BÁRBARA PARTE 1

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Parte 1

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Bárbara

Prólogo

No disponible en este momento al no encontrar a la persona idónea. No obstante, cualquier lector puede hacer un Comentario sobre lo escrito y en las sucesivas entregas se publicarían. A todos los Personajes Reales e Imaginarios de ésta parte y las siguientes, con quienes pasé muchos buenos ratos, que no todos.

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Parte 1

BÁRBARA Parte 1ª Diego de la Fuente Quintana

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Bárbara

UNO

La primera vez que reparé en ella de forma distinta a la habitual, fue una tarde de sábado primaveral, muy cerca del verano, en el que mi ánimo estaba bajo mínimos a causa de múltiples conflictos en mi mundo afectivo: problemas con mujeres. Hasta ese entonces, éramos amigos, buenos amigos, cada vez más, pero nada más. Esto que voy a contar sucedió hace mucho tiempo, tanto, que albergo el temor de dejarlo inconcluso por fallo en mi memoria…

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Espero no sea así… iré, con cierto esfuerzo, hacia el recuerdo…. Por primera vez desde el naufragio, hecho en el que no me detendré ni un segundo, y posterior aterrizaje de emergencia en casa de mi Madre, en el que tampoco me detendré… El Cubasillo, se había convertido en un lugar habitual y tranquilo para poder pasar de la mejor manera mis agudos accesos de muermo, que combatía con desigual fortuna, con copas de ginebra y unas gotitas de limón, las menos veces con tónica. Aquella Noche de Reyes, decidí de nuevo aparecer por allí, con la sana intención de ahuyentar recuerdos del pasado, que esa noche incidían de manera especial. La idea era ingerir alcohol, poco a poco y refugiarme en la inconsciencia, alguien me dejaría después en el portal de casa de mi Madre. Saludé desde la puerta de entrada, a Martín y Mario que tras la barra ponían copas sin parar, a la par que

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Bárbara

mostraba una sonrisa, que resultó más bien una mueca inescrutable, tal como me comentaron después. Dirigí mis ojos hacia donde sus cabezas se movían con discreción, tratando de apercibirme.

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Desde el fondo de la barra, un vociferante energúmeno pseudobohemio pintor y a la vez gran persona, que conocí el día de la presentación de mi Libro “Diario de un corredor de bolsa”, allí en el Cubasillo, movía las manos por encima de su cabeza sin recato, se abría paso entre la gente, tambaleándose, hasta llegar a mi lado, me saludó afectuosamente con una fuerte palmada en la espalda que me hizo toser.

Dirigió su temblona mano hacia una mesa que antes ocupaba y en la que había quedado un tipo con barba, mirada perdida ante una copa, que hacía girar con sus

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Bárbara

manos en actitud de estar sacando importantes conclusiones y me dijo: – Ven, aquel de allí es Héctor, le ha dejado su mujer hace poco y está fatal. – Así lo conocí, intercambiamos palabras y risas, me ofrecieron cocaína que no acepté y bebiendo pasamos la noche.

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DOS

Poco tiempo después, una noche de mis muchas solitarias en el rincón del fondo de la barra del Cubasillo, con mi copa de alcohol entre las manos, en un vano intento de diluir tristeza, apareció Héctor con Bárbara, su cuñada y me la presentó.

–Diego es Médico, en sus ratos libres escribe– dijo, esbozando una sonrisa.

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No puedo recordar nada concreto de la primera vez que supe de su existencia, pues no me impresionó nada y en nada me sobresalté, excepto cuando me enseñó sus manos que cogí entre las mías y observé sus dedos en palillo de tambor: –Acropaquias vs hipocratismo digital– me salió decir. –¿Acro… qué? …Un colega tuyo me preguntó si padecía del corazón, las tengo así de toda la vida– y soltó una carcajada. Acropaquias– repetí, eran de nacimiento ¡Menos mal! Pensé. –A veces se ven en enfermedades cardiacas, pero si aparecen en una persona adulta, el problema es mucho peor– Posteriormente, de los encuentros accidentales en el Cubasillo, se pasó a encuentros programados, cenas, copas por distintos bares de la zona y de otras, con sus consecuentes movidas, noches enteras charlando, bien en estado normal, o, con esa pseudolucidez que sientes a veces cuando estas borracho y llegó un momento, que Héctor, Bárbara y yo éramos inseparables en los ratos de ocio. 11


