LOS CIELOS Y LA TIERRA Javier Bussons Gordo
VESPUCIO Y LOS SIETE MAGNÍFICOS “Y tanto navegamos por ese viento (...) que el polo del mediodía se elevaba fuera de nuestro horizonte 52° y no veíamos las estrellas de la Osa Menor ni de la Mayor, estando alejados del puerto de donde partimos unas 500 leguas por el sirocco. Esto fue el día 3 de Abril de 1502.” (Américo Vespucio - Lettera) Así explicaba el intrépido marino florentino al servicio de la Corona de Castilla cómo, al navegar desde el ecuador hacia la Patagonia, veía elevarse el polo sur celeste y echaba de menos la imagen familiar de las Osas Menor y Mayor, omnipresentes en las noches de nuestro hemisferio norte. Estos dos asterismos –grupos de estrellas que asociamos mentalmente a una forma determinada– son los primeros que uno aprende a reconocer, especialmente la Osa Mayor, esas siete estrellas brillantes que dibujan en el cielo, según a quién preguntes, un gran cazo, una cometa, un carro tirado por siete bueyes (en latín, septem triones), el lomo y la cola de una osa o, como en la figura, un caballo. Y nos han enseñado a encontrar la estrella más conocida de la Osa Menor, la Polar o septentrional, siguiendo la línea que forman las dos estrellas más alejadas del mango. Pero generalmente nuestro interés por la Osa Menor se acaba ahí, a pesar de que esconde valiosos tesoros.
La menor de las dos Osas es menos brillante –y obviamente más pequeña– que su hermana mayor y consta también de siete estrellas en una formación muy parecida, sólo que el mango se suelda a la base del cazo en vez de al borde superior, lo que le da, a mi parecer, más aspecto de pipa de fumar que de cazo. Las tres más brillantes –la Estrella Polar en un extremo del mango (o en la embocadura de la pipa si se prefiere) y sus dos guardianas, Kocab y Pherkad, situadas en el extremo opuesto– son fáciles de ver, mientras que la luz de las otras cuatro puede quedar ahogada en el océano, cada vez más vasto y más profundo, de la contaminación lumínica moderna. Conozcamos aquéllas.
Polaris tiene ese nombre porque actualmente señala la posición del polo norte celeste, lo que dejará de ser cierto dentro de varios siglos hasta que vuelva a serlo dentro de 26000 años. Pero mientras tanto la prolongación del eje terrestre pasa por ella y, por tanto, al rotar la Tierra, todo el cielo parece girar en torno a esta estrella inmóvil. Reconocerla, además de sencillo, es muy útil pues su dirección nos marca el Norte y su altura sobre el horizonte nos da nuestra latitud geográfica: si la vemos sobre nuestra cabeza, estamos en el Polo Norte; si la vemos en el horizonte, estamos en el ecuador; y en Sigüenza la veremos, pues, a una altura intermedia, de 41º. Si pasamos al hemisferio sur, como Vespucio, dejamos de verla, para empezar a ver el otro polo celeste (el del sur o “mediodía”). Ahora entendemos por qué no veía las Osas y sabemos dónde se encontraba el 3 de abril de 1502: frente a la costa atlántica americana a una latitud sur de 52º, es decir, a la altura de las Malvinas. Kocab, la segunda en brillo, recibe su nombre del árabe al-kaukab al-shamaliyy, estrella del norte, quizás porque 2000 años antes de Cristo era ella, y no Polaris, la más cercana al polo norte celeste. Podemos usar la línea imaginaria que une Polaris con Kocab como una manecilla de reloj, con punta en ésta, para medir intervalos de tiempo por la noche e incluso para marcarnos la hora. Un día cualquiera, por ejemplo el 22 de septiembre, sales, querido lector, a cazar gamusinos y ves la manecilla apuntando al 9 de nuestro reloj imaginario, llamado nocturlabio; si cuando vuelves, la manilla ha girado un cuarto de vuelta (ojo: se habrá movido al 6, no al 12, porque el cielo gira en sentido antihorario), ¿cuánto has tardado? ¡Segundo ojo!: el cielo da una vuelta completa en 24h, no en 12h como los relojes, así que un cuarto de vuelta corresponde a seis horas, no a tres. Por cierto, ¿qué haces cazando gamusinos tanto rato?1 Pherkad, tercera en orden de brillo, viene a significar “los dos crías o becerros” en referencia a que ella y Kocab merodean alrededor de Polaris. Curiosamente los nombres originales de la pareja Kocab/Pherkad –Anwar al-Farkadain / Alifa al-Farkadain, respectivamente “el más brillante” y “el más tenue de los becerros”– han pasado a las dos estrellas que completan el recipiente de la pipa; y, además, cambiadas de orden pues Anwar es en realidad la más tenue de las siete, cerca del límite visual humano.
