos los arcos que se apean sobre cimacios estaban abiertos y facilitaba la entrada de luz al templo. El refuerzo de la fachada (anteponiéndola a la original de ‘Abd al-Rahmän I) responde a la necesidad de contrarrestar las cargas longitudinales de las arquerías de separación de las naves, cargas que en el muro de qibla eran respondidas por contrafuertes. En la arquería de esta nueva fachada se advierten las novedades formales del arte califal: los arcos de herradura presentan un nuevo módulo y proporciones, caracterizados por el descentramiento del trasdós y por el despiece de las dovelas de la línea de imposta, mientras que los capiteles son de hojas lisas, como sin terminar de labrar, tanto los corintios como los compuestos. Una inscripción colocada en un lateral de la Puerta de las Palmas indica las obras del califa en esta fachada norte: Ha ordenado el siervo de Alläh, ‘Abd al-Rahmän, el emir de los creyentes, an-Nasir li-din Alläh, –que Alläh prolongue su existencia– la restauración de esta fachada y su consolidación, a fin de dar realce a las ceremonias de culto a Alläh y guardar el carácter sagrado de sus moradas que Alläh ha prescrito elevar para que sea repetido su nombre con la esperanza de recibir en la vida futura mayor provecho y la más grande recompensa, dejándole una noble traza y alto renombre. Estos
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trabajos fueron terminados con la ayuda de Alläh, en el mes de dhu-I-hiyya del año 346 bajo los cuidados de su liberto, de su visir y de su intendente ‘Abd Alläh ibn Badr. Obra de Said ibn Ayub. En esta Puerta de las Palmas, ‘Abd al-Rahmän colocó un gran arco de herradura delante del preexistente, construyéndose una bóveda de cañón de sillería entre ambas. Aparece recercado por molduras de piedra y flanqueado por dos casetones rectangulares verticales que ocupan los pilares entre los arcos de la fachada y se apoya en columnas con elementos constitutivos elaborados para ocupar ese lugar en la obra. Presenta cuatro fases decorativas: una emiral (siglo VIII), dos califales (siglo X) y una mudéjar. De época emiral quedan restos de enlucido a la almagra en el arco de ‘Abd al-Rahmän I, a pesar de que presenta fábrica de piedra revestida con dovelas rojas y blancas hasta la zona media del arco. De ‘Abd al-Rahmän III, época califal, son las pinturas que revestían la bóveda entre las dos fachadas con esquemas geométricos como las cruces enlazadas. El arco califal presenta una división en sesenta y tres dovelas alternas lisas pintadas y aplacadas. En las decoradas parecen motivos geométricos como triángulos opuestos, cuadrangulares, romboidales, cruciformes, damero, espigados y en zigzag. Posterior, pero aún perteneciente al califato es la reforma de la pintura de las bóvedas con motivos más elaborados a base de lacerías. La construcción en trece meses, entre los años 951 y 952, de un nuevo alminar, el gran alminar de occidente (el demolido de Hisam I era uno “de escalera”, de pequeñas proporciones) ha sido interpretada desde el punto de vista religioso como una prueba 118
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de la defensa de la ortodoxia sunní por parte del califato cordobés frente a la heterodoxia chií del califato fatimí, donde se llamaba a la oración desde el tejado, y al mismo tiempo una emulación de las torres mozárabes. Fue ubicado en el nuevo muro septentrional, algo apartado del eje del oratorio para poder poner a su lado una puerta de acceso al patio, bien alineada con el citado eje de simetría. El alminar de ‘Abd al-Rahmän III, el más emblemático del islam occidental entre los siglos X y XII y precedente de los tres grandes alminares almohades de Sevilla, Marrakesk y Rabat, ha conservado tan solo parte de su primer cuerpo, embutido en el interior de la torre de la actual Mezquita-Catedral construida entre 1593 y 1653 según trazas del arquitecto Hernán Ruiz “el Viejo”. Ibn Baskuwal refería que no existía parangón igual en belleza ni en altura en todo el Islam. Fabricado con sillares dispuestos a soga y tizón trabados con argamasa de cal, yeso y arena, alcanzaba más de cuarenta metros de altura. Constaba de dos cuerpos superpuestos; el inferior de planta cuadrada y treinta metros, quedaba dividido interiormente por un muro de doble caja de escalera rectangular, con accesos independientes desde el exterior y desde el patio. Al exterior, este primer cuerpo cuadrado presenta sus lados norte y sur con ventanas de doble arco en dos alturas, mientras que los lados este y oeste ofrecen ventanas de arco triple, asimismo en dos alturas, si bien sólo las del lado sur, que dan al patio, son practicables siendo el resto de las ventanas simuladas. Un friso de arcos ciegos remataba el primer cuerpo, mientras que el segundo era de planta y altura más reducida, unos doce metros. Servía de refugio de dieciséis almuédanos de los que dos, por turnos, cumplían con la llamada a la oración diariamente. Abierto por ventanas en sus cuatro frentes se cubría con una impresionante cúpula de bronce dorado en cuyo eje quedaba insertado un vástago de hierro de unos 5,3 metros de altura; un yamur o almud “…cuyo brillo ofuscaba a los que lo miraban”. El vástago ensartaba tres grandes esferas también de bronce, de tamaño decreciente según ascendían al cielo, doradas las extremas y plateada la central simbolizando los mundos en que Alá se da a conocer: dunia –el mundo de las sensaciones y los sentidos–, mulk –el mundo de los humanos– y yabarut –el mundo celestial–. Rematando este conjunto, una azucena hexagonal, una manzana o granada de oro y una punta con la fecha de construcción de la obra. Todas estas intervenciones de ‘Abd al-Rahmän III se producen en la década de los cincuenta, coincidiendo con una gran actividad en la ciudad palatina de Madinat az-Zhara, y es cuando se introducen por vez primera todas las novedades formales del arte califal en la Mezquita.
Recreación del alminar de ‘Abd al-Rahmän III.
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XII. La ampliación de al-Hakam II
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uando fue nombrado emir ‘Abd al-Rahmän III se casó con Fátima al-Qurashiyya, hija del hermano de su abuelo al-Mundhir. Esta princesa omeya había sido educada en el alcázar, de manera que de pequeña ella y el futuro califa debieron crecer juntos. El noble linaje de Fátima, que tal vez fuese “qurayshí” no solo por parte de padre , sino también de madre, queda reflejado en el título de “Gran Señora” –as-sayyida al kubra– por el que se la conoció. Pudo tratarse de un matrimonio más político que otra cosa para evitar una posible oposición al nuevo y joven emir por parte de los descendientes del emir al-Mundhir, aunque la endogamia era usual entre los omeyas: los hombres se casaban con mujeres fuera de su linaje, cuyos hijos eran coraixíes, independientemente del origen de la madre, pero evitaban dar mujeres omeyas como esposas fuera de su estirpe. Este matrimonio pudo haber tenido otra implicación: el nombre de su esposa, Fátima, era el de la hija del profeta Mahoma (los omeyas se esforzaban en presentarse como miembros de la “familia del Profeta”), se trataba de una mujer libre, y los hijos que dio al emir podían afirmar que su linaje era más noble que el de sus medio hermanos nacidos de esclavas. De hecho, uno de los hijos que ‘Abd al-Rahmän tuvo con esta mujer, llamado al-Mundhir, fue conocido como ibn al-Qurashiyya, “el hijo mayor de la mujer qurayshí”, pese a que la mención de los vínculos cognaticios es muy poco usual en las fuentes árabes. Tal vez durante un tiempo ‘Abd al-Rahmän III pensase en nombrar a este alMundhir, hijo de Fátima al-Qurashiyya, su sucesor y heredero al trono. Sin embargo, si esa posibilidad existió, no llegó a buen término, en lo que pudo influir el hecho de que Fátima acabó perdiendo el favor de su marido. La causa fue un engaño urdido por una de las concubinas, Maryan, madre del hijo que acabaría convirtiéndose en el heredero. Maryan era una esclava cristiana, de la que se dice que era de una gran belleza, refinada, elegante, dulce y muy inteligente. Un día que el emir había decidido pasar la noche con Fátima, Maryan se puso en contacto con ella para comprarle esa noche por una gran suma de dinero (se señala la cifra de diez mil dinares). Fátima accedió y firmó un documento en el que se dejaba constancia de la transacción. ‘Abd al-Rahmän pasó la noche con Maryan, que aprovechó la ocasión para mostrarle el documento en cuestión. A partir de ese momento, el emir se negó a volver a tener relaciones con Fátima y su situación en la corte se redujo a la nada a pesar de su alto linaje.
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Maryan, por el contrario, se convirtió en la favorita y recibió grandes sumas de dinero, parte de las cuales empleó en obras piadosas, como la construcción de una espaciosa mezquita. Una vez que tuvo hijos con ‘Abd al-Rahmän III, Maryan pasó a la consideración de “madre de un hijo” –umm walad–, lo cual implicaba su manumisión. Tuvo con ella cinco hijos, dos hijos y tres hijas, uno de los cuales fue el heredero, al-Hakam II. Otra esclava llamada Mushtaq, se convirtió en la favorita en los últimos años de vida del califa. De ella nació su último y muy querido hijo, al-Mugira, quien muchos años después de la muerte de su padre fue asesinado por un grupo de altos dignatarios de la corte (entre los que se contaba Almanzor) que querían librarse de posibles rivales para el candidato a la herencia del califato que ellos apoyaban, Hisam II, nieto de ‘Abd al-Rahmän III e hijo de al-Hakam II. Al-Hakan II nació en el año 915. En 919, y más tarde, en el 921, cuando sólo tenía cuatro y seis años, respectivamente, su padre lo dejó como representante suyo en Córdoba al salir al mando de las expediciones emprendidas durante esos años. En el caso de 921, la decisión pudo haber estado provocada por el hecho de que en ese año ‘Abd al-Rahmän III tuvo que hacer frente a una conspiración de dos de sus parientes, su tío, al-Asi, y su primo Muhammad ibn Abdalyabbar. Pero también pudo darse el caso contrario: esos parientes comenzaron a conspirar contra él al darse cuenta que el aún emir preparaba su sucesión entre sus descendientes varones, olvidando a esos parientes que le habían ayudado en su nombramiento y habían renunciado a sus derechos. A partir del año 921, ‘Abd al-Rahmän III dejó bien claro que su hijo al-Hakam estaba destinado a sucederle. Lo llevó consigo en algunas de sus campañas e incluso lo puso al frente de tropas a la edad de doce años. Al-Hakam acompañó a su padre durante la visita a Bobastro tras la derrota definitiva de los hafsuníes. Cuando cumplió dieciséis años, uno de los libertos de al-Hakam fue nombrado gobernador de dos ciudades en la cora de Granada, con órdenes de obedecer las instrucciones del príncipe y en el año 941 fue encargado de la recaudación de impuestos y de la acuñación de la moneda. Sin embargo, su designación como heredero tuvo penosas consecuencias personales para él. Su padre le obligó a vivir encerrado en el alcázar y le mantuvo alejado del trato con mujeres, una decisión insólita. Las fuentes, que por otra parte no ahorran referencias más o menos veladas a las inclinaciones homosexuales de al-Hakam, vinculan esta particular disciplina dinástica al hecho de que fuera el heredero elegido por su padre para sucederle. Un texto del cronista al-Räzï hace referencia a esta extraña situación y a la difícil juventud de al-Hakam, “…a quien (su padre) no permitió salir del alcázar ni un día, ni dicha ocasión de tomar mujer de más o menos edad, llevando al colmo una actitud celosa… que al-Hakam soportó con una prudencia que le impusiera, aunque ello fue una carga que, al prolongarse el reinado de su padre, agotó los mejores días de su vida, privándole de los placeres íntimos de la vida por mor de la herencia ulterior del califato, que alcanzó en edad ya pasada y con escasos apetitos…”. Es imposible saber por qué ‘Abd al-Rahmän III se empeñó en que el heredero destinado a perpetuar la dinastía no tuviera descendencia mientras él mismo aún seguía vivo. Las consecuencias de esta extraña represión fueron nefastas. Cuando en 961 al-Hakam fue proclamado por fin califa contaba con cuarenta y seis años de edad y aún no tenía hijos, algo realmente excepcional en los anales de la dinastía. No obstante, era un hombre experimentado, ligado como había estado al poder dada su condición de príncipe heredero desde su infancia. Adoptó el sobrenombre 122
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de al-Mustansir bi-llah, “el que busca la ayuda victoriosa de Dios”, y a diferencia de la autocracia impuesta por su progenitor, el nuevo califa asoció al gobierno a su chambelán Yafar al-Mushafi, al general Galib, liberto de origen eslavo, y a la concubina que le dio el sucesor que no había conseguido tener con su esposa Radhia. La madre de quien sería Hisäm II era de origen vasco, y su nombre árabe, Sübh umm Walad. Bajo al-Hakam II se vivieron los tiempos de mayor auge del califato cordobés. En política interior profundizó en las reformas emprendidas por su padre, eliminando privilegios de la aristocracia de origen árabe y manteniendo abiertas las puertas de la administración a los grupos tradicionalmente apartados de ella. Su reinado le dio a al-Andalus un largo período de paz, solo interrumpido por unos amagos de ataque de los normandos (966 y 971), por las campañas que entre 963 y 965 recordaron a los cristianos que la muerte de ‘Abd al-Rahmän III no significaba el fin de la hegemonía musulmana y por las que entre 974 y 975 pusieron a raya el Conde de Castilla, García I Fernández, que había atacado por sorpresa Deza y conseguido el apoyo de León y Navarra. En Marruecos continuó la política antifatimí de su padre y, gracias al celo del general Galib, al del intendente general del ejército de África, el futuro Almanzor, y al apoyo de los bereberes consiguió ensanchar de modo notable sus posesiones. Hombre extraordinariamente culto, impulsó la creación de bibliotecas públicas. En su tiempo, la principal biblioteca de Córdoba no solo llegó a albergar valiosísimos escritos de medicina, álgebra, geometría, astronomía, filosofía y de leyes, sino que, además, sus volúmenes se contaron por miles. Amigo de traductores mozárabes del latín, científicos y escritores, apoyó las artes, la ciencia y la poesía. Anejo a la gran biblioteca había un taller de copistas, miniaturistas y encuadernadores. Se conocen los nombres de los más famosos copistas de ese taller; una era Fátima, que también ejercía de bibliotecaria e ideó un original sistema para clasificar los manuscritos. Otra, una esclava llamada Lubna, fue también una gran poetisa. Y es también en aquella época cuando empezó la fabricación de papel en al-Andalus, que desde ahí se exportaba a la España cristiana. A diferencia de su predecesor, al-Hakam II fue un hombre muy piadoso y creyente que cumplió con escrupuloso rigor sus obligaciones espirituales. Se cuenta que planteó la destrucción de los viñedos de al-Andalus para evitar que se contraviniera la prohibición coránica de beber vino. Sus consejeros lograron disuadirle, señalando que era mucho peor la embriaguez con alcohol destilado de los higos, preguntándole si también estaba dispuesto a ordenar arrancar las higueras. El esplendor de califato se reflejó sobremanera en la ciudad de Córdoba, que se convirtió en la más importante de Occidente. Aunque son exageradas las afirmaciones que elevaron su población a un millón de habitantes, en el siglo X la ciudad debió tener sobre trescientos mil. El error de adjudicarle ese millón procede de un censo de la época en que se inventariaron 213.077 casas, 80.455 tiendas y 60.300 palacios (serían más bien en este caso, grandes casas y residencias en almunias). Estas cifras no pueden evidentemente referirse a la ciudad; de ser ciertas, deben responder a las de toda la cora cordobesa o incluso a un territorio mayor. Sí existieron en la capital alumbrado público, numerosas escuelas donde se enseñaba a niños sin recursos económicos, una red de alcantarillado, un gran número de baños públicos y bibliotecas tanto públicas como privadas, cuyos propietarios estaban obligados a ceder de forma gratuita. Baste como referencia que en uno de los arrabales de la ciudad se
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Cúpula de la capilla de Villaviciosa.
