Pregón BaezaCofrade 2012

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Preg贸n BaezaCofrade 2012



Preg贸n BaezaCofrade 2012

Montemar



Y

un nuevo año ha pasado, antes nuestros ojos la Imagen de Cristo y de María, postrados a sus pies, Jesús y María nos miran, nosotros levantaremos nuestra mirada, y entonces, cuando estemos cara a cara es cuando nos preguntarán, ¿qué es lo que ha cambiado?, un año de preparación, una nueva primavera que florece, un nuevo sol que llena de luz nuestra tierra, y el Señor, la Luz, la Verdad y la Vida, quiere saber si después de un año, después de contemplar la Semana Santa de 2011, nuestro corazones se han dejado querer por su Amor, por su Misericordia, por la Caridad, por su Perdón. Hermanos en Cristo, en vísperas de Nuestra Semana Mayor Jesucristo nos brinda una nueva oportunidad de caminar junto a Él, nuevamente se entregará por nosotros para aquellos que aún no le siguen, para derramar sobre nosotros su infinita Misericordia, como se extiende el intenso olor a incienso en nuestras procesiones de fe. Siete días para demonstrar a Cristo que somos cofrades comprometidos con nuestros hermanos, con nuestra Iglesia, en definitiva un compromiso con el Señor Resucitado. Un claro ejemplo es nuestro amigo “Montemar”, quienes los foreros de esta casa habéis elegido para que Cristo entre en nuestros rincones más íntimos en estos días, donde las emociones, los sentimientos, los esfuerzos, se agolpan para Mayor Gloria de Dios. “Montemar”, es de sobra conocido por todos, es un cofrade comprometido con nuestra Iglesia y su Semana Santa, su sencillez ha querido que esta presentación sea de igual manera, y sus palabras, aunque breves, seguro que nos animan a vivir junto a Cristo nuestra Semana Mayor. Llegó la hora de ceder el turno a nuestro hermano, “Montemar”, que el Señor te haya inspirado en tus letras para que contagiados de su infinita Misericordia podamos contemplar el verdadero rostro de Dios. Javier Ruiz Olivera Pregonero BaezaCofrade 2011



El Evangelio según Baeza

E

n aquel tiempo, en el que la primavera ilumina nuestra memoria y nuestros sentidos, en el que el sol alarga los días encendiendo nuestros corazones, en el que amanece la ilusión y se estrenan emociones; ya en poco tiempo, el Evangelio del Amor saldrá a las calles y plazas de nuestra ciudad pregonando un año más la Buena Noticia. Y al igual que dijera el evangelista San Lucas, a Baeza “también le pareció bien escribir los sucesos que se han cumplido entre nosotros a fin de dar a conocer la verdad que se nos ha enseñado”. Es Semana Santa, es el Evangelio según Baeza. En muy pocos días Cristo se nos presentará por nuestras calles mostrándose ante todo el mundo, hombres y mujeres, niños y ancianos, ante creyentes y descreídos, ante el comprometido y el indiferente y a todos nos hará entrar por los sentidos hasta el alma, el misterio de su salvación redentora. Muchas son las Hermandades y Cofradías que esta Semana Mayor van a procesionar por nuestra ciudad las imágenes Sagradas de Jesús y de su Bendita Madre, al igual que muchos –desde el desconocimiento más absoluto- las acusarán desde un lado de “celebrar simples ritos piadosos desconectados de la fe” y por otro harán aparecer a las hermandades como simples asociaciones culturales o de tertulia, eso sí, con un bello pero a la vez anacrónico espectáculo que atrae la atención del turismo y del que se puede sacar provecho económico. Sin pretender presentar a las cofradías como un mundo de místicos, que está muy lejos de ser la realidad, las hermandades son las instituciones dentro de la Iglesia que más han calado por estas tierras en la fe de nuestro pueblo, que perduran después de más de seis siglos con una vitalidad sorprendente y que nacieron para ayudar a los hermanos y dar culto público a Dios. Y a día de hoy siguen cumpliendo fielmente con su misión. Sin embargo, y a pesar de que haya aún quien comparta las primeras opiniones, nosotros los cofrades sabemos de la existencia, en todas y cada una de nuestras hermandades, de grupos de auténticos hombres y mujeres cristianos comprometidos, con las ideas muy claras y que saben perfectamente el camino que han de seguir, que no es otro que el de vivir la fe de Cristo durante todo el año, transmitirla a sus hermanos, y un día, el de su estación de penitencia, dar público testimonio de ella. Las Cofradías en nuestros días no están desfasadas ni caducas, ni están para divertir a turistas como algunos las quieren presentar. El cofrade actual debe ser consciente de su misión evangelizadora y conocer íntimamente el mundo marginado de hambres y miserias que vivimos, incluso dentro de nuestras propias hermandades. Y