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Esto ocurría cuando estaban juntos, pues cada dos por tres, se separaban, bien porque Héctor intentaba seducir a otra chica o iniciaba un romance con otra, o bien porque Bárbara rebotada, organizara una bronca con o sin razón, viniera a cuento o no. Y cada dos por tres se volvían a encontrar de forma apasionada y así sucesivamente, nadie, absolutamente nadie, tomaba en serio su relación. Es cierto que Bárbara era una bárbara en el sentido literal de la palabra: hacía barbaridades, en sus estados alcohólicos siempre, y en sus estados normales, a veces también.

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Bárbara

…Posiblemente sus metabolitos cerebrales, producto de una alimentación caótica por el miedo absurdo a engordar, potenciados por el alcohol y otros tóxicos mezclados con tabaco o de forma directa por la nariz, en un intento iluso de diluir el agotamiento subsiguiente a dormir poco y mal… …hacían que sus neuronas se disparatasen o barbarizaran de forma imprevisible convirtiéndose en barbarote más de una vez. Y también es cierto que era agradable, bondadosa, un encanto de mujer en muchas ocasiones y, sobre todo, le quería. Y no menos cierto es, independientemente de todo, que Héctor no respetaba a Bárbara, coqueteaba con todas, incluso con las chicas que aparecían, a veces fugazmente en mi vida, o no, tras incursiones en El Café del Foro (uno de los referentes de la Movida Madrileña muy cerca del Cubasillo, por los Eventos de muy variados tipos: Magia, Teatro, Música, Humor…), o

Compañeras del

Hospital que, tras ver la actuación, íbamos generalmente a comentarla al Cubasillo.

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No contaré anécdotas de aquellos días por innecesario a mi relato.

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Bárbara

Bárbara sufría. Héctor no. Bárbara desaparecía de los lugares habituales de encuentro largas temporadas y se quedaba sola en su casa rumiando su dolor. Héctor seguía su vida como si nada pasara. Y cada dos por tres se volvían a encontrar de forma apasionada y así sucesivamente, nadie, absolutamente nadie, tomaba en serio su relación. La relación entre ellos dos era absolutamente desequilibrada, pero sobre todo era dañina para ella y con el paso del tiempo: enfados, traiciones, reconciliaciones “intensas” que cada vez duraban menos, pues el escaldado era mayor, se convirtió en destructiva y yo, así lo manifestaba, bien a cada uno por separado, o cuando estaban juntos a los dos. Soy testigo de excepción de los estragos que se producían en Bárbara a causa de Héctor y se lo recriminaba. – No te metas en esto, no te he pedido opinión, no es cosa tuya – me decía Héctor. – Me dejas perplejo, eres un miserable – le contestaba.

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Héctor desaparecía a temporadas, Bárbara se aislaba no queriendo saber nada, ni de ella ni de nadie y yo me las ingeniaba para que no se aislara y cayera en el ostracismo más melancólico.

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TRES

He visto Lesiones Agudas en la Mucosa Gástrica (L.A.M.G.) de Bárbara cuando un día me vino a ver al Hospital de Urgencia y la realicé una Endoscopia, que nos hizo decir a mi ayudante y a mí, salió al unísono mientras tomaba Biopsias confirmativas. – ¡Qué Barbaridad!– Era importante que la Anatomía Patológica definiera el tipo de células inflamatorias, no era razonable otra cosa y saber si su mucosa tenía una bacteria, existente desde que el mundo es mundo y

desde hacía poco tiempo

asociada a enfermedades gastroduodenales. –¡Qué Barbaridad!– repetimos otra vez de forma unánime y captamos la atención de algunos que estaban en la sala que se arremolinaron a nuestro alrededor, frente a la pantalla, a los que tuve que llamar su atención por los comentarios fuera de lugar, aun así, se le escapó a Lola Médico Residente que rotaba por Endoscopia: –¡Hala! ¡Fotos! ¡Diego fotos!

