Disparar una fotografía es relativamente fácil, necesitas una cámara (del tipo que sea), algo de luz, mirar por el visor y apretar el botón. Muy fácil, ¿cierto? Tomar una fotografía correcta requiere algo más de destreza, como controlar la exposición y el enfoque. Disparar una foto o, lo que es lo mismo, tomarla, lo puede hacer incluso un niño y, con suerte, puede hasta tomarla correctamente si se dan las condiciones adecuadas y el azar está de tu parte. Ahora bien, ¿significa esto que estas fotos van a resultar atractivas? Lo más seguro es que no, por muy sugestivo que sea lo que esté delante del visor, si te limitas a disparar, es más que probable que obtengas simplemente una imagen más, una que no interese a la retina, que pase tan desapercibida ante tus ojos como un grano de arena en el desierto.
Esto es como lo de que no es lo mismo contarlo que vivirlo, existe el mismo abismo entre disparar y hacer fotografía. Cuando haces una fotografía, la compones, la creas. No necesariamente tienes que crear un escenario o montar una escena (que también puedes), sino que se trata de optimizar lo que tienes delante, de aumentar su atractivo. Cuando tienes una escena frente a ti, ésta tiene tres dimensiones y existen unos sonidos e incluso aromas que estimulan tus sentidos, pero cuando la capturas con tu cámara, quedan dos dimensiones y un solo estímulo, el relacionado con la vista. Con lo cual, gran parte de la belleza o interés que estás percibiendo se pierden por el camino.
También ocurre, en muchas ocasiones, que en la escena hay numerosos elementos distractores que nuestro ojo no percibe, pues centra la atención en lo que le interesa. Sin embargo, la cámara no hace las mismas distinciones que