EL MONACATO: NACIMIENTO Y DIFUSIÓN COMO DON DEL ESPÍRITU A SU IGLESIA 1.- LOS ORÍGENES 2.- DEL EREMITISMO AL CENOBITISMO 2.1.- Ascetismo pre-monástico 2.2.- Del ascetismo pre-monástico al monacato 3.- EL MONACATO DEL DESIERTO 4.- SAN PACOMIO, FUNDADOR DEL CENOBITISMO 5.- EL MONACATO DE SAN BASILIO -----oOo----1.- LOS ORÍGENES Los orígenes del fenómeno monacal están todavía envueltos en oscuridad a causa de una clara documentación que los ilustre. El término griego monachós aparece por primera ver en el evangelio encratita (secta) de Tomás, y en la carta del pseudo Bernabé se invita a determinados grupos helenistas de la región siroasiática a no monazéin, es decir, a no quedarse apartados de la comunidad en nombre de una pretendida superioridad espiritual. Estos documentos se remontan a finales del siglo II y se ve en ellos que el ideal monástico, muy familiar entre los carismáticos, los helenistas y los encratitas, no acaba de asentarse en la Iglesia, ya que esta se iba organizando en torno a la autoridad de los obispos. Como otras importantes instituciones cristianas, el monacato no nace por iniciativa de las autoridades eclesiásticas. Surge más bien espontáneamente. Los primeros pasos hacia la vida monacal se encuentran ya en la vida de muchos cristianos que desde los tiempos apostólicos se entregan a especiales ejercicios de penitencia y de piedad, o bien renunciaban al matrimonio. Estas formas de ascetismo doméstico fueron practicadas en el transcurso del siglo II al III, pero solamente a finales del III y principios del IV se sitúa el monacato en el primer plano de la historia cristiana. El paso decisivo lo dieron quienes abandonando la familia y todo lo que poseían, se alejaban del mundo retirándose a lugares más o menos apartados y al desierto, para vivir en perfecta castidad entregados a una 9. El Monacato: nacimiento y difusión como don del Espíritu a su Iglesia
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vida de piedad y de penitencia. Se trata de un fenómeno complejo que se extiende desde Egipto, que es la cuna, a Siria, Mesopotamia y al Asia Menor, para iniciar su expansión más adelante hasta el occidente latino: Italia, Galia, España, África y las Islas Británicas. ¿Cuáles son las razones que transformaron el monacato en un fenómeno masivo hasta el punto de que el desierto se pobló como si fuera una ciudad? Se trata de un fenómeno complejo. La estrecha implicación entre la Iglesia y el Imperio con una serie de consecuencias no deseables, suscita en muchos cristianos, deseosos de seguir con fidelidad el espíritu del Evangelio, diversas reacciones de insatisfacción y malestar. Estas realidades impulsaron a muchos hombres y mujeres a buscar en el alejamiento del mundo una nueva forma de seguir a Cristo, pero también en la notable y rápida expansión de este movimiento hay causas de naturaleza social y económica. 2.- DEL EREMITISMO AL CENOBITISMO La anacoresis, la fuga hacia el desierto, constituía para muchos desheredados y oprimidos la única vía de escape de situaciones sociales de marginación. Los hombres y mujeres que tomaban el camino del desierto eran en buena parte de baja extracción social, carentes de medios económicos y de cultura. Esto explica el que llegado un cierto momento se impuso la exigencia de dar forma a estructuras de vida común que facilitasen a través de la disciplina la educación religiosa y la experiencia de estos monjes. Se asiste así a una evolución del monacato desde formas de eremitismos anacorético hacia formas de cenobitismo organizado. Los solitarios que se aventuraban a vivir en total aislamiento en el desierto mantenían una lucha constante contra las potencias demoníacas. Ahora ya no derramaban su sangre como los mártires, sino que prolongaban la experiencia del martirio por medio de una hábil y ardua lucha cotidiana. Monje es esencialmente el nuevo nombre del mártir. La figura de San Antonio Abad resume en sí misma las características de esta nueva exigencia eremítica; su biografía fue escrita por san Atanasio a partir del día siguiente de su muerte en el 356, y se ejerció una enorme influencia sobre la sensibilidad religiosa del mundo cristiano. No faltaron tampoco otras experiencias eremíticas como la de los llamados estilitas, que pasaban su vida entre oraciones y ayunos en cuclillas encima de una columna como san Simón el Estilita. Pero a la larga terminó por imponerse el modelo de vida llamado cenobitismo. Esta experiencia recibió su formulación canónica de Pacomio, ex-soldado egipcio, copto como san
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Antonio Abad, que redactó su regla para los monjes de Tebaida1 hacia el año 320. La forma cenobítica del monacato iba a conseguir un éxito rotundo en los decenios siguientes gracias a personalidades tan destacadas como Basilio de Cesarea en Oriente y Agustín y Juan Casiano en Occidente. Lo que de manera particular más apreciaban de la experiencia cenobítica estos legisladores de la vida monástica era el hecho innegable de que en la convivencia diaria entre hermanos es donde más frecuentemente se dan las oportunidades para desarrollar las virtudes eminentemente cristianas de la unidad, la obediencia y el servicio recíproco. Pensaban que seguramente por este caminos se encontraría una manera más fácil de poner en práctica el amor evangélico, mientras que en la vida eremítica eran mucho mayores los riesgos de aislamiento y del orgullo. El hecho es que tanto los desiertos abarrotados de eremitas como los cada vez más numerosos monasterios del mundo cristiano desarrollaron a partir del siglo IV una literatura y una espiritualidad que dejaron una impronta profunda en la historia de la civilización en la época de transición de la Antigüedad a la Edad Media.