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El oratorio recibía la luz natural a través de los arcos de la fachada al patio, los pabellones en cúpula y ventanas del muro de qibla. Para la iluminación artificial se utilizaban lámparas metálicas, colocándose las de mayor tamaño en la nave central y en la maqsura. Según el relato árabe, al-Hakam II “…colocó sesenta y seis lámparas con veinte candilejas cada una y seis lámparas grandes con mil cuarenta y cinco candilejas todas doradas”, y un manuscrito anónimo describe cómo en la Mezquita había aproximadamente trescientas lámparas de diferente tamaño con miles de vasitos de cristal que se llenaban de aceite perfumado. La noche de la ruptura del ayuno del mes sagrado musulmán, la Mezquita permanecía encendida toda la noche consumiéndose durante cada día del mes de ramadán siete arrobas de aceite por lámpara. Admitiendo la certeza del manuscrito, un mero cálculo nos dice que durante ese período se consumirían 652.163 litros de aceite. La siguiente innovación fue un transepto o arquería transversal ante el muro de qibla que muestra en alzado la jerarquía propia de la nave central. Exhibe una compleja fachada tripartita de arcos lobulados en el primer nivel y lobulados cruzados en herradura en el segundo, en que dovelas, dinteles y salmeres se decoran profusamente con labores de ataurique.
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Las naves longitudinales, prolongación de las emirales, son del típico doble orden de arcos sobre columnas y pilares que descansan directamente sobre cimientos corridos, sin ningún elemento de basa en el suelo. Todos los elementos de decoración arquitectónica son elaborados expresamente como es el caso de los capiteles de pencas y los fustes de materiales y colores alternantes. En el sistema de soporte se crea un juego entre columnas con el fuste de mármol negro y vetas blancas en caliza a las que corresponde capitel compuesto de hojas lisas, y columnas con fuste de mármol rojo de Cabra rematadas con capitel compuesto de hojas lisas y pencas (capiteles ya utilizados en el refuerzo de la fachada al patio de ‘Abd alRahmän III). Pero sólo se produce simetría lateral transversal en las columnas de las arquerías que flanquean la nave central; en el resto de las naves están colocadas de manera que componen direcciones oblicuas hacia la nave central. De este modo la dirección en profundidad de esta nave queda subrayada por múltiples recursos (mayor anchura de la nave, cúpulas al comienzo y al final de la misma, como en Qayruán, decoración de la cara externa de los pilares superpuestos, y alternancia cromática de los fustes de las columnas). El conjunto de naves laterales van a morir a la qibla, con lo que el transepto no es diáfano, sino que es invadido por dos tramos, copiando así la estructura de la sala de oraciones de la mezquita de al’Aqsà en Jerusalén, modelo de la de Córdoba, tras la intervención abbasí. El resultado, una sala de oración con planta en “T” ya muy evidente, que aún se vio reforzada de varias maneras y enriquecida con más novedades. La primera, mediante los mencionados juegos de arcos entrecruzados y muy decorados formando una maqsura estructural que cierra el tramo ante el mihräb y los dos laterales. Este espacio reservado al soberano y su corte se delimitaba por 128
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medio de una cancela de madera labrada. La superposición de arcos paralelos al muro de qibla tienen una doble misión: proteger la maqsura y separar al califa del resto de los fieles. En segundo lugar, con bóvedas sobre el compartimiento ante el mihräb y los dos laterales, todos ellos cuadrados. El punto de intersección y los brazos de la “T” quedaban así marcados en planta, alzado y cubrición, haciendo juego con la bóveda sobre el arranque de la nave central (capilla de Villaviciosa). La que hay ante el mihräb, cubierta de mosaicos dorados con profusa decoración floral y geométrica emplea trompas de ángulo para pasar del cuadrado al octógono, definido por un juego de ocho arcos cuya parte superior queda abierta por ventanas semicirculares sobre columnas con celosías geminadas. Las supuestas trompas de los ángulos con bóvedas gallonadas son una solución ornamental ya que salvan los espacios angulares con apariencia estructural. El centro octogonal lo ocupa una bóveda gallonada rodeada por una inscripción cúfica en letras doradas sobre fondo azul. La clave, una semiesfera de inspiración teocrática y cósmica, simboliza en su conjunto el trono celestial y el tránsito entre Tierra y Cielo, recuerdos de la Cúpula de la Roca en Jerusalén. En el centro se traza un círculo con una estrella inscrita donde se dice colgaba una gran lámpara con mil cuarenta y cinco bujías. Las cúpulas laterales, simétricas entre sí, son de apariencia más sencilla al no haber recibido mosaicos. En cada una de ellas, sobre trompas, un octógono cuyas esquinas sirven de apoyo a cuatro parejas de arcos paralelos; en el centro, otro octógono menor con arquillos radiales. La plementería se cubre con motivos geométricos y gallonados, salvo cada uno de los extremos oriental y occidental, que lucen respectivas veneras marcando la dirección del transepto. La riqueza ornamental, que confiere a la mezquita cordobesa la fastuosidad y el esplendor que la caracterizan, quizá excesiva para las necesidades de aquella comunidad de creyentes, se encuentra en el muro de qibla. Su composición es tripartita:
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el mihräb, vértice y referencia principal del templo, punto donde se polariza la atención de los fieles y donde converge la fe, y los dos arcos laterales a ambos lados, el derecho corresponde a la puerta del sabat o pasadizo y el izquierdo la bayt al-mal o cámara del tesoro. El muro de qibla tenía un piso alto cubierto por bóvedas al que se accedía desde una puerta elevada. Este espacio elevado podría estar relacionado con saquifas o tribunas en altillo desde donde las mujeres de la corte seguían la oración sin ser vistas. Entre los arcaísmos sorprendentes de esta ampliación califal destaca el uso de la decoración en mosaico, no utilizada en las mezquitas desde los grandes monumentos omeyas de la Cúpula de la Roca y la gran mezquita de Damasco. Narran las fuentes árabes que al-Hakam II, finalizada la ampliación con la construcción del mihräb en el año 965, solicitó ayuda artística al basileus bizantino Nicéforo Focas (Bizancio era el principal taller de actividad musiva), quien junto con un cargamento de teselas decorativas le respondió, enviándole un experto musivara.
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El relato árabe de Ibn Idhari cuenta: En junio del 343 se concluye la cúpula del mihräb, trabajo que formaba parte de la ampliación de la mezquita. Se comenzó a hacer las incrustaciones de mosaico de este edificio. Al-Hakam había escrito al rey de los rum (romanos) a este respecto y le había ordenado que le enviara un trabajador capaz, a imitación de los que había hecho al-Walid ibn Abd al-Malik cuando se proyectó la construcción de la mezquita de Damasco. Los enviados del califa le trajeron al artesano de mosaicos y también 320 quintales de cubos de mosaico que el rey de los rum le enviaba a título de regalo. El califa dio albergue y trató con generosidad al musivario, junto al cual puso a muchos de sus esclavos, trabajando con él, adquirieron una capacidad de inventiva que les llevó a sobrepasar a su maestro. Luego trabajaron solos cuando el maestro musivario, de quien se podía prescindir en adelante, abandonó el país, no sin haber recibido del príncipe ricos regalos y vestimentas. La técnica compositiva empleada se asemejó a la de los mosaicos de la basílica de Santa Sofía salvo una diferencia: las teselas cordobesas se colocaron de forma plana adoptando el estilo ornamental hispanomusulmán. Se decoran con mosaicos tanto la fachada del mihräb como las colaterales del sabat y del bayt al-mal, así como la cúpula ante el mihräb, dando lugar, además, a la creación de un taller local cordobés. La fachada del mihräb se alza sobre un friso de mármol liso acompañado de tableros con decoración floral de “árboles de la vida” –hom– (planta utilizada por los persas como materia de oblación). Como respeto y señal de continuidad con sus antepasados, al-Hakam desmontó las columnas que sostenían el arco del mihrab de ‘Abd al-Rahmän II haciéndolas instalar en el suyo, donde hoy se conservan sosteniendo las impostas que con inscripciones cúficas documentan la conclusión de la obra a finales del 965. Dice el relato árabe de Ibn Idhari: En la segunda decena del Shawwal (9-19 de octubre del 965) al-Hakam vino a caballo desde Madinat az-Zhara a la mezquita donde entró para examinar la ampliación y el grado de avance de las mismas; hizo quitar las cuatro magníficas 138
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columnas que se encontraban en las jambas del antiguo mihräb (de ‘Abd al-Rahmän II) y que no hay similares a ellas y las dejó a un lado para volverlas a colocar en el nuevo mihräb cuando el avance e los trabajos lo permitiese. De las impostas apoyadas en las columnas parte el gran arco de herradura de dos centros, forma deliberadamente conservadora dado el rango del nicho, frente a la magnificencia y aparatosidad de las tramas entrecruzadas que lo preceden y flanquean. Sus dovelas están cubiertas con decoración floral. El arco se cobija bajo un triple alfiz: el primero recoge las albanegas, con motivos tallados de “árboles coronados”; el segundo, una banda epigráfica en mosaico de caracteres azules sobre fondo de oro con el texto coránico: Él es Dios. No hay dios sino Él. Él conoce lo desconocido y el testimonio. Él es el Clemente, el Misericordioso.