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En tanto que Bárbara, la protagonista, balbuceaba con el endoscopio que traspasaba su boca. –¡Diego…ugff… Dugfiego que ves… ugff… que tengo!– –Calla, te estás portando muy bien no hables, te dolerá la garganta, enseguida terminamos– Por aquel entonces, Bárbara no salía de su asombro en su relación con Héctor, lo que más la enganchaba era que él hacía lo mismo que ella había hecho a sus antiguos amantes una y otra vez. Yo, escuchaba con atención sus cuitas como haría el más honesto de los psicoanalistas, sus reflexiones en momentos de amargura, sus fantasías en momentos eufóricos, la desanimaba sutilmente en sus propósitos tendentes a

volver con Héctor y tratar de corregir

situaciones absurdas para prevenir situaciones de daño. La realidad era, que siempre se quedaban en intentos de cambio y aunque llevaban el germen de la sensatez que en algún momento eclosionaría, ni de la forma más remota se podía decir ¿Cuándo?

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Bárbara

– No voy a tropezar siempre en el mismo lugar – decía con determinación, a veces. – ¿Cómo me puede pasar esto a mí, ahora que soy buena? – Decía con una ingenuidad que rezumaba morbo a raudales.

Yo, le contaba también de mis problemas, cada vez más: a nadie hacía tiempo le había contado tanto de mí. Muchas noches quedábamos en el Cubasillo, ella con la esperanza que apareciera Héctor que a veces lo hacía y alguna vez se iban juntos, como si no hubiera pasado nada.

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En otras ocasiones, aparecía con alguna desconocida y entonces Bárbara me miraba fijamente y decía con irritación: –Pero este jilipollas no tiene otro sitio para ir,….un día cuando por el rabillo del ojo le vea entrar, o tú me avisas que llega, te doy un muerdo y te como los morros ¡Que se joda! Que me vea…, no me dejes mal si un día lo hago. No creas que me asustaría, pero ¿Por qué no pasas de él? Nos hicimos cómplices en muchas de nuestras cosas más secretas, nos sorprendíamos gratamente por nuestras coincidencias en cosas dispares y entre nosotros fluía una sana amistad, cuyo único resquicio, que a veces se agrandaba, tenía que ver con mi relación con Sara. Bárbara, con inusitada frecuencia, tenía celos de su hermana Sara, dos años mayor, que en aquel entonces, era mi mejor amiga, me la había presentado Héctor tiempo atrás. Desde el primer momento empatizamos, nos caímos muy bien, ante la sorpresa rayana en la envidia del propio Héctor y de Bárbara, pero no de comentamos al poco, menos mal pensé. 20

Jorge,

lo


Bárbara

Sara estaba casada con Jorge, hermano de Héctor. A Sara y a mí, nos gustaba pensar y lo decíamos, cuando simplemente hablando nos entendíamos tanto, que si nuestra realidad hubiere sido distinta, habríamos tenido una historia, seguro que bonita, que perduraría en el tiempo y los dos compartíamos esa sensación, que sentaba tan mal a Bárbara. La sacaba de quicio, llegar al Cubasillo, lugar de encuentro habitual entre nosotros, y que Sara y yo, interrumpiéramos nuestra conversación, con disimulo, obviando su participación en la misma, en general nos pillaba y nos miraba con cierto enojo.

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La sentaba fatal, no hacerle cómplice de nuestras confidencias que las teníamos y muchas, era algo que no solo nos acercaba, sino que nos hacía sentir cada vez mejor entre nosotros. A Sara, situaciones como éstas le encantaban, es más: las provocaba. Piques entre hermanas, pensaba. Aquel fin de semana, Sara me llamó para quedar antes de que llegaran los demás, pues me tenía que contar algo, que la había ocurrido un rato antes y que no podía decírselo a nadie más que a mí, por el momento.

