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Llora, llora Corazรณn
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Mamá aunque estás lejos no te olvidamos y siempre estás presente. Cada flor que vemos nos recuerda a ti. Estás descansando en un lugar lejano, tranquilo y distante, y desde allí puedes vernos a todos los que te amamos. De seguro, aún rezas por nuestra felicidad como lo hacías cuando estabas aquí a nuestro lado. Eres el ángel que nos cuida desde el cielo y protege todos nuestros pasos. Gracias mamá por todo lo que hiciste por nosotros, te queremos y te tendremos en nuestra memoria para siempre. Hoy lo que más quisiéramos es aunque sea por un momento, volverte a ver Mamá. 3
1917 – 2016
Sesenta y ocho años han transcurrido desde que Celia llegó a la capital. Son muchos años vividos y para Celia fueron los más gratificantes. Lograrlo significó una lucha constante y en muchas ocasiones pasar por momentos difíciles e imposibles de olvidar, y vaya que Celia no olvida, a su avanzada edad siempre recordó todo y a detalle.
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CAPITULO I
C
elia nació un 14 de octubre de 1917 en la ciudad del Cusco, en un
pequeño pueblo llamado Santiago, lugar muy pintoresco, pues estaba rodeado de una naturaleza abundante, albergando pequeñas chozas de adobe que se veían levantadas al lado de un sendero ancho y eran parte del impresionante paisaje que Santiago ofrecía, de un cielo celeste con nubes tan blancas y suaves como el algodón. El aire que se respira ahí limpia hasta lo más profundo del alma, dando serenidad y tranquilidad. Ella pasó los primeros años de su infancia junto con sus padres Concepción Ramírez y Víctor Morante. Su hogar era cálido y confortable, dos características que solo se obtienen cuando hay cariño y humildad.
Concepción y Víctor
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Distrito de Santiago – CUSCO
Las bendiciones se daban todos los días en casa, estaban juntos y era lo único que importaba. Un día tuvieron una gran noticia, la llegada de un nuevo miembro a la familia. Se sentía la alegría y la ilusión por este nuevo bebé, un hermano o hermana para Celia. Sin embargo, otro fue el desenlace, el día del parto su madre y el bebé recién nacido, parten al cielo. Este evento cambió totalmente la vida de Celia y de su padre. Con este trágico suceso inicia la historia de Celia por superar lo presenciado y por lo que le depararía el destino en su vida. Ésta se remonta alrededor de noventa años atrás. Su hogar nunca volvió a ser el mismo, el agobiante dolor de la pérdida golpea cada día a Víctor, su padre, y a Celia.
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CAPITULO II
V
íctor pasaba el tiempo trabajando y casi siempre llegaba tarde a casa.
Celia trataba de cumplir con las labores del hogar en lo que ella podía, ya que era una niña. A su corta edad notaba que su padre tenía la mirada triste y se sentía solo. Al poco tiempo Víctor conoció a una mujer llamada Josefa Reyes. Celia nunca supo cómo ellos se conocieron. Pero notó que Víctor llegaba de buen humor a casa sonriendo y hasta cantando. Y eso alegraba a Celia también. Su padre llegó a casa un día con Josefa y la presentó a Celia, al principio ella era cariñosa y amable. A Celia le agradó y Víctor con esta buena química pide la mano de Josefa. Al comienzo Josefa y Celia se llevaban bien y su padre se mostraba contento. Llegaba a casa temprano y compartía con su esposa y con su hija Celia buenos momentos.
Víctor en compañía de su padre, hermanos y Josefa
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Pero Josefa empezaba a sentir celos de la atención que Víctor le daba a Celia. Por lo que aprovechaba en darle obligaciones y responsabilidades de la casa. Al poco tiempo empezó a crecer la familia, Josefa le daba nuevos hijos a Víctor y por lo tanto más obligaciones para Celia, que tenía que hacerse cargo de sus hermanos. Celia tenía que trabajar en la chacra para traer alimento, aprendió a cocinar, a tener limpia la casa y atender a su padre cuando llegaba. A pesar de ser una niña era reprendida por Josefa, ya que para ella no hacía bien las labores. Asimismo, Josefa encargaba el cuidado de sus hijos a Celia después que regresaba del colegio, sumándose así a los quehaceres de la casa una responsabilidad más. Pero ella con gusto cuidaba a sus hermanos, pero no se esperó tener tantos hermanos. Josefa empezó a acusar a Celia de ser holgazana y de ser desobediente. Estas quejas molestaban a Víctor, ya que él llegaba cansado a casa luego de haber trabajado todo el día y para corregir el mal comportamiento, cómo era de costumbre, se utilizaba el famoso “San Martín” como forma disciplinaria. Estas escenas se repetían casi diariamente, ella optó por obedecer y de no defenderse más bajo esas circunstancias. Celia recuerda que amanecía muy temprano, antes que salga el sol preparaba el desayuno y así evitaba el mal humor de su padre de la noche anterior. “Agradece que estás haciendo el desayuno”- Víctor le decía a Celia mirándola en la cocina con su San Martín en mano. Los días que Celia se quedaba dormida y no despertaba a tiempo, Víctor la despertaba bruscamente para que haga sus deberes.