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Y el tercero, una doble banda epigráfica de mosaico dorado sobre fondo azul de contenido conmemorativo y también coránico: Aquel es quien conoce lo oculto y el testimonio, el poderoso, el remisorio. Él es viviente, no hay dios sino Él. Rogadle dedicándole el culto. Alabado sea Dios, señor de los mundos. Quien ayuda al imán al-Mustansir bi-lläh, siervo de Alläh, alHakam, príncipe de los Creyentes, Alläh le beneficie, para esta edificación venerable y quien le asiste en su pura intención de favorecer largamente a sus súbditos, esperando gran recompensa ultraterrena de Alläh… hacia lo que él inspiró y hacia ello la avidez en lo que comenzó y terminó por su gracia. La bendición de Alläh sea sobre Muhammad. ¡Salud! Mandó el imán al-Mustansir bi-lläh, siervo de Alläh, al-Hakam, príncipe de los Creyentes, Alläh se apiade de él, la erección de esta construcción. Y fue terminada con el auxilio de Alläh bajo la inspección de Muhammad ibn Tamlij ibn Nasr y Jálid ibn Hassim, jefes de la surta, y Mutarrif. Sobre el conjunto, siete arquillos ciegos trilobulados, sostenidos por columnillas y con el fondo decorado con mosaicos de tema floral. La cámara del mihräb, de planta octogonal con vértice hacia la qibla, conserva el único pavimento original en mármol blanco de la Mezquita. Sobre un zócalo de paneles lisos también de mármol se superpone un rico friso epigráfico alusivo a los ar140
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tífices de la obra, Fath, Tariq, Nasr y Badr y una sura del Corán. Los paños murales se decoran con un juego de seis arquillos ciegos trilobulados y profusa labor de ataurique. El recinto se cubre con una venera, a modo de falsa bóveda decorativa, sostenida mediante un octógono festoneado por una cenefa epigráfica y floral. Podría haber tenido también la finalidad de actuar como tornavoz en las plegarias dirigidas a los fieles. Los complicados simbolismos de todo este conjunto hunden sus raíces en lo más puramente clásico y servían para resaltar la figura imperial del califa y su legitimidad ante Dios y los hombres. La venera siguió siendo un motivo constante dotado de hondos significados, ocupando puestos en lugares destacados y con funciones muy específicas en la arquitectura andalusí y magrebí hasta sus últimos ejemplos tanto religiosos como civiles o militares. Los vanos laterales correspondientes a la ubicación de la puerta del sabat, –bab al-sabat– y la cámara del tesoro –bayt al-mal–, en conjunto bastante más austeros que el mihräb, presentan arcos de herradura con dovelas, alfices y albanegas decorados con mosaicos epigráficos, geométricos y florales; sobre ellos se disponen ventanas enmarcadas por fajas epigráficas, también de mosaicos. Cada conjunto está cobijado por un gran arco de descarga en herradura con decoración de mosaico y dovelas alternas. La Mezquita y el alcázar omeya se comunicaban a través de un pasadizo elevado cubierto, a manera de puente de tres ojos. Concluía el pasadizo en la última puerta del muro occidental de la Mezquita y tras atravesar después ocho salas con bóvedas de medio cañón se accedía al templo por la bab al-sabat, puerta del sabat. La inscripción del alfiz de la puerta en el muro de qibla hace referencia a este cometido:
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¡La alabanza de Alläh por la salvación! ¡Alläh bendiga a Muhammad, sello de los profetas! Mandó el imán al-Mustansir bi-lläh, siervo de Alläh, al-Hakam, príncipe de los Creyentes, ¡Alläh le asista! a su liberto y hachib Cháfar ibn ‘Abd al-Rahmän, –¡Alläh se apiade de él!–, hacer este acceso a su lugar de oración. Y se terminó con auxilio de Alläh, bajo la inspección de Muhammad ibn Tamlij, Ahmad ibn Nasr, Jálid ibn Hassim y Mutarrif ibn ‘Abd al-Rahmän al Katib, sus siervos. A la izquierda de la bayt al-mal, un vano recogía el minbar –púlpito–, una cátedra móvil de nueve peldaños acabada de construir entre los años 965 y 966 desde donde el imán pronunciaba sermones, comunicaba noticias y anunciaba eventos en la oración de los viernes, perfumándose el sitial con áloe y ámbar. Tallado en maderas de ébano, boj, sándalo rojo y amarillo, azufaifo (árbol procedente de Túnez) y leño de Sapán, constituía una maravillosa obra de marquetería compuesta por más de tres mil seiscientas piezas. En juego simétrico con la puerta del sabat y a la izquierda del mihräb se encuentra el acceso a la bayt al-mal –cámara del tesoro–. Alojaba los donativos de las fundaciones pías y las limosnas –sadaqa y zakät– y un enorme Corán que cada viernes era sacado por dos servidores precedidos por un tercero con una vela, colocándose custodiado por dos servidores más en un atril –kursi– junto al mihräb. Guardaba también un estuche ricamente decorado donde se conservaban cuatro hojas manuscritas del Corán por Uthman, el tercer califa, “Califa Perfecto” del Islam, manchadas con su propia sangre, emparentada con la de los omeyas y vertida cuando fue asesinado. Contenía también la cámara, entre otros objetos litúrgicos, los candelabros que se encendían durante la fiesta de la ruptura del ayuno (día 27 del mes de ramadán). El qadí responsable de la institución era el encargado de custodiar la llave de la cámara que llevaba siempre consigo. La legitimidad en que tanto se empeñó el califa estaba destacada por el programa epigráfico del templo mediante esas inscripciones cúficas divididas en constructivas y religiosas. Las primeras conmemoran las obras realizadas y realzan de diversas maneras su figura y la de sus principales colaboradores, así como su empeño en la edificación del Islam; las segundas, textos coránicos, desarrollan un mensaje donde destacan la exaltación de la fe islámica, la refutación de las herejías del momento y la admonición sobre la apostasía. Hay también referencias a la justicia humana y divina y fórmulas litúrgicas habituales, todo en clara relación con el contexto político, social y religioso del momento. La obra de al-Hakam II en la Mezquita quedó completada con la demolición del antiguo pabellón de abluciones de Hisäm I, en uso al menos hasta la época de ‘Abd al-Rahmän III, para instalar cuatro nuevos sobre las fachadas este y oeste, dos para los hombres y otros dos para las mujeres.
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La valoración global de esta ampliación de al-Hakam II resulta muy compleja. Por un lado es evidente el respeto del programa arquitectónico al esquema funcional, así como el carácter conservador y tradicional del califato cordobés que, avanzado el siglo X, recrea la tipología en forma de “T” como reflejo del modelo sagrado de la mezquita de al’Aqsà en Jerusalén y de sus versiones occidentales como la mezquita de Qayruán. Por otro lado, desde el punto de vista formal sus novedades son evidentes tanto por la recepción del repertorio ornamental elaborado en Madinat az-Zhara como por la constante incorporación de otras formas abbasíes. Al final, al-Hakam II construyó un ampliación de claro sabor palatino donde hasta los más mínimos detalles están perfectamente controlados con finalidades específicas en el funcionamiento del conjunto. Un fiel reflejo de la situación del califato que bajo su mandato supuso sin duda el apogeo y esplendor del Estado omeya.
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XIII. Almanzor
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oncebir un heredero fue una de las más importantes tareas a la que alHakam II se aplicó una vez que accedió a la dignidad califal. Tras algún que otro fracaso, el califa, “que aguardaba ansioso tener un hijo” recibió la noticia que había sido padre de un varón al que se llamó Hisäm. Desde muy pronto al-Hakam dejó claro que este hijo estaba destinado a sucederle: fue investido como heredero –wälï al’ahd– y se le reservó un tratamiento especial. Sin embargo, cuando al-Hakam II murió en el año 976, Hisäm sólo contaba con once años de edad, surgiendo la espinosa cuestión del nombramiento de un niño como califa, algo categóricamente rechazado por los ortodoxos de esta institución. Los miembros más poderos de la administración califal, entre los que se encontraba el que había de ser llamado Almanzor, no se plantearon tal tesitura y siguieron adelante con su idea de proclamar al niño como califa pasando incluso por asesinar al único hermano de al-Hakam II que aún sobrevivía, al-Mugira, quien podía haber sido un rival directo para sus planes. Es esta la primera y más destacada referencia al papel político de Abü ‘Amir Muhammad ibn Abï ‘Amir al-Ma’afiri, guerrero y político de al-Andalus, nacido en Torrox, una alquería de las dependencias de Algeciras, parece ser que a primeros de junio del año 938. No se sabe mucho de los primeros años de su vida, aunque siglos después se decía que “ya desde pequeño brillaba por la superioridad y la excelencia que había heredado tanto del linaje de su padre como del de su madre, manifestando ya sus cualidades para el mando”. Cuando Almanzor se convirtió en el hombre más poderoso de al-Andalus, su entorno áulico se refería a menudo a sus antepasados árabes, alabando el ilustre linaje de los Banü Abï ‘Amir. Él mismo se vanagloriaba de su ascendencia buscando al mismo tiempo una legitimación de su actuación en el papel supuestamente glorioso que sus antepasados “ämiries habrían desempeñado en la historia de al-Andalus”. El título de Almanzor corresponde al honorífico de alMansur bi-lläh, “el victorioso por Alläh”, que se otorgó a sí mismo en el año 981 tras su victoria sobre los cristianos en Atienza. Las fuentes no proporcionan un relato homogéneo de la trayectoria que siguió Almanzor para entrar a formar parte del entorno del califa al-Hakam II, y las informaciones sobre las diferentes fases de su vida son tan abundantes como contradictorias. Como quiera que su familia, los Banü Abï ‘Amir, no era precisamente acaudalada, Almanzor se marchó a Córdoba para intentar seguir la carrera de cadí, juez
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que entendía de causas civiles. Algunos historiadores dicen que inicialmente se convirtió en escribano público, otros en ayudante del gran cadí de Córdoba, Ibn Salïm, y aún hay quien dice que entró a formar parte de la intendencia de las obras públicas. Por otra parte, prácticamente todas las fuentes concuerdan que, en aquella época, gozaba de la amistad de un influyente personaje de la corte, quien intercedió por él ante el califa. Ese hombre, el visir Ya’far al-Mushafi, es con el que Almanzor se encontrará relacionado en la fase crucial que precedió al nombramiento de Hisäm, así como en los primeros años de su califato. Sin embargo, tampoco puede descartarse la hipótesis de que fuese Jälid ibn Hishäm, mawlá de al-Hakam II y jefe de su guardia, quien ayudó a Almanzor en su ascenso al estar éste casado con una pariente cercana suya. Almanzor entró a formar parte de la administración califal cuando tenía alrededor de treinta años. Desde aquel momento su ascenso en la corte parece imparable. Se dice que “se empeñó y sobresalió en todas las funciones que al-Hakam le confió”, de tal manera que éste “se quedó fascinado por la agudeza que mostraba tanto cuando servía como cuando actuaba u organizaba”. Las fuentes revelan el inusitado papel político que adquirió a lo largo del califato de Hisäm II y las numerosas funciones que habría desempeñado con al-Hakam II. Al cabo de unos pocos años habría acumulado un número de cargos impresionante. En síntesis y a título de ejemplo: en julio del año 970 pasa a regir directamente los bienes del heredero de al-Hakam, se dice que fue cadí en las coras de Rayya, de Sevilla y Niebla, prefecto de la ceca, jefe de la guardia real, sähib al-xurta –jefe de la policía–, intendente del azaque, intendente de las obras públicas, administrador de herencias yacentes, intendente del tesoro e intendente de las tropas mercenarias bereberes. Sin embargo, en aquella época, la imagen de Almanzor que se desprende de esta descripción es la de un funcionario muy importante, pero todavía no sobresaliente; queda aún en un segundo plano con respecto a personajes tales como Ya’far al-Mushafi o el caíd y general Galib. Y es aquí donde encontramos una persona con un papel fundamental. Sübh. Nada más ser nombrado prefecto de la ceca, Almanzor habría hecho llegar a Sübh, concubina del califa al-Hakam II y madre de ‘Abd al-Rahmän y de Hisäm, una espléndida miniatura consistente en un palacio de plata de hermosa orfebrería, que previamente había mostrado por todas las calles de Córdoba. Los celos y la ostentación de aquel objeto, demasiado precioso para las posibilidades económicas de un funcionario, irritaron sobremanera al califa que inmediatamente hizo comprobar que Almanzor no hubiera sustraído dinero de la ceca califal para sorprender a la favorita. Parece que Almanzor consiguió salir bien parado de la investigación gracias a que pudo demostrar la concesión de un préstamo para tal fin. A partir de ahí se empezó a murmurar sobre las supuestas relaciones amorosas entre Sübh y Almanzor y que gracias a la concubina, de la que el califa estaba perdidamente enamorado, aquél lo había alcanzado todo en la corte. Tras la muerte de alHakam II se llegó incluso a decir que los dos se habían casado en secreto, algo que no se ha podido probar. Aunque resulta extraño que Almanzor se arriesgase a manifestar de forma tan ostentosa su apego por Sübh, sí es cierto que perdió por cierto tiempo el cargo de prefecto de la ceca –sähib al-sikka–; pero esto sucedió cinco años más tarde de lo que se dijo. Estos rumores están relacionados con el desempeño de otra función por parte de Almanzor: administrador del heredero, el príncipe Hisäm. Las crónicas 146
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coinciden en conceder gran relieve a este cargo que se presenta como elemento clave de toda su carrera permitiéndole entrar en contacto con Sübh, uno de los más importantes personajes de la época. Para los cronistas, Sübh es la Señora, raramente la Gran Señora y en las inscripciones, en cambio, la Señora Madre. De origen vascón, había sido adiestrada en el arte de la música y de la poesía para convertirla en una esclava cantora. Se desconocen los caminos que la llevaron a la corte junto a su hermano Rä’iq, y a formar parte del harén de al-Hakam. Definida como mujer virtuosa y muy religiosa, traspasó durante muchos años la frontera invisible que dividía el mundo de los hombres del de las mujeres, penetrando activamente, aunque desde el harén en el espacio del poder. Lo que ella buscaba era asegurar y conservar el poder y el trono para su hijo Hisäm, pues consideraba que le pertenecía por derecho de nacimiento al haber muerto el primogénito ‘Abd al-Rahmän. Para conseguir su objetivo necesitaba de alguien que la conectase con el mundo del poder, fuese político o militar, una persona en quien confiar. Almanzor aprovecharía esta situación para comenzar su largo camino hacia el poder. Al fin y al cabo, que fuesen o no amantes tenía solo una importancia relativa. Lo fundamental es que ambos, cada uno por razones diferentes, tuviesen el mismo objetivo, tal como se evidencia desde el momento de la muerte de al-Hakam II: asegurar y mantener en el trono a Hisäm. Fue este un acuerdo político que duró muchos años y que se rompió violentamente cuando “corrió la voz de que (Almanzor) pretendía quedarse solo al mando del país… sin tener en cuenta ya a Sübh”. Tras una serie de complejas vicisitudes de carácter político y militar que concluyeron en unas pésimas relaciones entre los otros dos todopoderosos personajes Ya’far al-Mushafi y el caíd Galib, comenzó el principio del fin del poderío del primero coincidiendo con la primera y victoriosa expedición militar de Almanzor atacando la plaza fuerte de Baños de Ledesma, en la actual provincia de Salamanca, donde se cuenta que regresó a Córdoba con más de dos mil prisioneros. Dándose entonces cuenta al-Mushafi que su situación se estaba haciendo cada vez más precaria, intentó reforzar su posición vinculándose al influyente general Galib. Para ello le pidió la mano de su hija Asmä para su hijo Uthmän. A pesar de su desprecio por Ya’far al-
Almanzor (?), Francisco de Zurbarán.
