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El descubrimiento del 2020
Daniel E. Torres O.
Coordinador de Proyección Social
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Los homo erectus conocieron el fuego hace 1.6 millones de años. Sin embargo, a pesar de conocer e incluso utilizar las llamas, desconocían cómo dominar esta fuente de luz y calor. El fuego, una materia ardiente que, inicialmente, podía intimidar a los hombres primitivos en tormentas o erupciones volcánicas, se convertiría, hace solo 800.000 años, en el descubrimiento más importante de nuestra civilización cuando el homo erectus entendió que, frotando la madera o chocando rocas, se podría generar la chispa inicial de nuestra especie actual. Desde entonces, el fuego nos permitió independizarnos del frío y la oscuridad, nos liberó de la dominancia de otras especies más fuertes físicamente y forjó las herramientas del desarrollo de la nueva civilización.
Si tuviéramos una serie de inventos que cambiaron nuestra historia tendríamos que comenzar, entonces, con el fuego y finalizar, por ahora, con el internet inventado en 1969, pero descubierto por varios de nosotros en el año 2020. A pesar de tener cincuenta años de invención, hasta ahora encontramos un valor más real de lo que nos permite el internet y su virtualidad. Ya no solo tiene un uso militar (motivo por el cual se originó), recreativo o informativo. En esta nueva década, hemos descubierto, por ejemplo, que la RJI (Red Juvenil Ignaciana) puede cumplir su misión apostólica con los jóvenes desde este medio.
Sin caer en el absolutismo virtual o reducir el valor de la presencialidad, la pandemia del COVID-19 ha acelerado una nueva forma de amar y servir desde la distancia. De esto hemos sido testigos durante una serie de apuestas juveniles virtuales de la RJI donde la oración, la formación y el encuentro se han adaptado a pequeños cuadros digitales en donde también ocurre el Espíritu.
Una de estas experiencias fue el encuentro formativo para Acompañantes de la Misión, del programa Misión en Red. Durante el mes de julio, 32 jóvenes de Medellín, Cartagena, Cali, Bucaramanga, Girón y Bogotá, se conectaron para compartir sus herramientas y saberes frente al desarrollo de una misión. Temas como la empatía, la retroalimentación asertiva, la contextualización, la planeación y el acompañamiento, fueron los módulos en los que se sustentó nuestra propuesta de formación.
Sin duda, extrañamos la presencialidad y el compartir en la Casa Ignaciana de la Juventud –lugar donde estaba pensado desarrollarse el encuentro–, pero, a cambio de esto, hemos podido descubrir una serie de ventajas que fortalecen nuestra misión apostólica.
Para comenzar, descubrimos que los vínculos entre jóvenes sí pueden nacer en la virtualidad; la mitad de los participantes en el encuentro de Misión en Red fueron jóvenes que comenzaban de cero su proceso de acompañantes y coordinadores en el programa. Descubrimos que nuestro encuentro formativo, que el año pasado duraba tres días seguidos, podría convertirse en un proceso constante y duradero… de tres días, pasamos a un mes. A su vez, vale la pena mencionar que pudimos aumentar considerablemente el número de cupos para los participantes.
Para la RJI, como estrategia transversal de la Compañía de Jesús, un reto fundamental es poder garantizar su presencia en las fronteras, en lo local y distante, donde también hay procesos juveniles. Las grandes distancias nacionales, las pocas vías de acceso y los costosos transportes interdepartamentales, torpedeaban un proceso de descentralización que busca, constantemente, el equipo de la RJI. La cuarentena, entonces, nos ha dado, en este sentido, una luz. Curiosamente, este año hemos podido acompañar, de forma más cercana, los procesos regionales. La co-construcción comienza a tener un mayor relieve dentro de la Red y nos anuncia que este proceso, iniciado en cuarentena, llegó para quedarse.
A la par de estos grandes descubrimientos, que al parecer estuvieron presentes mucho tiempo, pero imperceptibles para muchos de nosotros, también hemos comprendido, de mejor forma, las nuevas desigualdades entre los jóvenes. El acceso a la conectividad se ha convertido en la nueva barrera de nuestros procesos juveniles. Las distancias geográficas fueron reemplazadas por las brechas de señal entre un territorio y otro. En los formularios de inscripción, la nueva pregunta es por el fácil acceso a equipos e internet. Esta inequidad digital se suma a los nuevos desafíos que tenemos como RJI.
Hemos superado el miedo a la virtualidad, así como el homo erectus superó un primer temor al fuego. Siendo conscientes de que la virtualidad también puede ser peligrosa, nos sentimos llamados a seguir incursionando, en el mundo digital, nuevas iniciativas que complementen nuestros procesos presenciales. Comenzamos a entender que nuestra misión apostólica en la virtualidad nos permitirá independizarnos de las distancias desafiantes de nuestra geografía nacional; nos liberará de la dominancia de sectores desinteresados por la descentralización y forjará las herramientas del desarrollo de nuestra nueva era juvenil. Hemos descubierto la misión de nuestro fuego.