El tiempo transcurría y la rutina era la misma, labores del hogar, trabajo en la chacra y cuidar a sus pequeños hermanos. Era agotador y el cansancio a veces la vencía. Sin embargo, debía reponerse porque el “San Martín” estaba a la orden del día.
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Nadie defendía a Celia, se sentía sola y sin salida. No le quedaba más que aguantar y ser fuerte por sus pequeños hermanos a quienes ella quería mucho. En los momentos que ella creía no poder más se escapaba donde su tía Laura, hermana de su verdadera madre. Laura la consolaba y siempre le decía que llegaría el día en que todo cambiaría para bien. Pasaban los años, transcurría la vida sin alicientes para Celia y así ella se iba convirtiendo en una jovencita.
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CAPITULO III
Valle de Marcapata
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sí pasaron sus días entre deberes y soñando con un futuro mejor. ¿Qué es
lo que podría esperarle a Celia? A sus diecisiete años se sentía encerrada y sin oportunidades. Víctor y Josefa hacen planes para mudarse a un valle continuo, a Marcapata, con toda la familia, incluida Celia. Esto significaba para ella continuar con la misma rutina y alejarse de sus amistades que había logrado hacer. Un día se armó de valor y decidió refugiarse donde la tía Luisa, hermana de Josefa, quien, sabiendo de los constantes abusos cometidos por su hermana y por su pareja, le aconseja que se quede viviendo con ella para no seguir sufriendo los maltratos de que era víctima. Al enterarse Don Víctor que su hija mayor había decidido vivir con su tía, fue en busca de ella para increparle de una manera prepotente, queriéndola maltratar delante de Luisa, pero la tía le salió al frente pidiéndole que la deje en paz a su pobre hija y que tome en cuenta que en poco tiempo Celia iba a ser mayor de edad. El padre ante la defensa de la tía se tuvo que resignar, y no le quedó más remedio que dejarla en manos de Luisa, una mujer de buenos sentimientos. La tía Luisa le propuso buscar trabajo cerca donde vivían y ella aceptó gustosa. Cuando Celia tenía 20 años, su amiga Josefina le da la buena noticia que una fábrica nueva dedicada a la confección de sombreros llamada “Sotomayor” en la misma ciudad del Cusco, que eran distribuidores de sombreros en varios departamentos,
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estaba solicitando operarios. Celia estaba contenta por esta oportunidad, pero su problema era como pedir permiso a su padre porque aún era menor de edad. Le pide ayuda a su tía Evangelina, hermana de su mamá, y ella se compromete a hablar con Víctor. Llegado el día de hablar con el papá, este se opone, pero la tía le hizo entender que Celia ya deseaba independizarse, y ahora era el momento que la deje hacer algo por ella misma. Víctor tuvo que ceder y solamente aconsejarle que se cuide. Además, le preguntó dónde iba a vivir, pues la familia estaba viviendo ahora en Arequipa. La tía le dijo que ya habían visto ese tema y que ella se encargaría de cuidarla. Celia y Josefina se presentaron en la fábrica y ellas, junto con dos jóvenes más, fueron contratadas. Celia entró a trabajar a la fábrica, primero cortando las cintas para los sombreros. El carisma de esta joven, su ternura, sencillez y amabilidad a la hora de tratarla llamaba la atención de muchos en la fábrica, donde conoce a varios amigos entre ellos a Daniel que no le quitaba la mirada, fue un flechazo, logrando que los presentaran, pues era amigo de Josefina, la joven que le avisó del trabajo a Celia. Josefina vivía cerca de la fábrica y le propuso a Celia vivir juntas. Y así fue, Celia se fue a vivir a la casa de Josefina. La familia la recibió bien y la hospedaron dándole una habitación para que pueda descansar.
Los días que vinieron fueron de gran alegría para Celia, se levantaba temprano y se iba a trabajar con su amiga. Los días de descanso ayudaba en los quehaceres de la casa a la Sra. Victoria, la hermana de Josefina. Daniel en el trabajo entabló amistad con Celia y traía choclos y queso para compartir con ella y los amigos a la hora del almuerzo. Daniel estaba impresionado con la belleza de Celia, de sus agradables ojos
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verdes como el bosque, por su tez blanca como la nieve, por su cabello rubio como el sol y un envidiable cuerpo. Transcurrió el tiempo y ella aprendió rápidamente la confección de sombreros, hasta que un día la llamó a su oficina el dueño de la fábrica, el Sr. Sotomayor. Mientras ella se dirigía al segundo piso, sus compañeros empezaron a hacerle bromas y a silbarle diciéndole qué suerte tenía que la llame el dueño, Celia se puso colorada, pero más colorado estaba Daniel, pero de ira, pues pensaba que el Sr. Sotomayor tenía otras intenciones, pues Celia era una joven muy bonita. El Sr. Sotomayor en realidad llamaba a Celia para decirle que, estaba contento con su trabajo y que le había demostrado ser una buena trabajadora, y por eso le iba a subir de categoría y le iba a dar un aumento en su salario y que desde ese momento iba a dedicarse al armado de sombreros, siendo de ahora en adelante jefa del área de acabados. Cuando Celia salió de su oficina, estaba sonriente y muy contenta. A continuación, el Sr. Sotomayor bajó a la planta y les comunicó a todos los trabajadores la decisión del cambio de puesto de Celia, todos la felicitaron, y por supuesto a Daniel le regresó la tranquilidad y propuso que, para celebrar el ascenso de Celia, todos fueran a una picantería al salir del trabajo a festejar la buena noticia. Un motivo más para estar cerca de ella.