cada año, en nuestras procesiones penitenciales, cuando en una parada bajemos el cirio y lo apoyemos en el suelo, tenemos que reflexionar mirando en nuestro interior y reconocer que hay muchas veces que lo hacemos mal, pero que estamos arrepentidos y que queremos de nuevo empezar a caminar. Agarramos fuerte nuestra palma, nuestro cirio, nuestra cruz de cada día y paso a paso intentaremos seguir al Rey de reyes, a la Luz del mundo, al que cargó con la Cruz de nuestros pecados, aunque por desgracia sabemos que probablemente volveremos a caer. ¿Cuál es por lo tanto la misión de nuestras Hermandades en la actualidad? Todo se resume en una palabra: evangelizar, que "es la primera vocación y misión de la Iglesia". ¿Y nuestra principal insignia o estandarte? : la caridad, como algo propio de nuestro carisma, tal y como refleja la doctrina y el espíritu de la Iglesia. El cofrade debe redefinir su papel extendiendo "la mirada de la fe sobre los horizontes de la nueva evangelización" y tomando conciencia de la necesidad por involucrarse en las cofradías como cauce para la transmisión del Evangelio. Y hay que llevar adelante todo esto sin desatender, naturalmente, la responsabilidad que le impone al cofrade el mantenimiento, el desarrollo y el traspaso de un tesoro de tradiciones, patrimonio y sentimientos que son el mejor legado de su fe, que nos llegan al corazón, nos reconfortan y emocionan. El que es cofrade, sabe que al que seguimos cada año por nuestras calles está vivo y realmente presente entre nosotros en la Sagrada Eucaristía hasta el final de los tiempos, pero el cofrade de hoy, al igual que el de hace siglos quiere, necesita vivir con Cristo su dolor y hacer suya la cara de la Imagen de su devoción, ese Cristo al que desde que tiene uso de razón ha contado todos sus sueños y anhelos, todas sus tristezas y alegrías, sus amores y desvelos, las enfermedades, la súplica de todos los días, y hasta cuando su fe le flojeaba, ha buscado en su bondadosa mirada su perdón y su misericordia infinita. Quiere pues el cofrade, cuando llega Semana Santa, coger una palma y en la mañana clara del Domingo de Ramos llegar a San Ignacio y alabar a Dios diciendo: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. La mañana del Domingo de Ramos es al igual que la del día de Reyes, la mañana de la ilusión, de la inocencia, de la familia. Es el día en el que los padres enseñan a sus hijos la Semana Santa. De la mano, en brazos, les explican lo que ven, lo que huelen, lo que escuchan, lo que sienten y les dejan en la admiración de lo inédito hasta que año tras año la experiencia vivida se convierta en cotidiana, en tradición, en irrenunciable. Quiere el cofrade en Semana Santa estar entre la multitud en la Plaza Santa María y ver a Cristo bendecir el Cáliz y escucharle decir: “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre y que es derramada por vosotros”. Quiere ver el sudor de sangre en la tarde-noche y orar al Padre junto a Él bajo el



olivo y decir juntos “no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Quiere escuchar de sus labios: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” bajo la torre de la capilla universitaria una noche enlutada de Lunes Santo. Quiere tocar a Muerto en la espadaña de San Antonio, acompañarlo por los callejones empedrados y velarlo al llegar a San Pablo. Quiere ser partícipe de sus Lágrimas, dolerse con Él de los latigazos, burlas e insultos; porque quiere consolar con sus medidas limitadas a quien seguro le consolará con medidas infinitas. Y quiere también junto a su madre llorar de pena, al ver como por la cruz de nuestros pecados, Jesús cae rendido al suelo por la calle Magdalena. Quiere subir a su trono, vestir esos pies descalzos, liberarle de la soga que sus manos aprietan, esas manos abiertas que nos libraron del pecado. Quiere quitarle la caña y la corona de espinas a ese hombre humilde y manso de corazón que se presenta ante el pueblo en la plaza de El Salvador. Quiere ser Dimas en el monte Calvario y escuchar del Maestro: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Quiere ver la sangre gotear del costado de Cristo por la calle Rojo y como Longinos decir: “en verdad éste era Hijo de Dios” Quiere arrodillarse en San Andrés ante Jesús Sacramentado y seguir a su Fervorosa Madre traspasada de dolor. Quiere ser el Cirineo que ayuda a Jesús con la cruz de nuestros pecados por la oscura madrugada hasta la Aurora. Quiere ser la Verónica que enjuga el rostro del Nazareno al despuntar la mañana. Y ayudar a Nicodemo y a José de Arimatea a bajar de la cruz el cuerpo muerto del mejor de los nacidos. Y sentir, aplicando el oído, el grito de su Expiración cuando desde San Pablo sale clavado entre palmeras. Quiere aliviar la tristeza de la Madre y calmar su Angustia cuando le entreguen a su Hijo muerto entre sus brazos.