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Bárbara

– Te siento muy alterada. ¿Estás bien? – – Sí. Quedamos antes en el Cubasillo – – No te puedes imaginar la situación tan increíble que he tenido con Héctor, veníamos de comer con Bárbara, decidimos ir a casa y tomar café con Jorge, en el camino tuvieron una nueva bronca, por lo de siempre: se enfadaron… – Qué raro– dije yo con cierto retintín. – No me interrumpas. ¡Es muy fuerte! – Vi a Sara con los ojos acuosos enrojecidos ¡Estaba al borde de las lágrimas! Me conmoví de repente, nunca la había visto así. ¡Caray! ¿Qué te ha pasado? ¡Caray! Continúa. –Bárbara no quiso venir, se fue, Jorge nos dejó frente a la entrada y se dirigió hacia la rampa del aparcamiento– se calló, insté con la cabeza que continuara. – Ya en el portal, hizo un comentario sobre mis piernas, saltó en mi interior como una alarma, Héctor

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hacía comparaciones mitad en serio mitad en broma, entre Bárbara y yo, no me gustaba el tono y le corté. – –Entramos en el ascensor, el silencio era de lo más espeso. – –De repente, iríamos por el segundo piso, va y me da un beso en la boca, aún de piedra, le empujo, me lo quito de encima, aprieto el botón de parada, le doy un tortazo, trata de balbucear algo, como pidiendo disculpas que no acepto y aprieto el botón de la planta baja. – – Llegamos, abro la puerta, le hago salir con un gesto y tirándole del brazo lo dejo en la puerta de la calle. – – Le miré fijamente y le dije: ¡Esto que ha pasado, no ha pasado! – –Quise hacer retroceder el tiempo: imposible, pensé con rabia

¡Cuéntaselo a Bárbara, si te atreves!

Tranquilo no se lo contaré a Jorge ¡Esto que ha pasado, no ha pasado! ¡No ha pasado Y QUE NO PASE NUNCA MÁS! ¡VETE! Desde ningún punto de vista hubiera imaginado que Héctor haría algo así: inexplicable24


Bárbara

¡Qué

falta

de

Respeto! A Mí, a Jorge…a

Bárbara… – ¡Por qué no se lo cuentas a Bárbara? Quizá se pueda producir un cambio radical en su relación ¿O se lo cuento yo?– dije. –Por el momento no ¡Ni se te ocurra! Tienes que ayudarme a entenderlo – me contestó preocupada. – ¡Pues claro! Lo intentaremos, aunque hay veces que es imposible comprender hechos irracionales y éste lo es– – Me diré hasta la obsesión que no ha pasado–contestó con la mirada ausente. – ¡No. No es buena idea! ¿Cómo que no ha pasado? – la indignación salió de mí. – ¡Ha pasado! ¡Claro que ha pasado!– – Como el tiempo que pasa y no lo podemos hacer retroceder, como tú quisiste hace un rato, como yo quiero a veces y los demás también, como las palabras que hemos dicho, que una vez en el aire no pueden volver a nuestra boca–

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– ¡Lo que ha pasado no tenía que haber pasado, pero

ha pasado y

no tiene

vuelta atrás!– –Trata de olvidarlo, tendrá que pasar algún tiempo, quizá te fuera más fácil si te pide de nuevo disculpas, que creo que lo hará, cuando piense lo que te ha hecho y si están presentes Bárbara y Jorge mejor, que hable que se explique, a los culpables, independientemente de todo, también hay que oírlos y si ofrece de corazón una reparación por lo acaecido…, en ti está el perdón. Cuida tu buen humor, que no se altere en lo posible, agárrate a la ironía, eres buena para ello, incluso al sarcasmo más cruel, para soltar en su cara, en un momento dado, el lamentable comportamiento que ha tenido si se escabulle. –Héctor será muchas cosas, pero no es mala gente, estoy casi seguro que se siente muy mal ahora mismo y buscará el momento para disculparse. Me saca de quicio su conducta con Bárbara, me irrita su ambivalencia, por un lado la adora por otro la maltrata y eso es injustificable.

