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H ace muchos siglos, Avicena, el renombrado médico árabe de la Edad Media, se vio abordado por los amigos del anciano rey de un país lejano, el cual estaba enfermo. Pedían que Avicena fuera allá a curarlo. Le dijeron que el rey estaba muy enfermo, que muchos médicos habían sido consultados, pero que todos habían fallado. Él, Avicena, era su última esperanza. Cuando el famoso médico escuchó aquello, se interesó grandemente y preguntó los síntomas del mal que aquejaba al rey. Los amigos de éste replicaron que el rey insistía en creer que se había vuelto vaca, y por eso se había colgado un cencerro y a todas horas pedía que lo sacrificaran. Avicena accedió a visitar al infortunado rey. Como el rey era muy querido por todos sus súbditos, se había intentado todo lo humanamente posible antes de recurrir a Avicena, y se le habían suministrado tratamientos de toda especie: píldoras, pócimas, ungüentos, inhalaciones, ventosas, sangrías, cataplasmas, descanso, ejercicio, alimentos opíparos, ayunos...: todo ello sin el menor resultado. El rey, con su cencerro, seguía insistiendo en que era una vaca y, por tanto, en que debía de ser sacrificado. Un amigo filósofo había estado quince días, con sus quince noches, disertando sobre la esencia metafísica del hombre y de la vaca para ayudarle a comprender las diferencias esenciales entre ambos. Otros lo habían tenido encadenado a un diván un mes entero. Las muestras de conmiseración y pena por su triste condición tampoco habían servido de nada: «¡Qué lástima!, ¡con lo bueno que es...!», decían unos; otros se consolaban a sí mismos diciéndose: «Sin duda, el rey no es ninguna vaca, él mismo debe de saberlo; y si sufre esta manía, no tardará mucho en darse cuenta»; otros, finalmente, le habían amenazado con destronarlo si no dejaba de insistir en tan ridícula tontería. Pero el rey se mantuvo firme: era una vaca, y debían sacrificarlo. Últimamente, el rey había dejado también de comer, tampoco podía dormir, y tenía una gran ansiedad. Lo primero que hizo Avicena al llegar fue tratar de comprender al rey tanto como le fuera posible, escuchando con todo cuidado a todos cuantos querían hablar con él, que eran muchos. Después trató de comprender al rey escuchándolo directamente a él. Puesto que todo lo que éste decía era «muuuu», tal cosa no sirvió de nada. Luego, tan enfáticamente como él sabía, trató de comprender con el rey su extraño mundo interior. Cuando ya le parecía tener reunidos todos los datos, Avicena le dijo al viejo rey: «Perfectamente: comprendo ahora que sois una vaca y que habrá que sacrificaros. Pero estáis tan delgado, mi rey, que primero debemos engordaros un poquito.» Cuando el rey oyó hablar así a Avicena, sintió una gran alegría, porque al fin alguien lo había comprendido; por eso empezó a comer algo, cosa que casi no hacía en los últimos meses, y a gozar poco a poco de sus comidas. También perdió algo de su ansiedad: comenzó a recobrar fuerzas y mejoró su aspecto. También recuperó y normalizó su sueño: alguna noche incluso lo vieron ir en busca de su amiga favorita sin el cencerro puesto. Y así, poco a poco, me recobrando la alegría de vivir y se le fue olvidando el cencerro y su obsesión de sentirse vaca, con gran contento de su pueblo.
Y esta historia me hace plantearme… - Escuchando a... podría comprender mejor... - A algunas personas me parece que les pasa como al rey (sólo dicen «muuu»), y yo podría comprenderlas mejor si... - Siento que la escucha tiene valor beneficioso para...