O quiere ver muerto, en la noche fría cerrada, al Cristo que rodeado de gloria resucitará al tercer día de entre los muertos. O acompañar en su Soledad a la Madre que regresa de enterrar en la noche a su Hijo. Y llegado el momento, celebrar que el Hijo del hombre ha resucitado para correr tras Él como un Niño en la radiante mañana del domingo de resurrección. Y si alguien estos días le pregunta al cofrade: ¿qué ocurre para que estén esperando en las calles tantas personas que nunca aguardan, que nunca callan y aquí están en silencio, que jamás lloran y ahora tienen los ojos brillantes de lágrimas? El cofrade sin dudar contestará: Es Él, que ya viene. Y así, de la oscuridad y del silencio de la capilla, un año más habrá salido Dios a la calle a buscarte a tí o a mí, a la soledad de un callejón o entre la multitud de una plaza. Y escondiendo nuestros pecados en los más profundo de nuestro interior para que así nadie los vea, cuando Él nos encuentre quizás nos dirá: Hace algún tiempo que no te veo. Te he estado esperando de día y de noche. Hoy quiero que me cuentes tus penas que yo te las consolaré. Es una nueva oportunidad la que se nos ofrece, hay que echarse a la calle, esas calles donde habita la memoria de nuestra Semana Santa, porque allí la vivieron y nos la enseñaron nuestros mayores. Porque por sus rincones y aceras aprendimos a tocar el tambor, a dar nuestros primeros pasos costaleros, a vestir nuestro hábito de estatutos que con tanto cariño habían cosido nuestras abuelas, a ver todas las procesiones al menos “salir y encerrarse”, a madrugar y trasnochar y aprendimos a sentir todas la cofradías como propias y a quererlas a todas. Nosotros estamos aquí hoy porque antes nuestros mayores nos legaron su fe, nos enseñaron a rezar en la calle y a ver a Cristo y a María en sus imágenes, benditas imágenes que nos hacen estremecer el alma. Ésta es la vinculación de las imágenes con lo sagrado, lo que las hace “sagradas y venerables imágenes”. Porque cada Semana Santa, en nuestras calles, verificamos que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Tristemente muchos de los que nos enseñaron a vivir de esta manera la Semana Santa, este pasado año se fueron de nuestro lado para vivirla más de cerca en el cielo y desde allí seguir enseñándonos a vivirla con más fe y mucho más compromiso. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”, “…y al prójimo como a ti mismo”. Ya huele a primavera, ya es Semana Santa. Y muy pronto el aire baezano se hará música de cornetas y tambores, se impregnará del suave aroma de los lirios y claveles, e inundará el ambiente el intenso olor a incienso y cera. Y hornazos, cazuelas y empanadillas nos llenarán la boca al decir: «ya es Domingo de Ramos».



Vivamos esta gloria adelantada mientras nos llega la Gloria definitiva. Porque aquella Gloria será, seguramente, ver al Señor de la Caída en besamanos todos los días en el Cielo; verlo tan cerca, pero ya en pie, sin cruz a cuestas ni corona de espinas. Y será la Gloria, seguramente, una eterna noche de Domingo de Ramos orando y alabando al Padre bajo un olivo baezano de la calle Rojo del Cielo. Y la Gloria será, seguramente, ver alzar el rostro al Señor de la Humildad, que el Señor del Paso clave su mirada en nuestro ojos, sentarnos a la mesa del Cristo del Amor, escuchar respirar al Cristo de la Expiración o que nos acaricie el cabello la mano que cae yerta del Cristo de la Encarnación. Y será la Gloria, ciertamente, poder mirarla siempre, tal cual, siempre sonriendo al lado de su Divino Hijo. A nuestro Alcázar bendito, Caridad de nuestro pueblo, Paz de la naciones y Madre de la Iglesia, Reina del Rosario, Madre Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra. Y será Ella la que seque nuestras Lágrimas, la que nos acerque la Gracia de Dios y nos llene de Esperanza. Trinidad santa, estrella de la mañana, remedio de nuestros Dolores, alivio de nuestra Amargura, Fervorosa madre admirable. Y la Gloria será, ciertamente, tenerla siempre delante, despertar con Ella a la Aurora, que Ella sea la que consuele nuestras Amarguras, Angustias, y Dolores, nuestra compañía en la Soledad. Y será la Gloria, definitivamente, un monte Carmelo, un cerro del Cabezo, una mañana de Rocío en la marisma, un Rosal en un valle de fragancias al que cada tarde bajaremos de romería eternamente para decirle: ¡Qué guapa estás Madre mía! Esta próxima semana se nos presenta una nueva oportunidad de gozar de un pequeño trocito de esa “gloria”. Cristo y su bendita Madre salen a nuestro encuentro un año más por las calles de nuestra ciudad. Será el evangelio según Baeza. No dejemos pasar la ocasión, abramos nuestros corazones y estemos atentos a Su llamada. “Montemar”


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