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Bárbara

Mi enfermiza manía de tratar de comprender el comportamiento humano, la culpa es mi Profesión, hace que entienda en parte su Patología y ésta debe de tratarse antes que el desvarío se haga incontrolable. Hacer daño a alguien y más a sabiendas es Patológico y lo que te ha pasado hoy, de alguna manera me ayuda a conjeturar, llamémosla mi Teoría, que no tiene ni un minuto de vida, me ha venido a bote pronto y tal cual te la cuento. Verás, creo que Héctor tiene una fijación contigo, hasta puede creer que está enamorado de ti y al ser tú un imposible se venga en Bárbara, tu hermana: simbolismo “Freudiano”– Quizá su mente retorcida se desinhibió al cabo del tiempo… Hoy

daré

un paso adelante, se

habrá propuesto. Antes o después tendré que hacerlo, no puedo esperar más, riesgo, habrá meditado.

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acepto el


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¿Y si me responde? Con malsana esperanza, habrá imaginado. Ahora, con toda seguridad, sé que sabe que se ha equivocado. Lo que ha hecho no se puede modificar y no merece la pena pensar cómo evitar que ocurra de nuevo, no va a suceder. Te aseguro, que no lo volverá a repetir, ha visto tú reacción y ahora me lo imagino compungido, pensando como pedirte disculpas, pensando en Jorge, quizá en Bárbara. Puedo entender, bajo ningún punto de vista justificar, lo que ha pasado, Héctor ha dado un paso equivocado y espero que dé el paso de reconocer el mal que ha hecho y lo haga pronto, que te lo diga, que pase más que vergüenza, bochorno, que se disculpe y te diga: – Sara ¿Me podrás perdonar algún día?– ¡Ojala aprenda! Que en situaciones “Emocionales”, lo importante aunque cueste, es Pensar, lo primero es la Palabra y tras ello la Acción si hay consentimiento, si se

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Bárbara

invierten, la Realidad pasa de incómoda a dañina, como es ahora. Sara, siento mucho lo que te ha pasado, hoy es un mal día pero todavía no ha pasado, podemos ver la puesta de Sol desde el templo de Debod, sentarnos en cualquier terraza, tapear por la zona… , en poco vendrá Bárbara quedé con ella y Tú

habrás quedado con Jorge,

supongo.. –Supones bien Diego– sonrió. Cogí su mano, que mantuve con leve presión, la llevé a mis labios, la besé, nos miramos, sonreímos y en silencio, cuando aún estaban en el aire el eco de las recientes palabras y ninguno de los dos hacía nada por interrumpir aquel momento mágico, ni sabíamos quién iba a continuar hablando, parecía un sueño… De repente. …la voz de Bárbara haciéndose la graciosa, sonó como un chirrido, mientras se acercaba a nuestra mesa. –Vaya par de tortolitos. ¡Je, Je! ¿Molesto? ¿Puedo sentarme con vosotros? –

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La risa era la Ăşnica contestaciĂłn que pudimos dar.

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Bárbara

CUATRO

Aquel sábado primaveral vivía un momento delicado: un proyecto esperanzador en el plano afectivo, se había visto truncado por un golpe del destino. Por primera vez desde el naufragio, cuando de golpe deje de ser feliz y fuerte, sentía en mis adentros la dulce sensación que me ocurre siempre que una chica me gusta y encima tenía posibilidades de reciprocidad. Se llamaba Dunia. Mucho tiempo después conocí a otra chica de igual nombre, mi sobrina, y nunca más conocí a nadie que se llamara así. Trabajaba en el hospital, era Enfermera, a veces, coincidía pasando visita en planta y me encantaba responder a sus preguntas sobre los enfermos, pues reflejaban inteligencia y curiosidad. Había tardado dos años largos en proyectarme, me habían dicho que estaba casada, con toda seguridad una arpía del alrededor.

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La primera vez que salí con ella se lo comenté, y me dijo con cierta brusquedad que había perdido mucho el tiempo. Me sentí de lo más idiota. A duras penas comenté que podía haber sido ella la que hubiera podido dar el primer paso, movió su cabeza hacia los lados y no me contestó. Pasó a otra cosa, me mosqueé, lo percibió y cuando creí que la discusión era inminente,

nuestras miradas se

enfrentaron entendiéndose y los ánimos se calmaron. Comenzamos a reír y sin palabras, nos cogimos de la mano, al momento nuestros dedos estaban entrelazados, palma con palma, me sentí gratamente fundido a ella. Se acentuó el silencio, continuamos caminando entre suaves presiones, apretones de un lado a otro, estrujones del otro lado al uno: nunca olvidaré la conversación que tuvimos con nuestras manos. La tercera vez que salimos, me contó que había conseguido una plaza fija de trabajo en su ciudad natal y me lamenté, nos entristecimos juntos ante la realidad del inminente traslado y nos besamos.