2.1.- Ascetismo pre-monástico El ascetismo entendido como esfuerzo constante y purificación progresiva para conseguir un ideal moral y así agradar a la divinidad, es un fenómeno común a todas las religiones. El cristianismo no fue una excepción a esta regla general. En el siglo I san Pablo alude a la presencia de un grupo de vírgenes en la comunidad de Corinto, de lo contrario no tendría explicación las alabanzas que tributa a la vida en virginidad (1Co 7, 25-35)2, y también alude a las viudas que se han consagrado a Dios (1Tm 5, 3)3. En el siglo II ya son muy abundantes los testimonios sobre la existencia de vírgenes y ascetas en las comunidades cristianas. San Ignacio de Antioquía 1
En el Alto Egipto 1Cor 7, 25-35:Acerca de los solteros, no tengo ningún precepto del Señor; pero doy mi opinión particular como quien es digno de crédito por la misericordia del Señor. Yo creo que en estos tiempos difíciles en que vivimos es mejor quedarse como se está. ¿Estás unido a mujer? No busques la separación. ¿Estás soltero? No te cases. Pero si te casas, no pecas. Y si una mujer soltera se casa, tampoco peca. Lo que pasa es que yo quisiera evitaros los problemas que vais a tener en el matrimonio. Por tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no llorasen; los que se alegran, como si no se alegrasen; los que compran, como si no poseyesen; los que gozan del mundo, como si no disfrutasen; porque este mundo que contemplamos está para acabar. Os quiero libres de preocupaciones. El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle. El casado se preocupa de las cosas del mundo y de cómo agradar a la mujer; está, pues, dividido. La mujer no casada y la joven soltera se preocupan de las cosas del Señor, y se consagran a él en cuerpo y alma. Pero la que está casada se preocupa de las cosas del mundo y de cómo agradar a su marido. Os digo esto para vuestro bien, no para tenderos un lazo, sino mirando a lo más perfecto y a lo que os unirá enteramente con el Señor. 3 1Tm 5, 3: Ayuda a las viudas que lo sean de verdad. 2
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les aconseja la humildad para permanecer en el propósito. En el siglo III los ascetas vírgenes y continentes son cada vez más numerosos. Testigos cualificados de ello son Tertuliano, san Cipriano y Orígenes. Son muchos los nombres con que se designa a quienes practican el ascetismo. Para los varones se reserva generalmente el nombre de asceta o continente, y a veces el de confesores, para significar que padecen por la fe en Cristo en su vida cotidiana, como los que en las persecuciones sufrieron tormento pero no murieron en ellas. Para las mujeres el de vírgenes, al que durante el siglo III se le añadieron adjetivos calificativos como vírgenes santas, vírgenes desposadas con Cristo, siervas de Dios, y vírgenes sagradas cuando en el siglo IV ya se introdujo el rito de la consagración de vírgenes. El ascetismo pre-monástico fue durante los tres primeros siglos un fermento de virtud en medio de las comunidades cristianas, pero también se corrió el peligro de dividir a los cristianos en dos grupos o en dos modos posibles de existencia cristiana, con dos grados diferentes de vocación a la santidad. Lo pone de manifiesto Eusebio de Cesarea: El primer género supera la naturaleza y la conducta normal, excluyendo el matrimonio, la procreación, el comercio y la propiedad; apartándose de la vida ordinaria, se dedican exclusivamente al servicio de Dios y el de la mayoría es menos perfecto. Aquí está el primer germen del perfeccionismo monástico, según el cual como dirá un monje medieval, los cristianos que quieran salvarse, tendrán que parecerse lo más posible a los monjes.