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CAPITULO IV
D
aniel en su afán de cortejar a Celia la invita a conocer a su hermana Rosa,
con quien se hacen muy buenas amigas. Al tiempo de conocerse se hacen enamorados y Rosa festejaba la relación pues anhelaba que los dos sean pareja. Eran tiempos bonitos para Celia, estaba enamorada y sentía que Daniel era su protector.
Rosa Moreano
Celia se entera que su familia había regresado al Cusco y busca a su papá para contarle que estaba trabajando y que estaba enamorada de Daniel. Víctor pide conocer a su enamorado, y Celia coordina un encuentro donde le presenta a Daniel. Víctor luego de conocer a Daniel desaprueba la relación, porque quería alguien mejor para su hija con una mejor posición en la vida, y Daniel estaba empezando igual que Celia. Discute con su hija y le dice que se olvide de él y su familia. Celia triste y molesta se refugia en la casa de Rosa, quien le ofrece quedarse a vivir con ella.
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Al final Celia acepta ir a vivir a casa de Rosa, desde luego Daniel era el más entusiasmado con esta noticia. Al poco tiempo, los dos se hicieron novios, hasta que un día Daniel le pidió matrimonio y se casaron civilmente. Se quedaron a vivir en casa de Rosa, formaron su hogar, todo era bonito, reinaba el amor, la alegría, todo lo que una pareja debe reflejar cuando están enamorados. Producto de ese amor Celia quedó embarazada y Dios bendice su relación naciendo su primera hija, Carmen. Pero la vida le jugaría nuevamente una mala pasada. Carmen, luz de sus ojos y su gran adoración. Era lo más hermoso que le había sucedido en mucho tiempo, pero la muerte se la arrebató. Carmen murió al año de nacida con fiebres altas producto de la difteria. Lloraba Celia desconsolada junto al río por la muerte de su bebita, y se le acercó una anciana diciéndole: “¿Por qué lloras niña?”, “He perdido a mi hijita que era lo más bello de mi vida”, le contestó Celia. “No llores preciosa, todas esas lágrimas se convertirán en muchos hijos que pronto tendrás”. Y se cumplió su premonición. Al tiempo tuvieron tres hermosos hijos: Julia, Cristóbal y Alejandro.
Transcurrió el tiempo y fueron cambiando las cosas en su matrimonio. Daniel salía muy seguido a reuniones, llegaba tarde a casa y producto de la continua ingesta
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de alcohol, actúa agresivamente contra Celia y sus hijos. Todo eso le hizo daño a ella y fue mermando el amor que sentía por su pareja. Pasados tres años bajo la misma situación un día se encontró con Cleofé, una amiga que conoció en casa de su tía Luisa. Cleofé tenía fama de ser adivina, reconocida por muchos en ese lugar, ya que siempre acertaba lo que predecía. La invita a conversar a su casa y así fue. Celia le mintió a Daniel diciéndole que se iba al mercado y se fue a casa de Cleofé para que le leyera las cartas. Cuando llegó a la casa de Cleofé, había una cola interminable de gente, esperando ser atendidos, pero ella salió y la hizo pasar. Celia comenzó a contar su historia, su infancia, su etapa de matrimonio, las desilusiones y el comportamiento a veces agresivo de su pareja, lo cual ella con la experiencia ya vivida no podía soportar más. Cleofé le leyó las cartas y le dijo: “Tu futuro está en un lugar cerca al mar, allí tu
vida cambiará, pasarás por algunos problemas, pero al final tendrás la tranquilidad deseada”. De regreso a su casa estaba tan contenta que su esposo lo notó y le preguntó el porqué de tanta felicidad. Ella no quiso guardar el secreto y sin reparos le dijo que una amiga que vio su futuro en las cartas le vaticinó que pronto viviría en la costa y sería feliz. Él le contestó mofándose: “¡Ay! En tonterías estás creyendo, en brujas, en
adefesios. Eso es mentira”.
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CAPITULO V
C
elia no desistió de la idea de viajar lejos de todo lo que le producía dolor y
mientras Daniel se iba a la fábrica de zapatos donde trabajaba, ella comenzaba a averiguar por su parte todo lo relacionado con su viaje y el de sus hijos, porque su meta era irse con sus tres pequeños a la capital. A ella ya no le importaba Daniel ni sus maltratos, como sea deseaba salir de esa ciudad e irse lo más pronto posible, es por ello que cada mes iba juntando dinero, iba viendo la ropa que iba a llevar para sus hijos, dónde se iba a alojar, dónde iba a trabajar, entre otras cosas.
