FÍSICA DEL AMOR ROMÁNTICO
JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ
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Hace algunos años se puso de moda en los medios científicos el estudio del amor romántico mediante imágenes de resonancia magnética funcional. La doctora Helen Fisher, antropóloga biológica de la Universidad Rutgers, Nueva Jersey, es la campeona de esta tendencia. Un grupo de sujetos “en la etapa intensa inicial del enamoramiento” (de acuerdo con los términos de la investigación) fueron sometidos al escrutinio tecnológico mientras miraban la fotografía de su ser amado, en comparación con otras fotografías; al comparar la actividad cerebral, los autores encontraron que la intensidad de la pasión romántica se relacionaba directamente con la 2
activación del núcleo caudado y el área tegmental ventral del mesencéfalo, estructuras que forman parte del sistema de dopamina: la molécula fundamental en la búsqueda del placer y la anticipación de las experiencias de recompensa y gratificación. El parentesco neural entre la codificación del amor intenso y los mecanismos tempranos de la adicción a drogas legales o ilegales es obvia, incómoda. Pero más allá de la analogía (la cual apoya el concepto popular según el cual el enamoramiento es una borrachera bioquímica), el estudio aporta sin duda datos valiosos para entender la biología de las experiencias amorosas, pero difícilmente puede utilizarse como una prueba diagnóstica para saber si una persona ama o no a otra
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persona, porque el tamaño de la muestra es muy pequeño, porque no se incluyeron personas sin enamoramiento
para
establecer
comparaciones,
porque las personas incluidas en el estudio forman parte de un pequeño grupo que no representa a todo el universo de seres humanos que podrían o no enamorarse, en fin: el estudio ni siquiera tenía ese objetivo. La tentación de creer que disponemos de una máquina o algún otro medio tecnológico (o psicométrico) para medir el amor es muy atractiva, pero a la luz de la ciencia actual, sencillamente falsa. Entonces: ¿cómo puedo yo medirlo? No puedo, simplemente. Para conocer mi propio sentimiento amoroso, dispongo de conciencia de mí mismo. Pero
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no conozco de primera mano la conciencia de los demás: debo suponerla y sopesarla, sintonizando mi empatía con los sentimientos ajenos. Cuando alguien me dice que ama simplemente lo escucho, atiendo a una larga narrativa, y busco la coherencia entre el discurso y los actos: pero no se trata de un método científico. Solamente es mi recurso para conocer el amor de los otros. Pero una cosa es usarlo en la privacidad de mi vida cotidiana, y un asunto muy distinto es convertir ese método en un escrutinio clínico para generar un dictamen acerca de las relaciones de mis pacientes.
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