2.2.- Del ascetismo pre-monástico al monacato El ascetismo de los tres primeros siglos es en cierto sentido la primera manifestación de la vida monástica, porque en torno al núcleo fundamental del celibato que constituía la renuncia más radical y visible del ascetismo, se institucionalizó la pobreza voluntaria y se fueron perfilando los primeros rasgos de la vida en comunidad que ya implicaba una cierta obediencia. Todo lo cual constituirá con el tiempo el sustrato esencial de la vida monástica. La Carta a las Vírgenes, falsamente atribuida a Clemente Romano, puede ser considerada como el eslabón que une el ascetismo premonástico y el monacato propiamente dicho. Los ascetas itinerantes de los que habla esta carta constituyen una comunidad bien organizada con reglas de comportamiento precisas para sus desplazamientos y para sus conductas, para sus comunidades de ascetas de hombres y mujeres que los reciben. La Carta también da normas concretas para las que ya viven en grupo o comunidad: “Quien se consagra a Dios 9. El Monacato: nacimiento y difusión como don del Espíritu a su Iglesia
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por la virginidad, renuncia al mundo y se aparta de él para vivir en adelante como los ángeles, una vida celeste y divina, y para servir a Dios omnipotente por medio de Jesucristo, por amor del Reino de los cielos.” Este documento señala las distintas actividades que han de desempeñar las vírgenes a favor de los hermanos: atención a los pobres, cuidado de los enfermos, confirmar a los hermanos en la fe, luchar contra los demonios por medio de exorcismos. El pasos siguiente en la organización del ascetismo ya será el monacato propiamente dicho.
3.- EL MONACATO DEL DESIERTO El monacato surgió simultáneamente en varios sitios, y antes incluso de que Egipto conociese figuras como san Antonio o san Pacomio, ya había monjes en otras partes de la cristiandad, especialmente en Siria. Los desiertos de Egipto, sin embargo pueden ser considerados como la patria por excelencia del monacato cristiano, por la importancia numérica de sus monjes, por las figuras casi míticas de algunos y sobre todo porque de allí procede la vida de san Antonio Abad, que hizo despertar el monacato con las características egipcias en muchas otras partes de la Iglesia universal. La vida de san Antonio Abad, escrita por san Atanasio, se convirtió inmediatamente en la regla por excelencia del monacato anacorético y dio origen a un vocabulario especializado que fue aprobado por todos los autores que después escribieron sobre temas monásticos. De hecho, el monacato más antiguo se desarrolló en una sola tradición, cuyos monjes más representativos fueron los egipcios. San Atanasio le atribuye este primado monástico a san Antonio, en cambio san Jerónimo se lo atribuye a san Pablo de Tebas, y el historiador Socrate opta por san Ammón; pero resulta que cuando estos pioneros de la vida monástica abrazaron el nuevo estilo de vida, ya encontraron otros solitarios que les habían precedido, y bajo cuya dirección se pusieron. Es el caso de san Antonio Abad (255-356), que abandonó hacia el 273 su aldea, Kemán, y se encontró con un solitario anónimo bajo cuya dirección se puso. Los primeros monjes fueron llamados anacoretas, porque al ascetismo practicado en medio de las comunidades, caracterizado por la continencia sexual, renuncia a los bienes y sumisión a un grupo o comunidad, se añadieron la separación de los centros habitados para establecerse en la soledad del desierto.