Pasaron cuatro meses, con la esperanza que su pareja apoye la decisión tomada, pero al contrario Daniel seguía por la misma senda de libar licor y de llegar tarde a casa. Una mañana Celia cansada de todo, pensó que ya no podía seguir así, que el momento de realizar su sueño no podía esperar ni un minuto más, es que se armó de valor y le dijo a Daniel: “Me voy con mis hijos al lado del mar, así que reúneme plata y embárcame”. Daniel se quedó mudo al verla con tanta determinación y le contestó: “¿Qué? Eso no va a pasar, no”. Celia le refuta diciéndole: “Si quieres sigue con tu vida y
sé feliz, pero a mí déjame buscar mi felicidad. No te das cuenta que a tu lado lo único que encuentro es que me agredas a mí y a mis hijos cuando tomas, y no quiero esa vida para ellos porque yo ya lo he pasado”. Él, asustado por la decisión de Celia corre en busca de su hermana Rosa y le pidió que convenciera a Celia para que no lo dejara. Su cuñada Rosa inmediatamente fue donde Celia y llorando la trató de convencer diciéndole que ella sola no podría mantener a tres criaturas, que era mala al quitarles la presencia de su padre.
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Rosa, viendo que no podía convencer a Celia le propuso que se fuera a Lima, pero junto con Daniel, y que ella correría con los gastos del viaje. Después de muchos argumentos dichos por Rosa para llegar al corazón de Celia, y la más fuerte era el de no dejar a los niños lejos de su padre, es que finalmente ella aceptó. Llegó el día el viaje, Celia estaba en Santa María donde se encontraban los transportes terrestres. Ella en silencio pensó: “Señor, ayúdame a encontrar mi felicidad”, por fin se iba a hacer realidad el sueño de viajar con sus hijos en un ómnibus interprovincial, con asientos cómodos y confortables con destino a Lima, sueño que imaginaba todos los días; pero grande fue su sorpresa al ver que su ómnibus era en realidad un camión de carga, con bloques de paja como asientos, viajando entre los bultos del camión. Ese fue el gran viaje de Celia a la capital.
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CAPITULO VI
A
l llegar a Lima, no tenían un lugar estable donde vivir, se alojaron primero
en la casa de una amistad, el Sr. Pinto, luego consiguen una vivienda precaria, donde reciben apoyo de Cristina, prima hermana de Celia y finalmente Daniel consigue que su hermano Tomás que vivía en la Calle Risso, en una quinta en el distrito de Lince, pueda darles una habitación, ya que su hermano Manuel y familia dejaron desocupada parte de la casa para irse a vivir a La Parada, pues tenían su negocio de frutas en ese lugar. El lugar no era lo esperado, era un sitio donde había un lavadero común para todas las familias del solar y a la hora de lavarse tenían que compartir con las demás personas que vivían allí. Establecidos en casa de Tomás se pusieron a trabajar. Daniel como zapatero y Celia como lavandera.
Pasó el tiempo y la relación entre Celia y Daniel mejoró, lo cual se reflejó en la llegada de cuatro hijos más, Alicia, Roberto, Manuel y Daniel. Convivir con la familia del esposo en ese solar no fue nada agradable, con Tomás, su cuñado, discutían continuamente, porque siempre estaba gritando a sus hijos, él no tenía hijos, era soltero, de ocupación sastre, tenía poca paciencia con los niños. Al poco tiempo también se mudó a ese mismo lugar el hermano menor de su esposo llamado Jacinto, con su esposa e hijos, quienes no eran cuidadosos con sus menores primos Manuel y Daniel, ellos siempre salían mal parados en sus juegos.
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Celia en su afán de ahorrar dinero acompañada de uno de sus hijos menores, Roberto, tocaba las puertas de las casas vecinas ofreciendo sus servicios para lavado de ropa. Su hijo Cristóbal desde muy joven ayudaba en los gastos del hogar trabajando primero en una tienda y luego en una ferretería en Lince. Julia, la hija mayor también trabajaba en las oficinas de una empresa automotriz para salir adelante.
De esa manera fueron ahorrando dinero poco a poco para lograr el sueño de la casa propia. Y lograron su propósito, compraron una casa grande, en un primer piso, en el mismo distrito de Lince, pero que estaba ocupada por unos inquilinos. Celia seguía sufriendo esperando que desocuparan la casa, yendo constantemente a verla, hasta que llegó el día que por fin se fueron, pero al abandonarla no dejaron la llave a los nuevos dueños, la familia Moreano Morante. Todos fuera de la casa sin poder entrar. Gentilmente los vecinos del segundo piso, la familia Marcovich, permiten ingresar por el interior de su casa hacia el patio del primer piso. El elegido en esta misión fue Manuel, quien se convirtió en el primero en ingresar a la casa y abrir la puerta a todos los demás.
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La casa era cómoda, parecía un palacio, porque después de vivir apiñados tanto tiempo, por fin podían vivir en una casa amplia. Daniel, por su parte cambió, se esforzaba trabajando con ahínco, se preocupaba más de sus menores hijos, dedicándose íntegramente al bienestar de toda su familia.
Todo lo que predijo su amiga Cleofé se iba cumpliendo lentamente, el tener una casa propia, el tener menos problemas, el tener una familia sólida y modelo de muchas familias, pues Celia siempre inculcó en sus hijos la unidad familiar.
