El elefante fotógrafo

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EL ELEFANTE FOTÓGRAFO EL ÁRBOL Y LAS VERDURAS GEPPETTO

Cuentos

23 de abril de 2012


El ELEFANTE FOTÓGRAFO Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada vez que le oían decir aquello: —Qué tontería -decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes! —Qué pérdida de tiempo -decían los otrossi aquí no hay nada que fotografiar... Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y aparatos con los que fabricar una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente todo: desde un botón que se pulsara con la trompa, hasta un objetivo del tamaño del ojo de un elefante, y finalmente un montón de hierros para poder colgarse la cámara sobre la cabeza. Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para elefantes era tan grandota y extraña que parecía una gran y ridícula máscara, y muchos se reían tanto al verle aparecer, que el elefante comenzó a pen-


sar en abandonar su sueño.. Para más desgracia, parecían tener razón los que decían que no había nada que fotografiar en aquel lugar... Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que nadie podía dejar de reír al verle, y usando un montón de buen humor, el elefante consiguió divertidísimas e increíbles fotos de todos los animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso del malhumorado rinoceronte!; de esta forma se convirtió en el fotógrafo oficial de la sabana, y de todas partes acudían los animales para sacarse una sonriente foto para el pasaporte al zoo.


EL ÁRBOL Y LAS VERDURAS Había una vez un precioso huerto sobre el que se levantaba un frondoso árbol. Ambos daban a aquel lugar un aspecto precioso y eran el orgullo de su dueño. Lo que no sabía nadie era que las verduras del huerto y el árbol se llevaban fatal. Las verduras no soportaban que la sombra del árbol les dejara la luz justa para crecer, y el árbol estaba harto de que las verduras se bebieran casi todo el agua antes de llegar a él, dejándole la justa para vivir. La situación llegó a tal extremo, que las verduras se hartaron y decidieron absorber toda el agua para secar el árbol, a lo que el árbol respondió dejando de dar sombra para que el sol directo de todo el día resecara las verduras. En muy poco tiempo, las verduras estaban esmirriadas, y el árbol comenzaba a tener las ramas secas. Ninguno de ellos contaba con que el granje-


ro, viendo que toda la huerta se había echado a perder, decidiera dejar de regarla. Y entonces tanto las verduras como el árbol supieron lo que era la sed de verdad y estar destinados a secarse. Aquello no parecía tener solución, pero una de las verduras, un pequeño calabacín, comprendió la situación y decidió cambiarla. Y a pesar del poco agua y el calor, hizo todo lo que pudo para crecer, crecer y crecer... Y consiguió hacerse tan grande, que el granjero volvió a regar el huerto, pensando en presentar aquel hermoso calabacín a algún concurso. De esta forma las verduras y el árbol se dieron cuenta de que era mejor ayudarse que enfrentarse, y de que debían aprender a vivir con lo que les tocaba, haciéndolo lo mejor posible, esperando que el premio viniese después. Así que juntos decidieron colaborar con la sombra y el agua justos para dar las mejores


verduras, y su premio vino después, pues el granjero dedicó a aquel huerto y aquel árbol los mejores cuidados, regándolos y abonándolos mejor que ningún otro en la región.

GEPPETTO Había una vez un joven a quien gustaban tanto las marionetas que se convirtió en aprendiz de artesano. Pero era muy torpe, y su maestro y compañeros constantemente le decían que no tenía habilidad para ello y nunca llegaría a nada. Sin embargo, tanto le gustaba que trabajaba día tras día por mejorar. Y aún así, siempre encontraban fallos en sus muñecos, hasta que terminaron echándole de la escuela. Entonces, decidido a no rendirse, aquel joven dedicó desde aquel día todo su empeño a hacer un muñeco, sólo uno. Siempre hacía la misma marioneta, y en cuanto detectaba un fallo, la abandonaba y volvía a empezar desde cero.


Pasaron los años, y con cada nuevo intento su muñeco era un poco mejor. Y aunque su marioneta era mucho más bella que cualquiera de las que hacían sus antiguos compañeros, no dejaba de intentar que fuera perfecta. Así, el hombre no ganaba dinero y como era muy pobre muchos se reían de él. Cuando aquel pobre artesano llegó a viejecito, su marioneta era realmente maravillosa. Tanto, que finalmente un día, tras mucho trabajo, terminó el muñeco y dijo: “No encuentro ningún defecto, esta vez ya es perfecto”, y por primera vez en todos aquellos años, en lugar de abandonar el muñeco, lo colocó en un estante, verdaderamente satisfecho y feliz. Lo demás ya es historia. Aquel muñeco perfecto llegó a cobrar vida, vivió mil aventuras y dio a aquel viejecito, llamado Geppetto, más alegrías de las que ningún otro artesano famoso consiguió con ninguna de sus marionetas.


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ies Fernando de los ríos Fuente Vaqueros - Granada


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