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Sólo para los más valientes: Si en vez de medir intervalos de menos de 24 horas quieres que el reloj nocturno te dé la hora tienes que tener en cuenta que, además del movimiento diario (rotación), la Tierra efectúa un movimiento anual (traslación). Esto hace que si el día 22 viste la manecilla imaginaria en el 9 a las 22h00, al día siguiente, veas la misma escena a las 21h56. Cuatro minutos es poca diferencia de un día para otro pero de un mes para otro la diferencia acumulada ya es de dos horas (4x30=120 minutos): es decir, el 22 de octubre, cuando veas la manecilla en el 9 serán las 20h30.
Pero, ¿dónde está este límite y cuántos brillos diferentes de estrellas somos capaces de distinguir? A esta misma inquietud respondió ya hace más de veintiún siglos el genial Hiparco de Nicea clasificando meticulosamente más de mil estrellas a simple vista en seis grupos o magnitudes de brillo aparente 2, desde las más brillantes o “de primera magnitud” hasta las más débiles que puede detectar el ojo, a las que asignó “la sexta magnitud” y que hoy en día sólo los que gozan de mayor agudeza visual o de un cielo más oscuro pueden ver. En la era moderna se ha comprobado que aquella clasificación arcaica y un tanto burda responde casi exactamente a una sencilla ley matemática que describe el comportamiento logarítmico del ojo humano: una diferencia de cinco magnitudes (de la sexta a la primera) es lo que el ojo percibe al ver un objeto cien veces más brillante que otro. Esta ley ha permitido crear un sistema continuo de brillos aparentes (en el que una estrella no tiene por qué ser de cuarta o quinta magnitud sino que puede tener magnitud 4.2) que se extiende más allá del límite del ojo para incluir los brillos, mucho más débiles que la sexta magnitud, que se detectan con telescopios. La Osa Menor tiene la gracia de esconder en tan pequeño cuerpo una auténtica escala de brillo, siempre visible, que os será de gran utilidad para medir a simple vista el brillo de cualquier otra estrella por comparación (en la imagen anexa, la magnitud de brillo aparece entre corchetes). Y es que cuenta con una estrella de cada tipo: dos de segunda magnitud (Polaris y Kocab), una de tercera (Pherkad), tres de cuarta (en el mango, desde Alifa hasta Yildún, cuyo nombre es turco) y una de quinta (Anwar). También sirve para saber la calidad del cielo: si se ve Anwar, el cielo es bueno; si sólo se ve hasta Pherkad, protesta a tu ayuntamiento. A propósito, ¿qué nos dejarán ver las excesivas farolas de nuestras ciudades? Por exclusión, cualquier estrella más débil que Anwar es de sexta magnitud mientras que más brillantes que Polaris sólo están las de primera magnitud (como Pólux, Antares o Spica) y las pocas que tienen magnitud cero (Vega, Capella, Arturo) o negativa (Sirio, la más brillante del cielo tiene magnitud -1.5), todas ellas muy conocidas. Y aún hay más tesoros en su interior, como un planeta extrasolar ya confirmado o una de las estrellas de neutrones más cercanas a la Tierra, a la que sus descubridores han puesto el mote de Calvera, el malo de “Los siete magníficos”. Conociéndolos mejor, seguro que la próxima vez que miréis los siete magníficos astros de la Osa Menor, veréis algo más. Y si no te acuerdas de sus nombres, puedes jugar a ver a cuál le pones Yul Brynner y a cuál Steve McQueen.
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Aparente, en vez de absoluto, porque no se distingue si un astro aparece más brillante que otro porque emite más luz o porque está más cerca.