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formada por el rey leonés Ramiro III, el conde de Castilla Garci Fernández y el rey de Pamplona Sancho Abarca, demoliendo la ciudad de Simancas, tomando varios miles de prisioneros y pactando su matrimonio con la hija de éste último. El 5 de mayo del año 985 salió de Córdoba llegando a los muros de Barcelona el 1 de julio; seis días más tarde, la ciudad era sometida e incendiada siendo casi todos sus habitantes muertos o cautivos. En junio del 987 el rey de León, Bermudo II, declaró la guerra a al-Andalus. La reacción de Almanzor fue inmediata; le derrotó y tomó la ciudad de Coimbra, plaza que fue devastada hasta tal punto que quedó desierta durante los siete años siguientes. En la campaña de León (988) atacó la ciudad, que sólo logró resistir cuatro días antes de rendirse y ser demolida e hizo capitular Zamora de la que el rey Bermudo II había huido precipitadamente. Fue precisamente con la princesa Teresa, hija de este rey, que se la entregó en concubinato, con quien se casó en el año 993. En la campaña de Santiago (997) obtuvo no solo una victoria militar, sino que infligió además, una afrenta moral y resonante a toda la cristiandad al ser ya Santiago de Compostela en aquel tiempo el foco de peregrinaciones más renombrado de la Europa occidental. El 10 de agosto del 997 la ciudad fue rápidamente tomada y arrasada, excepto el sepulcro del apóstol Santiago que fue respetado por orden expresa de Almanzor. En la campaña de Cervera (1000) una nueva coalición cristiana, esta vez comandada por el conde de Castilla, fue derrotada aunque al alto precio de perder más de setecientos soldados, lo que le empujó en venganza a organizar expediciones de castigo a través de Castilla, acabando con la toma de Burgos en septiembre de ese año. La campaña de la Rioja (verano de 1002) fue la última emprendida contra el norte cristiano. Se dirigió contra el territorio riojano, dependiente del condado de Castilla, logrando la victoria y el posterior saqueo del monasterio de San Millán de la Cogolla. Había ya enfermado antes de comenzar esta marcha contra Sancho García de Castilla, y al empezar a sufrir fuertes trastornos intestinales, tras llevar a cabo operaciones militares de poca relevancia se decidió marchar a Medinaceli dado que Almanzor empeoraba a ojos vista. Tras catorce días de camino y continuo empeoramiento apareció la ciudad donde comenzó una larga agonía. Tras una fugaz mejoría donde dispuso que no quería llegar a Córdoba en un ataúd –“ya he sido llevado a hombros lo suficiente”– dijo, y querer descansar allí, en las fronteras, murió el día 9 de agosto del año 1002. Su cadáver fue envuelto en el sudario tejido en fino algodón por sus hijas, que le acompañaba en todas sus batallas, y sepultado en Medinaceli. En el interior de su tumba fue depositado un Corán, manuscrito por él mismo, y que fue su inseparable libro de oración durante muchos años. Cuentan que sobre su tumba, convertida desde entonces en leyenda, se grabó un epitafio que decía: Las huellas que ha dejado en la tierra te enseñaron su historia como si la estuvieras viendo con tus ojos. ¡Por Alläh! Jamás traerán los tiempos otro semejante a él para que defienda nuestras fronteras. No obstante, la historia es según se mire. Se dice también que un anacoreta cristiano que habitaba en una cueva cercana a Medinaceli, se acercó una noche a la tumba de Almanzor y escribió encima: En el año 1002 murió Almanzor y fue enterrado en los infiernos. 150
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La últimas obras en la Mezquita de Córdoba fueron mandadas realizar por Almanzor, a partir de 987-988, durando los trabajos dos años y medio aproximadamente, con participación constatada de mozárabes cordobeses. A los veinte años de concluidas las obras de al-Hakam II, el templo había quedado pequeño para una población cada vez más numerosa por el propio crecimiento demográfico y la llegada de inmigrantes bereberes, con sus familias, como mercenarios de las tropas de los reformados ejércitos del häyib. Se imponía una nueva ampliación, dirigida por ‘Abd Alläh ibn Sa’id, y se dice que incluso Almanzor participó personalmente en la misma como acto religioso de expiación y purificación de sus pecados. El río con el puente y sus aditamentos, el gran desnivel creado entre el suelo del oratorio y el de la calle y sobre todo el muro de qibla, del todo intocable impedían que se ampliase hasta el sur la mezquita de al-Hakam, y al oeste estaba el alcázar omeya; de manera que sólo quedó el este como opción para agrandar proporcionalmente el edificio. Tras adquirir o expropiar los de la zona y suprimir calles, se procedió a su demolición junto a la de las construcciones anejas por ese lado de la Mezquita, como era el pabellón de abluciones edificado por al-Hakam II. Otro tanto hizo, lógicamente, con su fachada oriental de la que salvó tramos que sirvieron para señalar una clara delimitación entre el oratorio omeya y el suyo. Narra el relato árabe de al-Maqqari que cuando Almanzor decidió ampliar la Mezquita quiso expropiar al dueño de cada casa próxima al templo. Convocaba al propietario de cada una y decía: “Esta casa que te pertenece quiero comprarla en provecho de la comunidad musulmana… la cual con su dinero ampliará la mezquita, lugar de su culto; pide lo que quieras…”. Una vez que el propietario le hacía conocer el precio más alto, daba la orden de doblar la suma y de adquirir para éste otra casa en lugar de la suya. Un día, Almanzor encontró una mujer viuda propietaria de una casa situada próxima al templo donde en su patio se erigía una palmera. Dijo ella: “No aceptaré tal cambio si no es por otra casa en que esté esta misma palmera que fue plantada por mi marido cuando todavía era un niño, y hacerlo es imposible…”. Respondió Almanzor: “Que se le compre una casa, se le trasplante esta palmera y se planten todas las palmeras que quiera la viuda aunque se deje exhausto el tesoro público…”. La ampliación se realizó añadiéndose ocho naves más hacia el este y ampliando el patio, con lo que la planta se convertía en un espacio proporcionado y rectan-
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gular evitándose también el problema de iluminación ante un oratorio de tanta profundidad. Ibn Idhari dice que como complemento luminoso Almanzor mandó encender cirios además de las lámparas de aceite que se empleaban anteriormente, aplicando de manera simultánea los dos sistemas de iluminación. Durante el mes de ramadán eran necesarios tres quintales de velas y un cuarto de estopa para la confección de los cirios. El más grueso se colocaba al lado del imán, junto al mihräb, y permanecía encendido mientras duraba el mes sagrado.
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Si las valoraciones de las diferentes etapas de la Mezquita no han estado exentas de controversia, en este caso el debate se acentúa todavía más. Para la crítica, más atenta a una lectura formal, las escasas novedades que se ofrecen, así como la grandilocuencia de su amplitud espacial, fueron atribuidas, en una valoración negativa, a la necesidad legitimista del usurpador del poder califal. Otras teorías contemplan la ampliación de Almanzor con criterios más positivos, descubriendo en ella un profundo respeto a la obra de sus antecesores, una sobriedad justificada ante la pompa y magnificencia de al-Hakam II, y una respuesta a las necesidades de la comunidad muy acrecentada por naturales y foráneos. En su sumisión arquitectónica hacia los omeyas, hasta en los más mínimos detalles de su obra tomó como referencia en la prolongación al este las filas de pilares en que concluían y se iniciaban los muros de qibla de los oratorios de ‘Abd al-Rahmän I y ‘Abd al-Rahmän II, integrando la ampliación de al-Hakam II, a través de arquerías transversales de dobles arco de herradura e imitando el aparente desorden de elementos sustentantes de las zonas emirales y el perfecto orden alterno de la califal. Todos los modelos son de nueva factura: las columnas continúan la tradición seguida desde ‘Abd al-Rahmän I de no presentar basa vista. Los fustes, de caliza de la sierra de Córdoba o piedra de mina de color gris con vetas blancas y brecha o conglomerado rojo también conocido como mármol de Cabra. Sobre los mismos se apoyan capiteles de hojas lisas y de orden corintio y compuesto. Los modillones, dobles y divididos por una franja axial decorada con motivos geométricos y vegetales, tienen entre tres y cinco rollos o cilindros. También los arcos de herradura de dovelas rojas y blancas fueron copiados meticulosamente, pero sin respetar la fábrica original, ya que son todos de piedra enlucida y pintada. Razones de espacio forzaron como a recoger algunos de ellos introduciendo entonces la herradura apuntada. Al fin… una cuidadosa copia, paso a paso. Con esta ampliación la Mezquita adquirió su conformación definitiva, con
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un muro de qibla precedente que Almanzor mantuvo intacto y por tanto quedó descentrado en el conjunto, y unas dimensiones de 180 por 130 metros, una superficie de 23.400 metros cuadrados y una capacidad de albergar a veinticinco mil personas. Al agrandar el patio también se aprovechó para construir un gran aljibe subterráneo de planta cuadrada dividido en nueve compartimentos intercomunicados y con cubiertas abovedadas. Su fábrica de sillería se encontraba recubierta al interior por un enlucido a la almagra que lo impermeabilizaba, siendo su capacidad de unos setecientos metros cúbicos de agua que lo hizo famoso en su tiempo. Aunque se conserva en buen estado no es visitable.
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XIV. Fachada oriental
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as fachadas orientales de ‘Abd al-Rahmän I, ‘Abd al-Rahmän II y al-Hakam II quedaron selectivamente demolidas e integradas en el oratorio con la ampliación de Almanzor. La actual pared oriental se presenta con rasgos muy claros como imitación de las anteriores, y más concretamente, con el muro occidental; portadas tripartitas entre contrafuertes con puertas centrales de acceso y vanos laterales ciegos rematados por ventanas con celosías, todo ello cubierto de elementos análogos a las occidentales. No faltaron inscripciones, pero ninguna fue un epígrafe constructivo alusivo a Almanzor. No lo permitió al ser muy consciente de la importancia de semejante documento y de la afrenta que supondría contra la legitimidad califal que pretendía defender y de la que su obra era una clara propaganda. Sin embargo, tampoco hay ninguna inscripción constructiva a nombre de Hisäm II; silencio muy elocuente. Los epígrafes conservados de esta fase, que se encuentran en las portadas exteriores son todos coránicos y hacen juego con los de al-Hakam II, nueva prueba del respeto, consideración y seguimiento del programa iconográfico allí plasmado por escrito. Se trata de suras y aleyas transmisoras de un mensaje escatológico, admonitorio y moralizante a través de alusiones a la salvación y condena eternas, la misericordia divina y la resurrección, junto con alabanzas a Dios e invocaciones al Profeta como intercesor. De norte a sur vamos encontrando la Puerta de Santa Catalina que da acceso al Patio de los Naranjos. Tiene su origen en una puerta islámica de la ampliación de Almanzor y la reforma actual es una obra renacentista realizada a mediados del siglo XVI (1565) por Hernán Ruiz III. Aunque hemos hecho referencia a la semejanza entre estas puertas y las del muro oeste vemos en la Puerta de San Juan ciertas diferencias: al tener menor altura las puertas laterales ciegas, el espacio así ganado se ha aprovechado para situar unas ventanas geminadas con arcos de herradura, algo inexistente en aquel muro. Otra la tenemos en la arquería ciega del espacio superior central, cuyos arcos son de herradura o trilobulados en lugar de los entrecruzados de la pared oeste.