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Bárbara

Muy poco después se marchó, era fin de semana. Aquel sábado primaveral, muy cerca del verano, no tenía ganas de nada, ni siquiera de cerrar los ojos y dejarme llevar en el ensueño de lo que podía haber sido con esa chica morena de pelo corto, risa contagiosa y boca de rubí. Me sobresaltó el timbre del teléfono que dejé sonar hasta que se extinguió y de nuevo otra vez, con pereza descolgué. Oí la voz marchosa de Bárbara que no reconocí al principio que decía de forma atropellada: – Diego, Diego, no te lo creerás, he terminado con Héctor, por fin, y esta vez va en serio, levanta ese ánimo, no puedes estar compungido, vámonos de marcha – Insistió un poco con distintos tonos de voz, un rayo de lucidez iluminó mi pesadumbre y decidí salir. Se presentó en el Cubasillo con gafas de sol modernas, cara de juerga, pantalón súper ajustado color leopardo, zapatos de tacón alto, dedos al aire, “top” ultra corto y El ombligo al descubierto, como el título de mi última Novela.

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– La has leído al fin– dije mirando y señalándolo con mi dedo índice, a menos de un centímetro, y al momento, le proporcionaba unos suaves golpecitos con ese dedo y el corazón, a modo de repiqueteo, en esa oquedad sustancialmente

redonda

plasmando

mis

huellas

dactilares. Se azaró un poco y sonrió de forma algo ambigua, me hizo gracia. Se repuso al instante. – No he tenido tiempo, últimamente no leo –, alegó. Sé que mintió y con algo más que afecto me abrazó. –Vamos a pasárnoslo bien Diego–, clamó Sin palabras, con gestos, captamos la atención de Martín, lo de siempre, le vinimos a decir, nos puso las acostumbradas copas y ya sin pretexto, comenzamos a beber. Entre risas, que contagiamos a muchos de alrededor, la mayoría, conocidos y asiduos del lugar, comentarios alegres que nos hacían reír, entre copas, cambió mi cara, mi talante…

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Bárbara

El fotógrafo oficial de los bares de la zona, plasmó repetidamente el momento. Feliz con su trabajo, podría retirarse a su casa más temprano, ante la pasta gansa lograda en tan corto período de tiempo.

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Bárbara parecía una artista novel de las que solían aparecer por el bar, no paraba de hacer poses. Alguna foto podría ser mal interpretada, me apercibí de ello.

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Bárbara

– Martín, Mario cuando os traigan las fotos, separarlas no las vaya a ver Héctor – dije. – ¡No, no…! ¡Que las vea! ¡QUE LAS VEAAA! – decía carcajeándose Bárbara. Era un momento de alegre arrebato, a veces tan necesario por lo que puede acercarnos, pero que otras pueden conducir al desastre. Nos fuimos a cenar, de tapas y con agua diluyente, no era nada normal llevar tantas copas al inicio de la noche. Dimos, un largo paseo reparador, prendidos del brazo como buenos colegas. Le conté por encima mis últimas cuitas, tribulaciones y se alegró. Ya me explicaría. Me cogió de la cintura, apoyó su cabeza en mi hombro y sin prisas, como dos enamorados entramos en la Discoteca muy cerca de la Plaza de Chamberí. No teníamos mesa, nos adaptamos al final de una de sus barras, la que estaba más cerca de la Pista, pedimos copas, seguimos bebiendo y a bailar.