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CAPITULO VII
A
l viajar de visita al Cusco, una vez Celia decidió averiguar, junto con
Daniel, sobre el paradero de su padre y demás hermanos. Se enteró por una vecina que vivía frente de la casa de ellos, que la familia se había mudado a Lima hacía buen tiempo. Julia, su hija mayor, le confirma que Víctor estaba en Lima mediante un telegrama, pues daba la casualidad que, durante su ausencia, el abuelo se había presentado en la casa de Lince con una de sus hijas, y pide que cuando Celia regrese le llame por teléfono para encontrarse.
De regreso a Lima, Celia se comunica con su hermana Elvira, y ella le confirma el deseo de Víctor para encontrarse nuevamente con ella y su familia a la que él no conocía.
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El día llegó, Celia recibió con un fuerte abrazo a su padre Víctor. Ella no sintió rencor contra él, ya que siempre lo había amado a pesar del alejamiento de tantos años. Ella pensaba que lo único malo era que él siempre se dejaba influenciar por su mujer. Lloraron, rieron y dejaron atrás el pasado. Celia presentó a su padre a cada uno de sus hijos, primero los hombres salieron haciendo fila, Cristóbal, Alejandro, Roberto, Manuel y Daniel y luego Julia y Alicia las hijas mujeres. Al final fue una tarde donde pasaron un momento muy agradable toda la familia junta.
Un día Celia se sorprendió al recibir la visita del hijo menor de Víctor, no para conocerla sino para encararla, diciéndole que ella había sido mala con su madre. Leonidas, que así se llamaba, le dijo: “¡Ay Celia! Tú siempre a mi madre la has fastidiado,
tantas cosas malas que has dicho de mi madre”. Y ella le respondió: “Yo no te conozco, recién sé que tú también eres mi hermano, si es que quieres reconocerlo y si no, no hay problema. Así soy yo de sincera. Mira tú sabes muy poco de la historia. Mi vida se comenzó a convertir en un infierno cuando mi padre se casó con tu madre”. Leonidas se quedó atónito y se fue pensativo.
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A pesar de lo dicho por Leonidas, eso no le importó a Celia, siempre visitaba a sus hermanos y en especial iba a la casa de su hermana Elvira, donde estaba alojado su padre y pasaban gratos momentos. Una tarde, su papá estaba mirando como de costumbre por la ventana. Se sentó mal en la silla y se cayó. Al momento de caer, se golpeó la cabeza, cayó desmayado y lamentablemente falleció en el acto producto del golpe. A raíz de este suceso tan triste, Celia se enteró de muchas cosas malas que sus hermanos le habían hecho a su padre y eso fue lo que terminó con la conexión con su familia. Con esto, pudo darse cuenta que no sólo ella sufrió en esta historia, sino que también su padre, quien tuvo que aceptar todo maltrato de los seres que había engendrado con Josefa y a quienes les había dado tanto. Celia a pesar del tiempo, estuvo viajando a su tierra natal, pero se sintió muy defraudada por todo el daño que le hicieron pasar sus seres queridos. Sus hermanos no sabían todo el sufrimiento que pasó. Ella no parecía ser hermana de ellos, sino una empleada doméstica de la que se aprovecharon con facilidad. Rencor por su madrastra no sentía, sólo Dios es el único que se encargaría de juzgar todo el mal que le hizo pasar. La vida continuó y todo esfuerzo fue volcado para darles bienestar y educación a sus hijos, formándolos como personas de bien, de buenos sentimientos, inculcándoles que la unión entre hermanos es lo más importante. Y la familia fue creciendo, sus hijos se fueron casando y formaron sus propias familias. Julia se casó con Gerardo y tuvieron a su hija Sandra. Cristóbal se casó con Estela y nacieron sus hijas Viviana y Jessica; Roberto se casó con Matilde y tuvieron a sus hijas Priscila y Johana, Alicia se casó con Alberto y nacieron sus hijos Jean Carlo y María Gissel y Daniel se casó con Rosana y tuvieron sus hijas Roxana y Giuliana, Manuel y Alejandro son los tíos queridos, consentidores de todos los sobrinos
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C
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Celia se sentĂa feliz de estar siempre rodeada de sus nietos Viviana, Sandra, Priscila, Jean Carlo, Jessica, Johana, MarĂa Gissel, Roxana y Giuliana.
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Y Dios le dio la bendición de conocer a sus bisnietos Nicoll, Fabricio, Braulio, Matías, Nicolás, Francesca, Jesús y el pequeño Gianfranco.
Han transcurrido muchos años que Celia dejó ese pasado no tan grato y debemos admitir que ella siempre ha sido una mujer muy luchadora y emprendedora, pues esta historia, que muy bien creemos que sólo sucede en las películas, también ocurre en la vida real.
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Celia pasó por muchas penurias, pero después de la tormenta llegó la calma y ahora que goza de la paz y el eterno descanso al lado de nuestro Señor Jesucristo, es para muchos un ejemplo a seguir, por su fortaleza como mujer y madre. Sus hijos, nietos y bisnietos siempre la recordaremos, querremos y respetaremos por su valentía y entereza ante las vicisitudes de la vida.