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Continuamos por las Puertas del Baptisterio, San Nicolás, Concepción Antigua y San José. Podemos ver en las cuatro la misma estructura sobre la imagen de una combinación de ladrillo y piedra, las sucesiones de distintos tipos de arcos trilobulados y de herradura, y las inscripciones en piedra de motivos vegetales o geométricos en algunas, y de citas religiosas en otras. La repetición de monumentales puertas y de tan idénticas formas, situadas de igual manera entre los contrafuertes del muro,
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nos puede hacer olvidar la belleza individual de cada una de ellas pero a la vez nos permite apreciar una cadencia y homogeneidad en su ornamentación y una imagen de conjunto de la que carece la fachada occidental. Todas ellas, junto con la Puerta de San Juan fueron restauradas a partir de 1913 por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco y la colaboración del escultor cordobés Mateo Inurria. Las dos siguientes, Puerta de la Magdalena y Puerta de Jerusalén, ambas con un grado de deterioro similar, presentan una composición formada por tres calles verticales divididas en tres cuerpos cada una. Los dos laterales constan de sendos vanos ciegos en los cuerpos inferior e intermedio y de una ventana cubierta con una celosía en el superior. El cuerpo central es de mayor tamaño, teniendo la puerta adintelada y cubierta por un arco de herradura. Aunque en ninguna de las dos puertas existe alfiz, ni tampoco friso de arcos ciegos sobre éste, sí se aprecia el deterioro que presenta el lugar que podrían haber ocupado ambos; como si de esta zona hubieran sido arrancados algunos elementos tras picar sobre ellos. En la Puerta de la Magdalena, sí han permanecido los arcos geminados de los cuerpos laterales intermedios y restos de lo que podrían haber sido sendos arcos lobulados sobre las ventanas del cuerpo superior.
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aber vivido el encuentro con la Mezquita de Córdoba, el monumento arquitectónico surgido de la espiritualidad de una religión, de la fe de unos creyentes, de los orígenes e historia de un pueblo, haber descubierto en su interior la inmensa perspectiva de arcos en una calculada penumbra, la sombra de sus naves y la selva de sus columnas, haber descubierto la claridad del Patio y la arquitectura vegetal de sus naranjos y palmeras, debe concluir en el recorrido del entorno de este templo donde la Mezquita se hace Córdoba y Córdoba, Mezquita. El mejor lugar para iniciarlo se encuentra hacia el sur, en la margen izquierda del río Guadalquivir. Desde aquí se ofrece la más hermosa de las vistas: la torre de la Calahorra, el amplio y caudaloso río, el “…gran río, gran rey de Andalucía, de arenas nobles, ya que no doradas…” del gran cordobés Góngora, el Guadalquivir que fluye entre las islas de arena y la espesura de adelfas y cañaverales con la misma lentitud mitológica de los ríos sagrados, el puente romano –para los cordobeses, Puente Viejo o Puente de San Rafael–, la Puerta del Puente, al fondo la fachada meridional del edificio con aspecto de fortaleza espiritual donde el metal de las campanas de la torre es tan enfático como la llamada del muecín a la oración y la aguja infinita coronada por el arcángel San Rafael. La Torre de la Calahorra o Carrahola que de ambos modos se dice, significado de “castillo libre” y construida sobre una puerta romana que formaba parte de la vía Augusta para dar entrada a Córdoba a través del puente, es una edificación de origen árabe, casi con toda certeza obra de mudéjares. Así se dice del musulmán a quien se permitía seguir viviendo entre los vencedores cristianos sin mudar de religión, a cambio de un tributo. La disposición del trazado a soga y tizón de sus sillares evidencian los artífices de la obra. Servía para la defensa de la entrada del puente y del sistema general defensivo de la ciudad. A partir del siglo XII la Calahorra tuvo un alcaide. La construcción inicial consistía en dos torres unidas por un arco que más tarde fue derruido por Enrique II en 1369, casi inmediatamente después de ser coronado rey de Castilla.
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Se añadió después una tercera torre por la parte posterior quedando así en su configuración actual tras algunas reparaciones. El Puente Romano, Puente Viejo o Puente de San Rafael de los cordobeses, construido por Augusto hacia la mitad del siglo I, a.C., formaba parte de la vía Augusta y de él solo se conservan los cimientos. Ha sido reconstruido en numerosas ocasiones. En el año 720 se lleva a cabo la primera reforma con el emir al-Samh, quien utiliza sillares de la muralla para la reparación, siendo las más importantes las realizadas por el emir Hisäm I en el siglo VIII y por el califa al-Hakam II en el siglo X. Tiene dieciséis vanos y mide aproximadamente 230 metros. En la mitad y sobre el pretil se encuentra colocada desde el 29 de septiembre de 1651 una imagen de San Rafael labrada en piedra por el escultor Bernabé Gómez del Río, también autor del San Rafael que corona la torre de la Mezquita-Catedral. Esta estatua fue erigida, reconociéndose desde entonces a San Rafael como Custodio de Córdoba, como muestra del agradecimiento de los cordobeses al arcángel por la protección prestada a la ciudad durante la epidemia de peste sufrida tres siglos antes. Cuenta la tradición que en el año 1578 se apareció al Padre Roelas declarándose guardián de la ciudad. Una lápida a sus pies con una inscripción en latín lo recuerda en la siguiente traducción: Al Beatísimo Rafael, grande entre los ángeles, su custodio vigilantísimo: el cual más há de trescientos años, que en tiempo de Pascual Obispo, y destruyendo la ciudad una peste, predijo que él había de ser médico de tanta calamidad. Y él mismo después, año de mil quinientos y setenta y ocho, reveló al Venerable Presbítero Andrés de las Roelas, las reliquias de los Santos Mártires y últimamente le declaró, cómo Dios le había encargado la guarda de Córdoba. Por lo cual para que el debido agradecimiento durase; el Senado y Pueblo de Córdoba, atento y piadoso, le levantó esta estatua de piedra, con gran solicitud de D. José de Valdecañas y Herrera y de D. Gonzalo de Cea y de los Ríos, veinticuatros. Siendo Pontífice Inocencio X, Rey de las Españas Felipe IV, Obispo D. Fr. Pedro de Tapia, Corregidor D. Pedro Alfonso de Flores y Montenegro. Año de 1651. La Puerta del Puente, también conocida en Córdoba por Arco del Triunfo se trata de una construcción renacentista. Se sitúa donde estuvieron localizadas antiguas puertas romanas, al final de la vía Augusta, de acceso a la ciudad y las árabes bab alQautara (puerta del puente), bab al-Wadi (puerta del río), bab al-Yazira (puerta de Algeciras) y bab al-Sura (puerta de la estatua). Si bien la etimología árabe de las tres primeras está clara por su ubicación geográfica, tenemos que pensar que la última se derivaría de la presencia de alguna estatua erigida allí en época romana y que dio nombre a la puerta. Se decide construir en el año 1572 por orden del corregidor Alonso González de Arteaga, decidiendo en 1575 el también corregidor Francisco Zapata de Cisneros, que fuese la puerta principal de Córdoba. Fue diseñada por el arquitecto Juan de
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Herrera (proyectista del monasterio de El Escorial) llevando a cabo su realización el arquitecto cordobés Hernán Ruiz III. De un solo vano adintelado, con jambas y sillares almohadillados presenta dos caras opuestas. Se apoya en ocho columnas estriadas de orden dórico, cuatro en cada cara, que soportan un entablamento clásico de triglifos y metopas. El ático se corona con un frontón semicircular donde figura el escudo de Castilla que sostienen dos guerreros. La decoración se completa en los intercolumnios con sendos relieves de Torrigiano representando, uno, a una mujer sentada sobre el cadáver degollado de un hombre, alusivo a la heroína del Antiguo Testamento, Judith, que decapita al general Holofernes y el otro una figura femenina con un niño entre sus brazos. Una inscripción sobre un cartel en el dintel de la Puerta recuerda la visita que el rey Felipe II hizo a Córdoba en el año 1570:
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Reinando la Sacra Católica Real Majestad de Phelipe, Nuestro Señor Triunfo de San Rafael. Arraigada ya en los cordobeses la devoción a San Rafael manifestada en diversas plazas por la erección de columnas de este tipo conocidas como triunfos, concibió el Cabildo catedralicio la idea de construir lo que sería este monumento, encargando su diseño en el año 1736. Concebía el proyecto en origen un conjunto de peñascos de donde debía surgir una fuente simbolizando el nacimiento del río Guadalquivir y una serie de esculturas de mármol negro representando moros rendidos ante la visión del arcángel. No gustó este proyecto a Racioneros y Arcedianos de la Catedral por lo que desechándolo el Cabildo encargó otro a los sacerdotes Domingo Esgroijs, pintor de Cámara, y Simón Martínez, escultor al servicio del rey de Cerdeña, de origen palermitano y residentes en Roma, quienes realizaron un nuevo proyecto consistente en un conjunto de gradas coronadas por un gran peñasco, figurando en su frontal un león portando en sus garras una cartela donde se pondría la oportuna inscripción y arrancando en su centro una torre almenada asentándose una gran columna rematada con capitel sosteniendo al arcángel San Rafael, Custodio de Córdoba. Sin embargo el proyecto quedó suspendido coincidiendo con la muerte de los responsables nombrados por el Cabildo para este fin. En el año 1756 fue nombrado Obispo de Córdoba D. Martín Barcia, gozando en poco tiempo de especial predicamento y simpatía entre los cordobeses. Declarado devoto de San Rafael concibió retomar el dormido diseño; el 23 de febrero de 1765 lo puso en conocimiento del Cabildo que lo acogió con especial entusiasmo y el 28 de abril de 1765 fueron iniciadas las obras, concluidas el 31 de diciembre de 1781, a las solas expensas del Prelado. La dirección de las mismas, según proyecto y planos de origen aunque con algunas reformas, se llevó a cabo por el arquitecto marsellés Miguel Verdiguier, Director Estatuario de la Academia de Marsella y Académico de Mérito de Escultura de la de San Fernando. Sobre un roquedal de mármol negro se eleva una torre o castillo circular de jade, en que se yergue una columna de mármol veteado de veintiocho metros de altura y capitel corintio donde descansa sobre una columna el arcángel San Rafael con
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bordón de peregrino. Sobre la roca, tres estatuas recostadas de mármol representan a los Santos Mártires Patronos de Córdoba, San Acisclo y Santa Victoria, así como Santa Bárbara de quien era especialmente devoto el Obispo Barcia, y al pie de aquélla un león de piedra blanca sale de su guarida representando las armas de Córdoba.
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Una serie de figuras alusivas representan el ámbito de la ciudad. Así, un caballo paciendo simboliza la fama de Córdoba en la cría caballar, la palmera simboliza la protección angélica de la ciudad, la especie de pieza artillera bajo Santa Bárbara demuestra la protección de la Santa en tormentas, el gran esturión o sollo su abundante pesca en el Guadalquivir y emblema figurativo de monedas acuñadas en su tiempo en Córdoba, plantas de las más abundantes en la zona y como colofón un águila sosteniendo en sus garras el juramento hecho por San Rafael manifestando haber sido nombrado por Dios guarda y custodio de la ciudad. En el castillo que se apoya sobre el roquedal aparece el escudo obispal del Obispo D. Martín Barcia, y cercando el monumento, pedestales con verjas y sobre ellos inscripciones latinas explicando el objeto de la obra, atributos figurados, el milagro obrado por San Rafael con Tobías, indulgencias concedidas a quien allí recen y finalmente, en el frente que mira al río la inscripción de toda la historia de esta obra y fecha de su conclusión, año de 1781. Después, al final de la calle Torrijos, la antigua mahayya al-uzma, calle mayor árabe, y pasando por delante de las puertas emirales y califales de acceso virtual a la Mezquita… la Judería, donde se entrecruzan el mundo cristiano, la huella judía que hizo de Sefarad una suerte de paraíso perdido y la peculiar historia del Islam en Occidente, en Al-Andalus. Un barrio donde se puede otear lo que pudo ser la vida cotidiana de sus moradores, un crisol de tres culturas. Jeroglífico de calles, casas de patios de opaca penumbra, el mensaje de fe y recogimiento de una sinagoga y el lugar donde convivieron ricos y pobres, sabios e incultos, eruditos, escritores, poetas, médicos, filósofos, músicos, grandes personajes y gentes sencillas, comerciantes y artesanos… que acabaron su ciclo vital, unos, con la diáspora sefardí, y otros, con la más cruel y humillante de las derrotas, rumbo a un futuro incierto, por caminos desconocidos e inseguros. Todos ellos, testimonio de un pasado glorioso, de una vida plena de riqueza y de logros que fue y sigue siendo motivo de orgullo para Córdoba.