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Cosa que hicimos de forma trepidante, intentando expulsar a través del movimiento las malas sensaciones que nos embargaban y nos sentíamos mejor. Nos parábamos casi agotados. De nuevo a bailar, otro trago de alcohol, música a tope, breves comentarios sobre cualquier cosa junto al oído, sonrisas cómplices, cosquilleo interior, risas que llevan desinhibición y afecto, miradas que perciben al otro, que está tan cerca, que provocan ternura y ganas de besar, que fue lo que hicimos. Imposible saber quién tomó la iniciativa. El encuentro de lenguas, más que previsible, fue inesperado, de sopetón, sin pensar, y muy agradable para los dos, lo dijimos al unísono y repetimos. Nos reímos. Nos sentamos ante una pequeña mesa que había quedado libre, mi brazo cogía su hombro y su cabeza se apoyaba en mi cara sin decir nada, no hablamos hasta que estuvimos en la calle, en principio sin saber a dónde. Agarraditos, despacio, decidimos ir a su casa, quedaba cerca, menos mal, el “vestibular” estaba saturado vs

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Bárbara

intoxicado en los dos y más de una ese (S) de distintas longitudes, tuvimos que corregir para evitar cualquier percance en nuestro camino. – La penúltima copa Diego–, me dijo abriendo su portal con aire un tanto atrevido, al menos así lo percibí. En el ascensor tuve un mareante cruce onírico de historias: trataba de besar a Bárbara, mientras pretendía quitarle, como si tal cosa, el mini top que llevaba y Sara y Dunia me reprendían con firmeza. – Y Bárbara reía y decía. – ¿Qué hacéis ahí? – Diego ni caso…Nosotros a lo nuestro – Un golpe seco de parada, anunciador de la llegada al piso, Bárbara abriendo la puerta de su vivienda, me hicieron volver a la realidad. –Más que una copa lo que necesitamos es agua diluyente, como dirías tú, y dormir. Ven – Me cogió la mano con determinación y cerró tras de mí.

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Mientras ella se ponía agua en un vaso largo y me señalaba las botellas, con delicadeza, yo en un vaso corto, pero muy ancho, ponía cubitos de hielo al que añadí: – También agua hasta llenarlo – Repetí. Frente a nuestros vasos y frente a frente, aunque a veces, teníamos que repetir lo que contábamos vs decíamos, hablamos de muchas cosas, de lo Divino y de lo humano… de lo que se nos ocurría hasta que los silencios se hacían cada vez mayores y el sueño más difícil de controlar. – Diego quédate a dormir. – – No, en otro momento. – Dije lo contrario de lo que quería hacer. – Quizá no lo haya – – ¿No nos vamos a ver más veces? No me lo puedo creer, Bárbara. – – No soy capaz, a veces, de seguir tu sentido del humor. Me lo he pasado muy bien, ha sido un día muy bonito.

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Bárbara

Diego. ¿Te das cuenta que desde hace no mucho tiempo te veo de forma diferente? – Besó fugazmente mis labios que acarició. Movió su cabeza. Abrió y cerró la puerta: ya estaba fuera, a tres pasos de la escalera. La despedida fue de vértigo, me sorprendió que hubiese sido así y estuve a punto de volverme ahora que me iba., no lo hice. Bajé a la calle andando, con la sensación de haber hecho el idiota, como tantas veces, entre otras cosas, me esperaba un largo camino, dando trompicones, pasos zigzagueantes… Tuve suerte, paré un Taxi, con voz simulando ser extranjero indiqué la dirección creyendo que me aseguraría su silencio, como así fue, al principio. Durante el camino una sensación se expandía por mi interior en oleadas que no quería racionalizar, ya tendría tiempo. La creciente sacudida de fatalismo que horas atrás tenía, se había detenido, el dulce recuerdo de Dunia me

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Parte 1

acompañaba, pero se alejaba despacio en mi ensoñación sin mirar atrás… Y la imagen de Bárbara como alguien nuevo, a pesar del tiempo que nos conocíamos, surgía en mi mente al cerrar los ojos y decía a mis adentros: – Bárbara puede ser fácil iniciar un camino, juntos y más aún si somos amigos… …Puede ser un Descubrimiento Maravilloso, si nos dejamos estar y poco a poco, o deprisa, según queramos– Y pensando en esto sonreía. Sonreía, pero, el cansancio, de velocidad de crucero, pasaba a velocidad punta, menos mal que faltaba muy poco para llegar al descanso, ni más ni menos que a casa de mi Madre.