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ANECDOTAS
Celia
contaba
que
una
vez
estaba con unos amigos y amigas tomando chicha en una chacra festejando su cumpleaños. A ella le dio ganas de miccionar y se fue atrás de unas piedras, cuando de pronto sintió unos ojos brillantes que la miraban, era un sapo amarillo enorme. Asustada salió corriendo donde estaban sus amigos. Les contó lo sucedido y todos fueron corriendo a buscar al sapo. No encontraron nada. Le dijeron: Celia eso era un tapado, debiste haberle tirado tu calzón para atraparlo. Eso era una creencia de descubrir oro y que era muy común en la sierra. Lástima, como ella no sabía nada lo perdió. Luego bajaron al pueblo a seguir festejando y olvidarse del susto.
En las catacumbas de la Catedral del Cusco se conservan las momias de los obispos del lugar, quienes están sentados. Los encargados de la iglesia, cada cierto tiempo acostumbraban a cortarles las uñas de las manos y de los pies, así como el cabello cuando les crecía. Durante una excursión escolar que visitaba la catedral, uno de los alumnos se burló de los obispos, jalándole el pelo a uno de ellos ante la risa de sus compañeros. Esa noche, mientras dormía, se le apareció el obispo del cual se había burlado el escolar y le dijo que de ahora en adelante él tenía que ir a cortarles las uñas y el pelo cada cierto tiempo, como castigo por burlarse de los muertos. Asustado el chico cumplió al pie de la letra tal trabajo y aprendió la lección.
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Esta anécdota ocurrió en casa de la tía Rosa, hermana de Daniel. Cuenta mamá Celia que la casa de la tía Rosa era inmensa, llena de plantas y flores. Un día le vendió a una comadre, una señora muy humilde, un pequeño espacio de la casa para que pueda construir su casita. Cuando estaba en plena construcción la comadre se encuentra un tapado de oro, escondido en una parte del terreno. Inmediatamente construye una casa de 3 pisos, adquiere un carro y pone un negocio. Esto llamó la atención de la tía Rosa, porque se preguntaba de donde salió todo ese dinero. Finalmente la comadre le confesó lo sucedido y la tía Rosa comenzó a hacer huecos por toda su casa para ver si encontraba otro tapado, pero la suerte fue solamente de su comadre.
Un
pastor
de ovejas siempre pastaba en el monte junto a los cañaverales, era muy pobre y vivía en una casucha de esteras. Un día cansado se queda dormido al lado de los cañaverales y lo despierta la música de unos huaynos que eran tocados por unos indiecitos pequeños. Se hicieron amigos y se veían cada vez que el pastor iba al monte. 30
Un día uno de los indiecitos le obsequia un atado con choclos, diciéndole que lo abra en su casa, que ese regalo le iba ayudar en su vida porque era un buen hombre. Él al llegar a su casa se dispone a cocinar los choclos que le habían regalado, pero grande fue su sorpresa al ver que los choclos eran de oro puro. Al día siguiente regresó al monte a darles las gracias a sus amigos, y ellos le advirtieron que no comente a nadie quién le había entregado las mazorcas de oro, de lo contrario nunca más se volverían a encontrar. Esto cambió la vida del pastor, se compró una casa, se mandó poner dientes de oro entre otros beneficios. La envidia de sus amigos por saber cómo consiguió el oro, hace que con engaños lo emborrachen para que les cuente la verdad, y consiguen que les dé las señas del lugar exacto. Pero al llegar al lugar no encontraron nada. Los indiecitos cumplieron lo que le dijeron al pastor, de no saber nunca más de ellos.
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Contaban Daniel y Celia que había varias cuevas a las que se les llamaba chincanas. Las había grande, mediana y pequeña, y no se sabía qué tan profundas eran ni qué había en su interior. Unos universitarios curiosos se pusieron de acuerdo para investigar en la chincana más grande. Se prepararon para ingresar llevando linternas, alimentos en sus mochilas y se ataron unos a otros con cuerdas a la cintura para no perderse, ya que adentro reinaba la oscuridad. Fueron entrando por los pasajes de la cueva teniendo cuidado en no caer en las cavernas. Sin darse cuenta las paredes fueron cortando la soga que los unía y cada uno tomó un camino diferente y se perdieron. Cuenta la historia que uno de ellos caminando sin rumbo tratando de encontrar una salida, se fue quedando sin alimento y sin batería en la linterna; sumido en la oscuridad estuvo varios días perdido en esas cuevas, como único alimento solamente le quedaba el chuparse los dedos. Hasta que encontró un riachuelo y se arrodilló a beber, pero grande fue su sorpresa ya que no era agua sino oro líquido lo que corría por él, a su alrededor vio maizales y al acercarse a coger los choclos para comerlos eran mazorcas de oro. Recogió entonces varias mazorcas para luego proseguir su camino, encomendándose a la Virgen del Carmen a quien promete hacerle una corona con el oro si lo llegaba a salvar. Pero como cada vez estaba más débil, una a una se le fue cayendo. Es así que aparece debajo de la Catedral y comienza a golpear el piso del altar, justo en el momento que se estaba celebrando una misa. El sacerdote y los feligreses se asustaron con el ruido, pero investigaron de dónde provenía el sonido y llegan a ver al joven y lo rescatan casi sin fuerzas. Él cuenta su aventura y entrega al sacerdote el único choclo de oro que le quedaba, pidiéndole que le confeccionen la corona a la Virgen como le había prometido si lograba salir de la chincana. El universitario se encontraba muy débil, trataron de alimentarlo, pero fue en vano, su cuerpo no resistió y murió. 32
A raíz de lo sucedido otras personas se quisieron aventurar a ingresar a la chincana, pero lo extraño fue que se inundó la cueva y se formó un manantial que hasta ahora existe.