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Noria de la Abolafia (Abderramán II) en el río Guadalquivir.
Glosario
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ste glosario pretende facilitar la lectura del libro al lector no avezado en el conocimiento antropológico, del idioma, personajes, expresiones artísticas y la religión de un pueblo que durante los siglos VIII al XI conformó nuestra historia y dejó un legado que aun perdura. Abbäs: Tío paterno de Mahoma. abbasíes: tercera dinastía de califas fundada en 750 por Abú-I‘Abbäs al-Saffäh (descendiente de Abbäs, tío paterno de Mahoma) que se apoderó del califato con la matanza de la dinastía omeya. ‘Abd al ‘Aziz: hijo de Müsà ibn Nusayr (gobernador musulmán del norte de África). Conquistó lo que hoy es Portugal, Cataluña y Narbona. ‘Abd al-Malik: hijo de Hisäm I. ‘Abd al-Muttalib: abuelo paterno de Mahoma. ‘Abd al-Rahmän: hijo de al-Hakam II y su concubina Sübh. ‘Abd al-Rahmän al-Däjil (el inmigrado): apodo de ‘Abd al-Rahmän I por su procedencia extranjera.
‘Abd al-Rahmän ibn Habib al Fihri: gobernante de Ifriqiya (norte de África).
No trata de ofrecer un tratamiento sistemático de los términos considerados, sino ser elemento de consulta y ayuda en la lectura del recorrido histórico que concluyó en un monumento de carácter excepcional y único, expresión de la arquitectura religiosa cordobesa.
‘Abd al-Rahmän ibn Marwän al Yilliqi: rebelde de Mérida y Badajoz en el emirato de Muhammad I. ‘Abd al-Rahmän I (‘Abd al Rahmän ibn ‘Abd al-Mawiya ibn Hishäm): primer emir independiente de Córdoba y fundador de la dinastía omeya en al-Andalus. ‘Abd al-Rahmän II: emir de Córdoba; hijo y sucesor de al-Hakam I. ‘Abd al-Rahmän III: hijo del príncipe Muhammad y nieto y sucesor del emir ‘Abd Alläh. Nombrado emir el día 15 de octubre de 912 y proclamado primer califa de Córdoba el 16 de enero de 929.
‘Abd Alläh: emir de Córdoba; hermano y sucesor de al-Mundhir. ‘Abd Alläh: hijo de ‘Abd al-Rahmän III al que trató de destronar al ser declarado heredero el primogénito al-Hakam. ‘Abd Alläh al Mahdi Billäh: autoproclamado Príncipe de los Creyentes en Quiruán (Túnez) en el año 909. ‘Abd Alläh ibn Badr: visir e intendente de ‘Abd al-Rahmän III. ‘Abd Alläh ibn Sa’id: dirigió la ampliación de la mezquita de Almanzor.
abd-alläh: “siervo de Alá”. ‘Abd Alläh: padre de Mahoma. ‘Abd Alläh: hijo de ‘Abd al-Rahmän I. ‘Abd Alläh: hijo de ‘Abd al-Rahmän II y su concubina Tarub.
‘Abd-Manaf: v. Abü Tälib. Abrahán: patriarca espiritual de los cristianos y, según el Corán padre biológico de todos los árabes. Abü Bäkr: tío paterno de Mahoma.
GLOSARIO
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Abü Bäkr: primer converso al islam; fue el mejor amigo de Mahoma. Abü Lähab: tío paterno de Mahoma. Abü Süfyan: jefe coraixí de una caravana asaltada por Mahoma y sus seguidores en el pozo de Badr. Abü Tälib: tío paterno de Mahoma y jefe del clan de Hässim tras la muerte de su padre Abd al-Muttabib. Abü-Hassäm Alí ibn Nafi: v. Ziryab. adän: llamamiento o convocatoria a la oración. adha: fiesta del sacrificio en la gran peregrinación en que el peregrino realiza el itinerario de Abrahán y su hijo Isaac hasta el lugar donde Yahvé le ordenó sacrificarle en prueba de obediencia y adoración. Agar: esclava egipcia de Sara, mujer de Abrahán. ahl al-kitäb: “Gentes del libro”, judíos y cristianos, sabios de las Escrituras. Ahmad: v. Mahoma. Ahmad ibn Nasr: inspector de la ampliación de la mezquita de alHakam II. Aixa: esposa favorita de Mahoma tras enviudar de Jadicha, su primera mujer; hija de Abü Bäkr, su gran amigo. Akhila: rey de los visigodos entre 710 y 713; hijo del rey Vitiza. Al-Arqäm ibn Abd-Manäf: miembro del clan de los majzüm, refugió a Mahoma y adeptos del islam en su casa.
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al-Asi: tío de ‘Abd al-Rahmän III; conspiró contra él. al-Hakam I: emir de Córdoba; hijo y sucesor de Hissäm I. al-Hakam II: califa de Córdoba; hijo de ‘Abd al-Rahmän III y su concubina Maryan. al-haram: santuario. Al-Lat: diosa por excelencia que se veneraba en La Meca politeísta. al-Mansur bi-lläh: “el victorioso por Alläh”, título honorífico que se otorgó Almanzor en el año 981 tras su victoria sobre los cristianos en Atienza. al-Maqqari: cronista árabe en el califato de Hisäm II. al-Mugira: hijo de ‘Abd al-Rahmän III y su favorita Mushtaq. al-Mundhir: emir de Córdoba; hijo y sucesor de Muhammad I. al-Mundhir: hijo de ‘Abd al-Rahmän III y Fátima al Qurashiyya; fue conocido como ibn al Qurashiyya, “el hijo de la mujer qurayshi.
as sayyida al kubra: “Gran Señora”, título por el que se conoció a Fátima al Qurashiyya, esposa de ‘Abd al-Rahmän III. al-Räzï: cronista árabe en el califato de ‘Abd al-Rahmän III. al-Walid: califa de Damasco. al-Walid: emir (706-710) que se piensa construyó el primer mihrab en una mezquita. as-saitän: Satán, “El Mal”. albanega: enjuta de arco de forma triangular. älburäq: animal fantástico que llevó al Paraíso a Mahoma después de morir. algara Nakhlä: hecho bélico por el que Mahoma y sus seguidores arrancaron un botín de una caravana que se dirigía desde La Meca a Siria. aleya: v. äya. alfaquí: sabio o doctor de la ley entre los musulmanes.
al-Mustansir bi-lläh: “el que busca la ayuda victoriosa de Dios”, sobrenombre adoptado por al-Hakam II.
alfiz: recuadro del arco árabe, que envuelve las albanegas y arranca, bien desde las impostas, bien desde el suelo.
al-Mu’tadd: duodécimo y último califa de Córdoba.
Alfonso II: rey de Asturias (791842), hijo de Fruela I.
al-Nasir li-din Alläh: “el que trae la victoria a la religión de Dios”, título califal de ‘Abd al-Rahmän III.
Alfonso III: rey de Asturias (866910), hijo de Ordoño I.
Al-Ozza: diosa que se veneraba en La Meca politeísta; la”poderosísima”. al-Quasim: hermano del emir ‘Abd Alläh, acusado infundadamente de conspiración. al-Qurashiyya: esposa de ‘Abd alRahmän III.
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Alí: hijo adoptivo de Mahoma, primo e hijo de su tío Abü Tälib. Älläh: Dios. Ällähu akbar: “Dios es el más grande”. aljama: mezquita principal donde se reúnen los musulmanes para hacer la oración comunitaria del viernes.
almagra: tierra roja. Almanzor (Abü ‘Amir Muhammad ibn Abï ‘Amir al Ma’afiri): guerrero y político de al-Andalus en el califato de Hisäm II. alminar: torre de la mezquita, por lo común elevada y poco gruesa, desde cuya altura convoca el almuédano a los creyentes en las horas de la oración. alminbar: v. minbar. almud: v. yamur. almuecín: v. almuédano. almuédano: musulmán que desde el alminar convoca en voz alta al pueblo para que acuda a la oración. Álvaro González de Arteaga: corregidor de Córdoba. Ordenó en el año 1572 la construcción de la Puerta del Puente. Álvaro: mártir cordobés durante el emirato de ‘Abd al-Rahmän II. Amina: madre de Mahoma. amir al-mu’minin: título de Príncipe de los Creyentes con que se proclamó ‘Abd al-Rahmän III. amirí: perteneciente o relativo a los descendientes de Almanzor; miembro de esta familia. Amr: bisabuelo de Mahoma. a’rab: facción beduina opositora a Mahoma. arkän: pilar u obligación central del musulmán. asabiyyä: sociedad familiar y tribal árabe. aslama: verbo árabe, “rendir, someterse, entregarse”.
Asmä: esposa de Almanzor; hija del general Galib, jefe del ejército de alHakam II y de Hisäm II. asr: oración de la tarde. Atanagildo: rey visigodo (554-576). ataurique: ornamentación árabe de tipo vegetal. Atta-El-Roi: Agar llamó el nombre del Señor que hablaba con ella, Atta-el Roi. “Tú eres el Dios de la vista”, porque dijo: “¿No he visto también aquí las espaldas del que me vio?”. äya, plural ayat: versículo, subdivisión de la sura o azora. Ayal: esclava cristiana, madre del emir al-Mundhir. Ayyüb ibn Habib al-Lajmi: tercer valí de al-Andalus que gobernó interinamente solo seis meses del año 716. Instigador de la muerte de ‘Abd al-‘Aziz. az-Zhara: esclava favorita de ‘Abd al-Rahmän III. azacayä: pilón para las abluciones obligatorias antes de entrar en la mezquita. azaque: tributo que los musulmanes están obligados a pagar de sus bienes y consagrar a Dios. azaquefa : v. saquifa. azora: v. süra. azufaifo: planta espinosa y leñosa cultivada en la depresión mediterránea. Una subespecie habría suministrado las ramas espinosas que sirvieron para hacer la corona de Cristo. bab al-Qautura: puerta del puente. bab al-Sura: puerta de la estatua. bab al-wadi: puerta del río.
bab al-wuzara: puerta de los visires. bab al-Yazira: puerta de Algeciras. Bädr: liberto de ‘Abd al-Rahmän I. Badr: constructor del mihrab de la mezquita de al-Hakam II. baladíes: árabes radicados en España tras la invasión bereber del año 711. Balj ibn Bishir: jefe militar de las tropas mandadas por el califa de Damasco, Hishäm, para sofocar las revueltas de Ifriqiya (norte de África). Banü Abi ‘Amir: linaje, antepasados de Almanzor. Banü Qasi: rebelde de Zaragoza en el emirato de Muhammad I. Baqi ibn Majlad: jurista en el emirato de Muhammad I. basa: asiento sobre el que se pone la columna o la estatua. bayt-al-mal: cámara del tesoro de la mezquita. bayt-Alläh: casa de Dios. Bermudo I: rey de Asturias (788 ó 789-791), hijo del príncipe Fruela, sobrino de Alfonso I y sucesor de Mauregato. Bermudo II: rey de Galicia (982999) y de León (985-999), al parecer bastardo de Ordoño III. Fue proclamado rey (15, oct., 982) en Santiago de Compostela por los nobles gallego-portugueses sublevados (981) contra Ramiro III. Bernabé Gómez del Río: escultor y arquitecto cordobés (siglo XVII). Bilal: esclavo negro salvado de la muerte por Abü Bäkr, prosélito de Mahoma.
