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Desarraigo y pandemia
María Alejandra Navarrete Tovar
Oficina Provincial de Comunicaciones
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Administrar las redes sociales de una organización puede ser, en muchos aspectos, una tarea operativa: programar, adjuntar, etiquetar y publicar. Pero, paralelamente, este trabajo se desarrolla con un ejercicio de construcción de comunidad, de dialogar con los públicos, de contar historias y de conocer los rostros humanos detrás de los perfiles de usuarios.
En el actual contexto de la COVID-19, muchos ciudadanos nos han escrito solicitando ayudas de todo tipo: espiritual, material, de gestión de contenidos y contactos. No obstante, sorprende ver que la mayoría de ellos llevan consigo –además de las dificultades de la pandemia– una historia de desarraigo. Se trata de nuestros hermanos migrantes venezolanos.
La primera vez que supe de la palabra desarraigo (al menos de manera consciente) fue en el libro “Desterrados. Crónicas del desarraigo”, del periodista y comisionado de paz Alfredo Molano (q.e.p.d.), quien narró ocho historias, en primera persona, sobre el desplazamiento forzado en Colombia, en el marco del conflicto armado. El desarraigo de los venezolanos se ha desarrollado en condiciones distintas, claro, pero ambos procesos tienen en común la separación del lugar donde se ha vivido, la ruptura de vínculos sociales y afectivos y ,como lo indica la primera acepción de la RAE, tienen que ver con “arrancar de raíz una planta”.
La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) asegura que el número de venezolanos migrantes y refugiados supera los 4.7 millones de personas; cerca de 2 millones de ellos estarían radicados en nuestro país, según Migración Colombia. Esto convierte a los migrantes y refugiados venezolanos en una de las poblaciones de desplazados más numerosas del mundo. En el 2019, esta misma Agencia anunció que Colombia cuenta con el mayor números de desplazados internos a nivel mundial, llegando a una cifra de casi 8 millones de personas.
Lo anterior invita a pensar que en el contexto en el cual se desarrolla nuestra misión habitan miles de seres humanos que, como las plantas, han sido arrancados de su raíz, ya sea a causa de la guerra o de otro tipo de violencias. Son personas despojadas de sus territorios, familias y comunidades, y que –sumado a las precariedades que implica “empezar de cero” en un lugar desconocido– enfrentan el peligro de la pandemia.
Sin la intención de comparar dos procesos distintos, que por la misma razón tienen complejidades y dolores específicos, quisiera resaltar el hecho de que, a colombianos y venezolanos, nos une el dolor del desarraigo y que, en medio de una pandemia como la que estamos viviendo, este dolor de exacerba por la carencia –además estructural– de la garantía de los derechos fundamentales.
Tal como lo asegura el papa Francisco, “cuando hablamos de migrantes y desplazados, nos limitamos con demasiada frecuencia a números. ¡Pero no son números, sino personas! Si las encontramos, podremos conocerlas. Y si conocemos sus historias, lograremos comprender. Podremos comprender, por ejemplo, que la precariedad que hemos experimentado con sufrimiento, a causa de la pandemia, es un elemento constante en la vida de los desplazados”.
Desde las redes sociales es limitado el campo de acción para aliviar esta situación; nuestra principal herramienta es la comunicación para acompañar, al menos en la empatía, a quienes más lo necesitan. Los medios digitales revelan solo pequeñas gotas de un océano de realidades con las cuales estamos comprometidos, pero es un océano que, si no compartimos y no visibilizamos, puede llevarnos al naufragio social.