Virgen del Carmen
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Cuenta mi mamá que, en uno de sus viajes al Cusco, unos compadres los invitaron a una reunión familiar, donde había buenos tragos, baile y buena comida. El plato principal era cabrito al horno, con papas, ají y choclo.
El dueño de la casa les preguntó a los comensales si les había gustado la comida y todos contestaron que estaba muy rico. Al rato el compadre sacó una fuente con varias cabezas de gato y les dijo que el plato que habían comido se llamaba “Cabrito de gato”, hay que imaginar la cara que pusieron todos, pero ya no podían hacer nada, así que continuaron con la fiesta.
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Mi mamá nos contó en una oportunidad que había dos amigos que siempre paraban juntos, eran como hermanos. Siempre se preguntaban si había otra vida después de la muerte, hasta que un día se prometen que el que muera primero vendrá a contarle al otro qué ha visto en el más allá, si existe el cielo y el infierno. Todos sabían del juramento que se habían hecho los amigos. Pasó el tiempo, uno de ellos muere y el otro triste esperaba que su amigo cumpla la promesa que se habían hecho. Un día lo encuentran muerto también, botando espuma por la boca y con los ojos desorbitados. Dice la gente que murió de la impresión, que había regresado su amigo y había cumplido su promesa.
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VIVENCIAS FAMILIARES
Alejo
siempre
tenía
la
costumbre de esconder los chicotes (sanmartincitos) que te hacían bailar marinera y huaynos sin música cuando nos portábamos mal, los tiraba al techo del vecino o los perdía en la calle. Ya por cansancio mamá y papá dejaron de comprarlos, es así que nos corregían ya no con correazos sino hablando con palabras bonitas y claras para no repetirlas, con mucha paciencia y cariño, a todos por igual, hasta que poco a poco les hicimos caso y nos portamos mejor.
Cuenta Alejo: “Mi mamá siempre me esperaba en las noches para comer juntos, y siempre me decía que cuando ella muera a mí me iba a llevar, y luego a Manuel, y yo le decía que por qué, me tenía seco con eso, pero para que no reniegue le seguía la corriente, de repente se cumple lo que ella me decía, ja ja ja… el tiempo lo dirá”.
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Como
éramos
una
familia numerosa, hubo momentos difíciles para sostenernos. Mamá lavaba ropa del carnicero del mercado, con ello ayudaba a mi papá con la comida, le regalaban huesos de manzana, mondongo y algo de carne. En esa época éramos ya cinco hermanos (Julia, Cristóbal, Alejandro, Alicia y Roberto). Julia y Alejo también ayudaban a una señora verdulera en el mercado y les regalaba verduras para aumentar la comida. Todos colaboraban, siempre estábamos unidos.
Un
día
mis
papás
fueron a una reunión familiar a La Parada y llevaron a Roberto con ellos. Roberto tenía 7 años y en un descuido se desapareció de la casa. Todos se asustaron y salieron a buscarlo, mi mamá creía que se lo habían robado, pero lo encontraron a la vuelta de la casa, parado en la puerta de una picantería viendo el baile y a la orquesta que estaba tocando. Fue un encuentro muy emotivo para mi mamá, desde ese momento ya no lo dejaba solo para nada puesto que Roberto era muy travieso, y como se parecía a Marcelino Pan y Vino, un niño de películas españolas, mamá temía que se lo vayan a llevar.
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Manuel cuenta: “Cuando era pequeño acompañaba a mi mamá al mercado, ahí conocí a sus caseras, me decían el gringo o blanquiñoso y me regalaban fruta y riñones de carnero. Mamá se ponía contenta. Al regresar a casa me metía a la cocina para ver lo que
ella preparaba y así fui aprendiendo a cocinar. Pasaron los años y cuando mis padres viajaban al Cusco yo me quedaba cocinando a la familia y a todos les gustaba mi sazón”.
Comenta Manuel: “Cuando mi mamá se quedó sola, luego de la muerte de mi papá, me hice la promesa de cuidarla, han pasado 26 años y la cumplí, me convertí en su cheff, le preparaba sus gustitos, lo que ella quería comer. Celia se equivocaba cuando me daba las gracias y me decía: „Gracias hija, está rico’. Lo malo era que a veces lo decía delante de todos”.
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Manuel comenta: “Voy a extrañar el verano, porque me pedía ir al patio para tomar el sol, a los dos nos gustaba solearnos un rato y compartir el calor”.
Palabras
de Manuel:
“Siempre la voy a recordar, ella me tuvo en sus brazos cuando yo nací y cuando ella se fue, yo la tuve en mis brazos. Sus palabras fueron „Siempre unidos y cuando alguien te visite, sírvele un plato, hay que compartir y cuida a tus hermanos‟. Sus recuerdos siempre estarán con nosotros y quedarán presentes en nuestros corazones.”