GLOSARIO
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Bilar: antiguo esclavo; primero que desempeñó el papel de muecín.
recita en voz alta; qur’an procede del verbo qara’a -leer en voz alta-.
burkü: velo que cuelga de la puerta de la Kaaba.
corintio (capitel): el formado por hojas de acanto superpuestas, caulicos y volutas de ángulo.
cadí: juez que entiende en las causas civiles. caid: especie de juez o gobernador. Carlos Martel: príncipe franco y mayordomo de palacio merovingio. capitel: parte superior de la columna y de la pilastra, que las corona con forma y ornamentación, según el estilo de la arquitectura a que corresponde. Carlos II, el Calvo: rey de Francia (843-877), emperador de Occidente (875-877). Único hijo del segundo matrimonio de Ludovico Pío con Judit de Baviera. Casïm: cortesano del emirato de ‘Abd al-Rahmän II. ceca: casa donde se labra y acuña moneda. celosía: enrejado de listoncillos de madera o hierro, que se pone en las ventanas de los edificios y otros huecos análogos. cimacio: miembro suelto, con ábaco de gran desarrollo, que va sobre el capitel, con aumento del plano superior de apoyo. compuesto (capitel): el que tiene ábaco chaflanado, volutas como el jónico y hojas de acanto como el corintio. coraixí: v. quraysi Corán: libro sagrado que constituye el punto central del Islam. Palabra derivada del siriaco queryana, se trata de un libro que se
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Cha’far ibn ‘Abd al-Rahmän: hayib de al-Hakam II. chiíes: nombre dado a los musulmanes que consideran que la sucesión de Abü Bäkr, ‘Umar y Utmàn al califato era ilegal y que debía, después de la muerte de Alí, volver a la línea sucesoria de Abü Tälib. decumanum: vía urbana romana que atraviesa el cardo máximo o vía principal. dhü l-hiyya: mes del calendario musulmán en que se lleva a cabo la peregrinación a La Meca. dikka: plataforma elevada desde donde se dirigen a través de “mediadores” las oraciones en mezquitas de gran aforo. dírhem: moneda de plata árabe. Djafär: hijo de Abü Tälib y primo de Mahoma. djami: reunirse, término etimológico de aljama. djinns: v. yinn Domingo Esgroijs: pintor de cámara, autor del proyecto del Triunfo de San Rafael en Córdoba. dovela: piedra labrada en forma de cuña, para formar arcos o bóvedas. dhur: oración de mediodía. du’a: oración personal no limitada por reglas o rituales. dunia: mundo de las sensaciones y los sentidos en el Islam.
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Efrón: hijo de Seor (Zohar), propietario de la heredad de Macpela donde fue enterrado Abrahán. Egilona: viuda de Rodrigo, último rey godo, casada de nuevo con ‘Abd al-‘Aziz, hijo de Müsà inb Nusayr. Eulogio: noble cordobés, mártir en el emirato de ‘Abd al-Rahmän II. fard: deber islámico. Fath: constructor del mihrab de la mezquita de al-Hakam II. fätiha: sura o azora con que comienza el Corán. Fátima: esposa de Abd al-Muttalib y abuela paterna de Mahoma. Fátima: hija de Mahoma de su matrimonio con Jadicha. Fátima: copista y bibliotecaria en el califato de al-Hakam II. Fátima al-Qurashiyya: esposa de ‘Abd al-Rahmän III; hija del hermano de su abuelo al-Mundhir. fatür: banquete tras el crepúsculo en ramadän. fayr: oración al amanecer. Fernando III el Santo: rey de Castilla (1217-1252) y de León (12301252), hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela, hija de Alfonso VIII de Castilla. fitna: rebeliones contra el Estado protagonizadas por árabes, muladíes y bereberes en la segunda mitad del siglo IX. Flora: mártir cordobesa durante el emirato de ‘Abd al-Rahmän II. Fortún Garcés: vasco afincado en Córdoba, padre de Oneca, esposa del emir ‘Abd Alläh y abuela de ‘Abd al-Rahmän III.
Francisco Zapata de Cisneros: corregidor de Córdoba que instituye en el año 1575 la Puerta del Puente como entrada principal de la ciudad. Fray Diego de Mardones: obispo de Córdoba (siglo XVII). Froya: rebelde visigodo de origen nobiliario que tomó el título real probablemente en el año 652. fuste: parte de la columna que media entre el capitel y la basa. Galib: liberto de origen eslavo, general del ejército de al-Hakam II y de Hisäm II. gallonada (bóveda): bóveda con segmentos cóncavos rematados en redondo por su extremidad más ancha.
hanife: seguidor o devoto del Dios único, “el entregado a Dios”.
hiyra: “emigración”, “éxodo”, “expatriación”.
Hairan: médico de la corte de ‘Abd al-Rahmän II.
Holal: madre de Hisäm I y favorita de ‘Abd al-Rahmän I.
Halima: nodriza de Mahoma.
Holofernes: general asirio a las órdenes de Nabucodonosor que en el sitio de Betulia fue decapitado por Judith mientras dormía.
Hämza: tío paterno de Mahoma. haräm: oratorio. harim: lugar sagrado, inviolable. Hässim: clan de la familia paterna de Mahoma. häyib: visir de mayor categoría de la época omeya, que tenía a su cargo la dirección de la administración pública. häyy: peregrino, peregrinación como pilar básico del Islam. hégira: v. hiyra.
García Fernández: conde de Castilla.
Hernán Ruiz I el Viejo: arquitecto burgalés (siglos XV-XVI).
Gaspar de la Peña: arquitecto maestro mayor de la Catedral de Córdoba (siglo XVII).
Hernán Ruiz III: arquitecto ¿burgalés?, ¿cordobés? (siglos XVIXVII).
Gastón: conde del Bierzo, jefe de las tropas asturianas derrotadas por Muhammad I en la batalla de Guazalete.
Hind: esposa de Abü Süfyan.
hachib: v. häyib. hadïth: nombre que se da a una recopilación de actos y palabras de Mahoma que primero fueron transmitidos oralmente y luego puestos por escrito. hadiz: v. hadïth. hadjdj: gran centro de peregrinación islámica (La Meca). Hafsa: esposa de Mahoma. hafsuníes: seguidores de Umar ibn Hafsün, rebelde de Bobastro.
hom: nombre dado por los persas sasánidas al haoma, planta utilizada en el ritual de los antiguos persas mazdiistas. Simb. Árbol de la vida, a menudo enmarcado simétricamente por dos animales, motivo del arte asirio y persa. Hrotsvitha: v. Roswitha. iblis: diablo. Ibn Baskuwal: cronista árabe en el califato de ‘Abd al-Rahmän III. Ibn Hayyan: cronista e historiador árabe en el emirato de Córdoba. Ibn Hidari: cronista árabe en el califato de Hisäm II. Ibn Müsa: mayordomo de Muhammad I.
Hisäm: hijo de al-Hakam I.
Ibn Salïm: gran cadí de Córdoba en el califato de Hisäm II.
Hisäm: hermano del emir ‘Abd Alläh, ejecutado bajo la acusación de traición.
‘id al-fitr: gran festividad de tres días de duración al final de ramadän.
Hisäm I: emir de Córdoba. Hijo y sucesor de ‘Abd al-Rahmän I.
iläh: divinidad; al-iläh, la divinidad.
Hisäm II: califa de Córdoba, hijo de al-Hakam II.
in sä’alläh: “si Dios quiere”.
Hishäm: califa de Damasco. En el año 741 envió unidades militares al norte de África para aplastar las revueltas bereberes de Ifriqiya.
Isaac: hijo de Abrahán y Sara.
Hishäm ibn Abd al-Malik: califa omeya de Damasco, abuelo de ‘Abd al-Rahmän I.
Iñiga: v. Oneca.
Isaac: mártir cordobés durante el emirato de ‘Abd al-Rahmän II. isha: oración de la noche. isläm: en su sentido tradicional y como se usa por los musulmanes se
GLOSARIO
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entiende como la religión verdaderamente divina enseñada por Mahoma. Ismael: antepasado de los ismaelitas (ismailios), según las tres religiones abrahámicas (hebrea, cristiana y musulmana). Hijo de Abrahán y Agar. Jadicha: esposa de Mahoma. Jadiya: v. Jadicha.
máximos exponentes de la arquitectura renacentista hispana.
Lope de Fitero: obispo de Córdoba (siglo XIII).
Juan Sequero de Matilla: arquitecto afincado en Córdoba (siglo XVII).
Lot: sobrino de Abrahán.
Judith: un antiguo libro hebreo cuenta la historia de esta viuda de bellas facciones, alta educación, enorme piedad, celo religioso y pasión patriótica que decapitó al general babilónico Holofernes.
Jälid ibn Hassim: jefe de la surta en el califato de al-Hakam II.
jutbá: sermón de carácter exhortativo en las mezquitas.
Jälid ibn Hishäm: mawlá de alHakam II y jefe de su guardia.
ka’ba: dado de juego, construcción cúbica; se refiere a la “casa de Dios”.
jamrat: rito de las lapidaciones en la gran peregrinación a La Meca.
Kaaba: “casa de Dios”.
jamrat al-aqaba: pilastra más cercana a La Meca donde se realizan las lapidaciones en la gran peregrinación.
kähin: vidente.
jamrat al-saghra: tercera pilastra más cercana a La Meca donde se realizan las lapidaciones en la gran peregrinación.
Khalid ibn al-Walid: dirigente militar mequí.
jamrat al-wusta: segunda pilastra más cercana a La Meca donde se realizan las lapidaciones en la gran peregrinación. jerife: descendiente de Mahoma por su hija Fátima, esposa de Alí. Jowaylid: suegro de Mahoma, padre de su esposa Jadicha. Jowayriya: esposa de Mahoma. Juan: mártir cordobés durante el emirato de ‘Abd al-Rahmän II. Juan Daza: obispo de Córdoba (siglo XVI). Juan de Herrera (1530-1597): arquitecto, matemático y geómetra español considerado uno de los 174
Khabbab ibn al-Aratt: prosélito de Mahoma.
kiswá: funda de brocado negro caligrafiado en oro que cubre la kaaba. kursi: atril que sostien el Corán. lä iläha illä: “no hay dios sino el Dios” (contundente profesión de fe islámica). ¡labbaika allähuma!: “a tu servicio, oh Dios” (salmodia del peregrino al divisar a lo lejos la kaaba en la peregrinación). ¡labbaika!, ¡labbaika!: “aquí estoy yo ¡oh Dios!, presente ante vosotros, delante de vosotros” (salmodia del peregrino al divisar a lo lejos la kaaba en la gran peregrinación). liwan: oratorio a modo de sala hipóstila.
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Lubna: esclava y gran poetisa en el califato de al-Hakam II. Ludovico Pío: rey franco de Aquitania (781-814) y emperador de occidente (814-840), por ser el único hijo superviviente de Carlomagno. Madinat al-Zahïra: ciudad palatina, residencia de Almanzor. Madinat az-Zahra: ciudad palatina construida por ‘Abd al-Rahmän III. maghrib: oración inmediatamente después de ponerse el sol. mahayya al-uzma: calle mayor árabe. Mahoma: profeta y fundador del Islam. Majzüm: clan coraixí de la familia materna de Mahoma. malä’ika: ángeles, mensajeros de Dios. maliquí: rito en la interpretación coránica. Manat: diosa que se veneraba en La Meca politeísta. manchus: apelativo árabe de los normandos. maqsura: recinto acotado situado ante el mihrab reservado para el imán y dignatarios. María la Copta: concubina de Mahoma. Martín Barcia: obispo de Córdoba, retomó y concluyó los trabajos de construcción del Triunfo de San Rafael.
Maryan: concubina de ‘Abd alRahmän III y madre de al-Hakam II. Masrur: eunuco de la corte de ‘Abd al-Rahmän II. masyid: mezquita, lugar de culto. mesyad: voz etíope, “iglesia”, “templo”. mawlá: hombre con que se conocían indistintamente en al-Andalus, el señor y el esclavo liberto por manumisión, que pasaba a formar parte de la clientela de aquél. Según el antiguo derecho islámico, los vínculos que unían a ambos equivalían a los de consanguinidad. Mateo Inurria: escultor, profesor, restaurador y decorador cordobés (1867-1924). Colaboró en la restauración de las puertas de la fachada oriental de la Mezquita de Córdoba.
Moisés: profeta y legislador de Israel cuyas acciones se describen en el libro del Éxodo del Antiguo Testamento. mozárabe: individuo de la población hispánica que, consentida por el derecho islámico como tributaria, vivió en la España musulmana hasta fines del siglo XI conservando su religión cristiana e incluso su organización eclesiástica y judicial. mu’addin: muecín o almuédano. muballiq: “respondedores” de la oración, posturas y gestos del imán en las mezquitas de gran aforo con el fin de un mejor seguimiento de aquélla por los creyentes.
mulk: mundo de los humanos en el Islam. munäfiqün: simpatizantes de los judíos; considerados traidores por los seguidores de Mahoma. Müsà ibn Nusayir: gobernador musulmán del norte de África que dirigió la ocupación de la península ibérica en 712. musalla: oratorio al aire libre. Mushtaq: esclava y favorita de ‘Abd al-Rahmän III. musivario: perteneciente o relativo al mosaico. Maestro en el arte de ornamentación con incrustaciones de mosaico. muslimät: musulmana.
muecín: v. almuédano.
muslimün: musulmán.
Muhammad: designado heredero por su padre, el emir ‘Abd Alläh, fue después encarcelado por él, desposeído de su condición e incluso permitido su asesinato en presencia del emir.
Mutarrif: hijo del emir ‘Abd Alläh. Fue ejecutado, acusado de conspirar contra su padre.
merlón: cada uno de los trozos de parapeto que hay entre cañonera y cañonera.
Muhammad al-Mahdï: insurrecto que derrocó a Hisäm II y destruyó Madinat al-Zahira, ciudad mandada construir por Almanzor.
Muzna: concubina, esclava cristiana -rumiyya-, madre de ‘Abd alRahmän III.
mid’a: fuente para las abluciones obligatorias antes de la entrada en la mezquita.
Muhammad ibn Abdalyabbar: primo de ‘Abd al-Rahmän III. Conspiró contra él.
