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Mùi đu đu xanh (El olor de la papaya verde)

Pablo G. Ivorra Peñafort

Oficina Provincial de Comunicaciones

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Esta ópera prima (1993) del director vietnamita Trần Anh Hùng es una declaración de amor al sonido en el cine. Cuando la volví a ver hace unos días –creo que por sexta vez–, traje de nuevo a mi corazón el gozo interno de la contemplación en el lenguaje audiovisual. Es una manera de consumir cine muy diferente a la que estamos acostumbrados. No voy a caer en la discusión de blancos y negros para hablar de buen o mal cine… es, simplemente, un ritmo que se ha perdido y olvidado en la forma como hoy se narra en el audiovisual. En todo caso, si nunca has consumido cine de esta velocidad, te invito a que, con ánimo y liberalidad, te sientes a contemplar esta película con corazón, mirada, audición abiertas.

El relato transcurre en una Saigón (Vietnam) de mitad del siglo XX. Mùi, una niña campesina, llega a la casa de quienes serán sus nuevos patrones. La primera escena marca la fineza de la economía visual con la que se narra esta historia. En un plano secuencia, es decir, una grabación continua de la cámara sin cortes de edición, vemos a Mùi por un callejón buscando la dirección de la casa (desde acá estamos escuchando un instrumento de cuerda); al tocar la puerta, vemos, desde una ventana pequeña, a la patrona contestando y abriendo; en este punto, la cámara empieza a seguir el recorrido de ambas por la casa pasando por otra ventana interior en la que vemos un hombre en una habitación; pasamos por la cocina –en donde Mùi permanece– para, luego, ver a la patrona devolviéndose hacia la habitación del hombre del que, en este punto, descubrimos que era la fuente de la música, al ser quien ha estado interpretando el instrumento todo este tiempo.

Todas buscan llegar al mismo destino, pero con tiempos y velocidades diferentes

Toda esta misma escena, en lenguajes más veloces y acostumbrados, se hubiera narrado en la décima parte del tiempo que el director decidió usar, y, aún así, se decidió contar así. Es, en la lógica de los Ejercicios Espirituales, la diferencia entre experiencias de uno, tres, ocho o treinta días: todas buscan llegar al mismo destino, pero con tiempos y velocidades diferentes. Es llegar por Zoom, en avión, en carro o a pie. Hay momentos para ir a pie.

El sonido es el símbolo central de este largometraje. Verlo sería un excelente ejercicio para entender lo que Ignacio busca al sugerir la repetición y aplicación de sentidos en la contemplación de episodios de la vida de Jesús, por ejemplo. Escuchamos los aviones de guerra (contexto previo a la Guerra de Vietnam) sin verlos; el mokugyo (pez de madera) de la abuela durante sus oraciones; la leña encendida de la cocina; los grillos del jardín (y los tomados como mascotas por Mùi); la lluvia torrencial desde el interior; los instrumentos musicales interpretados en escena… en fin, un paraíso sonoro para gustar y sentir un relato que amplifica su potencia con historias de traición, patriarcado, humildad, amor por el prójimo y cuidado de la Casa Común.

* Fotograma (CC BY 2.0) - Fuente: flickr.com (usuario Tommy Japan 79).

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