En
casa mi mamá criaba a 7
pollitos, cada uno tenía su nombre y eran las mascotas de la casa, luego fueron creciendo y como mi mamá les daba de comer y los tenía bien cuidados, nos habíamos encariñado con ellos. Hasta que un día, para una reunión familiar, cuando llegamos de la calle, mi mamá nos dijo que los había matado para preparar sandwichs de pollo para los invitados. Ya podrán imaginarse la cara que pusimos, nadie quería comer. Hasta que llegó Alicia de visita, y se llevó a su casa los sandwichs que quedaron y se dieron un banquete en nuestro nombre.
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Daniel comenta: “Mi mamá me consentía, me acompañaba al colegio cuando era pequeño y hasta cuando decidí estudiar en la ESEP me ayudó a elegir y me apoyó incondicionalmente.
Cuando
Daniel regresaba del colegio
recogía flores de los jardines y le llevaba un ramo a su mamá y ella se alegraba mucho.
Cuenta
Daniel: “Una vez
cuando jugaba con un carrito a pedal, mis hermanos me impulsaban de atrás para que vaya más rápido, pero fue tanto el impulso que me estrellé contra un poste, salí disparado del jeep e impactó mi cara con el poste, me salía sangre de la nariz. Cuando me llevaron a la casa, todos asustados y yo llorando todo golpeado, mi mamá casi los mata, así cuidan a su hermano”.
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Se hizo una tradición familiar, que los 28 de julio toda la familia se reúna en la casa, junto con nuestros padres Daniel y Celia, para festejar los cumpleaños de Cristóbal del 27 de julio y de Daniel el día 28. Al principio nos reuníamos los siete hermanos con nuestros padres. A medida que fue pasando el tiempo, las reuniones fueron mejorando cada vez más. La casa se adornaba con banderitas, escarapelas y globos rojos y blancos. Todos los hermanos llegaban con sus familias trayendo ricos potajes, dulces, gaseosas y licores para el brindis. Matilde sacaba sus famosas ollas de barro para decorar la mesa con la comida que iba llegando, los postres no podían faltar y además las tortas para cantarles a los cumpleañeros. A medida que pasaba el tiempo la familia iba aumentando, ahora también los nietos participaban. Pero como eran Fiestas Patrias no podía faltar la ceremonia de la Proclamación de la Independencia y de eso se encargaba Alicia, quien con la bandera peruana en la mano se subía a una silla a declamar el famoso discurso del General San Martín, siendo ovacionada por todos los presentes.
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Esta reunión llenaba de alegría a nuestros padres con quienes pasábamos un día muy especial, momentos que nunca olvidaremos y que quedarán grabados en nuestros corazones, donde todos y cada uno de nosotros brindaba su cariño a nuestros padres, que ahora desde el cielo nos estarán acompañando siempre.
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ALBUM FAMILIAR
Familia Morante
Compartiendo con la familia Moreano 43
Con sus hijos en la casa de Risso
DĂa de playa en familia 44
Fotos con la familia Moreano
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Julia y su familia
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Cristobal y su familia
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Alejandro en familia
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Alicia y su familia
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Roberto y su familia
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Manuel en familia
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Daniel y su familia
Bautizo con padrinos Lucho y Ana
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El origen del apellido Morante es muy antiguo, conociéndose sus puntos de partida: Burgos, Valladolid, León y Palencia. Pero no todos los tratadistas están de acuerdo y lo hacen originario del valle de Cabuerniga, en Santander, donde los Morante poseyeron casa solariega. Uno de sus miembros, don Juan de Morante pasó a Granada como oidor de su Real Chancillería en 1,587. Muchos de los miembros del apellido pertenecieron a diversas Órdenes Militares con preferencia hacia la de Santiago.
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En 1,772, fue admitido en el Estado Noble don Juan Morante de la Madrid, después que el Santo Oficio, de Logroño, certificase su limpieza de sangre. Nuestros primeros ancestros, Gerardo Morante casado con Manuela Corrales quienes fueron padres de Pablo Morante Corrales se casó con María Ángela Hurtado, nacido en 1868, quien tuvo 6 hijos Justo Bernabé, María Mercedes Aurelia, Luis Bonifacio, Gregorio, Víctor Tomas Mariano y Pablo, de los cuales solo sobrevivieron 3 Justo, Víctor y Pablo y nació el último llamado Juan. Ellos nacieron en Arequipa, Perú. El abuelo Víctor Tomás Morante Hurtado, nació en Arequipa el 06 de marzo de 1897. Murió en Lima el 07 de febrero de 1975.
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Como olvidar la canción preferida de Celia y que nos la cantaba deleitándonos al escucharla:
“LLORA, LLORA CORAZON” De: Carmencita Lara
Tú representas las olas Y yo las playas del mar Vienes a mí y me acaricias Me das un beso y te vas Llora, llora corazón Llora si tienes porque Que no es delito en el hombre (bis) Llorar por una mujer Por no quererte olvidar Me está matando el dolor Aunque mi cara sonría. Me estoy muriendo de amor (bis) Llora, llora corazón…… Por ti he perdido a mis padres Por ti la gloria perdí Ahora me vengo a quedar Sin padre, sin gloria y sin ti (bis) Llora, llora corazón Llora si tienes porque. Que no es delito en el hombre Llorar por una mujer (bis) Llorar por una mujer 66
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