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Los desiertos más importantes fueron: Pispir, Nitria, Celdas y Scete. El número de monjes que habían poblado estos lugares fue muy elevado: algunos hablan incluso entre 20.000-30.000 monjes y unas 10.000 monjas. El mundo espiritual de los Padres del desierto es muy variado y lleno de matices según las áreas geográficas y eclesiales, pero hay unas cuantas coordenadas que se encuentran en cada una de sus formas: 1. Dios como único objetivo: de ahí la importancia que tiene la relación con Dios. Los monjes se llaman a sí mismos siervos de Dios y hombres de Dios. La soledad libera al monje para el encuentro y el servicio de Dios. 2. Salvación personal: la preocupación de los anacoretas por su propia salvación aparece como algo decisivo en su estilo de vida, y el ascetismo aparece como medio de purificación, y por lo mismo, de crecimiento espiritual. 3. La soledad como expresión de la vida cristiana: los anacoretas hicieron de la soledad la expresión principal de su entrega incondicional a Dios. Era la razón de ser de su condición monástica. 4. La renuncia: previo a apartarse del mundo, renunciaban a todos los bienes materiales, e hicieron de esta renuncia un programa de vida a realizar durante toda la existencia. 5. Trabajo manual; los monjes renunciaban a todo lo que poseían, pero una vez en el desierto, tenían necesidad de un techo bajo el cual cobijarse. Tenían que seguir alimentándose y vistiéndose, y para ello era preciso ganarse el sustento con el trabajo de las propias manos, de manera que junto con la oración y la lectio divina (o lectura de la Palabra de Dios), el trabajo constituía la ocupación principal de los monjes. 6. La apatheia: el ascetismo tenía una finalidad eminentemente positiva: alcanzar la libertad del alma y unir toda la vida en Dios. Los monjes quieren ya gozar de los bienes celestiales en este mundo. El ascetismo monástico es el precio que hay que pagar por encontrar la perla preciosa de la paz, del sosiego del alma y la libertad plena del corazón, no padecer por nada, la imperturbabilidad de quien ya reposa en Dios, todo lo cual tiene un nombre: apatheia. Esta es la meta soñada por todos los anacoretas. 9. El Monacato: nacimiento y difusión como don del Espíritu a su Iglesia
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El monacato anacorético tuvo múltiples formas de expresión, algunas muy llamativas, por ejemplo: El estilismo: monjes que se pasaban años y años sobre una columna, como san Simeón el Estilita, que estuvo así 40 años. La reclusión: monjes, hombres o mujeres, que se recluían de por vida entre cuatro paredes sin salir jamás. Monjes que se fingían idiotas o locos para que la gente les despreciara, como san Simón el Idiota. No faltaron tampoco monjes que cayeron en la herejía, como los eustacianos, discípulos de Eustacio de Sebaste, que cayeron en ideas gnósticas o maniqueas. O adamitas, que fueron combatidos por el gran perseguidor de herejes san Epifanio de Salamina.
4.- SAN PACOMIO, FUNDADOR DEL CENOBITISMO San Pancracio nace en Egipto, y a los 20 años pasa contra su voluntad a engrosar el ejército de Maximino Daja. Conducido, encadenado con otros jóvenes, en el camino se encontró con unos hombres desconocidos que se llamaban cristianos, y que cuidaron de él y de sus compañeros por amor del Dios del cielo. Liberado por estos, se hizo bautizar y pasó algunos años como asceta en unas ruinas, ayudando a los pobres y a los apestados en una epidemia. Atraído por la vida monástica se puso bajo las órdenes del anacoreta Palamón. Pasó siete años con él y después de una crisis y de una profunda reflexión, se retiró al desierto de Tebas, donde se le juntaron otros anacoretas, empezando una experiencia comunitaria que fracasó por falta de disciplina y tuvo que empezar de nuevo con nuevos discípulos redactando una regla. Esta nueva comunidad creció tanto que tuvieron que fundar otras, llegando a siete en tiempos de su vida. Dio así origen a una comunidad centralizada en la que san Pancracio era la cabeza visible de todas las otras comunidades a las que visitaba periódicamente. Alguna de estas llegaron a tener hasta 900 monjes. San Pacomio fundó también dos monasterios de monjas, uno de los cuales estaba dirigido por su hermana María. La originalidad de la koinomía o comunión pacomiana es que la existencia de la comunidad es querida por ella misma, lo que significaba una 9. El Monacato: nacimiento y difusión como don del Espíritu a su Iglesia
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comunión espiritual en la que el monje está separado de todos y sin embargo también está unido a todos. San Pacomio subraya que la renuncia y la expropiación, y la inserción cada vez más afectiva en la comunidad eclesial se cumplía mejor a través de la comunidad monástica, la cual era considerada como una pequeña iglesia local. Las comunidades pacomianas contaban con un promedio de 700 monjes y algunas, como en la que él residía, tenía 1300. Cada monasterio era una especie de aldea rodeada por un muro con una única puerta de entrada y salida, siempre custodiada por un monje. Había una iglesia en el centro, un refectorio, una cocina y una despensa comunes, también había una hospedería para los visitantes y dentro del recinto existían casas para unos 20 monjes cada una, poseyendo cada uno su celda individual. En todos los monasterios se seguía el mismo estilo de vida: cada día había tres reuniones litúrgicas (mañana, medio día, tarde), una conferencia espiritual para todos el sábado y el segundo domingo. Se ayunaba el miércoles y el viernes, días en que había conferencia para los monjes de cada casa. El monje pacomiano trabajaba para atender a la subsistencia de la comunidad. Cada casa tenía un prepósito. Cada tres o cuatro casas formaban una tribu y cada monasterio tenía su superior, que recibía las órdenes del superior general del monasterio central. Los monjes no eran sacerdotes. Se recibía en los monasterios a los sacerdotes que quisieran formar parte de la comunidad, pero no gozaban de ningún privilegio especial. Al principio participaban de la Eucaristía con los seglares de las aldeas vecinas, pero cuando se fueron haciendo muy numerosos, participaban con ellos solo el sábado. La Eucaristía del domingo estaba reservada para los monjes. Y cuando tuvieron sacerdotes suficientes, se independizaron de los de las aldeas vecinas para todo lo referente a la liturgia. El ideal comunitario de san Pacomio se llevaba a la práctica en la puesta en común de los bienes materiales comos signo eficaz de la completa abnegación del propio yo. La sumisión y el servicio comunitario eran considerados como instrumentos de purificación del corazón.