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Bárbara

CINCO

Hacía un buen rato que había amanecido, la claridad del nuevo día resultaba insolente y no tenía mis gafas de sol que había olvidado en el Cubasillo en la sesión de fotos del día anterior. ¡Ojalá no me equivocara! Llegamos, pagué al taxista; la propina que no fue tanta, o quizá terminaba su jornada de trabajo, o yo que sé, le abrió la boca y se sintió en la obligación de chapurrear, lo que había callado durante el camino, imposible saber, encima, en qué idioma lo hacía. Con cara de no opinar nada y negando con las manos cualquier esfuerzo por entender algo, abrí la puerta y me fui. No pretendí ser maleducado, quizá lo estuve: no podía más. No era un chicle, que se pudiera estirar según antojo y romperse, para después pegarse sin dejar huella, no podía hacer ningún esfuerzo suplementario: el cansancio era tal que, si se producía la ruptura, quedaría una muesca horripilante: horrible cicatriz, irreversible para siempre.

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A unos metros del portal, vi con espanto al portero, renegaba que lo llamaran conserje: era otra historia que venía de antiguo. Tenía que evitarlo a toda costa, sobre todo por salud, salud mental, era imposible dedicarle en aquel momento, ni siquiera, un “Buenos–Días”, no me tenía que ver, sería algo fastidioso, si se apercibía de mí aspecto casi hecho trizas. Era, buena gente, pero un pesado: – Diego. – Me decía cuando me veía con una sonrisa, a veces forzada. – Tú no te acordarás. Te conozco desde que eras así. – Mostraba en ángulo recto los dedos pulgar e índice de cualquiera de sus manos que miraba con complacencia, ese gesto y sus palabras daban por hecho que podía hacerse el simpático, incluso le autorizaba, a ser además un inoportuno personaje cuando lo creyera conveniente, con o sin razón, según su criterio, estado de ánimo…

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Bárbara

Aquel día, especial para mí y con seguridad igual, como siempre, para él, con su sempiterna toba de apestoso puro en la boca, se afanaba en colocar varios cubos de basura seguidos, en línea, para trasladarlos a su lugar más discreto, empujándolos y no lo conseguía. ¡Se salían de la fila! Se producían eses. ¡Avanzaban a trompicones!

¡Tambaleándose!

¡Cómo

si

hubieran

bebido! Lo imaginé fugazmente y me reí por la asociación y porque se contrariaba, una y otra vez, los enfilaba de nuevo, los colocaba, ganaba unos metros, él a lo suyo y vuelta a empezar. Si los colocara de uno en uno…, sería más fácil …. no estaba yo para dar consejos. Quizá lo hacía así, para terminar antes con ese engorro de trabajo en el inicio del día, pero no estoy seguro que su opción fuese la mejor. Tenía que desaparecer rápido por el portal, a grandes zancadas, lo pude hacer sin incidencias a pesar de mi estado, pasando de ascensor y correr por la escalera los cuarenta y cuatro escalones que me separaban y llegar a la puerta de la casa de mi Madre que abrí con cuidado. 45


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Poco después, estaba en la Habitación de antes, la que fue de mis hermanas, cuando se fueron y después fue mía. La que dejé hacía mucho tiempo, a la que era impensable que regresara de nuevo. Ni bajo ningún punto de vista. Ni de la forma más retorcida del mundo. A la que tuve que volver más que por múltiples imperativos por SENTIDO COMUN: el Naufragio y allí a oscuras, avanzaba despacio, sin hacer ruido, hasta localizar la cama y con la tranquilidad de estar en sitio seguro, con torpeza me desnudaba y cual largo soy me dejaba caer hacia el sueño reparador, imprescindible, pero no venía, así que busqué un Zolpiden que ingerí con mucha agua y perdí lo noción de todo: caí en coma.

Poco después la RESACA ERA ESTRATOSFËRICA…

…/… CONTINUARÁ…/…CONTINUARÁ…/…

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Bรกrbara

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