Miguel Verdiguier: arquitecto marsellés, director de las obras de construcción del Triunfo de San Rafael en Córdoba.
Muhammad ibn Tamlij ibn Nasr: jefe de la surta en el califato de alHakam II.
mihräb: nicho de oración en la mezquita.
Muhammad I: emir de Córdoba, hijo y sucesor de ‘Abd al-Rahmän II.
Maymuna: esposa de Mahoma, hermana de la mujer de su tío Abbäs. medina: ciudad.
minbar: púlpito. modillón: miembro voladizo sobre el que se asienta una cornisa o alero, o los extremos de un dintel.
muladí: cristiano español que, durante la dominación de los árabes en España, abrazaba el islamismo y vivía entre los musulmanes.
Mutarrif ibn ‘Abd al-Rahmän alKatib: jefe de la surta en el califato de al-Hakam II.
nadïr: tribu judía. Nafissa bint Monya: intermediaria en el matrimonio de Mahoma con Jadicha. nämüs: ley (de Moisés), por referencia al griego nómos. Nasr: eunuco de origen cristiano de la corte de ‘Abd al-Rahmän II. Nasr: constructor del mihrab de la mezquita de al-Hakam II. Negus: rey cristiano de Etiopía. Nicéforo Focas: general bizantino proclamado emperador por sus tro-
GLOSARIO
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pas en el campo de Cesarea (Capadocia), en 963, a la muerte de Romano II, con cuya viuda, Teófano, se casó. nïya: declaración de intenciones en la oración. Omar ibn al-Khatab: suegro de Mahoma, padre de su esposa Hafsa. omeya: perteneciente o relativo a una dinastía árabe formada por los descendientes de Umayya, familiares del califa Utmàn. Oneca: esposa del emir ‘Abd Alläh y abuela paterna de ‘Abd al-Rahmän III. Ossama: jefe militar de las tropas de Mahoma. paracletos: designación del Espíritu Santo en los Evangelios cristianos. Pedro de Paz: escultor y arquitecto extremeño (siglo XVII). Perfecto: presbítero cordobés, mártir durante el emirato de ‘Abd al-Rahmän II. periclitos: “el más alabado”; lectura árabe del paracletos que se traduce por mohamet. pilastra: columna de sección cuadrangular. plementería: conjunto de piedras o dovelas que rellenan los espacios entre los arcos de una bóveda de crucería. qadí: encargado de custodiar las llaves de la cámara del tesoro -bayt al-mal- en la mezquita.
Qaswa. camella sobre la que entró Mahoma en la aldea de Qubä’ tras su extrañamiento de La Meca. qasyies: facción árabe conocida por árabes del norte, en el conflicto interno en la península ibérica entre los años 746 a 756. qibla: orientación, dirección a La Meca. Quetura: concubina de Abrahán. quraiza: tribu judía. quraysi: perteneciente o relativo a la tribu árabe de qurays; miembro de esta tribu.
las puertas de la fachada oriental de la Mezquita de Córdoba. riwäq: galería perimetral del patio de la mezquita. Rodrigo: rey visigodo entre los años 710 y 711. Derrotado por los bereberes en la batalla de Guadalete. Roqqayya: hija de Mahoma de su matrimonio con Jadicha. Roswitha: religiosa y escritora alemana (935-975). rumiyya: cristiana.
Radhia: esposa de al-Hakam II.
sabat: puente pasadizo uniendo el alcázar califal con la Mezquita.
Räh: madre de ‘Abd al-Rahmän I.
sadaqa: limosna voluntaria.
Rä’iq: hermano de Sübh, concubina de al-Hakam II.
Sadün: cortesano del emirato de ‘Abd al-Rahmän II.
ramadän: período de ayuno y penitencia en el Islam.
Safiyya: esposa de Mahoma.
Ramiro II: rey de León (931-951), hijo menor de Ordoño II. Subió al trono tras la abdicación de su hermano Alfonso IV, pero, al parecer éste aprovechó la ausencia de Ramiro, que había acudido en ayuda de Toledo, sitiada por ‘Abd al-Rahmän III, para proclamarse nuevamente rey en Simancas (932). El rey regresó precipitadamente a León, apresó a Alfonso y lo hizo cegar, juntamente con sus primos, los hijos de Fruela, eliminando así a todos los posibles pretendientes a la corona. Ramiro III: rey de León (966-984), hijo y sucesor de Sancho I.
sahäda: testimonio o profesión de fe en el Dios Uno, Creador y Juez todopoderoso y clemente y en Mahoma, su profeta. sähib al-sikka: prefecto de la ceca. sähib al-xurta: jefe de la policía. sähir: mago. sai: recorrido acompañado de plegarias que realiza siete veces el peregrino antes de beber el agua del pozo del Zem-Zem. Said ibn Ayub: autor de la reconstrucción de la Puerta de las Palmas en el califato de ‘Abd al-Rahmän III.
qainuqä’: tribu judía.
Rayhana: concubina de Mahoma.
salät: oración islámica de marcado carácter ritual que de forma obligatoria se debe realizar cinco veces al día.
qasr al-jilafa: alcázar del emir o gobernador.
Ricardo Velázquez Bosco (18431923): arquitecto, restaurador de
Salman al-Fariri: esclavo persa, estratega de la “batalla de la trin-
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rayab: mes sagrado del Islam.
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chera” librada por Mahoma y sus seguidores. Sancho Abarca (Sancho II Garcés Abarca): rey de Pamplona (970994) y conde de Aragón (a. 970994) heredados respectivamente de su padre García Sánchez I y de Andregoto Galíndez, condesa de Aragón. Sancho García, el de los Buenos Fueros, conde de Castilla (9951017). Hijo de García Fernández y su mujer Ava de Ribagorza y nieto del conde de Castilla y Álava, Fernán González. saquifa: tribuna-galería cerrada con celosía. Sarai: v. Sara. Sa’sa’a ibn Salam al Shami: alfaquí en el califato de ‘Abd al-Rahmän III. Sauda: esposa de Mahoma. saumä’a: alminar o torre, minarete. sayada: postrarse (acción). sayätin: diablos o demonios. Sebastián Vidal: arquitecto andaluz (siglo XVII). Sefarad: voz hebrea que el judaísmo ha interpretado tradicionalmente asociada a la península ibérica. sefardí: perteneciente o relativo a los judíos que habitaron la península ibérica y en especial a sus descendientes después de la expulsión de 1492 hasta la actualidad; individuo de esta comunidad judía. Selim: liberto de una hermana de ‘Abd al-Rahmän I.
Seor: jereo, padre de Efrón, propietario de la heredad de Macpela donde fue sepultado Abrahán. shafi’i: rito en la interpretación coránica. shan: patio de la mezquita. shari’a: ley de Dios. Simón Martínez: escultor al servicio del rey de Cerdeña, autor del proyecto del Triunfo de San Rafael en Córdoba. Sisenando: rey visigodo (631-636). siyäm: ayuno. soga y tizón: dicho de construir con la dimensión más larga del ladrillo o piedra colocada alternativamente en la misma dirección y perpendicularmente a lo largo del paramento. Sohayb ibn Sinan: el Rumí (el Bizantino), prosélito de Mahoma. Sübh umm Walad: concubina de al-Hakam II y madre de Hisäm II. Sükrän ibn Amr: musulmán convertido al cristianismo cuya esposa, Sauda, acabó refugiándose en casa de Mahoma en La Meca para una vez, se cree que viuda, casarse con él. Sulaymän: hijo de ‘Abd al-Rahmän I y hermano de Hisäm I. sunni: el que sigue los principios de la sunna (conjunto de las palabras del profeta Mahoma, de las acciones y de sus juicios, tal como se han establecido en los hadïtz). Nombre que se da en el islamismo a los ortodoxos (los más numerosos de la religión) por oposición a los chiíes. sura: v. süra.
süra, plural, suwar: sección o capítulo del Corán. surta: policía urbana creada por ‘Abd al-Rahmän II. Estaba desdoblada en tres secciones: una se encargaba de mantener el orden entre las clases superiores de la sociedad, mientras que las otras dos se ocupaban de las restantes capas sociales. swan: ayuno. tahuir: purificación del cuerpo, condición imprescindible para la oración. Tarif ibn Mälik: jefe bereber que en 710 desembarcó en Gibraltar con un pequeño contingente de tropas. Tariq: constructor del mihrab de la mezquita de al-Hakam II. Täriq ibn Ziyäd: jefe bereber que en 711 dirigió la ocupación de la península ibérica. Tarub: concubina de ‘Abd al-Rahmän II. tauhïd: fe en el Dios Uno. Teodomiro -Todmir-: conde godo de Orihuela, Alicante, Mula y Lorca. Teresa: princesa, hija del rey Bermudo II entregada en concubinato a Almanzor con quien se casó en el año 993. theös: Dios. Toda: reina de Navarra. Tomás Jerónimo de Pedrajas: arquitecto granadino (siglo XVIIXVIII). Torá: libro sagrado de los judíos. Torrigiano (1472-1528): escultor italiano, conocido por su carácter
GLOSARIO
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violento, fogoso y apasionado. Precursor del Renacimiento difundió esta tendencia artística por toda Europa. Triunfo de San Rafael: tipología de monumento típicamente cordobés que se remonta al siglo XVII, máxima expresión de la devoción popular por el arcángel Rafael, custodio de Córdoba. La estructura de estos monumentos suele ser la imagen del arcángel portando sus atributos -pez y calabaza- coronando una columna o un pilar elevado. ulema: doctor de la ley musulmana. Umar ibn Hafsün: rebelde de Bobastro en el emirato de ‘Abd alRahmän I. umm al-qurä: madre de todas las ciudades (en referencia a La Meca). Umm ‘Äsim: mujer goda casada con ‘Abd al-‘Aziz. Umm Ayman: esclava de Amina, madre de Mahoma. Umm Habiba: esposa de Mahoma, hija de su enemigo Abü Süfyan. Umm Häni: prima de Mahoma con la que pretendió casarse, hija de su tío Abü Tälib. Umm Kulthum: hija de Mahoma de su matrimonio con Jadicha. Umm Salama: esposa de Mahoma. umm walad: “madre de un hijo”, condición que implica manumisión.
Uthmän: hijo de Ya’far al-Mushafi, visir en el califato de Hisäm II.
Yahya: hermano de ‘Abd al-Rahmän i.
Uthmän ibn Affän: yerno de Mahoma, casado con su hija Roqqayya.
Yahya ibn Yahyha: alfaquí durante el emirato de ‘Abd al-Rahmän II. Ejerció sobre el emir una gran influencia religiosa.
Utmàn: tercer califa después de Mahoma (644-656). venera: concha semicircular. visir: primer ministro. Vitiza: rey visigodo (702 ó 703-710 ó 711). Wahb: abuelo materno de Mahoma. wahhada: declarar Uno (en el sentido de la unicidad de Dios).
yaum al-adhä: sacrificio de un animal determinado al final de ramadän. yemeníes: facción árabe llamada árabes del sur en el conflicto interno en la península ibérica entre los años 746 a 756. yinn: genios, seres intermedios entre los hombres y los ángeles.
wähid: sustantivo árabe,”uno, único” (en el sentido de Dios).
Yom Kippur o Kippur: “día de la expiación o del gran perdón”; fiesta judía.
wali al’ahd: heredero al trono en el califato omeya de Córdoba.
yund: tropas sirias llegadas en el año 741 al norte de África.
Walid ibn Abd al Malik: maestro musivario autor de la decoración de la mezquita de Damasco.
Yusuf al-Fihri: gobernante de alAndalus a partir del año 756, tras el conflicto entre qasyies y yemeníes.
Waraqa ibn Naufal: primo de Jadicha, convertido al cristianismo que alienta a Mahoma en su vivencia personal de revelación.
zakät: limosna obligatoria.
wudü: lavado o ablución. wukuf: permanencia de pie del peregrino en oración desde el mediodía hasta la puesta del sol junto al Monte de la Misericordia (Jabal alMahma). xurta: v. surta. yabarut: mundo celestial en el Islam.
umma: comunidad fundada sobre un ideal común; comunidad musulmana.
Yafar al-Mushafi: chambelán y visir de Hisäm II.
umra: visita a La Meca de menor importancia que la peregrinación.
Ya far ibn abd al-Rahmän: primer ministro o visir de al-Hakam II.
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yamur: cúpula de bronce dorado.
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Zaratustra (Zoroastro): fundador del zoroatrismo o mazdeísmo. Zäyd: hijo adoptivo de Mahoma y esclavo de su mujer Jadicha. Zaynab: esposa de Mahoma. Zaynab: hija de Mahoma de su matrimonio con Jadicha. Zaynab: judía que intentó envenenar a Mahoma. Zem-Zem: pozo del que brotó milagrosamente el agua para calmar la sed de Agar, esclava de Abrahán, y su hijo Ismael. Ziryab: cortesano, compositor, músico y cantor de la corte de ‘Abd alRahmän II.
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