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5.- EL MONACATO DE SAN BASILIO San Basilio nace en el 329 en una familia profundamente cristiana, cuyo abuelo había sido mártir, y también fueron reconocidos como santos su abuela Macrina, su madre Emelia, su padre Basilio, su hermana Macrina y su hermano Gregorio, obispo de Nisa, y su otro hermano Pedro, obispo de Sebaste. San Basilio recibió una educación profundamente bíblica, sin embargo no fue bautizado hasta los 29 años, cuando había concluido su formación humana, primero junto a su padre en Cesarea y después en las escuelas de Constantinopla y Atenas, en la que se encontró con san Gregorio Nacianceno con el cual trabó una amistad de por vida. Influido por su madre y por su hermana se hizo monje, pero antes de establecerse en la propiedad familiar de Annisia donde ellas estaban como monjas, emprendió un largo viaje para informarse de los diferentes modos de vida monástica, en Egipto, Palestina, Siria y Asia Menor. Vuelto de nuevo, muy pronto comenzó a reunirse en torno a él un grupo de discípulos, entre los que estaba Gregorio Nacianceno. En el 364 fue ordenado presbítero por Eusebio de Cesarea, y al morir este fue elegido para sucederle en el episcopado. Después de nueve años de actividad pastoral, muere en el 379. San Basilio reflexionó sobre las relaciones fraternas como distintivo de la espiritualidad cristiana: el amor de Dios exige el amor al prójimo, y por este se llega al amor de Dios. De esta reflexión sacará su ideal monástico. La comunidad se le presenta como la expresión de la comunión eclesial y como puesta en común de los carismas personales recibidos de Dios. Quien vive en comunidad no solo goza de sus propios carismas, sino también del carisma de los demás. La comunidad de Basilio está compuesta por un grupo reducido de hermanos que alternan la oración, el estudio y el diálogo. Los hermanos viven juntos, comen, trabajan y oran juntos, y el trabajo manual les provee de su propio sustento, pero también trabajan intelectualmente: leen la Sagrada Escritura, a Orígenes, practican el diálogo como medio de estudio, de aprendizaje y de comunicación entre sí. Su regla tiene dos partes: la regla fusius tractatae que son 55 respuestas a otras tantas preguntas, y la regla brevius tractatae, que son 313 respuestas más breves a otras tantas preguntas que los monjes hicieron a san Basilio cuando visitaban el monasterio.
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Esta regla ha regido y rige todavía hoy todo el monacato oriental. Establece una normativa muy rigurosa para la admisión de los candidatos y para las relaciones fraternas que han de ser muy intensas, de ahí que los monasterios tuvieran muy pocos monjes. También se prefería que los monasterios fuesen reducidos por motivos económicos, pues una comunidad muy numerosa exige una gran capital para mantenerse, lo cual comporta una intensificación del trabajo manual y unas relaciones económicas con la sociedad que san Basilio no quería. La comunidad debería de ser autosuficiente, pero nunca convertirse en un centro comercial. Al principio las comunidades basilianas tenían un marcado aspecto de comuna, basada en unas relaciones horizontales, de manera que la obediencia no se fundamentaba en la renuncia como en el monacato pacomiano, sino en el amor fraterno: es más una obediencia mutua que la sumisión a la personal del superior. El monacato de san Basilio monopolizó la vida monástica de la Iglesia Oriental, en la que no existe ese variopinto mundo de formas de vida consagrada propio de la Iglesia Occidental.
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